ID de la obra: 954

La mentira que debemos contarnos

Femslash
PG-13
En progreso
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 16 páginas, 6.705 palabras, 3 capítulos
Descripción:
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Diez latidos

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La torre de Urithiru: Antes su hogar, ahora su jaula. La jaula más hermosa en la que podría vivir. Desde que la apresaran, su tiempo se había dedicado a la investigación. Como reina, debía buscar enviar un mensaje a su marido. Escapar para ayudar al Hermano a incrementar sus protecciones. Como erudita, no podía evitar sentirse plena tras tanto tiempo apartada de la parte más pura de la investigación. Las frías paredes no necesitaban fabriales para resultarle cálidas. Sentada en su escritorio, teorizaba sobre luz y sonido. Tormentas y vacío. Los fabriales potenciales que podrían derivar de ambas luces. La mayoría de las ideas se encontraba en su cabeza. Solo plasmaba algunas en el cuaderno. No podía otorgar a sus dibujos el arte de Shallan, pero como ingeniera fabrial no necesitaba arte. Sus diseños eran directos. Cargados de referencias que abrirían caminos a nuevas investigaciones y aplicaciones. Una puerta se abrió a su espalda. Mantuvo la compostura. Silencio. Siguió con sus bocetos, tratando de aparentar serenidad. Pasos. Una cadencia armoniosa. Un rítmico bamboleo en el movimiento. Un canturreo cada vez más cercano. Se detuvo tras de sí. Le observaba, el peso de unos intensos ojos rojos sobre su nuca. Era el momento. Comenzó a alterar su trazo, cambiar unas anotaciones. El diseño, el boceto que tanto tiempo le había llevado, no se terminaría. Sería un fabrial sin gema. Desde atrás, un cuerpo se posó suavemente sobre ella. Una respiración armónica en su oreja. Una mano que acarició el dorso de la suya, tomando la pluma. Una mano grande y delicada. Una mano de suavidad electrizante. Femenina. Experta. De cantora. Fusionada. Raboniel. Navani no pudo reprimir un jadeo. El vello se le erizó. Así comenzaba. Tendría que ser sutil, tendría que ser evidente. Tal era la contradicción inherente en su plan. Su corazón se detuvo. Volvió a latir de nuevo.

