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Yamato despertó sobresaltado y empapado en sudor al tener una pesadilla. La pesadilla que había tenido tenía relación con el posible diagnóstico que le había dado el doctor Koushiro Izumi: la enfermedad de Behçet. –¿Qué pasa? –preguntó Maki a su novio entrando a la habitación al escuchar el grito del rubio. –Nada. –dijo Yamato todavía intentando recuperar el aliento. –Te llevaré a casa. –No importa. Mi padre me volverá a regañar por molestarte. –dijo Maki. Cuando ésta apartó la cortina, la luz deslumbró a Yamato y le molestó un poco. –No hay problema. –dijo Yamato intentando quitarle importancia. –Tienes unos bultitos en la parte trasera del cuello. Debe ser el estrés por mis egoístas demandas –dijo Maki realizando su propio diagnóstico. Yamato se llevó una de las manos al cuello automáticamente. Efectivamente, notaba unas pequeñas protuberancias. –Hasta luego. Una vez que su novia se hubo ido, Yamato se levantó, salió al salón y cuando fue a coger el móvil, erró al cogerlo, dándose cuenta al instante que el teléfono estaba justo al lado.00000000
Yamato entraba en el estudio fotográfico seguido de su discípulo Nishijima Daigo. –¿A qué hora es la sesión? –preguntó Yamato. –A las once. –contestó Daigo.00000000
En el hospital, a Yamato le realizaban un análisis de sangre. –Quiero saber la dimensión del problema. –dijo el doctor. Una vez que le sacaron sangre, el doctor empezó a hacerle otra prueba. –Coloca la barbilla y la frente en estos soportes. –¿Habremos acabado a mediodía? –preguntó Yamato. –Mire al fondo derecho diagonalmente. –indicó el doctor sin contestar. Tras esa prueba, el doctor Izumi iluminó el ojo de Yamato con una pequeña linterna para revisarlo. Después de lo que a Yamato le pareció un rato interminable, el doctor concluyó con las pruebas médicas. –Después de todas las pruebas, le puedo confirmar que se trata de la enfermedad de Behçet. –Enfermedad de Behçet. –dijo Yamato pensativo. –Ni siquiera puedo recordar ese nombre. –Rara vez nos cruzamos con una enfermedad como esta. –confesó Koushiro. –Los principales síntomas son aftas bucales y algún problema dermatológico como le ha ocurrido a usted. Puede haber otros síntomas que en principio parece que no se han manifestado. Yamato recordó algunas llagas que tenía en el interior de su boca y también los bultitos del cuello. –Habrá una hemorragia en la zona de la base del ojo y una vez que estos síntomas se muestren, el tejido se inflamará en esta área en la que se extienden los vasos sanguíneos alrededor del ojo. –explicó el doctor mostrándole una foto de un ojo que solía usar el doctor para explicar las cosas a sus pacientes. –La inflamación irá acompañada de la hemorragia y su visión se deteriorará al destruir la retina. Al final, podría perder la visión. –¿En serio? –dijo Yamato mirando su reloj. Si el doctor no acababa llegaría tarde a la sesión fotográfica. –En su caso, señor Ishida, al observar la evolución de la inflamación… –¿Se puede curar, verdad? –interrumpió Yamato, preocupado por llegar tarde a la sesión de fotos. –Es una enfermedad rara. El virus se calmará en cuanto destruya los ojos. En otras palabras, en el momento en el que ya no pueda ver. –¿Puedo irme ya? Tengo trabajo que hacer. –preguntó Yamato después de una larga pausa. –Comprendo. Venga mañana. –dijo el médico. –¿Podría venir mejor en dos semanas? –preguntó Yamato. Pero el médico le echó una mirada casi fulminante. Al doctor le sorprendía que su paciente estuviera más preocupado por su trabajo que por su salud, sobre todo después de decirle que se iba a quedar ciego. –Señor Ishida. No quiero que suene a amenaza, pero ¿podría tomarse su enfermedad más en serio? –Pienso en ello. –dijo Yamato. –Para la semana que viene puede ser que ya no vea más. –dijo el doctor duramente.00000000
Una vez que preparó la cámara, Yamato daba indicaciones a las modelos para ser fotografiadas bajo la atenta mirada de su discípulo. –Acércalo a sus ojos. –ordenó Yamato a los de iluminación. –Sí señor. –Que alguien rellene ese hueco. –dijo Yamato. –¡Sí! –dijeron dos encargados del decorado. Por fin, pusieron música para realizar las fotos. –¡Mirad a cámara! –dijo Yamato indicando a las modelos lo que tenía que hacer. –¡Moveos alrededor! Genial. –El señor Ishida parece muy entusiasmado. –dijo Daigo a Ken Ichijouji, que observaban la sesión fotográfica. –Sí, parece que lo está haciendo muy bien. Yamato dejó la cámara del trípode y cogió otra con la que él se pudiera mover y sacar fotos más dinámicas desde otros ángulos. –¿Qué pasa con aquella sesión de la portada de la chaqueta de la que hablamos? –preguntó Yamato una vez finalizada la sesión de fotos. Se encontraba con Ken en la planta de arriba, donde ambos tenían sus mesas. –Parece que tu horario se ha saturado un poco, así que había pensado en aligerarlo asignándoselo a otro fotógrafo. –explicó su jefe. –No me importa. Sea lo que sea, resérvamelo. –dijo Yamato. –¡Vaya! Es bastante inusual que te enrolles tanto. –dio Ken sorprendido. –Sacaré fotos de hasta bodas rancias, si quieres. –dijo Yamato cogiendo su mochila para marcharse.00000000
