Capítulo 12 Ave Dominus Solus
14 de septiembre de 2025, 2:15
El edificio de Ciencias Planetarias de la Academia Lysenthia para Damas de la Ciencia y las Artes era un prodigio de arquitectura moderna: una estructura de cristal y acero que parecía flotar sobre el campus, con cúpulas translúcidas que capturaban la luz del sol y la transformaban en un caleidoscopio de colores que danzaba sobre los suelos de mármol blanco. Las paredes estaban adornadas con hologramas interactivos que mostraban mapas estelares, órbitas planetarias y simulaciones de terraformación, un recordatorio constante del papel de la academia en la formación de las mentes más brillantes del CESO. El aire olía a ozono y a un leve perfume floral, una mezcla que provenía de los purificadores ambientales y las plantas cultivadas en las bioesferas internas del edificio. El murmullo de los estudiantes llenaba el espacio, un coro de voces cultas que discutían teorías y proyectos con la seriedad de quienes sabían que su futuro estaba atado a los intereses de la élite galáctica.
Lysandra Val Sareth caminaba por el pasillo central con su porte noble, su uniforme era de un azul oscuro, sus coletas bajas de su cabello negro azabache se balanceaban ligeramente con cada paso. Sus ojos violetas, profundos y enigmáticos, observaban todo a su alrededor con una atención que parecía casual, pero era profundamente calculada. A su lado, Arien Rousseau charlaba animadamente, su cabello castaño marron rebotando mientras gesticulaba con entusiasmo. En una mano llevaba un datapad holográfico donde revisaba su horario, y en la otra sostenía el envoltorio vacío de su snack de albaricoque comprimido, que ahora hacía crujir entre sus dedos.
—Entonces, después de Ciencias Planetarias tenemos la sesión de simulación de terraformación, dijo Arien, llena de energía mientras miraba a Lysandra de reojo. —Dicen que el profesor Kallan ha traído un modelo nuevo de simulación basado en los datos de las colonias planetarias. Va a ser interesante, ¿no crees?
—Sí, los datos de otras colonias son fascinantes, respondió Lysandra suave y melodiosa, como si cada palabra estuviera cuidadosamente medida. —El CESO ha estado experimentando con nuevas técnicas de estabilización atmosférica allí. Podría ser un buen estudio de caso para nuestro proyecto final.
Arien soltó una risita, dándole un codazo suave a Lysandra.
—Siempre tan académica, Lysa. ¿Alguna vez te tomas un descanso de ser… bueno, tú?
—A veces, respondió Lysandra, más bajo ahora, casi reflexivo. —Pero algunas cosas requieren… constancia.
—Por cierto, ¿viste el nuevo módulo de vigilancia que instalaron en el edificio del este? preguntó Arien, señalando con la cabeza hacia una serie de cámaras discretas montadas en las esquinas del pasillo.
—Sí, mi padre mencionó que el CESO está aumentando la seguridad en todas las instituciones clave, respondió Lysandra, tranquila pero cargada de una observación silenciosa. —Dicen que es por las protestas en Europa Oriental, pero… podría haber algo más.
—¿Algo más? ¿Cómo qué?
—No lo sé, dijo finalmente Lysandra, casi un susurro. —Pero el CESO nunca actúa sin un motivo. Si están aumentando la vigilancia, es porque temen algo… o a alguien.
—¿Crees que tiene que ver con esas filtraciones de las que hablaba tu padre?
—Tal vez. O tal vez están buscando algo que aún no han encontrado.
Llegaron al aula de simulación. Lysandra tomó asiento en una de las consolas, su postura era perfecta mientras activaba la interfaz holográfica. Arien se sentó a su lado, lanzándole una sonrisa confiada.
—Vamos a arrasar con esto, como siempre.
La simulación comenzó. Lysandra trabajaba con una precisión quirúrgica, sus manos se movían sobre los controles con una gracia casi sobrenatural.
—Eres increíble, Lysa, murmuró Arien, su voz llena de asombro. —Es como si… no sé, como si tuvieras un instinto para esto. Como si ya hubieras hecho esto antes.
—Solo… presto atención en clase, respondió Lysandra con una sonrisa forzada.
La sesión terminó. Mientras salían del aula, Arien le dio un abrazo rápido a Lysandra.
—¡Sabía que lo haríamos genial!
—Sí, murmuró Lysandra. —Lo hicimos genial.
A lo lejos, un dron de vigilancia zumbó silenciosamente.
Esa mañana, el cielo sobre Aenys Concordia amanecía despejado, un lienzo azul pálido salpicado de tonos dorados que se reflejaban en las cúpulas diplomáticas y los jardines colgantes de la ciudad. En el corazón del distrito diplomático, frente a las puertas del hotel más prestigioso de la zona, el Aurum Celestialis, un edificio de cristal negro y oro que se alzaba como un faro de opulencia, un aerotaxi privado descendió con un zumbido suave. De él emergió una mujer cuya presencia parecía alterar el mismísimo aire a su alrededor. Caminaba con paso firme, cada movimiento calculado, exudando una elegancia que era tanto un arma como un escudo. Su cabello, una cascada oscura con destellos cobrizos, estaba recogido en un moño bajo que dejaba al descubierto la perfección de su cuello, un detalle que no pasaba desapercibido para los transeúntes que se detenían a mirarla. Sus ojos, rojos como rubíes sumidos en terciopelo, captaban cada detalle a su alrededor con un brillo calculador, aunque detrás de aquella mirada encantadora se ocultaba un poder capaz de doblegar la voluntad más férrea. Vestía un vestido ceñido de negro y gris ceniza con ribetes dorados, que abrazaba su figura esbelta y curvilínea con una precisión casi provocadora, mientras unos guantes largos de encaje negro cubrían sus manos, añadiendo un aire de misterio a su apariencia.
No se registró con su verdadero nombre. Para todos los efectos legales y sociales, era Helena Morven, una empresaria interesada en la exportación de tecnologías de terraformación, una fachada cuidadosamente construida para justificar su presencia en la Tierra. Nadie, salvo el aquelarre, sabía que en realidad era Hespéria, la Bruja de Venus, conocida entre sus hermanas como la Mentira Perfecta. Su misión era clara: acercarse a Gaia sin despertar sospechas, evaluar la seguridad de la red del CESO y preparar el terreno para una extracción que no podía permitirse fallar.
El vestíbulo del Aurum Celestialis era un espectáculo de lujo: columnas de mármol blanco veteado de oro se alzaban hasta un techo abovedado donde hologramas de constelaciones giraban lentamente, proyectando destellos de luz que danzaban sobre el suelo de obsidiana pulida. El aire olía a flores exóticas y a un leve toque de incienso, una mezcla diseñada para envolver a los huéspedes en una sensación de calma decadente. Mientras el conserje, un hombre joven de uniforme impecable, le ofrecía la llave magnética de su suite con una sonrisa cortés, los ojos de Hespéria se cruzaron con los de un agente de seguridad que patrullaba el vestíbulo. El hombre, vestido con un traje gris oscuro y un auricular que zumbaba con órdenes constantes, se tensó al notar su mirada. No fue necesario que Hespéria dijera una sola palabra. Con una sonrisa apenas perceptible, un gesto tan sutil que podría haber sido un truco de la luz, el agente bajó la mirada y asintió, como si acabara de recibir una orden que no podía desobedecer. Hespéria podía controlar a una sola persona a la vez, tejiendo una ilusión perfecta que convertía la resistencia en obediencia, pero no necesitaba más. Una pieza colocada correctamente podía hacer caer todo el tablero, y ella era una maestra en este juego.
Al día siguiente, por la tarde, Hespéria tenía una cita agendada en la Academia Lysenthia para Damas de la Ciencia y las Artes, donde daría una conferencia sobre técnicas agrícolas avanzadas. Había planeado cada detalle con una precisión quirúrgica: el tema estaba lo suficientemente alejado de las ciencias políticas como para no levantar sospechas, pero lo bastante cerca del perfil del senador Edrien Val Sareth, conocido por su interés en la sostenibilidad planetaria, como para justificar su presencia. Sabía que allí estudiaba su verdadero objetivo: una niña de coletas oscuras, ojos violetas profundo y un alma que albergaba la semilla de la vida misma. Sabía que Gaia estaba cerca, aunque en esta ciudad, nadie la conocía por ese nombre. Hespéria avanzaría con sutileza, paciencia y, por supuesto, su encanto característico, tejiendo su red con la misma delicadeza con la que una araña teje su tela.
Esa noche, después de que Gaia terminara sus clases académicas, regresó a casa. La residencia del senador Edrien Val Sareth era una fortaleza discreta enclavada en las colinas altas de Aenys Concordia, un lugar desde donde se divisaba toda la ciudad en un espectáculo de luces y sombras. El edificio, construido con mármol blanco y cristal oscuro, se alzaba como un símbolo de poder silencioso, sus líneas arquitectónicas precisas y elegantes. Los jardines colgantes que rodeaban la mansión, llenos de flores bioluminiscentes que brillaban tenuemente en la oscuridad, contrastaban con las autopistas flotantes y las cúpulas diplomáticas que salpicaban el horizonte. Por dentro, la mansión no era ostentosa, pero sí refinada: estanterías repletas de libros antiguos forrados en cuero, esculturas de piedra tallada que representaban figuras mitológicas, alfombras persas sobre suelos pulidos de madera oscura y una atmósfera de orden casi ceremonial que impregnaba cada rincón. El aire olía a cera de abeja y a un leve toque de lavanda, un aroma que el senador prefería para mantener la calma en su hogar.
En la planta alta, tras una cena familiar que, como de costumbre, transcurrió en un silencio casi reverente, Gaia se encontraba en su habitación, un espacio que reflejaba su dualidad: paredes de un blanco inmaculado decoradas con frescos de constelaciones, un escritorio lleno de libros y datapads con anotaciones meticulosas, y una cama cubierta con sábanas de satén azul que contrastaban con la calidez de una alfombra tejida a mano. Se estaba despojando del uniforme de la academia, dejando caer la chaqueta azul marino con ribetes dorados sobre una silla de madera tallada. Desabrochaba lentamente los botones de su blusa blanca de cuello alto, sus movimientos pausados, casi mecánicos, mientras su mirada se perdía por la ventana abierta. Su cabello negro, antes recogido en dos coletas bajas, caía suelto sobre su espalda como una cortina de sombras, y sus ojos violetas, profundos como galaxias, mostraban un brillo melancólico, como si cargara un peso invisible que nadie más podía ver.
Estaba a punto de quitarse la falda cuando una voz familiar rompió el silencio de la habitación, cargada de un tono burlón que hizo que su corazón diera un vuelco.
—Oh, cielos… ¿sigues usando esos horribles calzones con encaje de abuela, eh?
Gaia giró sobre sus talones, el corazón en la garganta y los ojos abiertos como platos, su respiración se detuvo por un instante.
—¡Venus! exclamó, cubriéndose instintivamente con una toalla que tomó del baño cercano, sus mejillas comenzaron a teñirse de un rojo intenso por la vergüenza y la sorpresa. —¿Qué estás haciendo aquí?
Hespéria estaba reclinada en la cama de Gaia, como si aquel lugar le perteneciera desde siempre. Su vestido oscuro abrazaba su figura como una segunda piel, los ribetes dorados brillando bajo la luz suave de la lámpara de la mesita de noche, y su cabello, ahora suelto, caía en ondas impecables sobre la almohada de satén. Sus ojos carmesíes brillaban con una mezcla de diversión y picardía, y una sonrisa traviesa curvaba sus labios mientras observaba la reacción de su hermana menor.
—¿Así saludas a tu hermana mayor después de tantos meses? Qué fría te has vuelto, mimada solar, dijo Venus, incorporándose con una elegancia felina que parecía desafiar las leyes de la gravedad. Cada movimiento suyo era un espectáculo, una danza calculada para capturar la atención.
Gaia frunció el ceño, su expresión oscilo entre la furia y la vergüenza mientras se ajustaba la toalla con más fuerza.
—¿Cómo entraste? susurró, cargada de incredulidad y enojo. —¡Esta casa tiene vigilancia de seguridad nivel senatorial!
Venus hizo un ademán despreocupado con la mano, como si la pregunta fuera casi insultante.
—Por favor, respondió, llena de una confianza que rayaba en la arrogancia. —He caminado entre dictadores y concubinas imperiales sin ser notada. ¿Crees que un par de drones y sensores térmicos me detendrán?
Gaia apretó los labios, su enojo aún presente, pero sintió un calor familiar en la presencia de Venus, un consuelo que no podía negar a pesar de su tono burlón.
—¿Y para qué viniste? preguntó, con su voz más baja ahora, casi desafiante. —¿Solo para burlarte de mí?
Venus se puso de pie con gracia, su vestido ondeo ligeramente mientras se acercaba a Gaia.
—Para ver a mi hermana menor antes de sacarla de esta cárcel dorada, respondió, con su tono volviéndose más serio, aunque sus ojos seguían brillando con esa chispa de diversión. —La señora Solaris nos necesita. Ya no hay tiempo para juegos, Gaia… ni para disfraces.
Gaia bajó la vista, sus manos apretando la toalla con más fuerza mientras un nudo se formaba en su pecho.
—Este no es un disfraz, murmuró, su voz apenas audible, cargada de una melancolía que no podía ocultar. —Aquí tengo una vida, una familia. Edrien me acogió…
Venus se acercó más, y con una dulzura inusual que contrastaba con su naturaleza provocadora, levantó una mano para acariciar el rostro de Gaia, sus dedos enguantados rozando su mejilla con una ternura que hizo que Gaia alzara la mirada.
—Te dio un techo, dijo Venus, de manera suave pero firme. —Pero tú siempre has pertenecido a otra cosa. A nosotras. No lo olvides.
Sus ojos rojos se encontraron con los violetas de Gaia, y por un momento, el aire entre ellas se cargó de una conexión profunda, un lazo que iba más allá del tiempo y la distancia.
Un largo silencio se extendió entre las dos, roto solo por el sonido del viento que mecía las cortinas de la ventana. Luego, Venus volvió a su tono habitual, pícaro y burlón, como si quisiera aligerar el peso del momento.
—Por cierto, dijo, inclinándose ligeramente hacia Gaia con una sonrisa traviesa, —tienes unos muslos adorables para alguien que se la pasa leyendo historia agraria. Tu ‘amiguita’ Arien debe estar babeando por ti.
Gaia sintió que sus mejillas ardían de nuevo en un rojo intenso extendiéndose por su rostro mientras le lanzaba una mirada fulminante a su hermana.
—¡Cállate! Espetó temblando de vergüenza mientras señalaba la puerta. —¡Fuera de mi cuarto!
Venus soltó una risa suave que era tanto melodioso como exasperante, y se dirigió hacia la ventana con la ligereza de un gato.
—Dormiré en el tejado esta noche, anunció mientras trepaba por el marco con una agilidad que parecía desafiar las leyes de la física. Antes de desaparecer, se giró hacia Gaia y le guiñó un ojo, su sonrisa cargada de picardía. —No hagas ruido si sueñas con tu “amiga”.
Con eso, Venus desapareció en la noche, su figura fundiéndose con las sombras mientras las luces de Aenys Concordia brillaban a lo lejos.
Gaia se quedó sola en su habitación con su corazón latiendo acelerado, atrapada entre la confusión, la vergüenza y una extraña sensación de hogar que la presencia de su hermana había despertado. Cerró la ventana con un movimiento brusco, como si quisiera sellar las emociones que Venus había traído consigo, pero sabía que no podía escapar de ellas tan fácilmente.
La habitación de Gaia quedó sumida en un silencio pesado después de la partida de Venus, roto solo por el suave murmullo del reloj de pared. La luz de las luna iluminaba la ciudad de Aenys Concordia y se filtraba a través de los cristales, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de mármol blanco y los muebles de madera pulida. El aire olía a jazmín y a la cera de las velas que Gaia había encendido antes de la cena, un ritual que la ayudaba a calmarse después de un día de mantener su fachada impecable. Sobre la silla, su uniforme azul marino de la Academia Lysenthia descansaba como un recordatorio de la vida que había construido como Lysandra Val Sareth, una vida que ahora se tambaleaba con la llegada de su hermana.
Gaia se quedó de pie en el centro de la habitación, todavía sosteniendo la toalla que había usado para cubrirse, sus mejillas ardiendo de vergüenza por las palabras burlonas de Venus. Su cabello negro azabache caía como cascadas sobre su espalda, y sus ojos violetas, profundos como galaxias, brillaban con una mezcla de emociones que no podía controlar: confusión, enojo, nostalgia… y un anhelo que no quería admitir. La presencia de Venus había traído consigo un recordatorio de quién era realmente, de su conexión con el aquelarre, y aunque una parte de ella se resistía, otra parte—más profunda, más antigua—sentía el calor de un hogar que había olvidado.
Con un suspiro tembloroso, Gaia dejó caer la toalla y terminó de cambiarse, poniéndose un camisón blanco de seda que le llegaba a las rodillas. Caminó hacia la ventana y apoyó las manos en el alféizar, sus ojos estaban buscando en la oscuridad alguna señal de Venus. Sabía que su hermana estaba en el tejado, probablemente recostada con esa gracia felina que la caracterizaba, observando las estrellas con una sonrisa pícara. A pesar de su tono burlón, las palabras de Venus resonaban en su mente: La señora Solaris nos necesita. Ya no hay tiempo para juegos, Gaia… ni para disfraces.
Gaia apretó los labios, sus dedos tensándose contra el borde de la ventana.
—Este no es un disfraz, murmuró para sí misma, repitiendo las palabras que le había dicho a Venus.
Pero incluso mientras las pronunciaba, una duda se deslizaba en su corazón como una sombra. ¿Era realmente Lysandra Val Sareth, la hija del senador Edrien Val Sareth, estudiante ejemplar de la Academia Lysenthia? ¿O era Gaia, la Bruja de la Tierra, la semilla viva de la terraformación, una pieza clave del aquelarre que había jurado proteger a la señora Solaris? Durante años, había enterrado su verdadera naturaleza bajo capas de perfección y obediencia, siguiendo las instrucciones de su padre adoptivo y sus tutores para mantener su secreto a salvo. Pero ahora, con Venus aquí, esas capas comenzaban a desmoronarse.
