ID de la obra: 949

La bruja de Blanco

Mezcla
NC-21
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 610 páginas, 373.297 palabras, 24 capítulos
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Capítulo 24: Los nobles del planeta dorado

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La mañana en Nerythys bullía de actividad, especialmente entre la prensa, que se agolpaba en estudios y transmisiones en vivo. El noticiero matutino era un consumo casi religioso en todas las familias de Neptuno, transmitido desde un set iluminado con luces azules que evocaban el océano neptuniano, el cual abrió con la voz entusiasta de una de las presentadoras habituales que todo Neptuno conocía Kaelith Ormyrion. "¡Buenos días, Nerythys!, bajo la gracia de la reina. Les damos la bienvenida a este, su noticiero confiable y de excelente reputación ‘The Morning Blue’. ¡Qué días hemos estado pasando! Desde la represión de UNISOL hasta la defensa del planeta y la crisis en el hospital central, podemos decir que se vienen días prósperos para Neptuno. ¿Qué digo prósperos? ¡Fantásticos para toda la humanidad!" exclamó Kaelith, una mujer de cabello corto y ojos penetrantes piel azulada y grandes orejas élficas, era una mujer muy carismática con una sonrisa que iluminaba la pantalla. Sin embargo, esa mañana no se encontraba sola como normalmente lo hacía cuando presentaba el noticiero, tenía a alguien más sentado a su lado, su compañero era el doctor Johannes Heinrich, un físico de setenta y un años con una barba blanca bien recortada y una carrera legendaria como mentor de mentes brillantes, el cual asintió con gravedad ante el comentario de la carismática chica. "Así es señoras y señores, es por ello que hoy tenemos como invitado a este ilustre caballero de piel pálida a mi lado, el famosísimo, el profesor, el mentor, ¡el doctor Johannes Heinrich, ex terrano y residente permanente de Neptuno!, físico cuántico, teórico, filósofo y no sé cuántos títulos más que debe de tener bajo la manga, ¡solo para que nos dé su opinión sobre el invento del siglo! Johannes, bienvenido. Por favor, ¿qué opinas acerca del invento revolucionario que presento la Ephore solaris hace unos días?"preguntó Kaelith, inclinándose hacia él mirándolo y moviendo las cejas arriba y abajo rápidamente. Johannes se acomodó en su silla,sonriendo y rascándose la barba en un gesto pensativo. "Kaelith, es un honor estar en tu programa. Vaya, tengo mucho que decir. Un portal es algo que solo podíamos imaginar en la ciencia ficción. Sin embargo, queda demostrado que la humanidad puede avanzar, no importa la época, y que está en nuestra naturaleza crear lo que creíamos imposible. Hace muchos años, muchísimos, los viajes por el vacío mediante motores de curvatura eran cosas de ciencia ficción, y ahora los usamos en el día a día. Créeme, los portales serán la nueva revolución industrial interplanetaria," respondió, con una voz ronca pero apasionada mientras sus ojos brillaban con el fuego de un científico ante un descubrimiento monumental. Kaelith afirmó, asintiendo con entusiasmo. "Claro que sí, Johannes. Todos nos quedamos impresionados al ver algo tan increíble, pasar de un lugar a otro en cuestión de segundos y sin efectos secundarios, ahora mismo iré a presentar mi solicitud a la Reina para poder uno en mi cuarto y el otro en el estudio me ahorraría el transporte público, pero realmente no entendemos cómo funciona, ¿o sí?. ¿Puedes explicarnos un poco?" preguntó, cruzando las manos sobre su pecho. Johannes tomó un sorbo de café neptuniano que se encontraba en la mesa, una taza para cada uno, luego de beber procedió a rascarse la barba de nuevo. "Los detalles técnicos de la fusión física no han sido publicados aún en alguna revista científica. Entiendo que la Ephore Solaris ha dado la orden a sus científicos para que no lo hagan. Sin embargo, nosotros, al tener el 50% de la patente, es probable que seamos los primeros en enterarnos antes de que se publique posteriormente para la humanidad. Realmente algo fuera de lo común, muero de ganas por descubrir cómo funciona tal aparato revolucionario." explicó, con un toque de anticipación. Kaelith afirmó de nuevo, su sonrisa ensanchándose. "Pero díganos algo más Profesor, recuerde que el desayuno no es gratis”dijo en un sarcasmo haciendo que los dos rían“Esperemos que no tardemos tanto en empezar a construirlos por Neptuno. Sin embargo, tenemos otro misterio entre manos, la cabeza del proyecto de teletransportación, el niño del mañana, Rouji Chante. Un personaje sin igual, ¿no cree?" dijo con un brillo curioso en los ojos. Johannes tomó otro sorbo de café, rascándose la barba pensativamente. "Ciertamente, Rouji Chante es un misterio para toda la comunidad científica. No tiene registros en ninguna academia o círculo científico, no ha publicado revistas ni teoremas. Y, sin embargo, ha inventado y teorizado miles de avances científicos para Burion Electronics, todos no entendíamos como esa empresa podía ser tan innovadora con un personal técnico no tan calificado, ahora todo tiene sentido, Burion Electronics ya no existe porque la Ephore Solaris lo absorbió, un movimiento muy astuto de la Ephore. Aun asi, el niño sigue siendo un misterio, tengo fuentes que mencionan que tiene el IQ más grande jamás visto en el sistema solar, increíble, lo más curioso es que el propio niño no hace galardón de sus logros ni los comparte, es como si quisiera guardarse su conocimiento para él. Un misterio, sí. No podemos definir realmente lo que hay en esa cabeza suya," respondió más en un tono que mezclaba admiración y perplejidad. Kaelith rio, mientras tomaba su propia taza de café. "Un verdadero misterio, pero ahí lo tienen, el niño del futuro, señores, aquel que traerá un después a la humanidad…" Kaelith continuo hablando pero la terminal donde se estaba proyectando el programa se apagó de golpe. Cecelia, quien estaba aún en la habitación donde dormía con Rouji apagó el terminal con el control remoto, se encontraba recostada boca abajo en la cama, con solo un camisole y bragas, moviendo las piernas de arriba abajo en un gesto juguetón. El aire de la habitación en Neptuno olía a ozono y flores los cuales se filtraban por la ventana. "El niño del mañana, eh…" susurró bajito, estirando su brazo para apoyar la mejilla en el mientras se mantenía echada, su mirada se mantuvo fija en la pantalla apagada. Rouji… siempre tan misterioso, pensó, con un nudo en el pecho. No había vuelto a dormir con él en la misma cama. Solo había pasado un día desde el incidente de la mañana anterior, y Rouji se había quedado trabajando hasta tarde en su escritorio, quedándose dormido en la silla. Cecelia quería jalarlo a la cama, pero ni ella misma sabía cómo reaccionaría su cuerpo el cual estaba amplificado por su afinidad como Novitiae de Venus. Hoy se suponía que regresarían a Júpiter. No estaba más que de acuerdo; quería solucionar las cosas de una vez y volver a estar pegada a Rouji, la otra mitad de su corazón. El día del regreso a Júpiter estaba listo. Los periodistas habían cubierto la noticia del portal fotopermético durante días, y la euforia se extendía por Nerythys. Vaelerythia se había recuperado por completo, vestida con su armadura de batalla que relucía como escamas de hielo, y se encontraba en un ambiente especial del Palacio de Cristal con Solaris, Marte y su hermana Thalyssara. Habían pasado mucho, y era hora de volver. El zumbido del Permet vibraba en las paredes de cristal en un eco de la alianza recién forjada. "Thalyssara, los preparativos para partir están listos. Tengo ya la lista con el reporte de daños. Ten por seguro que nos haremos cargo," dijo Solaris, con su túnica blanca ondeando como rayos de sol mientras su corona solar proyectaba un halo radiante sobre su cabello rojo flameante. Thalyssara sonrió, moviendo sus orejas élficas como una niña felicitada por su padre. "Dejaremos este portal aquí, y cuando lleguemos a Júpiter, Rouji dará instrucciones de cómo encenderlo. Vamos a necesitarte para mantener el enlace activo e ir transportando las piezas y técnicos, para que puedan reconstruir la ciudad y los nuevos portales,"continuó Solaris, acariciando la cabeza de Thalyssara con un gesto paternal. Ella cerró los ojos, sonriendo, dejándose mimar. "Muchas gracias…" murmuró, alzando la mirada hacia los ojos de Solaris, brillantes como soles, mientras sus orejas temblaban de emoción. Solaris rio en un sonido cálido. "Debemos partir. Hemos estado mucho tiempo lejos de Júpiter, pero seguramente volveremos," dijo, notando la mirada triste de Thalyssara. "Está bien…" respondió ella, forzando una sonrisa. Solaris dirigió su mirada hacia Vargra y Vaelerythia. "Hora de regresar a casa," anunció. Marte movió la cola, sonriendo con sus colmillos expuestos, siguiendo a Solaris como un perrito fiel. Vaelerythia se quedó un momento a solas con su hermana luego de que Solaris y Marte abandonaron el lugar. Ella miro a Thalyssara, que le devolvió la mirada con ojos vidriosos. "…Hermana," dijo Thalyssara, acercándose poco a poco. Vaelerythia sonrió, alzando la mano. "Mi reina, no tiene nada de qué arrepentirse o disculparse," dijo, con voz firme pero cálida. "…Pero, hermana… aún no me he disculpado por tu exilio… por todos estos años… yo…" balbuceó Thalyssara, con la voz temblando. Vaelerythia negó con la cabeza. "Mi reina, no debe disculparse. Se tuvo que hacer lo que se tenía que hacer. No son necesarias explicaciones. Nunca incline su cabeza, mi reina. Siempre mire en alto. Los demás son los que deben inclinarla, no usted," respondió, con lealtad inquebrantable. Thalyssara se quedó mirando a su hermana desde abajo, con una mirada de cachorro perdido. Era pequeña, 1.55 de altura, comparada con los casi tres metros de Vaelerythia. Vaelerythia rio, en un sonido profundo. "Tengo que volver, mi reina. Su excelencia y milady Lunaria me esperan. Prometo volver a verla," dijo, inclinándose en una rodilla para besar el dorso de la mano de Thalyssara. "Que la gloria de la luna guíe sus pasos y le dé sabiduría para llevar a su pueblo a la gloria," recitó, con solemnidad, antes de levantarse, hacer una reverencia y salir de la habitación. Thalyssara se quedó sola, suspirando profundamente. Su hermana había seguido adelante, Solaris también, y ahora… ahora era su turno. El zumbido del Permet en las paredes parecía susurrar promesas de un futuro brillante, mientras la luz de la luna neptuniana se filtraba por las ventanas, iluminando su rostro resuelto. El salto hacia Júpiter se ejecutó desde el crucero que había traído a Junielle a Neptuno, flanqueado por las naves sobrevivientes de la Legión de los Lobos Carmesí. En su hangar, el Calibarn reposaba junto al Glacispectre, el Goliath de Junielle y el Prometheon mutilado de Marte, convertido en un esqueleto de metal retorcido que recordaba la furia de la batalla en la atmosfera del planeta. Solaris viajaba a bordo, acompañada por Vaelerythia, cuya armadura relucía como escamas de hielo bajo las luces del crucero. Marte comandaba su legión desde su nave insignia, un lobo entre lobos, después de varios días Marte sentía que volvía a estar en casa, con su manada. No hubo celebración en la partida de Solaris; quizá porque ya lo había dicho todo, prometiendo protección en la guerra, o tal vez porque se llevaba de regreso a su "bestia". Sea como fuere, el salto fue rápido, sin ceremonia, dejando a Neptuno con su flota interplanetaria y su luna artificial, un asteroide de enemigos convertidos en recordatorio, guardianes mudos de la alianza. El crucero surcaba el vacío, con seis horas estimadas hasta Júpiter, siempre y cuando Saturno no interviniera. En caso de conflicto, Solaris tenía fuerzas que bastaban para contrarrestar a Dominicus por lo cual todos viajaban relativamente tranquilos y seguros. En un ambiente aparte, Cecelia, Rouji y la doctora Kaelia ocupaban la misma cabina del viaje de ida a Neptuno, un espacio angosto con consolas parpadeantes y el zumbido constante de los motores. Kaelia leía reportes estadísticos del portal fotopermético, murmurando comentarios al aire sobre tasas de