Sora iba montada en el autobús hacia su lugar de trabajo. Después de unos minutos, la pelirroja bajó en la parada y subió las escaleras hacia un puente que debía cruzar. Hay un término llamado “dolor fantasma”. Es una ilusión en la que a menudo suelen caer las personas a las que les amputan una pierna. Sienten dolor y picor donde deberían tener la pierna. No tiene remedio, pero sienten que su pierna sigue ahí. Supongo que nadie quiere creer en la desgracia que les sobreviene. Cuando llegaba al otro lado del puente, vio a Yamato que parecía volver del hospital, pero iba subiendo las escaleras con los ojos cerrados para cruzar el puente torpemente. Vio que dos personas que bajaban intentaron apartarse, mirándolo como si estuviera loco. Nuestros corazones no son lo suficientemente fuertes como para aceptar fácilmente un presente que es diferente de ayer, un mañana que es diferente de hoy. Yamato, a tientas, se había chocado con una persona que lo miró con mala cara porque no entendía que hacía ese lunático subiendo la escalera con los ojos cerrados. Pese a ello, el rubio no abrió los ojos, se recolocó la mochila que casi se le cae en el hombro y siguió subiendo la escalera. Cuando llegaba al final, Yamato dejó demasiado pie fuera del último peldaño y fue a caer, pero alguien le sostuvo. Al abrir los ojos, se encontró con la mirada preocupada de Sora. –¿Qué estás haciendo? –preguntó confusa. –Practicar. –dijo Yamato después de una pausa, ya que no se esperaba encontrarse con ella. –¿Practicar? –preguntó todavía más confusa mientras Yamato se recolocaba su mochila. Somos los únicos seres de la Tierra que temen al mañana. Yamato y Sora se fueron hacia el hospital del que volvía Yamato. Se encontraban tomando algo en la zona de descanso del centro. –Los fotógrafos cultivamos nuestros sentidos así. –dijo Yamato, que no había encontrado mejor excusa que decirle a Sora. –¿Has venido a visitarme, verdad? –preguntó Sora. –Vaya, eso es muy atrevido por tu parte. –dijo Yamato. –¿Pero qué dices? La última vez dijiste que querías fotografiar el departamento de pediatría, así que pensé que habías venido por eso. –Es cierto. –dijo él. –Deberías preguntarle al jefe de departamento en lugar de a mí. –dijo Sora. –No, ya tengo permiso del hospital. Siempre que a los pacientes no les importe puedo fotografiarles. –dijo Yamato. –Pero el jefe responsable de pediatría parece estar en contra. –Es el doctor Kido. –dijo Sora. –Es mi supervisor. –¿En serio? Ni siquiera quiso reunirse conmigo diciendo que no puede dejar entrar a nadie que no esté relacionado con los pacientes. –dijo Yamato. –Si te conoce, creo que te rechazará todavía más. –dijo la pelirroja. –¿Podrías pedírselo por mí? –preguntó el rubio. –Eso es imposible. –dijo Sora, que casi se ahoga mientras bebía y escuchaba esa ocurrencia. –Venga, es ahí donde puedes usar algo de tu belleza y encanto. –dijo el fotógrafo. –Tengo que ir a atender a los pacientes externos. –dijo Sora levantándose. –Pero estamos en medio de la charla. –se quejó Yamato. –Tú mismo la dejaste a medias la última vez. –se defendió Sora, refiriéndose al día en que fueron a comer katsudon. –Ya, ¿por eso estás enfadada? –preguntó Yamato. –No estoy enfadada. –Lo siento mucho, pero mi novia me llamó. –se justificó Yamato. –Bueno, es más medio trabajo más que una novia. –Pero acabas de decir que es tu novia. –Bueno, supongo que es medio novia, más que trabajo. –intentó rectificar Yamato. –¿Qué? –preguntó Sora, que no entendía nada. –Para que lo entiendas, es la hija del mayor patrocinador en mi trabajo. –¿Entonces no te gusta? –Por eso es “medio”. –dijo Yamato. –No lo entiendo. –¿Tan difícil es de entender? –No lo entiendo. Es absurdo, una pareja que es mitad trabajo, mitad amor. –Le ocurre a todo el mundo continuamente. –dijo Yamato. –Podría ser medio matrimonio, medio amor o mitad pena, mitad amor. –Si pones leche en el café, ya no es café, es café latte, ¿no? –Puede ser café con leche. –Bueno, no me importa cómo lo llames, pero si es una mitad, no creo que sea una relación. –sentenció Sora. –¿Entonces puedes decir que has estado en una relación que no era latte? –Tengo que ir a las consultas. Si me disculpas. –dijo Sora dando por finalizada la conversación. –¡Espera! –pero Sora hizo caso omiso.00000000
En uno de los ascensores del hospital se encontraba el doctor Jou Kido, que no desaprovechaba cualquier momento para revisar informes y otro doctor del área de oftalmología. En una de las paradas que realizaba el ascensor, subió el doctor Koushiro Izumi. –Hola. –saludó Koushiro. –Hola. –devolvió el saludo el doctor compañero de Izumi. –Por cierto, el paciente que revisamos, el señor Ishida, tiene la enfermedad de Behçet después de todo. –informó Koushiro a su colega. –¿De verdad? Es bastante inusual. –comentó el colega de Koushiro. El diagnóstico llamó la atención de Jou, que levantó la vista de sus papeles. –Si ese fotógrafo pierde la vista, probablemente no pueda volver a trabajar. –dijo Koushiro. Jou se movió incómodo. ¿Podría ser que se refiriera al mismo fotógrafo que había intentado pedir permiso para realizar fotografías en su departamento?00000000
