ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar

Capítulo 1

Ajustes de texto
Notas:
Alguien está frente a mí. Es un hombre. Alto, de mirada intensa, tan profunda que siento que atraviesa todo mi cuerpo. No sé quién es ni de dónde lo conozco, pero algo en él me resulta familiar... como si mi cuerpo lo recordara antes que mi mente. Estamos de pie bajo una luz suave, cálida, como si el mundo se hubiera detenido justo en este instante. La gente a nuestro alrededor es solo un fondo borroso, manchas de color sin forma ni sonido. Solo existimos él y yo. Da un paso hacia mí. Luego otro. La distancia entre nosotros se acorta con cada respiración, con cada latido. Mi corazón retumba en el pecho. Y entonces lo sé: quiero besarlo. No, necesito hacerlo. Él levanta una mano. Sus dedos rozan mi mejilla con una suavidad que me estremece. No es frío. Es otra cosa. Es deseo. Es vértigo. Es esa certeza absurda de que, si sus labios tocan los míos, algo en mí va a cambiar para siempre. Inclina su rostro hacia el mío. Yo cierro los ojos. Y justo cuando sus labios están a punto de rozarme... —¡DESPIERTA! El golpe de la puerta al abrirse me sobresalta. Abro los ojos tan bruscamente que me duelen. La luz del sol entra a raudales por la ventana; deben ser más de las seis. —¿Hoy no vas a ir a la oficina? —pregunta mi mamá desde la puerta, con su tono habitual de apuro maternal. —¡No sonó la alarma! —grito mientras me lanzo fuera de la cama y corro al baño. —Sonó como cuatro veces —responde a mis espaldas con absoluta calma. Mierda. Voy tarde.Esto nunca me pasa. Siempre soy de las que se despiertan incluso antes de que suene la alarma. ¿Por qué hoy? Tal vez fue por el sueño... ese maldito buen sueño. Aún puedo sentir el fantasma de sus manos en mi cintura, de sus labios a milímetros de los míos. Ok, Sofia. Espabílate. Vas tarde. Una vez lista, con el cabello todavía mojado bajo un paño, me lanzo a la cocina. —Mmmm... —digo con la cabeza metida en la refrigeradora— ¿Alguien ha visto mi yogurt griego de fresa? Aún quedaba, lo dejé en el estante de arriba. Estoy segura. Me doy vuelta y encuentro a mi mamá, mi papá y mi hermano sentados a la mesa, desayunando con toda la paz del mundo mientras yo sigo vestida como si acabara de salir de un spa express en medio de una tormenta. —Yo me lo comí —dice mi hermano, con una pizca de remordimiento—. Ya llevaba tres días ahí. Pensé que no lo querías. Suspiro. —Sí... es que lo estaba guardando —digo, con la cabeza aún metida en el refrigerador—. ¿Y el gallo pinto (desayuno tipico de costa rica) que había de ayer? ¿Tampoco quedó?, Tenia huevos y todo. Me doy vuelta, y claro, en la mesa están comiéndose exactamente eso. Mi yogurt. Mis gallo pinto. Mis huevos. —Ya veo... —¿Quieres? —dice mi mamá, ofreciéndome su plato—. Todavía queda. —No, está bien. Ya voy tarde de todas maneras. Me comprare algo en el camino. —¿Quieres que te deje en la estación del bus? —pregunta mi papá, mientras sigue viendo las noticias en su celular sin mirarme. —Sí, porfa. Ya se me hizo tarde. Termino de alistarme lo más rápido que puedo, agarro mis cosas y salgo con él. Una vez en el carro, mientras bajamos por la misma calle de siempre, vuelve a la carga —¿Y eso que te levantaste tan tarde hoy? —Ah, es que me acosté tarde anoche... y no escuché la alarma —respondo rápido. Mentira. Pero una pequeña, nada grave. Ni siquiera sé quién era. Ni siquiera existe. Y aun así... ahí está. En mi cabeza. Como si el sueño supiera algo que yo no. —Mmm —dice mi papá simplemente. Mi papá nunca ha sido de muchas palabras. Siempre está ahí, sí, pero pocas veces opina. Supongo que después de criar a tres hijas y un hijo, la vida le enseñó que a veces es mejor solo