ID de la obra: 952

The One I Love

Gen
G
Finalizada
1
Fandom:
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162 páginas, 74.061 palabras, 11 capítulos
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1. El amor es algo por lo que seguir luchando

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Las campanas de la Basílica de Oura de Nagasaki, también conocida como la de los Veintiséis Santos Mártires, repicaban esa mañana. Se trataba de un templo católico que a pesar de ser de estilo gótico, era muy luminoso gracias a sus coloridas vidrieras que construyeron los occidentales a mediados del siglo XIX tras el fin del aislamiento político al que estaba sometido Japón. Era uno de los lugares más emblemáticos de Nagasaki, ciudad a la que habían llegado tres amigos inseparables. En la estación de tren, Sora Takenouchi, una chica pelirroja de pelo no demasiado largo, Taichi Yagami, un chico alto de pelo castaño oscuro y Mimí Tachikawa, una chica muy mona de pelo largo castaño claro entraban a toda prisa a los baños mientras un grifo solitario goteaba en el lavabo de la estación. Acababan de cambiarse de ropa a un negro riguroso después de viajar desde Tokio. Una vez cambiados, salieron de las cabinas de los retretes y las chicas empezaron a aplicarse algo de maquillaje delante del espejo. El verano pasado, alguien me planteó esta pregunta: “Si recibieras una llamada de la persona que amas, la cual está en un avión que está a punto de estrellarse, ¿qué le dirías?¿Qué le dirías a alguien que está a punto de encontrarse con la muerte en cuestión de minutos?” Una vez maquillada, Sora cogió una fotografía donde aparecían unos sonrientes Taichi, Mimí, Takeru Ishida y ella misma. Takeru y Taichi sostenían un mismo balón de baloncesto. Sinceramente, fui incapaz de encontrar una respuesta. –Sora. –dijo Mimí mientras acababa de maquillarse. –¿Sí? –preguntó Sora tras haber sido sacada de su ensimismamiento por su amiga. –Todavía tienes la etiqueta puesta. –avisó Mimí. Sora enseguida llevó su mano hacia la parte trasera del cuello de la chaqueta del vestido y efectivamente, tenía puesta la etiqueta. Se quitó la chaqueta y la arrancó. Dije: “No puedo decir nada. ¿Qué puedo contestar a eso?”. Y entonces, alguien dijo estas palabras… Las chicas salieron por fin del baño. Taichi las estaba esperando sentado en una pequeña repisa mientras se abanicaba con un cartón. El mes de agosto no era la mejor época para llevar traje y vestir de negro riguroso. Las chicharras eran la banda sonora de la ciudad. –¡Habéis tardado un montón! –se quejó Taichi al ver salir a las chicas. –¡Lo sentimos! –dijeron las chicas. Después de las disculpas, los tres se pusieron a correr hacia su destino vestidos de negro y cargados cada uno con un bolso donde llevaban su ropa de cambio. Pese a las prisas, llegaron a tiempo para coger el tranvía que les acercaría a donde tenían que ir. Ya sentados, Sora miraba el paisaje de la ciudad de Nagasaki, una ciudad portuaria rodeada de montañas, por lo que muchas casas se encontraban en zonas altas a las que se accedía por empinadas cuestas o escaleras. En una de esas casas se encontraba la de Takeru.

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Un joven rubio muy guapo bajaba por los escalones de su barrio vestido con traje y corbata negra y con una cámara de fotos colgada de su hombro. Al mismo tiempo, Mimí, Taichi y Sora subían por una pronunciada cuesta una vez que habían bajado del tranvía. –Recuerdo que hace mucho tiempo que Takeru nos dio un bizcocho diciendo que era de su ciudad natal. ¿Creéis que deberíamos comprar uno antes de volver? –preguntó Taichi. –¿Sabes dónde lo compró? –preguntó Mimí. –Podríamos preguntarle a algún familiar suyo. –sugirió el castaño. –¿Su padre no había muerto? Y su madre debe de estar demasiado triste. No podría preguntarle algo así en estos momentos. –razonó Mimí. –Pues a su hermano mayor. –sugirió el chico. –¿No hablaba a menudo de su hermano mayor? –¡Es cierto! –recordó Sora con una sonrisa. –Decía que adoraba a su hermano y que siempre le seguía desde que era niño. –¿Puedes preguntar tú? –preguntó Taichi, que llevaba la chaqueta colgada del brazo debido al calor. –¿Cómo le voy a preguntar algo así? –se negó Sora. –Pues preguntemos a Takeru. –dijo Taichi. –¡Eso es! –dijo Mimí. –Parad ya. –dijo Sora intentando poner algo de cordura. –Incluso así, ¿no sentís como si fuera a coger el teléfono si llamamos? –dijo Taichi, que había sacado su teléfono decidido a llamar. –Es cierto. –dijo Sora. –Siento como si hubiera venido aquí a saludarnos con su animada sonrisa. –Los tres amigos sonrieron con una sonrisa melancólica. –Oye Takeru, –dijo Taichi después de haber buscado el número de Takeru en sus contactos. –¿Dónde compraste aquel bizcocho…? –El número marcado no existe. Asegúrese de haber marcado el número correctamente.–dijo la voz femenina de la operadora. Esto entristeció a Taichi. ¿Cómo iba a contestar? Era imposible. Todavía no habían asimilado que su amigo ya no podría volver a contestar al teléfono. Los tres amigos por fin llegaron a las pronunciadas escaleras que les llevarían a casa de su amigo. Después de un gran esfuerzo, llegaron a un mirador de la ciudad donde también había un tobogán y unos columpios. Decidieron descansar un poco antes de seguir subiendo. Era una bonita vista de la bahía, con montañas al fondo. El trío de amigos se acercó a la baranda para poder respirar un poco de aire puro. Mientras tomaban algo de aire, el chico rubio bajaba por las escaleras del fondo. El chico pasó de largo del mirador y siguió bajando. A Sora le llamó la atención, puesto que esa cabellera rubia le recordaba a su amigo Takeru, hasta que Taichi rompió el hilo de sus pensamientos. –¿Seguimos? –Los tres amigos continuaron su marcha. Cada vez a un ritmo más lento debido al calor y al cansancio. Por fin, encontraron colgados unos típicos farolillos blancos japoneses con unos kanjis negros que decían Familia Ishida. También encontraron un cartel vertical que ponía Funeral de Takeru Ishida. El trío se miró serio antes de entrar en la residencia Ishida. Una vez dentro, los tres amigos se dirigieron al típico altar japonés que las familias dedican a sus seres queridos ya fallecidos. Los tres amigos, con las manos juntas, se inclinaron ante la foto de un sonriente Takeru. –No nos dijo nada de su enfermedad. –dijo una triste Natsuko Ishida a los tres amigos de su hijo unos minutos después. Era una mujer que estaba vestida con un kimono negro para funerales. Aunque no era mayor, ya se le empezaba a notar los signos de la edad. Tenía un rostro amable a pesar de su tristeza, aunque eso no le quitaba ni un ápice del atractivo. Los tres amigos se encontraban arrodillados en cojines frente a la madre de su amigo. –Nosotros tampoco teníamos idea de nada. –reconoció Taichi. –¿Entonces, Takeru murió en Tokio estando solo? –preguntó Sora. –Takeru hablaba de vosotros a menudo. Dijo que había hecho amistades para toda la vida en su universidad. Muchísimas gracias. –dijo la madre de Takeru. –En absoluto. –se apresuró a decir Sora. –Nosotros no hemos hecho nada. A pesar de haber puesto varios ventiladores, el trío se situó cerca de una ventana que daba al patio para intentar estar algo más fresquitos. Mientras, Sora se abanicaba con un paipái, Taichi se servía algo de té helado de una jarra. Cerca de ellos, había varios niños sentados en un sofá. Tenían demasiado calor como para ponerse a jugar. –¿Dónde está Yamato? –preguntó una voz masculina. –Es el funeral de su hermano pequeño y el dándose un garbeo por ahí otra vez. Los tres amigos miraron al origen de esa voz. Se trataba de un hombre de mediana edad que se encontraba con otros familiares del fallecido arrodillados alrededor de una mesa baja. –Yamato no ha hecho nada bueno en Tokio. –dijo otro hombre llegando a la mesa y dejando en el suelo una revista con fotos de mujeres ligeras de ropa, firmadas por Yamato Ishida. –A esto es a lo que se dedica. Es la vergüenza de la familia. El trío de amigos se sintió algo incomodado ante lo que estaban diciendo y la revista que habían dejado en el suelo, y que estaba a la vista de los hijos de esos mismos hombres. Sora, rápidamente, cerró la revista para que no estuviera a la vista de esos inocentes niños. –Takeru estudiaba derecho, ¿verdad? –preguntó uno de los hombres a los tres amigos. –Sí. –respondió Sora. –El trabajador hermano pequeño muere y el hermano mayor, que es un bueno para nada aún sigue aquí. –dijo el mismo hombre, mientras comía sandía. –¿Qué clase de injusticia es esta? Por suerte, Natsuko no se encontraba en esa sala para escuchar todas las barbaridades que estaban diciendo de su hijo mayor. –Deberíais tener cuidado. –dijo el otro hombre dirigiéndose a las chicas. –Yamato se mueve rápido en cuanto a mujeres se refiere. Un rato después, Taichi y Mimí bajaron hacia el mirador al que habían llegado antes de llegar a casa de su amigo. –Mira esto. –dijo Taichi, mirando una vieja canasta mientras Mimí se acercaba. –No había hablado con él en un tiempo y pensaba en llamarle. –Yo también. –dijo Mimí. –¿Dónde está Sora? –preguntó Taichi, percatándose de la ausencia de la pelirroja. –Creo que quería estar a solas un rato. –contestó Mimí. –¿Y eso? –Lo vio en las canastas del parque Kamazawa antes de morir. –contestó Mimí. –Ya veo. ¿Te ha dicho de qué hablaron? –preguntó Taichi preocupado. –Por lo visto iba con prisa y no habló con él. –Ella no podría haber sabido lo que iba a ocurrir. –Pero se arrepiente. Dice que si hubiera hablado con él en ese momento le podría haber escuchado y animado de alguna manera. –explicó Mimí.

