ID de la obra: 954

La mentira que debemos contarnos

Femslash
PG-13
En progreso
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 16 páginas, 6.705 palabras, 3 capítulos
Descripción:
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Atrapar al spren

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Creo que lo que haces está mal. No estás buscando formas de protegerme. Pronto la Dama de los Suplicios terminará de corromperme. — La voz del Hermane resonaba como un eco agudo en la mente de Navani. Habían pasado días desde su última conversación real con Raboniel. Mantenían miradas, sí. Miradas cargadas de significado, confesiones que ninguna llegaría a admitir. Pero la fusionada no pasaba ya por el estudio ¿La había abandonado? Como al último fuegospren que muere en las frías brasas… O peor, podía ser otra cosa. La Fusionada podía estar esperando. Evaluando. Tomando medidas antes de poner el último vial en su sitio. Tal vez su silencio no era indiferencia, sino el primer paso de su ataque. Navani temía que su plan hubiera fallado incluso antes de empezar. ¿Cómo se seducía a un ser tan antiguo? Como con un spren, pensó. Antes de atraparlo, debía ofrecerle algo familiar. Algo íntimo. Algo que no pudiera ignorar. Apoyó una mano en la estantería, donde un grano de granate brillaba tenuemente entre los libros, y susurró: — Necesito tu ayuda. Cualquier pedazo de información. Una forma de acercarme a ella. Algo para manipularla. Cuando logre que me lleve al núcleo de la torre, podré deshacer lo que haya hecho. — Por esto odio a los humanos. — Le replicó el spren. — Hacéis que parezca sencillo. Tergiversáis la realidad. He visto cómo os miráis. No es solo rivalidad. Y lo que estudiáis... Está mal. Nos acerca al fin. Era demasiado complicado para elle. Confuso. Aunque era un spren antiguo, vivo desde hacía milenios, no era capaz de entender los entresijos de las interacciones sociales. Un paso podía llevar a una enemiga a enamorarse de su rival, eso era lo que Navani quería explotar en Raboniel. — Intento ralentizar sus investigaciones. Cuanto más comprendo sobre luz, más cerca puedo estar de entender qué busca. Si sé qué busca, puedo impedir que lo encuentre. — Hablaba convencida, con voz reconfortante para el spren de la torre. En el fondo, era más complicado. De verdad quería liberar la torre, pero había algo en poder estar allí investigando, en las interacciones con Raboniel que hacían que no quisiera acabar. — Encontraré la manera de liberarte. Te lo prometo. Le Hermane tomó unos minutos antes de responder. — Está bien. Te ayudaré. — Respondió le Hermane. — Averigüé lo que me pediste. Algo que ella deseara. Algo que tú pudieras tener. Fue fácil. Pero… Esa mujerem es rara — Era extraño ver al spren así, ¿cohibido? Más tímide de lo habitual. Como un niño que sabe que está diciendo algo indebido sin entender del todo por qué. Navani esperó paciente a que prosiguiera. Su corazón se aceleró con la respuesta: — Quiere verte desnuda. Silencio. Un silencio tan espeso como la luz en una gema sin cortar. Su rostro se encendió antes que su mente. El rubor fue instinto, no cálculo. Y eso era lo más peligroso de todo. Le hermane prosiguió: — No entiendo por qué desea eso. Es como querer ver un roca bajo tierra. Todos los humanos sois iguales. En la torre hay muchos… Una energía vibrante subió por el cuerpo de Navani. Un escalofrío que no debería sentir. No era lo que esperaba. No era en absoluto lo que esperaba. ¿Quién estaba manipulando a quién? ¿Era una mujer con una misión o solo quería recordar lo que era sentirse deseada? Un atisbo de culpa le golpeó por un momento. — Tras que me lo pidieras la observé. La seguí a través del granate de la torre. Tuve suerte, se mantuvo por lugares donde podía observarla. Un momento pensé que me había mirado directamente… El spren siguió hablando. Debería prestarle atención…. Las palabras resbalaban por su mente. No podía evitar pensar en el pequeño cristal de culpa que le atenazaba el corazón. Ay, Dalinar… Apenas tenían tiempo para estar juntos con la guerra, ahora él se encontraba en Emul y ella encerrada. Su cuerpo comenzaba a responder a estímulos indebidos. — Entonces la escuché hablar con esa Regia que la acompaña siempre. Le explicó como sentía fascinación por la biología femenina humana. Por las partes sin caparazón. Cree que tu serías el sujeto de estudio perfecto — Finalizó le Hermane. Navani quedó pensativa, entre sentimientos de duda, culpa y determinación. No era lo que esperaba, pero era algo con lo que trabajar. A veces una no sabe con qué gemas tendrás que construir el fabrial.