–El nabe está realmente rico. –dijo Haruhiko. –Comer esto da alegría a la casa. –Es cierto. –dijo Taichi, que se encontraba cenando con la familia Takenouchi y también con Mimí y su hija Pal. –Pal. ¿Te gusta? –preguntó Haruhiko a la niña. La niña asintió con la cabeza. –Cómete también el cangrejo. –Por cangrejo, ¿te refieres a esta imitación de carne de cangrejo? –preguntó Daisuke. –Lo he hecho para ti, Pal. –dijo Haruhiko, haciendo caso omiso a su hijo. –Ya sabes, desde que esta hija mía… –¿Qué pasa con esta hija tuya, papá? –preguntó Sora interrumpiendo a su padre. –Bueno, pensaba que a la larga, acabarías así. –explicó el hombre señalando con la cabeza a Mimí y a la niña. En otras palabras, con hijos. –Espera un segundo. –dijo Sora boquiabierta. –Pal, quizás debería convertirme en la mujer de esta casa. –bromeó Mimí. –No digas esas cosas o mi padre se lo tomará en serio. –le dijo Sora a su amiga. –¡No! –dijo Pal. –¿No? ¿Tienes algún problema conmigo, Pal? –preguntó Haruhiko de manera cariñosa. –Tu peinado. –soltó la niña sin tapujos, ante la mirada divertida de los demás. –Pal, su peinado no es un pequeño problema. Es un gran problema porque ya no tiene pelo. –dijo Daisuke levantándose e intentando tocar la cabeza de su padre. –¡Cállate! –riñó el hombre a su hijo. –¡No te burles de la gente cuando está disfrutando un buen nabe! ¡Y no comas si vas a hablar así! –padre e hijo se pusieron a forcejear, llegando a romper un plato. –¿Por qué tengo que fregar los platos? –dijo Daisuke después de cenar. –Por causar alboroto. –dijo su padre, que se encontraba secando platos. –Fuiste tú quién rompió el plato. –se defendió Daisuke. –Cállate ya. –dijo el padre. –Ahh. –suspiró Mimí en la estancia de al lado. Sostenía a una durmiente Pal en sus brazos –Taichi, podrías independizarte ya y convertirte en un gran chef. –Eso es imposible. No tengo dinero para montar mi propio negocio. –dijo Taichi. –Primero debes encontrar un patrocinador. –dijo Mimí. –¿Un patrocinador? –preguntó Taichi. –Sí, ya sabes, como una vieja rica. –dijo Mimí. Esto le hizo recordar a Sora lo que le dijo Yamato sobre su media novia, o lo que fuera lo que tuviesen esos dos. –Entonces tendría que sacar a relucir todos mis encantos. –bromeó Taichi. –Así es. –dijo Mimí siguiéndole la broma. –Taichi, ¿serías capaz de salir con una mujer por una razón como esa? –preguntó Sora. –¿Por trabajo? –preguntó Taichi. –Imposible. –Eso pensaba yo. –dijo Sora. –¿Por qué lo preguntas?¿Conoces a alguien que sí? –preguntó Taichi. –No, no es eso. –negó Sora que no quería entrar en detalles. –Pero está mal hacerlo. –¿Tan raro es? –preguntó Mimí entonces. –¿Qué?¿Eres ese tipo de persona? –preguntó Taichi. –Creo que si eres un hombre, a veces puedes pensar así. –opinó Mimí. –¿Hablas desde tu propia experiencia? –preguntó Taichi. –Quizás. Él se casó por su empresa. –explicó Mimí refiriéndose al padre de Pal mientras le acariciaba la cara a la niña. –¿No estás enfadado con él? –preguntó Sora. –Bueno, él sabía mejor que nadie la tristeza que ese tipo de vida le iba a traer, y pese a todo la eligió. –dijo Mimí. –Eres muy madura, Mimí. –dijo Taichi con admiración.00000000
–¿No pesa mucho? –preguntó Mimí a Taichi, que cargaba a la niña a sus espaldas una vez que se iban a sus respectivas casas. –¿Cómo? –Ya sabes, cuando se queda durmiendo parece que pese el doble. –explicó Mimí. –Lo dices como si fuera la carga de tu vida. –dijo Taichi. –¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Mimí un poco enfadada. –Cada día de duro trabajo, esta niña crece más y más. Sólo pensaba en que la gente puede medir sus vidas de esa forma. –explicó Taichi. –Entonces es una vida de 16 kilos y 800 gramos. –dijo Mimí más tranquila. –Taichi, ¿no hay ninguna chica que te guste? –¿Por qué preguntas eso de repente? –preguntó Taichi. –No hay razón para que lo escondas. –dijo Mimí, que era muy intuitiva. –¿Sí o no? –Sí, pero no es correspondido. –dijo Taichi. –Ya veo. –dijo Mimí, que no quería agobiar más a su amigo. –Espero que funcione algún día.00000000
Yamato y Maki se encontraban en un bar de apariencia elegante y luz tenue tomando unas copas en la barra. De fondo sonaba la tranquila melodía de un piano. –¿Qué pasaría si no pudiera seguir trabajando en lo que hago ahora? –preguntó Yamato. –¿Qué harías? –¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Maki, que no entendía a qué venía esa pregunta tan enigmática. –Si hubiera alguna razón que me impidiera seguir haciendo lo que hago. –Ni siquiera me lo imagino. –contestó Maki sonriendo. –Porque si no fueras fotógrafo, ya no serías tú. –Eso es cierto. –dijo Yamato pensativo. –Significaría que todo lo que has conseguido hasta ahora, se desvanecería. –continuó Maki. –¿También se desvanecería el compromiso de matrimonio? –preguntó Yamato. –Bueno, supongo que mi padre al menos se opondría a la boda. –dijo Maki. –Probablemente. –dijo un pensativo Yamato antes de dar un trago a su bebida.00000000
El plató fotográfico estaba decorado con una cortina roja al fondo. Había un sofá rojo oscuro y junto a él un árbol sin hojas. –Pon un filtro rojo a ese foco. –dio instrucciones Yamato. –Vamos a potenciar el rojo. ¡Tanaka! ¿Puedes deslizar ese foco de forma más diagonal? ¡Bien, ahí! Tras dar las instrucciones pertinentes, fue a mirar por la cámara que estaba en el trípode para ver cómo quedaba el conjunto del decorado. Al mirar, justo en el respaldo del sofá, Yamato vio una mancha blanquecina. Cogió un paño y limpió la lente. Pero cuando fue a mirar de nuevo, la mancha seguía ahí. Se incorporó y se llevó una mano a los ojos al darse cuenta de que no se trataba de ninguna mancha en la lente de la cámara. –¿Qué hago con este foco? –preguntó Daigo con un foco que enfocaba directamente hacia la cámara. –Ahí está bien. –dijo Yamato en tono cansado al quitarse la mano de los ojos. –Pero aquí reflejará. –dijo Daigo extrañado. Es algo que sabría cualquier principiante en fotografía. Yamato miró al foco para colocarlo él mismo. Parecía enfadado. De repente, se tropezó con una caja y cayó al suelo, tirando con él un trípode. –¿Estás bien?¡Señor Ishida, ¿qué ocurre?!00000000
