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En el corazón de Urithiru, los ritmos de los cantores convergían en una mezcla continua de peticiones. Frente a la columna de cristal, Raboniel había colocado un trono. Los símbolos eran importantes, inspiraban y atemorizaban a partes iguales. Desde él presidía y administraba la torre. “Sí, haced como os dice el Perseguidor.”, “No, no podéis matar humanos porque sí.”, “Usad la luz del vacío para reactivar los fabriales de agua en la torre.” Qué cansado era. Miles de años. Investigar y organizar. Nunca había disfrutado la parte administrativa. Una parte de ella envidiaba a Navani. Libre de la carga del gobierno. Libre de tener que maquinar. Libre para investigar. Ahora que la anterior reina sabía que había escuchado sus planes, ahora que intuía que había descifrado sus cuadernos ¿Se entregaría al fin a la pasión científica? Le había dado un regalo que no podía concederse a sí misma. Una parte de ella no podía evitar armonizar a Decepción. Le había gustado aquel juego de seducciones. Presa y cazadora, seductora y seducida… El último plan de la humana para “romper” accidentalmente su ropa… Una parte de la gema-corazón de Raboniel vibraba al pensarlo. Si tan solo le Hermane no le hubiera revelado tan rápido dónde se encontraba el tercer nodo. No habrían desvelado tan rápido que espiaba las conversaciones de Navani y el spren de la torre. Era una lástima; había dejado que las expectativas germinaran. Ya no podría ser. Tras despachar al último peticionario, Raboniel se permitió relajarse en su asiento. Una voz, sin embargo, la interrumpió. Un frenético canturreo a Sumisión. Al menos Venli no había utilizado un ritmo de Honor esta vez. — ¿Cómo avanzan las investigaciones de la reina? — Preguntó Raboniel a Ansia. Su mente saltó de la imagen de Navani a la esperanza de que esa obstinación se volcara, al fin, en el descubrimiento que pondría fin a la guerra ¿Habría descubierto ya la luz capaz de destruir la luz del vacío? Quería acabar con la guerra. No quería, por otro lado, alejarse de Navani. Qué contradicción. — No lo hacen, Antigua — Respondió Venli, armonizando más a Sumisión en sus palabras. ¿Cómo? — Explícate, Voz. — Desde vuestro último encuentro, la reina revisa y repasa sus anotaciones. Ha intentado contactar con le Hermane para disculparse. La mayor parte del tiempo se queda sentada, mirando la gema con la Luz de Guerra que le disteis. Así que era eso. Raboniel había usado todo lo que tenía para someterla a sus deseos. Había espiado a la humana y le Hermane. Destruido tres nodos. Seducido a la humana para que confiara en ella. Ahora ella sabía que había espiado cada una de sus palabras. Había usado todo. Había usado demasiado. La reina estaría marchita, un spren tocado por Sja-anat. — Pensé en quitarle la gema para… — prosiguió Venli. — No lo hagáis — Atajó a reprimenda. No, no. No podía dejar que se marchitara más. — Yo me encargaré personalmente de ella. --- Papeles dispersos. Libros sobre luz y ondas. En el centro, una brillante esfera de Luz de Guerra. Navani, sentada en el suelo rodeada de aquel caos, quién la viera. Leía uno de los libros. No lo hacía por investigar. No se sentía con fuerzas. Buscaba distraer su mente de los recientes eventos. Del fracaso que era. Su mano apoyada en su cabeza, tratando de sostener el peso de sus propios pensamientos. La puerta se abrió. No necesitó girarse. El ritmo en los pasos le anticipó la llegada de Raboniel. Tras ella, cómo no, se solapaban otros dos ritmos y ecos que ya había aprendido a reconocer: probablemente fueran la regia, Venli, y la fusionada, la hija de Raboniel. — Vuelves, ¿una nueva artimaña para que baile a vuestra música, Antigua? — Habló con rabia. Se sentía traicionada. No debería. Era su enemiga. Era esperable que la traicionara. Y sin