entropía y estabilidad cuántica. Rouji por otra parte tecleaba en su Haro alguna especie de código, su mirada seria se mantenía fija en la pantalla, como si el universo entero se redujera a líneas de código. Cecelia, en cambio, era como un pez fuera del agua, aburrida entre dos genios, el vacío exterior se reflejaba en su inquietud. Intentó espiar la pantalla de Rouji; él no se lo impidió, pero los símbolos y letras eran un galimatías incomprensible. En una confusión auténtica, le habló, sin embargo, su voz salió con un hilo de miedo, temiendo una respuesta cortante. "Rouji… corazón, ¿qué haces?" Rouji no levantó la vista, sus dedos volaban sobre el teclado holográfico, sin embargo, respondió. "Estoy subiendo el código de programación del portal fotopermético a nuestros servidores privados. Está escrito en un lenguaje propio, así que solo yo puedo descifrarlo," explicó, con su tono monótono, como si recitara una ecuación básica. Cecelia parpadeó, entendiendo solo la mitad. "¿Nuestros servidores?" preguntó, instintivamente pegándose más a él, su cuerpo se movía solo buscando el calor familiar sin que ella lo planeara. Rouji siguió tecleando. "Sí, nuestros servidores en Burion Electronics, ellos no han sido apagados y siguen en funcionamiento. Todos nuestros inventos, innovaciones y demás están disponibles para nosotros, y para cuando lo requieras," respondió, sin pausa. Cecelia se acercó aún más. "Pero… ¿cómo? ¿Por qué siguen prendidos? ¿Dominicus no los ha detectado? ¿No es peligroso?" insistió, con su voz temblando con preocupación genuina. Rouji, imperturbable, contestó. "No. Tengo réplicas en distintos servidores, y dudo que el personal de Dominicus pueda romper claves encriptadas en metadorith. Si encuentran uno e intentan romperlo, tardarán siglos. Además, tengo cámaras en cada réplica. Si intentan llevarse algún servidor, los hago explotar" dijo, con una calma que helaba la sangre, mientras sus dedos tecleaban sin detenerse. Cecelia se pegó por completo, su cuerpo choco con el brazo de él. Al tacto se dio cuenta de lo cerca que estaba y Cecelia sitio de paz y miedo a la vez, temiendo por su reacción. Con miedo alzó la mirada, pero Rouji seguía escribiendo, ajeno al mundo. Parpadeó sorprendida, y se acercó más, colocando su mentón en el hombro de Rouji. Nada malo pasó. Se acurrucó contra él, abrazándolo por la cintura, pegando su mejilla a la de él, todo continuo normal. Rouji seguía subiendo código, el tecleo en un ritmo constante era muy relajante. En un suspiro, Cecelia murmuró, "Te extrañé…" Ella no esperaba respuesta, pero de la boca de Rouji salió un "Yo también…"simple, casi distraído, pero lo suficiente para que Cecelia cerrara los ojos y un calor se extendiera por su pecho. Cinco horas más… pero ojalá durara eternamente, pensó, acurrucándose más contra él mientras el sonido de las teclas y su calor la relajaban, el vacío exterior era un telón para su paz frágil. Ezureieth Thaurya, era conocida como la Bruja de Plutón, una de las mentes más sabias del aquelarre solar de la Ephore, a la par de Junielle. Su conocimiento se remontaba a eras antiguas, las cuales eran un tapiz de secretos tejidos con hilos de Permet y tiempo. No era extraño que las aspirantes la llamaran "profesora Plutón", incluso antes de alcanzar el rango de Novitiae, atraídas por su calma infinita y su habilidad para desentrañar lo intangible. Para la princesa Ericht, sin embargo, Plutón no era solo una maestra, era la tía Ezureieth, mismo seudónimo como las demás brujas del aquelarre, Plutón siempre repartía conocimiento como una maestra pragmática, sin embargo, era diferente con la princesa solar ya que para ella sus clases las repartía con una calidez que hacía que las lecciones parecieran cuentos al atardecer. Ezureieth tenía la piel de un azul zafiro profundo, como el núcleo de un océano congelado, y orejas élficas muy largas que se curvaban con gracia, sensibles al más leve susurro del Permet. Su cabello plateado caía en ondas suaves, adornado con cristales que capturaban la luz como estrellas atrapadas, y sus ojos violetas brillaban con una sabiduría que parecía contener galaxias enteras. Vestía una túnica fluida de tonos azulados y plateados, bordada con runas que pulsaban con energía sutil, un manto que fluía como niebla lunar alrededor de su figura esbelta. La sala de lecciones en el Palacio Solar de Júpiter era un santuario de cristal y luz, con paredes que reflejaban constelaciones danzantes y un pizarrón electrónico que flotaba en el centro, proyectando diagramas etéreos de flujos de Permet. Ericht, la princesa solar, estaba sentada en un pupitre bajo, sus piernitas se balanceaban porque no llegaban al suelo. Su cabello pelirrojo caía en rizos desordenados, y sus ojos, idénticos a los de su madre Solaris, brillaban con una mezcla de curiosidad infantil y aburrimiento creciente. Las clases de control permético le parecían eternas, un laberinto de palabras que se enredaban como hilos invisibles. "Tía Ezureieth, ya me aburrí" dijo la princesa, recostándose exageradamente sobre el pupitre, su mejilla se aplastaba contra la madera pulida, haciendo un puchero que podría derretir glaciares. Ezureieth rio, en un sonido suave como el tintineo de cristales de hielo, inclinándose sobre el pizarrón donde trazaba runas luminosas que representaban corrientes de Permet. "Mi princesa, debe aprender estos términos antes de pasar a la práctica. Sino, no podrá entender cómo hace las cosas," respondió con calma, su voz sonaba como un río sereno que fluía sin prisa y sus orejas élficas temblaban ligeramente al captar el pulso inquieto del Permet de Ericht. La niña suspiró, dramática, cruzando los brazos y mirando al techo, donde una constelación simulada giraba perezosamente. Esto es peor que jugar con muñecas rotas, pensó Ericht, pateando el aire con sus piecitos. Ezureieth observó a su princesa, sus ojos violetas se suavizaron con afecto. Sabía que la princesa era un torbellino de poder crudo, una semilla solar que brotaba sin raíces firmes. La aburrían las palabras secas, los diagramas estáticos. Necesita alas, no cadenas, pensó la bruja, apagando el pizarrón con un gesto de la mano. Las runas se disiparon como niebla, dejando la sala en un silencio expectante. "Bien, mi sol en miniatura, si las palabras le aburren, hagamos que bailen. Ven, de pie mi princesa" dijo, extendiendo una mano enguantada en seda plateada, su piel azul zafiro relucía bajo la luz de la sala. Ericht alzó una ceja, su puchero se transformo en curiosidad. "¿Bailar? ¿Como con mamá cuando pone música rara?" preguntó, saltando del pupitre con un rebote que hizo tintinear sus pulseras. Ezureieth sonrió, guiándola al centro de la sala, donde el suelo de cristal se volvió translúcido, revelando un océano de estrellas debajo. "Algo así, pero con el Permet como música. Imagina que el Permet no es un río aburrido de palabras, sino un océano vivo, con olas que suben y bajan, con corrientes que te llevan a aventuras. ¿Ves?" dijo, alzando las manos. De sus palmas brotó un hilo azul plateado, serpenteando en el aire como un pez luminoso, girando alrededor de Ericht en espirales juguetonas. La princesa rio, extendiendo los deditos para tocar el hilo, que se enroscó en su muñeca como una pulsera viva. "¡Es cosquilloso! ¿Por qué no me lo dijiste antes, tía? ¡Esto es mejor que las runas feas!" exclamó, girando sobre sí misma, el hilo la siguió como un cachorro juguetón. Ezureieth se arrodilló a su altura, sus orejas élficas se inclinaron con atención. "Porque las runas son el mapa, mi niña, pero el Permet es el viaje. Mira, este hilo es una 'corriente básica'. Fluye de ti, de tu sol interior, como el calor que sientes cuando abrazas a mamá. Si lo aprietas demasiado, se rompe; si lo dejas suelto, se pierde. ¿Quieres intentarlo?" preguntó, guiando la manita de Ericht para que el hilo se dividiera en dos, uno azul y otro dorado, danzando como mariposas. Ericht frunció el ceño, concentrándose, su carita se arrugo en esfuerzo infantil. Un hilo dorado brotó de su dedo, tembloroso al principio, pero luego se estabilizó, uniéndose al de Ezureieth en un lazo brillante. "¡Mira! ¡Lo hice! Pero… ¿por qué tiembla? ¿Es porque soy mala?" preguntó, haciendo que su puchero regresara, el hilo dorado parpadeando como una vela al viento. Ezureieth negó con la cabeza, su cabello plateado caía como una cascada de estrellas. "No, mi sol, es porque aún no lo sientes como tuyo. Imagina que es un perrito, si lo jalas fuerte, huye; si lo acaricias suave, te sigue. Siente su calor, como cuando abrazas a tu osito. Respira hondo, y dile 'ven, quédate conmigo'," instruyo con su voz en un susurro hipnótico, sus orejas élficas captaron el pulso acelerado del Permet de la niña. Ericht respiró profundo, inflando las mejillas como un pececito, y el hilo dorado se estabilizó, girando con más gracia, entrelazándose con el azul de Ezureieth en un nudo luminoso. "¡Sí! ¡Se quedó! Tía, es como magia de verdad, no como las lecciones aburridas de los libros" exclamó, saltando en el lugar, el lazo giro con ella como una corona danzante. Ezureieth rio de nuevo, levantándose con gracia élfica, su túnica fluida ondeaba como niebla. "Es magia, mi princesa, pero la magia necesita nombre. Ese hilo dorado es tu 'corriente solar', el fuego de tu mamá en ti. El azul es mi 'corriente plutar', fría y calmada como el hielo de Plutón. Juntas, hacen un río fuerte. ¿Quieres ver cómo fluyen solas?" propuso, soltando su hilo, que se enroscó alrededor del de Ericht como un abrazo. La princesa asintió con entusiasmo, sus ojos brillaron como soles en miniatura. "¡Sí! Pero… ¿y si se enredan? Como cuando juego con lana y se hace un nudo feo" dijo, frunciendo el ceño, el lazo tembló ligeramente por su duda. Ezureieth se acercó, colocando una mano suave en su hombro, su piel azul zafiro era fresca contra la calidez de Ericht. "Entonces, las desenredas con paciencia. El Permet no es lana, mi niña; es como el viento, si lo fuerzas, te empuja; si lo guías, te lleva volando. Mira, siente cómo late en tu pecho, como un corazón chiquito. Di 'fluye suave, como un río dorado'," guió, su voz un arrullo que calmaba el aire, las runas en su túnica pulsaron con un brillo sutil. Ericht cerró los ojos, presionando la manita contra su pecho, sintiendo el latido rápido. "Fluye suave… como un río dorado," repitió, y el hilo se enderezó, serpenteando con gracia, uniéndose al azul en un río luminoso que iluminó la sala como un amanecer privado. "¡Lo hice! ¡Tía, mira! ¡Es un río de estrellas!" gritó, abriendo los ojos con deleite, girando para que el río siguiera su movimiento, como una cola de cometa. Ezureieth aplaudió suavemente, sus orejas élficas temblando de orgullo. "¡Exacto! Ahora, imagina que ese río puede llevarte a lugares. No solo fluye; te lleva. ¿Quieres probar a hacer una ola chiquita, como cuando chapoteas en el baño?" sugirió, con un guiño, sabiendo que la imagen infantil capturaría su atención. Ericht rio, como un sonido de campanitas solares, y agitó la mano como si chapoteara. El río se onduló, formando una ola dorada que salpicó chispas inofensivas en el aire, disipándose como burbujas de luz. "¡Splash! ¡Es como mi baño, pero con colores!" exclamó, chapoteando más fuerte, olas más grandes se formaron, el azul de Ezureieth se unio en armonía, creando remolinos plateados. "Pero… ¿y si la ola se hace muy grande? ¿Me moja toda?" preguntó, con un toque de preocupación, la ola tembló por su duda. Ezureieth se arrodilló de nuevo, su túnica se extendió como alas de mariposa. "Entonces, la haces chiquita otra vez. El Permet escucha tu voz, mi sol. Di 'ola suave, como una caricia de mamá'. Siente cómo se calma, como cuando te acuestas después de jugar," explicó, con su mano guiando la de Ericht para suavizar el movimiento, el río se calmó en un flujo gentil, envolviéndolas en un velo luminoso. Ericht suspiró, relajándose. "Ola suave… como una caricia de mamá," repitió, y el río se aquietó, un abrazo cálido que las rodeó como un capullo de luz. "Tía, esto es mejor que cualquier cosa. ¿Podemos hacer un río que cante? ¿O que haga