Se apartó de la ventana y se sentó en el borde de su cama, sus manos se mantenían entrelazadas sobre su regazo mientras miraba el suelo. La imagen de Arien cruzó su mente con su sonrisa cálida, su risa espontánea y la forma en que siempre parecía estar ahí para ella, incluso cuando Gaia no podía ser completamente sincera. Arien había dicho que estaría ahí para sostener su máscara si alguna vez decidía dejarla caer, pero ¿cómo podía Gaia explicarle quién era realmente? ¿Cómo podía decirle que no era solo una estudiante, sino una bruja, un ser cuya mera existencia podía cambiar el equilibrio de poder en la galaxia? La sola idea de poner a Arien en peligro la hacía estremecerse. No, Arien no podía saberlo. Nadie podía saberlo. Al menos, no todavía.
Un leve crujido en el tejado la hizo alzar la mirada, sus orejas captando el sonido con una sensibilidad que no era del todo humana. Sabía que era Venus, moviéndose con la ligereza de un felino mientras probablemente ajustaba su posición para observar mejor el cielo. Gaia suspiró de nuevo, esta vez con una mezcla de exasperación y cariño. Venus siempre había sido así: provocadora, confiada, con un talento innato para desarmar a cualquiera con su encanto. Pero bajo esa fachada de seducción, Gaia sabía que había una hermana que la amaba profundamente, que había cruzado la galaxia para buscarla y llevarla de vuelta al lugar al que realmente pertenecía.
Se recostó en la cama, su mirada fija en el techo decorado con frescos de constelaciones que su padre adoptivo había mandado pintar para ella cuando era niña. Mientras intentaba conciliar el sueño, las palabras de Venus resonaban en su mente como un eco persistente: Tú siempre has pertenecido a otra cosa. A nosotras. Cerró los ojos con fuerza, tratando de acallar esa voz, pero en su interior, algo comenzaba a despertar. Una chispa, un calor, un poder que había mantenido dormido durante años. Gaia, la Bruja de la Tierra, estaba empezando a recordar quién era.
El sol de la tarde derramaba una luz dorada sobre los jardines de la Academia Lysenthia, tiñendo las bioesferas con un brillo que hacía que los árboles cultivados parecieran tallados en cristal líquido. Los estudiantes se movían entre los edificios con la elegancia propia de la élite, sus uniformes impecables y sus conversaciones cargadas de una ambición silenciosa que flotaba en el aire como un perfume invisible. Lysandra avanzaba hacia el auditorio principal, donde se llevaría a cabo la conferencia sobre técnicas agrícolas avanzadas, su paso mesurado y su expresión serena como siempre, aunque por dentro su corazón latía con una mezcla de nerviosismo y anticipación. A su lado, Arien charlaba con entusiasmo, sosteniendo un datapad donde revisaba las notas que había preparado para la sesión, su cabello castaño rojizo rebotando con cada movimiento lleno de energía.
—Entonces, ¿qué opinas de la conferencista? preguntó Arien, llena de curiosidad mientras miraba a Lysandra de reojo. —Helena Morven, empresaria de tecnologías de terraformación. Suena interesante, ¿no? Mi padre dice que su compañía ha estado trabajando en proyectos para las colonias de Marte.
Lysandra asintió, con su mirada fija en el camino mientras ajustaba el cuello de su uniforme con un gesto elegante, sus dedos se movían con una precisión que ocultaba el torbellino de emociones en su interior.
—Sí, he oído hablar de ella, respondió suave pero cargada de una cautela que Arien no percibió. —Sus métodos son… innovadores. Será interesante escuchar lo que tiene que decir.
En realidad, Lysandra sabía exactamente quién era Helena Morven. No era ninguna empresaria, sino su hermana, la Bruja de Venus. La noche anterior, Venus había irrumpido en su habitación, dejándole claro que había llegado el momento de reunirse con el aquelarre. Venus le había mandado un mensaje diciendo que la esperaría después de la conferencia, y aunque Lysandra había intentado mantener la calma, su presencia en un lugar tan público la ponía al borde de la ansiedad. Entraron al auditorio, un espacio amplio con paredes de cristal azul que reflejaban la luz del sol en tonos fríos, y asientos dispuestos en un semicírculo alrededor de un estrado central tallado en mármol blanco, un escenario que parecía diseñado para resaltar la importancia de cada palabra pronunciada allí.
Helena Morven ya estaba en el estrado, capturando la atención de todos los presentes como si el mismísimo aire se inclinara ante ella. Su vestido negro y gris ceniza con ribetes dorados abrazaba su figura esbelta, resaltando cada curva con una precisión que era tanto elegante como provocadora. Los guantes largos de encaje negro que cubrían sus manos añadían un toque de misterio, y su cabello oscuro con destellos cobrizos, recogido en un moño bajo, dejaba al descubierto la perfección de su cuello. Sus ojos rojos, como rubíes sumidos en terciopelo, brillaban con una intensidad que parecía atravesar a cada persona en la sala, tejiendo una red invisible de fascinación. Cuando comenzó a hablar, su voz suave y melódica llenó el espacio, cada palabra cuidadosamente elegida para persuadir y encantar, como un veneno dulce que se infiltraba en los pensamientos de los oyentes.
Lysandra tomó asiento junto a Arien, sus manos se mantenían entrelazadas sobre su regazo mientras escuchaba la conferencia con una expresión de interés fingido. Pero su mente estaba en otra parte, atrapada en la presencia magnética de Venus y en el mensaje que su llegada traía consigo. Venus sabía que Gaia vendría a buscarla después de la conferencia; era parte del plan, un momento cuidadosamente orquestado para iniciar su extracción. Lysandra no podía evitar sentir el peso de lo que estaba por venir. Una parte de ella anhelaba reunirse con sus hermanas, sentir de nuevo el lazo del Permet que las unía, pero otra parte—la parte que era Lysandra—temía lo que eso significaría. Dejar atrás esta vida, a Arien, a su padre adoptivo… era un precio que no estaba segura de estar lista para pagar.
Arien, ajena a los pensamientos turbulentos de su amiga, se inclinó hacia ella y susurró con una sonrisa traviesa, sus ojos brillantes de admiración.
—Es increíblemente carismática, ¿no crees? Podría convencerme de comprar una granja en Marte si quisiera.
Lysandra forzó una sonrisa, asintiendo ligeramente, sus labios curvándose en un gesto que no alcanzaba sus ojos violetas.
—Sí… es muy persuasiva, murmuró apenas audible mientras sus ojos se encontraban con los de Venus por un instante.
En ese breve intercambio, sintió el peso de la mirada de su hermana, un mensaje silencioso que resonó en su interior como un eco: Te espero, Gaia. El nudo en su pecho se apretó, una mezcla de ansiedad y resolución que la hacía sentir atrapada entre dos mundos.
La conferencia continuó, y Venus habló con una elocuencia que mantenía a la audiencia cautivada, sus palabras tejiendo imágenes de campos verdes en planetas áridos, de un futuro donde la tecnología y la naturaleza coexistían en armonía. Pero para Lysandra, cada frase era un recordatorio de su destino, de la vida que había tratado de olvidar. Cuando la conferencia terminó, los estudiantes se pusieron de pie, aplaudiendo con entusiasmo mientras Venus inclinaba la cabeza con una sonrisa encantadora, su mirada recorriendo la sala hasta detenerse brevemente en Lysandra, un gesto que confirmaba que el momento había llegado.
Arien se levantó de su asiento, ajustando su uniforme mientras miraba a Lysandra con una sonrisa.
—Eso fue increíble, dijo, su tono lleno de entusiasmo. —¿Vamos a tomar algo en la cafetería? Creo que merecemos un descanso después de esto.
Lysandra dudó por un momento, sus manos alisaron la falda de su uniforme mientras buscaba las palabras adecuadas.
—Lo siento, Arien, dijo finalmente de manera suave pero firme. —Tengo que hablar con la conferencista. Hay… algo que necesito discutir con ella. ¿Me esperas en la cafetería? No tardaré.
Arien alzó una ceja, claramente sorprendida, pero asintió con una sonrisa comprensiva.
—Claro, Lysa. No te preocupes. Te guardaré un asiento, respondió, dándole un apretón amistoso en el brazo antes de dirigirse hacia la salida con el resto de los estudiantes.
Lysandra esperó a que la sala se vaciara, su corazón estaba latiendo con fuerza mientras se acercaba al estrado donde Venus la esperaba. La Bruja de Venus había fingido revisar algunos documentos holográficos, pero sus ojos rojos se alzaron hacia Lysandra en cuanto esta se acercó, una sonrisa sutil curvando sus labios.
—Mi pequeña hermanita, dijo en un tono bajo, su voz cargada de un afecto que contrastaba con su naturaleza provocadora. —te estaba esperando.
Antes de que Lysandra pudiera responder, un movimiento en las sombras de la sala captó su atención. Arien no se había ido a la cafetería como había prometido. En cambio, se había escondido detrás de una de las columnas de cristal azul, su curiosidad había superado su sentido común. Desde su posición, podía escuchar cada palabra, sus ojos estaban abiertos de par en par mientras observaba a Lysandra y a la misteriosa conferencista, su mente se encontraba trabajando a toda velocidad para entender lo que estaba presenciando.
Venus continuó, volviendo su tono más serio mientras se inclinaba ligeramente hacia Lysandra.
—Una de las impostoras está cerca, dijo cagada de urgencia. —La siento a través del Permet. No sé quién es, pero su presencia es… inquietante. No podemos quedarnos mucho tiempo.
Lysandra frunció el ceño, su expresión oscilaba entre la confusión y la alarma.
—¿Una impostora? susurró, sus manos apretándose en puños a sus costados. —¿Qué significa eso?
Antes de que Venus pudiera responder, el mundo a su alrededor se desgarró con una violencia devastadora. Una explosión masiva sacudió el edificio, el suelo temblando con una fuerza que hizo que las paredes de cristal azul se resquebrajaran en un estallido de fragmentos afilados. El rugido de la detonación fue ensordecedor, seguido por un coro de gritos desgarradores que llenaron el aire mientras el caos se desataba con una furia implacable. Fuera del auditorio, el cielo despejado de Aenys Concordia se oscureció con columnas de humo negro y anaranjado, y el sonido de múltiples explosiones resonó como un trueno interminable. Drones armados descendían en enjambres desde las alturas, disparando ráfagas de energía que reducían los jardines y los edificios a escombros humeantes. Las bioesferas estallaban en una lluvia de cristal que caía como agujas mortales, atravesando a los estudiantes que corrían en busca de refugio, sus uniformes impecables ahora manchados de sangre y cenizas.
El ataque fue crudo, brutal y extenso, un asalto terrorista diseñado para sembrar el terror y la destrucción. Los edificios de la academia, símbolos de la élite del CESO, se derrumbaban uno tras otro, sus cúpulas de cristal explotando en nubes de fuego y vidrio. Los drones no discriminaban: disparaban contra estudiantes, profesores y personal de seguridad por igual, dejando un rastro de cuerpos destrozados y charcos de sangre que se extendían por los pasillos de mármol blanco. En el horizonte, una figura colosal emergió entre el humo: un mobile suit pintado con colores negro metalico y dorado, cargado de cañones y lanzamisiles que disparaban sin piedad. El suelo temblaba con cada paso del mecha, sus armas desatando una lluvia de proyectiles que convertían los jardines en cráteres humeantes, arrancando árboles de raíz y dejando un paisaje de devastación absoluta.
Venus se tensó, sus ojos rojos brillando con una mezcla de furia y alarma mientras el caos se intensificaba a su alrededor.
—Es un ataque, dijo mientras miraba hacia las ventanas destrozadas del auditorio. —La impostora… Ha venido por ti.
En ese momento, Arien salió de su escondite, su rostro pálido y sus ojos llenos de terror mientras corría hacia ellas, tropezando con los escombros que cubrían el suelo.
—¡Lysa! gritó, su voz quebrándose de miedo.
Sin embargo, antes de que pudiera alcanzarlas, otra explosión estalló cerca, el impacto envio una onda de calor y escombros que derribó a Arien al suelo con violencia. Una viga de acero del techo se desprendió, cayendo a pocos centímetros de su cabeza, y un pedazo de cristal roto se incrustó en su brazo, arrancándole un grito de dolor mientras la sangre comenzaba a brotar, tiñendo su uniforme de un rojo brillante.
Lysandra se soltó del agarre de Venus y corrió hacia su amiga, su corazón latiendo con desesperación mientras se arrodillaba a su lado, sus manos temblando mientras ayudaba a Arien a levantarse.
—¡Arien! Exclamó quebrándose mientras revisaba la herida en su brazo, la sangre caliente manchando sus dedos.
Arien estaba temblando, el corte en su brazo era profundo y sangrante, pero seguía consciente, sus ojos estaban llenos de miedo mientras se aferraba a Lysandra.
Venus, que se había detenido a pocos pasos, chasqueó la lengua con frustración, su expresión se oscureció mientras miraba a su alrededor, evaluando el caos que las rodeaba. El auditorio estaba en ruinas, las paredes de cristal ahora reducidas a fragmentos que cubrían el suelo como una alfombra mortal, y el aire estaba cargado de humo y el olor metálico de la sangre.
—No tenemos tiempo, Gaia, dijo mientras se acercaba a ellas, su vestido ondeando a su alrededor como un aura de humo. —Tenemos que irnos ya.
Lysandra tomó la mano de Arien con fuerza, su mirada llena de determinación mientras se giraba hacia Venus.
—No me iré sin ella, dijo firme a pesar del temblor que la recorría, sus ojos violetas brillando con una resolución inquebrantable. —No la dejaré aquí.
Venus frunció el ceño, sus ojos rojos destellaban con una mezcla de incredulidad y exasperación.
—No podemos llevarla, respondió, cargada de urgencia mientras el rugido de otra explosión resonaba más cerca, el techo del auditorio comenzando a colapsar sobre ellas. —Es demasiado peligroso. No sabes lo que esto significa.
Los ataques continuaron con una violencia implacable, el mobile suit de la bruja impostora avanzaba hacia el auditorio con pasos que hacían temblar la tierra, sus cañones disparaban ráfagas de energía que reducían los edificios a escombros. Fuera, los cuerpos de los estudiantes y profesores yacían esparcidos por el campus, algunos irreconocibles bajo los restos de las bioesferas, otros aplastados por los escombros de los edificios derrumbados. Los drones seguían disparando, sus láseres cortando el aire con un zumbido mortal, y el cielo se había oscurecido por completo, las columnas de humo negro elevándose como un sudario sobre Aenys Concordia. Este ataque no era solo un acto de terror; era una declaración de guerra contra el CESO, un golpe devastador que cambiaría el curso del gobierno para siempre, marcando un segundo punto de inflexión que desestabilizaría su control sobre la galaxia.
Lysandra apretó la mano de Arien con más fuerza, su expresión estaba endurecida mientras miraba a Venus.
—No me iré sin ella, repitió, su voz ahora más alta, cargada de una autoridad que no había mostrado antes, un eco de la Bruja de la Tierra que comenzaba a despertar en su interior.
Venus chasqueó la lengua de nuevo, su paciencia agotándose mientras evaluaba la situación. El techo del auditorio crujió de manera ominosa, y un pedazo de mampostería cayó a pocos metros de ellas, levantando una nube de polvo que las hizo toser. Finalmente, con un suspiro exasperado, Venus asintió bruscamente.
—Está bien, dijo cortante mientras comenzaba a moverse hacia la salida, su vestido ondeando a su alrededor como un aura de humo. —Pero no me hago responsable de lo que pase. Síganme, rápido.
Lysandra ayudó a Arien a ponerse de pie, manteniendo su mano firmemente mientras seguía a Venus a través del caos. Arien, todavía temblando y con el brazo sangrando, miraba a Lysandra con una mezcla de miedo y confusión, pero no soltó su mano, confiando en su amiga a pesar de no entender lo que estaba sucediendo. Mientras corrían hacia la salida, esquivando los escombros y los fragmentos de cristal que caían a su alrededor, el mobile suit de la bruja impostora se alzaba sobre ellas, su sombra se proyectaba como una amenaza inminente. El campus de la Academia Lysenthia, una vez un símbolo de la élite del CESO, ahora era un campo de batalla, un paisaje de muerte y destrucción que marcaría el inicio de un cambio radical en el gobierno y en el destino de Gaia.
El aire estaba cargado de humo negro y el olor acre del metal quemado, una mezcla que quemaba los pulmones con cada respiración. El cielo, que apenas unas horas antes había sido un lienzo azul despejado, ahora era un infierno de columnas de fuego y cenizas que se elevaban como un sudario sobre Aenys Concordia. La periodista Lirien Kastor, con su chaqueta de prensa desgarrada y el rostro cubierto de hollín, se encontraba agazapada detrás de los restos de una estatua de mármol en el centro de la Plaza de la Concordia, a pocos kilómetros de la Academia Lysenthia. Su cabello castaño, normalmente recogido en una coleta impecable, colgaba en mechones desordenados alrededor de su rostro, y sus ojos verdes brillaban con una mezcla de adrenalina y terror mientras sostenía el micrófono con manos temblorosas. A su lado, el camarógrafo Joren Vael, un hombre corpulento con barba desaliñada, manejaba la cámara holográfica con una determinación sombría, capturando cada segundo de la masacre que se desplegaba ante ellos.
—Estamos en vivo desde Aenys Concordia, en el corazón del distrito diplomático —dijo Lirien con su voz ronca pero firme mientras se esforzaba por mantener el control, el rugido de las explosiones resonando a su alrededor como un tambor de guerra. —Lo que comenzó como un día normal en esta ciudad ha… ha degenerado en un ataque terrorista de proporciones catastróficas. Un mobile suit desconocido ha irrumpido en la ciudad, y… y está destruyendo todo a su paso.