embargo ahí estaba, un dolor que delataba sus auténticos sentimientos. Su corazón era el traidor. Una vez más, fabrial defectuoso. La alta y esbelta fusionada se detuvo en mitad de la habitación. Navani se giró para contemplarla ¿Por qué tenía que sentarle tan bien aquel havah? Realzaba a la perfección su figura, sus formas, su hermosura. — Artimaña. Curiosa palabra. — Respondió con aquel ritmo melodioso — Sabías lo que hacías. A lo que te arriesgabas ¿ahora me lo recriminas? Claro que era culpa suya. Por los Salones Tranquilos. Por el décimo nombre del Todopoderoso. Navani lo sabía. Trató de recomponerse. No permitir que aquella mujeren la viera consumida. Se levantó. Apartó el polvo de sus ropas. Espalda recta. Barbilla alta. Era una reina. Al girarse confirmó sus sospechas. Venli, al fondo, la miraba tras Raboniel con curiosidad. — Tienes razón, Dama de los Deseos. Fuisteis más astuta. Eso me demuestra que podéis seguir estas investigaciones sola. — Dejar de lado su tiempo, sus investigaciones juntas. Esa era la forma en que Navani podía acabar al menos con dignidad. Aunque fuera como aguadora. Aquella sería su elección. Raboniel jugueteó con algo que traía entre las manos mientras tarareaba a un ritmo contemplativo. Navani no se había percatado, pero parecía algún tipo de cinta o cordel. Su mirada, hacia abajo, a aquella cinta, parecía anhelante. — ¿Astuta? Quizás ¿Inteligente? No lo creo. — Devolvió la mirada a Navani. Su ritmo, su mirada, retomaron la determinación que la caracterizaba. — Pude engañarte para descubrir los nodos, pero tu descubriste la clave de la Luz de Guerra. Algo que en miles de años no logré descifrar. — La cantora bajó la voz. A un tono que debía implicar algo intermedio entre una ofrenda de paz y una disculpa — Traigo un presente. A saber qué nueva treta traería la fusionada. Que nueva humillación para su ya fracturado espíritu de lucha. Trató de descifrar lo que era. Un cordel. Una cinta. ¿Podría ser un arma? Era otra teoría plausible. Ya no era de utilidad para la cantora. Quizás había decidido acabar con ella. Ahorcarla, acallar su voz para siempre. La cantora se acercó decidida — Gírate — Musitó. Así hizo, temblando. Parecía que realmente ese iba a ser el final. Eliminar a la anterior reina, quitar el poder previo. Desmoralizaría al Alto Mariscal Kaladin, destrozaría a Dalinar. Dalinar… Si tan solo no hubiera dejado a su corazón anhelante debatirse entre teoremas imposibles. Si tan solo no estuviera rota. Así acabaría. Era el curso natural de la guerra. Sintió a la fusionada tras de sí. Navani cerró los ojos. Tensó la mandíbula. Su cuerpo se retrajo. Su respiración se aceleró. No quería morir. — *Por favor Todopoderoso, al menos que sea rápido* — Silencio. Las ropas de Raboniel rozaron las suyas. Ahí estaba. El ataque no llegó. Quedó perpleja. Fue distinto. Unas manos dulces le palpaban la cintura desde atrás. El temor se convirtió en rubor. Por Condenación. Abrió los ojos. Raboniel le acariciaba la cintura con el cordel. Era una cinta de medir. — Así que estas son tus proporciones — El ritmo, la musicalidad de sus palabras, parecía divertida. Navani se apartó con un empujón de la fusionada. El rubor le encendió las mejillas. Su respiración, antes acelerada por miedo, se mantuvo rápida por motivos algo más indebidos. Eso no era lo que esperaba. — ¿Antigua? ¿Qué hacéis? ¿Qué clase de humillación es esta? Raboniel se sentía fascinada, encantada, divertida. Era un auténtico placer ver el rostro de la humana en ese momento. El ritmo de la vergüenza impreso en sus palabras sin saberlo. Dio un tirón descriptivo a la cinta de medir entre sus manos. Señaló a la reina con su dedo índice, indicándole que se girara de nuevo. — Descifré los planes que codificaste en tus anotaciones personales — Procedió a explicar acercándose a la