Capítulo 23: Presagios del Abismo
20 de septiembre de 2025, 1:53
El crucero hacia Neptuno surcaba el vacío con un zumbido grave y su interior estaba envuelto en un silencio pesado. Las luces de las consolas parpadeaban, proyectando destellos azules sobre las paredes metálicas. Cecelia permanecia sentada en el frío suelo del compartimiento, sintiendo las miradas de sus compañeros como agujas. Rouji, con su eterna cara de póker, la observaba sin emoción, sus gafas reflejaban la luz de la cabina. Kaelia, con los brazos cruzados, la miraba con incredulidad con una ceja alzada que gritaba desaprobación. Junielle, Lady Júpiter, sonreía con los ojos cerrados, pero esa sonrisa era una máscara. Estás en problemas, Nemora, parecía decir, y Cecelia lo sabía. Tragó saliva, aclarándose la garganta, lista para hablar, pero Junielle se le adelantó. "Nemora, ¿qué haces aquí? No estabas incluida en esta comitiva. ¿Venus sabe que estás partiendo a Neptuno?" preguntó, con un tono que mezclaba calma y advertencia.
El silencio cayó como una losa. Cecelia bajó la mirada, sus cabellos blancos cayeron sobre su rostro. ¿Qué excusa puedo dar? Es obvio que me colé por Rouji, pensó, con el corazón acelerado. "Eh… la maestra Venus no lo sabe…"murmuró con apenas un susurro que se perdió en el zumbido del crucero. Junielle alzó una ceja, su sonrisa se desvanecio por un instante. "Ya veo…" dijo, dejando que el silencio se alargara, pesado como el vacío exterior. Luego, con un gesto elegante, señaló un asiento vacío. "Será mejor que te sientes, Nemora. No creo que quieras pasar todo el viaje en el frío suelo" añadió, con un tono que no admitía réplica.
Cecelia se puso de pie de inmediato con sus mejillas ardiendo, y se sentó junto a Rouji, lanzando una mirada de reojo a Junielle. Esta la ignoró, concentrándose en las pantallas de navegación, sus dedos comenzaron a teclear con precisión sobre la pantalla. Cecelia aprovecho el momento y tocó la manga de Rouji, buscando su atención. "¿Crees que está molesta?" susurró, inclinándose hacia él. Rouji, sin apartar la vista de la consola, respondió con su habitual frialdad. "Según los patrones de Lady Júpiter, sí, es posible que lo esté. No estabas en sus planes," dijo, con una lógica implacable. Cecelia miró hacia un lado, mordiéndose el labio. "¿Tú estás molesto?" susurró, con un dejo de esperanza.
Rouji giró ligeramente la cabeza y sus gafas brillaron bajo la luz. "No. Creo que tu presencia aquí estaba dentro de mis posibilidades. No me molesta que estés aquí, Cecelia," respondió, con una calma que desarmó a Cecelia. Sus ojos se iluminaron, y, sin poder contenerse, lo abrazó con fuerza, apretando su rostro contra su pecho. ¡No está molesto! ¡Sabía que no podía dejarlo ir!, pensó, con el corazón latiendo desbocado.
Sin embargo, una voz cortó el momento. "Nemora… si vas a permanecer aquí, te pido que controles tus impulsos de seducción. ¿Venus no te ha enseñado cómo?" dijo Junielle, sin apartar la vista de la pantalla con sus dedos aún tecleando. Cecelia soltó a Rouji de inmediato, enderezándose en el asiento con sus mejillas enrojeciendo aún más. "¿Impulsos de seducción?"preguntó, con genuina confusión. Junielle detuvo sus manos, girando para mirarla con una expresión seria. "Sí, Nemora. Eres la Novitiae de Venus. Tu afinidad con la sensualidad y la seducción es casi natural, es parte de su naturaleza, además de tu don. Tus instintos, tus sensaciones, tus hormonas… todo se amplifica. Si no lo controlas, ellas te controlarán. Y por lo que veo, no lo estás controlando," explicó, con un tono que mezclaba reprimenda y consejo. "Habla con Venus cuando lleguemos a Neptuno. Y, por favor, deja de escabullirte con tu don" añadió, antes de volver a su pantalla.
Cecelia miró de reojo a Rouji, quien ahora observaba un punto fijo en la pared, como siempre hace cuando piensa en algo. Cuando sus ojos se encontraron, el cruce de sus ojos hizo que Cecelia se sonrojara sin quererlo. Todo esto… ¿es por ser Novitiae de Venus? pensó, comprendiendo por primera vez la magnitud de su afinidad. Tengo que aprender a controlarlo, o no podré estar cerca de Rouji sin… sin volverme loca, pensó, con un nudo en el estómago. El zumbido del crucero llenaba el silencio, mientras las pantallas de navegación proyectaban la trayectoria hacia Neptuno, un recordatorio de la misión que los aguardaba.
El crucero ATS-Magnatris surcaba el vacío hacia Neptuno, su casco metálico vibraba con un zumbido grave que resonaba en la cabina mientras atravesaba el vacío. El viaje entre Saturno y Neptuno fue sorprendentemente tranquilo, sin intervención militar de UNISOL los radares no detectaron interferencia de cazas o comunicaciones enviadas directamente al vacío para preguntar el curso de su nave, era extraño viniendo de UNISOL. Junielle, sentada frente a las pantallas de navegación no tardo en fruncir el ceño deteniendo sus dedos por un instante. Dominicus ejerce soberanía aquí… ¿por qué nos ignoran? pensó, con una mezcla de alivio y sospecha. En cuatro horas, el crucero había saltado directamente desde Júpiter sin ser interceptado, lo que sugería que UNISOL estaba retirando sus fuerzas… o planeando algo mayor. Las luces de la cabina proyectaban destellos azules sobre las paredes, y el silencio entre los pasajeros era tan denso como la oscuridad exterior.
La llegada al planeta helado no tardó en llegar, una hora más de vuelo sobre el vacío y el ATS-Magnatris abrió una apertura de vacío para aparecer en la órbita de Neptuno, el hermoso planeta azul podía verse desde el crucero, resguardado en su órbita por su flota planetaria.
Cecelia, sentada junto a una ventana, apoyó la mano contra el vidrio frío, sus ojos fijos en el planeta azul que se alzaba en la distancia. Neptuno brillaba con un resplandor etéreo, sus nubes girando como un océano suspendido. "Es hermoso…"murmuró, con un suspiro nostálgico. "Recuerdo la última vez que visité Neptuno. Fue para cerrar un trato con uno de los fabricantes de mobile suits de la reina. ¿Lo recuerdas, Rouji?" añadió, girándose hacia él con una sonrisa suave. Rouji, sentado a su lado, manipulaba uno de sus Haro. La esfera robótica abrió su boca, revelando un teclado y una pantalla. "Sí, hace tres años. El registro de Burion Electronics lo marca en AD Stella 154," respondió, con su voz monótona, sin apartar la vista de la pantalla. Cecelia rio, pinchándole una mejilla. Siempre tan preciso, pensó, con un destello de cariño. Luego volvió a mirar por la ventana. "Lo que no recuerdo es ese asteroide. Es… extraño. ¿Se habrá movido, atraído por el planeta?" dijo, frunciendo el ceño mientras señalaba una masa oscura en la órbita.
Rouji desvió la mirada hacia el espacio, sus gafas reflejaron el brillo de Neptuno. Observó el asteroide y se percató de que era cierto, su forma era irregular destacando contra los demás asteroides que pudiese haber. "Ese asteroide no es natural," pronunció con un tono clínico que cortó el aire. Junielle, al otro extremo de la cabina, dejó de teclear y mostró una sonrisa enigmática. Cecelia alzó una ceja, entrecerrando los ojos hacia el asteroide. "¿Entonces, lo han construido? ¿Para qué? Se ve horrible," comentó, con una mezcla de curiosidad y desagrado, intentando descifrar su forma desde la distancia.
Antes de que Rouji respondiera, Junielle tomó la palabra. "Ese asteroide es un monumento. Un recordatorio del final que les espera a los enemigos de la señora Solaris y del aquelarre solar," dijo, con un tono que destilaba orgullo y advertencia. Sus ojos brillaban bajo la luz de la consola. Cecelia parpadeó, atónita, y se acercó más al vidrio, intentando distinguir detalles. Rouji, mientras tanto, activó otro Haro, que tomó una fotografía a gran escala del asteroide y la proyectó en su pantalla. Tras analizarla, habló. "Son naves enemigas, fusionadas en una masa de piedra, hierro y fuego," explicó, con la misma precisión quirúrgica. Cecelia abrió los ojos de par en par. "¿Perdón?" exclamó, girándose hacia la imagen en el Haro. Era cierto, miles de naves destruidas, retorcidas y fundidas en un amasijo grotesco, flotaban como un cadáver cósmico. ¿Eso hizo Solaris? pensó, llevándose una mano a la boca, un escalofrío recorriéndole la espalda.
