Capítulo 11 Bajo el Velo de Terciopelo
14 de septiembre de 2025, 2:13
En una sala privada de la base en Titán, el aire seguía cargado de una tensión que parecía vibrar con la intensidad de los eventos que acababan de presenciar. La pantalla holográfica, que momentos antes había mostrado la masacre de Nova Cronia y la feroz batalla en el espacio, ahora estaba apagada, pero las imágenes de muerte y destrucción seguían grabadas en la mente de todos los presentes. Suletta Mercury, que había estado en un trance profundo mientras su Permet se conectaba con las brujas, salió de su estado con un jadeo, su cuerpo colapsaba por el agotamiento del uso continuo del permet. Miorine Rembran, que la había estado sosteniendo con fuerza, la sujetó con cuidado, sus manos temblaban mientras ayudaba a Suletta a mantenerse erguida, sus ojos grisesse mantenian llenos de preocupación.
Suletta estaba exhausta, su respiración estaba agitada mientras el sudor perlaba su frente, su cabello rojizo se pegaba a su piel. Pero a diferencia de otras veces, cuando el trance la dejaba inconsciente y desconectada, esta vez estaba plenamente consciente. Había sentido todo: la tristeza abrasadora de Saturno, el valor gélido de Neptuno, el nerviosismo corrosivo de Urano, el sueño melancólico de Plutón, la calma reverente de Júpiter y la ira incandescente de una nueva bruja que nunca había visto, pero sentía que la conocia. Cada emoción de las brujas había resonado dentro de ella, sincronizándose con su Permet y amplificándola hasta un nivel que la había abrumado. Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras imágenes que no eran suyas llenaban su mente: visiones de las brujas juntas, interactuando en un lugar etéreo lleno de luz y sombras, sus túnicas ondeando como si estuvieran bajo el agua. Había visto a una niña de cabello negro, con ojos que brillaban como estrellas, pero no entendía quién era ni por qué estaba allí. Las imágenes eran fragmentos de memorias que no le pertenecían, y la confusión la hizo estremecerse mientras intentaba procesar lo que había experimentado.
Miorine, con un rostro lleno de preocupación, se inclinó hacia ella, sus manos sostenieron los hombros de Suletta mientras la miraba con una mezcla de alivio y ansiedad.
—Suletta, ¿estás bien? preguntó cargada de urgencia mientras buscaba en los ojos azules de su amada alguna señal de que estuviera herida.
—Por favor, dime que estás bien…
Suletta respiró hondo, con su cuerpo todavía temblando por el esfuerzo, pero logró esbozar una sonrisa débil mientras asentía lentamente.
—Sí… estoy bien, murmuró, con su voz ronca mientras desviaba la mirada, evitando mencionar lo que había sentido y visto. No quería preocupar más a Miorine, y ella misma no estaba segura de cómo explicar las visiones que había tenido, las emociones abrumadoras que aún resonaban en su pecho como un eco persistente.
Mientras tanto, en el espacio alrededor de Titán, la flota de la Legión de los Lobos Carmesí orbitaba la base como perros guardianes, sus naves formaban un perímetro protector. Las tres naves clase Imperator modificadas, con sus cascos pintados con el símbolo de su legion lideraban la formación, rodeadas por fragatas, destructores e interceptores que patrullaban con una precisión militar. La presencia de esta flota rebelde, conocida por su oposición a UNISOL, era un espectáculo que Shaddiq Zenelli y los demás en la base observaban con asombro desde las ventanas de observación y las pantallas tácticas de la sala de mando.
Shaddiq, con los brazos cruzados y una expresión de incredulidad en su rostro, miraba las imágenes de las naves rebeldes y los arcanos de las brujas descendiendo hacia la base.
—No puedo creerlo, murmuró, giraba hacia Sabina, que estaba a su lado con una expresión igualmente atónita.
—Las brujas sobrevivieron a dos flotas de Dominicus… y ahora tenemos a el otro grupo de terroristas aquí, peleando junto a ellas. ¿En qué nos hemos metido?
Sabina, con su calma habitual, inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos amarillos brillando con una mezcla de cautela y asombro.
—Es un milagro que estén vivas, dijo, en un tono sereno pero cargado de una gravedad que reflejaba la magnitud de lo que habían presenciado.
—Pero la Legión… ellos son rebeldes declarados contra UNISOL. Su presencia aquí nos pone en una posición aún más peligrosa.
En el hangar principal de la base, los arcanos de las brujas descendieron con un estruendo que hizo temblar el suelo. El Gundam Voltis de Saturno, con su armadura púrpura y dorada llena de grietas y quemaduras, aterrizó con un crujido metálico, su estructura todavía emitiendo un calor residual que hacía que el aire a su alrededor vibrara. El Gundam Goliath de Júpiter, blanco y dorado, brillaba con un resplandor tenue, sus alas de energía plegándose mientras se posaba con una gracia solemne. El Gundam Glacispectre de Neptuno, con su armadura azul pálida agrietada, dejó un rastro de hielo en el suelo, su cuerno de unicornio apagado pero todavía imponente. El Gundam Abyssalis de Urano, con su armadura verde turquesa y degradados púrpura, desprendía una leve neblina tóxica mientras se asentaba, sus tentáculos de corrosión retraídos. Finalmente, el Gundam Oneirion de Plutón, azul zafiro oscuro, aterrizó con un silencio inquietante, sus anillos flotantes girando lentamente mientras su sistema de ondas cerebrales se apagaba.
Las cabinas de los arcanos se abrieron con un siseo, y las brujas descendieron una a una. Júpiter fue la primera, su túnica blanca ondeando mientras bajaba con una calma que parecía trascender el caos de la batalla que acababan de librar. Neptuno, Urano y Plutón la siguieron, sus pasos elegantes pero cargados de una tensión que aún no se había disipado, sus rostros endurecidos por la lucha. Saturno fue la última en bajar, su mirada se mantuvo baja mientras caminaba detrás de sus hermanas, su expresión estaba llena de una culpa que pesaba como plomo en su corazón. Pensaba en cómo sus acciones, impulsadas por la ira, habían puesto a todas en peligro, y cómo, de no ser por la llegada de Marte, probablemente habrían muerto en el espacio. Sus manos temblaban ligeramente mientras seguía a las demás, su túnica púrpura manchada de hollín y cenizas.
Sin embargo, había una nueva figura entre ellas: Marte, la bruja que había llegado con su legion. Su presencia era imponía miedo, su piel era de un rojo pálido brillando como el polvo marciano, su cabello carmesí intenso que caía en ondas hasta su cintura. Llevaba una lanza inquieta en la mano, un arma de energía que emitía un zumbido grave, su punta brillando con un resplandor rojo intenso. Sin embargo, lo que más destacaba eran sus rasgos caninos: colmillos más largos que los de un humano normal, sobresaliendo ligeramente de sus labios; ojos ámbar afilados como los de un lobo, brillando con una intensidad que parecía perforar el alma; y uñas largas y letales, más parecidas a garras, que parecían capaces de desgarrar metal con facilidad. Había algo animal en ella, un instinto primal que se manifestaba en cada gesto, en cada mirada. Incluso su forma de moverse era la de un depredador, con pasos silenciosos pero cargados de una energía contenida, como un lobo al acecho.
Marte caminaba detrás de Júpiter, sus ojos ámbar se mantenían fijos en la Oraculo del aquelarre, mientras el resto de los presentes en la base observaban con cautela y miedo cómo una nueva bruja había llegado a sus instalaciones.
En una sala adyacente al hangar, Suletta estaba sentada en una silla, su cuerpo todavía se mantenía débil por el trance que había experimentado. Miorine, que había limpiado el sudor de su frente con un paño, estaba a su lado, acariciando su cabeza con ternura mientras sus dedos se deslizaban por el cabello castaño rojizo de Suletta.
—Descansa, Suletta, murmuró Miorine, su voz suave mientras miraba a su amada con una mezcla de alivio y preocupación.
—Lo hiciste… ayudaste a todos. Estoy tan orgullosa de ti.
Suletta asintió débilmente, sus ojos azules todavía se mantenían nublados por el cansancio, pero su mente seguía atrapada en las visiones que había tenido durante el trance. No respondió a las palabras de Miorine, su mirada estaba perdida mientras intentaba darle sentido a las imágenes de la niña de cabello negro y las brujas que aún no conocía.
La puerta de la sala se abrió, y las brujas entraron, lideradas por Júpiter. Marte, con su lanza todavía zumbando en su mano, caminaba justo detrás, con su expresión llena de una devoción que parecía casi tangible. Saturno cerró la marcha, con su mirada baja mientras la culpa seguía pesando sobre ella. Shaddiq, Sabina, Nika y los demás presentes se giraron para recibirlas, con sus rostros llenos de una mezcla de asombro y cautela mientras veían a la nueva bruja, Marte, entre las demás.
Sin esperar presentaciones, Marte se adelantó, sus pasos firmes mientras se acercaba a Suletta. La bruja marciana se arrodilló frente a ella con una reverencia profunda, su lanza descansando a su lado mientras inclinaba la cabeza y tomaba los pies de Suletta con una delicadeza casi sagrada. Luego quito sus zapatos y medias y en un gesto que sorprendió a todos, besó los pies de Suletta, sus labios rozando la piel con una devoción que hizo que el aire se cargara de una energía mística.
Suletta se sonrojó intensamente, sus ojos se abrian de par en par mientras miraba a Marte y luego a Júpiter, buscando alguna explicación para lo que estaba ocurriendo.
—¿Q-qué…? balbuceó, con su voz temblando mientras su rostro se volvía rojo brillante, su cansancio quedo olvidado por un momento ante la incomodidad del gesto.
Marte alzó la cabeza ligeramente, sus ojos ámbar brillaron con una intensidad que parecía atravesar el alma de Suletta, y habló en su idioma natal marciano, su voz resono con una cadencia que era tanto feroz como reverente.
—Kel’ha Solaris’eth, drax venar’thul ek’vaan serath’ma, dijo, con sus palabras llenas de una emoción que Suletta no entendía, pero que podía sentir en su corazón.
Suletta parpadeó, confundida, y giró hacia Júpiter, suplicando una explicación mientras su rostro seguía rojo.