La cámara de Joren giró hacia el horizonte, enfocando la figura colosal que dominaba el paisaje de Aenys Concordia como un titán de pesadilla. El mobile suit, pintado en tonos de negro metalico y dorado, se alzaba a más de 30 metros de altura, cargado de cañones y lanzamisiles que disparaban sin piedad. Sus extremidades mecánicas, cubiertas de placas de armadura dentadas, se movían con una precisión letal, aplastando edificios enteros con cada paso. Los jardines colgantes, símbolos de la opulencia de la ciudad, eran ahora montones de escombros en llamas, las flores bioluminiscentes calcinadas y esparcidas como cenizas. La cámara capturó el momento en que el mobile suit disparó una ráfaga de misiles hacia un edificio residencial cercano, un rascacielos de cristal negro que albergaba a familias de diplomáticos. La estructura estalló en una bola de fuego, los cristales cayendo como una lluvia mortal sobre los civiles que corrían por las calles, sus gritos desgarradores perdiéndose en el rugido de la explosión.
—¡Es una masacre! — gritó Lirien quebrándose mientras se agachaba más detrás de la estatua, un pedazo de escombro cayendo a pocos centímetros de su cabeza. —El mobile suit… no discrimina. Civiles, edificios, todo está siendo reducido a… a nada. Mujeres, niños… están muriendo frente a nosotros. La cámara de Joren se movió hacia la calle principal, capturando a un grupo de civiles que intentaban huir, sus rostros llenos de terror mientras corrían con niños en brazos. Una ráfaga de energía del mobile suit los alcanzó, el rayo cortando el aire con un zumbido mortal. Los cuerpos fueron vaporizados al instante, dejando solo un cráter humeante y un charco de sangre que se mezclaba con el polvo.
De pronto, el cielo se llenó con el rugido de los motores de la defensa planetaria del CESO. Una escuadrilla de cazas estelares, modelos Halcyon-7, descendió en formación, sus alas brillando bajo la luz del sol mientras disparaban ráfagas de plasma contra el mobile suit.
—¡La defensa planetaria ha llegado! — exclamó Lirien, un destello de esperanza cruzando su rostro mientras se asomaba por encima de la estatua, la cámara de Joren siguiendo cada movimiento de los cazas. Pero la esperanza duró poco. El mobile suit giró su torso con una velocidad imposible para una máquina de su tamaño, desplegando un escudo de energía que absorbió los disparos de plasma como si fueran gotas de lluvia. Luego, con un movimiento fluido, levantó un brazo y disparó un cañón de partículas que barrió el cielo en un arco mortal. Los cazas Halcyon-7 estallaron uno tras otro, sus restos cayendo en espiral hacia la ciudad en una lluvia de fuego y metal retorcido. Uno de los cazas chocó contra un edificio de oficinas, la explosión enviando una onda de calor que derribó a Lirien y Joren al suelo.
—¡Están… están siendo eliminados! — gritó Lirien temblando mientras se arrastraba para levantarse, la sangre goteando de un corte en su frente donde un fragmento de metal la había alcanzado. —La defensa planetaria no… no puede detenerlo. Esto es… esto es una masacre absoluta. La cámara de Joren, ahora temblorosa, capturó los restos de los cazas cayendo sobre la ciudad, aplastando a más civiles que intentaban escapar, sus cuerpos destrozados bajo el peso del metal ardiente.
El sonido de botas pesadas resonó en la plaza mientras unidades terrestres del CESO llegaban a pie, soldados con armaduras tácticas negras y rifles de plasma en las manos. Se desplegaron rápidamente, tomando posiciones detrás de los restos de vehículos y estatuas derribadas, sus gritos de órdenes mezclándose con el caos. —¡Unidades terrestres han llegado! — informó Lirien, su voz llena de urgencia mientras se asomaba de nuevo, la cámara de Joren enfocando a los soldados mientras comenzaban a disparar contra el mobile suit. Los rayos de plasma impactaban contra la armadura del mecha, pero apenas dejaban marcas superficiales, como si dispararan contra una montaña. El mobile suit respondió con una brutalidad implacable, desplegando un lanzallamas que barrió la plaza con una lengua de fuego que incineró a los soldados en segundos. Los gritos de los hombres se alzaron en el aire, sus cuerpos convirtiéndose en antorchas vivientes mientras corrían en todas direcciones, algunos cayendo al suelo y retorciéndose hasta que el fuego los consumía por completo.
Lirien y Joren se encontraron atrapados en el fuego cruzado, el calor abrasador del lanzallamas acercándose peligrosamente mientras los disparos de plasma de los soldados restantes zumbaban sobre sus cabezas. —¡Estamos en el centro del combate! — gritó Lirien, su voz quebrándose mientras se arrojaba al suelo, Joren cayendo a su lado con un gruñido de dolor. La cámara holográfica cayó al ras del suelo, su lente capturando la masacre desde un ángulo aterradoramente íntimo: botas de soldados corriendo, cuerpos carbonizados desplomándose, y el mobile suit avanzando inexorablemente, aplastando a un grupo de soldados bajo su pie mecánico con un crujido nauseabundo que resonó como un trueno. La sangre salpicó el suelo, mezclándose con el polvo y los escombros, mientras el mecha disparaba otra ráfaga de misiles que destruyó un hospital cercano, las llamas elevándose hacia el cielo en una columna infernal.
—Esto… esto es el fin — susurró Lirien apenas audible mientras se arrastraba hacia Joren, su rostro cubierto de sangre y cenizas. —No hay esperanza… el CESO no puede… no puede detenerlo… — Antes de que pudiera terminar su frase, una ráfaga de energía del mobile suit barrió la plaza, los rayos cortando el aire con un zumbido mortal. Lirien y Joren fueron alcanzados de lleno, sus cuerpos acribillados por los disparos mientras caían al suelo con un grito ahogado. La cámara holográfica, todavía grabando, capturó los últimos momentos de la reportera y el camarógrafo: Lirien, con los ojos abiertos y vidriosos, un charco de sangre extendiéndose bajo su cuerpo destrozado; Joren, con el rostro contra el suelo, su espalda perforada por múltiples impactos, la sangre goteando de su boca mientras su respiración se detenía.
La transmisión continuó por unos segundos más, la lente de la cámara mostrando el mobile suit de la impostora, ahora conocida como Ochs, avanzando sobre los restos de la Plaza de la Concordia, aplastando los cuerpos de los soldados y civiles bajo sus pies mecánicos mientras disparaba otra ráfaga de misiles hacia el centro de la ciudad. Los edificios colapsaban como castillos de naipes, las explosiones iluminando el cielo con un resplandor infernal, y los gritos de los sobrevivientes se perdían en el rugido de la destrucción. Luego, la transmisión se cortó abruptamente, dejando solo estática en las pantallas de millones de espectadores en toda la galaxia.
El aire estaba cargado de humo negro y el olor acre del metal quemado, una mezcla que quemaba los pulmones con cada respiración. El cielo, que apenas unas horas antes había sido un lienzo azul despejado, ahora era un infierno de columnas de fuego y cenizas que se elevaban como un sudario sobre Aenys Concordia.
Venus lideraba el camino, su vestido negro y gris ceniza ondeando a su alrededor como un aura de humo, los ribetes dorados brillaban tenuemente bajo la luz infernal del fuego. Sus ojos rojos escaneaban cada rincón con una intensidad calculadora, buscando una vía de escape mientras tiraba de Gaia con una mano firme. Gaia, con su uniforme de la academia ahora rasgado y manchado de hollín, sostenía la mano de Arien con fuerza, sus ojos violetas estaban llenos de una mezcla de determinación y miedo mientras ayudaba a su amiga a mantenerse en pie. Arien, con el brazo herido y la sangre goteando por su frente, tropezaba con cada paso, su respiración agitada y sus ojos abiertos de par en par, el terror grabado en cada línea de su rostro.
Un dron de ataque descendió hacia ellas desde el cielo, su cañón láser zumbaba mientras se preparaba para disparar. Venus giró la cabeza hacia el dron, sus ojos rojos brillaron con un destello de poder mientras extendía una mano.
—Para, murmuró suave pero cargada de una autoridad que parecía doblegar la realidad misma.
El dron se detuvo en seco, sus circuitos zumbaron mientras su programación era sobrescrita por el don de Venus. La Bruja de Venus podía controlar a una sola persona o máquina a la vez, tejiendo una ilusión perfecta que convertía la resistencia en obediencia, y ahora usaba ese poder para abrirles un camino.
—Dispara a tus aliados, ordenó, y el dron giró su cañón hacia otro grupo de drones cercanos, abriendo fuego contra ellos y creando una distracción que permitió a las tres seguir avanzando.
—¡Por aquí! gritó Venus, guiándolas hacia un hangar auxiliar en el extremo norte del campus, donde los shuttles de evacuación de la academia estaban resguardados.
El hangar era una estructura de acero y cristal que milagrosamente seguía en pie, aunque las explosiones cercanas habían resquebrajado sus paredes y hecho colapsar parte del techo. Mientras corrían, un rayo de energía del mobile suit de Ochs impactó a pocos metros de ellas, levantando una nube de polvo y escombros que las hizo tambalear. Arien soltó un grito de terror, cayendo al suelo mientras se cubría la cabeza con las manos, su cuerpo temblando incontrolablemente.
—¡Arien, levántate! exclamó Gaia, arrodillándose a su lado para ayudarla, sus manos temblando mientras la levantaba con cuidado. —Tenemos que seguir, por favor…
Venus se giró hacia ellas, con su expresión endureciéndose mientras evaluaba la situación.
—No hay tiempo para esto, dijo cortante mientras corría hacia un grupo de guardias de seguridad que intentaban organizar una evacuación.
Uno de los guardias, un hombre joven con el uniforme del CESO manchado de sangre, se tensó al verla acercarse, levantando su rifle de plasma con manos temblorosas. Venus lo miró directamente a los ojos, sus iris rojos destellando con un brillo hipnótico.
—Llévanos a un shuttle funcional, ordenó suave pero implacable.
El guardia bajó el rifle al instante, su mirada se volvió vidriosa mientras asentía obedientemente.
—Sí… sí, señora, murmuró, girándose para guiarlas hacia el interior del hangar.
El guardia las llevó a un shuttle de evacuación, una nave compacta de diseño aerodinámico con el emblema de la Academia Lysenthia grabado en su casco plateado. Venus abrió la compuerta con un movimiento rápido, empujando a Gaia y Arien al interior mientras el guardia permanecía inmóvil, atrapado en la ilusión de Venus.
—Suban, ahora, ordenó, con un tono que no dejaba espacio para protestas mientras se dirigía al asiento del piloto, sus manos moviéndose con precisión sobre los controles holográficos para encender los motores.
Gaia ayudó a Arien a sentarse en uno de los asientos de la cabina, asegurándola con el cinturón de seguridad mientras intentaba calmarla. Arien estaba al borde del colapso, su respiración entrecortada y sus ojos llenos de lágrimas mientras miraba a su amiga con desesperación.
—Lysa… ¿qué está pasando? sollozó, su voz quebrándose mientras se aferraba al brazo de Gaia, sus dedos temblando. —¿Quién es esa mujer? ¿Qué es todo esto? ¡No entiendo nada!
Gaia tragó saliva, su corazón apretándose al ver el estado de su amiga.
—Arien, por favor, trata de calmarte, dijo, suave pero cargada de urgencia mientras tomaba las manos de Arien entre las suyas, intentando transmitirle algo de tranquilidad. —Te lo explicaré todo, lo prometo, pero ahora mismo necesitamos salir de aquí. Confía en mí, ¿sí?
Antes de que Arien pudiera responder, el shuttle se estremeció violentamente, una explosión cercana haciendo que la nave se inclinara hacia un lado. Venus maldijo entre dientes, sus manos comenzaron a moverse con rapidez sobre los controles mientras los motores rugían a la vida.
—¡Agárrense! gritó, empujando la palanca de despegue hacia adelante.
El shuttle se elevó del suelo con un rugido, saliendo del hangar justo cuando el mobile suit de Ochs disparaba otra ráfaga de misiles que redujo el edificio a escombros, una nube de fuego y polvo se elevo detrás de ellas.
El shuttle atravesó la atmósfera superior de la Tierra a una velocidad vertiginosa, dejando atrás las columnas de humo que aún ascendían desde Aenys Concordia. El cielo se tornó negro, tachonado de estrellas distantes mientras la nave temblaba con el cambio de presión, los escudos se activaron al máximo para compensar la inestabilidad causada por los impactos previos. Gaia se aferraba con fuerza al asiento, sus ojos estaban clavados en Arien, quien seguía temblando a su lado, la sangre de su brazo secaba lentamente en la tela del uniforme rasgado.
Desde el panel de control, Venus observaba el radar con el ceño fruncido.
—Nos están siguiendo, anunció con frialdad. —Dos interceptores de Ochs, modelos ligeros. No tienen permiso oficial, lo que significa que son parte de la operación encubierta. Si nos alcanzan, no dejarán sobrevivientes.
Los motores del shuttle rugieron mientras Venus maniobraba con precisión, intentando evadir la trayectoria de los cazas que se acercaban rápidamente desde el oeste. A través del ventanal, Gaia pudo ver sus siluetas: naves angulosas con alas cortas y cañones gemelos a cada lado, brillando con un tono carmesí artificial que parecía devorar la oscuridad del espacio.
—¿Qué hacemos? preguntó Gaia, girándose hacia Venus. —¿Podemos enfrentarlos?
—No con este trasto escolar, respondió Venus cargada de sarcasmo mientras esquivaba una ráfaga de disparos láser que pasó rozando el casco del shuttle. —Solo tengo un pulso electromagnético de corto alcance. Si no llega ayuda en los próximos segundos, nos convertirán en cenizas flotantes.
El shuttle ascendió rápidamente, atravesando el cielo lleno de humo y cenizas mientras Venus maniobraba para evadir los disparos del mobile suit. Pero el peligro no terminó ahí. Mientras se acercaban a la órbita terrestre, un escuadrón de interceptores enemigos emergió de las nubes, sus cañones láser abriendo fuego contra el shuttle. Los rayos de energía rozaban el casco, dejando marcas chamuscadas mientras Venus giraba la nave en un intento desesperado por esquivar los ataques.
—¡Nos tienen en la mira! — exclamó, su voz tensa mientras empujaba los motores al límite, el shuttle temblando bajo la presión. Arien soltó un grito de terror, aferrándose a su asiento mientras las alarmas de la nave resonaban en la cabina. —¡Vamos a morir! — sollozó mientras sus ojos llenos de pánico se llenaban de lagrimas mirando a Gaia. —¡Lysa, por favor, dime qué está pasando! —
Gaia se inclinó hacia ella, su propia respiración acelerada mientras intentaba mantener la calma. —Arien, escúchame, —dijo temblando pero firme mientras tomaba el rostro de su amiga entre sus manos. —No vamos a morir. Te voy a proteger, lo juro. Solo… solo quédate conmigo, ¿sí? — Un impacto directo sacudió el shuttle, un rayo láser atravesando el ala derecha y haciendo que la nave girara fuera de control. Las alarmas se intensificaron, luces rojas parpadeando en la cabina mientras Venus luchaba por estabilizar la nave. —¡No vamos a lograrlo! — gritó, su voz cargada de frustración mientras miraba los sensores, los interceptores acercándose para el golpe final.
Venus cerró los ojos un segundo, conectándose brevemente con el Permet.
—Si estás cerca… murmuró en voz baja, casi sin aliento, —responde, por favor.
Y entonces, lo imposible ocurrió.
Una presencia emergió desde el lado oculto de la Luna, cruzando el espacio como una sombra de hielo que rasgaba la oscuridad con su sola existencia. El Gundam de Neptuno apareció con una majestuosidad inhumana, cubierto daños en sus placas azul profundo con vetas líquidas que parecían moverse por su superficie como corrientes submarinas. Su silueta era etérea, como si el vacío del espacio se doblara a su paso. En sus manos sostenía una lanza segmentada, parecida a un tridente ceremonial, y en su espalda, aletas móviles que vibraban con energía del Permet.
Uno de los interceptores detectó la presencia y giró bruscamente para atacarlo. El Gundam de Neptuno ni siquiera se movió de su lugar. Levantó una mano, y una nube espesa de vapor corrosivo brotó de su armadura, extendiéndose como una niebla venenosa. El caza entró en ella, y en menos de un segundo, sus sistemas fallaron, su estructura colapsó y se desintegró en fragmentos que flotaron en el vacío como ceniza congelada.
El segundo interceptor intentó huir, pero Neptuno extendió su lanza, que se dividió en múltiples segmentos, extendiéndose como un látigo eléctrico. Con un movimiento fluido, la arma atravesó el casco del caza y lo partió en dos, dejando un resplandor azulado que se extinguió en silencio.
Venus observó todo desde la cabina, sus ojos rojos fijos en el radar, donde los dos puntos hostiles se desvanecían.
—Gracias, susurró quebrándose por primera vez en mucho tiempo. Cerró los ojos y apoyó la frente contra el panel de control, el peso del momento aplastaba su pose habitual de superioridad. —Gracias por no dejarme sola.
Gaia la miró, sorprendida por ese instante de vulnerabilidad.
—¿Quién es? preguntó con suavidad. —¿esa es acaso Neptuno?
Venus respiró hondo antes de girarse hacia ella, su mirada volviendo a endurecerse como si se colocara de nuevo una máscara.
—Si que lo es, respondió con tono firme. —Nuestra hermana. Y acaba de salvarnos la vida.