El silencio llenó la cabina, pesado como el vacío exterior, hasta que un pitido agudo lo rompió. "Lady Júpiter, el ATS-Magnatris tiene autorización para descender a Neptuno. T-30 para impactar contra la gravedad del planeta. Por favor, asegúrense a sus asientos," anunció una voz por los parlantes. Todos ajustaron sus correas, el clic de los cinturones resonando en la cabina. El crucero tembló al entrar en la gravedad de Neptuno, y la ciudad de Nerythys apareció en la ventana, sus cúpulas de cristal brillando bajo la luz azulada del planeta. Cecelia giró rápidamente para mirar el asteroide una última vez. Su forma retorcida, como un grito congelado en el espacio, le heló la sangre. Eso… eso es el poder de la Ephore, pensó, aferrándose al brazo de Rouji y escondiendo el rostro en el hombro de él. Rouji, imperturbable, mantuvo la vista en su Haro, mientras Junielle observaba el descenso hacia la ciudad del eterno hielo.
Habían pasado horas desde el incidente en el plano del Permet, y Marte seguía encerrada en su sala asignada del Palacio de Cristal. La habitación tenía todas las comodidades para alguien quien decidiera vivir ahí, contaba con una cama impecable y una ducha reluciente, sin embargo, a Marte estas cosas no la atraían. En cambio, yacía tirada en el suelo frío, acostada de lado, con la barbilla apoyada en una mano. Un bostezo largo escapó de su boca, más como un aullido exagerado de husky que un suspiro. "Qué aburrido…" gruñó, con un ladrido suave, rascándose la cadera con la mano libre. Sin pensarlo, metió un meñique en su nariz, hurgó y se llevó lo que sacó a la boca, ajena al mundo. Otro bostezo, aún más teatral el cual resonó en la sala, haciendo un eco en las paredes de cristal que vibraron. No notó que la puerta se abrió con un leve chirrido, Marte se mantenía absorta en su mundo de aburrimiento. "Qué forma más productiva de pasar tus horas, Marte…" dijo una voz, cortante, pero con un dejo de diversión.
Marte resbaló, golpeándose la cara contra el suelo con un gemido. ¡Mierda! pensó, girándose rápidamente. Frente a ella estaba Junielle, Júpiter, su hermana, sonriendo con los ojos cerrados, su túnica ondeaba como si capturara la luz de la sala. "J-Júpiter… pensé que ibas a llegar mañana…" ladró Marte, con un aullido nervioso, sus orejas gachas y su cola inmóvil. Junielle avanzó un paso con su sonrisa intacta. "Oh, no. La señora Solaris me dijo específicamente que viniera lo más rápido posible," respondió, con un tono que ocultaba una advertencia. Marte intentó ponerse de pie, pero una presión invisible la mantuvo en el suelo. Oh, no… pensó, sintiendo el peso de la habilidad permética de Junielle.
"Además, me contó lo que has hecho hasta ahora…" continuó Junielle, su sonrisa tornándose sombría. Marte aulló suavemente, como un cachorro regañado. "J-Júpiter…" balbuceó, con un ladrido tembloroso. Junielle avanzó, y la presión aumentó, aplastando a Marte contra el suelo. "No solo fuiste imprudente y te lanzaste sola a la batalla, destruiste el recipiente de tu Arcano…" dijo con su voz cortante. Marte sintió el aire escapar de sus pulmones. "Entraste en descontrol y destruiste el hospital más grande de la ciudad," prosiguió Junielle, acercándose más. "Causaste bajas civiles y militares aliadas, dejaste a Neptuno al borde de la muerte porque no quiso matarte…" añadió, arrodillándose frente a Marte con su rostro a centímetros del de la lupina. "Y, para terminar, pusiste a la princesa Ericht en peligro. ¿Tienes algo más que decir, hermana?" preguntó, con una sonrisa que destilaba furia contenida.
Marte aulló en un sonido lastimero, como el de un perro siendo golpeado, con los ojos fijos en el suelo. De pronto, la presión desapareció. Marte alzó la mirada, encontrándose con los ojos de Junielle. Su sonrisa seguía allí, pero ahora había un dejo de compasión. "P-Perdón…" ladró Marte, con un aullido suave, sus orejas pegadas al cráneo. Junielle suspiró, enderezándose. "La señora Solaris me dice que no puedes controlar a tu Arcano y que nunca has formado un pacto con él. Marte… te conozco desde que tenía siete años. ¿Por qué nunca me dijiste que no has formado un pacto con Lykanthros?" preguntó, con un tono que mezclaba reproche y preocupación.
Marte se sentó, cruzando las piernas con sus orejas aún bajas. "Lykanthros no me habla nunca… Desde que lo conocí, me sigue, me lame, ladra, pero no me habla," confesó, con un ladrido tímido, mirando al suelo. Hubo una pausa, el zumbido del Permet en las paredes llenaba el silencio. Junielle habló esta vez más suave. "Es un Arcano bebé. Uno que se formó cuando entraste al plano del Permet y te vio," explicó. Marte alzó las orejas, sorprendida. "¿Lykanthros? ¿Un bebé? ¡Pero si es un lobo enorme!" exclamó, con un ladrido incrédulo.
Junielle suspiró, masajeándose las sienes. "Los Arcanos nacen con esas formas, Marte. Tienen eones, y para ellos, tu vida es un parpadeo. Si tu Arcano es uno que recién se formó y te sigue a todas partes, te ha de ver como una madre o algo parecido," dijo, con un tono paciente pero firme. Marte se quedó de piedra, sus colmillos asomando en una mueca de asombro. ¿Lykanthros me ve como su madre? pensó, atónita. "Entonces… ¿Lykanthros no me habla porque no sabe hablar?" preguntó, con un ladrido suave.
Junielle la miró, alzando una ceja. "Para empezar, Marte, ¿cómo sabes que se llama Lykanthros?" Marte sonrió, mostrando sus colmillos. "¡Porque yo le puse ese nombre!" ladró, con un toque de orgullo. El silencio cayó, y Junielle se masajeó las sienes de nuevo, exhalando con fuerza. Un Arcano bebé… y ella lo bautizó como si fuera un cachorro,pensó Junielle. "Es un bebé, y tú lo has bautizado…" murmuró, con un dejo de exasperación. Luego se dirigió al centro de la sala, con su túnica ondeando. "De pie, Marte. Tenemos que arreglar esto antes de que empeore. Siéntate en el centro de la sala. Vamos a visitar a tu Arcano," ordenó, con un tono que no admitía discusión.
Marte parpadeó, sus orejas temblando. "¿Pero no es muy tarde? ¿No vamos a dormir?" preguntó, con un aullido nervioso. Junielle volvió a sonreír, un gesto sombrío que envió un escalofrío por la espalda de Marte. "Marte… hoy no vas a dormir hasta que arregles al menos una de las cosas que has arruinado. ¿Entendido?" dijo, con una voz que resonó como un trueno. Marte aulló despacio, un sonido sumiso. "Sí, hermana," ladró suavemente, poniéndose de pie y dirigiéndose al centro de la sala. El zumbido del Permet vibró en las paredes, como si anticipara lo que estaba por venir.
Acceder al plano del Permet fue un desafío para Marte. Su mente aún se encontraba nublada por las secuelas de sus errores o por el temor a la reacción de Lykanthros, se resistía a la conexión. ¿Por qué no puedo concentrarme? pensó, con las orejas gachas y la cola inmóvil. Junielle, a su lado, la guiaba con paciencia con sus manos trazando gestos suaves que parecían calmar el aire. Tras varios intentos, un destello rojo envolvió a Marte, y el mundo se disolvió. Abrió los ojos en el plano del Permet, un espacio infinito de nebulosas amarillas, azules y rojas que giraban como un océano luminoso. El zumbido del Permet vibraba en su piel, y Junielle estaba allí, con su figura etérea brillando bajo la luz cósmica. "Llámale, Marte. Llama a Lykanthros," dijo Junielle, con una voz que resonaba con autoridad.
Marte parpadeó, atónita. ¿Cómo lo hace tan fácil? pensó, sin entender cómo Junielle podía materializarse en el plano con tanta naturalidad. Avanzó un paso, aspiró hondo y soltó un aullido largo y profundo, como una jefa de manada reclamando su territorio. El sonido reverberó en el vacío, y segundos después, un aullido ancestral respondió, haciendo temblar las nebulosas. Junielle parpadeó, sorprendida. ¿Un Arcano responde como lobo? pensó, mientras una figura emergía del vacío, volviéndose visible. Lykanthros, el lobo carmesí colosal, apareció con garras y colmillos ardientes, sus ojos fijos en Marte y en la “invasora” Junielle. Gruñó, un sonido que erizó el pelaje de Marte. "¡Lykanthros, no! ¡Basta!" ladró Marte, poniéndose frente a Junielle para protegerla.
Una fuerza invisible la impulsó a un lado. Marte giró, incrédula, su propia hermana la había apartado con su Permet gravitatorio. "¡J-Júpiter!" aulló, sorprendida. Pero Junielle sonrió, imperturbable. "Este es tu primer error, hermana. Tratas con un niño en una rabieta," dijo, mientras Lykanthros se abalanzaba hacia ella, gruñendo con furia. Marte gritó. "¡JÚPITER!" Pero Junielle esquivó el ataque con una danza fluida, y una fuerza descomunal lanzó al lobo al otro extremo del plano. Marte quedó boquiabierta. ¿Cómo…? pensó, con los ojos abiertos de par en par. Lykanthros aulló, y Junielle lo elevó de nuevo, lanzándolo otra vez con un gesto de la mano. "En este plano, hermana, nuestra fuerza permética se amplifica por el poder de nuestros Arcanos. Esa es la magia del pacto," explicó, con una sonrisa que destilaba confianza.