—¿Qué… qué dijo? preguntó, suave pero llena de curiosidad y nerviosismo.
Júpiter, con sus ojos aún cerrados, sonrió suavemente, su expresión estaba llena de una calidez que contrastaba con la intensidad de Marte.
—Marte está feliz de verte y sentirte después de tanto tiempo, mi señora Solaris, explicó, su voz serena mientras inclinaba la cabeza ligeramente hacia Suletta.
—Para ella, tu presencia es un milagro que ha esperado durante mucho tiempo.
Suletta asintió lentamente, todavía sonrojada, mientras miraba a Marte, quien seguía arrodillada frente a ella, su lanza zumbaba suavemente a su lado. La llegada de Marte y la Legión de los Lobos Carmesí había cambiado todo, y mientras las brujas y los rebeldes se asentaban en la base, todos sabían que este era solo el comienzo de una guerra que estaba lejos de terminar.
La masacre de Nova Cronia había sacudido los cimientos del sistema solar, y su impacto se sentía en cada rincón del dominio interplanetario de UNISOL. La transmisión de Paladio Uno, que había alcanzado a millones de canales abiertos antes de ser silenciada, se había convertido en un grito de auxilio que resonaba en planetas, lunas y estaciones espaciales. Las imágenes de civiles masacrados por las tropas de Dominicus, los cuerpos apilados en la Plaza del Archivo, y las palabras desesperadas de la reportera—"¡No es purga, es exterminio!"—habían encendido una tormenta de reacciones que ahora se transmitían en noticieros, foros holográficos y redes de comunicación interplanetaria. La opinión pública estaba dividida, y el conflicto entre las brujas, Dominicus y UNISOL se había convertido en el eje de un debate que amenazaba con desestabilizar aún más un sistema solar ya fracturado.
En una estación de noticias central en la Tierra, el canal oficial de UNISOL, Solaris Vox, emitía su segmento principal de la noche. La presentadora, una mujer de rostro serio y cabello plateado, vestida con un uniforme gris que llevaba el emblema de UNISOL, hablaba con un tono firme y autoritario, su voz resonaba con la confianza de alguien que sabía que su audiencia esperaba una narrativa clara y alineada con el gobierno. Detrás de ella, un holograma gigante mostraba imágenes cuidadosamente seleccionadas de Nova Cronia: soldados de Dominicus "restaurando el orden", edificios del CESO en ruinas, y un texto que rezaba "OPERACIÓN DE SEGURIDAD NECESARIA".
"Buenas noches, ciudadanos del sistema solar", comenzó la presentadora, con su mirada fija en la cámara mientras ajustaba un auricular invisible. "Hoy abordamos los eventos recientes en Nova Cronia, Saturno, donde las fuerzas de Dominicus, bajo las órdenes del Consejo Ejecutivo para la Supervisión del Orden, han actuado con decisión para sofocar una insurgencia peligrosa que amenazaba la estabilidad de la región. Según fuentes oficiales, los rebeldes, respaldados por elementos subversivos que incluyen a las llamadas 'brujas', atacaron a las fuerzas del orden, dejando a nuestras tropas sin otra opción que responder con fuerza letal para proteger a los ciudadanos leales y las operaciones críticas de extracción de gas en Saturno."
La pantalla cambió para mostrar un gráfico holográfico que detallaba las pérdidas de UNISOL: un oficial de policía muerto—el que había sido abatido por órdenes del gobernador—, varios mobile suits destruidos, y el edificio del CESO reducido a escombros.
"El CESO lamenta profundamente las bajas civiles", continuó la presentadora, modulando su tono para sonar compasivo, aunque sus ojos carecían de emoción. "Sin embargo, estas acciones eran necesarias para evitar una revolución que habría sumido a Saturno en el caos, afectando la economía interplanetaria y la seguridad de todos los ciudadanos de UNISOL. Además, se ha confirmado la presencia de brujas en la órbita de Saturno, lo que demuestra que el aquelarre está detrás de esta insurrección. Dominicus, como siempre, ha actuado con precisión para neutralizar esta amenaza existencial."
En Venus, un canal independiente conocido como Luz de Aphrodite ofrecía una perspectiva radicalmente diferente. El presentador, un hombre joven con el cabello teñido de azul y un tatuaje holográfico que brillaba en su mejilla, hablaba con una pasión que contrastaba con la frialdad de Solaris Vox. Detrás de él, imágenes sin censura de la masacre de Nova Cronia llenaban la pantalla: cuerpos destrozados, niños llorando junto a sus padres asesinados, y el Gundam Voltis de Saturno enfrentándose a las fuerzas de Dominicus mientras rayos orbitales caían sobre la ciudad.
"¡Esto no es una operación de seguridad, es un genocidio!", exclamó el presentador, golpeando el escritorio con el puño mientras su voz resonaba con indignación. "Lo que vimos en Nova Cronia no fue una respuesta a una insurrección, fue una masacre orquestada por UNISOL para aplastar cualquier resistencia a su régimen opresivo. Miles de civiles—mujeres, niños, ancianos—fueron asesinados a sangre fría por las tropas de Dominicus, los perros de presa del CESO. Y luego, cuando las brujas aparecieron para defender a los inocentes, ¿qué hizo UNISOL? ¡Bombardeó su propio edificio del CESO, matando a su propio gobernador, solo para asegurarse de que no quedaran testigos!"
El presentador hizo una pausa, su respiración se mantenía agitada mientras miraba directamente a la cámara, sus ojos se mantenían brillando con una mezcla de rabia y tristeza.
"La transmisión de Paladio Uno lo dejó claro: 'No están cazando brujas, están extinguiendo nuestra alma'. Y ahora sabemos que las brujas no son el enemigo. Las brujas estan protegiendo a los civiles de Nova Cronia, demuestran que están luchando por nosotros, por nuestra libertad. UNISOL quiere que las temamos, pero las brujas son nuestra esperanza contra este régimen genocida."
En Marte, la reacción era aún más visceral. Un comunicado a través de su canal oficial, Red Networks hablo con su voz grave y llena de una furia contenida.
"La masacre de Nova Cronia es la prueba definitiva de que UNISOL no es un gobierno, es un imperio genocida", dijo resonando con una autoridad que inspiraba tanto miedo como respeto. "la Legión de los Lobos Carmesí, han luchado contra su tiranía durante años, y ahora, brujas se les han unido. Las brujas han demostrado que no son una amenaza, sino una fuerza de resistencia contra la opresión. UNISOL teme a las brujas porque no pueden controlarlas. Nova Cronia no será olvidada."
En las estaciones orbitales de Júpiter, donde los conservadores de UNISOL mantenían un control más férreo, las opiniones eran marcadamente diferentes. Un panel de discusión en el canal Jovian Herald reunía a tres analistas, todos vestidos con uniformes grises que reflejaban su lealtad al régimen. El moderador, un hombre mayor con el cabello blanco y una expresión severa, introdujo el tema con un tono que dejaba poco espacio para el debate.
"La operación en Nova Cronia fue un éxito necesario", afirmó, mientras un holograma mostraba imágenes de las naves de Dominicus orbitando Saturno. "La aparición de las brujas confirma lo que el CESO ha advertido durante años: el regreso de las brujas es una amenaza para la estabilidad interplanetaria. Su capacidad para hacer cosas inposibles las hace armas vivientes, y su alianza con los rebeldes de la Legión de los Lobos Carmesí demuestra que están planeando una insurrección a gran escala."
Una analista, una mujer de mediana edad con gafas holográficas que proyectaban estadísticas en tiempo real, asintió vigorosamente mientras hablaba.
"Los datos son claros", dijo, señalando un gráfico que mostraba las pérdidas económicas tras las revueltas en Saturno. "Las operaciones de extracción de gas se detuvieron por completo debido a las acciones de estos subversivos. Si no actuábamos, el sistema solar entero habría enfrentado una crisis energética. Las bajas civiles, aunque lamentables, son un costo necesario para garantizar nuestra seguridad y prosperidad."
Sin embargo, no todas las voces conservadoras estaban tan seguras. En un foro holográfico privado en una estación de Ganímedes, un grupo de ciudadanos leales a UNISOL debatía con un tono más matizado. Una mujer, identificada solo como "Ciudadana 472", expresó su preocupación mientras su avatar holográfico gesticulaba nerviosamente.
"Yo apoyo a UNISOL, pero… ¿era necesario matar a tantos inocentes?", preguntó, su voz temblando mientras un holograma de la Plaza del Archivo aparecía frente a ella, mostrando los cuerpos apilados. "Entiendo que las brujas son peligrosas, pero esas imágenes… esos niños… No sé si puedo seguir justificando esto."
Un hombre, identificado como "Ciudadano 189", respondió con un tono más firme, su avatar mostrando el emblema de UNISOL en el pecho.
"Si no actuamos contra las brujas y los rebeldes, perderemos todo", dijo, su voz llena de convicción. "Dominicus hizo lo que tenía que hacer. Las brujas son una amenaza existencial. Mira lo que hicieron en el espacio: destruyeron mobile suits, fragatas. Si no las detenemos ahora, vendrán por nosotros después."
Mientras tanto, en Titán, donde las brujas y la Legión de los Lobos Carmesí se habían asentado, la base estaba bajo una vigilancia constante. Las naves de la Legión orbitaban como centinelas, sus armas listas para responder a cualquier amenaza, mientras los arcanos de las brujas descansaban en el hangar, sus estructuras dañadas pero aún imponentes. La llegada de Marte y su flota rebelde había cambiado las reglas del juego, pero también había puesto a Titán en el centro de una tormenta interplanetaria que nadie podía ignorar.
La presencia de la Legión de los Lobos Carmesí había añadido una nueva capa de tensión a una situación ya de por sí volátil. Los Lobos eran una organización militar que UNISOL había etiquetado como terrorista, clasificándolos en la misma categoría que Ochs: un grupo armado peligroso, capaz de enfrentarse a SOVREM sin problemas. Durante años, UNISOL y SOVREM habían intentado erradicarlos, pero los Lobos Carmesí habían resistido, convirtiéndose en un símbolo de resistencia para muchos en el sistema solar. A diferencia de Ochs, que había cometido actos atroces contra civiles, los Lobos Carmesí no se habían manchado con crímenes de guerra, lo que les había ganado el apoyo de una población cada vez mayor. Sus filas crecían con adeptos que veían en ellos la última esperanza contra la tiranía de UNISOL, una fuerza que luchaba por la libertad en un sistema solar asfixiado por el control imperial.