Gaia abrazó a Arien con fuerza con sus ojos violetas llenos de lágrimas mientras miraba a través de la ventana de la cabina, el Gundam de Neptuno escoltándolas hacia la seguridad del espacio profundo. Arien, todavía temblando y confundida, se aferró a ella, su respiración entrecortada mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. —Lysa…—susurró, su voz apenas audible. —¿Qué… qué eres tú? —
Gaia no respondió, su mirada se perdio en el infinito del espacio mientras el peso de su verdadera identidad, Gaia, la Bruja de la Tierra, se asentaba sobre sus hombros. Sabía que no podía seguir escondiéndose, no de Arien, no de sí misma. El ataque de Ochs había cambiado todo, y ahora, con sus hermanas a su lado, tendría que enfrentar su destino.
Afuera, el Gundam de Neptuno flotaba en silencio, como un espectro protector herido, el mobile suit no había podido recuperarse de los daños que la batalla anterior, sin embargo, estaba ahi. Desde el shuttle, Arien lo observaba con los ojos abiertos de par en par, sin poder comprender del todo lo que acababa de presenciar.
La pantalla holográfica parpadeó con una breve estática antes de estabilizarse, mostrando un fondo oscuro y austero iluminado por una luz fría que proyectaba sombras duras y afiladas. En el centro de la transmisión, dos figuras imponentes se alzaban como símbolos de una autoridad implacable: el general Kael Vorsen de SOVREM y el general Ector Varnheim de Dominicus. Vorsen, un hombre de rostro anguloso y cicatrices marcadas, vestía un uniforme negro con insignias doradas que brillaban bajo la luz, sus ojos grises destilando una furia contenida. A su lado, Varnheim, un veterano de guerra de 64 años, proyectaba una presencia intimidante a pesar de las arrugas que surcaban su rostro curtido. Su cabello gris acero estaba cortado al ras, y sus ojos azules, opacos por los años pero afilados como cuchillas, parecían perforar la pantalla. Su brazo izquierdo, un implante mecánico de titanio negro con articulaciones que zumbaban suavemente al moverse, reflejaba la luz con un brillo metálico, un recordatorio de las batallas que había librado y sobrevivido. Vestía un uniforme gris acero con medallas que colgaban de su pecho, cada una un testimonio de su brutalidad en el campo de batalla. Detrás de ellos, el emblema conjunto de SOVREM y Dominicus—una estrella de seis puntas rodeada por un círculo de espinas—rotaba lentamente, un símbolo visual de su poder unificado.
El general Vorsen dio un paso al frente, su voz grave y resonante llenando el espacio con una autoridad que no admitía réplicas. —Pueblos del Sistema Solar, comenzó, su tono cortante como un látigo, cada palabra pronunciada con una precisión militar. —Hoy, a las 17:42 hora local de Aenys Concordia, la Tierra ha sido testigo de un acto de barbarie sin precedentes. Las fuerzas terroristas lideradas por la abominación conocida como Ochs han atacado la Academia Lysenthia y el distrito diplomático, dejando un rastro de muerte y destrucción que ha sacudido los cimientos de nuestra civilización.
Hizo una pausa, sus manos enguantadas apretándose en puños a sus costados mientras su mirada se endurecía, las cicatrices en su rostro pareciendo más profundas bajo la luz fría. —SOVREM desplegó sus tropas con la máxima fuerza: tanques, mobile suits, naves de combate y unidades terrestres se movilizaron para contraatacar a estas bestias. Las fuerzas terroristas han sido abatidas; sus soldados han sido capturados o eliminados sin piedad. Pero la bruja conocida como Ochs ha logrado escapar, demostrando una vez más la cobardía de estas criaturas infernales.
El general Ector Varnheim dio un paso adelante, su brazo mecánico zumbando suavemente mientras lo alzaba en un gesto de autoridad, los dedos metálicos cerrándose en un puño que resonó con un clic metálico. Su voz, ronca y cargada de una furia que parecía haber sido forjada en décadas de guerra, cortó el aire como un cañonazo. —Durante este ataque vil y cobarde, hemos perdido a un líder invaluable, anunció cargado de un desprecio visceral que hacía temblar cada palabra. —Delling Rembran, presidente de UNISOL y defensor de la estabilidad galáctica, ha sido asesinado por las brujas. Su muerte es una afrenta directa a la humanidad, un recordatorio de la amenaza que estas aberraciones representan para nuestro futuro. Delling era un hombre de orden, un pilar de nuestra sociedad, y estas criaturas lo arrancaron de nosotros con su vileza.
Vorsen retomó la palabra, su expresión endureciéndose aún más mientras alzaba una mano en un gesto de autoridad absoluta, su mirada gris fija en la cámara como si pudiera atravesar las pantallas y someter a cada espectador. —Las brujas son una plaga para la humanidad, declaró, su voz resonó con un odio que parecía arder en su interior. —Son una enfermedad que se propaga en la oscuridad, sembrando el caos y la muerte a donde quiera que vallan. No tienen lugar en nuestra sociedad, ni en nuestro sistema solar. Deben ser rechazadas, cazadas y erradicadas como la podredumbre que son.
Varnheim asintió, su brazo mecánico descendiendo con un zumbido mientras su mirada helada se clavaba en la cámara, sus ojos azules brillando con un fervor fanático. —A partir de este momento, continuó, adquiriendo un tono implacable que no dejaba espacio para la duda, —Dominicus tomará el control administrativo de UNISOL. Todas las fuerzas militares y recursos disponibles serán redirigidos bajo nuestro mando con un único propósito: cazar a las brujas y destruir a los terroristas que las apoyan. No habrá clemencia, no habrá tregua. Cualquier individuo, colonia o planeta que se atreva a dar refugio a estas criaturas será considerado un enemigo de la humanidad y enfrentará las consecuencias más severas. No descansaremos hasta que la última de estas abominaciones sea exterminada.
Vorsen dio un paso más cerca de la cámara, su rostro llenando la pantalla mientras su voz se elevaba en un crescendo autoritario, cada palabra cargada de una convicción que rayaba en la locura. —El orden debe prevalecer. La humanidad debe prevalecer. Y para ello, debemos unirnos bajo una sola verdad, una sola voluntad. Hizo una pausa dramática, sus ojos grises brillando con un fervor que helaba la sangre, antes de pronunciar la frase final con una intensidad que parecía grabarse en el alma de cada espectador: —UNISOL es la única verdad. ¡Heil UNISOL!
La transmisión se cortó abruptamente, dejando solo el emblema de SOVREM y Dominicus girando en la pantalla, su imagen grabándose en la mente de millones de espectadores en todo el sistema solar. El mensaje había sido claro: el ataque de Ochs había desatado una nueva era de control fascista, una cacería implacable que no se detendría hasta que las brujas fueran eliminadas por completo, y Dominicus, bajo el liderazgo del general Ector Varnheim, estaría al frente de esta purga.
El hangar privado de La Casa de las Ninfas de Éter se alzaba como un refugio sombrío en medio del paisaje venusino, sus paredes de acero y cristal oscuro reflejando el resplandor ámbar de las lámparas que pendían del techo. El aire estaba impregnado de un leve aroma a combustible y metal, mezclado con el perfume floral que flotaba desde las flores cultivadas en los jardines interiores del establecimiento. El shuttle de evacuación, con su casco plateado marcado por las cicatrices de los combates en la Tierra, descansaba en el centro del hangar, mientras el Glacispectre, el Gundam de Neptuno, se erguía a su lado, su armadura azul y dorada dañada ahora cubierta por una manta oscura que Neptuno había dispuesto con cuidado para camuflarlo como un mobile suit convencional. La manta, de un negro opaco con bordes desgastados, ocultaba los detalles distintivos del Gundam, un detalle que Neptuno ajustaba con movimientos precisos, su figura imponente proyectando una sombra sobre el suelo metálico.
En un rincón del hangar, Gaia y Arien estaban sentadas sobre una plataforma de carga, un espacio que ofrecía algo de privacidad en medio del caos silencioso que las rodeaba. Arien, con su uniforme de la Academia Lysenthia rasgado y manchado de sangre seca, el corte en su brazo envuelto en una venda que comenzaba a empaparse mantenía las manos temblorosas sobre su regazo. Sus ojos verdes estaban fijos en el suelo, vidriosos por el shock que aún la dominaba, su respiración entrecortada y su cuerpo estremeciéndose de vez en cuando. Frente a ella, Gaia estaba arrodillada, sus manos apoyadas con suavidad sobre las rodillas de su amiga, sus ojos violetas llenos de una mezcla de culpa y determinación. Su cabello negro azabache caía desordenado sobre sus hombros, y su uniforme maltrecho reflejaba las huellas del escape de la Tierra, pero su expresión era serena, un intento de ofrecer consuelo en medio de la tormenta.
—Arien — comenzó Gaia suave pero firme, rompiendo el silencio que las envolvía mientras buscaba la mirada de su amiga—. Sé que estás asustada, y lo siento mucho por todo lo que ha pasado. Pero… necesito que me escuches. Hay cosas que no te he dicho, cosas que he tenido que ocultar para protegerte. Pero ahora… ahora necesitas saber la verdad.
Arien alzó la mirada lentamente, sus ojos brillando con lágrimas mientras fruncía el ceño, una mezcla de miedo y confusión cruzando su rostro. —¿La verdad? — repitió, su voz temblando mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano—. ¿Qué verdad, Lysandra? ¿Qué eres tú? ¿Qué es todo esto? ¡Dime de una vez!
Gaia tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza mientras reunía el coraje para hablar. —No soy… no soy quien crees que soy — confesó, su voz quebrándose mientras pronunciaba las palabras que había temido durante años — Mi nombre es… mi verdadero nombre es Gaia. Y soy… soy una bruja. —
Arien parpadeó, su expresión oscilando entre la incredulidad y el desconcierto. Luego, soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza mientras se llevaba las manos al rostro.
—¿Una bruja? — repitió, su voz cargada de escepticismo. — ¿De verdad esperas que crea eso, Lysandra? Se que las brujas existen y que son seres malvados y crueles, UNISOL dice que son una amenaza, que son monstruos que destruyen todo… ¡pero tú no puedes ser una de ellas! Tú… tú eres mi amiga, eres la hija de un senador, eres una estudiante de la academia. No eres… no puedes ser una de esas cosas. —
Gaia suspiró, su mirada suavizándose mientras tomaba una de las manos de Arien con gentileza.
—Sé que es difícil de creer — dijo, su tono cargado de empatía. —Y sé que has oído cosas terribles sobre las brujas. Pero no somos como dicen. Puedo mostrártelo, Arien. Puedo mostrarte que estoy diciendo la verdad. —
Se incorporó lentamente, extendiendo una mano hacia el suelo del hangar, donde una pequeña grieta en el acero dejaba ver la tierra arenosa de Venus debajo. Cerró los ojos, concentrándose mientras una energía cálida comenzaba a emanar de su palma, un resplandor verde suave que parecía pulsar como el latido de un corazón.
Arien observó con los ojos abiertos de par en par, su respiración deteniéndose mientras veía cómo la arena comenzaba a moverse, pequeñas raíces verdes emergiendo de la grieta y creciendo a una velocidad imposible. En cuestión de segundos, un pequeño brote se transformó en una planta diminuta, con hojas brillantes y un capullo que se abrió para revelar una flor de pétalos dorados que brillaban bajo la luz del hangar.
—Esto… esto es lo que soy — dijo Gaia, su voz temblando mientras abría los ojos, el resplandor verde desvaneciéndose de su mano. — Soy una bruja, Arien. No soy un monstruo, pero… tengo poderes que no puedo ocultar más. —
Arien se quedó en silencio, su mirada fija en la flor que había crecido frente a ella, sus manos temblando mientras procesaba lo que acababa de ver.
—Eso… eso no puede ser real — murmuró apenas audible mientras extendía una mano temblorosa para tocar los pétalos dorados.
—Pero… pero lo es — susurró, alzando la mirada hacia Gaia con una mezcla de asombro y miedo —Tú… tú hiciste eso. Eres… eres una de ellas. —
Gaia se arrodilló de nuevo frente a ella, sus ojos violetas brillando con lágrimas mientras tomaba las manos de Arien con más fuerza.
—Sí — dijo suave pero cargada de certeza. —Soy una bruja. Y lo siento por no habértelo dicho antes. Pero ahora lo sabes, y te prometo que no te dejaré sola en esto. Vamos a estar bien, Arien. Lo juro. —
Arien tragó saliva, su respiración todavía entrecortada mientras miraba a Gaia, su mente luchando por aceptar la realidad que se desplegaba ante ella.
—Entonces… todo este tiempo — murmuró, su voz temblando mientras las lágrimas seguían cayendo, —¿has estado mintiéndome? ¿Todo lo que sabía de ti… era una mentira? —
—No — respondió Gaia rápidamente, su tono cargado de urgencia mientras apretaba las manos de Arien. —No todo. Mi amistad contigo nunca fue una mentira, Arien. Eres mi mejor amiga, y te quiero con todo mi corazón. Pero… pero tuve que ocultar quién soy para mantenerte a salvo. Si alguien hubiera sabido la verdad, te habrían usado para llegar a mí. No podía permitir eso. —
Arien se quedó en silencio, sus ojos buscando los de Gaia mientras las palabras de su amiga se asentaban en su interior. Lentamente, la incredulidad comenzó a dar paso a una aceptación temblorosa, el peso de la evidencia, la flor, el Gundam camuflado, las mujeres que las habían salvado, haciéndose imposible de ignorar.
—Eres… una bruja — susurró finalmente apenas audible mientras miraba a Gaia con una mezcla de asombro y tristeza. —Mi mejor amiga… es una bruja. —
Gaia asintió, una lágrima rodando por su mejilla mientras le ofrecía una sonrisa temblorosa.
—Sí — dijo, su voz suave. —Y lo siento por todo lo que esto significa. Pero te prometo que te protegeré, Arien. No dejaré que nada te pase. —
Arien no respondió, pero asintió débilmente, su mirada volviendo a la flor dorada mientras un silencio pesado se asentaba entre ellas, el peso de la revelación marcando un nuevo capítulo en su amistad.
Mientras Gaia intentaba consolar a Arien, Venus había abandonado el hangar, sus pasos resonando con decisión mientras se adentraba en el edificio principal de La Casa de las Ninfas de Éter. Los pasillos de madera oscura, decorados con motivos florales tallados, estaban iluminados por lámparas de cristal que proyectaban un resplandor cálido, pero el aire se sentía cargado de una tensión que Venus no podía ignorar. El aroma dulce de incienso y flores venusinas llenaba el ambiente, un contraste irónico con la urgencia que la impulsaba. Llegó a una sala de control privada, un espacio lleno de pantallas holográficas y consolas que zumbaban con actividad, donde Citerea, su cortesana de confianza, supervisaba a un equipo de técnicos que monitoreaban las comunicaciones en el sistema solar.
Citerea, vestida con una túnica ajustada que resaltaba su belleza venusina, se giró al escuchar los pasos de su señora, su expresión mostrando una mezcla de respeto y una leve inquietud que no pudo ocultar del todo. Desde la llegada de Neptuno, con su figura colosal y su Gundam camuflado, las cosas en La Casa de las Ninfas de Éter se habían vuelto extrañas. La presencia de esa mujer de piel azul y cuerno en la frente, junto con los eventos caóticos que la habían precedido, había sembrado dudas en la mente de Citerea. ¿Quién era realmente esa extraña? ¿Y por qué la señora Hespéria, siempre tan calculadora y discreta, parecía estar involucrada en algo tan inusual? Dudó por un momento, sus manos deteniéndose sobre la consola mientras observaba a Venus acercarse, pero se recompuso rápidamente, inclinando la cabeza con un gesto respetuoso.
—Citerea — llamó Venus, su voz cortante mientras se detenía frente a ella, sus ojos rojos brillando con una intensidad que hizo que la joven tragara saliva. —Necesito un transporte para un viaje a Titán. Una nave rápida, discreta, con capacidad para al menos siete personas y un mobile suit. También quiero que prepares a tres de nuestras chicas, incluida tú, para que nos acompañen como escolta. Si SOVREM nos intercepta, necesitaremos una tapadera creíble. Hazlo rápido. —
Citerea frunció el ceño ligeramente, su mirada se desvio hacia las pantallas donde imágenes de la transmisión de SOVREM y Dominicus se repetían en un bucle, las palabras de Vorsen y Varnheim resonando como una amenaza constante. La mención de Titán y el mobile suit camuflado solo aumentaba su confusión, pero sabía que cuestionar a Hespéria podía ser peligroso.
—Entendido, mi señora Hespéria — respondió finalmente con su voz temblando un poco mientras sus manos se movían con rapidez sobre una consola holográfica para acceder a los registros de la flota. —Tenemos la Velumbra, una corbeta de clase Umbra que usamos para transportes de alto riesgo. Tiene un sistema de camuflaje avanzado y espacio suficiente para el mobile suit de… su asociada. Está en el hangar secundario, pero necesitará combustible y una revisión rápida de los motores para un viaje largo. —
Venus cruzó los brazos, sus ojos rojos evaluando a Citerea con una mezcla de impaciencia y autoridad.
—¿Y las chicas? —preguntó, su tono cargado de urgencia.
Citerea asintió, tecleando rápidamente mientras enviaba un mensaje cifrado a las cortesanas seleccionadas.
—Llamaré a Lysara y Eirene, y yo misma me uniré a ellas — dijo, su voz firme a pesar de la duda que aún la carcomía. —Nos presentaremos como su séquito personal, viajando a Titán para un evento privado. Estarán listas en diez minutos, al igual que la nave, si los técnicos trabajan rápido. —
Venus inclinó la cabeza, un destello de satisfacción cruzando su rostro mientras observaba la eficiencia de Citerea, aunque notó la vacilación en su tono.
—Bien — dijo, con su tono más calmado pero todavía firme. —Asegúrate de que todo esté listo lo antes posible. No podemos permitirnos demoras. —
Citerea inclinó la cabeza de nuevo, dando órdenes a los técnicos con una precisión que reflejaba años de trabajar bajo la dirección de Hespéria, aunque su mirada seguía desviándose hacia la puerta por donde Neptuno había pasado, su mente llena de preguntas que no se atrevía a formular. Mientras Venus se giraba para regresar al hangar, Citerea se quedó un momento más, observando las pantallas con una mezcla de preocupación y curiosidad, preguntándose qué secretos estaba ocultando su señora.