Junielle inmovilizó a Lykanthros con una presión invisible y se acercó a él, con sus pasos resonando en el vacío. Colocó una mano en su mejilla peluda, cerrando los ojos. Lykanthros gruñó, pero no pudo moverse. Junielle abrió los ojos y giró hacia Marte ya con un veredicto confirmado. "Este es un Arcano vacío. No tiene Naiadë. Solo te sigue y te responde porque te quiere," dijo, con un tono que mezclaba sorpresa y certeza. Marte, sentada en el suelo etéreo, abrió los ojos aún más. ¿No es realmente mi Arcano? pensó, con el corazón apretado. "Aun así, eres una bruja, Marte. Sin Arcano, y una de las más fuertes. Extraña, salvaje, primal, como las primeras fuerzas del Permet. Quiero ver lo que lograrás cuando formes un pacto," añadió Junielle, ayudándola a levantarse.
Marte parpadeó, con un aullido suave. "¿Lo puedo arreglar?" preguntó, con genuina duda. Junielle señaló a Lykanthros, liberándolo de la presión gravitacional. "Puedes. Solo forma un pacto con tu Arcano, que está ahí," dijo con un gesto hacia el lobo, que gruñía, inquieto. Marte intentó detenerlo, pero Junielle alzó una mano. "Gravitonox," pronunció, y el espacio se distorsionó. Un dragón de obsidiana y gas, envuelto en torbellinos gravitacionales, apareció en el plano. Gravitonox, el Arcano primordial de Junielle, la primera fuerza gravitacional en existir se alzó ante ellas, sus ojos brillando como agujeros negros. "Junielle, ¿quién es este niño malcriado?" preguntó, con una voz grave, como la de un abuelo, que resonó como un trueno.
Marte quedó boquiabierta. ¡Un dragón! ¡El Arcano de Júpiter! pensó, con los colmillos asomando en asombro. Junielle sonrió. "Es un Arcano recién formado, Gravitonox. Se llama Lykanthros y está confundido. No sabe cómo formar un pacto con su Naiadë," explicó. Gravitonox rio, un sonido como un volcán en erupción, haciendo temblar el plano. Alzó sus alas, y ráfagas de calor llenaron el espacio. Lykanthros se mantuvo alerta pero cauteloso, no atacó. Su instinto le advertía que no podía contra esa criatura. "Es un niño, Junielle. Alguien lo llamó antes de que terminara de formarse en el Permet. Por eso está confundido," dijo Gravitonox, acercándose al lobo.
Lykanthros, movido por el miedo, atacó, pero Gravitonox lo detuvo con un impulso gravitacional, inmovilizándolo contra el suelo etéreo. "Tranquilo, niño," dijo, colocando una pata sobre su cabeza lupina. Marte aulló, alarmada. "¡No lo lastimes!" dijo en desesperación, pero Junielle la detuvo con un gesto. "Marte, esto va más allá de lo que quieras hacer. Gravitonox sabe lo que hace. No lo interrumpas," dijo, con un tono firme.
Un aura amarilla emanó de Gravitonox, envolviendo a Lykanthros, que aulló, intentando liberarse, pero la presión gravitacional era muy abrumadora. "Recuerda, niño. Recuerda…" dijo Gravitonox con su voz resonando como un mantra. "Recuerda de dónde vienes, cómo te creaste, qué eres…" Lykanthros gruñó, pero el sonido se suavizó, como un reclamo. De pronto, Marte escuchó por primera vez la voz de su Arcano después de todos esos años juntos, era la primera vez que lo escucho y sus primeras palabras fueron, "Ira," Lykanthros lo pronunció con un tono primal. Gravitonox insistió. "Recuerda, niño…" Lykanthros se estremeció. "Ira, furia, fuego, miedo… horror… mamá… papá," dijo, con un aullido que resonó en el alma de Marte.
Gravitonox mostró una sonrisa, sus colmillos brillando como estrellas. "Fuiste creado de la ira del Permet, y alguien te jaló de ahí, niño. Eres la manifestación de la ira y la rabia del Permet. Dime… ¿quién eres?" Lykanthros abrió los ojos, que irradiaban un resplandor de fuego. "Lykanthros, el Arcano de la destrucción," proclamó. Gravitonox lo liberó, y el lobo se puso de pie, su pelaje brillando con una nueva intensidad. El dragón retrocedió hacia Junielle y Marte. "Junielle, este niño ya de por sí era muy irritable," dijo, riendo como un volcán. Marte se acercó lentamente a Lykanthros, mirándolo desde abajo. "¿Lykanthros?" ladró, con un tono suave, casi temeroso.
El lobo bajó su mirada, sus ojos ardientes encontrándose con los de Marte. "Madre…" respondió, con una voz que vibró en su pecho. Marte abrió la boca, atónita. ¿Madre? pensó, con el corazón acelerado. "Lykanthros, yo… lo siento, por no comprenderte…" ladró, con un aullido tembloroso. Lykanthros acercó su hocico, rozando la nariz de Marte con suavidad. Ella rio, un sonido que mezclaba alivio y cariño. Junielle, desde atrás, habló. "Marte, es el momento. Forma el pacto," dijo, con una sonrisa que ahora era cálida.
Marte giró hacia ella, confundida. "¿Y cómo lo hago?" aulló, con duda. Junielle negó con la cabeza, riendo. "Tócalo y di su nombre," respondió, con un tono paciente. Marte se giró, estiró la mano y tocó el hocico de Lykanthros, cerrando los ojos. El lobo hizo lo mismo. "Lykanthros…" pronunció Marte, con un ladrido firme. Un estallido de radiación y olas rojas los envolvió, un pulso que sacudió el plano. Cuando la luz se desvaneció, Lykanthros había desaparecido. Marte, desesperada, aulló. "¡Lykanthros!" sin embargo, una voz resonó en su mente. "Aquí estoy… mamá," dijo el lobo, con un tono que vibraba con lealtad.
Gravitonox se dio la vuelta con sus torbellinos gravitacionales girando. "Todo resuelto, entonces. Junielle, me iré a dormir," dijo, con un gruñido de abuelo. Junielle sonrió. "Muchas gracias, abuelito," respondió, con un toque de afecto. Gravitonox emitió un quejido, desvaneciéndose en el plano hasta volverse invisible, dejando solo a Junielle y Marte. Marte, inmóvil, sintió un calor nuevo en su pecho. Lykanthros… mi Arcano, pensó, con una mezcla de orgullo y responsabilidad. Había ganado la confianza de un ser poderoso, uno que la llamaba “mamá”.
En el cuarto privado de Solaris, asignado por la reina Thalyssara, el silencio de la noche neptuniana era roto solo por el leve zumbido del Permet en las paredes de cristal. Las luces tenues proyectaban sombras suaves sobre los muebles tallados, y el aire olía a flores puras de los Jardines de Plata. Junielle se encontraba de pie con su túnica ondeante, frente a Solaris, que trabajaba a altas horas en un escritorio cubierto de hologramas y apuntes. Lunaria, se encontraba sentada junto a la princesa Ericht quien dormía plácidamente en una cuna improvisada, Lunaria acariciaba el cabello pelirrojo de su hija, ajena a los eventos que sacudían el sistema solar. Solaris dejó sus apuntes y poso su mirada fija en Junielle. "Junielle, ¿cómo te fue?" preguntó, con un tono que mezclaba alivio y urgencia.
Junielle sonrió, con los ojos cerrados, su expresión era serena pero respetuosa. "Mi señora Solaris, Marte ha logrado formar un pacto con su Arcano. Ha sido una labor larga, pero todo resultó como se esperaba," respondió, con un dejo de satisfacción. Solaris se recostó en su silla, apoyando todo su peso en el respaldo, y se masajeó las sienes. Un descuido imperdonable, pensó, con un nudo en el pecho. "Ha sido un error mío. Que una de nuestras Naiadë titulares estuviera sin Arcano todo este tiempo es un descuido grave. Vargra pudo haber sido poseída por completo por su Arcano y, en el peor de los casos, manifestarlo aquí…" dijo, con la voz cargada de culpa.
Junielle negó con la cabeza con su sonrisa suavizándose. "No ha sido su culpa, mi señora. Conozco a Marte desde que yo tenía siete años y nunca me percaté de su Arcano. Solo lo asumí. Gravitonox tampoco lo conocía, y confirmamos que es un niño. Si hubiera sido un Arcano maduro, con intención de materializarse en este espacio… la historia habría sido diferente," explicó, con un tono que buscaba aliviar la carga de Solaris. Marte siempre ha sido un torbellino, pero esto fue inesperado, pensó Junielle.
Solaris suspiró, su mirada se mantuvo fija en los hologramas apagados. "Las Novitiae deben iniciar su proceso de contacto con los Arcanos, Junielle. Debemos supervisar esos pactos, cada Naiadë con su Novitiae. No quiero repetir el caso de Vargra," dijo, con una determinación que resonó en la sala. Junielle inclinó la cabeza, su sonrisa intacta. "Así se hará, mi señora Solaris," respondió, con lealtad absoluta.
Lunaria, que había permanecido en silencio, alzó la voz, sus dedos aún se enredaban en el cabello de Ericht. "Hoy hablé con Seleneion mi Arcano. Me dijo que hay cambios en el Permet, cosas que nunca habían sucedido antes. Es posible que vengan tiempos difíciles…" confesó, con un dejo de preocupación. Solaris se puso de pie y se acercó a ella, acariciando su cabeza con suavidad. Lunaria apoyó la frente contra el abdomen de su esposa, buscando consuelo. "Ericht es muy joven. No sabe controlar su Permet, no entiende de límites… Parece que no los tuviera," murmuró Lunaria, mirando a Junielle.