cosquillas?" pidió, con sus ojos brillando con ideas infinitas. Ezureieth rio, incorporándose, el velo se disipo en chispas que cayeron como nieve estelar. "Podemos hacer lo que quieras, mi princesa, pero solo si recuerdas los nombres, corriente solar, ola gentil. Son tus amigos, no enemigos aburridos. ¿Lista para la próxima aventura? Hagamos un río que vuele, como un pájaro dorado" propuso, extendiendo la mano, su piel azul zafiro capto la luz como un prisma. Ericht tomó su mano, saltando de emoción. "¡Sí! ¡Pero que vuele alto, como yo cuando crezca!" exclamó, y el hilo dorado se elevó, transformándose en alas luminosas que batieron en el aire, llevando sus risas por la sala como un eco de promesas futuras. Había llegado la tarde después del entrenamiento de la princesa Ericht con Ezureieth en horas de la mañana. En una sala de entrenamiento apartada, Junielle, Lady Júpiter, preparaba la lección del día para la princesa Ericht. La sala era un domo transparente que ofrecía vistas al vacío estrellado, con plataformas flotantes y diagramas holográficos que pululaban como estrellas errantes. Junielle, como oráculo del aquelarre, se presentaba con una rectitud pragmática, su túnica blanca y dorada bordada en patrones gravitacionales simbolizaba el orden del Permet. Junielle esperaba con brazos cruzados, su postura era como un pilar de disciplina, lista para impartir sabiduría con precisión. Ericht la miró, con sus ojos brillando con curiosidad infantil. "Tía Junielle, ¿hoy jugamos con Pyrahelis? ¡Es mi ave de fuego favorita!" preguntó con un puchero que mezclaba entusiasmo y capricho, mientras sus piernitas se balanceaban porque no llegaban al suelo. Junielle la miró con rectitud, para luego suspirar y sonreir. "Mi princesa, el Permet es el hilo que teje el universo, una fuerza que nos une a lo eterno. Pyrahelis no es una mascota para juegos; es tu Arcano, un guardián que comparte su sabiduría y potencia tu poder como heredera solar. Hoy aprenderás a controlarlo con respeto, como un equilibrio que honra tu linaje. ¿Estás lista?" preguntó, extendiendo la mano con un gesto directo, su tono era pragmático teñido de fe, sin sobrecargar de rituales. Ericht frunció el ceño, su inocencia chocaba con la seriedad de junielle. "¿Equilibrio? Suena un poco aburrido, tía. ¿No podemos solo llamarlo y divertirnos un poquito?" replicó, cruzando los brazos mientras su cabello pelirrojo desordenado caia sobre su frente. Junielle negó con la cabeza, su expresión recta se suavizo mientras realizaba una explicación práctica. "No, mi princesa. El Permet exige respeto, como un río que fluye por un cauce que tú defines. Los Arcanos son compañeros, no juguetes. Te guían, comparten conocimiento antiguo y potencian tu fuerza, pero solo si los llamas con intención. Ven, cierra los ojos y siente el Permet en tu pecho, como un sol que ilumina tu camino. Yo te guiaré al plano, donde convocaremos a Gravitonox y Pyrahelis para mostrarte cómo se unen," dijo, cerrando sus propios ojos, su Permet pulso en ondas gravitacionales que envolvieron a ambas con un aura equilibrada. El domo se difuminó, y el mundo se disolvió en un remolino de luz. Abrieron los ojos en el plano del Permet, un vasto espacio de nebulosas giratorias, donde la gravedad jugaba con estrellas flotantes y ríos de energía serpenteaban como venas cósmicas. El zumbido era un pulso vivo, vibrando en sus huesos. Ericht parpadeó, girando en el vacío. "¡Woa! Es como volar. ¿Dónde está Pyrahelis?" exclamó, flotando ligeramente mientras su vestido ondeaba en corrientes invisibles. Junielle la ancló con una mano, su pragmatismo oracular guiaba el momento. "Primero, llámalo con intención, princesa. Di su nombre sintiendo el fuego en ti. No como un juego; como un llamado que honra el Permet. Yo haré lo mismo con Gravitonox, mi Arcano, para mostrarte el equilibrio," dijo, extendiendo las manos. "Gravitonox,"pronunció con devoción práctica, y el espacio se distorsionó, un torbellino gravitacional formando un dragón de obsidiana y gas, colosal, con ojos como agujeros negros y alas que curvaban la realidad. Gravitonox bufó, un sonido grave como un trueno lejano. "Junielle… niña. ¿Otra lección para la cría solar?" gruñó con su voz cascarrabias de abuelo, rígida pero con un cariño oculto, como si regañara a una nieta favorita. Ericht abrió la boca, asombrada. "¡Un dragón! ¡Es enorme! ¿Es tu compañero, tía?" preguntó, flotando hacia él con curiosidad. Gravitonox la miró y bufo enviando ondas que la hicieron tambalear. "Cría, no soy un espectáculo. Soy Gravitonox, la primera fuerza gravitacional. Respeta o te aplasto como a un grano de polvo," replicó, cascarrabias, rígido, pero sin verdadera amenaza, como un abuelo gruñón que quiere a sus nietas. Junielle intervino. "Gravitonox, sé paciente. La princesa debe entender que los Arcanos no son mascotas. Son compañeros que potencian nuestro poder, guías que comparten sabiduría antigua. Muéstrale cómo nos unimos,"dijo, extendiendo la mano. Una onda gravitacional la envolvió, fusionando su Permet con el de él en un pulso estable. Ericht parpadeó, imitando. "¡Pyrahelis!" llamó, con un toque de intención. El espacio se iluminó en rojo y blanco, y Pyrahelis apareció, un fénix radiante de plumas de luz, su calor envolviendo el plano como un abrazo protector. "Solaris, hija del Permet, ¿me llamas para guiarte?" preguntó, con su voz madura resonando como un fuego cálido, protectora como una abuela hacia su nieta favorita. El dragón bufó, sarcástico. "… siempre tan sentimental, brasa. La niña necesita estructura, no mimos,"gruñó, rígido, su tono cascarrabias chocando con la calidez de Pyrahelis. El fénix aleteó y chispas danzaron. "Y tú, viejo cascarrabias, siempre tan tieso como una roca. Deja que la niña sienta el calor, no tu peso aplastante," replicó, protectora, su sarcasmo era suave pero firme, como una abuela defendiendo a su familia. Ericht rio, flotando entre ellos. "¡Son como un abuelo y abuela discutiendo por la cena! Tía, ¿siempre se llevan mal?" preguntó, tocando una chispa de Pyrahelis, que se enroscó en su dedo como un anillo vivo. Junielle la miró, pragmática. "Sí, princesa. Sus personalidades chocan, pero juntas, equilibran. Llámalo con intención, 'Pyrahelis, guíame'," dijo, demostrando con Gravitonox, cuya onda estabilizó una nebulosa en una esfera. "Sentimental como siempre, brasa," gruñó Gravitonox, sarcástico. "Rígido como una piedra, cascarrabias. Deja que la niña aprenda" replicó Pyrahelis, con un aleteo que envió chispas equilibradas. Ericht extendió la mano. "Pyrahelis, guíame" pronunció, sintiendo el calor. El fénix descendió, envolviéndola en un manto flameante. "Siente mi sabiduría, Solaris. No soy mascota; soy tu llama, que te potencia y comparte conocimiento," susurró, mientras imágenes de fuegos antiguos fluían por la mente de la princesa. Ericht parpadeó. "¡Lo siento! Es como un cuento en mi cabeza. No eres mascota, Pyrahelis. Eres mi compañera, que me hace fuerte y me enseña," exclamó, el manto estabilizándose. Gravitonox bufó. "Al fin entiende. No como tú, brasa, siempre quemando sin pensar." Pyrahelis aleteó. "Mejor quemar que aplastar todo, cascarrabias." Junielle intervino. "Basta. Princesa, has comprendido, los Arcanos comparten sabiduría, nos guían y potencian nuestro poder. No son mascotas, son compañeros eternos," dijo, guiándola de regreso. El plano se disolvió, dejando a Ericht con un brillo de comprensión, el zumbido del Permet un eco de equilibrio aprendido. El crucero de Neptuno, custodiado por las naves sobrevivientes de la Legión de los Lobos Carmesí, irrumpió en la órbita de Júpiter tras un salto al vacío de seis horas, imperturbable. No hubo interrupciones, ni el menor atisbo de Dominicus en Saturno, como si el enemigo contuviera el aliento ante el regreso de su némesis o simplemente hubiera desaparecido del planeta, para Solaris este hecho le resultaba muy extraño. Cuando el crucero llego a vista La flota interplanetaria jupiteriana dio la bienvenida a su líder con un despliegue de precisión marcial, cazas escoltaron el crucero en una marcha glorificada con sus siluetas cortando el vacío como cuchillos de plata, mientras los cruceros lanzaban salvas que iluminaban el espacio con estallidos de luz dorada, un festejo ensordecedor que resonaba en el casco del buque mientras el crucero se adentraba en la órbita del planeta. El descenso hacia Júpiter fue recibido con euforia contenida, el planeta giraba como un ojo atento, su atmósfera terraformada brillaba con tonos anaranjados y blancos. En la plataforma de aterrizaje de Auleria Magna, la Guardia Auxilia y el ejército jupiteriano formaban una formación impecable, filas de armaduras doradas reluciendo bajo el sol gigante. Encabezándolos estaba Calythea, la custodio, una mujer rubia de ojos verdes penetrantes, vestida con su armadura ceremonial de oro sobre una túnica blanca inmaculada. Sobre su cabeza dorada descansaban laureles verdes, símbolo de su rol eterno. Cuando Solaris descendió, su túnica blanca ondeaba como rayos de sol y su corona flameante proyectaba un halo radiante, Calythea avanzó, y su voz resonó como un edicto divino. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris. Júpiter te da la bienvenida. Tu reino se regocija ante tu llegada," pronunció, arrodillándose para besar el dorso de la mano de Solaris, un gesto de lealtad absoluta que hizo vibrar el aire. La Guardia Pretoriana, el escuadrón élite liderado por la Custodio, los cuales tenían como única función proteger a la Ephore, saludó golpeando sus lanzas de oro contra el piso de mármol jupiteriano, un tintineo metálico que se extendió como un trueno armónico. Aplausos de la multitud estallaron, vitoreos elevándose en un coro ensordecedor: "¡Viva la Ephore!" "¡Salve Solaris!" La euforia era palpable, como un pulso colectivo que latía con devoción, el zumbido del Permet amplificaba el fervor como un himno vivo. Calythea se puso de pie, y Solaris la miró con ojos que brillaban como soles gemelos. "Calythea, estos soldados…"Calythea sonrió" sus guardianes mi Ephore, a donde vallan ellos los seguirán"Solaris suspiro con una sonrisa y negando con la cabeza," algo pasa en Saturno…" dijo, con un tono bajo pero cargado de urgencia, su corona proyectaba sombras danzantes. Calythea afirmó con su lanza en mano la cual relucía con el resplandor que emitía Solaris. "También lo sentí, mi Ephore. Es extraño" respondió, con lealtad inquebrantable. Solaris asintió, avanzando con paso firme. "Necesitamos actuar. Quiero saber qué está sucediendo,"ordenó. Calythea hizo sonar su lanza contra el suelo, un golpe que resonó como un mandato divino. "¡SO-LUS! La Ephore avanza," proclamó, y la Guardia Pretoriana golpeó en sintonía, sus lanzas tintineando contra el mármol mientras rodeaban a la custodio y la Ephore, un escudo vivo de oro y devoción. La multitud vitoreaba, el camino al Palacio Solar pavimentado con euforia, mientras el sol de Júpiter bañaba la procesión en luz eterna. Cecelia y Rouji habían descendido del crucero con los demás miembros de la nave, el bullicio de la bienvenida los envolvía como una ola. Vaelerythia, recuperada por completo, se abrió paso con determinación, dirigiéndose al Palacio Solar en busca de su reina Lunaria. Asi como la custodio de Solaris era Calythea, Vaelerythia era la guardia personal de Lunaria, y no podía permitirse más tiempo sin proteger a su señora, su figura masiva cortaba la multitud como un glaciar en movimiento. Marte, por otra parte, descendió en un shutter hacia Júpiter, ni bien tocó el piso jupiteriano se estiró, exhalando el aire puro terraformado por Gaia, un soplo fresco que llenó sus pulmones con el aroma de nubes de Júpiter. "¡Hogar dulce hogar!" ladró, con un aullido alegre, antes de correr hacia el Palacio Solar, su pelaje rojizo ondeaba como una bandera de furia contenida. Cecelia y Rouji, en cambio, se habían quedado con la multitud, presenciando el espectáculo de la guardia militar y la llegada de la Ephore, el aire cargado de vítores y el tintineo de lanzas los había dejado mareados de tanto protocolo. "Nunca me voy a acostumbrar