De vuelta en el hangar, Gaia y Arien seguían sentadas en la plataforma de carga, un silencio más ligero ahora entre ellas mientras Arien procesaba lentamente la verdad. Neptuno, que había terminado de camuflar el Glacispectre, alzó la mirada cuando Venus regresó, sus pasos resonando en el suelo metálico del hangar. Hespéria, conocida aquí solo por ese nombre, se detuvo frente a ellas, sus manos en las caderas mientras su mirada recorría a las dos chicas, deteniéndose brevemente en Arien antes de posarse en Gaia.
—El transporte está listo —anunció Venus firme mientras señalaba hacia el hangar secundario, donde los técnicos estaban finalizando los preparativos de la Velumbra. —Debemos partir ahora.
Gaia se puso de pie, ayudando a Arien a levantarse con cuidado, sus ojos violetas encontrándose con los de Venus mientras asentía con determinación. Arien, todavía temblorosa pero con una nueva resolución en su mirada, se aferró a la mano de Gaia, lista para enfrentar lo que viniera a continuación. El camino hacia Titán estaba lleno de incertidumbre, y la sombra de SOVREM y Dominicus se cernía cada vez más cerca, mientras Citerea y las otras cortesanas se preparaban para unirse a la comitiva, ajenas a los secretos que las envolvían.
La Velumbra surcaba el espacio profundo con un zumbido constante, su casco negro mate oculto bajo un sistema de camuflaje avanzado que la hacía casi invisible a los sensores enemigos. El interior de la corbeta de clase Umbra era un espacio funcional pero opulento, con paredes de acero pulido decoradas con paneles de madera oscura y luces ámbar que proyectaban un resplandor cálido. El aire estaba impregnado de un leve aroma a ozono y a perfume floral, traído por las tres cortesanas que formaban parte de la comitiva de Hespéria como tapadera. Vestidas con túnicas ajustadas y llevando consigo maletas holográficas que simulaban pertenencias de un viaje privado, las mujeres charlaban en voz baja mientras se movían por los pasillos, fingiendo una normalidad que contrastaba con la tensión subyacente.
En una de las cabinas laterales, Arien estaba sentada sola en un banco acolchado, sus manos aun se mantenían apretadas sobre su regazo mientras miraba por la pequeña ventana ovalada que ofrecía una vista del vacío estelar. Su uniforme de la Academia Lysenthia, rasgado y manchado de sangre seca, colgaba sobre ella como un recordatorio de los horrores que había vivido, y la venda en su brazo estaba ahora húmeda por la sangre que aún se filtraba del corte. Sus ojos verdes estaban nublados, atrapados en un torbellino de pensamientos que la consumían. La revelación de Lysandra seguía resonando en su mente como un eco persistente: Soy una bruja. Las palabras chocaban contra todo lo que había aprendido, contra las advertencias de UNISOL que describían a las brujas como monstruos, y contra la imagen que tenía de su mejor amiga como la hija perfecta de un senador. ¿Podía confiar en Lysandra después de todo lo que le había ocultado? ¿Era realmente una amenaza, como decían? ¿O era la persona que siempre había conocido, atrapada en un secreto demasiado grande para llevar sola? Además, la presencia de esas mujeres, la enorme de piel azul y la otra de ojos rojos, la llenaba de desconfianza. ¿Quiénes eran realmente? ¿Qué querían de Lysandra… y de ella? El conflicto interno la desgarraba, su respiración entrecortada y su cuerpo temblando mientras intentaba encontrar respuestas en la oscuridad del espacio.
Un sonido de pasos pesados la sacó de sus pensamientos, y al girar la cabeza, se encontró cara a cara con una mujer enorme. La Bruja de Neptuno llenó el umbral de la cabina con su figura colosal, más de dos metros y medio de altura, su piel azul pálida brillando bajo la luz ámbar de la nave. Su cabello dorado con destellos azulados caía en ondas interminables, y el cuerno delicado que sobresalía de su frente parecía pulsar con una energía extraña. Vestía una armadura ligera que resonaba con cada movimiento, y sus orejas alargadas, adornadas con aretes que brillaban como estrellas, se agitaron al captar la presencia de Arien. La joven se quedó paralizada, un jadeo escapando de sus labios mientras sus ojos se abrían de par en par.
—¿Qué… qué eres tú? — murmuró, retrocediendo instintivamente contra el banco, su corazón latiendo con fuerza al enfrentarse a la enormidad y la presencia intimidante de Neptuno.
Neptuno dio un paso adelante, con su mirada azul gélida fija en Arien, su expresión endureciéndose mientras evaluaba a la desconocida. —¿Quién eres tú, niña? —preguntó, su voz grave y cortante, cargada de desconfianza.
Sin previo aviso, extendió una mano hacia Arien, sus dedos rozando el brazo de la chica en un gesto que era más una advertencia que una amenaza, un roce que hizo que Arien se encogiera y soltara un grito ahogado.
El contacto encendió una chispa de resistencia en Arien. A pesar del miedo que le recorría las venas, se puso de pie con un esfuerzo tembloroso, enfrentándose a Neptuno con los puños apretados y los ojos brillando con una mezcla de desafío y terror.
—¡No te tengo miedo! — exclamó quebrándose, pero cargada de determinación. —¡No sé quién eres ni qué quieres, pero no voy a dejar que me intimides! ¡Lysandra confía en ti, pero yo no! ¡No confío en ti ni en esa mujer de los ojos rojos! ¡Déjame en paz! —
Antes de que Neptuno pudiera responder, una figura se acercó desde atrás de Neptuno con pasos suaves pero seguros. Era Venus, quien se pegó a Neptuno con un abrazo coquetón, sus brazos rodeando la cintura de su hermana con una sonrisa traviesa en los labios presionando intencionalmente sus pechos contra los de la neptuniana.
—Vamos, querida Neptuno — susurró Venus, de manera melódica y cargada de picardía mientras se inclinaba hacia ella, —deja en paz a la noviecita de Gaia. No necesitamos más drama en esta nave, ¿no crees? —
Neptuno no se inmutó, su expresión gélida permaneció inalterada mientras apartaba a Venus con un movimiento firme pero sin rudeza, su mano azul empujo el brazo de su hermana con una fuerza que dejaba claro que no estaba influenciada por el encanto de Venus.
—Esto no es un juego, Venus — dijo, su tono cortante mientras miraba a Arien con desconfianza. —Esta niña es un riesgo. —
Arien, al escuchar las palabras de Venus, sintió un calor intenso subir por su rostro, un sonrojo profundo extendiéndose desde sus mejillas hasta la raíz de su cabello.
—¿Novi… noviecita? — balbuceó, su voz temblando de indignación y vergüenza mientras daba un paso atrás, sus ojos abriéndose de par en par. —¡Eso no es cierto! ¡Lysandra es mi amiga, no… no eso! —
Su protesta fue interrumpida cuando Gaia irrumpió en la cabina, su rostro pálido y sus ojos violetales llenos de alarma.
—¡Para, las dos! — exclamó Gaia, interponiéndose entre Neptuno y Arien con los brazos extendidos, su cuerpo temblando por la tensión. Luego, giró hacia Arien, tomando su mano con firmeza.
—Ven conmigo, ahora — dijo con urgencia, comenzando a tirar de ella hacia la salida de la cabina.
Arien, todavía sonrojada y confundida, intentó resistirse al principio, pero finalmente cedió, dejando que Gaia la llevara a rastras por el pasillo, sus pasos resonando en el suelo metálico mientras intentaban alejarse de la confrontación.
Mientras se alejaban, Gaia miró por encima del hombro hacia Venus y Neptuno, su expresión estaba cargada de una mezcla de gratitud y frustración. Venus soltó una risa baja, apartándose de Neptuno con un movimiento elegante, mientras Neptuno permanecía inmóvil, su figura fue recortada contra la luz de la cabina, su mente aun seguía evaluando el peligro que representaba la presencia de Arien en su grupo. El roce entre ambas había dejado una tensión palpable en el aire, un preludio de los desafíos que aún debían enfrentar durante el viaje a Titán.
En el hangar principal de la base de Grassley Defense Systems en Titán, el aire estaba impregnado del olor a metal y lubricante, mezclado con el zumbido constante de las herramientas de reparación. Suletta Mercury estaba de pie frente al Gundam Aerial, su armadura blanca y azul brillante bajo las luces del hangar mientras los técnicos finalizaban las últimas reparaciones. Las líneas de Permet que recorrían su estructura pulsaban débilmente, un recordatorio de su conexión única con la máquina. A su lado, Júpiter permanecía inmóvil con sus ojos cerrados como siempre para los indignos, su túnica blanca ondeaba ligeramente con la brisa artificial del hangar. La presencia serena de la bruja contrastaba con la energía vibrante que emanaba de Suletta, cuya voz estaba llena de entusiasmo mientras explicaba con orgullo.
—Entonces, como te decía —comenzó Suletta, sus ojos azules hielo brillando con emoción mientras señalaba el Aerial con una mano, su tono era animado como el de alguien que quiere presumir algo preciado. —Este es mi arcano, o bueno, lo que Eri y yo piloteamos. Es diferente a otros mobile suits, Júpiter. Tiene una conexión especial con el Permet, y Eri y yo lo hemos usado juntos desde… bueno, desde que me encontré con Eri. ¡Es como una parte de nosotras! —
Júpiter inclinó ligeramente la cabeza, escuchando con atención, antes de responder con una voz calma pero firme, su tono cargado de una autoridad que parecía venir de un conocimiento ancestral.
—Mi señora Solaris — dijo suavemente sonriendo mientras abría los ojos por un instante desviando su mirada solo hacia Suletta, revelando el plomo de sus ojos antes de cerrarlos de nuevo, —este mobile suit no es su arcano. —
Hizo una pausa, dejando que las palabras se asentaran como una piedra en el agua, antes de continuar con un matiz de desaprobación.
—Es una aberración creada por las brujas falsas, un intento torpe de imitar lo que solo el aquelarre puede dominar. —
Suletta se quedó de piedra, su expresión se congelo mientras procesaba las palabras de Júpiter. Sus manos, que habían estado gesticulando con entusiasmo, cayeron a sus lados, y sus ojos se abrieron de par en par, llenos de una incredulidad que la hacía parecer una niña enfrentándose a una verdad inesperada.
—¿Q-qué? — balbuceó, su voz temblando mientras daba un paso hacia Júpiter, buscando en su rostro alguna señal de que estaba equivocada. —¿El Aerial… no es mi arcano? ¿Estás segura?
Júpiter sonrió de nuevo, una sonrisa que era a la vez cálida y enigmática, como si compartiera un secreto que solo ella comprendía.
—No, mi señora — dijo, su tono suave pero definitivo. —Su verdadero arcano es el Calibarn, el indomable. Es un arcano que requiere una conexión perpetua con el Permet, una unión que solo usted, como Solaris, puede sostener. Si alguna otra bruja del aquelarre intentara pilotarlo, moriría en el intento, consumida por su energía incontrolable. —
Suletta parpadeó varias veces, sus labios se entreabiertos mientras intentaba asimilar lo que Júpiter le estaba diciendo. La idea de que el Aerial, su compañero de aventuras junto a Eri, no fuera su arcano verdadero la dejó aturdida, pero la mención del Calibarn despertó una chispa de curiosidad en su interior. Frunció el ceño ligeramente, inclinando la cabeza mientras miraba a Júpiter con una mezcla de asombro y confusión.
—¿Dónde… dónde se encuentra el Calibarn? — preguntó, su voz baja pero cargada de un anhelo que no podía ocultar.
Júpiter dejó escapar una risa suave, su sonrisa ensanchándose mientras respondía con un tono que mezclaba orgullo y reverencia.
—El Calibarn se encuentra en mi planeta, resguardado siempre por la ‘Júpiter’ asignada — dijo, su voz resonando con el peso de una tradición milenaria. —Es mi deber custodiarlo, protegerlo hasta que usted, mi señora Solaris, esté lista para reclamarlo. Es un arcano de poder inmenso, un reflejo de su legado. —
Suletta asintió lentamente, sus ojos todavía se mantenían fijos en Júpiter mientras procesaba la información, su mente dando vueltas a la idea de un arcano que solo ella podía pilotar. Luego, su mirada se desvió hacia el Aerial, su expresión tornándose pensativa mientras el zumbido de las herramientas de reparación llenaba el silencio entre ellas.
—Entonces… ¿qué haremos con el Aerial? — preguntó, su voz vacilante mientras se giraba hacia el Gundam, como si esperara que este le diera una respuesta.
Júpiter suspiró, un sonido casi imperceptible que llevaba consigo una carga de resignación.
—Esa es su decisión, mi señora — dijo, su tono sereno, pero dejando claro que no intervendría. —Es una creación de las brujas falsas, pero ha sido su compañero. Lo que haga con él depende de usted.
Suletta se quedó mirando el Aerial, sus ojos recorriendo las líneas de su armadura, las marcas de batalla que habían sobrevivido a tantas luchas. Luego, inclinó la cabeza ligeramente, como si escuchara algo, y habló en voz baja.
—Eri, ¿qué opinas? — preguntó, su tono suave pero cargado de una esperanza que buscaba guía.
Una voz infantil y juguetona resonó en su mente, la presencia de Eri filtrándose a través de su conexión con el Permet.
—No lo sé, mami — respondió Eri, su tono reflexivo pero lleno de cariño. —Este juguete es el que mejor conozco. Lo conozco desde que naci… ¿qué piensas tú?
Suletta sonrió débilmente, sus dedos rozando el aire como si pudiera tocar el Aerial a distancia, sus pensamientos divididos entre el apego al Gundam y la revelación del Calibarn. Antes de que pudiera responder, un pitido agudo cortó el aire, las alarmas de proximidad de la base resonaron con un sonido que hizo que tanto ella como Júpiter giraran hacia las pantallas tácticas del hangar. Una señal de múltiples naves se acercaba rápidamente, su vector indicando un origen desde Venus.
Júpiter sonrió, su expresión iluminándose con una mezcla de alivio y anticipación mientras inclinaba la cabeza hacia Suletta.
—Por fin — dijo, su voz llena de una calidez que resonaba con la llegada de algo esperado. —Venus ha llegado con el resto de nuestras hermanas.
Suletta parpadeó, su cansancio se desvanecio por un momento mientras miraba a Júpiter, con su corazón latiendo con una mezcla de curiosidad y nerviosismo. El hangar comenzó a llenarse de actividad, los técnicos corriendo hacia sus puestos mientras las pantallas mostraban la aproximación de una nave que prometía traer nuevas alianzas y, tal vez, nuevas respuestas sobre su destino como señora Solaris.
La Velumbra surcaba el espacio profundo con un zumbido constante, su casco negro mate oculto bajo un sistema de camuflaje avanzado que la hacía casi invisible a los sensores enemigos. Dentro de la corbeta de clase Umbra, la cabina que compartían Gaia y Arien era un pequeño refugio de calma en medio del caos que las había traído hasta aquí. Las paredes de acero pulido estaban adornadas con paneles de madera oscura y luces ámbar que proyectaban un resplandor cálido, mientras el aire llevaba un leve aroma a ozono y perfume floral, traído por las cortesanas que formaban parte de la comitiva de Venus. Habían pasado días desde la masacre en la Academia Lysenthia, y el viaje hacia Titán ofrecía un respiro temporal, pero la tensión entre las dos amigas era palpable.
Gaia, conocida hasta hace poco como Lysandra Val Sareth, estaba sentada en el borde de la cama, su piel blanca y aterciopelada reflejando la luz tenue, su cabello negro azabache cayendo en mechones desordenados sobre sus hombros tras el escape frenético de la Tierra. Sus ojos morados, profundos como galaxias, estaban llenos de una preocupación que no podía ocultar mientras miraba a Arien, quien estaba acurrucada en un banco acolchado cerca de la ventana ovalada. La revelación de su identidad como bruja, forzada por los eventos devastadores en Aenys Concordia, pesaba sobre ella como una carga que temía haber roto la confianza de su mejor amiga. Arien, con su uniforme de la Academia Lysenthia rasgado y manchado de sangre seca, el corte en su brazo envuelto en una venda húmeda, mantenía la mirada fija en el vacío estelar, su rostro pálido y sus manos temblorosas sobre su regazo. El shock de los ataques y la verdad sobre Gaia aún la tenían atrapada en un torbellino emocional.
Gaia respiró hondo, rompiendo el silencio con una voz suave pero cargada de nerviosismo. —Arien, sé que estás asustada y confundida —comenzó, sus manos entrelazándose con fuerza sobre sus rodillas mientras buscaba los ojos verdes de su amiga—. Acabas de enterarte de quién soy realmente, y lo siento tanto por no habértelo dicho antes. Pero ahora… ahora necesito que me escuches. Hay cosas que debo explicarte. —
Arien alzó la mirada lentamente, sus ojos llenos de lágrimas contenidas mientras fruncía el ceño, una mezcla de dolor y desconfianza cruzando su rostro. —¿La verdad? —repitió, su voz temblando mientras se limpiaba una lágrima con el dorso de la mano—. ¿Qué verdad, Lysandra? ¿O debo decir Gaia? ¿Qué eres tú? ¿Qué significa todo esto? ¡No entiendo nada! —
Gaia tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza mientras se acercaba a Arien y tomaba una de sus manos con gentileza, su toque cálido contrastando con el frío de los dedos de su amiga. —Soy la Lysandra que conociste del todo —confesó, su voz quebrándose mientras luchaba por encontrar las palabras —Pero Tambien mi verdadero nombre es Gaia, y soy una bruja. La Bruja de la Tierra. He tenido que esconderlo para protegerte, para proteger a todos. Pero después de lo que pasó en la academia… no puedo seguir ocultándolo. —
Gaia se arrodilló frente a ella, sus ojos violetas brillando con lágrimas mientras apretaba las manos de Arien. —Siento por no habértelo dicho antes. Pero te prometo que mi amistad contigo nunca fue una mentira. Te quiero con todo mi corazón, Arien. Oculté quién soy para mantenerte a salvo, porque si alguien lo hubiera sabido, te habrían usado contra mí. No podía arriesgarme a perderte. —
—Entonces… todo este tiempo —murmuró, su voz temblando mientras las lágrimas caían—, ¿has estado mintiéndome? ¿Todo lo que sabía de ti… era una mentira? —
—No — respondió Gaia rápidamente, su tono urgente mientras apretaba las manos de Arien con más fuerza—. No todo. Mi amistad contigo es real, Arien. Eres mi mejor amiga, y nunca quise hacerte daño. Pero ahora lo sabes, y te juro que te protegeré. No dejaré que nada te pase, pase lo que pase. —
Arien asintió débilmente mientras un silencio pesado se asentaba entre ellas. Gaia se puso de pie, ofreciendo una leve sonrisa.