Junielle sonrió, sus ojos brillaron con orgullo. "Digna heredera de la corona solar y líder de nuestro aquelarre. Su poder es inconmensurable," dijo, con un tono que mezclaba admiración y certeza. Solaris aprovechó para intervenir. "Por eso te he traído, Junielle. Necesito que la entrenes. Sé que Ezureieth la ha estado guiando, pero me gustaría que ambas impartieran clases a Ericht," dijo, con una mezcla de esperanza y urgencia.
Junielle asintió con su expresión seria. "Impartir clases a la princesa sobre cómo controlar su Permet y extender sus límites es algo que Plutón y yo estamos gustosas de hacer, mi señora Solaris. Plutón es una excelente maestra en control y comprensión del Permet. Yo puedo cubrir otros aspectos para complementar las dudas de la princesa," respondió, con confianza. Solaris la miró, entrecerrando los ojos. "¿Pero…? Siempre hay un pero, Junielle," dijo, con un dejo de diversión.
Junielle rio, en un sonido ligero que rompió la tensión. "Como era de esperarse de mi señora Solaris. Sí, siempre hay un pero. Todo depende de la princesa. Su progreso debe ser recompensado para que siga creciendo. ¿Quizá un incentivo?" sugirió, con un brillo travieso en los ojos. Solaris y Lunaria rieron suavemente, intercambiando una mirada. "Sí, un incentivo… Lo pensaremos," respondió Solaris, con una sonrisa cálida.
Junielle se inclinó en una reverencia formal. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris," pronunció, con solemnidad. Solaris sonrió de lado, un gesto que mezclaba afecto y autoridad. "Ave Dominus Solus," respondió. Junielle alzó la vista, su sonrisa intacta. "Mi señora Solaris, la dejaré descansar. Sé que mañana tiene un día duro con el joven Rouji, quien, debo informar, trajo una invitada no planeada," dijo, con un toque de diversión.
Solaris alzó una ceja, divertida. "Nemora…" murmuró, con un suspiro. Junielle asintió, sonriendo. "Lo sé, Junielle. Resolvamos primero todo esto antes de decidir cómo lidiar con Nemora," dijo Solaris, con un tono que mezclaba resignación y estrategia. Junielle se inclinó de nuevo. "Ave Dominus Solus, Ephore Solaris," repitió, antes de girarse y salir de la sala con pasos silenciosos, su túnica ondeo tras ella mientras se retiraba. El cuarto quedó en silencio, roto solo por la respiración suave de Ericht y el zumbido del Permet en las paredes, un eco de la inmensidad de la noche neptuniana. Tiempos difíciles se acercan, pensó Solaris, mirando a su hija, mientras Lunaria apretaba su mano, buscando fuerza en su unión.
La llegada a Neptuno de Rouji, Cecelia y Kaelia fue recibida por un despliegue de la Guardia Lunírica con sus armaduras azules reluciendo bajo las luces de Nerythys. Los oficiales tenían órdenes y todos las cumplieron al pie de la letra. El portal fotopermético, desmontado en piezas brillantes, fue trasladado a un laboratorio especial, mientras el personal de seguridad escoltaba al grupo a sus lugares de descanso. La Ephore Solaris no los recibió, y todos asumieron que estaba ocupada con asuntos más urgentes. Lady Júpiter, Junielle, también desapareció tras mencionar un pendiente, dejando a Rouji, Cecelia y la doctora Kaelia solos. Kaelia, por su edad, fue asignada a una habitación privada, presumiendo que necesitaba tranquilidad. Para Rouji y Cecelia, la situación fue distinta. Cuando los guardias preguntaron cómo deseaban dormir, Rouji, con su franqueza habitual, respondió, "Siempre dormimos juntos." Sus palabras provocaron un silbido entre los guardias y un sonrojo intenso en Cecelia, cuya belleza venusiana, con curvas provocativas y un aura sensual, no pasaba desapercibida. ¡Rouji, por qué lo dices así!, pensó, mortificada, mientras los guardias los guiaban a una habitación compartida.
El cuarto era amplio, con una cama grande cubierta de sábanas plateadas y un escritorio de cristal donde Rouji ya había instalado sus Haros. El zumbido del Permet vibraba suavemente en las paredes, y la luz de la luna neptuniana se filtraba por una ventana. Cecelia, sentada en el borde de la cama, observaba a Rouji de reojo. Él trabajaba en el escritorio, tecleando en un lenguaje de programación que destellaba en la pantalla de un Haro. Siempre tan concentrado…, pensó, con un nudo en el pecho. Su afinidad como Novitiae de Venus amplificaba sus sentimientos, haciendo que cada mirada a Rouji fuera un torbellino. "Puedes tomar un baño, Cecelia. Los armarios tienen cambios de ropa, así que podrás cambiarte a gusto," dijo Rouji, sin apartar la vista de la pantalla.
Cecelia se sonrojó, aclarándose la garganta. ¿Por qué me pongo así?, pensó, levantándose para abrir el armario. Escogió un pijama, un short corto que dejaba ver sus muslos voluptuosos y una camiseta blanca de tirantes que revelaba sus brazos y un toque de escote. "E-Entonces, iré primero… ¿no quieres acompañarme?" soltó sin pensar para luego taparse la boca horrorizada. ¡Cecelia, qué dijiste!, pensó, con las mejillas ardiendo. Rouji alzó una ceja, imperturbable. "Los recursos hídricos en Neptuno son vastos. El agua no es un problema, así que no veo por qué deberíamos entrar juntos para ahorrarla," respondió, con su lógica implacable.
Cecelia indignada con la respuesta lo miró, atónita. "Eres un tonto…" murmuró, tomando una toalla y entrando al baño, para luego azotar la puerta tras ella. Rouji detuvo su tecleo, girando hacia la puerta cerrada. "¿Tonto?" repitió, con una ceja alzada, antes de que el sonido de la regadera llenara el cuarto. Volvió a su pantalla, donde una carta descansaba en el escritorio, escrita en letras doradas con caligrafía fina: “Modifica el portal para que la fuente de energía sea, además de la cristalita, el Permet.” Era un mensaje de la Ephore Solaris. Rouji ya había analizado la instrucción. ¿Un usuario del Permet activando el portal? ¿Para mantener una brecha estable?, pensó, mientras sus dedos volaban sobre el teclado. No quería imaginar las consecuencias de desobedecer a Solaris, cuyo poder había convertido flotas en un asteroide grotesco.
Pasados unos minutos Cecelia salió del baño, ya vestida con el pijama que había escogido. Se miró al espejo, y lo primero que hizo fue hacer una pose provocativa mientras Rouji seguía trabajando. Eres un bombón, Cecelia, se dijo a sí misma, con una sonrisa confiada. Se acercó a Rouji por detrás y lo abrazó, presionando sus pechos contra su espalda a propósito. "¿Qué haces, corazón?" preguntó, apoyando el mentón en su hombro, su voz era suave y juguetona. Rouji, sin dejar de teclear, respondió. "¿Ya no estás enfadada?" Cecelia movió sus caderas juguetonamente mientras sonreía. "No estoy enfadada… pero si no me respondes, me enfadaré," dijo, con un dejo de desafío.
Rouji suspiró, sin apartar la vista de la pantalla. "Modifico las ecuaciones de aceptación energética del portal fotopermético para que acepte valores CTZ positivos en Alpha-B…" comenzó, pero Cecelia lo interrumpió, alzando una mano. "Para, para… Basta. En un idioma que los mortales podamos entender," dijo, con una risa exasperada. Rouji parpadeó. "Modifico el portal para que pueda usar el Permet y ser activado por él," explicó, más simple. Cecelia parpadeó, sorprendida, aun abrazándolo. "¿Se puede hacer eso?" preguntó, con los ojos brillando.
"Es lo que estoy haciendo," respondió Rouji, con su calma habitual. Cecelia sonrió, y rozo su mejilla contra la de él. "Eres un genio…" murmuró, para luego dejar un beso suave en su mejilla sin planearlo. El gesto la hizo sonrojarse como tomate. Rouji, concentrado, respondió. "Y aun así me llamaste tonto," dijo, sin inmutarse. Cecelia abrió la boca, aún sonrojada. "Es que eres un tonto," replicó, con un tono juguetón. Rouji dejó de teclear y la miró, entonces, sus ojos se cruzaron y Cecelia se sonrojó aún más, como un tomate maduro. "Entonces, ¿soy un genio o un tonto?" preguntó él, con una ceja alzada.
Cecelia cerró los ojos, emitiendo una mueca de frustración. "Eres un tonto y un genio," dijo, con un dejo de cariño. Rouji frunció el ceño. "No se puede ser las dos cosas," replicó. Cecelia se puso de pie, dándole la espalda, aún sonrojada. "Sí se puede. Tú lo eres," insistió, dirigiéndose a la cama. Se recostó provocativamente, mirándolo por encima del hombro. "Termina eso de una vez y ven a dormir conmigo," soltó, con una risa suave. Rouji suspiró, masajeándose el puente de la nariz. "Diez minutos y termino el proceso," dijo, volviendo al teclado. Cecelia sonrió, acomodándose en las sábanas. "Te espero," murmuró, con una risa que resonó en la habitación, mientras el zumbido del Permet acompañaba la noche neptuniana.