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Sora había llegado hasta la orilla de la playa. Tras mirar al horizonte, volvió a sacar la fotografía donde se encontraban los cuatro amigos. Entonces recordó la última vez que lo vio echando unas canastas en el parque Kamazawa, a pesar de ir con pantalón de vestir y camisa. Ella se había montado en un taxi y esa fue la última vez que lo vio lanzar la pelota. Entonces, escuchó los clics de una cámara de fotos. A su derecha había un tipo rubio vestido con traje negro echándole fotos. No le veía la cara puesto que se la tapaba la cámara, pero no parecía cortarse ni un pelo a la hora de apuntarle con su objetivo. –¿Qué está haciendo? –preguntó Sora. Entonces, el desconocido bajó la cámara, dejando ver unos bonitos ojos azules mu familiares. –Le enviaré las fotos. –dijo el rubio. –Sólo dígame dónde. –Deme el carrete o la tarjeta de memoria, o lo que sea que use la cámara. –ordenó Sora, que no sabía qué tipo de cámara llevaba el rubio. –¿Qué? –preguntó el chico. –Tomar fotos sin consentimiento es de mala educación. –dijo Sora. Entonces, se fijó en que ese chico se parecía mucho a su malogrado amigo. –¿De casualidad es usted el hermano mayor de Takeru Ishida? El chico, que había visto que la pelirroja tenía una foto en su mano, fue hacia ella y cogió la foto para mirarla. –¿Quién es usted, la novia de Takeru? –No. –Oh, entonces sólo se acostaba con él. –dijo el rubio. Sora le arrebató la foto. –No era ese tipo de relación. –¿Entonces qué tipo de relación era? –preguntó enseguida. –Estudiábamos en la misma universidad, aunque en diferentes carreras. Era su amiga. –explicó la chica. –¿Su amiga? No puede haber amistad entre un hombre y una mujer. –¡Claro que sí! ¡Él no era como usted! –dijo Sora indignada mientras el rubio sonreía. –Es usted muy interesante. –No soy interesante. –No hay muchas oportunidades para que una chica como usted sea fotografiada por mí. Sólo olvídelo y deme su número de teléfono. –Si me disculpa. –dijo Sora girándose para irse. Estaba claro que era Yamato Ishida, a juzgar por todo lo que habían dicho los familiares de su amigo y el gran parecido físico con Takeru. –Me pregunto por qué murió solo. –soltó él entonces mientras la chica se alejaba. Obviamente, eso la hizo detenerse y girarse. Vio al fotógrafo mirar al horizonte. –¿Por qué murió sin decírselo a nadie? –El servicio funerario empezará pronto. –se limitó a decir Sora tras una pausa. Observó que el semblante del chico había cambiado.

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La noche había llegado. Era un día de los tantos Matsuri o fiestas tradicionales que se dan en la época estival por todo Japón. La gente encendía sus linternas de papel y los iba colocando en el agua del río, iluminando todo su curso y creando una atmósfera ensoñadora. Esta fiesta trata de dedicar unas oraciones a aquellos que han muerto y agradecer la visita de los espíritus de los seres queridos. Con los farolillos, los vivos tratan de proteger el retorno de los espíritus de sus seres queridos al lugar al que pertenecen. Natsuko bajaba la escalera lentamente con una gran linterna. –Wow. –dijo Mimí desde el puente. –Parece la vía láctea. Entonces Sora, vio a un solitario Yamato apoyado contra el muro del puente, sin hacer demasiado caso a la procesión de farolillos. Parecía hablar por teléfono y la chica se dirigió hacia él. Cuando la vio llegar, el chico apartó el teléfono de su oído y cortó la llamada. –¿Qué está haciendo? –preguntó Sora. –Hablaba con mi chica. –dijo Yamato. –Van a lanzar la linterna de Takeru. –¿Ah sí? ¿Quiere ir a comer katsudon? –preguntó Yamato tranquilamente. –¿Qué? –preguntó Sora que no se esperaba esa salida. –Katsudon. –¿Cómo puede decir eso en un momento como este? –preguntó Sora, que no daba crédito a lo que oía. –¿Por qué? –preguntó Yamato sonriendo. –¿Cómo que por qué? –dijo Sora enfadándose. –¿Por qué debería ir a comer con alguien a quien acabo de conocer? –No hace falta que ponga tanta distancia entre nosotros. –dijo Yamato. –No lo hago. –se defendió Sora. –Claro que sí. Si estuviéramos en la línea Yamanote del metro, sería como la distancia entre Shibuya y Uguishudani. –¿De verdad es usted el hermano mayor de Takeru? –preguntó Sora, que si no fuera por su rasgos, el azul de sus ojos y el rubio de su pelo, empezaría a dudar que ese tipo tan desagradable pudiera ser familiar de alguien tan amable como su amigo. –En líneas generales. –se limitó a decir Yamato. –El hermano mayor del que hablaba Takeru no era una persona como usted. –dijo Sora. –¿Qué quiere decir con “una persona como usted”? –Una persona cuyo hermano acaba de morir… –entonces Sora paró de hablar. –No importa. Cuando Sora se giró para marcharse, comenzaron los fuegos artificiales y se detuvo a mirarlos. No pudo evitar sonreír ante la belleza del espectáculo. –Si de repente un día, por ejemplo estás con un amigo tranquilamente mientras comes una comida de 880 yenes y te suena el teléfono… –empezó a decir Yamato. –¿Qué? –preguntó Sora. –En ese momento, la persona que amas está en un avión que va a estrellarse. Sabe que va a morir y quiere hablar contigo durante los últimos segundos de su vida. ¿Qué le diría? –¿Cómo? –preguntó Sora que no se esperaba esa pregunta. –No hay más tiempo. –dijo Yamato. –Espere un segundo. –dijo Sora que no sabía qué decir. –El teléfono se apagó. No ha sido capaz de decir nada. –Yamato pasó por delante de Sora para marcharse caminando con las manos en los bolsillos. La chica se giró. –¿Qué debería de haber dicho? –preguntó Sora. Pero el chico bajó del puente sin haber respondido la pregunta. Sora simplemente lo vio alejarse. Mientras tanto, Natsuko, que había llegado a la orilla del río y llegó su turno, posó la linterna de Takeru en el agua mientras ella, el resto de familiares y los tres amigos de Takeru la veían alejarse junto con el resto de farolillos. Ya de vuelta en la residencia Ishida, los tres amigos se levantaron cuando vieron entrar a Natsuko en la estancia en la que estaban. Todos se hicieron una reverencia mostrando sus respetos. Entonces entró la que parecía ser la hermana de Natsuko con una caja de zapatos roja. –Estamos dejando a la gente que se lleve algunas pertenencias de Takeru. –dijo la mujer. –Aunque esto parece más basura que otra cosa. No creo que os interese. –Yo no cogeré nada. –rechazó Taichi. –Yo tampoco, pero muchas gracias. –se sumó Mimí. –Eso pensaba. –dijo la mujer, que estaba cerrando la caja. –Perdone, ¿puedo coger algo? –pidió Sora. Entonces, la señora, sonriendo, volvió a abrir la caja y se la mostró a la pelirroja. Dentro había lo que parecían ser antiguos juguetes como una pistola de agua, un kendama entre otros trastos. Sora cogió un silbato que parecía el silbato de un empleado de una estación de tren. Emocionada, hizo una reverencia de agradecimiento a la mujer. Mientras tanto, Yamato miraba la oscura bahía mientras recordaba momentos con su hermano, como cuando iban caminando cargados con sus mochilas y el pequeño le cogía la mano mientras tocaba un silbato. Un rato después, cuando ya no quedaban más invitados en su casa, Yamato llegó y entró después de dejar sus zapatos en el genkan. Su madre se encontraba arrodillada frente al altar dedicado a su hijo pequeño y su marido Hiroaki. –Ya sólo quedamos nosotros dos. –dijo Natsuko de manera triste. –Sí. –dijo Yamato. –Después será mi turno. –dijo la mujer. –No digas esas cosas. –dijo Yamato sentándose detrás de su madre. –Claro que sí. –insistió Natsuko. Después se giró hacia su hijo. –¿O es que piensas dejarme la última? –tras un suspiro y mirando hacia la foto de Takeru continuó hablando. –Debería verle pronto y darle un buen escarmiento y decirle que al menos tenía derecho a ser un poco egoísta y causarle preocupación a los demás. Ha muerto solo. ¿Cómo ha podido? –Así es como funciona. –dijo Yamato. –Los que trabajan duro, los que no quieres ver morir, siempre se van primero. –Yamato… –Mamá. ¿Por qué no te vienes a Tokio? –sugirió Yamato. –Encontraré un buen sitio para vivir. ¿Qué te parece? –Yamato ni siquiera le dio tiempo a su madre para contestar, levantándose y dirigiéndose a la ventana abierta que daba paso al patio, quedándose allí de pie. Su madre le siguió y se arrodilló al lado de la mesa baja, mirando a su hijo. –Aunque llegue Año Nuevo, ya no podremos escuchar las campanas a medianoche los tres juntos. –dijo Natsuko. –Cuando llegaba el año nuevo siempre veníais los dos, nos sentábamos al calor del kotatsu, comíamos mandarinas y veíamos el programa de año nuevo en la tele. Después escuchábamos la campana una vez, dos veces… –la voz de Natsuko se apagó. Tras una pausa continuó. –Eso ya no volverá a pasar. Tokio, ¿eh? Lo pensaré. Yamato se giró para ver a su madre. Incluso en un momento como ese, le dedicaba una cálida sonrisa.

