Capítulo 9
14 de septiembre de 2025, 1:41
Capítulo 9
Me encontraba observando a Senji.
Había pasado una semana desde que lo conocí en el parque. Y solo puedo pensar que es alguien sumamente extraño.
Su pensamiento de la muerte es un poco fuera de la común.
Una vez le pregunte cuál es su visión de su futuro, cosas triviales de casarse y formar una familia.
Y me respondió que no estaba interesado en eso. Pero que su madre de seguro presionaría para que él se casara y formara una familia. Así que nunca iba a estar soltero.
O…
Dijo que si llegara morir en cualquier momento siendo alguien joven podría nominarlo que fue soltero toda su vida, aunque haya sido corta la vida que tuvo. Al final de cuenta murió siendo soltero y nunca se tuvo que casar y tener una familia.
Alguien a que puedes nominar como aterrador.
Bueno. Ese mismo chico se encontraba jugando y divirtiéndose en patear el balón juntos a otros chicos.
—¡Homura piensa rápido! —se escuchó el azote del balón en la patada de Senji que fue viajando a otro niño de cabello rubio y ojos violetas, desafortunado para él, el balón conectó con su cara— ¡Homura! ¡Te dije que no uses la cara para detener el balón!
—¡Senij, estúpido! ¡No ando usando mi cara para detener el balón! ¡Deberías controlar tu fuerza al dar un pase!
—¡Luego discuten! ¡Homura entrégame el balón!
Cerca de Homura llego otro niño. Se llama: Kuze Masachika.
Conocí a dos amigos de Senji. Junto a otra niña muy animada.
—¡Jajajaja! ¡Senji envíale otro pase a Homura!
Su intención es seguro ver el rostro lloroso de quien llama “hermano”.
—¡No digas eso, Ayazato! —Homura gruñó mientras se sobaba la cara, casi al borde de las lágrimas.
Ayazato Suzuka es una niña muy animada. En la escuela le gusta estar en constante movimiento. Juega futbol, básquet e incluso es la que nombraron “Delegada de la clase” por su personalidad amigable y que todos se llevaran bien con ella.
—¡Kukuku! —empezó a reírse de forma perturbadora Ayazato— ¿¡Qué opinas, Ai-san!?
Qué opino de que…
Viendo mi rostro confundido. Reiteró devuelta la pregunta.
—Qué opinas de ver el lamentable estado de Homura. Su destreza física es muy lamentable. Su afición es construir carrito. Es algo que hacía con Izayoi-nii antes de su desaparición. Incluso construyó unos auriculares que le entregó antes de esfumarse como el polvo.
Si es eso. Es verdad que Homura Saigou tiene una destreza física lamentable. Pero sabiendo ahora que pasa más sentado que haciendo algo de actividad física es algo que pasaría factura a tu cuerpo. Como es ahora en Homura. Se cansa más rápido que los otros niños que corren por el campo de césped persiguiendo al balón. Corriendo de un extremo a otro para meter un gol.
Homura quedando atrás de todos ellos.
—…Si hiciera, aunque sea un poco de ejercicio para mejorar su cardio, no estaría en tan mal estado.
Fue mi respuesta. Viendo a Homura caer cansado en el césped y quejándose de que no seguirá corriendo. Los otros niños se burlarían de Homura por un rato, para seguir concentrado en el partido de futbol que tenían.
Ayazato también se reiría un rato de Homura.
Había pasado una media hora. Y el grupo de Senji ganó el juego. Todos los niños se encontraban cansado y sudoroso. Hasta que llego un hombre de unos treinta años con una heladera de agua que estaba fresca —ni helado, ni caliente— siendo entregado a cada uno de ellos para apaciguar la sed, aunque algunos lo usaron para tirarse el agua a su cuerpo.
—Nos vemos mañana en la clase.
—Adiós.
—Cuídense, Homura-san, Kuze-san, Senji-san, Ayazato-san y Hoshino-san —dijo uno de los niños antes de irse.
Uno a uno comenzó a despedirse.
—Yo también me voy —dijo Kuze, sacudiéndose el sudor del cuello—. Nos vemos mañana en la escuela.
Con eso, al final solo quedamos cinco: Senji, Ayazato, Homura, yo… y el hombre que había traído el agua. O eso pensé, hasta que recibió una llamada en su celular. Después de unos segundos, asintió, guardó el teléfono y miró a Senji.
—Tenemos que irnos, Senji-sama.
—Bueno —Senji comenzó a despedirse, haciendo un saludo de mano con Homura y Ayazato—, nos vemos mañana. Por cierto, Ai—luego me miró—. ¿Quieres te deje cerca de tu casa o seguirás estando aquí?