Shaddiq sabía todo esto. Había estudiado conflictos geopolíticos durante años, consciente de que grupos como este no podían tomarse a la ligera. Sus tácticas militares eran impecables, su flota formidable, y su determinación inquebrantable. Pero lo que nunca había imaginado, ni en sus cálculos más extremos, era que una bruja estuviera liderándolos. Y no cualquier bruja: Marte, una figura que parecía encarnar la furia primal de un depredador, una salvaje amante de la guerra que desafiaba cualquier noción que Shaddiq tuviera sobre las brujas del aquelarre. Su sola presencia alteraba el entorno: un técnico que pasaba por el pasillo con una caja de herramientas se apartó rápidamente al verla, su rostro palidecio mientras retrocedía contra la pared; dos soldados que patrullaban cerca bajaron la mirada, sus manos apretaron sus rifles con nerviosismo mientras evitaban cruzarse con ella.
Shaddiq, desde un rincón del pasillo donde se había detenido para observar a las brujas después de su llegada, no pudo evitar mirarla. Había algo fascinante en Marte, pero también profundamente inquietante. Ella parecía compartir una similitud visceral con una loba: no solo en su apariencia, sino en su aura, en la manera en que sus sentidos parecían captar todo a su alrededor. Y entonces, como si hubiera percibido su mirada con ese instinto canino que tienen los perros cuando saben que los están observando, Marte giró la cabeza hacia él, sus ojos ámbar se clavaron en los suyos con una intensidad que hizo que el corazón de Shaddiq se detuviera por un instante.
Antes de que pudiera apartar la mirada, Marte se acercó a él con pasos rápidos y seguros. Cuando habló, su voz fue un rugido primal, más parecida a un ladrido que a un sonido humano, cada palabra estaba cargada de una agresividad que hizo que Shaddiq sintiera un escalofrío recorrer su espina dorsal.
—¿Qué me miras, débilucho? gruñó, en un tono gutural resonando en el pasillo mientras se detenía a pocos centímetros de él, su aliento cálido rozo su rostro.
Shaddiq cerró los ojos por un momento, respirando hondo para calmar los latidos acelerados de su corazón. Sabía que cualquier movimiento en falso podía desencadenar algo mucho peor que una simple advertencia. Abrió los ojos de nuevo, su expresión se endurecio mientras encontraba la mirada de Marte.
—Lo salvaje que eres…, dijo más bajo de lo habitual, en un intento de mantener la situación bajo control, aunque sabía que había cruzado una línea.
El aire se volvió pesado en un instante. Un estruendo resonó en el pasillo cuando Marte golpeó la pared detrás de Shaddiq con la palma de su mano abierta, arrinconándolo contra el metal frío. Sus uñas, afiladas como cuchillas, se incrustaron en la pared, dejando surcos profundos que formaron una marca visible: cinco cortes largos y desiguales que atravesaban el acero como si fuera papel. Un grupo de soldados que patrullaban el pasillo se detuvo a unos metros de distancia, sus rostros palideciendo mientras veían la marca en la pared, sus cuerpos se estremecieron ante la demostración de fuerza bruta. Uno de ellos susurró algo a su compañero, y ambos dieron un paso atrás, claramente reacios a acercarse más, sus ojos llenos de temor mientras evitaban mirar directamente a Marte.
Una de las uñas de Marte rasgó la mejilla de Shaddiq, haciendo que un hilo de sangre corriera por su rostro, el dolor era ardiente pero soportable mientras él permanecía inmóvil, consciente de la amenaza que tenía frente a él. Marte lo miró como un depredador mira a su presa, sus ojos ámbar brillaban con una ferocidad que parecía prometer violencia.
—¿Sabes qué hago con los débiluchos? siseó, baja y peligrosa con su aliento cálido y salvaje rozando la piel de Shaddiq mientras se inclinaba aún más cerca.
—Los devoro vivos…
Shaddiq podía sentir el calor de su aliento, el olor primal que emanaba de ella, una mezcla de polvo marciano y algo más, algo animal. Marte no era una bruja cualquiera; era un animal salvaje que podía usar el Permet, lo que la hacía doblemente peligrosa. Su presencia era abrumadora, su furia palpable, y por un momento, Shaddiq sintió que realmente podría cumplir su amenaza. Su corazón latía con fuerza, pero se obligó a mantenerse inmóvil, consciente de que cualquier movimiento podía ser interpretado como un desafío.
Antes de que la situación escalara más, una voz serena pero firme resonó desde el otro extremo del pasillo.
—Marte, deja al señor Zenelli. No puedes hacerle daño —dijo Júpiter, su tono lleno de una autoridad que parecía calmar incluso el caos más violento.
La bruja de túnica blanca avanzó con pasos elegantes, sus ojos cerrados para los indignos, su presencia una calma que contrastaba con la ferocidad de Marte.
Marte gruñó, el sonido que salió de su garganta fue idéntico al de un lobo enfurecido, un rugido bajo y gutural que hizo que los soldados a lo lejos se tensaran aún más, uno de ellos dando un paso atrás mientras susurraba algo sobre "esa bestia". Sus uñas rasgaron la pared al retirarse, el metal chirriando bajo su fuerza mientras profundizaba los surcos que había dejado, el sonido resono en el pasillo como un eco de su furia. Shaddiq podía escuchar el crujido del acero detrás de él, un recordatorio visceral de la fuerza bruta de Marte.
—Es una orden, Marte… —repitió Júpiter, su voz tranquila pero inquebrantable, su sonrisa suave contrastando con la tensión del momento.
Marte finalmente liberó a Shaddiq, retrocediendo un paso mientras lo miraba desde arriba, su estatura era más alta que la de Shaddiq la cual proyectaba una sombra que lo envolvía. Shaddiq alzó la mirada, y por un instante, vio en los ojos de Marte la mirada de un depredador al que le habían quitado su presa: una mezcla de frustración y hambre que lo hizo estremecerse. Marte bufó, un sonido que resonó como un desafío, antes de que Júpiter hablara de nuevo manteniendo esa calma etérea.
—La señora Solaris no desea que el anfitrión de esta base sufra algún daño —dijo, llena de una reverencia que parecía trascender el momento.
Marte lanzó una última mirada a Shaddiq, sus ojos ámbar brillaron con una intensidad que prometía que esto no había terminado, antes de girar sobre sus talones y caminar por el pasillo mientras su cabello carmesí ondeaba detrás de ella. Mientras se alejaba, un técnico que había estado trabajando en un panel cercano dio un amplio rodeo para evitar pasar cerca de la pared marcada, su rostro se mantuvo pálido mientras miraba los surcos profundos en el metal, sus manos temlaron ligeramente mientras cargaba una caja de herramientas.
El silencio que siguió fue incómodo, un vacío que parecía llenarse con el eco del gruñido de Marte y el chirrido del metal rasgado. Shaddiq sintió cómo el aire volvía a llegar a sus pulmones, su respiración agitada mientras se llevaba una mano a la mejilla, sintiendo la sangre caliente que corría por su piel. Los soldados que habían estado observando desde la distancia intercambiaron miradas nerviosas antes de continuar su patrulla, asegurándose de mantenerse lo más lejos posible de la pared marcada, como si temieran que el simple hecho de acercarse pudiera invocar de nuevo la furia de Marte.
Júpiter esperó a que el pasillo estuviera despejado antes de acercarse a Shaddiq con un movimiento elegante, Sacó un pañuelo de tela blanca de un pliegue de su túnica, el borde estaba bordado con runas doradas que brillaban tenuemente y estiro su mano hacia la mejilla de Shaddiq con una delicadeza que contrastaba con la violencia del momento anterior.
—Permítame —dijo suave mientras se inclinaba ligeramente hacia él con sus ojos aún cerrados mientras limpiaba con cuidado la sangre de su mejilla, el pañuelo absorbió el rojo con una precisión casi ritual.
El gesto era íntimo y Shaddiq sintió un calor inesperado en su pecho mientras Júpiter terminaba, doblando el pañuelo con precisión antes de guardarlo.
Una risa suave escapó de los labios de Júpiter, su sonrisa estaba llena de una mezcla de diversión y advertencia mientras retrocedía un paso.
—Señor Zenelli, veo que usted le tiene poco aprecio a su vida —dijo, su voz llena de una calidez que contrastaba con la gravedad de sus palabras.
Shaddiq alzó una ceja mientras se tocaba la mejilla ahora limpia, el ardor de la herida todavía se mantenia presente pero atenuado.
—Primero Neptuno, luego Marte… —murmuró llena de una ironía amarga mientras miraba a Shaddiq, Júpiter negó con la cabeza, suavizando su sonrisa mientras respondía, su voz llena de una sabiduría que parecía venir de siglos.
—Neptuno puede tener mal carácter, pero ella es una caballero. Es leal y tiene un código —explicó, en un tono sereno mientras inclinaba la cabeza ligeramente.
—Pero Marte…
Shaddiq completó la frase, con su voz baja pero cargada de una certeza que había ganado a pulso.
—Es una salvaje —dijo, en un tono lleno de una mezcla de asombro y cautela mientras recordaba la ferocidad en los ojos de Marte.
Júpiter sonrió de nuevo, pero negó con la cabeza, su expresión se volvio más seria mientras hablaba.
—Marte es una de las más fuertes del aquelarre, señor Zenelli. Es una depredadora —dijo llena de una advertencia que no podía ignorarse.
—Tenga por seguro que ella le atacará si la provoca. Es fiel al aquelarre, y hará cualquier cosa que la señora Solaris le pida.
Shaddiq soltó un bufido de ironía mientras procesaba las palabras de Júpiter.
—O sea, es su perro de caza. Su verdugo —dijo lleno de una amargura que reflejaba su creciente incomodidad con la presencia de las brujas en su base.