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Los tres amigos por fin habían llegado a Tokio. Todavía vestían de negro. Iban caminando por las calles dirigiéndose a casa cuando pasaron por el parque Kamazawa y que solían frecuentar con Takeru. No pudieron evitar detenerse. Había un solitario balón. Como si alguien lo hubiera dejado ahí para esperarlos. Se miraron y tras asentir, se pusieron a echar unas canastas mientras recordaban la alegría con la que Takeru solía jugar.

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La primavera había llegado a la ciudad de Tokio. Los cerezos estaban floreciendo, creando un bonito paisaje rosa en las partes de la ciudad donde había este árbol. Mimí se encontraba trabajando en una floristería, sacando macetas y atendiendo a clientes. Mientras tanto, Taichi cocinaba en un ajetreado restaurante pelando zanahorias. –¡Taichi! –llamaba el chef. –¿Sí? –¡Cuando acabes lo que estás haciendo pica la carne! –¡Oído! Por su parte, Sora Takenouchi iba trotando por los pasillos del hospital con un montón de carpetas y otras cosas, pero tuvo que pararse porque se le había caído el Manual del Médico Residente. Después de cogerlo, continuó su camino hacia el área de consultas pediátricas. Cuando llegó, se encontró la zona saturada con niños y bebés llorando a pleno pulmón. –¡Perdone, hemos estado esperando durante una hora! –dijo una madre a Sora con su bebé en brazos al verla vestida con el pijama y la bata de hospital. –Lo siento mucho. –se disculpó Sora. –¿Puede darle esto al Doctor Aiko? –le dijo Sora a una enfermera que pasaba por ahí, dándole el montón de carpetas que llevaba encima, excepto su manual. Una vez que liberó sus brazos se puso a atender a los niños allí mismo. –¿Puedes abrir la boquita para mí? –preguntó al niño de no más de un año. Un rato después, por fin había acabado de atender a todos los niños y se metió en el ascensor. Después de marcar la octava planta, no pudo evitar ponerse en cuclillas del cansancio. No obstante, enseguida se puso en pie al ver entrar al Doctor Kido en la siguiente planta. Éste no pareció hacerle mucho caso. Era un hombre moreno con gafas y parecía estar leyendo unos informes. –Doctor Kido. –el doctor, de mediana edad, se giró a ver quién hablaba. –Soy Sora Takenouchi, la médico residente que empezó a trabajar aquí la semana pasada. –Encantado de conocerla. –dijo el doctor sin más y volviendo a sus papeles. La puerta del ascensor se abrió. –Venga conmigo un momento. –Sí, señor. –dijo Sora viéndolo salir. Estaban en la planta de pediatría, dirigiéndose a la sala de observación pediátrica. –Esta es la sala que se le ha asignado. –informó el doctor, que era el jefe del servicio de pediatría. –¿Puede decirme cuál de estos niños sufre la enfermedad más grave? –preguntó el médico. Sora se dispuso a entrar para observar bien y poder contestar la pregunta. –¡Lo tengo! –gritó uno de los niños, que se encontraba jugando a las cartas con otros tres niños alrededor de una de las camas. Uno de ellos llevaba un gorro azul claro. –Sería genial que pudieras volver a casa pronto. –dijo una enfermera que estaba cambiando a Agu Kenta, que llevaba un guante de béisbol en la mano y jugaba con una pelota. Otro de los niños, que llevaba un vendaje en la frente se encontraba acostado de lado leyendo un manga. Una niña leía un cuento. –¿Es ese niño? –preguntó Sora refiriéndose al niño que leía el manga. –Ese es Ryusuke Matsuo. Tiene una fractura y será dado de alta en tres semanas. Sora entró y vio como el niño del gorro azul se dirigió sonriente un momento hacia su cama para coger una chaqueta y ponérsela. –Ese que parece tan feliz es Gabu Kawane, tiene una leucemia aguda del hueso medular. No tendrá una vida larga y él lo sabe. Incluso así, trata de hacer reír a sus amigos y es el alma del grupo. Sólo intenta hacer la vida aquí lo más placentera posible. Pues esto es el departamento pediátrico. Unos minutos después, la pelirroja se encontraba en el control de enfermería, donde Hikari, una amable enfermera le explicaba cosas. –Esa sala tiene muchos niños que han estado aquí durante mucho tiempo y algunos tienen más problemas que en cualquier otra habitación del hospital. –Por lo visto hoy Biyo Shoko no ha hablado con nadie. –añadió otra enfermera que respondía al nombre de Miyako Inoue. –Entiendo. –dijo Sora suspirando, cayendo en la cuenta de que quizás su residencia en pediatría sería más complicada de lo que a priori pensaba. –He oído que te han asignado la sala de los problemas. –dijo Shin, otro pediatra residente que entraba en el control pero que llevaba más tiempo que Sora. –¿Has hecho algo para molestar al Doctor Kido? –¡Claro que no! –se defendió Sora. –Es un poco raro. –dijo Shin. –Bueno, serán tres meses y después ya no tendrás que preocuparte más. No tienes intenciones de ser pediatra, ¿verdad? Es un área en la que incluso a mí no me gusta estar.