Era domingo. No tenía nada pendiente, y seguramente Homura y Ayazato regresarían al orfanato, que es su hogar. Si me quedaba, estaría sola en el parque… y no me apetecía.
—¡Claro! —respondí con una sonrisa brillante, mientras me despedía de Homura y Ayazato y comenzaba a seguir a Senji.
—¡Nos vemos mañana, Homura-san! ¡Hasta luego, Ayazato-san!
—¡Hasta mañana, Ai-san! —Ayazato agitó la mano de un lado a otro, llena de energía como siempre.
—Hasta mañana —dijo Homura, más calmado, saludando apenas con un leve movimiento de mano antes de bajarla.
Llegamos hasta un carro gris estacionado junto al parque. El hombre abrió la puerta trasera y ambos subimos. Luego rodeó el vehículo y se sentó en el asiento del piloto. Al encender el motor, el aire acondicionado comenzó a llenar el interior del auto, lo que se sintió como un alivio instantáneo.
El trayecto no fue largo. Vivía cerca del parque, pero ir en auto, con ese frescor y el asiento cómodo, fue lo mejor del día.
Cuando llegamos, abrí la puerta lentamente y bajé.
—Nos vemos mañana, Ai —dijo Senji, con una sonrisa tranquila.
Le devolví la sonrisa.
—Hasta mañana.
Me quedé viendo cómo el auto se alejaba, girando en una esquina hasta desaparecer. Luego caminé hasta la puerta de casa.
Siendo abierta la puerta por mi mamá.
—¡Oh! ¡Volviste temprano, Ai-chan!
—¡Lo sé! Apenas terminó el partido, todos empezaron a despedirse. ¡Nadie se iba a quedar en el parque! ¡Y Senji también se iba! Así que me dejó de camino a casa, mientras su chofer lo llevaba a otro sitio.
Mamá me miró con una sonrisa mientras colgaba el bolso del hombro. Estaba por salir a hacer compras, lo noté porque tenía en la mano su lista arrugada y la bolsa reutilizable de siempre.
—Senji-chan es un niño agradable —dijo de pronto, como si fuera un comentario casual cualquiera—. Es una lástima que no tengamos la misma edad… porque honestamente, no me molestaría salir con alguien tan agradable como él.
—¿¡Qué!? —mi voz salió más alta de lo que quería, pero ella solo rió bajito.
—Claro, claro, ya sé lo que piensas —agregó, abriendo la puerta con una sonrisa pícara—. Pero siendo sincera, Ai-chan… si te gusta, deberías poner tus manitas sobre Senji-chan antes de que otra lo haga.
—¡Mamá! —casi tropiezo al quitarme los zapatos—. ¡No digas esas cosas!
—¿Qué? Si ya lo trajiste hasta la casa, eso es una señal —bromeó, como si fuera la cosa más normal del mundo—. Mira que los chicos buenos se van rápido, y Senji-chan parece una joyita.
Me quedé en silencio, con la boca entreabierta, sin saber si reírme o cerrar la puerta y fingir que nada de esto había pasado.
—Además, tú hablas mucho de él. Más de lo que hablas de cualquiera. Solo digo —añadió mientras salía—. No lo dejes escapar, ¿eh?
Y con eso, cerró la puerta tras de sí, dejándome ahí, sola en el pasillo.
Suspiré, apoyando la frente contra la puerta.
Mi mamá y sus bromas…
Aunque no sé si lo decía tan en broma.
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Kukui, quien ahora era mi chofer, me llevó hasta el puerto de la ciudad.
Caminamos juntos entre los muelles, rodeados de grúas y contenedores recién descargados del barco que había llegado esa mañana. Nos tomó algunos minutos localizar el que nos pertenecía.
—Senji-sama —llamó Kukui tras revisar el número del costado—. Encontré el contenedor.
—Bien. Vamos.
Nos detuvimos frente a la enorme estructura metálica. Saqué la llave que me habían entregado previamente y abrí la cerradura con un suave clic. Las puertas se deslizaron revelando el interior oscuro, con una única presencia destacando al fondo: una caja fuerte, grande y pesada, anclada al suelo.
Entré y me acerqué a ella.
Tecleé el código numérico en el panel frontal. Tras un pitido agudo, el mecanismo se desbloqueó, revelando el contenido.
Lingotes de oro. Cincuenta en total. Brillaban con un tono opaco bajo la tenue luz del contenedor.
—¿Qué piensa hacer con el oro, Senji-sama? —preguntó Kukui desde la entrada, observando con cautela.
—Lavar dinero —respondí con naturalidad, sin apartar la mirada de los lingotes—. Usaremos algunos como donación para una fundación benéfica. El resto… servirá para construir un casino.
—¿Un casino?