a esto…"murmuró Cecelia, entrelazando sus dedos con los de Rouji, cogiéndole la mano con un apretón que buscaba ancla en el caos. Rouji no dijo nada, solo se quedó mirando cómo la Ephore se encaminaba al Palacio, su expresión era imperturbable tras las gafas, calculando el fervor como una ecuación social. Cecelia presionó la mano de Rouji, acercándose para susurrarle al oído. "Vámonos a casa, corazón…" dijo, soltando una risita suave, su aliento cálido choco contra su piel haciendo que una electricidad recorriera la espina de Rouji, sin embargo, este lo disimulo muy bien. Rouji se acomodó las gafas con la mano libre, para luego responder. "De acuerdo," con su tono monótono. Ambos avanzaron en dirección al Palacio Solar, mientras el bullicio se desvanecía a sus espaldas. Habían llegado a Júpiter por fin, pero aún quedaban muchas cosas pendientes por hacer. El Warroom de la Ephore Solaris era un sanctuario impenetrable, un bastión de cristal y acero oculto en las entrañas del Palacio Solar de Júpiter, donde el zumbido del Permet vibraba como un latido eterno en las paredes oscuras. Solo tenía una sola entrada, custodiada por dos dreadnoughts de la Guardia Pretoriana los cuales llevaban sus armaduras doradas que relucían como soles petrificados, el lugar marcaba el umbral de decisiones definitivas en la guerra. Todo lo que se decía allí quedaba sellado entre los participantes, un secreto envuelto en el eco de la lealtad. El aire olía a ozono y metal frío, y el suelo de mármol jupiteriano reflejaba la luz tenue de un holograma central, un mapa del sistema solar, donde la mayoría de los planetas brillaban en rojo, señalando territorios hostiles bajo el control de Dominicus. Júpiter y Neptuno eran los únicos en verde vibrante, los cuales destacaban como faros de resistencia, mientras Saturno, con sus anillos girando lentamente, se teñía de rojo, salpicado de micro-puntos carmesí que parpadeaban como heridas abiertas. Solaris entró con paso firme. A su lado, Calythea, la custodio, avanzaba con su armadura ceremonial de oro, sus laureles verdes sobre su cabeza dorada brillaban con solemnidad. Solaris se apoyó en el tablero holográfico, sus ojos se mantuvieron fijos en Saturno y un nudo de inquietud creció en su pecho. Algo no encaja, pensó, mientras los puntos rojos parecían susurrar amenazas invisibles. Calythea se acercó a ella, su voz baja pero firme. "Suletta…" murmuró, usando el nombre verdadero de su Ephore, un eco de las resurrecciones que había presenciado, grabado en su alma para no perder la humanidad. "¿Qué es lo que piensas, Suletta?" preguntó, colocándose a su lado con su lanza apoyada contra el suelo como un pilar de lealtad. Solaris suspiró, el peso de su liderazgo se reflejaba en su postura. "Algo no está bien. Está demasiado tranquilo por Saturno. Cuando saltamos desde Neptuno, no fuimos interceptados. Es demasiado sospechoso, como si el propio Dominicus nos estuviera dejando pasar," dijo cargada de preocupación mientras sus dedos trazaban el contorno holográfico de los anillos saturninos. Calythea frunció el ceño, sus ojos verdes analizaron el mapa. "¿Quieres que vaya y vea qué sucede?" ofreció con su tono dispuesto, la lanza resonó ligeramente contra el mármol. Solaris suspiró de nuevo, más para sí misma que como afirmación. "Sería lo más adecuado, sí," murmuró con su mirada perdida en los puntos rojos. La puerta principal del Warroom se abrió con un chirrido metálico, y Junielle entró, su piel pálida y cabello blanco cortos relucian bajo la luz tenue. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris, Custodio. Júpiter ha respondido a su llamado," pronunció, inclinándose en una reverencia elegante, su túnica blanca con dorada con patrones gravitacionales ondeaba como un velo estelar. Poco después, Ezureieth Thaurya, la Bruja de Plutón, llegó con su piel azul zafiro y orejas élficas largas, vestía su túnica blanca bordada con cristales pulsantes. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris, Custodio. Plutón ha respondido a su llamado,"dijo, inclinándose con gracia, su voz un susurro sereno. Una a una, las brujas del aquelarre fueron llegando. Venus, con su aura sensual y ojos rojos, hizo su reverencia. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris, Custodio. Venus responde a su llamado," murmuró, su voz un canto seductor. Gaia, la más joven de todas también llego. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris, Custodio. Gaia está aquí," dijo, con un tono mas jovial que las demás, como la tierra. Marte, con su pelaje rojizo y colmillos expuestos, gruñó suavemente. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris, Custodio. Marte responde," ladró, su cola moviéndose inquieta. Urano, de ojos violeta y cabello del mismo color, se inclinó. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris, Custodio. Urano está presente," susurró, con un eco etéreo. Finalmente, Saturno entró, su figura elegante con cabello morado y ojos dorados que destellaban como anillos planetarios, tenía su túnica púrpura bordada con estrellas. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris, Custodio. Neptuno acude al llamado"dijo Vaelerythia al llegar y colocarse junto a sus hermanas del aquelarre. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris, Custodio. Saturno se presenta ante ti," dijo, con un tono caprichoso pero cargado de una intensidad contenida, su mirada se mantenia fija en Solaris con un brillo que mezclaba adoración y dolor. La asamblea se formó alrededor de Solaris, un círculo de poder y lealtad, el holograma proyectando sombras danzantes en sus rostros. Solaris alzó la mano y el zumbido del Permet amplifico su voz. "Hermanas, algo inquieta a Saturno. No fuimos interceptados en nuestro salto desde Neptuno, un silencio muy sospechoso que huele a trampa. Dominicus trama algo, y los puntos rojos en el mapa sugieren actividad oculta. Necesitamos saber qué ocurre," dijo, en un tono firme pero cargado de preocupación, sus ojos recorrieron el círculo. Calythea dio un paso adelante, con su lanza resonando. "Mi Ephore, puedo liderar una incursión. Mi Guardia Pretoriana está lista, para protegerla mientras no estoy." ofreció, con lealtad inquebrantable. Saturno, con un movimiento teatral de su túnica, se adelantó, sus ojos dorados brillaron con un capricho que escondía urgencia. "¡Oh, no, no, no! Permíteme ir a mí, mi querida Solaris. Saturno es mi hogar, mi joya celeste, y después de lo de Nova Cronia… ¡esos bárbaros de Dominicus no mancharán más mi planeta! Debo verlo con mis propios ojos, asegurarme de que mi gente esté a salvo," exclamó, su voz melódica, pero con un dejo de petulancia, sus manos gesticulaban como si dirigiera una obra teatral. Su mirada se posó en Solaris, un destello de su amor no correspondido brillaba en sus ojos dorados, un amor predestinado como el de los saturninos, pero condenado al silencio por la indiferencia de Solaris. Mi reina, si tan solo me vieras como yo te veo, pensós con su corazón latiendo con un anhelo que nunca confesaría. Lunaria, quien había entrado silenciosamente tras las demás, frunció el ceño. La fricción entre ella y Saturno era palpable, un choque de lealtades y amores no compartidos. "Saturno, tu capricho podría complicar las cosas. No es un juego de salón. Si vas, que sea con estrategia, no con tus dramas."dijo, con un tono frío, sus ojos grises cortaban el aire como cuchillas. Saturno la miró con desdén, con su sonrisa torciéndose. "Oh, Lady Lunaria, siempre tan amarga. Mi amor por Solaris me da derecho a proteger lo mío. Tú, con tu sombra lunar, no entiendes el fuego de Saturno." replicó, con su voz cargada de sarcasmo, girando la cabeza con un gesto elegante. Solaris alzó una mano, silenciando la tensión. "Basta. Saturno, tu interés por tu planeta es válido, pero necesitas apoyo. Calythea, irás con ella. Tu experiencia militar equilibrará su… entusiasmo. Investiguen los puntos rojos, descubran qué trama Dominicus. Si es una trampa, regresen de inmediato. ¿Entendido?" ordenó, resonando como un mandato divino, con sus ojos fijos en ambas. Calythea asintió, golpeando su lanza contra el suelo. "A sus órdenes, mi Ephore," dijo, con disciplina marcial. Saturno sonrió, un gesto caprichoso pero decidido. "¡Oh, qué honor, mi Solaris! Iré con gusto, y traeré noticias que te complacerán. Mi planeta merece mi atención, y tú… mi devoción." dijo, inclinándose con una reverencia exagerada, con su mirada dorada posándose en Solaris con un anhelo silencioso. Lunaria resopló, cruzando los brazos, pero guardó silencio, el aire estaba cargado de su rivalidad no dicha. Junielle dio un paso adelante, con su voz oracular resonando. "Mi Señora Solaris, Gravitonox ha sentido perturbaciones en el Permet cerca de Saturno. Sugiero que Calythea y Saturno lleven un dispositivo de medición para registrarlas. Podría darnos pistas," propuso, con pragmatismo devoto, sus ojos plomizos brillando con intuición. Solaris afirmó. "Hazlo. Que preparen el equipo. Hermanas, esta reunión queda sellada. Que el Permet nos guíe," dijo, con su mano trazando un gesto de bendición sobre el mapa. Las brujas asintieron y el holograma se apagó, el Warroom volvió al silencio, dejando solo el eco de la decisión y el zumbido del Permet como testigo. El Warroom se vació en un silencio reverente después de que las brujas del aquelarre se fueron una a una, dejando el espacio en penumbras, el eco de las decisiones resonando en las paredes como un susurro del Permet. Calythea fue la última en inclinarse ante Solaris antes de cerrar la puerta con un clang metálico. La Ephore quedó sola por un instante con sus ojos fijos en el vacío donde Saturno había brillado en rojo, un nudo de inquietud en su pecho se generó inmediatamente. Algo se avecina, pensó, antes de girar sobre sus talones en dirección hacia la salida, su corona flameante proyectaba un halo radiante en la oscuridad, tras pasar la puerta principal ambos dreadnoughts quienes custodiaban la entrada hicieron sonar sus pesados pies contra el piso despidiendo a la Ephore sin decir ninguna palabra, Solaris solo paso entre ellos, no era necesario decir una palabra, ellos eran custodios y su deber cuidar y resguardar los secretos que se digan en esa sala, Solaris solo avanzo, dejando atrás el cuarto de guerra para dirigirse a sus aposentos privados. La noche en Júpiter descendía como un manto de estrellas tejidas, el sol gigante se sumergía en el horizonte terraformado, dejando un crepúsculo anaranjado que filtraba a través de las ventanas del cuarto de Solaris. La habitación era un santuario de luz suave, con paredes de cristal que reflejaban constelaciones danzantes y un lecho amplio cubierto de sábanas plateadas que capturaban el resplandor lunar. Ericht dormía plácidamente en una cuna al lado, su cabello pelirrojo se extendía como hilos de fuego apagado, su respiración era un ritmo inocente que contrastaba con la tensión del día. Lunaria estaba sentada en el borde de la cama y cepillaba su propio cabello con movimientos lentos, su túnica plateada ondeaba como un río de luna. Sus ojos plomizos seguían a Solaris, quien entraba con paso cansado, quitándose la corona y colocándola en un pedestal que la hacía brillar como un sol en miniatura. Solaris suspiró, frotándose las sienes, el peso de la reunión aún sobre sus hombros. "mi Luna, mi amor, el silencio de Saturno me inquieta. Dominicus trama algo, y no puedo verlo claro" murmuró, acercándose para sentarse a su lado, estirando su mano buscando la de ella. Lunaria tomó su mano, pero su expresión era un velo de molestia, sus dedos apretaron un poco más de lo necesario. "Sí, Solaris, el silencio es preocupante. Pero no solo eso. ¿Por qué Saturno siempre se pone tan caprichosa contigo? En el Warroom, su mirada, sus palabras… es como si reclamara algo que cree suyo. Y tú… la dejas" dijo, con su voz suave pero teñida de celos, sus ojos plomizos brillaban con un destello posesivo, como si el Permet mismo reflejara su inseguridad, un eco de antiguas peleas cuando era Miorine, la Lady Arbiter, la pareja predestinada de Solaris. Solaris