Júpiter no respondió directamente, su sonrisa permaneció en su rostro mientras inclinaba la cabeza ligeramente, su silencio más elocuente que cualquier palabra. Luego, con un tono más ligero, añadió:
—No siempre estaré para salvarle, señor Zenelli. Pido que no vea a mis hermanas como amenazas, porque no podré estar con usted siempre… y la verdad, me empiezan a agradar nuestras partidas de ajedrez. Su voz era casi juguetona, un contraste sorprendente con la tensión del momento.
Dicho esto, Júpiter dio la vuelta y comenzó a caminar en la dirección en la que Marte se había ido, su túnica blanca ondeando detrás de ella como un manto de luz. Shaddiq se quedó mirando su silueta mientras se alejaba, su mente todavía procesando el encuentro con Marte y las palabras de Júpiter. Se tocó la mejilla una vez más, sintiendo la piel limpia donde Júpiter había eliminado la sangre, y una sonrisa irónica curvó sus labios.
—A mí también empiezan a agradarme esas partidas… Júpiter —murmuró para sí mismo mientras miraba el pasillo vacío, consciente de que su base, y su vida, estaban ahora más entrelazadas con las brujas.
El hangar estaba envuelto en un silencio pesado, roto solo por el eco metálico de las herramientas distantes y el zumbido intermitente de las luces fluorescentes que parpadeaban en el techo. El aire olía a aceite quemado y metal recalentado, un testimonio del combate feroz que los mobile suits de las brujas habían enfrentado apenas unas horas atrás. Nika Nanaura, con su piel ligeramente azulada y sus orejas alargadas temblaba de nerviosismo, se encontraba frente al Glacispectre, el Gundam de la Bruja de Neptuno. La máquina estaba maltrecha: su armadura, una vez brillante como el hielo bajo la luz de una luna neptuniana, ahora estaba cubierta de arañazos profundos, agujeros chamuscados y placas desprendidas que dejaban al descubierto circuitos chispeantes. Un brazo colgaba inerte, mientras que el otro sostenía un arma rota, como un guerrero herido que se niega a rendirse.
Nika, con su curiosidad innata, se acercó con pasos tímidos, casi reverentes. Extendió una mano temblorosa y tocó la superficie del Gundam. El metal estaba frío, casi gélido, y sintió un escalofrío recorrer su piel, no solo por la temperatura, sino por la energía que parecía emanar de la máquina, como si estuviera viva, cargada de recuerdos de batalla.
—Es… impresionante — murmuró para sí misma, maravillada por la ingeniería que tenía frente a ella.
De pronto, una voz profunda y melodiosa resonó a su espalda, haciendo que su corazón diera un vuelco.
—¿Impresionante, dices?
Nika soltó un gritillo de asombro, girándose tan rápido que casi tropieza con sus propios pies. Frente a ella, como una aparición divina, estaba Neptuno, la Bruja dueña del Glacispectre. Su estatura era colosal, de más de dos metros y medio, lo que la hacía parecer una torre de poder y gracia, empequeñeciendo a Nika hasta hacerla sentir como una niña frente a una diosa. Su cabello era una cascada de oro líquido con destellos azulados, caía en ondas interminables, moviéndose ligeramente con la brisa que se colaba en el hangar. Sus ojos, de un azul profundo como el núcleo de una estrella, destellaban con una intensidad que podía helar el alma o encenderla en un instante. Un cuerno delicado sobresalía de su frente, brillando como una constelación, y su piel, de un azul pálido más pronunciado que el de Nika, delataba su origen neptuniano. Sus orejas alargadas, más puntiagudas que las de Nika, estaban adornadas con aretes que parecían estrellas titilantes, cada uno reflejando la luz del hangar como pequeños faros.
Nika, abrumada por la presencia de Neptuno, tartamudeó, su voz apenas un susurro.
—P-perdón, no quería molestar, s-solo… me pareció una máquina impresionante.
Sus palabras salieron atropelladas, y su mirada se desvió al suelo, temerosa de haber ofendido a la bruja. Ambas eran neptunianas, pero Nika no había interactuado con una de su especie en mucho tiempo, y la sola idea de estar frente a una bruja tan poderosa la hacía temblar.
Neptuno, sin embargo, no mostró enojo. Se acercó al Glacispectre con una elegancia que desafiaba su enorme tamaño, y acarició la armadura dañada con una ternura sorprendente, como si tocara a un viejo amigo.
—Glacispectre no es una máquina, dijo con voz firme pero cálida, sus ojos brillaban con un afecto profundo.
—Es mi arcano, mi compañero de batalla, y la espada de Solaris.
Luego, giró su mirada hacia Nika, observándola desde su imponente altura.
—Mi espada purga todo el mal.
Nika tragó saliva y asintió rápidamente, su nerviosismo evidente en el temblor de sus manos. No quería provocar a la bruja, pero su curiosidad, esa chispa que siempre la había definido, la traicionó.
—P-por qué eres tan grande…?
soltó de repente, y al instante se tapó la boca con ambas manos, cerrando los ojos con fuerza, esperando un castigo inevitable.
Pero el golpe nunca llegó. En cambio, una risa suave, casi musical, llenó el hangar, un sonido tan inesperado que Nika abrió los ojos con cautela. Neptuno la miraba, y por primera vez, una sonrisa genuina iluminaba su rostro.
—¿Eso es lo que más te preocupa? Preguntó cargada de diversión.
Nika, todavía temblorosa, balbuceó,
—Y-yo… no, esto…
Sus mejillas se tiñeron de un azul más oscuro, avergonzada por su propia torpeza.
Neptuno alzó la mirada hacia Glacispectre, su expresión se volvio reflexiva.
—El Permet actúa diferente en cada una de nosotras, explicó ahora más seria.
—Mis hermanas tienen sus particularidades. Yo… heredé esto del Permet.
Hizo un gesto hacia su propia estatura, como si fuera lo más natural del mundo.
Nika, todavía procesando la respuesta, inclinó la cabeza con curiosidad.
—¿No es molesto?
preguntó más suave ahora, menos temerosa.
Neptuno soltó otra risa, esta vez más cálida, un sonido que resonó en el hangar como un eco de campanas.
—No, no lo es, respondió, sus ojos brillaron con un destello travieso.
—Me ayuda a intimidar a mis enemigos.
Extendió una mano hacia Nika, y esta, instintivamente, cerró los ojos con fuerza, esperando lo peor. Pero en lugar de un golpe, sintió un toque rápido y afectuoso en la cabeza, un gesto casi maternal que la dejó parpadeando de sorpresa.
—Nika…
Una tercera voz cortó el momento, firme y cargada de una tensión contenida. Nika abrió los ojos y giró la cabeza para ver a Sabina, parada en la puerta del hangar. Su figura era más pequeña que la de Neptuno, pero su presencia era igual de intensa, con una seriedad que rayaba en la posesividad. Los ojos de Sabina se encontraron con los de Neptuno, y por un instante, el aire se cargó de una electricidad silenciosa, como si dos fuerzas opuestas se midieran mutuamente.
Nika, aún nerviosa, se despidió rápidamente de Neptuno con un torpe
—¡G-gracias!
antes de correr hacia Sabina. Al llegar a su lado, se lanzó a sus brazos, escondiendo su rostro en el pecho de Sabina mientras sus orejas se agitaban de pura ansiedad. Sabina la abrazó con fuerza, pero su mirada no se apartó de Neptuno. Había algo en sus ojos, una chispa de desafío, como si estuviera marcando su territorio, protegiendo a Nika de una amenaza invisible. Sin decir una palabra, tomó la mano de Nika con firmeza y la guió fuera del hangar, dejando a Neptuno sola con su Gundam.
La Bruja de Neptuno observó cómo se alejaban, su expresión se volvio melancólica. Luego, giró su mirada hacia Glacispectre, acariciando su armadura dañada una vez más.
—Lo sé, Katapraksto, lo sé…
murmuró, apenas en un susurro, cargada de una tristeza que contrastaba con su imponente figura.
—No es ella…
La habitación estaba cargada de una energía caótica, un torbellino de personalidades tan distintas que parecían chocar como planetas en órbita. Suletta, sentada en una silla de metal frío, sentía su corazón latir con fuerza mientras sus ojos verdes se movían de un lado a otro, incapaz de procesar del todo la escena frente a ella. Estaba rodeada de brujas, todas las brujas de la base, cada una más imponente que la anterior. A su lado, Miorine, con su cabello plateado brillando bajo la luz tenue de la sala, le apretaba la mano con fuerza, sus dedos se entrelazaban con los de ella en un gesto protector. Los ojos de Miorine, afilados como cuchillas, recorrían la habitación con desconfianza, deteniéndose especialmente en Saturno, quien le devolvía una mirada cargada de furia y celos. Sin decir una palabra, Miorine alzó una ceja con un gesto de soberbia, un mensaje silencioso pero claro: Suletta es mía, no tuya. Saturno, con sus delicados rasgos contorsionados por la envidia, apretó los puños, y pequeñas chispas doradas comenzaron a saltar de su cuerpo, iluminando su vestido negro con destellos de ira contenida.
Júpiter, de pie a la derecha de Suletta, carraspeó con fuerza, su voz resonando como un trueno suave pero firme, atrayendo la atención de todas. Sus ojos color plomo brillaban con una intensidad que parecía atravesar el alma, y su presencia, aunque serena, emanaba autoridad. A su alrededor, las otras brujas mostraban sus personalidades únicas, como si fueran una constelación de opuestos. Plutón, la mayor de todas, sonreía con una calidez maternal, sus ojos violetas estaban llenos de sabiduría, como si hubiera visto milenios de historias. Urano, con su rostro somnoliento y su cabello violeta desordenado, dejó escapar un bostezo largo y perezoso, apoyándose contra la pared con una indiferencia casi cómica. Neptuno, en cambio, se mantenía firme como una caballero, su estatura colosal de más de dos metros y medio dominando la sala. Una sonrisa serena adornaba su rostro, sus ojos azules destellando con nostalgia mientras observaba a sus hermanas reunidas; hacía mucho que no estaban todas juntas.
Marte, con su cabello rojo como el fuego y su actitud desvergonzada, estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas, sacándose la cerilla del oído con su meñique. Sin ningún reparo, se llevó el dedo a la boca, comiéndose lo que había sacado. Saturno, la más refinada de todas, una verdadera dama con su vestido negro de encaje y su postura perfecta, hizo una mueca de asco.