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Después del ajetreado día de trabajo, Mimí, Sora y Taichi se encontraron en un restaurante para hablar de su día. –Supongo que del hospital te invitarán a algún goukon de vez en cuando. –dijo Mimí a Sora. –Las enfermeras son las que normalmente se llevan la atención de los chicos. –dijo Sora. –Así que los chicos suspiran por las enfermeras. Pero cuando les dices que tratas de ser médico algo se desmorona y retroceden. De todas formas, como me han asignado el departamento de pediatría no tengo tiempo para ese tipo de cosas. –Venga Taichi, deberías presentarle a un buen chico. –animó Mimí. –¿Qué? –preguntó Taichi, que no daba crédito. –No te preocupes. –le tranquilizó Sora por las ocurrencias de su amiga. –Tenemos 26 años. –argumentó Mimí. –Sin novio ¿crees que podemos tener sueños? ¿Crees que podemos ir a los juegos olímpicos? –¿De qué hablas? –preguntaron Taichi y Sora riéndose, al percibir el tono de broma de su amiga. –No seas retrógrada Mimí. Tampoco creo que vayamos a los juegos olímpicos. ¿Cuántos años tiene Pal ya? –preguntó Sora cambiando de tema, al ver a la hija de Mimí en una foto de la carcasa del móvil de su amiga. –Tres. Me pregunto si ya estará en casa. Voy a llamarla para comprobarlo. –dijo la castaña cogiendo el móvil y levantándose para llamar más tranquilamente. –Deberíamos reunirnos así más a menudo. –comentó Sora a Taichi. –¿Todavía te arrepientes? –preguntó Taichi seriamente. Sora le miró sin saber de qué hablaba. –Por el hecho de no haberte parado a hablar con Takeru la última vez que lo viste. –Sólo es que no puedo parar de ver su cara esa última vez. –reconoció Sora. Después de salir del restaurante, el trío se dirigió a su barrio. Se dirigían a casa de Sora, que hacía esquina. –Oye, si compro arroz, ¿me lo llevarías? –preguntó Mimí, puesto que el padre de Sora regentaba una tienda de arroz. –¡Ya estamos aquí! –dijo Taichi como si entrara en su casa. –Perdonad que esté todo tan desordenado. –se disculpó Sora. Para entrar pasaban por la tienda. Estaba todo lleno de sacos de arroz. –Huele muy bien. –dijo Mimí. –Hace tiempo que no veo a tu viejo. –dijo Taichi. De repente, los tres amigos se sobresaltaron del susto. –¡Los que no comen arroz no pueden llevar el negocio! –gritó la voz de un hombre al que ya se le notaba que estaba entrando en años, mientras empujaba a un chico castaño que estaría en sus últimos años de adolescencia. –¡No quiero llevar este estúpido negocio! –gritó el chico, de nombre Daisuke. –¡Simplemente desherédame! Sora intentaba poner paz entre su padre, que se llamaba Haruhiko y su hermano. –¿Te piensas que puedes llenar tu estómago de esto? –siguió gritando el padre intentado coger alguna chuchería que por lo visto ofendía a su negocio. –¡Sí puedo! –gritó el más joven. –¡Parad, parad! –gritó Sora. –¡Hermana, cuando me ha dicho el viejo que no había nada para cenar me ha dicho que coma arroz itakomachi! –¿Y? –preguntó Sora que no entendía el problema. –¡Pues que dice que coma arroz itakomachi como acompañamiento al arroz koshihikari! ¡No se puede comer arroz acompañando al arroz, estúpido! –¡Cómetelo! –insistió el hombre, que a pesar de que en su juventud tuvo una gran cabellera, con el paso de los años fue perdiendo el pelo. –¡No puedo! –¡Así es como crece la gente en la industria del arroz! –gritó Haruhiko. –¡Yo no sé una mierda de eso! –contestaba Daisuke forcejeando con su padre. –¡Parad ya los dos!¡Tenemos invitados! –gritó Sora avergonzada. –Buenas tardes. –dijeron Taichi y Mimí entrando en la estancia que hacía las funciones de sala de estar. Había una mesa baja donde la familia solía comer. Pegado a la pared, también había un altar dedicado a Toshiko, la fallecida madre de Sora y Daisuke. Era una bonita y sonriente mujer. –Vaya, pero si son Taichi y Mimí. –dijo Haruhiko más calmado. –Mimí, te has convertido en una mujer muy guapa. –Querían saludarte, papá. –informó Sora. –¿Saludarme? Entonces ya ha llegado el momento. –dijo Haruhiko, imaginándose cosas que no era. –Taichi, es indigna como hija, pero por favor, cuida de Sora. –¿Qué? –preguntaba Taichi. Los tres amigos se miraron con los ojos como platos. –Muchísimas gracias. –dijo Haruhiko inclinándose mostrando sus respetos. –¿Qué? Papá, estás malinterpretando las cosas. –se apresuró a decir Sora al ver que su padre había confundido un saludo con un compromiso de matrimonio. Unos minutos después, Sora y su familia acompañaron a Taichi y Mimí hasta la calle. –Taichi, así que estás viviendo por tu cuenta. Debe ser duro hacerte las comidas. Estás en el vecindario, así que piensa en nosotros como tu familia y ven siempre que quieras. –dijo Haruhiko, que seguía intentando juntar a su hija con él. –Lo haré, gracias. –dijo Taichi. –Papá, ya es suficiente. Chicos, deberíais iros antes de que mi padre siga hablando y empiece a pedirnos nietos. –aconsejó Sora. –Adiós. –se despidieron unos sonrientes Taichi y Mimí. –No hay forma de que Taichi se case con Sora. –dijo Daisuke entrando en casa. Se sentaron a la mesa baja –Y papá, si Sora dijera que se casa intentarías pararla entre lágrimas. –Si fuera Taichi podría asegurarme la continuidad del negocio del arroz. –dijo Haruhiko. –Mañana tengo que ir a trabajar temprano, así que me voy ya a dormir. –dijo Sora, que no tenía más ganas de que siguieran hablando de su estado civil. –Yo también. –se sumó Daisuke. –¡Eh! No olvides darle las buenas noches a mamá. –dijo Haruhiko. –¡Buenas noches, mamá! –gritó Daisuke mientras subía las escaleras hacia su habitación. –¡Eh, espera!¡Qué forma es esa! –gritó el cabeza de familia indignado. –Déjale. Daisuke era muy pequeño y no se acuerda de mamá. –le justificó Sora, que estaba arrodillada frente al altar de su madre. –Has estado trabajando día y noche y no has tenido mucho tiempo libre últimamente, ¿me equivoco? Siempre te esfuerzas mucho en todo. –dijo Haruhiko. –Por supuesto. –dijo Sora girándose hacia su padre. –Sólo porque te conviertas en médico con el dinero del seguro de tu madre no tienes por qué sobrecargarte. –dijo el padre. –Sólo intento encontrar algo que olvidé. –dijo Sora. –¿Algo que olvidaste? –La vida que perdió mamá. Mamá murió de manera abrupta, pero debió de haber algo que quería hacer y que no pudo. –explicó Sora. –Así que lo voy a averiguar por ella. Buenas noches. –Buenas noches. –se despidió Haruhiko.

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En la sala de pediatría, Sora cogió una pegatina redonda de color dorado con una corona dibujada. –Tento, ¿qué es esto? –preguntó Sora. –¡No lo toques! –dijo el niño tumbado en su cama. Tento Masami tendría unos siete años. –Es la medalla de un rey. –¿La medalla de un rey? –preguntó Sora. –¿La quieres? Si la quieres… –empezó a decir Tento, pero Hikari les interrumpió. –La aguja está preparada. –dijo la enfermera dejándole una bandeja a Sora. –Muy bien, vamos a sacar un poquito de sangre. –dijo Sora. Cuando la chica fue a cogerle el brazo a Tento, éste lo apartó. –¿Tento?