parpadeó, sorprendida, girando para mirarla directamente. Otra vez esto, pensó, con un suspiro interno, reconociendo el viejo fuego de la rivalidad, heredado de Astraena, su alma gemela eterna. "Lunaria, Saturno lleva una carga heredada, un amor no correspondido de su primera encarnación. No es por mí; es por lo que representa. Tú eres mi eterna, mi alma gemela. Saturno no puede cambiar eso" respondió de manera cálida, llevando la mano de Lunaria a sus labios para besarla suavemente, un gesto que buscaba disipar las sombras de celos, recordando la maldición de Saturno, atrapada en un ciclo de devoción no correspondida. Lunaria se suavizó, su tensión se disolvió como niebla al amanecer, y apoyo su cabeza contra el hombro de Solaris. "Lo sé… pero a veces, su capricho me hace sentir como una intrusa en tu luz. Perdóname, mi amor" murmuró, con un suspiro que liberó los celos contenidos en su pecho, sus dedos se entrelazaron con los de Solaris en un apretón reconciliador. Solaris rio suavemente en un sonido como chispas de sol, para luego atraerla más cerca. "Nada que perdonar. Tú eres mi equilibrio, Lunaria. Sin ti, mi luz se perdería," dijo, besando su frente en un momento íntimo sellando el arreglo. Lunaria levantó la mirada, su expresión ahora era serena para luego después con su mano libre presionar la nariz de solaris en un gesto juguetón, ambas rieron. Lunaria desvió la mirada hacia Ericht quien dormía con una paz angelical. "Hoy hablé con Plutón y Jupiter sobre las lecciones de Ericht. Ambas han estado enseñándole sobre el permet y como controlarlo… ellas han confirmado lo que sospechábamos, su poder no tiene límites. Para ella, un impulso de Permet es como aplastar una hormiga; no mide consecuencias porque no ve fronteras. Es peligroso, Solaris. Una niña con un sol infinito en su pecho, y ganas de jugar," dijo mientras bajaba su voz a un susurro preocupado. Solaris miró a su hija con el corazón apretado. "Lo sé.Ezureieth y Junielle son las mejores para guiarla. Ellas sabrán enseñarle límites, o su inocencia podría quemar todo lo que ama" respondió, su tono reflexivo, sus ojos brillaron con determinación. Lunaria asintió, acurrucándose contra ella. "… Es solo una niña, con ganas de jugar. ¿Cómo le enseñamos responsabilidad sin apagar su luz?" preguntó, su voz un susurro vulnerable, mientras sus dedos trazando círculos suaves en la mano de Solaris. Solaris la atrajo a un abrazo, su calor la envolvio como un manto solar. "Con amor, mi luna. Incentivos, como ríos que fluyen. Cada lección un juego guiado, cada límite una aventura. La guiaremos, juntas," murmuró, besando sus labios con ternura, un beso que se profundizó en la intimidad de la noche, sus cuerpos entrelazándose en un ritmo eterno. El día había amanecido en Júpiter, un nuevo capítulo que se desplegaba con la luz anaranjada del sol gigante filtrándose a través de las ventanas del Palacio Solar. Solaris despertó en su lecho con su cuerpo desnudo aún cálido bajo las sábanas plateadas que reflejaban el resplandor lunar. A su lado yacía Lunaria, igualmente desnuda, cubierta solo por el tejido etéreo de las sábanas, su respiración suave marcaba el ritmo de la paz mañanera. Con un movimiento delicado, Solaris se inclinó, depositando un beso tierno en la mejilla de su esposa, sus labios rozaron la piel pálida como un susurro de amor. Ericht dormía en su cuna, ajena al mundo, su cabello pelirrojo se extendia como un halo infantil mientras su pecho subía y bajaba con la despreocupación de la infancia. Solaris se levantó con gracia, su figura desnuda captaba la luz tenue antes de acercarse al armario. Tomó su túnica blanca, que fluía como rayos de sol al deslizarla sobre su piel, y luego ajustó las placas doradas, hombreras robustas, peto brillante y grebas que resonaban con cada paso, un armamento ceremonial que simbolizaba su poder. Finalmente, colocó la corona solar sobre su cabeza, sus púas flameantes proyectaban un halo radiante sobre su cabello rojo. Se giró un instante, sus ojos recorrieron a Lunaria y Ericht, quienes aun descansaban en un oasis de serenidad, antes de abandonar el cuarto con paso firme. En la entrada, dos guardias pretorianos la saludaron con un estruendo metálico de sus lanzas de oro golpeando el suelo de mármol jupiteriano con precisión militar. Vestían armaduras de solarita y ceramita, metales raros y extremadamente resistentes que brillaban como soles petrificados, sus rostros se mantenían ocultos tras visores que reflejaban la luz de la Ephore. Solaris les devolvió el saludo con un puño en el pecho, un gesto militar que resonó con autoridad, y avanzó. Los guardias pretorianos la escoltaron sincronizando sus pasos con los de la Ephore como una sombra dorada que la seguía a donde fuera. Existían por y para la Ephore, su lealtad absoluta dedicada solo a ella, no a Lunaria ni a Ericht. Lunaria tenía su propia guardia personal en Vaelerythia, quien también vigilaba a la princesa por mandato de su señora, un vínculo protector que tejía la familia solar. La mañana avanzaba con rapidez, el aire de Júpiter venia cargado con el aroma fresco de la terraformación de Gaia y el zumbido del Permet en las salas de entrenamiento. Las Novitiae habían concluido su meditación matutina, pero algo había cambiado ese dia. El espacio habitual de entrenamiento, un campo amplio con plataformas flotantes y paredes de cristal estaba ocupado por un grupo inesperado. Sophos, con su pelaje anaranjado y orejas lupinas erguidas, frunció el ceño, con su voz resonando en un ladrido. "¿Eh… qué hacen los doraditos en el campo de entrenamiento?" gruñó, observando cómo un pelotón de la Guardia Pretoriana, con sus armaduras doradas reluciendo, formaba filas impecables. Calythea, la Custodio, paseaba entre ellos como un general con su lanza en mano y su armadura ceremonial brillando con un fulgor mercurial, su cabello rubio ondeaba como un estandarte bajo los laureles verdes. Charion, jaló una de las orejas de Sophos con un movimiento rápido. "¡Cállate el hocico, Sophos! Te escuchan y nos hacen papilla," exclamó, su voz cortante casi en un susurro, pero preocupada, sus dedos aún apretaban la oreja lupina. Sophos aulló, retorciéndose. "¡Auch, auch, CHARION! ¡No me jales la oreja! ¿Por qué tanto miedo a los dorados? No son brujas" protestó, mostrando los colmillos en un gruñido. Charion le dio un zape en la cabeza, haciendo que Sophos gruñera aún más fuerte. "Porque son letales, tonta. No subestimes lo que no entiendes" replicó, cruzando los brazos. Cecelia, que observaba la escena con una sonrisa, rio suavemente. "Charion, no seas tan dura" dijo, con su voz juguetona, antes de girarse hacia el campo. De pronto Europa apareció de la nada, materializándose con un destello teletransportador que hizo que las tres volteen sorprendidas por la repentina aparición. "Ohhh, la Custodio está entrenando. Algo malo va a pasar…" murmuró Europa, sonriendo desde su posición con sus ojos brillando con picardía. Sophos parpadeó, confundida. "¿Custodio?" preguntó, ladeando la cabeza. Europa la miró, ampliando su sonrisa. "Sí, la Custodio. Así le llaman. Es la guardiana de la Ephore" explicó, con un tono que sugería secretos compartidos. Sophos alzó una ceja. "¿Quiere decir que es fuerte?" preguntó, con un dejo de incredulidad. Europa se carcajeó, picándole la frente con un dedo. "¡Ay, Dios! Eres tan divertida…" dijo, entre risas. Sophos gruñó, molesta. "No entiendo por qué tanto revoltijo con los dorados. Ni siquiera son brujas, salvo esa Custodio…" murmuró, cruzando los brazos. Europa dejó de reír, para respirar y tratar de recuperar el aliento, la miró con seriedad y le dijo. "Esos dorados son la Guardia Pretoriana. No son brujas, pero déjame decirte que ni todas las Novitiae juntas somos rivales para ellos" afirmó, con un tono cortante como una advertencia. Sophos frunció el ceño con su orgullo herido. "¿Perdón?" exclamó, incrédula. Europa volvió a reír, pero esta vez con un dejo de burla. "Así como lo oyes. La Guardia Pretoriana es el escuadrón personal de la Ephore, especializado… en matar brujas" reveló, dejando caer las palabras como un martillo. Sophos y las demás se quedaron con la boca abierta, el aire se cargó de incredulidad. Cecelia intervino, con su voz temblando. "¿Cómo que matar brujas?" preguntó, con sus ojos abiertos de par en par. Europa sonrió, satisfecha con su impacto. "Sí, son la carta del triunfo de la Ephore. Si alguna bruja decide traicionarla, ellos la eliminan. Son letales, entrenados para eso" explicó, cruzando los brazos mientras observaba el campo. Las Novitiae se miraron, procesando la revelación, cuando Calythea levantó su lanza, su voz resonando como un trueno militar. "¡SOL-US! ¡Preparados! ¡SOL!" ordenó, y la Guardia Pretoriana se movió con precisión quirúrgica, sus armaduras doradas relucieron como soles en movimiento. Calythea, la bruja de Mercurio, la más poderosa tras Solaris, avanzó al centro del campo, su lanza brillando con un fulgor mercurial que cortaba el aire como un relámpago. Su armadura ceremonial, adornada con laureles verdes, reflejaba su rol como Custodio, una figura imponente cuya fuerza superaba incluso a Junielle. Los pretorianos, veinte en total, formaron un círculo alrededor de ella, sus movimientos estaban sincronizados como un engranaje perfecto. "¡DIN, SOLUS, DANORA!" gritó Calythea, eran ordenes que dictaban ataque los guardias lo sabían y cargaron, lanzas doradas cortaron el aire con un zumbido letal. Calythea esquivó con agilidad sobrehumana, su Permet mercurial destacaba destellos que desviaban los ataques, su lanza giraba como un torbellino para contraatacar, golpeando a un pretoriano en el peto con una fuerza que lo envió al suelo, su armadura resobaba como el eco de un Gong ceremonial repeliendo el ataque. Los demás no se detuvieron. Dos pretorianos flanquearon a Calythea, sus lanzas trazaron arcos letales, pero ella saltó, su figura quedo suspendida en el aire por un instante antes de descender con un golpe de lanza que creó un cráter en el suelo, forzando a los guardias a retroceder. "¡TANA, ATELLA, DANORA!" ordenó, y los pretorianos se reorganizaron, rodeándola con una red de ataques coordinados. Calythea giró su lanza, desatando un escudo de Permet que repelió las espadas, antes de avanzar con un movimiento fluido, derribando a tres con un solo barrido, su fuerza mercurial resonaba como un trueno contenido. El entrenamiento continuó, un ballet de acero y Permet, los pretorianos atacando con precisión letal, cada golpe estaba calculado para neutralizar a una bruja traidora. Calythea los enfrentó con una destreza que desafiaba la lógica, su lanza cortaba el aire como un rayo, su Permet mercurial desorientaban a los guardias, solo para derribarlos con golpes devastadores. En un instante, cuatro pretorianos la rodearon, lanzas apuntando a su torso, pero ella se desvaneció en un destello, reapareciendo detrás para incapacitarlos con un giro de su arma. Las Novitiae observaban, boquiabiertas, el aire estaba cargado de incredulidad. Sophos dejó caer la mandíbula, sus orejas lupinas se agacharon. "¿Qué… carajos fue eso?" murmuró, con su orgullo herido por la demostración. Cecelia se cubrió la boca, sus ojos abiertos de par en par. " … son máquinas de guerra" susurró, su voz temblando. Charion, suspiro mientras le daba un golpe suave en la cabeza a Sophos. "Te dije que no los juzgaras" admitió, con su tono reverente. Europa, que observaba con una sonrisa sabia, cruzó los brazos. "Te lo dije" dijo a Sophos, con un toque de burla, antes de teletransportarse con un destello, dejando a las Novitiae procesando lo que acababan de presenciar, el eco de los golpes de Calythea y la Guardia Pretoriana resonando como un recordatorio de su poder inigualable. Cecelia avanzaba por los pasillos del Palacio Solar, el eco de sus pasos resonaba contra las paredes de cristal que refractaban la luz anaranjada del sol jupiteriano. Había dejado atrás el patio de entrenamiento, donde la Guardia Pretoriana seguía su danza letal bajo las órdenes de Calythea. No entendía la repentina aparición de los "doraditos" en el campo de