Aunque vivían en un mundo de fotos digitales, a Yamato de vez en cuando le gustaba sacar fotos a la antigua usanza. Después de recuperarse un poco del desvanecimiento que había sufrido en el plató, se encerró en una sala de revelado a tranquilizarse, aunque en vez de tranquilizarse, parecía más preocupado que antes.00000000
En la sala de observación pediátrica, los niños pasaban otro monótono día más. Mientras Miyako le cambiaba el vendaje a Matsuo, Shin y Sora entraron para echar un vistazo a los niños. –Parece que te encuentras mucho mejor. –dijo Sora a Matsuo. –¡No tiene sentido hablarle! –dijo Gabu, el niño del gorro azul, que tenía la cama justo al lado de Matsuo. –Es un pelmazo. –Gabu. –le llamó Sora la atención. Después de las revisiones, Sora se dirigió al control de enfermería. –Tienes una visita. –le informó Hikari. –Es el mismo chico de la última vez. ¿Es tu novio? –Ni hablar. –dijo Sora. Sora se dirigió a la zona donde estuvo la última vez con el rubio y se sentó. –Siento decirte esto después de que hayas venido tan a menudo, pero no es posible. –dijo Sora. –Por favor, realmente tengo que fotografiarles. –imploró Yamato. –Quizás puedas intentarlo en otro hospital… –¡No tengo tiempo! –gritó Yamato, incluso asustando a Sora. No entendía por qué estaba tan desesperado y nervioso. –Es imposible. –dijo Sora, tras una pausa. –Ya. Entiendo, gracias. –dijo Yamato abatido. Se levantó y cogió su mochila. Sora también se levantó. –Siento no haber sido de ayuda. –se disculpó Sora. –Iré con el médico ese directamente. –dijo Yamato emprendiendo su camino. –¡Espera! –dijo Sora. –No tienes de qué preocuparte. No diré tu nombre. –dijo Yamato antes de girarse hacia la pelirroja. –No es eso lo que me preocupa. ¿Vas a aprovecharte de esos niños? –preguntó Sora ante la mirada sorprendida de Yamato. –¿Vas a utilizarlos para impulsar tu carrera? Ya sabes, como hiciste con…tu novia. Lo siento. –se disculpó Sora tras una pausa. Quizás se había pasado al decir eso, y se marchó, ante la seria mirada del rubio.00000000
Después de acabar su turno, Sora subía la escalera para cruzar el puente. Arriba vio como Yamato parecía esperarla apoyado. Sora pasó por su lado decidida a ignorarle. –Takeru me elogió... –dijo Yamato, haciendo que Sora se girara ante la sorpresa y la mención de su amigo. –cuando le enseñé las fotos que te enseñé a ti. A Takeru le solían gustar ese tipo de fotos. Siempre me pedía que sacara ese tipo de fotos. El rubio y la pelirroja se fueron a un lugar más tranquilo. Acabaron en una zona de césped con pendiente. Más abajo, dos niños y una niña intentaban volar unas cometas. Yamato se sentó mirando al horizonte, pero Sora permaneció de pie mirándolo a él. –Cuando estás vivo, no todo es bueno. Hay momentos malos y lugares tristes. La gente pasa malos momentos en lugares tristes. Pero no es todo lo que hay en esos lugares. Creo que hay algo como la esperanza. Quiero encontrar esa pequeña luz que existe incluso en un lugar tan oscuro como ese. Quiero tomar fotos que sirvan de guía en momentos de oscuridad. Quiero tomar fotos que sean como cartas de ánimo que escribirías a alguien. Después de que muriera Takeru es lo único en lo que podía pensar. Quiero sacar el tipo de fotos que le gustaban a mi hermano una vez más. Pero siento haberte puesto en el compromiso. Como dijiste antes, puede que haya gente que piense que estoy utilizando a los niños. –Yamato, ¿alguna vez te has sentido triste? –dijo Sora acercándose al rubio. –¿Qué? –Le dije a mis amigos que conozco a alguien que sale con una persona por motivos laborales. –Eso es horrible. –Mi amiga dijo que entonces esa persona está triste. –explicó Sora. –Es una buena amiga. –opinó Yamato. –¿Por qué no me la presentas? –No lo entiendo. –sonriendo ante la ocurrencia del rubio y sentándose cerca de él. –¿Por qué te exiges tanto a ti mismo? –Porque ya no seré yo. –contestó Yamato ante la mirada atónita de Sora. –Si dejo la fotografía, ya no seré yo. –Yo no lo creo. –opinó Sora. –A pesar de lo que hagas o no, eres quien eres. ¿Me equivoco? –preguntó Sora ante la mirada de Yamato. –Gracias. –se limitó a decir Yamato sonriendo. –¿Qué? –preguntó Sora confusa. –Nada. –Yamato miró a los niños que intentaban volar las cometas. –Son muy malos. Entonces el rubio se levantó y se dirigió hacia ellos. Sora vio cómo el rubio cogía una de las cometas de uno de los niños y le enseñó a volarla. No pudo evitar sonreír ante la imagen. Entonces el rubio se giró y le indicó con la mano que se acercara. Sora le hizo caso. –Sujétala fuerte, y déjala ir con el viento. –indicó Yamato a uno de los niños, al cual le ayudaba por detrás. –Eso es. Sora se encontraba con la niña, intentando volar la cometa. Al ver que Sora iba a perder el control del hilo, Yamato se acercó rápidamente por detrás y la ayudó a sostenerlo. –Espera, espera. Ahí. –dijo Yamato retomando el control de la cometa. –Mañana intentaré hablar con el doctor Kido sobre las fotos. –dijo Sora mientras miraban la cometa que sostenían juntos. Entonces se miraron. –Creo que entiendo lo que me has dicho antes. Hace mucho tiempo hice una promesa a alguien. –¿Una promesa? –preguntó Yamato. Pero la cometa demandaba su atención, haciendo que sus manos se tocasen. –Suelta un poco más de hilo.00000000