***

Raboniel entró en la habitación. Navani ya se encontraba en su escritorio. Se acercó despacio, no buscando sorprender, solo estudiar. Había libros sobre luz y sonido, diagramas dibujados con una soltura demasiado casual. Así no se estudiaba: se encubrían mensajes. Palabras clave repetidas en márgenes. El mismo símbolo cuatro veces. Un patrón. No lo suficientemente astuto como para escapar a mil años de experiencia. La reina codificaba planes, formas de mostrarse ante ella sin tela ni caparazón que la ocultase, preguntándose si su cuerpo podía ser un arma tan afilada como su mente. Pobrecita. Seguro que ahora estaría racionalizando alguna forma de desnudarse ante ella. Por supuesto, por motivos científicos, claro. Navani cantaba a sus ritmos sin saberlo. Eso hacía aquel juego cada vez más peligroso. Ahora, sin embargo, no era momento de dejarla planeando. Raboniel debía pasar a su siguiente movimiento. — Levanta, nos vamos — Ordenó a Mando. Algunos cantores creían que los humanos no escuchaban los Ritmos. Decían que estaban vacíos. Que no entendía la pregunta en Confusión ni la orden en Mando. — ¿Antigua? — He pensado sobre tu solicitud. Te será concedida. — Ahí estaba. El rostro de la humana. El leve cambio en su respiración, su martilleo con los dedos en su escritorio. Algunos decían que los humanos no escuchaban los ritmos. Qué equivocados estaban. Aquella mujer armonizaba a Curiosidad. Antes de permitir que le replicara, Raboniel le hizo un gesto con la mano para que la siguiera y marchó. Le complació escuchar cómo la humana recogía rápidamente sus cosas, probablemente tratando de ocultar algún plan o alguna investigación. Qué desperdicio de recursos y tiempo. Raboniel había meditado mucho sobre ello. Para acabar con la guerra, humanos y cantores debían trabajar juntos. La reina, la erudita, se negaba en rotundo y preparaba trampa sobre trampa, escondiendo una verdad tras mil medias verdades. Podía vencerla en un duelo intelectual, eso era seguro. El problema estaba en que ese tipo de victorias nunca habían llevado a un final definitivo en el pasado. En este retorno probaría un plan nuevo. Infundiría las pasiones en la mujer. Le ofrecería sentimientos que ni soñaba. No la entregaría a Odium. No todavía. La atraparía como spren en una gema, alimentándola con luz hasta que vibrara a sus ritmos. Deseo, miedo, devoción. Hacía tiempo, Raboniel también había vivido aquellas pasiones. Las recordaba. Las añoraba. Sin embargo, en cada retorno se había impuesto cada vez más el dolor. El dolor de cada regreso, el dolor de quienes no regresaban el dolor de la soledad en sus investigaciones. Esta vez sería diferente. Esta vez encontraría la Pasión adecuada para acabar con la guerra. Entre las tribulaciones de su mente, Raboniel se detuvo un segundo en su ascenso por los pisos superiores. Se giró para mirar a una Navani cansada, jadeante, apoyada a duras penas en sus rodillas. La mujer le había seguido, pero su cuerpo no estaba a la altura del de una fusionada. Algunos pelo se habían soltado de su trenza, el sudor caía por su frente sin un caparazón que le refrescara. Cuanto podrían lograr juntas, si aquella mujer siguiera las Pasiones adecuadas. ¿Estaría pensando en ese momento algún estrambótico plan para seducirla? Una nota discordante cruzó la gema-corazón de Raboniel ¿Qué haría ella si de verdad se le ofrecía aquella mujer? Su cuerpo, viejo y reconstruido mil veces, no recordaba qué se sentía al ser tocado por alguien sin propósito. Suspiró a Vergüenza, lejana, anhelante. Retomó el ascenso. Llegaron a las terrazas superiores. El día era cálido para las alturas, luz solar, pura, sin atisbos de Honor ni de Odium, bañándolo todo. Sin humanos ni cantores. Sin Corredores del Viento ni Shanay-im volando. En el fondo, Raboniel disfrutaba la calma de aquella conquista, le permitía investigar tranquila. Navani, por supuesto, tenía asombrospren alrededor. Sus ojos fijos en las enormes gemas y fabriales que los cantores habían puesto en marcha. Plantas creciendo fuertes en aquellas terrazas, rocabrotes del tamaño de una persona. El aire estaba