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Por fin había acabado su turno. Ya vestida con la ropa de calle, Sora caminaba por los pasillos del hospital hasta llegar a la entrada. Por allí se cruzó con un tipo rubio. El chico se paró y se giró porque le resultó familiar. A Sora le pasó lo mismo. –Usted es la amiga de Takeru, ¿verdad? –dijo Yamato reconociéndola. Sólo se vieron aquel día de verano hacía meses en el que se celebró el funeral de su hermano. Sora asintió. –¿Así que tiene un hijo? –preguntó Yamato, al ver que la pelirroja venía de la sección de pediatría. –Soy médico residente aquí. –dijo Sora. –Genial. Tengo un favor que pedirle. –dijo Yamato al enterarse que trabajaba en el hospital. –Dígame. –accedió Sora. –Este no es el lugar apropiado, así que, ¿por qué no vamos a comer katsudon? –Siempre el katsudon, ¿eh? –recordando que cuando lo conoció también le ofreció ir a comer katsudon. –Estoy servida, gracias. –Sora se dio la vuelta y echó a andar. Entonces la enfermera Inoue salía corriendo detrás de Tento Masami. –¡Tento, espera! –el niño iba corriendo y se chocó con Yamato. El rubio detuvo al niño para que no cayera. –¿Qué ha pasado? –preguntó Sora volviendo sobre sus pasos al ver el alboroto. –No me deja pincharle. –reconoció la enfermera. Sora se agachó para ponerse a la altura del niño. –Tento, tienes que dejar que te pinchen o no te recuperarás. –intentó convencer Sora. –Habían tres mandarinas en una cesta. –empezó a decir el niño. –¿Qué? –preguntó Sora, que no sabía a qué se refería el niño. –Es un acertijo, para el rey de los acertijos. Si respondes correctamente, dejaré que me pinchen. –Está bien. –accedió Sora. –Habían tres mandarinas en una cesta. Vinieron tres niños y cogieron una cada uno. Pero cuando se fueron, quedaba una mandarina en el cesto. ¿Por qué? –¿Cómo? –preguntó Sora descolocada cuando el niño acabó de plantear el acertijo. Yamato sólo miraba divertido la escena. –Ah, ya sé. –dijo Sora. –La mandarina tenía un bebé y por eso había una más en la cesta. –¿Crees que puedes engañarme con una respuesta tan idiota como esa? –dijo Tento. –Estoy de acuerdo con él. –añadió Yamato sonriendo. –No hay nada que hacer contigo. –dijo Sora incorporándose y cogiendo al niño de la mano harta de la situación. –Vamos. –¡No quiero! –gritó Tento mientras intentaba librarse del agarre de Sora. Con los intentos, el niño iba a caer al suelo pero Yamato se interpuso y se puso a su altura. Aprovechó la situación para decirle algo al oído. –¡Bingo! Es correcto. –Genial. Entonces ve y deja que te pongan la inyección. –dijo Yamato. –Vale. –dijo el niño alegremente. Antes de irse, cogió una de las tiras de pegatinas con corona que tenía guardadas y se la puso a Yamato en el dedo. –Toma, esto es para ti. Es la medalla del rey del acertijo. Adiós. –Adiós. –se despidió Yamato sonriente. Una vez que el niño se fue acompañado de la enfermera, Yamato se incorporó y pegó la pegatina en la cara de Sora. –Esto ayudará a iluminar esa triste cara que llevas. –Dicho eso, Yamato empezó a caminar. Sora se quitó la pegatina y vio la corona dibujada. –Espere. –dijo Sora. –¿Cuál es la respuesta del acertijo?

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Finalmente, Sora y Yamato no acabaron yendo a comer katsudon, pero sí a tomar una copa a un bar en el que sonaba jazz de fondo. Sora había accedido a ir con él a cambio de la respuesta del acertijo. –El tercer niño se llevó su mandarina en la cesta. –explicó Yamato. Estaban sentados en la barra. –Ah. –comprendió Sora. Yamato intentó acercarse a Sora una vez que le explicó la solución, mientras que la pelirroja intentó alejarse. –No se acerque tanto a mí. –dijo Sora, cogiendo su bebida para acercársela. –Está lejos. –dijo el chico. –Es la distancia entre Shibuya y Sugamo. –dijo Sora, utilizando la misma técnica que él uso cuando se conocieron. –Veo que estoy más cerca que el verano pasado. –dijo Yamato. –No quiero ni oír hablar del verano pasado. –reprendió Sora. –Lo hace sonar como si hubiera sido un recuerdo maravilloso entre los dos. Yamato sólo sonrió. Incluso Sora se contagió de la sonrisa del rubio. –¡Vaya, vaya! –dijo un tipo con pinta chulesca. Venía acompañado de una despampanante mujer. –He oído que vas a fotografiar a Ritsuko. Sólo tú podías hacer que se quitara la ropa para ti. –Yamato ni le miraba y seguía tomando su bebida. Pero el chico se apoyó en la barra para hablarle directo a la cara. –¿Qué le dices para que lo haga? ¿Lo has hecho ya con ella como con las otras? Entonces Sora, que quería que se la tragara la tierra, recordó la revista de la casa de su amigo Takeru. –Esto sí que es noticia. Estás con una chica del montón. –dijo el chico. –¿Le estás sacando el dinero y jugando con ella? Si digo que vienes, todas las tías buenas vendrán en bandada. ¿Qué me dices, vienes? –Paso. –dijo Yamato. –Qué lástima. –dijo el tipo marchándose con su compañía. –Oye, hay algo que quiero enseñarle. –dijo Yamato a la pelirroja, intentando olvidar el mal rato que aquel idiota les había hecho pasar a los dos. Cogió una carpeta negra de piel de su mochila. En la parte inferior derecha venía grabado el apellido Ishida con letras amarillas. –Son fotos que he tomado. Si le gustan, me gustaría tener su permiso para tomar algunas como estas. Aunque es raro preguntárselo. Sora simplemente se lo devolvió sin abrirlo. –¿Por qué? –preguntó Yamato. –No voy a comentar nada sobre la clase de trabajo que tiene, pero… –¿Qué quiere decir con mi “clase de trabajo”? –interrumpió Yamato. –Ya sabe, las fotos de gente desnuda. –dijo Sora. –Ahh, ya veo. ¿Quiere que le saque algunas? –preguntó Yamato para chincharla. –Yo no he dicho eso. –dijo Sora indignada. –¿De casualidad…? –empezó a preguntar Yamato. –¿Por qué cuando fuimos a dejar la linterna de Takeru en el río estaba hablando por teléfono, estaba hablando con alguien? –interrumpió Sora. Todavía no podía creer que se dedicara a hablar por teléfono en un momento tan delicado para su familia, especialmente para su madre. ¿Acaso no tenía ningún respeto por su hermano? –Eso fue… –empezó a decir Yamato, pero Sora le volvió a interrumpir. –Takeru siempre decía que quería a su hermano mayor. Cuando le vi a usted, empecé a sentir pena por Takeru. –Tiene razón. –dijo Yamato. Sora no se esperaba que el chico lo admitiera. –Lo siento. –se disculpó ella, considerando que quizás se había pasado con lo que había dicho. –Si me disculpa. –Tras excusarse, Sora se fue, dejando a un Yamato serio en la barra. Mientras seguía sumido en sus pensamientos, a Yamato, sin ni siquiera percatarse le fueron apareciendo unas pequeñas erupciones en el costado del cuello.

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Sora caminaba de camino a casa después de salir del bar cuando alguien la llamaba por teléfono. Lo sacó del bolso y vio que era Mimí. –Hola. –saludó Sora alegremente. –¿Qué pasa? –preguntó tras escuchar la voz preocupada de Mimí.

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–No creo que le suba la fiebre, pero por si acaso, llévala mañana al hospital. –dijo Sora mientras revisaba a Pal, la hija de tres años de Mimí. –Vale. Muchas gracias. –dijo Mimí preocupada. –Todavía me siento medio estudiante. –reconoció Sora después de haber dejado a la niña durmiendo. –Pero tú estás trabajando y criando una niña. Siento como si hubieras madurado y me hubieses dejado atrás. –En absoluto. –dijo Mimí terminando de remover su té. –Si Pal no hubiera nacido, probablemente estaría trabajando en una oficina y yendo a goukons como una loca. Lo que dijo su amiga la hizo reír. Sora se puso a mirar los dibujos de la pared que Pal había hecho. En ellos, con los trazos infantiles de Pal, estaban las que se suponían que eran Mimí y su hija. Después, giró la cabeza y vio una revista abierta con la foto de un hombre que Sora reconoció como el padre de la niña. –¿Has tenido contacto con el padre de Pal? –preguntó Sora a Mimí, que se encontraba doblando ropa y metiéndola en la cajonera. –No desde que supo de su existencia. –dijo Mimí. –¿Alguna vez te has sentido tentada a pedirle ayuda? –preguntó Sora. –Ya sabía con quién iba a elegir casarse por el bien de su empresa. Hubo gente que me dijo que utilizara a la niña para conseguir dinero, pero eso no está bien. Educaré a Pal de la manera correcta por mí misma. –dijo Mimí con orgullo. Sora también sonrió orgullosa de su amiga.