–Ya estoy en casa. –dijo Sora. Esa tarde lo había pasado muy bien con las cometas y con cierto rubio. –¡Bienvenida a casa! –dijo Taichi con la boca llena y pasándole un plato a Daisuke. –Ya estoy cenando aquí otra vez. –Si sigues así, estos de aquí te harán su criado. –dijo Sora refiriéndose a su padre y a su hermano. –Jajaja, hace un rato papá le obligó a aprender a usar la arrocera. –dijo Daisuke. Haruhiko se unió a las risas de su hijo. –Pero fue muy interesante. –añadió Taichi. –¿Ah, sí? Entonces, de ahora en adelante deberías usar un delantal cuando cocines. –bromeó Daisuke. –¿Ves? La persona con la que te cases debe tener un trabajo estable. –dijo Haruhiko a Sora de repente. –¿Y por trabajo estable te refieres a la tienda de arroz? –preguntó Sora, que ya se empezaba a oler por dónde iban los tiros de su padre. –O quizás un cocinero también estaría bien. –Taichi y Sora se miraron. –¿Pero qué dices? –preguntó Sora. –Ya sabes. A las mujeres que trabajan todo el tiempo se la juegan hombres de buen aspecto pero poco fondo. Es mejor que no acabes con uno de esos –dijo su padre. –¿De qué estás hablando? Contigo no hay manera. –dijo Sora dándose por vencida por las ideas de su padre. –Si tuviera tiempo para esas cosas preferiría descansar. Incluso así, tengo que tratar algo con el doctor Kido mañana. –esto último lo dijo más para sí que para los demás, pero lo suficientemente alto. –¿Qué quieres tratar con él? –preguntó su padre muy interesado. –Papá, no tiene nada que ver contigo. –dijo Sora sin querer dar explicaciones. –Esta muchacha se ha desviado del camino. –se lamentó Haruhiko, viendo cómo su hija se levantaba para marcharse a su cuarto. Entonces se giró hacia el altar de su mujer. –Mamá, ¿has oído eso? ¿Qué hago?00000000
–Hay algo sospechoso sobre ese tío de las fotos. –dijo Taichi mientras caminaba con Sora por la calle después de cenar. Taichi le acompañaba a un combini porque ella tenía que comprar algunas cosas y como le pillaba de camino a casa, fueron paseando hasta la tienda. –No vende fotos. Es fotógrafo. –dijo Sora, que le había dicho las intenciones de Yamato en fotografiar a los niños. –¿Estás segura de que no tiene una cremallera en su espalda? –preguntó Taichi haciendo reír a Sora. –¿Una cremallera? ¿Y qué habría dentro? –Un lobo. –dijo Taichi. –No es esa clase de persona. –dijo Sora defendiendo al rubio. Jamás se habría imaginado que acabaría defendiéndolo en una conversación. A Taichi le cambió la cara al escuchar la defensa de su amiga. –Ojalá pudiera conseguir el permiso, pero no las tengo todas conmigo y el doctor Kido a veces tiene una cara que asusta. Los dos amigos llegaron a la tienda. –Bueno, hasta luego. –se despidió Sora. –¿Te gusta? –preguntó Taichi abiertamente. –¿Qué? –preguntó Sora, que no se esperaba aquella pregunta. –El fotógrafo. –¿Pero qué dices? No es eso. –dijo Sora. –Oh, mierda. –se lamentó Taichi. –¿Taichi? –dijo Sora preocupada por la cara que puso su amigo. –Esto me saca de quicio. –siguió lamentándose el castaño. –¿El qué?¿He dicho algo que te moleste? –preguntó Sora ingenuamente. –Sólo estoy enfadado conmigo mismo, por no poder decirte que me gustas. –soltó Taichi. Sora se quedó paralizada. Pero de repente volvió a reír. –Bromeas de nuevo. –dijo Sora. Pero esta vez, el castaño no le siguió la corriente como la última vez que intentó confesarle sus sentimientos. A Sora le cambió la cara al ver que Taichi no estaba de broma. Sin más, Taichi siguió su camino, ante la mirada sorprendida de Sora. Taichi giró la esquina y Sora le perdió de vista. Unos cuantos segundos después, Taichi volvió corriendo. –¿Has visto un tipo aquí plantado con esta cara de idiota? –preguntó Taichi. –¿Qué? –¡Un chico con una cara como esta! –dijo Taichi señalándose su propia cara. –Taichi, eras tú. –dijo Sora, que no sabía a qué estaba jugando su amigo. –Tonta, era mi disfraz. Era mi impostor. –dijo Taichi. –¿Qué? –¡Todo lo que dije era mentira!¿Entendido? –dijo Taichi, ya que no era capaz de poner a Sora en ese compromiso. –¿Lo entiendes, verdad? –Sí. –asintió Sora. –Pues arreglado. Ten cuidado de camino a casa. Adiós. –se despidió el castaño antes de irse corriendo ante la mirada atónita de Sora. Después de correr un par de calles, Taichi se paró y siguió caminando, lamentándose de ser incapaz de hacer que Sora se fijara en él como algo más que su amigo.00000000
Yamato llegó agotado a su apartamento. Dejó la mochila en una silla y se sentó en el sofá. Cerró los ojos unos segundos y los volvió a abrir. Respiraba entre nervioso y preocupado. Se sentía tan solo que decidió llamar a su madre por teléfono. –¿Te acuerdas cuando fui a la tienda de la esquina y rompí todos los huevos? –preguntó Yamato a su madre. –Aquella tarde pensé que te enfadarías y no volví a casa hasta bien entrada la noche. ¿Me estás escuchando? –preguntó Yamato ante la ausencia de feedback de su madre. –Claro que te estoy escuchando. –dijo su madre desde Nagasaki. –No lo parecía. –dijo Yamato. –¿Ha ocurrido algo? –preguntó Natsuko, que intuía que algo no iba bien. –¿Por qué lo dices? –preguntó Yamato después de una pausa. –No es propio de ti hablar tanto. –dijo Natsuko. –Claro que no. –mintió Yamato. –¿Ha ocurrido algo, verdad? –insistió Natsuko, que no se creía ni una palabra de lo que había dicho su hijo. –Es sólo que he cometido un error en el trabajo. –volvió a mentir Yamato. –¿Eso es todo? –preguntó Natsuko más tranquila. –¿Qué quieres decir con eso? ¿Te parece bien que pierda mi trabajo? –Podría ser algo bueno. –dijo Natsuko para animar a su hijo, que parecía que se había creído esa excusa. –Eres muy fría. –dijo Yamato sonriendo mientras su madre reía. –Mientras estés bien, hagas lo que hagas me parece bien. –dijo Natsuko. Yamato no decía nada. Evidentemente, su madre había hecho ese comentario sin saber la enfermedad que se estaba apoderando de su hijo mayor. –¿Yamato? –Estoy bien. –dijo Yamato para no preocupar a su madre. –Entonces todo estará bien. –dijo su madre. Pero la mujer no sabía cuánto se equivocaba.00000000