—Uno que funcione de forma legal… e ilegal. —Me giré hacia él—. Si el Clan Muramasa tiene una imagen positiva ante el público, nadie se molestará en escarbar más profundo. Una fachada respetable nos da libertad para operar desde las sombras.
Me tomé un momento para cerrar nuevamente la caja fuerte, escuchando el bloqueo del mecanismo sellarla por completo.
—Mientras mantengamos la percepción pública a nuestro favor —añadí—, podremos movernos sin obstáculos en el otro lado de la moneda.
Kukui asintió con respeto. Sabía que lo que acababa de decir no era un simple comentario: era el inicio de una estrategia a largo plazo.
Reunión del Clan Muramasa
La sala de reuniones estaba llena, aunque reinaba un silencio atento. Los jefes de división, contadores, enlaces legales y representantes externos del Clan Muramasa ocupaban sus respectivos asientos alrededor de la larga mesa central de madera oscura. Las luces del techo eran suaves, pero no llegaban a disimular la presión en el ambiente.
En la cabecera, sentado con postura firme, estaba Senji Muramasa. Frente a él, una carpeta de documentos detallando los últimos movimientos del clan, esquemas de expansión, cifras, y un par de proyecciones financieras. A su derecha, ligeramente apartado, pero sin perder un solo detalle, se encontraba su padre: el patriarca actual del Clan Muramasa.
Senji abrió la reunión con voz clara:
—La fortuna que me fue entregada no se quedará estancada. La multiplicaré.
Los murmullos se detuvieron.
—El oro que recibimos será lavado a través de canales cuidadosamente seleccionados. El primer paso será una donación importante a la Fundación Fukuzawa, especializada en el apoyo a niños sin hogar y víctimas de violencia doméstica. Esa suma será pública. Y resonará en los medios.
Uno de los asistentes anotó algo con rapidez. Otro alzó una ceja, pero no interrumpió.
—Paralelamente, estamos comenzando la construcción de dos casinos: uno en Osaka, otro en Sapporo. Ambos operarán bajo normativas legales, pero también con espacios que nos permitirán mantener operaciones más discretas. Cada estructura tendrá una fachada impecable. Publicidad, inversión en turismo, creación de empleo.
Senji alzó la mirada y recorrió la sala con los ojos.
—El nombre Muramasa será asociado con desarrollo económico, con responsabilidad social, con progreso. Así, cuando llegue el momento de realizar movimientos más... sensibles, nadie cuestionará nuestras intenciones. Porque habremos construido una imagen pública intocable.
Un silencio solemne se apoderó del salón.
Al fondo, el patriarca observaba en silencio. No lo interrumpió, no añadió nada. Solo lo observaba con calma. Aquel chico que tiempo atrás parecía indiferente al legado familiar, ahora hablaba como si el peso del clan nunca le hubiera resultado ajeno. Estratega. Cauto. Ambicioso.
"Cuando llegue el día en que deba retirarme," pensó su padre, "me sentiré orgulloso de dejarle el timón. No por el dinero. Sino por cómo lleva el nombre Muramasa sin temblar."
Senji cerró el informe y levantó la vista una vez más.
—Con esto, damos inicio a la nueva etapa del Clan Muramasa. La que no necesita ocultarse… porque ya domina el escenario desde el centro del reflector.
Nadie habló. Solo asentimientos, algunos discretos, otros firmes. El Clan Muramasa había girado la rueda. Y al frente… ya estaba el próximo patriarca.
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NHK News | Última hora
[Grupo Muramasa dona 800 millones de yenes a la Fundación Fukuzawa]
"Un acto inesperado de filantropía sacude en Japón."
"El joven Senji Muramasa ha donado 800 millones de yenes (aproximadamente 5 millones de USD) a la Fundación Fukuzawa, dedicada al cuidado de niños sin hogar y víctimas de violencia familiar."
"La suma es una de las donaciones privadas más grandes en lo que va del año, y ha captado la atención tanto de medios nacionales como internacionales. En una breve declaración, el portavoz del Clan Muramasa declaró que este acto refleja 'el compromiso del joven Senji-sama con una sociedad más justa, tal como su padre y su linaje le han inculcado'."
“En simultáneo a la sorprendente donación de 800 millones de yenes, comenzaron las obras de construcción de dos complejos hoteleros en Osaka y Sapporo. Aunque los detalles se mantienen en reserva, se ha confirmado que ambas estructuras operarán bajo el nombre comercial “Muramasa Hotel & Resort”, con promesas de ofrecer lujo, turismo y empleo local.”
…
En una oficina temporal instalada en el terreno de Osaka, Kukui revisaba los planos extendidos sobre una gran mesa blanca.