entrenamiento, mucho menos la presencia de la Custodio entrenando con ellos, sin embargo, como lo había dicho Europa, algo malo seguro que iba a suceder. Soltó un suspiro profundo mientras seguía su camino, el aire cargado de ozono y el zumbido sutil del Permet la acompañaban mientras caminaba por el palacio solar, su mente estaba atrapada en un torbellino de dudas. ¿Por qué ahora?, pensó mientras sus dedos jugueteaban con el borde de su túnica. Tenía dos opciones, regresar al salón de meditación o volver a su casa y perder el tiempo hasta que Rouji regresara. Volvió a suspirar pensando en Rouji y como lo sorprendería esperándolo en casa, su risa picara se escapó de entre dientes mientras avanzaba. A lo largo del pasillo, las miradas de los guardias se posaban sobre ella, algunos con ojos lujuriosos que recorrían su figura voluptuosa otros más discretos la miraban de reojo, en especial en sus pechos y piernas, su belleza venusiana se destacaba incluso bajo la túnica simple. Cecelia lo sabía, sentía el calor de esas miradas, pero no reaccionaba, su estatus como Novitiae le otorgaba un rango superior a la guardia común, y su entrenamiento físico, combinado con su habilidad permética cada vez más desarrollada, la hacía intocable. Si intentaban algo, podía desvanecerse en un parpadeo y escapar o noquearlo. "Qué difícil es ser yo" se dijo para sí misma, soltando otra risa picara mientras se sentaba en una esquina, cruzando las piernas con un movimiento grácil. La risa se prolongó, en un sonido juguetón que llenaba el pasillo, hasta que una nueva voz la arrancó de su trance. "Te ves demasiado tranquila" dijo la voz, suave como terciopelo, pero con un filo seductor que heló la sangre de Cecelia. Se paralizó, y giro lentamente la cabeza para encontrarse con Hespéria Deûna Lysianthys, la Bruja de Venus, su maestra. Hespéria era una figura imponente, de piel bronceada la cual relucía con un tono cálido, su cabello negro azabache caía en ondas sueltas que parecían danzar con cada paso, y sus ojos rojos intensos brillaban como rubíes, atrapando la luz como joyas vivientes. Vestía una túnica escarlata ajustada, bordada con hilos dorados que evocaban pétalos de rosa y su figura curvilínea resaltada por el diseño que dejaba entrever su poder sensual. Su sonrisa era la de una serpiente contemplando a su presa, y sus movimientos, lentos y deliberados, cargaban un aura de dominio absoluto. "M-Maestra…" balbuceó Cecelia con su voz temblando mientras observaba a Hespéria, quien se acercaba con pasos felinos manteniendo su mirada fija como un lazo invisible. "Al fin te encuentro, Nemora. Has sido muy escurridiza y mala estos últimos días…" dijo mientras sus ojos rojos brillaban con una intensidad hipnótica que atrapó a Cecelia antes de que pudiera apartar la vista. Era demasiado tarde; la había atrapado. "No, Nemora, esta vez no te me escapas… Tenemos mucho que hablar, así que hoy vendrás conmigo" ordenó con su voz en un susurro seductor el cual resonó en la mente de Cecelia. Intentó resistirse, pero era inútil; Eros Imperium, la habilidad de Hespéria, el dominio absoluto del deseo y la voluntad la sometía por completo. "De pie, Nemora," dijo, y Cecelia se levantó sin dudarlo, su voz se volvió sumisa por completo. "Sí, maestra," respondió, atrapada en la voluntad de su mentora. Hespéria sonrió, metiendo el dedo índice en su boca con un gesto provocador. "Hay mucho de lo que tenemos que hablar…" murmuró, girando para caminar por el pasillo, Cecelia la siguió sin titubear, aunque en su mente sabía que la esperaba un castigo inevitable, un encuentro que no podía posponer más. La habitación privada de Hespéria, como todas las brujas titulares, era un santuario de sensaciones. El aire estaba impregnado de inciensos aromáticos y afrodisiacos, un aroma que mezclaba jazmín y ámbar, teñido de un leve tono rosa que envolvía las paredes como un velo de pasión. El ambiente olía a deseo, un perfume embriagador que hacía sudar a Cecelia por dentro, su corazón latia con una mezcla de miedo y anticipación. Hespéria se sentó en su cama, cruzando las piernas con elegancia, su túnica escarlata subió ligeramente mientras miraba a Cecelia con una sonrisa serpentina. Cecelia permanecía de pie, inmovilizada por la orden, incapaz de moverse a voluntad hasta que su maestra lo permitiera. No podía usar su habilidad para desaparecer; Hespéria se lo había prohibido, dejándola atrapada, vulnerable ante la mirada de su mentora. "Nemora, has sido una chica muy mala. ¿Sabes qué hago con las chicas malas? Las castigo… ¿Te gusta que te castiguen, Nemora?" habló Hespéria, de manera seductora deslizándose como seda, sus ojos rojos brillaban con un placer calculado. Cecelia tragó saliva. "No, maestra… no me gusta," respondió, temblando bajo el dominio de Eros Imperium. Hespéria rio, mordiendo su dedo índice con un gesto provocador, antes de levantarse de un salto y caminar hacia Cecelia, rodeándola como una gata acechante. Sus manos recorrieron los brazos de Cecelia, deslizándose por sus muslos, rozando su rostro con dedos suaves pero posesivos. Cecelia cerró los ojos, conteniendo la respiración, el tacto de su maestra enviaba descargas eléctricas por su piel. "Entonces, ¿por qué te escabulliste hasta Neptuno, en una misión donde no estabas asignada?" preguntó Hespéria, su dedo índice trazaba la espalda de Cecelia con una lentitud tortuosa, el contacto hacía que un escalofrío la recorriera. "E-Esque… no podía… no podía dejar que Rouji… me dejara… sola," confesó Cecelia, cerrando los ojos con fuerza, las lágrimas se asomaban mientras intentaba resistir las caricias. Hespéria se pegó a su espalda, abrazándola por la cintura y presionándola contra sí, los pechos de su maestra se aplastaban contra su columna. De pronto, Cecelia sintió el aliento cálido de Hespéria en su oído. "¿Entonces, es por el muchacho?" susurró, pasando la punta de su lengua por el lóbulo de su oreja. Cecelia gimió involuntariamente, y Hespéria rio con picardía. "El muchacho te despierta cosas, ¿verdad?" dijo, mordiendo suavemente el lóbulo, arrancando otro gemido de Cecelia. "Rouji… es… mi alma gemela…" balbuceó, cerrando sus ojos con fuerza y su voz quebrada por la emoción. Hespéria rio de nuevo, susurrando con un tono burlón. "¿Estás segura de que es tu alma gemela y no tu poder de seducción?" preguntó, antes de deslizar sus manos hacia adelante y presionar los pechos de Cecelia. "Más aún cuando tienes estas niñas bien dotadas," añadió, riendo. Cecelia se liberó de golpe al sentir como sus pechos eran presionados, se cubrió el pecho con los brazos de manera instintiva y su mirada hacia Hespéria estaba cargada de molestia, pequeñas lágrimas se asomaban en las comisuras de sus ojos. "Estoy segura… Rouji… es mi persona especial…" dijo, con su voz firme a pesar del sonrojo, sosteniendo la mirada de su maestra. Hespéria se carcajeó, en un sonido que llenó la habitación como un eco seductor, antes de volver a sentarse en la cama y cruzar las piernas con gracia. "Lindo… amor de niños… el más puro," murmuró, mirándola con una mezcla de diversión y astucia. "Júpiter me ha dicho que se ha manifestado tu afinidad de seducción… y que no sabes controlarla" añadió, con sus ojos rojos fijos en Cecelia, evaluándola como un depredador. Cecelia contuvo la respiración, con su rostro aún rojo. "No sé de qué me habla, maestra," respondió, intentando evadir. Hespéria sonrió con picardía. "Oh, no, Nemora, no me engañas. Estás emanando seducción desde que entraste aquí. No te das cuenta, pero sueltas humo rosa de tus poros," dijo, señalándola con un gesto elegante. Cecelia se miró a sí misma, incrédula. ¿Es cierto?, pensó, notando un leve rastro rosado en el aire. "Entonces… ¿por qué no le afecta, maestra?" preguntó con su voz temblando de confusión. Hespéria soltó otra carcajada. "Niña, te faltan siglos para poder seducirme a mí," respondió, guiñándole un ojo. "Sin embargo… a otras personas… eso es otra historia," añadió, sonriendo con malicia. Cecelia respiró hondo, su mente era un torbellino. "¿Por qué me pasa esto?" murmuró, con su voz cargada de vulnerabilidad. Hespéria sonrió, acercándose con un paso lento. "Cuando te excitas, sueltas esa presión como seducción en el aire, como feromonas, afrodisiacos… Tu afinidad como venusiana y tu despertar como bruja amplifican tus hormonas. Tienes que aprender a controlar tu excitación," explicó, apuntándole con el dedo como una maestra severa. "Es decir… que cuando te mojas ahí abajo pensando en el niño, sueltas esas feromonas" dijo, de manera provocativa haciendo que Cecelia estallara en un rojo carmesí, mientras Hespéria se reía a carcajadas. "¿Eres virgen, Nemora?" preguntó, inclinándose hacia ella. Cecelia se cubrió el pecho instintivamente. "S-Sí… lo soy…" admitió, su voz apenas un susurro. Hespéria sonrió, inclinándose más. "¿Entonces te estás guardando para él? Podrías seducirlo y ya… no te sería tan difícil, Nemora," sugirió, con un guiño travieso. Cecelia, aún roja como un tomate, miró al piso. "Quiero… que… sea especial," murmuró, temblando de emoción. Hespéria se carcajeó por unos segundos antes de volver a mirarla. "Entonces tienes un camino muy difícil," dijo, poniéndose de pie y recorriendo la habitación con pasos elegantes. "Tienes que controlar esas feromonas, y para eso, debes controlar tu excitación. Luego podrás usarlas como arma o vía de escape," explicó, deteniéndose frente a un estante. "Para comenzar… bebe esto," dijo, entregándole un tónico de color ámbar en un frasco delicado, haciendo que Cecelia alzara una ceja con desconfianza. "¿Qué es esto?" preguntó, cargada de dudas. Hespéria rio. "Es un tónico que controla tu excitación" respondió, con un guiño. Cecelia alzó otra ceja. "¿Cómo sé que funciona y es seguro?" insistió, cruzando los brazos. Hespéria soltó otra carcajada. "Lo uso en mis chicas de la casa del placer. Cuando entran en celo, lo beben para controlarse y trabajar tranquilas" explicó, guiñándole un ojo, haciendo que Cecelia se sonrojara de nuevo. "Te ayudará con el niño, más aún si vives con él. Bébelo, o no lo hagas; depende de ti, Nemora. Pero no es una cura. Si quieres controlar tus feromonas, vuelve mañana cuando tus dudas estén calmadas y comenzaremos tu entrenamiento," dijo, dándole la espalda. "Y espero unas disculpas por tu mal comportamiento, Nemora," añadió, mirándola de reojo con una sonrisa astuta. Cecelia suspiró, bajando la mirada. "L-lo siento, maestra," murmuró, con su voz apenas audible. Hespéria rio de nuevo. "Bien, eso es todo. Te libero y te veo mañana, Nemora. Puedes moverte con libertad" dijo. Apenas terminó la frase, Hespéria volteó, pero Cecelia ya no estaba; liberada del Eros Imperium, había activado su habilidad permética y desaparecido en un destello. Hespéria sonrió con picardía. "De verdad eres un prodigio," murmuró, con su risa resonando en la habitación perfumada. Cecelia caminaba por los corredores del Palacio Solar de Júpiter, el viaje de regreso desde la habitación de su maestra aún pesaba en su mente la cual era un torbellino de emociones que la habían dejado exhausta, se encontraba sola en el pasillo que llevaba a los dormitorios de las Novitiae, sin embargo, no dejaba de sentir un nudo en el pecho, una mezcla de anticipación y nerviosismo que aceleraba su pulso. ¿Rouji ya estará en el cuarto?, pensó, mordiéndose el labio para después negar con su cabeza, era aún temprano y conociéndolo aún debe de estar en el laboratorio realizando sus pruebas de cualquier cosa que a el se le ocurra, asi que el debería de llegar al caer la noche, su afinidad como Novitiae de Venus amplificaba cada pensamiento sobre él en un torrente de sensaciones, honestamente ella quería verlo, abrazarlo, apachurrarlo contra ella, se estaba volviendo loca y muy dependiente de él. Llegó a la puerta de su cuarto compartido, presionó la palma contra el panel y la puerta se abrió con un susurro hidráulico, revelando el interior iluminado por luces suaves. Rouji no estaba allí, era obvio; su escritorio se encontraba perfectamente ordenado con los papeles y apuntes apilados, la terminal apagada y su silla