Un nuevo día llegó a la ciudad de Tokio. Otro rutinario día en la sala donde permanecían bien atendidos unos pequeños pacientes. Todos estaban acostados en sus camas. Gabu giró la cabeza hacia la izquierda, mirando a Matsuo. Entonces, todos los niños se levantaron de sus camas y se pusieron alrededor de la cama de Matsuo. Sora, que llegaba en ese momento, se quedó mirando tras la puerta acristalada. –Mañana te vas a casa. –dijo Gabu. –Felicidades. –¡Felicidades! –dijeron el resto de los niños, extendiéndole alguna chuchería y algún dibujo. –¡Gracias! –dijo Matsuo alegre e incorporándose. –Esto son encantamientos que he atesorado siempre. Te protegerán. –dijo Gabu, dándole lo que parecían unas piedras de colores vivos. –Este es mi llavero favorito. Cuídalo. –dijo Agu Kenta, que era un gran aficionado al béisbol, ofreciéndole un llavero en cuya anilla llevaba un bate y una pelota de béisbol. Él era el mayor de todos los niños. –He hecho este dibujo para ti, espero que te guste. –dijo una niña. –Yo también he intentado hacerte un dibujo. –dijo otro de los niños. –Se parece a ti. –comentaron los otros. –Cuando esto se rompa, tus deseos se harán realidad. –dijo otro. –Y yo te regalo este libro, y también esta pegatina. –dijo Tento. –¡Gracias! –dijo Matsuo. Después de ver esa tierna escena entre los niños, Sora encontró el valor para buscar a su supervisor, al cual encontró en un pasillo. –¡Doctor! –entonces Jou se giró. –Tengo un favor que pedirle. –Sora abrió el álbum de Yamato. –Estoy segura que ya lo habrá oído, pero ¿cree que los niños podrían conocer al fotógrafo que realizó estas fotos? –Ya rechacé esa propuesta. –dijo Jou. –¿Por qué me trae esto? –Es por… –¿Qué tiene que ver con usted? –preguntó el doctor. –Quiero hacer un álbum de fotos para los niños. –dijo Sora. –¿Un álbum? –Sí. Durante el tiempo que permanecen sin ir al colegio, hacen amigos aquí. Y aunque no pueden merodear por ahí, hablan mucho entre ellos. Sólo quiero capturar esos momentos en un álbum para ellos. Por supuesto, si alguno de los niños no quiere, no lo haríamos. –No hay necesidad. –dijo Jou metiéndose las manos en los bolsillos. –Además, eso no forma parte de su trabajo… –Yo también lo pensaba. –dijo Sora interrumpiendo a su jefe. –¿Pero en un hospital sólo hay sufrimiento, tristeza y dolor? He visto sus sonrisas muchas veces. He visto que no olvidan sonreír mientras luchan contra la enfermedad. Quiero que cuando miren atrás, no sólo recuerden los malos momentos, sino que también hicieron buenos amigos con los que se animaban. ¡Se lo ruego! –Sora cerró el álbum y se lo ofreció a Jou. Entonces, el doctor miró el apellido que venía en el álbum y se le hizo familiar. ¿Dónde había escuchado ese nombre? Entonces recordó que fue en el ascensor, de boca del doctor Izumi. Sin más, se dio la vuelta y se fue sin coger el álbum. –Doctor… –le llamó Sora inútilmente, sorprendida de la frialdad que estaba mostrando su jefe. El doctor Kido se dirigió directamente al departamento de oftalmología y entró en la consulta del Koushiro Izumi. –¿Tienes un momento? –preguntó Jou. –Claro. –respondió Koushiro. –Es sobre el paciente con la enfermedad de Behçet del que hablabas el otro día. –Sí, el fotógrafo. –¿Cómo se llama? –Yamato Ishida. –respondió Koushiro consultándolo con el ordenador. –¿Hay algún problema con él? –No. Gracias. –dijo Jou antes de abandonar la consulta.00000000
Taichi se encontraba esperando a Mimí y a Pal. –¡Gracias por esperar! –gritaron Pal y Mimí llegando con prisa y cogidas de la mano. –Perdón por invitaros con tan poca antelación. –se disculpó Taichi. –¿Dónde está Sora? –preguntó Mimí. –¿No la has invitado?¿Está ocupada? –Puede que no sea capaz de invitarla más. –confesó Taichi. –¿Y eso? –No creo que pueda volver a ser su amigo. –dijo Taichi sin entrar en detalles. Mimí puso una cara seria. –Así que es eso. –dijo la castaña entendiéndolo todo. A Mimí no le hacía falta una gran explicación para saber qué le pasaba a su amigo. –Tengo hambre. ¿Por qué no nos vamos a comer? –¿Adónde quieres ir? –preguntó Taichi. –¿A un restaurante familiar? –sugirió Mimí sonriendo. –Claro. –aceptó Taichi. –Comeremos hamburguesas y camarones mientras te animamos. –dijo Mimí emprendiendo la marcha. –¡Perfecto! –dijo Taichi. –Invitas tú. –dijo Mimí. –¿Qué? –dijo Taichi con una voz que le salió una octava más aguda. Entonces cogió a la niña en brazos mientras reía. –Dice tu madre que invite yo.00000000