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–Ya estoy en casa. –dijo Sora entrando. La chica no se esperaba tantos platos encima de la mesa. –Bienvenida a casa. –dijo Taichi alegremente saliendo de la cocina con un delantal y un plato en cada mano. –Le dije que viniera a cenar, y al final ha acabado cocinando para nosotros. –dijo Haruhiko, que estaba sentado preparado para degustar la cena preparada por el castaño. –Mira esto. Es impresionante. No es de extrañar que sea chef. –Nah, todavía estoy en prácticas. –dijo Taichi dejando en la mesa los platos que llevaba y acomodándose él también. –Adelante. –¡A comer! –dijo el mayor de los hombres emocionado. Daisuke se lanzó como un loco a comer como si hubiera caminado durante horas por el desierto y encontrara un oasis. –Cálmate Daisuke. –le llamó Sora la atención. Después de una de las mejores cenas que había probado la familia en mucho tiempo, Taichi y Sora se tomaban un té mientras charlaban, aprovechando que Daisuke y Haruhiko se habían retirado a sus habitaciones. –Incluso Mimí, que solía jugar siempre por aquí es ahora una buena madre. –dijo Taichi. –Sí. La respeto mucho. –dijo Sora con admiración hacia su amiga. No debía ser fácil criar sola a una niña. –Tú también te mereces respeto. Antepones tu vida en beneficio de los hijos de otras personas. –dijo Taichi. –No estoy anteponiendo nada. –dijo Sora sonriendo. –Sí lo haces. –insistió Taichi. –Incluso con Takeru. –¿Qué quieres decir? –Quizás no lo hayas notado, pero a Takeru le gustabas un poco. –confesó Taichi. –Déjate de bromas. –dijo Sora. –Es cierto. –insistió Taichi. –Pero nunca me dijo nada. –dijo Sora. –Eso fue porque estaba al tanto de mis sentimientos y de alguna manera, nos contuvimos. –dijo Taichi. –¿Qué quieres decir con tus sentimientos? –preguntó Sora, que no se esperaba aquello. –Bueno, pues… –empezó a decir Taichi de manera nerviosa. –Significa que también me gustas. –Sí, seguro. Buena broma. –dijo Sora que no se creía ni una palabra. –Sí, una broma. –Taichi decidió dejarlo estar, aunque en el fondo no era ninguna broma. De repente, con el silencio, Sora escuchó algo. Se giró y abrió la puerta corredera, de la que cayeron su padre y su hermano. –¿Pero qué hacéis? –preguntó Sora. –¡Idiota! –dijo Haruhiko dándole calbotes a Daisuke. –Iba al baño. –dijo Daisuke huyendo casi despavorido. –¡Papá! –riñó Sora. –La pasta... –dijo el hombre intentando buscar una excusa que no se creería nadie. –Quería agradecerle a Taichi el haber cocinado esa pasta tan deliciosa.

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Yamato se encontraba en el Estudio Artwave. Salía del plató número 3 y cogió una lata de refresco de la mesa con bebidas que había allí para los trabajadores. –Señor Ishida. El jefe quiere verle arriba. –dijo Nishijima Daigo, que corría con un bolso deportivo detrás de Yamato. Daigo siempre vestía con una camisa nada discreta y una gorra. –Yamato metió la mano en el bolsillo del bolso y extrajo un par de fotos de una modelo en bikini. –Toma. Dijo que la llamaras. –dijo Yamato dándole el número de la modelo. –¿Qué? ¿No era para ti? –preguntó Daigo sorprendido. –Si quieres ser un profesional de verdad, no te emociones con cosas como estas. –aconsejó Yamato mientras rompía las fotos de la modelo y las tiraba delante de sus ojos. –Haz que te muestren lo real poco a poco. –Yamato se dispuso a subir hasta el despacho de su jefe. Por el camino, todo el mundo le saludaba. –Hey, Ishida. Estas son muy buenas. Me gustan–dijo Ken Ichijouji mostrándole las muestras de las fotos que había sacado en una de sus últimas sesiones. –Gracias. –agradeció Yamato. –¿Cómo te han ido las cosas últimamente?¿Tienes a la princesa contenta? –preguntó su jefe. –Ella está bien. –dijo cogiendo las muestras de fotos y yendo hacia su mesa. –Trátala bien. Es gracias a su padre que… –Lo sé, lo sé. –interrumpió Yamato. Ken cogió la carpeta negra de Yamato y miró las fotografías que había dentro. –¿Por qué traes estas fotos viejas? –preguntó Ken. Yamato le quitó la carpeta y la cerró llevándosela consigo. –Que tengas un buen día. –dijo Yamato. –Tú también. –respondió Ken.

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El Doctor Jou Kido presionaba en la zona abdominal de Tento mientras daba algunos golpecitos. –Inhala un poquito... –ordenó el doctor con la mano en la zona abdominal. –y exhala. Muy bien. Estás bien. Ahora la Doctora Takenouchi te revisará. –Cuando Sora fue a ocupar el lugar de Jou, el niño se bajó la camiseta para impedir que Sora la revisara. –Tento, ¿me dejas que revise tu estómago? –preguntó Sora, pero el niño no decía nada. –¿Te ha hecho perder confianza? –preguntó después Jou a Sora en el pasillo mientras miraban por una puerta acristalada a varios pacientes. –Bueno, qué se le va a hacer. En comparación con nosotros, estos niños tienen demasiado con lo que lidiar en sus vidas. Sin embargo, por más que hagas por ellos, hay niños a los que no podrás ayudar. Hay veces en las que no importa lo que hagas o las veces que lo intentes, su enfermedad no se curará. Tienen que combatir esa injusta realidad cada día. –¡Doctor, doctor, mire esto! –dijeron una niña y dos niños, enseñándole a Jou los dibujos que habían hecho. –¿Qué tenemos aquí? –dijo Jou mientras se agachaba a la altura de los niños y miraba los dibujos. –Guau, son muy bonitos. Os daré una recompensa por el esfuerzo.

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–El doctor Kido no habla mucho y a menudo tiene esa cara de temor, pero por algún motivo los niños le adoran. –explicaba Miyako a Sora en el control de enfermería de la sección e pediatría. –Doctora Takenouchi, tiene una visita. –dijo Hikari entrando al control. –¿Una visita? –dijo Sora, que no esperaba que la visitara nadie. –Es muy guapo y lleva una cámara. –informó Hikari. –¿Puedes decirle que ahora estoy muy ocupada? –pidió Sora, imaginándose quién podía ser.

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Sora salió y se dirigió a una zona común donde había una gran cristalera e incluso sombrillas de terraza debido al sol que daba allí. Era un lugar donde tanto trabajadores como visitantes solían utilizar para relajarse un poco. Desde allí, vio como Yamato salía del hospital. ¿Tanto tiempo había esperado?

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–Te ha dejado esto. –dijo Hikari, mostrándole la carpeta negra con el apellido Ishida. Sora la reconoció porque ya la rechazó una vez. –Me pregunto que será. –Será mejor que no lo abras. –advirtió Sora al ver que Hikari iba a abrir la carpeta. –Ese tipo es un pervertido. –¿Lo dices en serio? A mí no me ha dado esa impresión. –dijo Hikari. Finalmente, Hikari se puso a mirar el contenido de la carpeta. –¿Qué hay de pervertido en estas fotos? Entonces Sora, que no podía creer lo que oía, cogió la carpeta. Era un álbum con fotos. Algunas eran en blanco y negro y otras en color. El denominador común era que en todas salían niños de diferentes lugares del mundo. Se notaba que estaban sacadas con una cámara analógica. –Mira sus caras felices. –dijo Hikari mientras Sora también sonreía. –Deben de confiar mucho en el fotógrafo para salir así de contentos. En la última página del álbum venía un mensaje de Yamato. Me gustaría tomar fotos a los niños del hospital. ¿Podríamos hablarlo?