—Voy a tomarme un baño — dijo suavemente, su voz cargada de un intento de aligerar la tensión. —Necesito refrescarme un poco.
Con eso, se dirigió al baño adjunto, dejando a Arien con sus pensamientos.
Momentos después, la puerta del baño se abrió con un leve crujido, y Gaia salió envuelta en una nube de vapor, su cabello negro azabache húmedo cayendo en mechones oscuros sobre sus hombros. Llevaba solo una ropa interior morada que abrazaba su figura con una elegancia natural, dejando al descubierto su piel blanca y aterciopelada que brillaba bajo la luz ámbar de la cabina. Arien se quedó de piedra, su respiración deteniéndose como si el aire se hubiera solidificado en sus pulmones. Sus ojos se abrieron ligeramente, la boca entreabierta en una expresión de asombro que no podía disimular. En todos sus años de amistad con Lysandra, nunca la había visto de esta manera. Sí, sabía que su amiga era bonita, increíblemente bonita, un "bombón" deseado por muchos en la Tierra, pero nunca lo había percibido así, no con esta intensidad que ahora la golpeaba como un rayo. Gaia era su musa, una figura de gracia y fuerza, y allí estaba, frente a ella, vulnerable y hermosa de una manera que hacía que el corazón de Arien se acelerara peligrosamente.
Gaia se dio cuenta de la mirada de Arien y se giró hacia ella, una sonrisa suave curvando sus labios mientras se acercaba con pasos tranquilos. Pero detrás de esa sonrisa, había una sombra de preocupación en sus ojos morados, un temor de que la revelación de su identidad como bruja hubiera cambiado todo entre ellas.
—¿Todo bien, Ari? —preguntó de manera cálida pero teñida de una inquietud que no podía ocultar, sus ojos buscando los de Arien como si temiera lo que podría encontrar.
Arien tartamudeó, palabras incoherentes escapando de su boca mientras intentaba responder.
—Yo… eh… sí… no… es que… —balbuceó, con su rostro enrojeciendo mientras sentía que la baba casi se le caía, su mente un caos de pensamientos que no podían articularse.
Gaia rió suavemente, un sonido que hizo que el corazón de Arien diera un vuelco, y se sentó a su lado en la cama, el colchón hundiéndose ligeramente bajo su peso. Suspiró, su expresión volviéndose más seria mientras miraba a Arien con ojos llenos de afecto.
—Ari, ¿está todo bien entre nosotras? —preguntó, suave pero cargado de una preocupación que buscaba respuestas. Su mano se posó con delicadeza en la pierna de Arien, acariciándola con un movimiento lento y reconfortante que hizo que el cuerpo de Arien se tensara como una cuerda de violín. —Sé que te lo dije hace poco… que soy una bruja. Y temo que eso haya cambiado lo que sientes por mí.
Arien sintió que su rostro ardía, su piel hirviendo como una tetera a punto de estallar. Las incoherencias continuaron saliendo de su boca, un torbellino de
—yo… tú… no sé…
mientras su mente giraba sin control, atrapada entre el toque de Gaia, la verdad de su naturaleza como bruja, y los sentimientos que ahora reconocía como algo más profundo.
Gaia inclinó la cabeza, su sonrisa desvaneciéndose mientras su voz se volvía más seria.
—Ari, ¿aún sientes que te he traicionado? —preguntó, su tono lleno de una vulnerabilidad que rara vez mostraba. —Porque no es así. Te quiero mucho, y no quiero perderte. Ser una bruja no cambia quién soy contigo.
Esas palabras fueron el golpe final. El mundo de Arien dio vueltas, su visión nublándose mientras su corazón latía con una fuerza que amenazaba con romperle el pecho. No pudo soportarlo más. Con un grito impulsivo,
—¡Lysa!,
se lanzó hacia adelante, poniéndose encima de Gaia en la cama. La miró desde arriba, sus rostros a escasos centímetros, sus respiraciones entremezclándose en el aire cargado de tensión. Gaia, sorprendida, la miró desde abajo, sus ojos morados abiertos de par en par, un destello de indefensión en su expresión mientras se apoyaba en los codos, atrapada bajo el peso de Arien.
—Lysa… yo… yo… —comenzó Arien, con su voz temblando mientras intentaba encontrar las palabras, su rostro tan rojo que parecía a punto de desmayarse.
Gaia la miró con suavidad, su voz en un susurro que parecía derretir cualquier resistencia que quedara en Arien.
—¿Sí? —dijo, en un tono cálido y acogedor, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y afecto que hizo que Arien se sintiera aún más vulnerable.
Arien se inclinó lentamente, sus labios temblando mientras se acercaba, su corazón latiendo tan fuerte que parecía llenar la habitación. Pero antes de que pudiera cerrar la distancia, una alarma resonó en la cabina, el pitido agudo acompañado por un anuncio automático:
—Entrando en órbita de Titán. Preparados para maniobras evasivas.
Gaia y Arien se separaron de golpe, girando hacia la ventana donde el paisaje de Titán se desplegaba ante ellas, su superficie anaranjada salpicada de nubes densas. A través del cristal, observaron cómo la Velumbra se adentraba entre una flota armada: naves de guerra con cañones giratorios y escudos de energía brillando en la oscuridad del espacio, preparadas para un conflicto inminente, su origen desconocido para las dos.
Arien contuvo el aliento, sus ojos abiertos de par en par mientras la nave maniobraba con precisión, pasando entre las naves imponentes que parecían vigilar el planeta como centinelas silenciosos.
—¿Qué… qué es eso? —murmuró, temblando mientras se aferraba al borde de la cama, el miedo mezclado con la adrenalina del momento interrumpido.
Gaia, ajustando su ropa interior morada con manos temblorosas, frunció el ceño, sus ojos morados reflejando una mezcla de cautela y determinación.
—No lo sé —respondió en voz baja, su mirada fija en la flota mientras la Velumbra descendía hacia la atmósfera de Titán.
La nave atravesó las nubes densas, las luces de las naves armadas desvaneciéndose gradualmente a medida que se adentraban en el planeta, el hangar de destino emergiendo en la bruma anaranjada. Tras un tenso descenso, la Velumbra tocó suelo en uno de los hangares de Titán, el impacto suave pero resonante mientras las luces del hangar iluminaban el interior, revelando una base fortificada rodeada de siluetas armadas. El capítulo llegaba a su fin, pero la presencia de la flota desconocida marcaba el inicio de un nuevo desafío para Gaia y su comitiva.
El hangar de Titán se alzaba como una fortaleza en medio de la bruma anaranjada, sus paredes de acero reforzado vibrando ligeramente con el suave impacto de la Velumbra al tocar el suelo. Las luces del interior, frías y blancas, iluminaban el espacio, proyectando sombras largas sobre una base fortificada rodeada de siluetas armadas que permanecían inmóviles, sus ojos fijos en la nave recién llegada. Apenas la Velumbra comenzó a adentrarse en la base, un cambio sutil pero profundo se hizo sentir en el aire. Ya no era el aire estéril y reciclado al que estaban acostumbrados; había una frescura inesperada, un aroma limpio y puro que parecía brotar de la tierra misma, como si el planeta respirara por primera vez en siglos. Suletta Mercury, de pie junto al Gundam Aerial, cerró los ojos por un momento, dejando que esa sensación la envolviera. La brisa ligera acariciaba su rostro, y un suspiro de asombro escapó de sus labios mientras sus manos descansaban sobre el metal frío de la máquina.
A su lado, Júpiter permanecía inmóvil, con su túnica blanca ondeando suavemente con el movimiento del aire. Sus ojos estaban cerrados, una sonrisa serena curvando sus labios mientras inhalaba profundamente, como si saboreara cada partícula de ese aire renovado. El contraste con la atmósfera artificial de las colonias espaciales era evidente, y por un instante, el peso de su deber pareció aligerarse.
Tras un silencio compartido, Júpiter inclinó ligeramente la cabeza hacia Suletta, su voz cálida rompiendo la quietud.
—¿Lo sientes también, mi señora Solaris? preguntó, cargado de una mezcla de reverencia y deleite. —El aire es respirable, puro. No como el aire estancado que hemos soportado hasta ahora. —
Suletta parpadeó, abriendo los ojos con una expresión de sorpresa que pronto se transformó en maravilla.
—Pensé que era solo una percepción mía, — murmuró, su voz suave mientras giraba la cabeza para mirar a Júpiter. Sus dedos se crisparon ligeramente contra el Gundam, como si necesitara anclarse a algo tangible para procesar la sensación. —Es… increíble. —
El sonido de la compuerta de la Velumbra se abrio con un siseo prolongado interrumpió el momento, atrayendo la atención de ambas hacia la rampa que se desplegaba. Los tripulantes comenzaron a descender con pasos mesurados, el eco de sus botas resonando en el hangar. Venus lideraba el grupo, su figura esbelta envuelta en un vestido negro y gris ceniza que ondeaba como un aura de humo, sus cortesanas—Citerea, Lysara y Eirene—siguiéndola con una gracia calculada, sus túnicas ajustadas reflejando la luz con destellos sutiles. Neptuno descendió a continuación, su estatura colosal de más de dos metros y medio dominando el espacio, su piel azul pálida y su cuerno brillando bajo las luces del hangar. Gaia y Arien fueron las últimas en aparecer, la mano de Gaia guiaba a Arien con una suavidad protectora. Arien, con su uniforme rasgado y la venda húmeda en el brazo, caminaba con pasos vacilantes, sus ojos verdes estaban abiertos de par en par mientras absorbía el entorno desconocido.
Neptuno y Venus, al avistar a Suletta, se detuvieron y se arrodillaron al instante, sus cabezas inclinadas en un gesto de respeto profundo que llenó el aire de una tensión reverente. Arien, aún desconcertada, observó la escena con el ceño fruncido, con su respiración entrecortada mientras intentaba descifrar lo que sucedía. Gaia se inclinó hacia ella, su voz un susurro cálido contra su oído.
—Ya vuelvo—, dijo antes de soltarse y avanzar hacia Suletta. Con una sonrisa tierna, Gaia se arrodilló frente a ella, su movimiento más cariñoso, casi maternal, sus manos rozando el suelo como si buscara conectar con algo más allá de lo visible. El gesto era íntimo, como si Suletta fuera una figura amada, una madre o un guía, y Arien sintió un nudo en el estómago al presenciarlo, una mezcla de curiosidad y celos que no pudo reprimir.
El silencio se prolongó por un momento, roto solo por el leve zumbido de los sistemas del hangar. Suletta, visiblemente nerviosa, parpadeó varias veces antes de levantarse con un movimiento torpe, sus manos entrelazándose frente a ella.
—Ehm… gracias a todas por… venir, balbuceó, temblorosa mientras intentaba mantener la compostura. Sus mejillas se tiñeron de un rojo suave, y una risa nerviosa escapó de sus labios mientras miraba a las nuevas del grupo.
—Soy Suletta Mercury… y, eh, estoy… honrada de que estén aquí. —
Las demás se pusieron de pie lentamente, sus expresiones variando entre respeto y una curiosidad contenida. Antes de que la conversación pudiera avanzar, dos figuras emergieron del fondo del hangar, sus pasos resonando con autoridad. Shaddiq Zenelli, con su uniforme oscuro impecable y una expresión seria, se acercó con paso firme, seguido de cerca por Sabina Fardin, cuya postura elegante contrastaba con la tensión en su rostro. Shaddiq se detuvo a unos pasos del grupo y ofreció una reverencia formal, su voz clara pero cargada de formalidad.
—Soy Shaddiq Zenelli, comandante de esta base. Bienvenidas a Titán. Sabina Fardin, mi segunda al mando, estará a su disposición. —
Sabina inclinó la cabeza con un gesto cortés, sus ojos evaluando a los recién llegados con discreción.
Tras las presentaciones, Shaddiq se inclinó hacia Júpiter de manera intima, su rostro se mantenía en una sonrisa profesional, pero por dentro estaba desesperado mientras se acercaba lo suficiente para susurrar con un tono cargado de reproche.
—No podemos seguir albergando más personas, — dijo entre dientes, su voz baja pero firme. —El alimento y los suministros están al límite. Esto nos pone en una posición insostenible. —
Júpiter mantuvo su sonrisa serena, manteniendo sus ojos cerrados mientras dejaba escapar una risa suave que contrastaba con la urgencia de Shaddiq.
—Ahora eso ya no será un problema, — respondió con calma, su tono casi juguetón. Shaddiq frunció el ceño, claramente desconcertado, sus manos apretándose en puños a sus costados. Júpiter inclinó la cabeza, su voz bajando a un susurro confidencial.
—¿No lo notas desde hace poco? El aire es más puro, menos artificial. Se siente… natural, terrano. —
Shaddiq parpadeó, deteniéndose por un momento para inhalar profundamente. Era verdad: el aire ya no tenía el sabor metálico de los filtros; era fresco, vivo, como si la tierra misma hubiera despertado. Su expresión cambió, pasando de la frustración al asombro, y miró a Júpiter con una mezcla de incredulidad y esperanza.
—Es… es cierto—, murmuró, su voz apenas audible mientras sus ojos recorrían el hangar.
Júpiter rió de nuevo, un sonido ligero que llenó el espacio.
—Es porque Gaia está aquí, junto a la señora Solaris—, explicó, su tono cargado de reverencia mientras señalaba a Gaia con un gesto elegante. Shaddiq la miró, aún confundido, su mente luchando por procesar la información. Júpiter se giró hacia Gaia, su sonrisa ensanchándose.
—Ayúdalo a entender—, pidió con suavidad.
Gaia asintió con determinación y se adelantó, sus pasos resonando en el suelo metálico. Se detuvo en el centro del hangar y colocó ambas manos en el suelo, cerrando los ojos mientras un resplandor verde suave comenzaba a emanar de sus palmas. Un murmullo recorrió a los presentes cuando, desde las esquinas y las grietas del suelo, la vegetación comenzó a brotar. Hierba tierna, plantas pequeñas y flores de pétalos brillantes emergieron lentamente, extendiéndose como un manto de vida que transformaba el entorno frío y estéril. El aroma a tierra húmeda y flores frescas llenó el aire, y el silencio se volvió casi reverente.
Shaddiq y Sabina se quedaron inmóviles, sus ojos abiertos de par en par mientras observaban el milagro. Los demás tripulantes, incluidos Arien, los mecánicos y ayudantes de la base, contemplaban la escena con una mezcla de asombro y asombro. Júpiter, con una sonrisa satisfecha, rompió el silencio.
—Gaia es la clave para nuestro nuevo hogar—, anunció, su voz resonando con orgullo. —Puede terraformar lo que sea: planetas inhóspitos, hostiles o sin vida, siempre y cuando esté cerca del sol, es decir, de la señora Solaris. Con ella, podemos ir a cualquier lugar de la galaxia. —
El hangar quedó en un silencio profundo, el aire ahora impregnado de vida mientras la magnitud de las palabras de Júpiter se asentaba en todos. Suletta, aún nerviosa, miró a Gaia con una mezcla de gratitud y asombro, consciente de que este momento marcaba el inicio de un nuevo capítulo en Titán, un planeta resguardado por una flota desconocida que observaba desde las sombras.
El hangar de Titán, ahora salpicado de hierba tierna y flores doradas que brotaban del suelo transformado por Gaia, parecía un oasis improbable en medio de la bruma anaranjada. Las luces frías del interior proyectaban reflejos suaves sobre las paredes de acero, mientras el aire fresco y puro llenaba los pulmones de todos los presentes, un contraste vivo con el entorno hostil del planeta. Suletta Mercury permanecía de pie junto a Jupiter, con sus manos aún temblorosas por la emoción de la terraformación, sus ojos azules hielo brillaban con una mezcla de asombro y nerviosismo. A su alrededor, los tripulantes de la Velumbra y los habitantes de la base observaban en silencio, el peso de las palabras de Júpiter aún resonando en el aire.
Gaia y Venus se adelantaron lentamente, sus pasos resonando en el suelo ahora cubierto de vegetación. Gaia, con su piel blanca y aterciopelada y su cabello negro azabache cayendo en mechones sueltos, se detuvo frente a Suletta, sus ojos morados llenos de respeto. Venus, con su vestido negro y gris ceniza ondeando como un aura de humo, se colocó a su lado, su postura elegante pero relajada, sus ojos rojos brillando con una chispa juguetona.
—Señora Solaris —comenzó Gaia, su voz suave pero firme, inclinando la cabeza en una reverencia—. Soy Gaia, la Bruja de la Tierra. Y esta es Venus, la Bruja de Venus. Somos las últimas del aquelarre en llegar a usted. —
Suletta parpadeó, sus mejillas enrojeciendo mientras juntaba las manos frente a ella, claramente abrumada.