—¡Ugghhh, qué asco, Marte! exclamó, su voz aguda y llena de repulsión.
Marte soltó una carcajada que más bien parecía un ladrido, mostrando una sonrisa salvaje.
—¿Quieres un poco? respondió, extendiendo su meñique hacia Saturno con un brillo travieso en sus ojos ámbar.
—¡UGGGHHH, NO! ¡Qué asco, largo, vete! gritó Saturno, empujándola con ambas manos mientras su rostro se arrugaba en una expresión de horror. Marte sabía exactamente cómo provocar a su hermana, y lo disfrutaba demasiado.
—¡JÚPITER!, ¡ME ESTÁ MOLESTANDO! exclamó Saturno, buscando apoyo, pero Júpiter solo dejó escapar una risa suave, sacudiendo la cabeza.
—Marte, deja de molestar a Saturno, dijo Júpiter, en un tono calmado pero firme. Marte bufó, murmurando un “aburrida” entre dientes antes de cruzarse de brazos y sentarse de nuevo en el suelo, esta vez con un mohín infantil.
Suletta observaba todo con una mezcla de fascinación y desconcierto. Cada bruja era un mundo en sí misma, tan diferentes que parecían imposibles de unir, y sin embargo, había un lazo inquebrantable entre ellas, como si fueran hermanas de sangre. No entendía del todo qué significaba ella para ellas, ni por qué la miraban con una mezcla de adoración y reverencia. Júpiter le había dicho que lo entendería poco a poco, que sus recuerdos regresarían con el tiempo, pero eso no hacía que el momento fuera menos abrumador.
Júpiter carraspeó de nuevo, esta vez con más intención, y la sala se sumió en un silencio expectante. Sus ojos plomizos brillaron con vida, y su voz adquirió un tono grave y determinado.
—Tenemos que contactar con Venus y sacar a Gaia de la Tierra, anunció, con su mirada recorriendo a cada una de las brujas.
—Pero primero, debemos reparar a los Arcanos. Marte, ¿tienes adeptos del Culto de la Bruja en tus filas, verdad?
Marte, que ahora estaba hurgándose la nariz con el mismo meñique, sacó un moco seco y se lo comió sin ningún reparo. Saturno hizo una arcada audible, murmurando un “qué asco” mientras se tapaba la boca con una mano enguantada. Marte la ignoró y respondió a Júpiter con una sonrisa confiada.
—Sí, ya les avisé que reparen a los Arcanos, pero van a necesitar insumos de esta base. ¿Qué hacemos? ¿Los tomamos por la fuerza? ¿Mando a mis cachorros?
Sus ojos brillaron con entusiasmo, claramente emocionada por la idea de un poco de caos.
—Hablaré con el señor Zenelli. Dile al jefe de los adeptos que me visite para que me diga qué necesita. Es urgente, Marte, no lo dejes pasar.
Marte bufó, claramente decepcionada por la falta de acción.
—Ok, respondió a regañadientes, cruzando los brazos con un gesto teatral.
Júpiter continuó, su voz manteniendo la calma pero cargada de autoridad.
—Una vez que los Arcanos estén reparados, tenemos que encontrarnos con Venus. Sacar a Gaia es algo que debemos hacer con cuidado.
Marte, siempre impaciente, interrumpió con un tono despreocupado.
—Bombardeamos la Tierra y sacamos a Gaia, simple, dijo, encogiéndose de hombros como si fuera la solución más obvia del mundo.
Neptuno, con su presencia helada y serena, respondió de inmediato, su voz cortando el aire como un viento ártico.
—No podemos bombardear lo que tú quieras, Marte. No todo se resuelve con bombardeos.
Marte se puso de pie de un salto, enfrentándose a Neptuno con un rugido. El calor emanaba de su cuerpo, haciendo que el aire a su alrededor temblara.
—¡No me digas qué hacer, hermana! ¿Quieres pelear? Gruñó y sus ojos ámbar llamearon con desafío.
Neptuno no se inmutó. El ambiente a su alrededor se enfrió de repente, un halo de escarcha se formó en el suelo bajo sus pies.
—Cuidado, hermana, respondió con una calma gélida,
—puedes terminar congelada.
Suletta, atrapada entre las dos fuerzas opuestas, comenzó a mover las manos frenéticamente, su voz temblorosa llena de pánico.
—¡No peleen, por favor! exclamó, sus mejillas sonrojándose de nerviosismo.
Marte bufó una vez más, pero cedió, dejándose caer al suelo con un gesto dramático. Neptuno, por su parte, permitió que la temperatura volviera a la normalidad, su expresión se suavizo mientras miraba a Suletta con una sonrisa protectora. Júpiter, que había observado la escena con calma, volvió a hablar, su tono conciliador.
—Sé que es difícil, pero vamos a tener que sacar a Gaia infiltradas. Y no, Marte, no vamos a bombardear la Tierra.
Marte giró la cabeza a un lado, soltando un bufido de frustración, pero no protestó más. Júpiter, con un gesto afectuoso, acarició la cabeza de Marte como si fuera una cachorra. Marte, sorprendentemente, no se quejó; de hecho, pareció disfrutar el gesto, sus hombros relajándose bajo el toque de su hermana.
—Y lo tercero, continuó Júpiter, adquiriendo un matiz más serio,
—es definir el castigo de Saturno.
Una sonrisa sutil se dibujó en su rostro mientras miraba a la bruja en cuestión.
Saturno dio un salto de sorpresa, sus ojos dorados se abrieron de par en par.
—¿Y-yo? dijo, con una voz cargada de una inocencia fingida mientras se llevaba una mano al pecho.
—Sí, tú, respondió Júpiter, su tono firme pero no cruel.
—Por tu culpa tenemos que reparar a los Arcanos. Actuaste de manera imprudente, Saturno. Mereces un castigo por desobedecer.
Saturno parpadeó, claramente buscando una excusa, pero Júpiter no le dio tiempo.
—Tu castigo será pasar una semana entera con Lady Arbiter, para que se conozcan mejor mientras los Arcanos son reparados.
Miorine, que había estado en silencio hasta ese momento, no pudo contenerse.
—¿Por qué me usan de castigo? protestó, su voz cargada de indignación mientras apretaba aún más la mano de Suletta.
Júpiter giró su mirada hacia ella, su expresión era tranquila pero inamovible.
—No es un castigo para usted, Lady Arbiter. Es para mejorar la convivencia entre ustedes. Le recuerdo que ustedes dos, así como todas nosotras, conviviremos juntas, porque a donde vaya la señora Solaris, estaremos nosotras.
Miorine abrió la boca para replicar, pero no encontró palabras. En cambio, giró la cabeza hacia Saturno, y ambas se miraron con una furia apenas contenida. La tensión entre ellas era palpable, como un rayo a punto de estallar. Finalmente, ambas desviaron la mirada al mismo tiempo, con un gesto exagerado de desprecio, negándose a seguir enfrentándose. Suletta, atrapada entre las dos, dejó escapar un suspiro cansado.
—Espero que sea buena idea… murmuró, su voz apenas audible, mientras sus ojos se llenaban de una mezcla de esperanza y preocupación.
Suletta caminaba por los pasillos metálicos de la base, sus pasos resonando con un eco tímido mientras su corazón latía con una mezcla de nerviosismo y preocupación. A su lado, Urano avanzaba con un andar lánguido, su figura delgada envuelta en una túnica grisácea que parecía absorber la luz a su alrededor. La bruja tenía una expresión somnolienta, como si no hubiera dormido en días o hubiera pasado una noche terrible. Sus ojeras marcadas bajo unos ojos violetas, del mismo tono que su cabello desordenado, le daban un aire de agotamiento perpetuo. Sin embargo, su presencia no era intimidante ni peligrosa; al contrario, había algo en ella que inspiraba una extraña calma, como si su letargo fuera una invitación a bajar la guardia. Pero Suletta no estaba nerviosa por Urano. Lo que realmente la inquietaba era la idea de Miorine y Saturno juntas durante una semana. Júpiter le había prometido que Saturno no dañaría a Miorine, que todo estaría bien, pero la ansiedad seguía royendo el pecho de Suletta como un pequeño animal inquieto.
Un bostezo largo y profundo interrumpió sus pensamientos, sacándola de su espiral de preocupación. Urano, con la mano cubriendo su boca, dejó escapar un sonido que parecía más un suspiro agotado que un bostezo común. Suletta giró la cabeza hacia ella con sus ojos azules llenos de curiosidad y un toque de preocupación. —E-¿Estás cansada? ¿Por qué no mejor duermes un poco? preguntó, suave pero cargada de genuina inquietud.
Urano la miró con sus ojos violetas encontrándose con los de Suletta. Había un vacío en su mirada, pero no era un vacío aterrador, sino uno extrañamente acogedor, como un lago tranquilo en medio de un bosque oscuro. —Mi señora Solaris, estoy bien, respondió Urano con una voz baja y monótona, casi como si hablara en sueños. —No importa cuánto duerma, el letargo de la putrefacción seguirá conmigo.
Suletta alzó una ceja, inclinando la cabeza con curiosidad. —¿Letargo de la putrefacción? repitió, más una pregunta que una afirmación, tratando de entender las palabras de la bruja.
Urano asintió lentamente, sus movimientos tan pausados que parecían casi etéreos. —Sí, respondió, su voz adquiriendo un matiz ligeramente más firme. —Mi don como bruja es corroer y putrificar todo hasta el punto de muerte.Mientras hablaba, señaló una maceta cercana que contenía una planta de hojas verdes y vibrantes. Con un gesto deliberado, extendió su mano hacia la planta, y en cuestión de segundos, las hojas comenzaron a marchitarse. El verde se volvió marrón, luego negro, y la planta se descompuso hasta quedar reducida a un montón de podredumbre húmeda, como si el tiempo mismo la hubiera devorado en un instante.
Suletta dio un salto hacia atrás, sobresaltada, su respiración acelerándose mientras sus ojos se abrían de par en par. —¡Q-qué…! exclamó, llevándose una mano al pecho, su corazón latiendo con fuerza ante la demostración del poder de Urano.