Rouji había experimentado mucho desde pequeño, experimentos, registros, creaciones que desafiaban las leyes del universo. Su mente racional analizaba cómo funcionaban las cosas, cómo respondían a estímulos era algo que estaba en su naturaleza, algo que él consideraba que natural. Sin embargo, esa mañana en Neptuno, por primera vez, sintió algo que escapaba a su lógica. Un cambio fisiológico, una erección, algo que nunca había experimentado pero que sabía de por sí que era lo que significaba, una excitación debido a un estímulo del sexo opuesto. ¿por qué?, pensó con un nudo en el estómago. La mañana había amanecido con normalidad, como siempre con Cecelia. Ella lo tenía atrapado en un abrazo, sus pechos estaban presionados contra su espalda, sus piernas entrelazadas, aprisionándolo. Nada fuera de lo común; siempre dormían así, sin barreras románticas. Pero hoy era diferente desde que ellos dormían juntos Rouji nunca había reaccionado así con ella, se habían visto desnudos, se habían abrazado y nunca Rouji había tenido una reacción así. El forcejeó, incómodo, sintiendo la presión en su entrepierna. No quiero molestarla…, pensó, intentando liberarse sin despertarla.
Cecelia gimió al sentir el movimiento de Rouji, el sonido suave de su gemido marcó su despertar. "¿Rouji?" murmuró, abriendo los ojos lentamente. Él seguía forcejeando sin éxito, su delgadez no le permitía zafarse a diferencia con la fuerza de ella. Cecelia lo miró, notando su angustia. ¿Qué le pasa?, pensó, sonriendo. "Corazón, buenos días. ¿Qué pasó?"dijo dándole la vuelta para mirarlo a los ojos y apretándolo más contra sí, rozando su mejilla contra la de él. Fue entonces cuando sintió algo inesperado, una presión dura contra su entrepierna. Cecelia se quedó helada sintiendo algo extraño presionando su entrepierna, sus ojos se abrieron de par en par. Oh, por Venus…, pensó, sonrojándose como tomate. Sabía exactamente qué era. Rouji, tieso como una piedra, no se movía. "R-Rouji…?" balbuceó, con la voz temblando.
Rouji aprovechó la vulnerabilidad de Cecelia para liberarse, sentándose en el borde de la cama y dándole la espalda. Un silencio pesado llenó la habitación, roto solo por el zumbido del Permet en las paredes provocado intencionalmente por Cecelia. Ella, roja como nunca, sintió sus hormonas estallar. Su afinidad como Novitiae de Venus se desató, y un tenue humo rosado emanó de su piel, llenando el aire con un aroma dulce. No puedo controlarlo…, pensó, gateando hacia Rouji. Lo abrazó por la espalda, presionando su pecho y pelvis contra él. "¿Qué sucede, corazón? ¿Amaneciste muy animado esta mañana?" susurró, con una voz sensual, sexy, pasional, sus manos comenzaron a deslizarse por el pecho de Rouji, acariciándolo de manera íntima.
Rouji se tensó, su mente lógica estaba en caos. Esto… no estaba en mis cálculos, pensó, nervioso. Siempre tenía una respuesta, pero ahora estaba fuera de su control. "Y-Yo…" fue lo único que alcanzó a decir, antes de sentir los labios de Cecelia en su cuello. "Tranquilo, corazón… Deja que mami se encargue," murmuró ella, con un tono provocativo que no parecía suyo. Sus manos comenzaron a desabrochar la camiseta de Rouji, tocando su piel desnuda. "Rouji…" susurró en su oído, su aliento cálido enviando un escalofrío por su espalda. Sin embargo, un golpe en la puerta los congeló. "¿Chante? ¿Chante? ¿Estás despierto? Tengo un mensaje de la Ephore sobre probar un nuevo método de energía para el portal. ¡Chante, abre!" exclamó la doctora Kaelia, con su voz resonando desde el pasillo con suma urgencia. Cecelia inmediatamente salió de su trance y sus mejillas ardieron en un rojo carmesi. ¡Maldita sea!, pensó, poniéndose de pie en un instante. Tomó una toalla del armario a toda prisa. "Voy a tomar una ducha helada," dijo sin mirar a Rouji para luego entrar al baño y azotar la puerta tras ella. Rouji, aún sentado, bajó la mirada para confirmar que su erección había desaparecido. Suspiró, molesto, y se puso las gafas que descansaban en su escritorio para luego dirigirse a la entrada de su habitación. "Estoy despierto," dijo, abriendo la puerta de mala gana para enfrentar a Kaelia, antes de cerrarla inmediatamente después de su respuesta en su cara y volver a la habitación para cambiarse.
Kaelia se quedó de piedra en el pasillo, parpadeando. "¿Qué le pasa a este niño?" murmuró, confundida, mientras el paso de los guardias resonaba en el corredor.
La mañana en Neptuno era un torbellino desde muy temprano. La prensa, local e internacional, se agolpaba en la base militar Thalmyrion, atraída por el anuncio de la reina Thalyssara sobre los sucesos del hospital central y una revelación importante. Cámaras y drones alrededor zumbaban, capturando cada detalle, mientras los militares de la base organizaban a los periodistas con credenciales y asientos para que puedan ingresar al complejo militar. Los flashes iluminaban la sala a lo que parecía ser una maquinaria desconocida y las preguntas flotaban en el aire, cargadas de expectativa sobre los incidentes recientes en el planeta. Esta vez queremos respuestas, era lo que pensaban los reporteros, todos tenían sus plumas digitales listas para registrar cada palabra. En un rincón en el cual en un principio habían tomado fotografías se encontraba el portal fotopermético, ya instalado, brillaba bajo las luces y era custodiado por personal científico y militar fuertemente armado, además de la doctora Kaelia y Rouji quien para estas horas de la mañana se encontraba con una mirada seria, muy probable causada por su aventura mañanera con Cecelia.
En un ambiente separado de la prensa se hallaban Solaris y Thalyssara, la menor observaba el dispositivo que habían traído desde Júpiter mientras movía sus dedos nerviosamente. "¿Crees que esto va a funcionar?" preguntó Thalyssara con un tono de duda mientras miraba a Solaris de reojo. Solaris, con un gesto paternal, le acarició la cabeza mientras la despeinaba ligeramente y Thalyssara movía sus orejas élficas. "Sí, déjame arreglar las cosas. Solo necesito que me ayudes a activar ese artefacto" dijo, señalando el portal. Thalyssara alzó una ceja al objeto que Solaris señalaba. "¿Y eso qué es?" preguntó intrigada. Solaris sonrió y sus ojos brillaron. "El futuro" respondió.
Minutos después, la sala se llenó de murmullos y flashes cuando Solaris y Thalyssara subieron al escenario. El chasquido de las cámaras inundaba la base, amplificando la tensión. Solaris alzó una mano al estar en el centro del estrado, pidiendo silencio. Los periodistas, uno a uno, se fueron calmaron, aunque los flashes no cesaron. "Sean bienvenidos una vez más. Espero que estén cómodos. La reina Thalyssara y yo estamos aquí para responder a sus preguntas. Por favor, de uno a uno" dijo con una voz que resonó con autoridad. Un reportero alzó la mano aprovechando el pase. "Ephore Solaris, ¿cuáles son sus declaraciones sobre la masacre en la órbita del planeta? Hay un asteroide artificial con los restos de sus enemigos. ¿Qué tiene que decir al respecto?" Los murmullos estallaron, y los flashes se intensificaron mientras los periodistas, anotaban furiosamente.
Solaris cerró los ojos, respirando hondo, antes de abrirlos con una mirada firme. "¿Mis enemigos, dice? Esas personas eran hostiles, venían a bombardear su planeta y matar a su gente, nuestra gente. Somos aliados bajo una misma causa. Aunque el ataque no fue contra Júpiter, los defendimos. Ese asteroide es un recordatorio para nuestros enemigos, nuestra fuerza no tambaleará, y no dudaremos en proteger a nuestros aliados y familia," explicó, con un tono que mezclaba orgullo y desafío. Los flashes continuaron, y los murmullos crecieron. Otro reportero alzó la mano. "Ephore Solaris, entendemos el punto sobre defender la soberanía del planeta ante invasores, pero ¿cómo justifica las acciones de sus fuerzas? Ciento dieciséis heridos, veintiséis muertos, incluyendo cuatro doctores, personal de seguridad y militar, además de daños a la infraestructura de salud y envenenamiento por radiación a civiles. Todo causado por una bruja suya, fuera de control. Según reportes, la bestia sigue libre. ¿Qué tiene que decir?" Los flashes se dispararon, y la sala vibró con expectación. Ahí está la pregunta, pensó Thalyssara, tragando saliva.