En uno de los tantos diminutos restaurantes de ramen que había por la ciudad de Tokio entró Haruhiko. Se dirigió hacia la barra, donde se encontraba el doctor Jou Kido y se sentó. –¡Bienvenido! –dijo el camarero, que hacía las veces de cocinero. –La cerveza de siempre y fideos udon. –pidió Haruhiko al cocinero. –¿Qué ha hecho la idiota de mi hija? –Nada, lo está haciendo muy bien. –dijo Jou mientras comía su ramen. El camarero puso la comida y la bebida a Haruhiko. –Qué coincidencia que acabara trabajando bajo tus órdenes. –dijo Haruhiko. –Debe de ser algo como el destino. Y ya lo sabes. Te lo dije la última vez. No nos tienes que compensar de ninguna manera. La muerte de mi esposa no fue tu culpa. El único culpable fue aquel medicucho que salió a beber cuando se suponía que estaba de guardia cuando la llevaron al hospital. Tú hiciste lo que pudiste, incluso para ser un recién estrenado médico residente. –Si hubiera tenido más habilidad, podría haberla salvado. –se lamentó Jou. –No intentes jugar esa carta. Mi mujer vivió su vida lo mejor que pudo dentro de sus posibilidades. –Si realmente me hubiera sentido responsable por ello, no sería médico. Sólo soy un cobarde. –Entonces bebe esto. –dijo Haruhiko ofreciéndole cerveza. –Tienes permiso para bebértela. –insistió levantando su vaso. –No has hecho nada malo, así que bébetela. Además, es de mala educación venir a un restaurante de fideos y no beber. –Estoy bien así. –dijo Jou. Entonces fue el padre de Sora el que dio un sorbo a su cerveza. –Respecto a Sora, quiero que esperes antes de contárselo todo. Todavía es muy joven y cuando piensa en una dirección, no es capaz de ver nada más. –pidió Haruhiko. –Debe haberlo sacado de ti. –dijo Jou con ironía. Haruhiko sólo rió antes de darle otro trago a su cerveza. –Está cumpliendo la promesa que le hizo a su madre. –explicó el padre de Sora, que empezó a recordar cuando ingresaron a su mujer. Flashback. En la cama estaba su ya débil Toshiko. Él permanecía detrás de su hija Sora que tendría unos 12 años. En pie, apartado en la habitación, un joven Jou Kido en el cual Sora ni se fijó. –Sora. –llamaba Toshiko ya muy débil. Con el apoyo de su padre, se acercó a la cama de su madre. –No llores, sonríe para mí. –Sora negaba con la cabeza a punto de llorar. –Mamá siempre te estará mirando, Sora, así que, sonríe, por favor. Muéstrame tu sonrisa. –Por fin, aunque con mucho dolor, Sora le mostró su sonrisa más bonita. –Eso es, prométeme que sonreirás siempre así. Fin del flashback.00000000
Sora, que tenía guardia esa noche, al estar todo tranquilo se puso a mirar el álbum de Yamato. No paraba de sonreír viendo esas fotos. Miró la hora y cerró el álbum. Era hora de hacer la ronda y comprobar que todo estaba bien en la sala donde estaban los niños ingresados. Por su parte, el doctor Kido entraba al hospital mientras recordaba todo lo que le había dicho Sora. La joven médico llegó a la sala de los niños pero algo no cuadraba. La sala estaba abierta. Allí se encontró con el doctor Kido. Mientras tanto, los niños dormían tranquilamente. –Doctor Kido. –dijo Sora, que no esperaba encontrárselo allí. –¿Ha ocurrido algo? –Mañana Ryusuke Matsuo dejará el hospital. –dijo el médico, mirando todos los regalos que había recibido de los otros niños. –Sí, lo sé. –Estos niños llevan poco tiempo aquí y quizá lo olviden en el futuro. Pero ahora mismo son amigos. –el doctor se levantó y se dirigió hacia la puerta. –Mañana, podríamos tomarnos una foto de recuerdo. Necesitamos un fotógrafo. ¿Conoces a alguno? –¡Sí! –asintió Sora. Jou le indicó a Sora que callara con el dedo. Sin darse cuenta, la pelirroja había alzado la voz y podría haber despertado a los niños. –Lo siento. –Pero esto no significa que haya permitido las fotografías. –advirtió Jou. –Vamos a ver cómo funciona mañana y a partir de ahí ya discutiremos sobre el tema. –¡Sí, muchísimas…! –Jou volvió a indicarle que callara. Sin darse cuenta, Sora había vuelto a alzar la voz de la emoción. –gracias. –diciendo esto susurrando. –Si me disculpa. El doctor vio cómo Sora sonreía, tal y como le había prometido a su madre.00000000
Después de su encuentro nocturno con su jefe, Sora se fue directamente al teléfono del control de enfermería del departamento. –No puedo decirte nada oficialmente, pero ¿podrías venir mañana a hacer una fotografía? –preguntó Sora. En el apartamento de Yamato, un vaso con un cubito permanecía volcado, mientras las gotas caían por el borde de la mesa hacia el suelo. –Entiendo. –dijo Yamato con voz débil y cansada. –Allí estaré. Gracias. Yamato colgó. Se encontraba tirado en el suelo apoyado en la parte baja del sofá.00000000
–Siento que nos tengas que acompañar a casa. –dijo Mimí a Taichi. –No puedo dejar que dos frágiles señoritas se vayan solas a casa a estas horas. –dijo Taichi, refiriéndose a su amiga y a Pal. –¿Quieres tomar un té? –ofreció Mimí. –No es la gran cosa, pero puedo hervir agua. –¿Pero qué dices? –dijo Taichi riendo. Entonces, a Mimí se le borró la sonrisa de la cara al ver quién la observaba desde un coche oscuro. A Taichi también se le borró la sonrisa al ver el cambio brusco que sufrió Mimí. Mimí miró a su hija, que miraba seria a aquel señor que las observaba desde el coche.00000000
Al día siguiente, mientras recogía las cosas de su hijo, la madre de Matsuo daba las gracias a Shin por las atenciones que había recibido. –Doctora, muchas gracias por sus cuidados. –volvió a dar las gracias cuando entró Sora. –Me alegro de que se haya recuperado. Felicidades. –contestó Sora restándole importancia. –¿Es cierto que nos van a sacar una foto? –preguntó Matsuo, que todavía llevaba la venda en la cabeza y unas muletas que le ayudaban a caminar. –Me tenéis que enviar una copia. –Cuenta con ello. El fotógrafo vendrá pronto, así que tenéis que mostrar vuestra mejor sonrisa, ¿de acuerdo? –¡Sí! –gritaron animados todos los niños.00000000
Yamato llegaba en ese momento al hospital, cargando una mochila donde llevaba su cámara. Se detuvo junto al cartel que indicaba la dirección del departamento de pediatría. El rubio estaba muy serio y pensativo. –Señor Ishida. –escuchó entonces cómo el doctor Izumi le llamaba.00000000