Urano, sin embargo, esbozó una pequeña sonrisa, casi imperceptible, pero llena de una tristeza contenida. —Lo sé, dijo, apenas en un susurro. —Siempre la gente evita pegarse. Me costó mucho controlarlo, pero ahora lo sé. Las otras Urano me enseñaron.
Suletta parpadeó, todavía procesando lo que acababa de ver. —¿Otras Urano? preguntó, su curiosidad superando su sorpresa.
Urano asintió de nuevo con su mirada perdiéndose en un punto distante mientras hablaba. —Todas nosotras heredamos todo de nuestros antepasados: sus memorias, conocimientos, experiencias… A veces nos hablan en sueños. Para mí, que vivo en el letargo del sueño, me es más fácil escucharlas. Su tono era casi melancólico, como si recordara un eco lejano de voces que solo ella podía escuchar.
Suletta, con el corazón aún latiendo rápido, dudó un momento antes de hacer la siguiente pregunta, su voz temblorosa pero cargada de empatía. —¿Has herido a alguien con esto? preguntó, temiendo la respuesta pero necesitando saber.
Urano asintió, su expresión ensombreciéndose aún más, si eso era posible. —Sí, admitió, su voz apenas audible. —Cuando era pequeña y desperté como bruja, putrifiqué a mis padres sin controlarlo…
Suletta abrió los ojos como platos, horrorizada, su mano cubriendo su boca instintivamente. —L-lo siento… murmuró, su voz quebrándose por la empatía que sentía hacia Urano. No podía imaginar el peso de semejante tragedia.
Urano negó con la cabeza, sus ojos violetas brillando con una tristeza resignada. —Fue hace mucho tiempo, dijo, intentando restarle importancia, aunque su voz temblaba ligeramente. —Las otras Urano me ayudaron a convivir con este don. Sin embargo, todos evitan tocarme.
Suletta parpadeó, procesando las palabras de la bruja. —¿N-no has tocado a nadie? Me refiero… físicamente, preguntó, su tono lleno de incredulidad y compasión.
Urano negó con la cabeza, su mirada cayendo al suelo. —No, respondió, apenas en un susurro. —Soy la plaga de Solaris, la enfermedad que trae el fin a los enemigos de mi señora. Soy un arma viviente, y todos evitan el contacto conmigo.
Un silencio pesado se instaló entre ellas, roto solo por el zumbido constante de la maquinaria de la base. Suletta miró a Urano, realmente la miró. A sus ojos, la bruja no era un arma ni una plaga. Era una joven bonita, a pesar de sus ojeras marcadas y su cuerpo delgaducho, que parecía cargado de una fragilidad engañosa. Su cabello violeta caía en mechones desordenados sobre sus hombros, y su expresión somnolienta le daba un aire vulnerable, casi infantil. Suletta sintió una punzada en el pecho, una mezcla de tristeza y determinación. Sin pensarlo demasiado, suspiró profundamente y, con los ojos cerrados con fuerza, dio un paso adelante y abrazó a Urano con todas sus fuerzas.
El tiempo pareció detenerse. Suletta contó los segundos en su mente: 10, 15, 20, 30… Nada. No sintió ningún dolor, ninguna corrupción. Su cuerpo no se putrificó. Abrió los ojos lentamente, todavía abrazando a Urano, y escuchó un sollozo suave. —Te dije que puedo controlarlo, murmuró Urano, su voz quebrándose mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Suletta bajó la mirada y vio el rostro de la bruja, normalmente tan apagado, ahora iluminado por una emoción cruda. Urano se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano, pero no podía detenerlas. Había pasado tanto tiempo desde que alguien la había tocado, desde que había sentido el calor de otro ser humano, que el simple contacto la había desbordado.
Suletta suspiró, su propio corazón apretándose ante la reacción de Urano, y la abrazó de nuevo, esta vez con más suavidad, sus brazos rodeándola con cuidado. —Todo está bien ahora, susurró, su voz cálida y reconfortante, como un rayo de sol atravesando una tormenta. Urano no respondió, solo dejó escapar pequeños sollozos, su cuerpo temblando ligeramente mientras se permitía disfrutar, por primera vez en mucho tiempo, del calor del sol que Suletta representaba para ella.
La sala privada de la base era un refugio de calma en medio del caos que envolvía a la instalación militar. Las paredes de metal pulido reflejaban la luz tenue de una lámpara de cristal que colgaba del techo, proyectando suaves destellos dorados sobre el suelo. Una ventana amplia dominaba una de las paredes, ofreciendo una vista despejada del horizonte, donde el cielo nocturno de tonos índigo se mezclaba con los primeros indicios de un amanecer lejano. Plutón estaba sentada en una silla de madera tallada, sus manos de piel azul zafiro sosteniendo una taza humeante de té. El vapor ascendía en espirales delicadas, llevando consigo el aroma dulce y terroso del té, un aroma que parecía transportarla a un lugar lejano. Su piel, de un azul tan profundo que recordaba al zafiro más puro, brillaba suavemente bajo la luz, y sus orejas alargadas, puntiagudas como las de un elfo, se movían ligeramente al captar los sonidos del entorno. Sus ojos violetas, llenos de una sabiduría antigua, estaban fijos en el horizonte, como si pudiera ver más allá de lo que cualquier otro podría imaginar.
El sonido de la puerta abriéndose rompió el silencio, seguido del clic suave al cerrarse. Plutón no se giró, pero una sonrisa maternal se dibujó en sus labios. —El té que tienen aquí es delicioso, ¿quieres un poco? dijo, su voz cálida y pausada, como el murmullo de un río tranquilo. —Es un té que solo se cosecha en Saturno.
Júpiter caminó hasta colocarse a su lado, su presencia era firme pero no imponente. El contraste entre ambas era evidente: mientras la piel de Plutón era de un azul zafiro que parecía absorber la luz, la de Júpiter era pálida, casi translúcida, como el mármol pulido bajo la luz de la luna. Las orejas de Plutón eran alargadas y puntiagudas, un rasgo distintivo de su raza, mientras que las de Júpiter eran comunes, redondeadas y discretas. Sin embargo, ambas compartían algo más profundo: el peso de la responsabilidad, la carga de liderar y proteger al aquelarre y a sus hermanas. Júpiter se detuvo junto a la ventana, cruzando los brazos mientras sus ojos plomizos se perdían en el horizonte, siguiendo la misma dirección que los de Plutón.
—Urano se ha reconciliado con Solaris, anunció Júpiter cargada de una satisfacción contenida.
Plutón tomó un sorbo de su té, el líquido cálido se deslizo por su garganta mientras asentía lentamente. —Lo sé,respondió suave pero lleno de empatía. —Lo sentí también en el Permet. Esa niña por fin pudo llorar. Había una ternura en sus palabras, como si hablara de una hija querida, aunque sus ojos seguían fijos en el horizonte, imperturbables.
Júpiter giró ligeramente la cabeza hacia ella, su expresión volviéndose más seria. —Las cosas están cambiando rápido, Plutón. Cuando tengamos a Gaia, podremos irnos lejos de aquí. Podemos crear nuestro hogar, lejos de nuestros enemigos… Su voz estaba llena de esperanza, pero también de una determinación férrea, como si estuviera visualizando un futuro que había soñado durante siglos.
Plutón sonrió, una sonrisa que parecía cargar con el peso de milenios de experiencia. —La utopía del aquelarre…murmuró teñida de nostalgia. —Eres muy joven aún, Júpiter, pero tienes los mismos ideales que Junielee…
La mención de ese nombre hizo que Júpiter frunciera el ceño, un destello de molestia cruzando su rostro por primera vez. Júpiter rara vez se alteraba, pero había algo en ese tema que tocaba una fibra sensible. —Por favor, Plutón, hemos abandonado esos nombres, dijo, su tono firme pero no agresivo. —Mi antepasado te lo debe de haber dicho.
Plutón dejó escapar una risa suave, casi musical, mientras tomaba otro sorbo de té. —Lo sé, respondió con su sonrisa ampliándose con un toque de picardía. —Y ambas tienen un sueño maravilloso…
Su voz se desvaneció, dejando un silencio cómodo entre ellas, un silencio que hablaba de una conexión profunda, forjada por años de liderar juntas al aquelarre.
Tras unos momentos, Plutón volvió a hablar, su tono más serio ahora. —La señora Solaris es joven e inexperta. Aún no entiende muchas cosas… Es tu deber guiarla, Júpiter.
Sus palabras eran un recordatorio, pero también una muestra de confianza en la capacidad de Júpiter para liderar.
Júpiter asintió, volviendo su mirada al horizonte. —Lo sé… dijo, de manera baja pero llena de determinación. —La señora Solaris despertará completamente en poco tiempo, cuando todas estemos reunidas.
Plutón suspiró, en un sonido que parecía cargar con el peso de una verdad dolorosa. —No vamos a estar completas aun con Venus y Gaia reunidas… murmuró, con su expresión ensombreciéndose. —Nos falta alguien importante…
Hubo un silencio pesado, y Júpiter respondió con una sola palabra cargada de resignación. —La Custodio…
Plutón afirmó con un leve movimiento de cabeza, sus ojos violetas brillando con una mezcla de tristeza y esperanza.
—Mandaré a Venus a buscar indicios de la Custodio en Eris. Tenemos que encontrarla, dijo Júpiter, en un tono lleno de urgencia.
Plutón negó con la cabeza, con su expresión tranquila pero firme. —La Custodio aparecerá cuando la señora Solaris realmente la necesite. Ella la llamará. Buscarla ahora es una pérdida de tiempo, dijo, cargada de una certeza que solo podía venir de siglos de experiencia.
Júpiter suspiró, su frustración evidente. —Eso puede tomar años… murmuró, con sus manos apretándose ligeramente contra sus brazos cruzados.
Plutón tomó otro sorbo de té, su mirada volviendo al horizonte mientras una sonrisa serena se dibujaba en sus labios. —Demorará lo que tenga que demorar, Júpiter… Creo que ya lo sabes, respondió, su tono suave pero inquebrantable.