Solaris mantuvo la calma. "Agradezco la pregunta y lamento el desenlace. Por favor, agradecería que no la llamen bestia. Su nombre es Marte y si, es una bruja de mi aquelarre con un gen congénito especial, ella es mitad lobo," dijo, mientras los flashes iluminaban su rostro. "Los lobos actúan por instinto cuando se sienten amenazados. Ha sido mi responsabilidad que Marte actuara así, y ofrezco mis disculpas eternas a las personas afectadas, los deudos y la población. Como Ephore, garantizo que un incidente como este no volverá a ocurrir," afirmó. Los murmullos crecieron. "Disculpe, ¿así y ya? ¿Es decir que la culpable queda libre y todos vivimos como si no hubiese pasado nada? ¿Alguien mata y no tiene castigo?" insistió otro reportero. Solaris alzó una mano. "Toda acción tiene consecuencias. Estamos tomando medidas reglamentarias contra Marte. Es nuestra responsabilidad, y me haré cargo," respondió, con firmeza. "Júpiter cubrirá la reparación civil a los deudos, la reconstrucción y desintoxicación del ambiente por radiación, además de la reconstrucción de los edificios destruidos. Todos los gastos de transporte e instalaciones serán cubiertos por nosotros. La reina me hará llegar la lista de deudos y las acciones a tomar" añadió. Los murmullos se mezclaron con escepticismo. ¿Ese es el gran anuncio?, pensó un periodista, frunciendo el ceño.
Solaris continuó, dando un paso al costado. "Sin embargo, lo que vengo a ofrecerles no acaba aquí," dijo, haciendo una seña hacia sus dos científicos quienes esperaban cerca del portal. Kaelia y Rouji avanzaron al escenario. "Les presento a la doctora Kaelia Veyra Nocturne, astromecánica cuántica, y a Rouji Chante, físico astrocuántico, mecánico e inventor. Tienen algo que mostrarle al mundo" anunció. Los flashes estallaron, y un reportero alzó la voz. "Disculpe, Ephore, no quiero sonar grosero, pero ese es un niño. No tendrá más de quince años. ¿Acaso ha terminado la educación básica? ¿Cómo puede tener esos títulos?" Solaris rio, un sonido cálido. "Por favor no juzguen un libro por su portada. Rouji Chante es un genio, se lo aseguro," respondió.
Kaelia, nerviosa, tomó la palabra. "Eh… nunca me ha gustado hablar con la prensa. Hacen preguntas con trampa…" dijo, ganándose murmullos y flashes. Solaris carraspeó, y Kaelia se corrigió. "Disculpe… Hemos venido a presentar algo revolucionario. Lo llamamos el portal fotopermético," explicó. Los flashes se intensificaron. "¿Y qué hace?" preguntó un reportero. Kaelia miró a Rouji, dándole un codazo. Rouji ajustó sus gafas. "El portal fotopermético opera bajo un principio de coherencia cuántica entre estados de Permet y cristalita. Inducimos un entrelazamiento cuántico estabilizado entre dos nodos de cristalita dopada, donde el Permet actúa como catalizador bioenergético que mantiene la función de onda colapsada en un solo vector de transferencia. La modulación fotónica se acopla a través de formas cuánticas resonantes, evitando la decoherencia y la dispersión entrópica. Comprimimos el continuo espacio-tiempo en una forma cuántica reproducible, anclada por el Permet, logrando una teletransportación sin pérdida molecular," explicó, con su voz monótona y la sala quedó en silencio, los flashes se olvidaron. ¿Qué demonios dijo este niño?, pensó un periodista, boquiabierto.
Un reportero decidió romper el silencio. "¿Alguien entendió lo que dijo el mocoso?" Rouji suspiró. "Crea un túnel espacio-tiempo para conectar dos sitios y viajar instantáneamente," simplificó con pesadez. Los flashes volvieron, y las preguntas estallaron. "¿Es real?" "¿Cómo funciona?" "¿Es peligroso?" Solaris tocó el hombro de Rouji. "Paciencia. Hoy no solo lo verán en acción, sino que la patente de este dispositivo será entregada en un 50% a Neptuno, como compensación y en aras de una alianza próspera," anunció. Los reporteros explotaron en preguntas, y los flashes iluminaron la sala.
Rouji se comunicó por radio. "Sala de laboratorio Júpiter, ¿me escuchas?" Silencio. "Fuerte y claro, Neptuno. Portal listo, cristalita en recepción," respondió una voz. Solaris tomó la palabra. "El portal funciona con cristalita, que cataliza y mantiene abierto el canal. A distancias cortas y medias, es suficiente. Pero para cubrir la distancia a Júpiter, necesitamos una fuerza externa, el Permet, que tanto teme UNISOL. Hoy presenciarán su poder, y el de su reina" dijo, mirando a Thalyssara. Esta respiró hondo, recibiendo una afirmación de Solaris. Rouji dio la orden. "Júpiter, enciendan portal 02 en T-5." Cinco segundos después, se escuchó: "Portal 02 encendido y en recepción."
Rouji activó el portal en Neptuno, y el motor cuántico vibró, llenando la sala con un zumbido grave. Thalyssara cerró los ojos, su marca táctica en la frente brillando con un azul intenso. Extendió la mano, canalizando su Permet. Su habilidad, crear portales, se fusionó con el dispositivo. El portal brilló en blanco, y del otro lado apareció un laboratorio en Júpiter. Un científico se acercó mi miro desde del portal observando a todos los reporteros, la Ephore y demás, activó su radio y hablo. "Conexión con Neptuno establecida," anunció. Flashes, gritos y murmullos estallaron. Solaris alzó una mano. "Para demostrar su seguridad, haremos una prueba en vivo con personas reales." dijo.
Lunaria apareció en la base, cargando a Ericht y seguida por Junielle. Ericht miró a Solaris al pasar junto a ella. "¿Mamá, ya nos vamos?" preguntó, con ojos somnolientos. Solaris sonrió. "Sí, tú primero, mi niña" respondió. Lunaria acurrucó a Ericht en su pecho y miro a su esposa. "Te veo en casa, mi sol" dijo a Solaris, antes de avanzar hacia el portal con Junielle. "Mi señora Solaris, me haré cargo de lo ordenado y cuidaré a la reina y la princesa," dijo Junielle. Solaris asintió. "Te lo encargo," respondió. Las tres cruzaron el portal y en tiempo real, estaban en Júpiter. Rouji revisó los datos. "Entropía estable, sin modificaciones celulares ni cambios atómicos. Transporte exitoso," anunció.
Un reportero, incrédulo, alzó la voz. "¿Me está diciendo que ese portal lleva a otro planeta en tiempo real? ¿No es una invención?" Solaris sonrió. "Pruébelo usted mismo. Vea Júpiter y regrese con su testimonio. Es seguro," dijo. El reportero, armándose de valor, se acercó al portal, cerró los ojos y cruzó ante la vista atónita de todos los reporteros. Al abrirlos, estaba en el laboratorio de Júpiter, con Lunaria, Ericht y Junielle. "Bienvenido a Júpiter" dijo Lunaria. El reportero incrédulo comprobó su terminal para comprobar su ubicación, estaba en Júpiter. Imposible…, pensó, regresando a Neptuno por el mismo portal que había pasado, y comprobar su ubicación nuevamente y percatarse que volvía a estar en Neptuno. "Maldita sea… esto es… un portal … ¡y funciona!" murmuró, eufórico. La sala explotó en flashes y preguntas.
Solaris alzó la mano. "La patente y construcción de los portales serán revisadas con la reina. Serán nuestro medio para compartir y viajar de manera segura, en coordinación con ambos reinados," anunció para luego dar una señar a Rouji con la mano. Rouji cerró el portal, y el zumbido cesó cerrando la conexión con Júpiter. "Eso es todo," dijo Solaris, agradeciendo antes de retirarse con Thalyssara, Kaelia y Rouji. Los periodistas estallaron en preguntas, pero los militares los guiaron a la salida entre gritos y flashes. El sistema solar había cambiado. Una nueva tecnología había nacido, los portales fotoperméticos eran una realidad y con ella, un futuro de conexiones instantáneas.
Vaelerythia flotaba en un estado de inconsciencia, físicamente su cuerpo masivo se encontraba sumergido en un tanque de virityal que burbujeaba con un resplandor verde. El líquido tenía la función de curar sus heridas lentamente, suturando cortes profundos y regenerando tejidos desgarrados, el proceso era lento pero seguro. Sin embargo, su mente no estaba en ese plano, solo su cuerpo se encontraba recuperándose, su conciencia estaba en otro lado, Vaelerythia abrió los ojos para despertar estaba en su lugar favorito, su lugar de paz, el plano del Permet, el cual era un espacio diferente materializado a la conciencia de la Naiadë y del Arcano, para Vaelerythia este lugar era un vasto lago plateado, casi infinito que reflejaba un cielo azul oscuro, salpicado de estrellas y constelaciones que surcaban el firmamento como ríos de luz. Vaelerythia yacía recostada en la orilla etérea mirando el cielo, su cuerno brillaba tenuemente, observando las estrellas fugaces con una sonrisa serena. Al fin un poco de paz, pensó, mientras cerraba los ojos y sentia la brisa helada recorrer su piel y escuchaba su susurro en el aire.
Vaelerythia amaba este lugar, en su exilio encontró un espacio de paz, sin persecuciones, volvió a cerrar los ojos hasta que sintió presencia muy familiar, abrió los ojos nuevamente y se sentó sobre la orilla, su cuerno se iluminó con un resplandor helado, Vaelerythia alzo la mirada y pronuncio. "Katapraktos…" el anuncio fue suave, anticipado, casi familiar. Frente a ella, el espacio se congeló, y apareció un unicornio bicorne colosal, de hielo puro, con una melena de agua congelada que caía en copos nevados. Sus ojos brillaban como dos estrellas polares, fijos en Vaelerythia desde lo alto. "Estás molesto, ¿verdad?" dijo ella, sonriendo de lado, con su voz resonando en el lago plateado.