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–¿Sólo traes este equipaje? –preguntó Yamato a su madre, dejando un bolso sobre una silla. –Sólo estaré dos o tres días. –dijo Natsuko. –Deberías quedarte más tiempo. Aquí están todas las cosas de Takeru. –dijo Yamato abriendo la puerta de una habitación. Dentro había un montón de cajas. –Después de haber pagado el alquiler, me las dejó aquí. Natsuko miró con nostalgia al recordar a su hijo menor. Entonces el móvil de Yamato sonó. –Espera. –dijo Yamato saliendo. –Hola. Ah, eres tú. No, yo tampoco. Claro, no me importa. Mientras su hijo hablaba, Natsuko entró a la habitación y empezó a mirar las cajas donde su hijo pequeño había guardado sus pertenencias.

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Yamato llegó al parque donde le esperaba Sora sentada en un banco. Las flores de cerezo caían debido a la época en la que estaban. La pelirroja se levantó nada más verlo llegar y se inclinó mostrando su arrepentimiento por haberlo tratado como a un pervertido. –Retiro mis palabras. Retiro todo lo que dije sobre lo de que sentía pena por Takeru. –Sora sacó el álbum de su bolso. –Siento como si Takeru estuviera en estas fotos. Le he visto sonreír como en estas fotos muchas veces. –dijo Sora abriendo el álbum. –Su sonrisa siempre nos animaba muchísimo. Lo malentendí todo por lo que escuché de sus familiares. Después de todo erais hermanos. –¿De verdad? –dijo Yamato sonriendo. –Pero, ¿por qué en el momento de las linternas en el río…? –empezó a preguntar Sora. –Eso fue…Estaba hablando con Takeru. –dijo Yamato. –¿Cómo? –preguntó Sora, que no le veía ni pies ni cabeza a lo que estaba diciendo el chico. No podía ser. Takeru estaba muerto. –Hubo una vez en la que tuve que ir al extranjero por trabajo y escuché este mensaje mientras estaba en el aeropuerto. –dijo Yamato buscando el mensaje en su móvil mientras se acercaba a Sora para dejárselo. –No he sido capaz de borrarlo. Sora se puso el teléfono en la oreja para escuchar el mensaje de Takeru. Abrió la boca al reconocer la voz de su amigo. ¿Hermano? Soy yo, Takeru. Ahora mismo estoy ingresado en el hospital. Parece que tengo una enfermedad con la que no hay nada que hacer. Apesta. Tengo que comer unas insípidas gachas de arroz todos los días. Hermano, me apetece comer katsudon. Sora miró a Yamato al empezar a comprender por qué siempre le ofrecía ir a comer katsudon. Yamato tenía los ojos cerrados mientras las flores de cerezo caían. ¿Recuerdas cuando murió papá? Escuchamos cómo nuestros familiares discutían sobre quién se quedaría con la custodia de cada uno de nosotros. Y aunque mamá estuviera en contra de esa idea, nosotros no lo sabíamos y nos escapamos de casa porque no queríamos que nos separaran. Pero al tercer día un policía nos encontró. Supongo que fue mi culpa por ir tocando el silbato. Cuando lloraba en comisaría nos dieron comida. El katsudon que nos dieron estaba riquísimo. Quiero comerlo contigo una vez más. Últimamente he soñado mucho contigo, hermano. Cuando sueño contigo viajando alrededor del mundo, siento como si viajara contigo yo también. Cuando sueño que mi hermano vive como quiere, siento como si yo también fuera libre. En mi próxima vida, quiero vivir como tú, hermano. En mi próxima vida…Perdona. Estoy hablando demasiado y sólo es un contestador. Te llamo luego. Buenas noches. Sora bajó el teléfono lentamente. –Esa fue su última llamada. –dijo Yamato al ver que el mensaje había finalizado. –No tenía ni idea de la gravedad de su enfermedad, así que simplemente subí al avión. Cuando volví, él ya no podía ni hablar y, por supuesto, no había manera de que pudiera comer katsudon. –Yamato agachó la cabeza, recordando cuando lo visitó en el hospital. –Ya estaba intubado. Cuando cogí su mano, apretó la mía ligeramente. Sentí como si me estuviera diciendo adiós. Pensé que debía decirle algo, pero no pude decir nada. No supe qué decirle a mi moribundo hermano pequeño. Al final, lo último que comió fue las insípidas gachas de arroz. No pude hacer nada por él. –Yamato se giró. No era capaz ni de mirar a Sora a la cara. Entonces, escuchó un silbato que le resultó familiar y se giró. Sora tenía el silbato de su hermano. –Yo también. –dijo Sora. –Yo también tengo remordimientos por haber estado tan ocupada y no quedar con él. Fui incapaz de estar con él una última vez. Por eso decidí llevarme esto. –dijo Sora mostrándole el silbato. –Para no olvidar lo que él quería conseguir; para no olvidar lo que soñaba: la vida no va a esperarte, así que nadie sabe la respuesta a preguntas como “¿qué habría hecho en ese momento”? o “¿qué es lo correcto hacer en un momento así?”. Sólo podemos vivir el presente como un regalo, haciéndolo lo mejor posible. –Pero él no pudo vivir. –dijo Yamato. Sora negó con la cabeza. –Cuando vi a Takeru por última vez, estaba riendo. Se alegró porque había encestado la pelota en la canasta. Alguien que se ha rendido en la vida no podría sonreír por algo tan trivial como eso. Puede que hubiese creído que volvería a ver a su madre, a su hermano y a todos otra vez. Por eso no dijo nada a nadie. Takeru debe haber intentado vivir hasta el final. –Tal vez. –dijo Yamato, sonriendo a Sora. Sora volvió a hacer sonar el silbato. Después se acercó a Yamato y le devolvió el teléfono, el cual metió en el bolsillo de su chaqueta. –Eh, si le parece bien, ¿le gustaría ir a comer katsudon? –preguntó Sora sonriendo con timidez. –Claro. Vamos. –dijo Yamato sonriéndole de vuelta.

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–Gracias por la espera. –dijo la camarera del restaurante donde fueron a comer el katsudon. Yamato puso los palillos atravesados en el cuenco que habría sido el de Takeru. –Si estuviéramos en la línea Yamanote, ¿dónde estaríamos ahora? –preguntó Yamato mientras comían. –Quizás de Shibuya llegando a Shinjuku. –contestó Sora. –Entonces es poco. –comentó Yamato. –¿Cómo? Pero si son sólo unas cuantas estaciones. –dijo Sora. –Está Yoyogi, después Harajuku, oh, y Shibuya. ¿Qué? –preguntó Sora al verle sonreír. Pero Yamato no dijo nada. El móvil del chico empezó a sonar. Dejó el cuenco, lo sacó de su chaqueta y miró el mensaje que le había llegado. ¿Puedes recogerme en el Hotel Grande? Maki. –Lo siento. Tengo que irme. Te llamaré. –dijo Yamato levantándose no sin antes ir a la barra a pagar.

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Yamato conducía un todoterreno por las carreteras de Tokio. Acababa de recoger a Maki Himekawa. –Ha sido una fiesta muy aburrida. –comentó la chica somnolienta mientras se quitaba los pendientes. –¿Qué se le va a hacer? Estás ahí para evitar que otros hombres se aburran. –dijo Yamato. –Me pregunto por qué siguen intentando hablar conmigo si saben que estoy comprometida contigo. –dijo la guapa chica. –Quizás piensen que un simple fotógrafo no es lo bastante bueno para ti. –Qué grosería. –No es una grosería. Si tu padre no estuviera tan interesado en la fotografía no habría… –de repente Yamato vio una luz que le deslumbraba y frenó de golpe. Apoyo la cabeza en el volante porque tampoco se encontraba demasiado bien. –¿Qué ha pasado? –preguntó la chica. Yamato la miró y aunque sabía que se estaba quitando el cinturón, veía borroso. Varios segundos después, volvió a recuperar la nitidez de su vista y apoyó la cabeza en el reposacabezas, intentando recuperarse del susto. –Ojalá hubieras parado en un lugar con mejor vista. –dijo Maki de manera provocadora hasta darle un beso en los labios. No obstante, Yamato no tenía la mente en el beso precisamente. No después del susto que se había dado. Unos minutos después, llegaron con el coche a la casa de Maki. –¿Quieres entrar a ver a mi padre antes de irte? –preguntó Maki. –Esta noche no. Es tarde. –dijo Yamato. –Como quieras. Buenas noches. –se despidió Maki. Pese a que la chica ya había entrado en casa, Yamato no emprendió el camino a casa todavía. Se llevó la mano a los ojos, después encendió la luz interior y miró sus ojos por el retrovisor. Lo que vio lo dejó preocupado. La parte inferior de la pupila se volvió blanca.