reina. Esta hizo caso, y se dio la vuelta para dejar que midiera su contorno. — Querías un havah nuevo, aunque fuera solo una excusa. Me parece un buen símbolo de mi aprecio. La ropa femenina Alezi era bastante ceñida. Engorrosa, por cuanto tapaba. Hermosa, por cuanto definía. A Raboniel siempre le había parecido que el cenit de la belleza humana se alcanzaba conforme maduraban. Navani era un claro ejemplo de aquello. Cuerpo maduro. Piel blanda, sin caparazón. Tal como la forma carnal. Hermoso, más allá de su especie. Buenas proporciones. Definida, pero sin la rigidez de las jóvenes humanas. La mujer era pequeña, comparada consigo misma. Tanto que tenía que agacharse un poco para medirla correctamente. En parte, eso la hacía más exótica. Comenzó por los hombros, resultaba más fácil. — Dama de los Deseos, vos sois la que me estáis tomando medidas. — Lo decía reticente, pero levantó sus brazos inconscientemente. El cuerpo de la reina la delataba. Anotó las medidas de los hombros. Continuaría con el pecho. — Si leísteis mis planes, os daríais cuenta de que involucraba una costurera ¿Acaso vais a coser el vestido vos misma? — Ya te dije que no podía permitirte comunicarte con los tuyos sin supervisión. Podrías pasar un mensaje a la costurera. — Pasó la cinta bajo los brazos de la mujer. Eran tan finos y frágiles sin un caparazón que los protegiera. Continuó con suavidad hasta su objetivo. Llegó al pecho. Era cálido. Los senos eran blandos. Su gema-corazón se sincronizó por un momento a un ritmo inesperado... Un ritmo pasional, placentero… Apretó un poco. Quizás más de lo necesario. — Enviaré vuestras medidas a la costurera. No pudo evitar apartar las manos lentamente de los pechos de Navani. Sabía que aquellos Alezi eran más recatados que otros de su especie. Su respiración, su ritmo, se ralentizó. Inspiró y se obligó a armonizar a Mando. Hasta su espalda era hermosa. Anotó las medidas del pecho. — Habéis demostrado ser más que capaz de… — Se interrumpió cuando Raboniel retomó la cintura. Que curioso. Un leve sonido escapó de sus labios… algo entre un suspiro y un lamento. Algo cargado de deseo. — De interceptar cualquier mensaje que pudiera codificar, Antigua. Las anchas caderas de la reina mantenían cierta juventud. La humana había sido madre de dos hijos. Sin el beneficio de las formas para darle resistencia a su débil cuerpo. No era solo hermosa e inteligente, era fuerte. Terminó de trazar las proporciones. Anotó las medidas de cintura y caderas. — Un esfuerzo que podemos ahorrar si tomo yo estas medidas — Respondió al ritmo del Júbilo. Qué delicioso era aquello. — Gírate de nuevo, debo tomar todos los ángulos. La mujer se giró. Sus miradas se encontraron. Quedaron en silencio. Las pupilas de Navani brillaban reflejando la Luz de Guerra. Sus mejillas, azuladas por el contraste. Sus labios carnosos ligeramente abiertos. Ningún caparazón. Tan parecida a la forma carnal. Todo en su cuerpo parecía una insinuación. Raboniel sentía que atrapara su alma en la gema de aquellos ojos. Estaban tan cerca. Qué hermosa era. Navani desvió rápidamente sus ojos de ella, su tez claramente enrojecida. La fusionada tuvo que agacharse para seguir midiendo. Descendió con lentitud, como si cada medida fuera un pretexto. La propia Navani levantó la falda del Havah para insinuar su pierna. La cantora pasó el cordel en torno a aquellos muslos tiernos al tacto. Las piernas temblaban. Sentía cómo la reina aguantaba la respiración. Ascendió un poco más con las manos. Un gemido de la reina, Ritmo de la Satisfacción. Sentía su aroma inundándola… Se detuvo. Tragó saliva. Se relamió el labio. Ella… Raboniel estaba jadeando. Los ritmos estaban desbocados en su cabeza. — Contrólate — se dijo a sí misma. Anotó las medidas de las piernas de Navani, mientras esta volvía a ocultarlas bajo su