correctamente alineada al medio del escritorio, inclusive los Haro se encontraban perfectamente alineados como guardianes silenciosos. Cecelia suspiró, intentando liberar algo de la tensión acumulada después del encuentro con su maestra, entró y la puerta se cerró automáticamente tras ella con un clic suave. Cecelia se quitó las botas de tacones que traía liberando sus pies descalzos sobre el mármol frio jupiteriano, se quitó la túnica de entrenamiento quedando con un camisole y su ropa interior, sin embargo antes de tirar su túnica al suelo sintió en uno de los bolsillos la dureza de un frasco de vidrio, lo saco y miro la pócima que había entregado su maestra, Cecelia alzo una ceja y dejo el frasco sobre el escritorio de Rouji, el líquido ámbar brillaba con un brillo fosforescente que iluminaba tenuemente a su alrededor. Cecelia se alejó en dirección al baño, sin embargo, se detuvo a mitad de camino, miro de reojo el frasco que yacía en el escritorio y luego de unos segundos de mirar desafiante el frasco se acercó. Lo volvió a tomar con las manos y alzo una ceja, el frasco era frío al tacto, un contraste con el calor que crecía en su pecho. ¿Tomarlo o no?, pensó, girando la botella entre sus dedos, el líquido ámbar se movía al son de los movimientos de Cecelia como un remolino de feromonas contenidas. Venus le había explicado que suprimía los impulsos de su afinidad, calmando las hormonas que amplificaban su sensualidad, pero Cecelia se debatía. Quería controlar su cuerpo, especialmente cerca de Rouji, pero temía que el frasco apagara parte de quien era. ¿Y si lo pruebo? Solo para ver si es real, se dijo a sí misma, sintiendo un cosquilleo en la piel, su afinidad respondía a su duda con un pulso sutil. Sacudió la cabeza, dejando el frasco en el escritorio nuevamente y se sentó en la cama, tomando su terminal portátil del bolsillo de la túnica que se encontraba en el suelo. El terminal se iluminó con un brillo azul, y Cecelia abrió la galería de fotos, su dedo se deslizo por las imágenes almacenadas, en el habían carpetas organizadas, las cuales hasta tenían nombre, eventos importantes, fotos mias, fotos de gatos, pero había una carpeta en especial llamada “Fotos de Rouji” las cuales contenían fotos únicamente del muchacho, como una en el laboratorio, ajustándose las gafas con esa concentración imperturbable; en el jardín de Burion Electronics, mirando el sol con curiosidad científica; durmiendo en el escritorio con su rostro pacífico bajo la luz de un Haro. Cada imagen avivaba un calor familiar, sin embargo, luego apareció una que la hizo detenerse, Rouji desnudo recién salido de la ducha, una foto la cual fue tomada hace un tiempo en tono de broma por parte de Cecelia para molestarlo durante un baño compartido. Él ni se había inmutado, sin embargo, ahora, al verla, Cecelia sintió un rubor subir por su cuello, sus mejillas ardieron como fuego venusiano. Dios mío…, pensó, pero no pudo apartar la mirada. El calor se extendió como un torrente que hacía palpitar su corazón, y de su piel emanó un tenue humo rosado, una fragancia dulce y embriagadora que llenó el cuarto, sus feromonas se habían liberado como un perfume prohibido. Cecelia jadeó. La excitación subió por su cuerpo como una ola imparable. Cada fibra respondió con una necesidad urgente, primitiva, innegable, masturbarse. Era un impulso natural, casi fisiológico, pero amplificado por su afinidad, sus manos temblaban sobre el terminal y su mirada no se apartaba de ella, enfocándose en justamente la entrepierna desnuda de Rouji que dejaba ver su intimidad sin tapujos. El humo rosado se espesó, envolviéndola en un velo que hacía el aire se sintiera pesado, su pulso se aceleró enviando ondas de deseo que nublaban su mente. Es esto… la teoría que mi maestra me advirtiópensó, recordando sus palabras sobre cómo la excitación liberaba sus feromonas, amplificando su afinidad hasta el punto de perder control. La necesidad crecía a tal punto que Cecelia temia no poder controlar, como un fuego salvaje que la hacía apretar los muslos. Mientras su respiración se entrecortaba Cecelia imaginaba las manos de Rouji en lugar de las suyas haciendo que se mordiera su labio inferior de pura excitación. Entonces miró el frasco que descansaba sobre el escritorio de Rouji, brillando inocentemente en la mesa. Sin dudarlo se puso de pie de un salto y lo tomo con sus manos temblorosas. Abrió la tapa y el líquido ámbar desprendió un aroma sutil a flores marchitas, bebió un sorbo pequeño, no todo el contenido, Cecelia no quería exagerar con la dosis. El sabor era amargo, como bayas maduras mezcladas con sal, y bajó por su garganta con un ardor frío haciendo que Cecelia soltara una arcada y sintiera un asco al beberlo. Segundos después, la excitación que ardía al 100% se extinguió como una llama sofocada, cayendo a cero en un instante. El rubor en sus mejillas desapareció, el humo rosado se disipo en el aire como niebla al sol y sus feromonas se detuvieron abruptamente. Cecelia parpadeó, sintiéndose clara, el deseo se había evaporado como un sueño olvidado. Alzó una ceja, mirando la botella con incredulidad, girándola en su mano. Funciona…, pensó, en un alivio mezclado con sorpresa. La guardó en un lugar seguro dentro de su armario, detrás de una pila de túnicas, donde nadie la encontraría. Se dejó caer en la cama, suspirando profundamente. Lamaestra Venus tenía razón. Debo controlar mi excitación, o mi virginidad… y la castidad de Rouji peligrarán, pensó, con un rubor residual tiñendo sus mejillas, no por deseo, sino por la realidad de su afinidad. Cerro los ojos, mientras el sol de Júpiter se filtraba por la ventana, estaba agotada, pero ella sentía que se había quitado un enorme peso de encima, por ahora. Calythea, la Custodio, se encontraba frente al Kairos, el recipiente de su Arcano, lo que comúnmente la gente fuera del Aquelarre llamaba Gundam; Este se encontraba en modo estático, era un coloso de 22.4 metros y 34.8 toneladas que brillaba en oro puro, forjado en los Laboratorios Estelaris antes de su caída y posterior transformación en Vanadis siglos después. Representaba la síntesis entre alma y máquina, una divinidad de oro que flotaba sobre los campos de batalla como un ángel mecánico. Su estructura estaba compuesta de Epyreum Crisolado, una aleación viva que se adaptaba al flujo del Permet y mercurita solidificada del núcleo de Mercurio, no era solo un arma, era un ente consciente, una extensión del alma de Calythea y del Permet mismo. A su lado se encontraba el Voltis de Saturno el cual reposaba en silencio, estático, su armadura púrpura relucía con un fulgor eléctrico, listo para despertar. Calythea tenía sus órdenes, claras como el filo de su lanza, partir hacia Saturno y verificar qué es lo que estaba ocurriendo en su silencio sospechoso. Antes de que Dominicus los sorprendiera, Suletta, su Ephore, su Solaris, se lo había encomendado, y su mandato resonaba en su alma como un juramento eterno. No podía fallar. Cueste lo que cueste, pensó con su mirada fija en el Kairos, el metal dorado reflejaba su rostro rubio y ojos verdes como un espejo de determinación. En su mente, sabía que no podía dejar sola a Suletta; para eso había entrenado a la Guardia Pretoriana, moldeándolos como hojas de oro letal, con la única finalidad de que la Ephore saliera viva en un enfrentamiento sin Permet, o si fuerzas aliadas traicionaran. Calythea estaba dispuesta a todo, incluso a derrotar a los suyos, a cualquiera por el bienestar de Suletta, nadie más importaba, solo ella. No perderé otra Solaris más, se juró a sí misma con su mano apretando el mango de su lanza haciendo que el metal crujiera bajo su fuerza mercurial. Un taconeo resonó en el piso de acero jupiteriano en un ritmo elegante que cortaba el zumbido del hangar como un compás de orquesta. Aelyra Stormvain se adentró en el hangar, encarnando la definición de una noble saturnina perfecta. Su cabello largo, de tono lavanda pálido con reflejos azulados, caía en ondas suaves hasta la cintura, brillando como rayos encapsulados en seda. Sus ojos dorados resplandecían con un fulgor eléctrico que vibraba en la penumbra, y su figura refinada, vestida en una túnica púrpura bordada con estrellas orbitales, exudaba altivez calculadora y exigencia. Detestaba lo vulgar, lo desordenado, lo tosco; para ella, la belleza y la elegancia eran formas superiores de poder. "Custodio, he llegado para partir con la orden de mi Sol," dijo, haciendo una reverencia y alzando su falda en un saludo protocolar con su voz melódica, pero con un dejo de petulancia, sus ojos dorados se mantuvieron fijos en Calythea. Calythea no la miró, su mirada se mantuvo fija en el Kairos, el dorado del Gundam reflejaba su expresión impasible. "Salimos en 20 minutos. Alístate y sube a tu unidad. Partiremos a Saturno antes del anochecer" respondió de una manera fría y militar, como un decreto tallado en hielo, sin un ápice de calidez. Dio media vuelta con su lanza en mano, y caminó hacia el Kairos, subiendo por la rampa hacia la cabina con pasos precisos. Aelyra soltó un "tch" de fastidio, su orgullo saturnino había salido herido por la sequedad. Pocas palabras, como siempre, pensó, mientras su sonrisa se torcía en una mueca de irritación, Aelyra lo sabía, desafiar a la Custodio era un suicidio, ella era la segunda al mando después de Solaris y en ausencia de ella, la Custodio era quien lideraba el Aquelarre, además, la Custodio como tal era la bruja más poderosa después de Solaris, si la enfrentaba en un duelo, no podría durar aun con su velocidad. Aelyra suspiro y dio una vuelta dramática haciendo que su túnica ondeará como anillos planetarios, y se dirigió al puesto de cambio para colocarse su traje de piloto. Esta sería la primera misión compartida con la Custodio, así que debía ser perfecta, como ella misma. El despegue desde Aurelia Magna fue un ritual de precisión. El hangar se abrió como una mandíbula de acero, revelando el cielo anaranjado de Júpiter. El Kairos despertó con un rugido gravitacional, sus motores zumbaron como un sol naciente, la rampa se cerró sobre Calythea en su cabina, donde pantallas holográficas proyectaban datos en tiempo real, su Permet mercurial reaccionaba con el núcleo del Kairos haciendo que ambos fueran uno solo. El Voltis de Aelyra, se activó a su lado con sus sistemas orbitales calibrándose con un pulso sutil. "Kairos listo para despegue. Aurelia Magna, a la espera de señal para despegue" resonó la voz de Calythea en el comunicador, fría como el vacío. Aelyra, en su cabina, ajustó sus guantes, su cabello lavanda estaba atado en un moño práctico. "Voltis sincronizado. Listo para ascenso, Aurelia Magna, a la espera de señal para despegue" respondió, su tono refinado, pero con un dejo de impaciencia, sus ojos dorados se mantenían fijos en las pantallas. "Aurelia Magna, señal verde para partir, buena suerte Mercurio, Saturno",comunicó la torre central para después desde los parlantes emitir un sonido repetitivo de alerta para que el personal de a pie se alejara de la plataforma de despegue, frente a los Gundams aparecía tres letreros en vertical los cuales decían “Abort – Abort – Launch” cuando el letrero de Launch se puso en color verde las unidades se elevaron, llevando al máximo sus propulsores dorados y púrpura cortando el aire y abandonando el hangar, el rugido de los motores era un trueno que hizo vibrar el aire. Ascendieron a través de la atmósfera, las nubes anaranjadas se partían como velos ante su avance, el sol a la distancia las bañaba en luz que hacía relucir el oro del Kairos como un ángel mecánico. El Voltis lo seguía, con su fulgor eléctrico dejando estelas de plasma. Llegaron a los anillos orbitales de Júpiter, un cinturón de estaciones y módulos flotantes que giraban en sincronía gravitacional. El Kairos se acopló al primer módulo, un anillo de refuerzo que se enganchó con un clang metálico, sus sistemas se integraron en un pulso unificado. "Acoplamiento completado. Kairos, preparado para salto al vacío," anunció Calythea por el comunicador. El Voltis se acopló al módulo adyacente con un clang metálico. "Voltis