La voz de Katapraktos retumbó, joven y orgullosa, un eco que recorrió el plano como un viento ártico. "Te dejaste golpear y casi mueres en el proceso," reprochó, con un bufido que liberó un aliento gélido, congelando el agua a su alrededor. Vaelerythia volvió a reír, un sonido el cual era cálido y que contrastaba con el frío del Arcano. Alzó la mirada hacia él y le respondió. "Es mi hermana, Katapraktos. Sabes que no podía matarla. Tenía que detenerla lo más que pudiera," explicó, con un deje de resignación. El unicornio bufó de nuevo haciendo que su melena cayera en copos que se disolvían en el lago. "¿Aunque te cueste la vida?" preguntó, su voz grave, como el crujido de un glaciar.
Vaelerythia sonrió, extendiendo una mano para tocar el aire helado. "Sabes que sí… Son mi familia, al igual que tú,”respondió, con una calidez que fundió un poco el hielo. Un silencio se asentó entre ellos, roto solo por el paso de estrellas fugaces que surcaban el cielo, dejando estelas de luz plateada. Katapraktos inclinó su cabeza, sus cuernos bicornes comenzaron a brillar. "No habrá próximas veces, Vaelerythia. Si ese perro vuelve a descontrolarse, seré yo quien le ponga fin,” advirtió, con un tono protector que vibró en el plano. Vaelerythia rio de nuevo, su Arcano era orgulloso, ferozmente leal. Ella alzo la mirada para verlo con un destello de cariño. "Lo sé, Katapraktos. Lo sé…" murmuró, mientras el lago plateado se mecía en calma, y las constelaciones seguían su danza eterna en el cielo.
Vaelerythia despertó físicamente, emergiendo del velo etéreo del plano del Permet. El tiempo se había disuelto allí, en conversaciones con Katapraktos, pero ahora regresaba al mundo tangible. Abrió los ojos y se encontró en una camilla especial, rodeada de monitores que pitaban con un ritmo constante. Su armadura había desaparecido; en su lugar, llevaba una bata médica ligera, con el cuerpo desnudo debajo. Una sonda en su brazo inyectaba un suero revitalizante, y las máquinas monitoreaban su actividad cardíaca con destellos verdes. He sobrevivido, pensó, exhalando un suspiro profundo, cerrando los ojos por un instante. El aire de la sala olía a antiséptico y ozono, mezclado con el zumbido sutil las maquinas médicas.
Una voz suave rompió el silencio del lugar. "Me alegra que estés de vuelta con nosotras, Vaelerythia." Ella abrió los ojos de golpe, incorporándose con cuidado en la camilla. Frente a ella estaba Solaris, la Ephore, envuelta en su túnica blanca que fluía como rayos de sol, con detalles dorados que evocaban constelaciones. Su corona solar, un halo de púas flameantes, coronaba su cabello rojo intenso, que caía en ondas ardientes sobre sus hombros. Su presencia llenaba la sala como un amanecer inevitable.
"Señora Solaris, un honor que me visite en plena recuperación," dijo, con un tono respetuoso, aunque su voz aún sonaba ronca por el agotamiento. Solaris se acercó, con su túnica ondeando con gracia, y se sentó en el borde de la camilla. "Era lo menos que podía hacer. Además de agradecerte por controlar a Vargra," respondió, con un dejo de gratitud genuina. Vaelerythia suspiró, apoyando la cabeza en la almohada. "Hice lo que tenía que hacer, señora Solaris. No podemos abandonar a los nuestros," murmuró, recordando el caos de la batalla, el pelaje rojizo de Marte y el peso de su propia decisión.
Solaris asintió en silencio, su corona proyectaba sombras danzantes en la pared. "El médico probablemente te dé el alta hoy. Hemos tenido días movidos, pero ya los superamos," dijo, con una calma que ocultaba las tormentas pasadas. Vaelerythia afirmó mientras su cuerno captaba un reflejo de la luz de su señora. "¿Milady Lunaria y mi princesa se encuentran a salvo?" preguntó, con un toque de preocupación. Solaris sonrió, antes de responder. "Ambas están en Júpiter. Nuestro objetivo aquí ha acabado. Hemos establecido una alianza con Neptuno e impulsado la confianza entre nosotros".
Vaelerythia alzó una ceja, incrédula. "¿Aun después de lo que Marte causó?" Solaris rio suavemente. "Aun después de eso," confirmó. Vaelerythia cerró los ojos y se recostó en la almohada, dejando caer todo su peso. "Es un dolor de cabeza…" murmuró, con un suspiro cansado. Solaris suspiró también, compartiendo el peso. "Siempre lo ha sido, y aun así hemos salido adelante," dijo, con una sabiduría que resonó en la sala.
Un silencio cómodo se asentó entre ellas, roto solo por el pitido constante de las máquinas. Solaris se puso de pie, su túnica capturo la luz como un velo de fuego. "Cuando tengas el alta, ve al Palacio de Cristal. Recogeremos a Marte y regresaremos a Júpiter," indicó, dándole la espalda con gracia. Vaelerythia asintió, observando su silueta. "Así se hará, señora Solaris," respondió, con lealtad inquebrantable. Solaris salió por la puerta, dejando un rastro de calidez en el aire. Vaelerythia se quedó sola, mirando el techo. He sobrevivido… y hay un futuro no solo para mí, sino para mis hermanas también, pensó, con un atisbo de esperanza que disipó el cansancio.
Lejos de Neptuno, a kilómetros de Eris, se erigía la base de Ochs, un laberinto de acero y sombras oculto en el vacío donde ni Dominicus ni el Aquelarre de Solaris podian alcanzarlos. Habían pasado días desde el ataque a la prision de máxima seguridad de Dominicus en Saturno, y el Escuadrón Uroboros había demostrado una eficacia militar impecable, radical, sádica, pero precisa. En Ochs, las niñas no celebraban victorias. Cada misión se reportaba con frialdad, y el protocolo continuaba sin pausa, no habia tiempo de celebraciones ni afectos, esos tiempos para Ochs habian sido olvidados. Sin embargo, el fracaso, en cambio traía reclutamiento o reacondicionamiento, un proceso que moldeaba cuerpos y mentes para misiones futuras. Uroboros lo sabía bien. Si fallaban, las reacondicionarían. Y Elnora, su líder, no toleraba errores.
La misión se cumplió. Ardeline (Uroboros-03), Ceryne (Uroboros-07) y Nivara (Uroboros-11) entregaron el paquete especial tras aterrizar. Fueron designadas a sus contenedores en el pasadizo subterráneo Bazaer el cual cada uno se encontraba marcado con su código. Doce nichos en total, cada uno albergando a una miembro de Uroboros, como cápsulas de estasis que susurraban promesas de lealtad absoluta. El aire olía a metal y ozono, y el zumbido de los sistemas de vigilancia resonaba como un latido constante.
Guel yacía recluido en una celda especial, en la penumbra, sin embargo no estaba solo. Lo rodeaban guardias armados, con uniformes amarillos y azules, los colores revolucionarios de Ochs, la organización terrorista que desafiaba al sistema de UNISOL y Guel lo conocia muy bien, el sabia sobre esa organización, porque ansiaba ser un agente de Dominicus. ¿Por qué yo?, pensó Guel, perdido en un torbellino de confusión. Su vida había cambiado drásticamente, de piloto prometedor a prisionero sin causa. Se puso de pie, tambaleante, y se acercó a un guardia. "Por favor, esto es un error. No debo estar aquí. Fui capturado, cancelado por algo que no hice. ¡Soy inocente!" exclamó, con la voz quebrada.
El guardia lo golpeó con la culata del rifle en el estómago, enviándolo al piso helado. Guel se dobló, jadeando, sus lágrimas comenzaron a brotar mientras maldecía entre dientes. ¿Por qué estoy aquí?, se repetía, golpeando el suelo con frustración, mientras el eco resonaba en la celda. Guel no pudo escuchar pero pasos firmes se acercaron desde la entrada. Guel mantuvo la mirada baja mientras el dolor nublaba su visión. Elnora Samaya entró en la sala, su silueta se mantenia recortada contra la luz fría del pasillo. Su uniforme ajustado, negro con acentos amarillos, proyectaba su autoridad implacable. Su cabello corto y oscuro enmarcaba una mascara blanca, fria y sin sentimientos. Se detuvo frente a la celda y cruzo los brazos.
"Patético," dijo Elnora, con una voz suave pero afilada como un bisturí. Guel alzó la vista, reconociéndola de inmediato, la líder de Shin Sei Development Corporation, o eso era como el la conocía, nunca había pensado que esta mujer era parte de la fuerza de Ochs, la mujer que orquestaba el caos. "Tú… ¿qué quieres de mí, porque estoy aqui?" jadeó, incorporándose con esfuerzo, el dolor punzando su abdomen.
Elnora sonrió, mientras lo veia como un conejillo de indias. "Lo que quiero, Guel Jeturk, es simple, tu completa participacion en nuestra causa compartiendo recursos. Jeturk Heavy Machinery, tu preciosa herencia familiar, es el boleto que necesito. Peil Technologies ha sido… decepcionante. Sus promesas de innovación se disuelven como humo. Tú, en cambio, vienes de una línea de constructores reales, de mobile suits que dominan los campos de batalla." Se acercó a la barrera de la celda, su mirada perforándolo. "Te capturamos porque eres valioso. Un rehén perfecto para inclinar la balanza a nuestro favor."