falda. La cantora se apartó de aquellos muslos que le incitaban al deseo. Se dispuso a levantarse lentamente. Su rostro se cruzó a la altura perfecta del de Navani. Se detuvo. Todo su ser volvió a recrearse en la visión de la reina. Sus rostros tan cerca. Sus miradas reencontrándose. Un pensamiento fugaz: ¿y si la besara? Dejó caer la cinta de medir. Acarició las mejillas de Navani. Su gema-corazón estaba a punto de quebrarse. Ritmos frenéticos, furiosos, deseosos. Mil y una sensaciones que invadían todo su ser. — Control —. Bajó el tacto de sus dedos a la barbilla de la reina. Su reina. La acercó a sí. Se acercó a ella. Una hacia la otra. Despacio. Ambos labios dispuestos a fundirse en pasión. Ambas miradas fijas. La humana cerró los ojos, dispuesta a entregarse. Raboniel cerró los suyos. Sentía el aliento de Navani. Lo aspiraba como suyo. Como un Radiante aspiraría la luz tormentosa. Llenándola de energía. De vida. La electricidad estática. Antesala del beso. Desde la puerta, un ritmo se acrecentó. Un ritmo que la martilleó y le sacó de su ser. Un ritmo que atravesó la sala y rompió aquel momento. Expectación. Un ritmo de Honor. Ah, claro. Venli. Su Voz. Se encontraba allí, observándolas desde la entrada de la habitación. Con las manos cogidas contra los labios, como tratando de acallar los ritmos Raboniel se detuvo. No, no debía.***
¿Iban a…? Por las Antiguas Canciones y los Ritmos Puros. Iban a besarse. Venli observaba a las dos mujeres desde la puerta. Timbre latía furiosamente a Emoción en la gema-corazón de Venli. Menuda spren. Al parecer, no había nada que le gustara más que “ver a dos mujeres mayores comiéndose las bocas”. Menuda spren perversa. Raboniel medía el cuerpo de Navani lentamente. Mucho más lentamente de lo debido. Regodeándose en cada traza del cuerpo de la humana por la que pasaba. El caparazón de Raboniel parecía a punto de resquebrajarse de lo que le temblaban las manos. — Sí, Timbre. Tenías razón. — Pensó Venli para el spren. Timbre latió a Regocijo. Quería más. — Pero tranquilízate, pedazo de pervertida. No sabía si era la influencia de Timbre o sus propios deseos, pero los ritmos latían en todo su ser con fuerza. Tenía un nudo en la garganta. De verdad que la Dama de los Deseos iba a besar a la reina. Aquella fusionada tenía cientos de planes y maquinaciones. Nunca sabía cómo considerar cada uno de sus movimientos. Pero en esto, podía decir lo que quisiera. La fusionada lo que quería era plantarse en forma carnal delante de Navani y hacer lo que hacen los formas carnales. Raboniel se encontraba a la altura de Navani. Ambos rostros tan cerca. Ambas claramente con los ojos cerrados. Acercándose lentamente. — Ay, por el Jinete de las Tormentas. Timbre, que se besan de verdad. — Trasmitió Venli. Timbre martilleaba furiosa. Venli se tapó la boca para tratar de no canturrear a Expectación. No pudo. Raboniel se detuvo súbitamente. ¿Habían llegado a besarse? Parecía que no. Ay, madre. Venli estaba canturreando en voz alta. Las había interrumpido. — Con esto es suficiente. — Indicó Raboniel a Navani. La fusionada parecía intentar que no se notara el Ritmo de la Vergüenza en sus palabras. Pero se notaba. Vaya si se notaba. — Pediré que te envíen el vestido conforme esté terminado. Se giró para dirigirse a la puerta. Miró directamente a Venli. Armonizando a Furia. Condenación. Menuda la había liado. La Antigua pasó a su lado sin dirigirle la palabra. Su hija, que había quedado en el pasillo, la siguió. Venli echó un último vistazo al interior de la sala antes de irse. Allí estaba una Navani petrificada. De pie. Quieta. Con la mirada perdida. Tocándose los labios. Una leve sonrisa, apenas perceptible. Un deseo anhelante que no había cumplido. Una nueva promesa que había obtenido. Pues vaya. No las había visto besarse esta vez. La próxima sería.