–Lo siento mucho. –se disculpaba Sora con la madre de Matsuo, que esperaba pacientemente a que llegara el fotógrafo. –Por favor, espere un poco más. Creo que llegará pronto. –Está bien. –dijo la madre de Matsuo. Por suerte era una mujer muy amable. –¿Todavía no ha llegado? –preguntó Miyako a Sora mientras portaba dos soportes con ruedas para goteros. –Me pregunto si le habrá pasado algo. –dijo Sora.00000000
–Ocurrirá en unos tres meses. –dijo Koushiro a Yamato en su consulta de oftalmología. –Tener esta enfermedad no significa que tenga que perder la visión necesariamente. Pero los que la pierden, algunos la pierden inmediatamente, mientras que otros pueden tardar incluso veinte años en perderla totalmente. Es una cuestión de probabilidad. No obstante, en su caso, debido a la inflamación severa, en el peor de los casos perderá la visión en unos tres meses aproximadamente. Yamato miraba de manera ausente. Cada cosa que decía el médico era como puñaladas que lo debilitaban más y más. –Los tratamientos no parecen que funcionen demasiado bien. –admitió Koushiro. –Le prescribiré algunos medicamentos con inmunotoxinas. Puede que tenga algunos efectos secundarios, pero reducirá el número de ataques. –Si tomo eso, ¿me curaré, verdad? –preguntó Yamato con esperanza, ya que era a lo único a la que se podía aferrar en ese momento. –Sólo servirá para contener los síntomas. –dijo el doctor tras una pausa, consciente de que había aniquilado todas las esperanzas que tenía su paciente. Esta era la parte que menos le gustaba de su trabajo. –¡Entonces vuelvan a examinarme! –gritó Yamato enfadado. –Debe haber alguna posibilidad de que se haya equivocado en el diagnóstico. ¡Examíneme una vez más! –Señor Ishida... –dijo Koushiro manteniendo la calma, consciente de lo difícil que es de aceptar una noticia así. –¿Tres meses? Esto es ridículo. ¿Qué clase de broma es esta? –interrumpió Yamato con desesperación. –¡No tiene sentido! Debe haber alguna manera de curarme. –Por desgracia, hay muchas limitaciones en el tratamiento de esta enfermedad. –informó Koushiro. –¿No puede hacer nada con cirugía? –preguntó Yamato. El doctor se limitó a negar con la cabeza. –Esto es ridículo.00000000
–¡Adiós! –se despedía Matsuo ya vestido con su ropa de calle y sus muletas. El resto de niños y el equipo que le atendió se despidieron de él en el pasillo. –Volvamos a la habitación. –dijo Miyako una vez que perdieron a Matsuo de vista. –A final no ha venido. –dijo Hikari a Sora y Miyako. –Las personas que trabajan en esos campos tienden a ser descuidados e impresentables. –dijo Miyako. Después de la marcha de Matuo, Sora se disponía a bajar a tomar un descanso. Entonces, vio en la planta baja a un cabizbajo Yamato que andaba con paso lento hacia la salida. Sora trató de seguirlo, llegando a salir al exterior del centro hospitalario. El hecho de que ella estuviera en el piso de arriba le había dado ventaja al rubio para desaparecer. Todos hemos comprado un billete para ser pasajeros de un tren que va hacia los sueños. Sora fue corriendo hasta llegar a la pasarela peatonal que solía cruzar todos los días. Entonces vio que Yamato estaba llegando al final de la escalera para cruzar la pasarela. Seguía cabizbajo, hasta tal punto que su bolso donde llevaba la cámara cayó de su hombro. Pero al rubio pareció no importarle. –Se le ha caído algo. –dijo un hombre que se disponía a bajar la escalera. Pero cuando la línea de tren termina, en la vida a veces debemos hacer trasbordo. Sora fue corriendo hacia el bolso, cogió la cámara y el bolso y subió la escalera para alcanzar al rubio. –¡Yamato! –llamó Sora mientras este cruzaba el puente. Yamato se detuvo sin mirarla. –Se te ha caído esto. Siento haberte pedido lo de la foto tan tarde. Parece que no pudiste llegar a tiempo. Al final sacamos la foto de recuerdo con la cámara mala de un móvil, no te preocupes. Sobre el álbum, el doctor Kido dijo que lo hablaríamos más tarde, así que cuando te venga bien... –entonces Sora vio a Yamato negar con la cabeza. –Olvida la conversación. –dijo Yamato. –¿Qué? –preguntó Sora confusa. Yamato empezó a caminar de nuevo. –¡Espera un momento! ¿Qué quieres decir con que me olvide? –preguntó Sora poniéndose delante de él. –No voy a sacarles las fotos. –se limitó a decir Yamato. –No hay ningún permiso formal, pero parece que el doctor lo está reconsiderando. –dijo Sora. –No sé mucho de fotografía pero me gustan las fotos que sacas. No sé cómo explicarlo, pero siento celos de tus ojos. Pienso que aunque los dos seamos humanos, tienes unos ojos realmente puros y que el mundo debe parecer muy bonito a través de ellos. Quiero ver lo que tú ves en esos niños a través de tus fotos. Así que, no digas que no sacarás las fotos. No te rindas. –No es que me haya rendido. –dijo Yamato con voz débil. –¿Qué? –Simplemente me he dado cuenta de que no tiene sentido hacer un trabajo que no va a producir ningún beneficio. –dijo el rubio sonriendo. –No merece la pena. –entonces, Yamato le cogió el bolso de la cámara y siguió su camino, dejando a una Sora helada. No se esperaba unas palabras tan frías como esas. –¿Por qué? ¿Por qué? –se preguntaba Sora, que no podía asimilar lo que dijo Yamato. Sora se giró y vio como Yamato ya había bajado las escaleras del puente. Iba con paso más decidido que antes, no parecía la persona abatida que había visto antes. En la estación de tren de hoy, pasamos del tren de ayer al tren de mañana. Pero si perdemos ese tren… Continuará…