—Oh… eh, gracias —balbuceó, su voz temblorosa mientras intentaba mantener la compostura—. Gracias por venir… no sé qué decir. Estoy… honrada, supongo. —
Una risa nerviosa escapó de sus labios, y bajó la mirada, claramente incómoda bajo la atención de las dos brujas.
Venus soltó una carcajada ligera, su mano cubriendo la boca mientras observaba a Suletta con diversión.
—Oh, mi señora, eres adorable cuando te pones nerviosa —dijo, su tono cargado de burla juguetona—. Tan inocente, como una flor recién brotada. —
Neptuno, que observaba desde un lado con su figura imponente, frunció el ceño y dio un paso adelante, su voz grave cortando el aire.
—Venus, compórtate. Esto no es un juego. —
Su tono era frío, casi cortante, su piel azul pálida reflejando la luz del hangar, sus ojos gélidos fijos en su hermana.
Venus giró la cabeza hacia ella, una sonrisa traviesa curvando sus labios.
—Siempre tan fría como siempre, Neptuno —replicó, su voz melódica cargada de sarcasmo.
Sin esperar respuesta, se apartó y se dirigió hacia Shaddiq, quien permanecía cerca con Sabina, con su expresión tensa pero curiosa. Venus lo inspeccionó de arriba abajo, sus ojos rojos evaluándolo con interés.
—Vaya, me sorprende encontrar a un venusiano tan lejos de nuestro planeta natal — dijo, su tono ligero pero con un matiz intrigante.
Shaddiq alzó una ceja, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Soy Shaddiq Zenelli, heredero de Grassley Defense Systems — respondió con formalidad, su voz firme—. Mis responsabilidades me llevaron lejos de Venus, más allá de lo que podría haber imaginado. —
Venus sonrió, acercándose un paso más, su presencia casi magnética.
—Guapo, con esa postura… Tienes madera para trabajar en mi Casa de las Ninfas de Éter — comentó, su mirada recorriendo su figura con descaro.
Shaddiq abrió la boca para protestar, pero antes de que pudiera hablar, Venus extendió una mano y tocó su pecho con un movimiento sutil, reafirmando su comentario con una risita.
—Sí, definitivamente tienes potencial.
El gesto fue interrumpido abruptamente cuando una mano firme pero elegante detuvo la de Venus. Júpiter, con su túnica blanca ondeando y los ojos cerrados como siempre, había intervenido, su agarre delicado pero innegable.
—Venus —dijo con una voz educada pero cargada de autoridad—, deja los juegos. No debes molestar al señor Zenelli. —
Su tono, aunque sereno, llevaba un dejo de advertencia, y aunque sus ojos permanecían cerrados, la tensión en su postura sugería una chispa de celos que no escapó a Venus.
Venus retiró la mano con un movimiento grácil, su sonrisa ensanchándose al notar la reacción de Júpiter.
—Ups, lo siento —dijo con un tono burlón, guiñando un ojo antes de girarse y regresar junto a Suletta y Gaia.
Júpiter soltó un suspiro casi imperceptible, ajustando su postura con una calma restaurada, sus ojos aún cerrados.
Gaia, que había observado la escena con una mezcla de incomodidad y diversión, se volvió hacia Arien, quien seguía de pie con expresión confundida.
—Arien, ven —dijo suavemente, tomándola de la mano y guiándola hacia Suletta—. Te presento a Arien, mi mejor amiga —anunció, su voz cálida mientras miraba a Suletta—. Es… alguien muy importante para mí. —
Arien parpadeó, su rostro enrojeciendo mientras miraba a Suletta sin saber qué decir.
—Yo… eh… hola—, murmuró, su mente dando vueltas ante la situación.
Gaia se inclinó hacia ella y susurró:
—Te lo explicaré cuando estemos solas—, lo que hizo que Arien se sonrojara aún más, sus mejillas tiñéndose de un rojo intenso.
Suletta, observando la interacción con inocencia, inclinó la cabeza y sonrió tímidamente.
—¿Entonces ella es la arbiter de Gaia? — preguntó, su voz dulce pero curiosa, sin captar del todo la implicación.
Gaia se sonrojó como un tomate, sus ojos violetas se abrieron de par en par mientras balbuceaba incoherentemente. Venus estalló en carcajadas, su risa resonando en el hangar mientras se llevaba una mano al pecho.
—¡Oh, esto es demasiado! —exclamó, entre risas.
Neptuno negó con la cabeza, con su expresión gélida pero con un leve destello de diversión en los ojos.
Júpiter intervino con una sonrisa suave, su voz calmada pero autoritaria, los ojos aún cerrados.
—El título de arbiter solo se otorga a la pareja de la bruja solar —explicó, su tono firme—. Esa sería usted y Lady Arbiter, mi señora. —
Suletta se sonrojó intensamente, sus manos alzándose en un gesto de disculpa.
—¡Lo siento, lo siento mucho! —dijo apresuradamente, con su voz temblorosa—. No quería… ¡perdón! —
Júpiter rió suavemente, colocando una mano en el hombro de Suletta para tranquilizarla.
—No se preocupe, mi señora. Es un malentendido encantador —dijo con calidez.
Luego, alzó la voz para dirigirse a todas.
—Convocaré una reunión para discutir los siguientes pasos. Necesitamos planificar nuestro futuro aquí.
Con eso, el grupo comenzó a moverse, sus pasos resonando mientras avanzaban por un pasillo amplio y bien iluminado que conducía al interior de la base. Las paredes de acero estaban adornadas con paneles desgastados, y el aire fresco seguía acompañándolos, un recordatorio del cambio que Gaia había iniciado. Arien caminaba junto a Gaia, su mente aún girando, mientras Suletta, Júpiter, Venus, Neptuno, Shaddiq y Sabina los seguían, cada uno perdido en sus pensamientos sobre lo que vendría.
La sala de reuniones, un espacio amplio y austero enclavado en las entrañas de la base de Titán, estaba bañada por una luz tenue que emanaba de paneles empotrados en las paredes de acero, proyectando sombras danzantes que se alargaban sobre el suelo. El aire, transformado por la magia de Gaia, llevaba consigo un fresco aroma a hierba recién cortada y flores silvestres, un susurro de vida que contrastaba con la frialdad industrial del entorno. En el centro de la sala, Suletta Mercury ocupaba una silla de madera tallada, su figura menuda y vulnerable rodeada por el círculo de brujas del aquelarre. Sus manos temblaban ligeramente sobre su regazo, los dedos entrelazados con fuerza mientras sus ojos verdes recorrían lentamente a cada una de las mujeres que la observaban con una mezcla de respeto, curiosidad y, en algunos casos, cautela. El peso de ser la señora Solaris aún le resultaba abrumador, y su respiración era un poco más rápida de lo habitual, como si intentara adaptarse al rol que le habían impuesto.
Neptuno se erguía en una esquina, su figura colosal envuelta en sombras, su piel azul pálida reflejando la luz con un brillo etéreo. Sus ojos gélidos estaban fijos en el suelo, como si cargara con un recuerdo doloroso que no deseaba compartir, su postura rígida pero silenciosa, como un guardián solitario. Marte, sentada en el piso con las piernas cruzadas, mostraba una sonrisa tensa que dejaba entrever sus colmillos afilados. Sus ojos ámbar se posaron en Venus con una mezcla de desafío y desconfianza. «Hace mucho que no te veo», gruñó con una voz grave, inclinándose ligeramente hacia ella. «Sigues tan bonita que me dan ganas de morderte.»
Venus, con su vestido negro y gris ceniza ondeando como un aura de humo, soltó una risa cristalina, inclinando la cabeza con elegancia. «No eres una cachorra, Marte», respondió con un tono burlón, guiñándole un ojo. «Deberías haber aprendido a compartir el territorio a estas alturas. Eres la cuarta en la línea, después de todo.» Su comentario llevaba un dejo de superioridad, recordando que, como la segunda mayor tras Plutón, tenía un lugar privilegiado en la jerarquía del aquelarre.
En otra esquina, Urano sonreía como boba, sus labios curvados en una expresión de pura adoración mientras sus ojos seguían cada movimiento de Suletta. Su cabello desordenado y su postura relajada la hacían parecer casi fuera de lugar entre las demás, pero su devoción era evidente. Plutón, la mayor de todas, observaba desde un rincón con una sonrisa serena, sus manos cruzadas frente a ella en un gesto de calma que contrastaba con la tensión creciente. Saturno, de pie junto a Miorine, intercambiaba miradas cargadas de hostilidad, sus rostros endurecidos como si libraran una guerra silenciosa. Tras un instante de tensión palpable, ambas giraron la cabeza con un movimiento teatral, como divas ofendidas, dejando el aire cargado de un resentimiento tácito.
Júpiter permanecía de pie con una sonrisa serena, sus ojos cerrados como siempre, no por respeto hacia Gaia, sino porque consideraba a Arien, la acompañante que Gaia había traído, indigna del aquelarre en ese momento. Su túnica blanca ondeaba ligeramente con el movimiento del aire, y su presencia emanaba una autoridad tranquila. Marte, con un gruñido bajo que resonó en la sala, se levantó y se acercó a Arien con pasos sigilosos, su rechazo evidente desde el principio. Arien retrocedió instintivamente, su corazón latiendo con fuerza al ver a la mujer lupina con su piel bronceada y ojos fieros. Marte comenzó a olfatearla, emitiendo gruñidos más intensos mientras la rodeaba como un depredador evaluando a su presa. «Esta niña huele a ti, Gaia», dijo con desdén, mientras sus colmillos relucían bajo la luz. «No tiene lugar aquí.»
Gaia, como la menor de las brujas y casi una hermanita pequeña para todas, se interpuso con las mejillas sonrojadas, tartamudeando por la sorpresa y la vergüenza. «¡M-Marte, para! ¡No la asustes! Ella… ella es mi amiga», exclamó, su voz temblorosa pero cargada de un instinto protector que delataba su juventud en el grupo.
Marte rió con sorna, inclinándose más cerca de Arien, sus gruñidos profundizándose. «No, en serio, apesta a ti por donde va», insistió, su tono burlón haciendo que Arien bajara la mirada, su rostro enrojeciendo de humillación. Gaia, roja como un tomate, dio un paso adelante, su voz alzándose con indignación. «¡Marte, déjala en paz! ¡No es justo!»protestó, pero Marte alzó las manos con un bufido, retrocediendo solo un poco. « No me gusta que traigas extrañas aquí», replicó, su tono cortante.
Júpiter, percibiendo la creciente tensión, aplaudió con delicadeza, el sonido reverberando en la sala y atrayendo las miradas de todas. «Calmaos, hermanas», dijo con voz autoritaria, sus ojos aún cerrados. Luego, giró la cabeza hacia Gaia, su tono volviéndose inquisitivo. «Gaia, ¿por qué has traído a una externa al aquelarre?»
Gaia tragó saliva, enderezándose a pesar de ser la más joven. «Arien no tiene a nadie más que a mí», explicó, su voz temblorosa pero decidida. «Soy como su familia ahora, y no puedo dejarla sola en un mundo que la rechazaría.»
Marte soltó un ladrido gutural, sus ojos brillando con desdén mientras daba un paso amenazante hacia adelante. «¡Eso no importa! No se pueden traer extrañas, y menos alguien que ni siquiera es bruja, al aquelarre», gruñó, su postura tensa como si estuviera a punto de saltar.
Miorine, que había estado escuchando en silencio con los brazos cruzados, intervino con una voz cortante que cortó el aire como un cuchillo. «¿Y qué hay de mí, Marte? ¿Acaso no soy una extraña? No soy bruja y estoy aquí», dijo, desafiante a pesar de su estatura menor, sus ojos fulminando a la lupina.
Marte gruñó, sus colmillos reluciendo con furia, pero Miorine alzó la barbilla con arrogancia. «Ten cuidado, perrito», advirtió, con su voz fría como el hielo. Marte soltó un gruñido bajo, su cuerpo tensándose, y Suletta, desesperada, alzó las manos con un grito ahogado. «¡Por favor, no peleen!» exclamó, con su voz temblorosa rompiendo la tensión como un cristal quebrándose.
Júpiter aplaudió de nuevo, el sonido resonando con autoridad para restaurar el orden. «Marte, Lady Arbiter tiene el derecho de estar aquí a pesar de no ser bruja», dijo con firmeza, sus ojos aún cerrados. Marte bufó, cruzando los brazos con descontento, su respiración pesada. Júpiter se dirigió a Gaia con un tono más suave, casi maternal. «Sin embargo, en parte Marte tiene razón. No conocemos la conocemos, y no sabemos si es de confianza. Esto no es una decisión que podamos tomar a la ligera.»
Gaia apretó los puños, su mirada violeta brillo con una mezcla de miedo y determinación. «¡Ella es de confianza, lo juro! La conozco desde hace años, y nunca me ha fallado», insistió, con su voz temblando pero cargada de convicción. Las demás brujas la observaron en silencio, algunas con curiosidad, otras con escepticismo, el peso de su juventud haciendo que su defensa pareciera aún más valiente.
El silencio se extendió, denso y expectante, hasta que Suletta, nerviosa, alzó una mano con timidez, sus dedos temblando ligeramente. «¿P-podría pedir permiso? Creo que… deberíamos conocerla primero antes de juzgarla», sugirió, su voz suave pero sincera, sus ojos buscando aprobación entre las miradas intensas que la rodeaban.
Un silencio aún más profundo se asentó, roto por Júpiter, quien inclinó la cabeza con solemnidad. «Domina Solaris locuta est», dijo con una voz que resonó como un decreto, y las demás brujas repitieron al unísono, sus voces entrelazándose: «Domina Solaris locuta est.»
Suletta parpadeó, confundida, su cabeza inclinándose ligeramente. «¿Eh? No entiendo muy bien…», murmuró, rascándose la nuca con una risita nerviosa, claramente perdida en el protocolo.
Júpiter sonrió suavemente, sus ojos aún cerrados. «Lo que usted diga se hará, mi señora», explicó con calma, su tono reconfortante pero firme. Suletta asintió lentamente, su expresión aún desconcertada, pero aceptando la responsabilidad con un movimiento tímido de cabeza.
Júpiter dio unas palmadas suaves para retomar la atención, el sonido cortando el murmullo de fondo. —El motivo principal de esta reunión es el anuncio de Dominicus —comenzó, su voz resonando con seriedad mientras las miradas se fijaban en ella—. UNISOL ha iniciado una caza en todo el sistema solar para capturar a las brujas del permet. No podemos quedarnos estáticas mucho tiempo; debemos estar en constante movimiento antes de que nos localicen y nos rodeen.
Marte sonrió con ferocidad, sus colmillos reluciendo bajo la luz mientras golpeaba el suelo con el puño. —¡Que vengan! Mis cachorros y yo estamos listos para cazarlos —gruñó, su voz llena de un entusiasmo salvaje que hizo eco en las paredes.
Júpiter negó con la cabeza, su tono firme pero sereno. —No, Marte. Tú y tu legión sois nuestra única barrera de defensa. No podemos arriesgarlas en una confrontación directa. Necesitamos establecer una base sólida, reclutar personal y reunir fuerzas antes de cualquier acción.
Neptuno tomó la palabra, su voz grave llenando la sala con una autoridad contenida. —Tiene razón —dijo, manteniendo su postura erguida mientras cruzaba los brazos—. Tengo algunos compañeros de la Guardia Lunírica que podrían simpatizar con nuestros ideales. Podrían ser un recurso valioso si logro convencerlos. Su mirada se perdió por un instante, como si recordara algo doloroso.
Plutón frunció el ceño, dando un paso adelante con cautela. —La Guardia Lunírica es leal a la reina Thalyssara, no al aquelarre —replicó, con su tono mesurado pero cargado de advertencia—. No será fácil persuadirlos.
Neptuno apretó los labios, su expresión endureciéndose. —Podría hablar con ella, si me escucha… —comenzó, cargada de esperanza, pero Júpiter la interrumpió con brusquedad, cortando la frase como un filo. —La reina Thalyssara te exilió cuando supo que eras bruja —dijo con frialdad, su tono tajante dejando un silencio helado.
Neptuno bajó la mirada, su rostro tenso. —Fue por orden del consejo real, no de Thalyssara —murmuró, su voz quebrándose bajo el peso de la memoria.
Plutón intervino, su tono suave pero firme, como una madre regañando a un hijo. —No sigas… Sabes el motivo detrás de todo lo que quieres hacer —advirtió, su mirada fija en Neptuno. Esta se quedó en silencio, su silencio llenando la sala con una tristeza palpable.
Miorine se inclinó hacia Suletta, su voz un susurro conspirador. —No entiendo nada de lo que pasa —confesó, su ceño fruncido reflejando su frustración.
Suletta le devolvió el susurro con una risita nerviosa. —Estoy tan perdida como tú —admitió, sus ojos buscando a Miorine en busca de consuelo.
Júpiter retomó la palabra, su voz cortando el murmullo. —El segundo tema es el Arcano de la señora Solaris —anunció, su tono volviéndose más grave. Saturno alzó la vista, su voz tensa como si temiera lo que estaba por venir. —¿Calibarn va a despertar? —preguntó llena de nerviosismo.
Júpiter asintió lentamente, sus ojos aún cerrados. —Sí. La única capaz de dominarlo es usted, mi señora. Nadie más tiene el poder ni la conexión necesaria. —
Marte se levantó de un salto, su entusiasmo desbordante. —¡Entonces vayamos por él! ¡Que tiemble el sistema solar!—exclamó, su voz resonando con una energía salvaje.
Júpiter negó de nuevo, su tono calmado pero inflexible. —No pueden ir todas. Algunas deben quedarse para proteger la base. Antes de partir, Gaia debe asegurar que el ecosistema del planeta funcione en autonomía, un equilibrio que sostenga la vida aquí. Gaia afirmó con la cabeza, su expresión seria, y Arien la observó de reojo, intrigada por la responsabilidad que recaía sobre su amiga.
Júpiter continuó, su voz firme. —Yo acompañaré a la señora Solaris, y llevaremos a Urano. Las demás deben quedarse en guardia, listas para cualquier amenaza.