Ambas se quedaron en silencio, sus figuras recortadas contra la ventana mientras el cielo comenzaba a teñirse de tonos rosados y dorados con los primeros rayos del amanecer. Eran los pilares del aquelarre, dos fuerzas complementarias unidas por un propósito común: proteger a sus hermanas y guiar a Solaris hacia su destino. El horizonte, vasto e infinito, parecía susurrarles promesas de un futuro incierto, pero por ahora, estaban juntas, compartiendo el peso de su legado en un momento de tranquila complicidad.
La oficina de Hespéria, conocida en los círculos más selectos como la Bruja de Venus, era un santuario de lujo y misterio, un reflejo perfecto de su naturaleza dual. Las paredes estaban revestidas de paneles de ébano tallados con motivos florales que parecían moverse bajo la luz cambiante de las lámparas de cristal Venusino, cuyos tonos dorados y rosados danzaban como un amanecer eterno. Alfombras de terciopelo carmesí cubrían el suelo, amortiguando cada paso con una suavidad decadente, y un escritorio de madera oscura dominaba el centro de la habitación, cubierto de pergaminos, plumas de plumas exóticas y frascos de tinta que brillaban como joyas líquidas. El aire estaba impregnado del aroma dulce del incienso de mirra, mezclado con el toque cítrico del té de Saturno que aún reposaba en una taza abandonada. A través de una ventana arqueada, el paisaje de Venus se desplegaba en todo su esplendor: un cielo de tonos ámbar y púrpura, salpicado de nubes que parecían hechas de fuego líquido, y abajo, las luces parpadeantes de las ciudades del placer, con sus casinos, hoteles de lujo y casas de cortesanas que hacían del planeta un imán para los deseos más profundos de la galaxia.
Venus, o Hespéria, como se la conocía en este mundo de placer y secretos, estaba de pie junto al escritorio, su figura esbelta y serpenteante envuelta en una túnica de telas vaporosas que parecían flotar a su alrededor como un aura de humo. Los cortes estratégicos de la tela dejaban entrever la piel de ébano pulido que resplandecía bajo la luz, cada movimiento suyo un espectáculo de elegancia y poder. Sus ojos, dos carbunclos rojos e hipnóticos, estaban fijos en un mensaje que sostenía entre sus dedos: Infiltrarse en la Tierra y extraer a Gaia sana y salva. —Júpiter. Suspiró profundamente, llevándose una mano al puente de la nariz mientras cerraba los ojos, un gesto que denotaba cansancio más emocional que físico. La Oráculo había hablado, y Venus sabía que no había espacio para cuestionar sus órdenes. Sin embargo, la tarea no era sencilla, y la sola idea de infiltrarse en la Tierra, un lugar donde su influencia podría ser tanto una ventaja como un peligro, le provocaba un nudo en el pecho.
El sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos. Una joven entró con pasos gráciles, su figura envuelta en una túnica ajustada que resaltaba su belleza venusina: piel morena como obsidiana bruñida, ojos grandes y oscuros que parecían guardar mil secretos, y una sonrisa que podía derretir corazones. Era Citerea, una de las cortesanas más confiables de La Casa de las Ninfas de Éter, la tapadera que Hespéria había creado para su red de inteligencia. —¿Problemas, mi señora Hespéria? preguntó Citerea, alzando una ceja con un gesto que mezclaba curiosidad y preocupación.
Venus alzó la mirada, sus ojos rojos brillando con una intensidad que hizo que Citerea se detuviera por un instante, atrapada por la presencia magnética de su señora. —Citerea… no, solo asuntos que tengo que atender en la Tierra,respondió Venus, con su voz suave y melódica, como un veneno dulce que se deslizaba en el aire.
Citerea alzó una ceja, inclinando la cabeza con curiosidad. —¿La Tierra? Si mal no recuerdo, un senador de CESO estuvo aquí el otro día. No recuerdo que haya dicho algo importante, comentó, intentando recordar cualquier detalle que pudiera ser útil.
Venus negó con la cabeza, dejando el mensaje a un lado mientras se acercaba a una mesa auxiliar para servirse un vaso de agua cristalina. —Nada importante, asuntos personales, mi niña, respondió, su tono calmado pero firme, dejando claro que no deseaba profundizar en el tema.
Citerea sonrió, un gesto que destilaba sensualidad natural, y negó con la cabeza. —¿Alguna novedad? Asumo que no has venido a verme por gusto, dijo Venus, mientras su mirada evaluaba a la joven con una mezcla de afecto y expectativa.
—No, respondió Citerea, su sonrisa volviéndose más seria. —Solo que tengo una clienta un poco… especial.
Venus alzó una ceja, sus ojos rojos brillando con curiosidad. —¿Especial? repitió, con su tono cargado de intriga.
Citerea asintió, su expresión tornándose más cautelosa. —Sí… es… algo complicada. No se deja seducir y afirma que tiene que verla a usted. Dice que es su conocida, pero nunca la hemos visto. Hizo una pausa, como si dudara en continuar, pero finalmente añadió: —Digo, es imposible no verla, mi señora. Mide como 2.70 y parece ser de Neptuno.
El vaso que Venus sostenía se deslizó de sus manos, estrellándose contra el suelo con un estruendo que rompió el silencio de la habitación. Los fragmentos de cristal se esparcieron por el suelo, reflejando la luz en un caos de destellos, mientras el agua se derramaba como un pequeño río. —¿Qué dijiste? preguntó Venus, su voz baja pero cargada de una intensidad que hizo que Citerea diera un paso atrás, preocupada.
—Mi señora, ¿está bien? preguntó Citerea, con sus ojos oscuros llenos de alarma mientras observaba el rostro de su señora.
Venus caminó hacia ella, sus movimientos fluidos pero cargados de una urgencia contenida. —Repite lo que dijiste,ordenó, ahora más firme, sus ojos rojos clavados en los de Citerea.
La joven parpadeó, nerviosa, pero obedeció. —Hay una clienta inusual que insinúa ser su conocida. No se deja seducir y dice que tiene que verla, repitió, con su voz temblando ligeramente bajo la mirada penetrante de Venus.
—El resto… insistió Venus, con un tono implacable.
Citerea parpadeó de nuevo, pero continuó. —Nunca la hemos visto… Es muy alta, casi los 3 metros, y parece ser de Neptuno, dijo, ahora más baja, como si temiera la reacción de su señora.
Venus suspiró profundamente, una mezcla de alivio y exasperación cruzando su rostro. Era Neptuno, una de sus hermanas, y no podía ser más obvia ni aunque lo intentara. —Por favor, hazla pasar a mi oficina, ordenó, con su tono volviéndose más calmado pero aún cargado de una autoridad inquebrantable.
Citerea asintió, su expresión llena de duda, pero no dijo nada más. Con un gesto rápido, salió por la puerta, dejando a Venus sola en la habitación. La Bruja de Venus se llevó una mano al rostro, masajeando sus sienes mientras una sonrisa irónica se dibujaba en sus labios. —Júpiter… tenías que enviar a la que más resalta de todas… murmuró para sí misma, su voz cargada de un humor amargo mientras miraba los fragmentos de cristal en el suelo, un reflejo del caos que su hermana Neptuno siempre parecía traer consigo.
Neptuno nunca se había sentido tan fuera de lugar en toda su existencia. Desde pequeña, antes incluso de despertar oficialmente como bruja, había soñado con ser una caballero: su vida había sido una dedicación absoluta al entrenamiento con la espada, al pilotaje de su Gundam, y a los ideales de lealtad, justicia y protección del débil. Había jurado defender a los inocentes y luchar por lo que era correcto, y en ese camino, nunca había tenido tiempo para el amor, mucho menos para una pareja romántica. Para ella, los asuntos del corazón eran un terreno desconocido, un campo de batalla para el que no estaba preparada. Y ahora, estar en una casa del placer como La Casa de las Ninfas de Éter, en el corazón del planeta Venus, era… incómodo, por decir lo menos.
La sala en la que esperaba estaba decorada con un lujo que rayaba en lo excesivo: cortinas de seda carmesí colgaban de las paredes, reflejando la luz de lámparas de cristal que proyectaban un brillo rosado y cálido. El aire estaba impregnado de un aroma dulce y embriagador, una mezcla de perfume floral y algo más terrenal, casi animal. A su alrededor, un grupo de cortesanas la rodeaba como una manada de felinos curiosos, cada una más hermosa que la anterior. Eran mujeres de piel morena, algunas tan oscuras como la obsidiana, otras con tonos más cálidos como el bronce bruñido, todas con cuerpos esculpidos que parecían obras de arte vivientes. Sus movimientos eran gráciles, sus sonrisas seductoras, y sus ojos brillaban con una mezcla de admiración y deseo mientras se acercaban a Neptuno, incapaces de resistirse a su imponente presencia.
Con su estatura colosal de más de dos metros y medio, Neptuno se alzaba sobre ellas como una estatua de hielo y acero, su piel azulada brillando con un fulgor frío bajo la luz cálida de la sala. Su cabello, una cascada de oro líquido con destellos azulados, caía en ondas interminables, y un cuerno delicado sobresalía de su frente, brillando como una constelación. Sus orejas alargadas, decoradas con aretes que parecían estrellas, se movían ligeramente al captar los susurros a su alrededor. Las cortesanas, fascinadas por su tamaño y su aura, no podían evitar tocarla: sus manos delicadas acariciaban sus brazos musculosos, se pegaban a ella para rozar sus cuerpos contra el suyo, y sus voces, cargadas de un tono melódico y subido de tono, llenaban el aire con comentarios que hacían que el sonrojo de Neptuno se intensificara con cada segundo.
—Eres muy alta, cariño… susurró una de ellas, su voz como un ronroneo mientras deslizaba una mano por el brazo de Neptuno.
—Tu piel es azulada y fría… Me gusta, porque yo soy muy caliente, dijo otra, riendo suavemente mientras se apretaba contra el costado de la bruja, su aliento cálido rozando la piel de Neptuno.
—Tienes unos brazos fuertes… Me gustan, murmuró una tercera, sus dedos trazando los músculos definidos de Neptuno con una admiración descarada.
—Tu cuerno en la frente es hermoso… añadió otra, sus ojos brillando con fascinación mientras lo miraba.