saturado de un perfume dulzón, mezcla de savia y rocío, como si el propio Urithiru exhalara una esperanza dormida. Los vientospren respondían jugando entre gemas y plantas. — Mencionaste que este ambiente sería propicio para tu creatividad. — Raboniel hizo un gesto a los regios guardias para que las dejaran solas. Dudaba mucho que Navani fuera un peligro ahora mismo, como mucho sería un placer. Anduvieron un breve tiempo en silencio. Rodeadas de vibrantes vidaspren, de plantas adormiladas que no se retraían a su paso. Navani parecía maravillada, ¿comprendería así lo que podía darle Raboniel? — Yo… Antigua, hacía meses que no veía este lugar tan vacío. Y estas plantas… Es hermoso. — Vimos que habíais descubierto ya sobre cómo criarlas con luz. Pero es con la adecuada guía de los fusionados como mejor prosperan... — Dejó la otra cara de ese argumento en el aire. Los humanos podían ser esas plantas. Navani podía ser una de esas plantas. Si tan solo estuviera dispuesta a escucharle, a dejarse guiar por ella. — Queréis saber si la luz tormentosa y la del vacío pueden convivir en una gema, pero no imagináis una sociedad en la que vuestra luz no brille más fuerte. Ahí estaba el núcleo del debate. Lo que las separaba realmente. Aquella mujer, aquella humana, no podía escuchar los ritmos. A veces parecía reaccionar a ellos, pero no lo sentía. El ritmo de Odium era más fuerte, más vivo. Era caos, sí. El mismo caos que escribía el universo. Era caos que daba vida a las emociones de los mortales. — Un ritmo debe imponerse, dejando al otro como acompañamiento. — Se limitó a responder Raboniel. — No es así, Dama de los Deseos. En la luz de torre, no hay una que domine. En su caminar, Navani se giró hacia Raboniel. La reina parecía querer algo. El tiempo se detuvo, condensandose como si estuvieran en el plano espiritual. Tomó las manos de Raboniel entre las suyas. Enlazando su dulces dedos, sus suaves manos, con la aspereza de la piel Fusionada. Pudo sentir la calidez de esos dedos humanos. No era tanto el calor físico en la frialdad de las terrazas de la torre, sino algo más... disruptivo. Por un instante, sus ritmos internos tropezaron. Una síncopa en su alma. Navani siguió hablando: — Nuestros pueblos, nosotras, no tenemos porqué buscar imponernos una a la otra. Una unión entre humanos y cantores debería ser… — apretó las manos de Raboniel con delicadeza artesana, atrayéndola y alzándolas a la altura de sus ojos — ¿Ves? Como las piezas del fabrial: observa, se acoplan. Distintas piezas que se unen, cada una indispensable, para formar algo mayor. Las manos de la humana eran tan pequeñas, tan frágiles. Tan llenas de determinación. La misma determinación que parecía encenderla a investigar, a enfrentarse a ella. Ahora la mostraba al tomar sus manos. Por un instante, los ritmos se desajustaron como cuerdas flojas. Demasiado humano. Demasiado cercano. ¿Qué hacía esa humana, con su voz cargada de ritmos suaves, hablándole de unión? ¿No sabía lo que habían perdido? ¿No sabía lo que Raboniel había sacrificado por esa guerra interminable? Sentía que los ritmos se le apagaban en la garganta. “Ciñete al plan, la tienes”, trató de decirse a si misma. Pero no pudo. En eso, no podía mentir. No mientras ritmos tan triste rozaban su alma. — Ya se intentó en el pasado… — Tanto tiempo. Había pasado tanto tiempo… Separó las manos de Navani — Nunca funcionó. Nuestros pueblos no están hechos para vibrar al mismo ritmo. Igual que la luz del vacío y la luz tormentosa. Agua y aceite. Navani comenzó a caminar hacia los jardines de las terrazas — Ya os lo dije, Antigua. El agua y el aceite no son opuestos… — Su voz, un susurro al Ritmo del Anhelo: — Solo necesitamos nuestro emulsionante. No volvieron a hablar en ese día sobre una posible unión entre humanos y cantores. Volvieron a hablar de las luces de Honor y Odium. De Ritmos y sonido. Y sin embargo, entre ritmos rotos y debates disfrazados, esas palabras quedaron suspendidas, como una luz imposible atrapada en su gema-corazón: Solo necesitamos nuestro emulsionante.
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