Guel se enderezó y el miedo dio paso a la ira. "¡No soy un peón! Mi familia no negociará con terroristas. Suéltame o te juro que…" Elnora alzó una mano, silenciándolo con un gesto casual. "¿Alertaras a Dominicus? ¿los mismos que te pusieron tras las rejas? Qué ingenuo. Ni siquiera sabes dónde estás, niño. Esta base podría ser un eco en algun lugar de la galaxia, o estar justo al lado de Catedralys y Dominicus nisiquiera se daria cuenta. Tus señales no llegarán a nadie. Y si lo intentas… bueno, los accidentes ocurren en celdas como esta." Su sonrisa se ensanchó, fría, calculadora, revelando el filo de su maldad. Es un niño jugando a ser hombre, pensó, evaluándolo como un espécimen.
Guel tragó saliva y el peso de las palabras de elnora lo aplasto. "¿Qué… qué quieres que haga?" murmuró, derrotado. Elnora se inclinó ligeramente, su voz un susurro venenoso. "Favores, niño. Cada uno que tú o tu compañía me concedan te ganará un poco de libertad. Un mobile suit prototipo aquí, un envío de materiales allá… y quizás, solo quizás, un día camines libre. Depende de ti. Obedece, y sobrevives. Resiste, y te conviertes en otro 'accidente' de prisioneros." Elnora se endereso manteniendo su expresión impasible. "Eres útil ahora. No lo desperdicies."
Guel se hundió contra la pared mientras el dolor en su estómago y el eco de la humillación lo inundaban. No hay salida… solo obedecer, pensó, las lágrimas ardieron en sus ojos. Elnora giró sobre sus talones mientras su uniforme crujia con precisión militar. "Piénsalo bien, Guel Jeturk. Tu libertad no es un derecho; es una transacción," dijo, sin volverse, antes de salir de la sala. La puerta se cerró con un clang metálico, dejando a Guel solo en el piso helado, el dolor latiendo y la realidad aplastante: sin escapatoria, solo la sumisión.
El pasadizo subterráneo de la base de Ochs se extendía como una vena oscura en el corazón mas alla de Eris, iluminado por luces frías que parpadeaban con un zumbido constante, como el pulso de una máquina enferma. Las paredes de metal oxidado exudaban un olor a humedad y aceite quemado, mezclado con el eco distante de órdenes gritadas y el clang de maquinaria pesada. Doce contenedores alineados en fila, cada uno un sarcófago numerado, guardaban a las miembros de Uroboros. Tras la misión en Saturno, Ardeline, Ceryne y Nivara habían regresado a sus nichos designados: Uroboros-03, -07 y -11. Pero esa noche, en lugar de recluirse en el aislamiento habitual, se reunieron en el espacio entre los contenedores, un rincón sombrío donde el protocolo permitía breves interacciones antes del reacondicionamiento o el descanso forzado. El aire era pesado, cargado de la tensión que siempre flotaba en Ochs, donde el fracaso significaba dolor y la victoria, solo silencio.
Ardeline “Ares” Vorst se recostaba contra su contenedor, mordisqueandose una uña con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Sus pupilas brillaban con un sadismo latente, como si estuviera al borde de reír y morder al mismo tiempo. A sus catorce años, su figura delgada ocultaba una violencia contenida, lista para estallar en cualquier momento. Qué aburrido es esperar, pensó, mientras sus dedos tamborileaban sobre el metal frío. Ceryne “Cronia” Halvast, de quince años, estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Su mirada perdida se clavaba en el vacío, calculadora y misteriosa, tan silenciosa que inquietaba incluso a sus compañeras. Nivara “Nyx” Dravelle, la más joven con trece años, se apoyaba en la pared opuesta. Su figura frágil escondía una crueldad glacial; sonreía como quien contempla un cadáver, sus ojos azules reflejando el frío del espacio.
El silencio se rompió con un chasquido de la uña de Ardeline, que escupió el trozo mordido al suelo con una risita aguda. "¿Saben qué? Esa misión en Saturno fue divertida. Me encantó ver cómo los prisioneros se quemaban con el lanzallamas. ¡Ja! Parecían un cerdos en el matadero," dijo con un tono infantil que contrastaba con la brutalidad de sus palabras. Sus ojos se entornaron, reluciendo con un placer sádico, como si reviviera el momento. Ceryne levantó la mirada lentamente, su expresión era impasible, calculando cada palabra como un movimiento en un tablero invisible. "Fue eficiente. El paquete especial está entregado. No hay más que decir," murmuró baja y misteriosa, casi un susurro que hacía eco en el pasadizo, inquietando el aire.
Nivara sonrió en un gesto helado que curvó sus labios pálidos, como si saboreara un secreto oscuro. "Eficiencia… sí. Pero el miedo en sus ojos, eso fue lo mejor. Como si ya supieran que su fin era inevitable. Un cadáver caminante, eso eran" dijo, con una crueldad que congelaba el ambiente, su voz era suave pero afilada como una hoja de hielo. Su figura frágil se inclinó ligeramente haciendo que su cabello plateado cayera como nieve mortífera. Ardeline rio, un sonido que mezclaba diversión infantil y violencia contenida. "¡Sí! Quiero otra misión pronto. Estoy aburrida aquí, en estos contenedores. Necesito acción, o me pondré a morder las paredes," exclamó, mostrando los dientes en una sonrisa que amenazaba con volverse un mordisco.
El pasadizo quedó en silencio por un instante, roto solo por el zumbido lejano de la maquinaria. De pronto, Ceryne inclinó la cabeza, su trenza se deslizo como una sombra. "Escuchan… eso?" preguntó rompiendo la quietud, enfocando su mirada perdida en algo invisible. Ardeline parpadeó, dando paso a una curiosidad sádica. ¿Qué cosa?, pensó, inclinando la cabeza como un animal olfateando presa. "¿Qué cosa? ¿Voces? Ja, yo siempre oigo voces. Me dicen que rompa cosas, que muerda fuerte" respondió, con una risita que sonó al borde de la histeria, mientras sus ojos brillaban con violencia latente.
Nivara se enderezó, su piel pálida parecia absorber la luz fría. "Sí… voces. Susurran en la mente. Piden manifestarse, aquí, en nuestro espacio. Como si quisieran salir de nosotras" dijo, con una sonrisa que contemplaba un cadáver imaginario, su voz helada enviando un escalofrío por el pasadizo. Ceryne asintió lentamente, su concentración imperturbable rompiéndose por un instante de inquietud. "Las oigo también. No son claras. Dicen 'déjennos manifestarnos', 'libérennos en este realidad'. Misterioso… calculado, pero no entiendo el propósito," murmuró, con su mirada perdida clavándose en el suelo, como si buscara patrones en la oscuridad.
Ardeline rio de nuevo. "¡Voces que quieren salir! Suena divertido. ¿Y si las dejo? ¿Me harán más fuerte para morder mejor? Ja, quizás sea como un reacondicionamiento. Esos siempre me dejan con ganas de romper algo," dijo, mordiéndose el labio mientras sus ojos relucian con violencia contenida. Nivara sonrió, en un gesto cruel que enfrió el aire a su alrededor. "Reacondicionamientos… sí. Tal vez sea eso. Las voces vienen después de las misiones, cuando nos encierran. Piden manifestarse para evitarnos el dolor, o para causarlo. Como un cadáver que susurra desde el frío," agregó como un velo mortuorio.
Ceryne permaneció silenciosa por un momento. "No lo entiendo bien. Si son por reacondicionamientos, ¿por qué piden salir? ¿Por qué en este realidad? Es calculado, pero confuso. Quizás sea una prueba de Elnora, para ver si cedemos" dijo como un eco en una tumba vacía. Ardeline se levantó de un salto, con su cabello corto revuelto, al borde de reír y morder. "¡Prueba o no, si me hace más fuerte, lo dejo salir! Imagínenlo, voces que me dicen a quién morder primero. Ja, sería genial," exclamó, con un sadismo latente que hizo que sus compañeras la miraran con cautela.
Nivara negó con la cabeza, su sonrisa helada no desapareciendo. "No es tan simple. Las voces susurran promesas de poder, pero ¿y si nos congelan como cadáveres? Los reacondicionamientos duelen, pero nos hacen mejores. Estas voces… parecen querer algo más. Manifestarse en nosotras, como un frío que no se va," murmuró pareciendo condensar el aire en escarcha. Ceryne cruzó los brazos, su mirada perdida enfocándose en un punto invisible. "Concluyamos que es por reacondicionamientos. No hay otra explicación. Si insisten, quizás sea para prepararnos. No cedamos aún. Esperemos," dijo, con una concentración imperturbable que inquietó el pasadizo.
El silencio volvió, roto solo por el zumbido de la base. Las tres niñas, marcadas por sus códigos, se miraron, sus personalidades chocaron como sombras en la oscuridad. Ardeline rio bajo, con su sadismo burbujeando. Ceryne permaneció silenciosa, calculando. Nivara sonrió, fría como la muerte. Pero en el fondo, las voces persistían, susurrando desde un espacio oscuro del Permet, Arcanos anhelando manifestarse en la realidad, esperando el momento para romper sus cadenas.