***

Diez latidos. Diez latidos, decían, marcaban el ritmo de una guerra. Diez latidos para invocar una esquirlada. Gavilar y sus conquistas. La fundación de Alezkar. Luego los radiantes, capaces de volar o sanar. Dalinar y los juramentos. Un atisbo de duda, de culpa. Dalinar, su marido. ¿Qué pensaría de aquellas argucias? ¿Aquellos latidos? Diez latidos era lo que necesitaba Navani para proteger a su gente. La torre de Urithiru, el Hermano recién despertado. Los radiantes dormidos. Si ella no hacía nada, la Dama de los Deseos corrompería la torre. No podía permitirlo. Navani jamás había estado en pleno campo de batalla, no. Pero como esposa de dos reyes y monarca dos reinos, había aprendido a seguir el ritmo de esos latidos. Diez latidos eran lo que separaba un concepto vaporoso de una idea definida. Diez para transformar la idea en diseño. La gema sin tallar en un majestuoso fabrial. Diez latidos era lo que llevaba una mirada sugerente a una insinuación, lo que tardaba en erizarse el pelo cuando una mano te acaricia con dulzura. Diez latidos. Los diez latidos más rápidos, a su vez los más lentos. Nueve latidos. — Antigua… Parece que hay algunos aspectos por pulir en mis anotaciones. — Fallos intencionales. No estaba segura si la propia cantora supervisaría la totalidad de sus bocetos. Un ojo inexperto no notaría aquellos errores. Anomalías en las anotaciones por aquí, ideas incompletas por allá y trazos que jamás terminaban de definirse. Ideas sugerentes, pero que de seguirse no llevarían a nada. Una treta simple, igualmente efectiva. — Un diseño interesante sobre los diferenciales de presión aplicados a luz del vacío… Sin embargo, ya hablamos de las limitaciones de las técnicas válidas para la luz de Honor junto a la luz de Odium, ¿verdad? — No parecía enfadada. El ritmo de sus palabras tenía una cadencia alegre ¿divertida? Sin embargo, un matiz perturbador se imponía, como un depredador jugando con su presa. Ocho latidos. Aquella fusionada no era un ojo inexperto. Era antigua. Era milenaria. Detectaría fácilmente los cabos sueltos en sus diseños. La humana sabía que no podía engañar a la cantora. No en lo relativo a las investigaciones. Pero la subestimaba en otros aspectos. Navani había sido reina dos veces, había fundado dos naciones. Una aprendía qué decir, cuándo sugerir. La Dama de los Deseos guiaba el trazo de la pluma sin soltar su mano. Una mano más grande que la suya, una mano diestra y experta, casi tan firme como la de Dalinar. Otra punzada de remordimiento. Aquella mano era sorprendentemente más dulce. — Cierto, Antigua… — Dejó que Raboniel guiara su mano mientras seguían bosquejando juntas el fabrial. — No sé cómo pude cometer un error tan evidente. — Un error nada evidente — Creo que el aislamiento comienza a afectarme. Como reina, solía pasear junto a mis eruditos en los jardines superiores. Generaba un entorno más óptimo para el flujo de ideas. Siete latidos. — De eso se trata. — Finalmente, Raboniel separó su mano. Dejó sus dedos apoyados sobre el dorso de la mano de Navani, acariciándole con las yemas. — Introdujiste errores en los diseños a propósito para llamar mi atención. — Su ritmo sonaba divertido. La caricia de sus yemas se elevó del dorso de la mano por el antebrazo. — Buscando el momento para plantar una idea en mi mente. — La caricia ascendió por sus hombros… ¿Era normal sentir aquella calidez recorriendo su cuerpo? — Sacarte de aquí. — Su caricia terminó en tenaza. Agarró sus hombros y… comenzó a masajearlos. Aliviando la tensión de Navani, al mismo tiempo que la incrementaba al inspirarle temor. Desde atrás, la cantora acercó su rostro al de la humana, casi rozando el caparazón que cubría sus mejillas con las mejillas de la humana — Una oportunidad de escapar de mi. — Un susurro en el oído de Navani. Contuvo un jadeo. Un aroma frutal le embriagaba, procedente de la fusionada. Seis latidos. Tampoco eso podía engañarla. Era más antigua que los más grandes imperios de Roshar. Había vivido en la desolaciones y enfrentado a los heraldos. Por lo que Navani sabía, aquella fusionada había sido escogida por un dios. No podía limitarse a dejar una gema y esperar que el spren entrara solo. Tenía que ofrecerle algo que lo atrajera. — Jamás me plantearía tal engaño — Navani se hizo la indignada, mintiendo descaradamente, rezando al todopoderoso por que la Antigua no viera a través del último de sus engaños. Cinco latidos. Dejó la pluma sobre el boceto y se llevó las manos al pecho. En los últimos días, semanas quizás, había notado cómo la miraba Raboniel. ¿Tendría de nuevo aquella mirada? El ritmo con el que canturreaba parecía el mismo. Había captado las miradas de la fusionada cuando estaban enzarzadas en sus debates sobre la ciencia fabrial, la luz tormentosa y la luz del vacío. Había percibido cómo buscaba acercarse a ella cuando no se daba cuenta. Solo había que ofrecerle una apertura y la fusionada entraría al juego. Navani tomó las manos de Raboniel de sus hombros con delicadeza, esperando que no las retirara. Se giró. — Jamás… — Trató de imprimir a su voz el tono más dulce que podía. Aquel que reservaba a Dalinar… Ay, Dalinar… ¿Era aquello lo correcto? ¿El camino que ella debía seguir? — No deseo contrariaros así. La ciencia muchas veces surge desde la reclusión. — Navani bajó las manos de Raboniel mientras la miraba a los ojos. Rojos, intensos, vivos. Intentando añadir al musicalidad cantora a la dulzura de su voz — Si he dado esa impresión, disculpadme. Trataré de ser más meticulosa en mis siguientes diseños. Cuatro latidos. Se miraron a los ojos, sus respiraciones acompasadas. Sus manos tomadas. Latidos que parecían acelerarse y hacerse eternos a partes iguales. Latidos ardientes que inundaban su cuerpo. Raboniel soltó las manos de Navani, para subir de nuevo en una caricia hasta su antebrazo. Tres latidos. — Así harás. — Raboniel se separó de Navani, soltándola. Se alejó a la entrada de la sala. — Cuando vuelva, espero ver esas ideas avanzar sin supuestos errores — Su tono, divertido, juguetón. La otra cantora, la regia, esperaba a Raboniel. Navani no se arriesgó a más y dejó a la Dama de los Deseos marchar de la habitación sin decir más. Dos latidos. La Dama de los Deseos había visto a través de sus argucias: corrigiendo los errores intencionales, destapando su plan para salir y poder trasmitir un mensaje al exterior. Sin embargo, el último plan seguía ahí, sutil y evidente. Navani no podía escapar, no podía engañarle. Si nada cambiaba, no solo habría caído Urithiru, perderían la guerra. Dalinar… ¿Qué le harían? Sin embargo, ¿qué pensaría de lo que ella había puesto en marcha? Un latido. Diez latidos, decían, marcaban el ritmo de una guerra. Separaban el concepto de idea, la idea del diseño. La gema sin tallar del fabrial. Una mirada de una insinuación. El pelo erizándose tras una caricia. Diez latidos para su plan. Diez latidos para insinuar. Diez latidos para despertar una emoción, una pasión. Diez latidos era todo lo que necesitaba para seducir a un hombre. Aunque no fuera hombre. Ni siquiera humana. Diez latidos para seducirla.

***

Raboniel cerró la puerta tras de sí. Todo fue tal y como planeaba. Venli, la Última Oyente, la observaba atentamente, armonizando a Ansia. — No lo comprendo, Dama de los Deseos. Dijisteis se necesitaba que los humanos y cantores colaboraran para acabar con la guerra. Pero la reina intenta engañaros continuamente, os oculta cosas… y vos… — La joven oyente pasó a armonizar a vergüenza — vuestra interacción con ella me resulta extraña. ¡Ah! Tan joven, tan inocente. — Los cantores acogemos a spren en nuestras gemas. Los sprens cambian nuestra forma, pero también enfocan nuestras mentes. — Raboniel armonizaba a Consideración, explicando a la oyente un plan que en otro tiempo hubiera resultado obvio — Sin embargo, las mentes de los humanos no tienen spren que las enfoquen. Ellos están encadenados. Obligados a vivir a su vez todas las Pasiones. El entrenamiento les lleva a la diligencia de nuestra forma de guerra, la práctica a la pericia de la forma diestra. Dales un entorno de meditación y materiales adecuados para que se asemejen a la forma sabia. En ellos, unas emociones se imponen sobre otras. En ellos, hay emociones más profundas, por mucho que entrenen. En ellos siempre está al acecho la forma de la carne. — inconscientemente, la Antigua comenzó a pasar de Consideración a Ansia. — Estoy cultivando en la reina la semilla de la forma de la carne. Cuando su cuerpo me anhele, hará todo cuanto sea necesario para satisfacer mis deseos. Solo así colaboraremos humanos y cantores. Así acabaré con la guerra.
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