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Pese a lo tarde que era ya, Jou Kido estaba en su oficina del departamento de pediatría hablando por teléfono. –Sí. Su hija está trabajando duro. –dijo Jou. –¿De verdad? Muchas gracias. –dijo Haruhiko al otro lado del teléfono. –No importa. Lo único que puedo hacer es echarle un ojo. –dijo el médico. –No hay nada más que pueda hacer para compensar a su familia. –¡Estoy en casa! –dijo Sora al llegar a casa. –Mi hija ha llegado. Si me disculpa voy a colgar. Muchas gracias. –dijo Haruhiko. –Bienvenida a casa, hija. Unos minutos después, padre e hija jugaban una partida al ajedrez mientras Daisuke se encontraba tumbado leyendo un manga. –Papá. –dijo Sora. –¿Cuál es la comida que te gustaría comer si fuera la última? –¿Qué me gustaría comer en mi última comida? –preguntó su padre, que no se esperaba una pregunta así. –Veamos, quizás lenguado o algún otro pescado. –¡No mientas! –gritó Daisuke incorporándose. –Cállate tú. –dijo el hombre mientras Sora se reía. –Quizás me gustaría comer el ochazuke que preparaba tu madre. –¿El ochazuke de mamá? –preguntó Sora. –Cuando llegaba a casa borracho, ella ponía una cara que daba miedo, y sin decir nada, lo dejaba preparado en la mesa para que lo tomara.

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Yamato llegó a su apartamento y dejó los zapatos en el genkan. –Bienvenido a casa. –dijo Natsuko en cuento escuchó la puerta. –¿Por qué estás despierta todavía? –preguntó Yamato. –Me pregunto si Takeru se enfadaría conmigo por mirar en sus cosas sin permiso. –dijo Natsuko haciendo caso omiso a lo que había preguntado su hijo. La mujer había abierto alguna caja revisando algunas de las pertenencias de su hijo pequeño. –Supongo que no importa. Eres su madre. –dijo Yamato. –Por más que miro y miro no entiendo las cosas, –dijo Natsuko cerrando una revista de baloncesto. –pero cuando pienso que es algo que ha dejado atrás no puedo evitar leer. Yamato se sentó junto a su madre y abrió otra revista de baloncesto. –Mira, esta página está marcada. –dijo la mujer mostrándoselo a su hijo. –Debía gustarle este jugador. –Natsuko pasó unas cuantas páginas más. –Oh, mira, aquí hay una mancha. Debió haber derramado café. Yamato dejó la revista y fue a abrir otra caja mientras su madre sostenía un balón de baloncesto. De la caja extrajo un bolso grande. En el bolso, Yamato encontró algo que llamó su atención. –Mamá. Es un billete de avión a Nagasaki. –dijo Yamato. –¿Qué? –La fecha es de justo después de que fuera hospitalizado. Planeaba volver a casa a verte. –Yamato siguió buscando en el bolso y sacó un neceser de baño. –Parece el bolso que iba a usar. Quizás pusiera todas sus pertenencias juntas para volver a casa, pero su condición debió empeorar de repente. La madre de Yamato veía el billete que habría llevado a su hijo a casa de no ser por esa fatídica enfermedad. El rubio encontró un paquete envuelto en papel de regalo. No dudó en abrirlo. –Es un regalo para ti, mamá. –dijo Yamato, dándole la caja a su madre. Dentro había una rebeca de color rosa palo. Natsuko se llevó la rebeca a la cara y empezó a llorar. –Bienvenido a casa, hijo. –dijo Natsuko, como haciendo saber a Takeru que ha recibido el regalo que le iba a dar.

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Sora se encontraba en un pequeño combini que había en el hospital ojeando unas revistas. Sonrió al encontrar lo que buscaba. Un librito de acertijos.

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–Mi cara y mi culo son rojos. Soy un maestro subiendo a los árboles. ¿Qué soy? –preguntó Sora a Tento, que estaba comiendo en su cama y no contestaba. El doctor Kido les observaba desde fuera. –¿No los has visto nunca, Tento? Están en el zoo. Quizás sea demasiado difícil.

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Yamato acompañó a su madre al aeropuerto. La mujer llevaba puesta la rebeca que le habría regalado Takeru. –Hasta aquí está bien. –dijo Natsuko a su hijo frente a las puertas por las que sólo podían entrar los pasajeros. –Cuídate. –dijo Yamato. Después le dio el bolso y una bolsa que llevaba para que la mujer no llevara todo el peso. –Gracias. –Natsuko se giró y entró a la zona de pasajeros mientras Yamato la veía irse –¡Lo siento! –gritó Yamato de repente. La mujer se giró al escucharle pedirle perdón. –¿Por qué tuve que ser yo quien se quedara viviendo? Natsuko dejó su equipaje en el suelo y fue rápidamente hacia su hijo pellizcándole en la cara. –¿Pero qué estás diciendo, tonto? –dijo Natsuko indignada. –Mamá. –Si vuelves a decir algo como eso no lo soportaré. –le riñó Natsuko. –¿Lo entiendes? –Yamato asintió con la cabeza mientras su madre le sonreía. La mujer volvió a coger su equipaje y Yamato la vio irse por segunda vez.

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Sora le colocó una vía a Tento y después le reguló el gotero. –Tengo la respuesta del acertijo de la última vez. –dijo Sora sentándose al borde de la cama de Tento. –La respuesta es el tercer elfo. –Ve pensando en otro acertijo. –le animó Sora al ver que el niño asentía ante la respuesta de un acertijo que le planteó el día anterior. Sora se giró para revisar al niño que estaba en la cama siguiente a la de Tento. El niño miró a Sora. Después de revisar a los niños, Sora andaba por la planta baja del hospital. Allí vio a Yamato, que parecía buscar algo. Yamato retomó su camino y cuando Sora iba a llamarle, su compañero Shin la llamó a ella. –Doctora Takenouchi. –Sora se giró y se dirigió hacia su compañero. –Tiene algo en la espalda. Sora pasó su mano por varios sitios de su espalda hasta que despegó algo. Era una pegatina del rey de los acertijos. Sora sonrió y la pegó en su carpeta. Después recordó que había visto a Yamato y se giró, pero el chico ya no estaba.

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El doctor Koshiro Izumi revisaba la vista de Yamato en un aparato en el que el paciente tenía que apoyar la barbilla. –Ahora que lo pienso, el otro día, el fondo de la pupila tomó forma de una luna creciente blanquecina. –dijo Yamato después de haber revisado la vista en la máquina. –¿Tenía esta forma? –preguntó el doctor enseñándole una foto de un ojo. –Sí. –dijo Yamato. Tras decirle eso, el doctor le revisó la boca. –¿Qué es? –Hay una posibilidad de que sea la enfermedad de Behçet. –contestó el doctor. –¿Behçet? –Hay muchos síntomas, pero en tu caso, hay una inflamación ocular. Es el más obvio de los síntomas. En el peor de los casos, perderás la vista.

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En la vida hay veces en las que no podemos cumplir nuestras promesas. Hay veces en las que el amor no florece. Hay veces en la que los sueños no se hacen realidad. Vivimos la vida a tientas, intentando resolver un enigma que no tiene respuesta. Si mañana alguien que amas fuera a morir, ¿qué comida deberías darle por última vez? Si mañana alguien que amas fuera a perder su voz, ¿qué palabras te gustaría escucharle decir por última vez? Sora salió de la zona de pediatría después de haber atendido a todos los niños. Al salir, vio bajar por las escaleras mecánicas a Yamato, que se dirigía hacia la salida. Si mañana alguien que amas fuera a perder la vista, ¿cuál debería ser el último reflejo en sus ojos? Continuará…
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