El edificio principal se alzaría 24 pisos, con habitaciones de lujo, spa, centro de convenciones, restaurante gourmet y una azotea panorámica. Pero lo que ningún medio mencionaba —ni siquiera en documentos legales abiertos— era lo que ocultaban los subniveles.
Con una regla metálica, Kukui deslizó su dedo por el plano del segundo subsuelo: una zona marcada con acceso restringido, blindaje perimetral y cámaras ocultas. Allí estaría el casino privado, inaccesible para el público general, operado solo por invitación.
—Todo en orden —murmuró mientras hacía una llamada—. Los ingenieros han comenzado según el diseño previsto. El sector especial estará terminado antes de lo proyectado.
Del otro lado de la línea, una voz calmada respondió:
—Perfecto. Mientras la ciudad ve un hotel… nosotros construiremos el verdadero núcleo bajo tierra.
Kukui colgó, enrolló los planos con cuidado y sonrió levemente.
El sol brillaba sobre Osaka. Y el nombre Muramasa, al fin, se escribía bajo una luz nueva.
Años después…
El salón brillaba con luces doradas, alfombras rojas, y un ambiente cargado de emociones… y desesperación. Kukui, ya con traje impecable y postura imponente, observaba desde la distancia mientras un hombre gritaba con furia.
—¡Esto es un fraude! ¡Perdí millones! ¡Exijo que me devuelvan mi dinero!
Era un empresario venido, su camisa desabrochada, el sudor en su rostro delatando no solo la tensión… sino la humillación.
Kukui se acercó lentamente, con las manos cruzadas detrás de la espalda.
—¿Un fraude, dice…?
La voz de Kukui no era fuerte, pero sí firme. Lo suficiente para que varios se giraran a mirar. El hombre lo encaró con rabia.
—¡He perdido todo! ¡Esto está arreglado! ¡Nadie puede perder tanto!
Kukui no se inmutó. Lo miró con una mezcla de desaprobación y lástima. Luego sonrió, como si viera a un insecto arrastrarse ante él.
—Usted vino por voluntad propia. Apostó por voluntad propia. Y perdió por voluntad propia. ¿Y ahora culpa a nuestros empleados por sus errores?
El hombre tartamudeó, sin saber cómo responder.
—Patético —sentenció Kukui—. Si no sabe cuándo retirarse, entonces el problema no es el casino. Es usted.
Justo en ese momento, desde otra mesa se escuchó un grito de emoción:
—¡Gané! ¡Ganamos cinco millones de yenes! —exclamó un joven abrazando a su novia mientras las luces de la ruleta brillaban.
Los presentes aplaudieron, e incluso los trabajadores celebraron con ellos. Kukui giró el rostro con calma, señalando la escena con un simple movimiento de su cabeza.
—¿Lo ve? Hay quienes saben jugar… y ganar. Usted solo tuvo mala suerte. Nada más.
Kukui se inclinó un poco hacia él, susurrándole con una sonrisa helada:
—Y en nuestro casino… la suerte no se les presta a los perdedores.
Kukui regresó a su oficina, cerrando la puerta tras de sí. Las paredes estaban cubiertas por paneles de madera oscura, decoradas con arte japonés moderno. Desde la gran pantalla, se veía todo el salón del casino: el reino que él ayudaba a gobernar.
Se quitó el saco y lo colgó en un perchero. Justo cuando se sentaba, su celular comenzó a vibrar. Reconoció el nombre al instante.
Haruka Nishida.
Respondió de inmediato.
—¿Haruka?
La voz de su hermana llegó clara y directa, con su habitual tono de calma que ocultaba un carácter fuerte.
—Kukui. Senji-sama informó que partirá a Europa.
Kukui alzó una ceja.
—¿Negocios?
—Negocios... y algo más —respondió ella con una ligera pausa—. No dejó detalles. Solo nos indicó que estaríamos a cargo mientras dure su ausencia.
—¿"Estaríamos"?
—Exacto. Cada uno de los líderes regionales manejará su territorio. Ya sabes lo que eso significa.
Kukui asintió para sí mismo, como si esperara esas palabras.
—Entonces mantendremos la línea. Aquí todo sigue bajo control.
—Lo sé. No espero menos de ti.
Hubo un leve silencio antes de que Haruka añadiera:
—No causes problemas innecesarios. Pero si algo se descontrola...
—Tomaré decisiones como lo haría Senji-sama —respondió Kukui con firmeza.
—Eso espero. Me encargaré de todo en la región de Kantō. Tú ocúpate de la tuya como sabes hacerlo.
La llamada terminó con un leve pitido.
—Europa, huh…
Miró a través de la pantalla hacia el bullicio del casino.
—Parece que este tablero se queda bajo mi cuidado por más tiempo.
Y así, el juego seguía.