Marte bufó, cruzando los brazos con frustración. —¿Por qué no a mí? ¡Soy la mejor en combate! —protestó, con su cola invisible casi agitándose en el aire.
Júpiter la miró con serenidad, su sonrisa intacta. —Tú eres la encargada de cuidar la base cuando no estemos, Marte. Tu legión y tú sois nuestra línea de defensa —respondió, su tono dejando poco espacio para réplica. Marte soltó un suspiro largo y frustrado, su mirada fija en el suelo.
Júpiter dio por finalizada la sesión con un gesto final, sus manos uniéndose en un aplauso suave. —Esto concluye nuestra reunión. Preparémonos para lo que viene —dijo, su voz resonando con una autoridad que invitaba a la acción. Las brujas comenzaron a dispersarse lentamente, sus murmullos llenando la sala mientras procesaban las decisiones tomadas, el futuro del aquelarre ahora entrelazado con los destinos de Titán y el Arcano de Calibarn.
La noche había caído sobre la base de Titán, aunque en realidad se trataba de un horario artificial adaptado al ritmo terrano, diseñado para permitir que los habitantes descansaran en un ciclo familiar. La penumbra llenaba los pasillos, interrumpida solo por el tenue brillo de las luces de emergencia que delineaban las paredes de acero. En una pequeña habitación asignada a Arien, el aire fresco y puro que ahora impregnaba la base entraba por una rendija entreabierta, trayendo consigo el sutil aroma de la vegetación que Gaia había hecho brotar. Arien estaba de pie junto a la cama, su mente un torbellino de pensamientos que la mantenían al borde del colapso emocional. Lysandra—o Gaia, como todas la llamaban aquí—la había llevado a una reunión con sus "hermanas", un encuentro que la había dejado más confundida que nunca. Por más que Lysandra le había explicado que eran hermanas en el permet, los temas discutidos—UNISOL, el Arcano, el permet mismo—eran un enigma para ella, palabras que resonaban como ecos de un idioma extranjero.
Y luego estaba Marte. Arien no estaba segura de si "mujer" era la palabra adecuada para describirla; parecía más una bestia, una criatura salvaje lista para atacar en cualquier momento. El recuerdo de cómo Marte la había olfateado en la reunión, gruñendo y mirándola con hostilidad, le helaba la sangre. Había sentido el peligro acechando en esos colmillos relucientes, y solo la intervención de Gaia la había salvado de un posible ataque. Pero lo que más la desconcertaba era Suletta, la llamada Solaris. Todas la adoraban, incluida Lysandra, que le mostraba un respeto casi reverencial. Para Arien, sin embargo, Suletta era solo una chica común, nada extraordinario. ¿Estaban todos locos? Y encima, Miorine Renbram, la hija y heredera de UNISOL, estaba aquí, aliada con las brujas. Intentar descifrar todo aquello solo le provocaba un dolor punzante en la cabeza, como si su mente se resistiera a aceptar la realidad.
Arien suspiró profundamente, tratando de calmarse. Con manos temblorosas, se quitó la ropa, quedando solo en ropa interior mientras miraba la cama. Frente a ella había un pijama gastado que le habían dado en la base, una prenda sencilla y raída, nada comparable a la comodidad de su hogar en la Tierra. Casa… ese término le parecía ahora distante, un recuerdo difuminado. ¿Su padre pensaría que estaba muerta? ¿Por qué no la estaban buscando? ¿El padre de Lysandra era realmente su padre, o todo era parte de esta locura? Otro suspiro escapó de sus labios mientras bajaba la mirada, abrumada por el caos. Sin embargo, un pensamiento la ancló: si no hubiera seguido a Lysandra, habría muerto bajo los escombros del edificio en la Academia Lysenthia. Lysandra le había prometido no dejarla sola, y esa promesa era lo único que la mantenía en pie.
Antes de que pudiera tomar el pijama, la puerta del baño se abrió con un crujido suave, y Arien giró la cabeza instintivamente. Sus ojos se abrieron de par en par, el aliento atrapado en su garganta ante la visión que tenía frente a ella. Lysandra estaba allí, envuelta en un babydoll que desafiaba toda expectativa. La prenda era de encaje negro transparente, cubriendo parcialmente su cuerpo y dejando al descubierto gran parte de su piel blanca y aterciopelada. El diseño era elegante y sensual, con detalles que realzaban cada curva de su figura. El escote en forma de corazón se ajustaba perfectamente a su busto, adornado con encaje negro de motivos florales que añadían un toque de delicadeza y feminidad. La parte superior, hecha de encaje transparente, permitía vislumbrar su piel a través de la tela, mientras las tiras se cruzaban en la parte frontal, atándose con un lazo negro justo debajo del busto, un detalle juguetón y coqueto. La falda, corta y también de encaje transparente, se ajustaba a sus caderas y caía suavemente sobre sus muslos, moviéndose con cada paso. Una abertura frontal, cerrada con lazos negros a los lados, le daba un aspecto ligero y abierto, con pequeños lazos y flores que añadían textura y profundidad. El negro del encaje contrastaba de manera impactante con su piel, creando un efecto visual que dejó a Arien sin palabras.
Lysandra, con un sonrojo enorme tiñendo sus mejillas, miró de reojo a Arien, su voz temblorosa.
—Venus me dijo que me pusiera esto… pero no imaginé que sería así, murmuró, claramente avergonzada mientras intentaba cubrirse con las manos.
Arien quedó en un estado de estupefacción, perdida en la belleza etérea de Lysandra. ¿Había valido la pena seguirla hasta este punto? Sí, decidió en un instante, su corazón latiendo con fuerza. Sin pensarlo, se acercó lentamente, sus pasos vacilantes pero decididos. Lysandra se puso nerviosa, sus ojos violetas abriéndose con sorpresa mientras Arien la tomaba de la cintura con suavidad pero firmeza. Con un movimiento instintivo, Arien pegó su cuerpo al de Lysandra, empujándola suavemente hacia la cama. Ambas cayeron sobre el colchón, Arien quedando encima, su respiración agitada mientras miraba a Lysandra a los ojos.
—No seas tan brusca… susurró Lysandra con una voz suave, casi un ruego, lo que despertó un instinto profundo en Arien. Sin poder contenerse, Arien comenzó a besar la mejilla de Lysandra, sus labios trazando un camino cálido y tentativo. Luego, con una mezcla de audacia y deseo, lamió su cuello, explorando la piel aterciopelada con una ternura que contrastaba con su impulso inicial. Lysandra rió suavemente, un sonido que llenó la habitación de calidez, y se dejó llevar, abrazando a Arien por el cuello y pegándose a ella con un abrazo que sellaba el momento. En ese instante, el mundo exterior se desvaneció, dejando solo a las dos en un remolino de pasión y conexión, un refugio privado en medio del caos.
A varias habitaciones de distancia, Suletta yacía en la cama, el aire puro llenando sus pulmones mientras la base, gracias a la terraformación de Gaia, comenzaba a sentirse menos artificial y más viva. Habían pasado un par de horas desde que se había acostado junto a Miorine, el calor de su cuerpo aún presente en las sábanas. El sueño la envolvió rápidamente, y su mente se sumió en un torbellino de imágenes difusas. De pronto, una figura emergió en su sueño, una mujer que no reconocía. La imagen era vívida: cabello rojo como el fuego, una corona solar sobre su cabeza, y una armadura blanca y dorada que brillaba con un resplandor celestial. Sostenía un cetro negro con un diseño intrincado, y sus ojos, de un rojo intenso, se clavaron directamente en los de Suletta. La chica se quedó de piedra, su corazón latiendo con fuerza mientras la figura hablaba con una voz que resonaba como un eco divino.
—Es hora de despertar, Solaris —dijo, su tono firme y cargado de autoridad.
La mente de Suletta se partió en dos, como si un torrente de información la golpeara con violencia. Recuerdos, memorias y vivencias de aquellas que habían sido Solaris antes que ella perforaron su cerebro: visiones de batallas, sacrificios, y un poder ancestral que fluía como sangre en sus venas. El dolor era insoportable, y un grito desgarrador escapó de su garganta mientras se despertaba de golpe. Sus manos se aferraron a la cabeza, y hilos rojos del permet comenzaron a recorrer su piel como venas vivientes. Sus ojos lloraban lágrimas de sangre, un espectáculo aterrador que iluminó la habitación con un brillo carmesí. La mente de Suletta estaba siendo bombardeada por un conocimiento antiguo, un legado que la reclamaba con fuerza.
Miorine, a su lado, intentó acercarse, su rostro lleno de preocupación, pero una fuerza invisible la rechazó. Cada paso hacia Suletta hacía que su piel ardiera, como si el permet la repeliera con un calor abrasador.
—¡Suletta! —gritó, con su voz quebrándose mientras retrocedía, impotente. La puerta se abrió de golpe, y Júpiter entró con paso firme, sus ojos cerrados y su túnica blanca ondeando. Miorine, desesperada, se giró hacia ella.
—¡Ayúdala, por favor! —suplicó, las lágrimas corriendo por sus mejillas.
Júpiter negó con la cabeza, su expresión serena pero implacable.
—Es el bautismo de fuego, Lady Arbiter —dijo con voz calma—. La señora Solaris tiene que pasar por esto sola.
Miorine, furiosa y angustiada, dio un paso adelante.
—¡Déjate de tonterías y ayúdala! —exclamó, su tono lleno de desafío.
Júpiter no se movió, su rostro impasible mientras observaba la escena. Suletta seguía gritando, su cuerpo temblando bajo la presión del permet, hasta que, de repente, cayó al suelo con un golpe seco. La presión en la habitación se desvaneció, y Miorine corrió hacia ella, llamándola con voz temblorosa mientras la cargaba en sus brazos. Tras un par de segundos de silencio tenso, Suletta abrió los ojos. Líneas doradas atravesaban sus iris, y hilos rojos del permet recorrían su piel como tatuajes vivos. Miorine la miró incrédula, su respiración entrecortada mientras sostenía a la chica transformada.
Suletta se puso de pie con una gracia inesperada, su voz ahora resonando con una autoridad nueva.
—Junielle, pónme al tanto de la situación —ordenó, su tono firme y claro.
Júpiter se arrodilló al instante, juntando las manos en un gesto de reverencia. Sus ojos abiertos, se humedecieron con lágrimas contenidas.
—Salve, mi señora Solaris —dijo con voz temblorosa—. El sol ha vuelto a recordar.
Suletta la miró fijamente, su expresión serena pero inquisitiva.
—¿Dónde está la custorio? —
El "amanecer" había llegado a la base de Titán, un momento artificial diseñado para marcar el inicio de las actividades diarias, alineado con el ritmo terrano que las brujas y sus aliados habían adoptado para mantener la cordura en este mundo hostil. La luz tenue de los paneles iluminaba los pasillos, proyectando un resplandor pálido sobre las paredes de acero, mientras el aire fresco y puro, cargado del aroma de la vegetación que Gaia había traído a la vida, llenaba los pulmones de quienes comenzaban a despertar. Suletta Mercury caminaba por el pasillo con una presencia que contrastaba radicalmente con la timidez que la había definido hasta la noche anterior. Vestía una túnica blanca y dorada, inspirada en las vestimentas clásicas de las diosas griegas, proporcionada por Júpiter. La prenda, con sus detalles de encaje dorado y su drapeado elegante, caía con gracia sobre su figura, el tejido suave resaltando su nueva aura. Hilos rojos del permet recorrían su piel como tatuajes vivos, pulsando con una intensidad que indicaba su conexión activa con el poder ancestral. Sus ojos, que antes eran de un azul hielo puro, ahora combinaban líneas doradas que danzaban en sus iris, un reflejo de la transformación que había sufrido. La Suletta tímida y vacilante había quedado atrás; ahora caminaba con seguridad, su paso firme y autoritario, como si el peso de siglos la guiara.
A su lado, Miorine avanzaba con precaución, sus ojos fijos en Suletta mientras intentaba procesar el cambio. ¿Era esta su Suletta? Sí y no. Sentía el mismo calor familiar en su corazón, pero había algo diferente, una distancia que no podía explicar. La chica que había conocido, la mercuriana dulce y torpe, parecía haber sido reemplazada por una figura imponente, una líder que inspiraba tanto reverencia como temor. Júpiter caminaba junto a ellas, su túnica blanca ondeando y sus ojos cerrados, una sonrisa serena en los labios. A su alrededor, la gente de la base observaba a Suletta con una mezcla de asombro y cautela. Ya no era solo la "mercuriana"; era algo más, una entidad cuya transformación los hacía dudar de enfrentarse a lo que fuera que había emergido de ella tras la noche anterior.
Suletta entró en una sala amplia donde las brujas restantes del aquelarre la esperaban. Al verla, todas se arrodillaron al instante, sus cabezas inclinadas en un gesto de sumisión. —De pie —ordenó Suletta con una voz clara y autoritaria, mientras se sentaba en una silla elevada en el centro de la habitación. Las brujas se pusieron en pie, y al unísono pronunciaron: —Ave Dominus Solus, sus voces resonando con devoción. Suletta cruzó las piernas con elegancia, sus ojos dorados y rojos evaluando a cada una. —Júpiter ya me informó de todo. ¿Dónde están sus Novitiae? Necesitamos fortalecer el aquelarre, Marte, de pie —dijo, su tono dejando claro que no toleraría demoras.
Marte se puso de pie, golpeando su puño contra el pecho en un saludo militar, su postura tensa pero respetuosa. —Marte, a su servicio —respondió, su voz grave resonando en la sala. Suletta la miró fijamente. —Tu legión tiene iniciados, ¿verdad? Sé que tienes acólitos del culto de la bruja en tus filas. ¿Dónde está tu Novitiae?
Marte suspiró, su expresión endureciéndose. —Murió en combate por debilucha—admitió, su voz baja pero firme.
Suletta se levantó de golpe, y una presión gravitatoria abrumadora cayó sobre Marte, forzándola a caer de rodillas con un golpe seco contra el suelo. —Te había dicho que no asesinaras a las niñas sensibles al permet —dijo, con su voz fría y cortante. —¿No quedó claro? — La presión era tan intensa que Marte apenas podía levantar la cabeza, su respiración entrecortada. —Lo siento —murmuró, su tono cargado de arrepentimiento.
La presión se desvaneció de repente, dejando a Marte jadeando en el suelo. Suletta la miró con severidad. —Consigue una nueva Novitiae. El aquelarre es débil, y no podemos darnos el lujo de perder más hermanas. ¿Quedó claro? —Marte asintió lentamente, su mirada baja mientras se ponía de pie con esfuerzo. —Terminando esta reunión, llévame a tu nave insignia. Revisaré a todos los sensibles al permet —ordenó Suletta, su voz resonando con autoridad.
Miorine, que observaba desde un rincón, tenía la boca abierta, sus ojos estaban llenos de incredulidad. Esta no era la Suletta que conocía, la chica dulce que había compartido risas y lágrimas con ella. ¿Era esta la verdadera Suletta? ¿Qué estaba pasando? Su mente daba vueltas, incapaz de reconciliar la imagen de su novia con la figura imponente que tenía delante.
—Neptuno —llamó Suletta, su voz cortando el silencio. Neptuno respondió al instante, inclinando la cabeza. —Mi señora Solaris —dijo con respeto.
—Necesito hablar contigo y encargarte una misión —continuó Suletta, pasando entre las brujas con pasos seguros. Neptuno la siguió, dejando a las demás en la sala, incluida Miorine, cuya confusión crecía con cada segundo.
Marte se levantó de golpe, haciendo crujir su cuello con un movimiento brusco. —Uff, casi la cago completamente con la jefa —murmuró, masajeándose el cuello con una mueca. Júpiter, con los ojos cerrados y una sonrisa serena, respondió con calma. —Eso es porque eres impulsiva y no has hecho caso de lo que te dijo con anterioridad.
Miorine las miró a todas, su voz temblorosa rompiendo el silencio. —No puedo creerlo —dijo, su tono lleno de incredulidad. —¿Están todas de acuerdo con esto? Es decir, esta Suletta… no es MI Suletta. ¿Qué le han hecho?
Las brujas se volvieron hacia ella, y Júpiter tomó la palabra con suavidad. —Lady Arbiter, esta es la señora Solaris, como todas la recordamos. Ha despertado completamente.
Miorine negó con la cabeza, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. —No me gusta. No es la misma Suletta. —
Júpiter sonrió, su voz tranquila pero enigmática. —Es la misma Solaris, Lady Arbiter. El problema es que usted aún no ha despertado. No recuerda lo que las anteriores Arbiters dejaron para usted, pero descuide, lo recordará. —
Miorine alzó una ceja, su confusión creciendo. —¿Despertado? — repitió, su voz cargada de duda.
Júpiter asintió, su sonrisa intacta. —Sí, así es. Su momento llegará. —
Mientras tanto, en el pasillo, Suletta se detuvo frente a Neptuno, la diferencia de tamaños entre ellas era evidente, pero ante la presencia de Solaris, Neptuno se sentía pequeña, casi insignificante. Suletta sacó un dije ornamentado y un pergamino sellado con cera roja, entregándoselos a Neptuno. —Vaelerythia —dijo, usando su verdadero nombre, lo que hizo que Neptuno abriera los ojos por un instante, sorprendida.
—Necesito que le entregues esto a Thalyssara — ordenó Suletta, su voz firme. —Y que le digas que Solaris ha vuelto. —
Neptuno suspiró, la carga de la misión pesando sobre sus hombros. Regresar a su planeta natal, enfrentarse a su pasado, era una tarea que no esperaba. —Lo que ordene, mi señora — respondió, inclinando la cabeza con respeto.
Suletta asintió y regresó a la sala, dejando a Neptuno en el pasillo, sumida en sus pensamientos sobre la misión que su señora le había encomendado. El capítulo terminó con esa imagen, el eco de sus pasos resonando en la distancia.