—Tienes unos ojos bellísimos, mi amor, susurró la última, su voz tan dulce que parecía miel derramándose lentamente.
Neptuno intentaba mantenerse seria, su rostro estoico mientras mantenía su postura firme y su mirada fija en un punto lejano. Había dejado claro que quería ver a la dueña del establecimiento, que era una conocida suya, y ahora esperaba a que una de las chicas regresara con la respuesta de Lady Hespéria. Pero a pesar de su esfuerzo por mantenerse imperturbable, su fachada comenzaba a resquebrajarse. Un sonrojo azul más profundo se extendía por sus mejillas, y sus orejas se agitaban ligeramente, traicionando su incomodidad. No estaba acostumbrada a este tipo de atención, y mucho menos a palabras tan… directas. Su vida había sido una de disciplina y honor, no de seducción y placer.
El sonido de unas palmadas resonó en la sala, cortando el murmullo de las cortesanas. Citerea entró con pasos seguros, su figura envuelta en una túnica ajustada que resaltaba su belleza venusina. —Chicas, por favor, dejen paso a nuestra invitada, anunció firme pero cargada de una sensualidad natural. —Lady Hespéria la verá. Ella misma la atenderá.
Las cortesanas abrieron los ojos con sorpresa, sus sonrisas ensanchándose mientras intercambiaban miradas y susurros emocionados.
—¿Lady Hespéria va a tomar una clienta? Debe de ser súper importante… murmuró una de ellas, sus ojos brillando con curiosidad.
—Dios… Yo también quiero montar a esta neptuniana enorme… susurró otra, su tono cargado de un deseo descarado que hizo que el sonrojo de Neptuno llegara a su límite.
Neptuno apresuró el paso, siguiendo a Citerea mientras intentaba ignorar los comentarios que resonaban a su espalda. El pasillo por el que la guiaban era tan elegante como el resto del establecimiento: paredes revestidas de madera oscura tallada con motivos florales, lámparas de cristal que proyectaban destellos dorados, y alfombras de terciopelo que amortiguaban sus pasos. Citerea, mientras caminaban, le lanzaba miradas curiosas de reojo, claramente intrigada por la imponente figura de Neptuno. La bruja lo notó, y para romper el silencio incómodo, se aclaró la garganta.
—¿Eres una militar o una caballero de la Guardia Lunírica? preguntó Citerea, llena de curiosidad genuina mientras observaba la postura rígida y marcial de Neptuno.
Neptuno la miró de reojo, sus ojos azules brillando con una intensidad gélida.
—Algo así, respondió simplemente, con su voz grave y contenida, sin dar más detalles. No estaba aquí para charlar, y mucho menos para revelar su verdadera naturaleza.
Citerea inclinó la cabeza, murmurando para sí misma un
—Algo así… mientras continuaban caminando. Finalmente, llegaron a una puerta de madera lujosa, tallada con intrincados diseños que parecían brillar bajo la luz. Citerea se hizo a un lado, haciendo un gesto elegante con la mano.
—Lady Hespéria la espera del otro lado, dijo, su voz suave pero profesional.
Neptuno se adelantó, tomando el pomo de la puerta con una mano firme. Antes de abrirla, le lanzó una mirada a Citerea, una mirada que insinuaba claramente que deseaba estar a solas con Hespéria. Citerea entendió de inmediato, hizo una reverencia sin dejar de mirarla de reojo con curiosidad, y se retiró por el pasillo con pasos silenciosos. Neptuno suspiró profundamente, su sonrojo aún presente pero ahora mezclado con una determinación renovada. Abrió la puerta y entró, lista para enfrentarse a su hermana.
Neptuno abrió la puerta de la oficina de Venus con un movimiento firme pero cuidadoso, el pomo de madera lujosa cediendo bajo su mano con un leve crujido. Al entrar, sus ojos se encontraron con una visión que, aunque familiar, no dejaba de desconcertarla. Venus estaba sentada no en la silla detrás de su escritorio, sino sobre la mesa misma, sus piernas cruzadas con una elegancia deliberada que parecía calculada para desarmar a cualquiera que la viera. Su piel de ébano resplandecía bajo la luz dorada de las lámparas de cristal, y sus ojos, dos carbunclos rojos e hipnóticos, brillaban con una mezcla de diversión y desafío. Las telas vaporosas de su túnica se deslizaban sobre su figura esbelta, dejando entrever más de lo que ocultaban, y una sonrisa seductora curvaba sus labios mientras miraba a su hermana.
Neptuno cerró la puerta detrás de ella con un clic suave, sus movimientos precisos y marciales, y se giró para enfrentar a Venus, sosteniendo su mirada con una intensidad gélida.
—Cuánto tiempo, mi valiente hermana, dijo Venus, suave y melódica, como un veneno dulce que se infiltraba en el aire.
—Siempre tan tensa… ¿Por qué no te relajas un poco en el mueble? añadió, con sus ojos rojos destellando mientras señalaba un sofá de terciopelo carmesí con un gesto elegante de la mano.
Neptuno, sin embargo, no se inmutó. Su expresión seguía siendo tan seria como siempre, sus ojos azules como el núcleo de una estrella brillando con una determinación inquebrantable.
—Tu seducción, hermana, no funciona conmigo.
—No intentes usar tu Permet contra mí.
Venus soltó una risa baja y musical, descruzando las piernas solo para cruzarlas de nuevo en un movimiento lento y provocador.
—Siempre tan seria… Relájate un poco, insistió cargada de un desafío juguetón mientras inclinaba la cabeza, dejando que un mechón de su cabello oscuro cayera sobre su hombro.
Neptuno mantuvo su postura rígida, su figura colosal de más de dos metros y medio dominando la habitación como una estatua de hielo y acero.
—Tenemos una misión, dijo, su voz firme y sin espacio para distracciones.
—La señora Solaris ha regresado, y debemos reunirnos con ella. Todas.
Venus suspiró, su sonrisa desvaneciéndose ligeramente mientras se ponía de pie con una gracia felina, sus telas vaporosas ondeando a su alrededor como un aura de humo. Caminó hacia Neptuno, deteniéndose a pocos pasos de ella, con sus ojos rojos evaluándola con una mezcla de afecto y curiosidad.
—Lo sé.
—Lady Solaris está activa. También la sentí en todo mi cuerpo. Recibí esas mismas indicaciones de Júpiter. Lo que no entiendo es por qué te ha mandado a ti.
Neptuno alzó una ceja, sus orejas alargadas agitándose ligeramente mientras mantenía la mirada en su hermana.
—¿No estás conforme con mi compañía, hermana?
Venus negó con la cabeza, su expresión volviéndose más pragmática.
—No es eso, Neptuno. Eres… gigante. Destacas demasiado. Cuando entres en órbita del planeta, CESO o SOVREM se darán cuenta de ti en menos de un segundo.
Neptuno asintió, su expresión imperturbable.
—Es por eso que no entraré a la Tierra.
—Serviré de escolta mientras tú y Gaia salen del planeta.
Venus se quedó de piedra, sus ojos rojos abriéndose ligeramente mientras procesaba las palabras de su hermana.
—¿Piensan mandarme sola? Preguntó cargada de incredulidad, una mano subiendo instintivamente al puente de su nariz mientras cerraba los ojos por un momento.
Neptuno suspiró, un sonido que parecía más un soplo de aire helado que un gesto de frustración.
—No tenemos de otra, explicó, su tono práctico pero firme.
—Urano pudrirá todo y alertará a las autoridades. Plutón es muy obvia con su apariencia, al igual que yo. Júpiter está siendo buscada por Dominicus, y Marte… es una terrorista clasificada por CESO. No podemos llegar a la Tierra y sacar a Gaia así como así.
Venus la miró, todavía incrédula, sus dedos masajeando el puente de su nariz con más fuerza.
—¿Y Saturno? Ella podría ingresar, sugirió, buscando cualquier alternativa que no la dejara sola en una misión tan delicada.
Neptuno negó con la cabeza, su expresión se volvio aún más seria.
—¿De verdad le quieres confiar a Gaia a Saturno? preguntó, su tono cargado de escepticismo.
—Ahora mismo, ella también está siendo buscada, al igual que Júpiter. Saturno atacó fuerzas de Dominicus en su planeta y las aniquiló.
Venus dejó escapar un suspiro exasperado, cerrando los ojos mientras murmuraba,
—Esa niña temperamental… Su voz estaba llena de frustración, pero también de un cariño resignado hacia su hermana más impulsiva.
Neptuno dio un paso hacia ella, su mirada firme pero cargada de confianza.
—Eres la única, Venus, dijo, su voz resonando con una certeza inquebrantable.
—La señora Solaris confía en ti. Confiamos en ti.
Venus abrió los ojos, su expresión suavizándose mientras miraba a Neptuno.
—Veré qué puedo hacer, respondió finalmente, con su tono más calmado pero aún cargado de una ligera tensión.
Neptuno caminó hacia la ventana, su figura imponente recortada contra el paisaje ámbar y púrpura del cielo venusino.
—Partimos a Titán en dos días, dijo, con su voz grave mientras miraba el horizonte.
—Tenemos que tener a Gaia antes de eso. No podemos estar a la vista de Dominicus por mucho tiempo.
Venus suspiró de nuevo, esta vez con un toque de sarcasmo.
—Gracias por la presión, dijo, y antes de que Neptuno pudiera responder, se acercó a ella con un movimiento rápido y le dio una nalgada en forma de reproche juguetón.
Neptuno dio un salto, sus ojos abriéndose de par en par mientras giraba para mirar a su hermana con una expresión de indignación.
—¡VENUS! exclamó, su voz resonando con una mezcla de sorpresa y reprobación, sus mejillas azuladas tiñéndose de un tono más oscuro por el sonrojo.
Venus simplemente rio, una risa baja y melodiosa que llenó la habitación mientras le daba la espalda y se dirigía hacia la puerta.
—Ponte cómoda, hermana, dijo, cargada de diversión mientras abría la puerta.
—Regresaré antes de los dos días con nuestra niña para ver a nuestra señora Solaris. Con un último guiño, Venus salió de la oficina, dejando a Neptuno sola, todavía procesando lo que acababa de pasar, su expresión seria ahora estaba teñida de un leve rubor que no podía ocultar.