acoplado. preparado para salto al vacío," respondió Aelyra, ocultando un cosquilleo de anticipación. Los módulos orbitales se alinearon, sus motores zumbaron en un coro gravitacional, el Permet de Calythea se elevó. "PERMET SCORE 5" soltó Calythea y de su rostro líneas del permet empezaron a marcarla, en un dorado que parecía vivo, Aelyra a su lado elevo su Permet de la misma manera "PERMET SCORE 5" pronuncio haciendo que líneas moradas del permet se manifestaran en su rostro, el anillo se activó, y en un impulso los Gundam saltaron y desaparecieron de la Órbita de Jupiter y en dirección a Saturno, viajan ciegas, esperando descubrir que es lo que estaba planeando el enemigo y tratar de regresar vivas para informarlo. Solaris se encontraba sentada en su trono de solarita dorada dentro de su despacho, frente a ella estaban muchos hologramas y cuadros estadísticos y logísticos de la guerra que flotaban frente a ella, suspiró profundamente, con sus ojos fijos en los cuadros, el mensaje que transmitían era claro los recursos estaban comenzando a agotándose, las líneas rojas descendían como venas secas. A su lado, Lunaria, observaba en silencio con su mano apoyada en el brazo de Solaris en un intento de calmarla. Junielle, quien también se encontraba en el despacho yacía de pie aguardando con rectitud oracular la decisión de la Ephore. Solaris dejó los hologramas con un gesto de la mano y estos desaparecieron frente a ella, llevo sus manos a su cabeza y comenzó a frotarse las sienes. "La guerra nos está costando demasiados recursos. Se están empezando a agotar y Gaia está trabajando más del doble en la terraformacion acelerando los procesos naturales de producción, sin embargo, personal, labores mineras y de exportación están demorando más de la cuenta por los bloqueos desde marte a mercurio, solos no podemos sostenernos indefinidamente," murmuró sabiendo que esta situación no podía mantenerse eternamente. Lunaria frunció el ceño, su mirada plomiza se fijó en su esposa. "Podríamos hablar con Thalyssara. Neptuno es aliada ahora; quizá puedan contribuir"sugirió, con un tono suave pero práctico, mientras sus dedos apretaban ligeramente el brazo de Solaris. Solaris negó con la cabeza, su cabello rojo cayo en ondas ardientes. "No. Estamos en deuda con Neptuno por la destrucción que causó Vargra. Pedirles dinero y recursos ahora sería perjudicial y mal visto. No quiero parecer como Dominicus, exigiendo sin dar" respondió, con firmeza. Junielle dio un paso adelante con su expresión pragmática suavizada por una sonrisa sutil. "Entonces, mi señora Solaris, sugiero solicitar aportes voluntarios a los nobles de Júpiter. Las Doce Casas de Luz tienen recursos vastos. Un llamado de la Ephore podría inspirar lealtad genuina y su apoyo incondicional en la guerra" propuso mientras sonreía con los ojos cerrados. Solaris suspiró de nuevo, recostándose en su trono y apoyando todo su peso en el respaldar. "Es lo que estaba pensando" admitió con un toque de resignación. "Debo visitar las Doce Casas en persona, explicar la situación. No quiero ir a exigir o quitar, como hace UNISOL. Quiero que su aporte sea verídico, leal, un acto de fe en nuestro futuro," dijo, para luego con su mano trazar el aire, haciendo aparecer la lista holográfica de las casas nobles de Júpiter, sus nombres flotaron en letras doradas: Casa CaltheronCasa OrpheonCasa VirelliusCasa TharnCasa CaelivarnCasa Vel OraneCasa DarethionCasa HalverraCasa LysandrelCasa ThalyenCasa VerdaelCasa Marathys Solaris señaló con el dedo el primero de la lista, la casa Caltheron, su uña rozo el holograma que brilló en respuesta al tacto de la Ephore. "Comenzaré con esta casa" dijo con resolución. Junielle emitió un suspiro pesado y largo sin cerrar los ojos, sin embargo, una sonrisa sutil curvo sus labios. Solaris alzó una ceja, mirándola con curiosidad. "¿Qué pasa, Junielle?" preguntó. Junielle abrió los ojos, su expresión era serena. "Nada, mi señora. Solo… ya lo vera usted misma" respondió, inclinando la cabeza ligeramente. Solaris se puso de pie y el holograma despacio, miro a Junielle y le dijo. "Ven conmigo, Junielle. Tu presencia como oráculo del aquelarre será invaluable, además de tu conocimiento de las casas nobles de Jupiter" para luego extenderle la mano. Junielle se inclinó en reverencia, afirmando. "Como ordene, mi Ephore" respondió, con lealtad absoluta, uniéndose a su lado. Lunaria las miró, un destello de preocupación en sus ojos plomizos se manifestó, pero no dijo nada, se dirigió hacia su esposa y le dio un beso rápido como despedida, sabía que ellas iban a partir de inmediato. La partida del Palacio Solar fue un espectáculo de precisión marcial. La Guardia Pretoriana formó un cordón dorado alrededor de Solaris, sus lanzas tintineando contra el mármol mientras avanzaban por los corredores, el eco de sus pasos resonaba como un himno de lealtad. Junielle caminaba a su lado. El shuttle privado de la Ephore era un vehículo elegante de solarita que brillaba como un cometa, este las esperaba en el hangar con sus motores zumbando con un pulso del Permet, el conductor abrió la puerta y Solaris entro junto con Junielle y dos guardias pretorianos quienes se sentaron al costado de la Ephore dejándola a ella justo en medio, Junielle se sento al frente, sola, sonriendo. El viaje a los aposentos de la Casa Caltheron fue breve, el Shuttle viajaba a una velocidad de 900 km/h surcando la atmósfera terraformada de Júpiter, en solo 40 minutos desde el palacio solar cruzaron todo Aurelia Magna hasta el territorio de Arcis, el territorio de los Caltheron. El palacio de Caltheron, un bastión de lujo plateado y dorado que se erigía en las alturas de Arcis como un monumento de la perfección, sus torres captaban la luz del sol gigante como espejos divinos, reflejando el poder noble. Al aterrizar en el palacio, fueron recibidas por sirvientes ataviados en túnicas blancas, que se inclinaron con reverencia exagerada hacia la Ephore, guiándolas a través de jardines de flores estelares que flotaban en estanques de luz líquida. El aire olía a néctar solar y metal refinado mezclado con el susurro de fuentes gravitacionales. Los sirvientes acompañaron a la Ephore, Junielle y su escolta hacia el salón principal, un ambiente de mármol pulido de estilo barroco clásico, caro, excéntrico para Solaris, pero una demostración del poderío económico, en lo al se vio descender a una mujer la cual estaba sentada en un exoesilla mecánica, un trono flotante de platino y ceramita pulida, un aparato para personas parapléjicas, Lady Jhaerys Vornelia Caltheron, la Dama de Plata, sonrió mientras descendía hasta la Ephore. Su piel blanca irradiaba como mármol solar, su cabello plateado caía en ondas perfectas adornadas con filamentos de cristal Helion, sus orejas élficas largas se curvaban con gracia simbólica de pureza noble. Sus ojos violetas metálico brillaban como joyas talladas y su vestimenta blanca, plateada y dorada, bordada con motivos solares, la hacía parecer una diosa encarnada. Se movilizó en su exoesilla hasta llegar con los invitados. Jhaerys sonrió en un gesto egocéntrico que curvaba sus labios perfectos al ver a todos los invitados, su sola presencia eclipsaba el salón como si el universo girara a su alrededor con todos, menos con Solaris, si Jhaerys era una enana blanca, Solaris era una supernova. "Ephore Solaris, qué honor que el sol descienda a mi humilde palacio. Y traes a tu… Servidumbre plebeya contigo. Qué encantador" dijo, con un tono narcisista que destilaba superioridad, mientras su mirada violeta se deslizaba sobre Junielle y la guardia pretoriana como si evaluara un objeto inferior. Junielle sonrió, cerrando los ojos, su expresión se mantenía serena, pero por dentro un torrente de furia gravitacional bullía. … si pudiera, te estamparía contra esa pared con un pulso de Permet, elfa arrogante, pensó, conteniendo su ira y aun sonriendo. Solaris carraspeo ante el comentario, entendiendo por fin el comentario de Junielle en su despacho por la mañana. "Lady Jhaerys, el honor es mío. Tu Casa Caltheron es un pilar de Júpiter para la energía, y vengo a hablar de nuestra guerra común contra Dominicus" respondió, su voz cálida pero autoritaria, su corona flameante proyectando un halo que competía con el lujo del salón. Jhaerys gesticuló con una mano enguantada, invitándolas a sentarse en sillones plateados que flotaban con elegancia. "Guerra… oh, qué dramático. Dominicus es un insecto en mi jardín solar. Pero habla, Ephore. ¿Qué necesita el sol de mi luz?" preguntó tapando su boca con un abanico mientras no despegaba su mirada de Solaris, su egocentrismo hacia que cada palabra pareciera un favor concedido. Solaris se sentó y explicó con precisión. "La guerra drena nuestros recursos. Dominicus presiona, y Júpiter no puede sostenerse solo. Busco aportes voluntarios de las Doce Casas, no como exacción, sino como lealtad genuina. Helion Industries, con su maestría en tecnología fotopermética, podría impulsar nuestra defensa, estabilizadores, armamento solar, inversión en portales. No te quito; te invito a forjar el futuro con nosotros," dijo mientras su mirada se mantenía fija en Jhaerys, apelando a su narcisismo con un toque de adulación estratégica. Jhaerys rio en un sonido melódico que llenó el salón como campanas de platino, reclinándose en su exoesilla con un gesto teatral. "Tentador… mi perfección en tu guerra. Pero ¿por qué debería compartir mi luz con tu causa? ¿Qué gano yo?, la Dama de Plata, en este drama cósmico. Helion es mi creación, Ephore. No se regala; se negocia. "Junielle, quien estaba sentada al costado de Solaris intento hablar, pero Jhaerys la detuvo con un gesto de mano "Sirvienta… No te hemos dado permiso de hablar ¿acaso no te educaron bien cuando te entrenaron?, no solo sirve para decorar" replicó con su narcisismo brillando como su cabello plateado, su mirada se deslizo hacia Junielle con desdén, llamándola "sirvienta" de nuevo, su ego inflado hacía que la conversación se sintiera como un favor concedido a una igual, no una súbdita. Solaris mantuvo su compostura evitando que Junielle responda de mala gana. "Ganas un legado eterno. Dominicus amenaza todo, incluyendo tus dominios. Contribuye y Helion será el faro de la victoria, tu nombre quedará tgrabado en la historia como aliada del sol. Recursos para portales, armamento… tu maestría nos eleva a todos," respondió, con un equilibrio de autoridad y persuasión, sus ojos perforaban el narcisismo de Jhaerys. Junielle, sonriendo exteriormente, pero hervía por dentro. Jhaerys se masajeó la barbilla, su exoesilla zumbaba como un trono vivo. "Legado… sí, mi grandeza merece eternidad. Pero exijo condiciones, exclusividad en tecnología fotopermética para Helion, y acceso al niño genio, Rouji Chante. Su IQ es el más grande del universo; lo quiero colaborando con Helion al 50% de su tiempo. El otro 50% para tu gobierno. Helion producirá maravillas que eclipsarán a tus enemigos, Ephore," dijo, su ego convirtiendo la oferta en una demanda, su sonrisa narcisista se ampliaba como si concediera un privilegio. Solaris alzó una ceja, midiendo las palabras. "Exclusividad en fotopermética es viable, pero Rouji no es mío para asignar. No soy dueña de él; hablaré con él y volveré con él para que negocien directamente. Su mente es un tesoro que no es exclusivo del Sol" respondió, en un tono firme pero negociador, sus ojos sostuvieron la mirada de Jhaerys sin ceder. Jhaerys rio, en un sonido egocéntrico que llenó el salón. "Bien, Ephore. Habla con tu niño prodigio. Pero no demores mucho, o las condiciones pueden cambiar. Mi luz no espera eternamente," dijo, con un destello narcisista en sus ojos violeta, sus orejas élficas temblaron ligeramente con deleite. Solaris extendió la mano, sellando el pacto. "Volveré. Que tu luz ilumine nuestra victoria" dijo. Jhaerys tomó su mano, con su sonrisa ampliándose. "Que mi luz eclipse a tus enemigos, Ephore," replicó, ignorando a Junielle, quien sonreía exteriormente, mientras la Dama de Plata reclamaba su lugar en la historia.
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