escuchar. —Gracias —le digo cuando me deja frente a la estación. Me bajo, me acomodo el bolso y levanto la mano para despedirme mientras él arranca el carro. Camino directo a tomar el mismo bus de siempre. La misma ruta. La misma gente. El mismo lunes. Una vez en mi cubículo, me doy cuenta de que, efectivamente, no desayuné. Y sí, eso suele ponerme de mal humor. Estoy por abrir mi correo cuando la escucho: —¡Buenos días, amiga! —saluda Karol desde la distancia. Karol y yo nos hicimos amigas desde el primer día de entrenamiento en el trabajo. Tuvimos suerte de que nos tocara sentarnos juntas desde el principio. Ella es bajita, con piel morena y unos ojazos café que siempre parecen estar tramando algo. La adoro. Trabajar a su lado hace todo más llevadero. —Hola, Ka —le digo cuando ya estoy más cerca. —¿Y esa cara?. Resoplo fuerte. —No desayuné... y ya sabes cómo me pongo cuando eso pasa. —¿Otra vez se comieron tu comida? —Sí... —respondo cabizbaja—. También me levanté tarde, así que bueno... fue un poco mi culpa también. —Deberías tener tu propia alacena en tu cuarto. —No podría hacer algo así. Son mi familia, y aunque a veces se comen mis cosas, sinceramente no me molesta compartir. —Sí, pero ya les ayudas con otras cosas. No deberías dejar que se coman tus cosas también. —Ya... bueno, cuando tenga mi propia casa tendré mis propias cosas. Karol me mira como si no se lo creyera. —¿Y si te vienes a vivir conmigo? ¡Sería genial! Actualmente vivo con mis padres. La renta en Costa Rica está por las nubes, así que es bastante común quedarse en casa de los papás incluso en los veinticinco. Comprar una casa o un apartamento está fuera del alcance, y compartir con desconocidos nunca ha sido lo mío. Imaginarme usando el mismo baño con alguien que no conozco, o que tomen mis cosas sin preguntar, al final sería lo mismo que vivir en casa... pero peor. Así que sí, tengo 25 años y todavía vivo con mis padres y mi hermano menor, cosas que pasan en esta actualidad. —Ka... tú vives con tu novio. ¿Dónde voy a meterme yo? ¿Entre los dos? —Siempre hay campo para una más. Y si José se pone pesado, lo saco a él y te quedas tú. —dice, y nos reímos. —Eres muy amable, pero no gracias. Además, en donde tú vives no aceptan perros. Y sabes que no puedo dejar a Naga sola. —Sí, lo sé... es una lástima, la verdad. —Hola, buenos días, señoritas —nos interrumpe la voz de Don Mario, nuestro jefe, que se acerca a nuestros escritorios. —¡Buenos días! —decimos al unísono. —Señorita Rodríguez, necesito hablar con usted un momento. ¿Podría acompañarme a mi oficina? —Claro. Me pongo de pie y lo sigo. Nuestra oficina es lo que antes era una casa vieja, transformada en espacio de trabajo. Aún se pueden ver los restos de lo que fueron habitaciones: diferentes tipos de baldosas, colores en las paredes, e incluso algunas puertas que aún tienen cerraduras originales. Huele un poco a viejo, pero es acogedor. Tiene esa calidez de lo antiguo, de lo vivido. Aunque, claro, cuando llueve mucho, debemos desalojar algunas secciones porque se mete el agua. Sin embargo, es un lugar agradable, con acceso fácil a buses, pequeñas cafeterías y todo tipo de comercios. Nada muy lujoso, pero bien ubicado en el corazón de la capital. Entramos y Don Mario toma asiento en su escritorio. —Puedes sentarte si quieres —me dice, señalando una de las sillas frente a él. —Gracias —respondo mientras tomo asiento. —Bueno, Sofia, para no darle muchas vueltas al asunto, quiero compartir contigo una noticia. La empresa ha sido seleccionada para participar en una conferencia internacional que se llevará a cabo la próxima semana en la ciudad de Nueva York. —¡Wooow, qué bien! ¡Felicidades! —Gracias —dice, como si no fuera gran cosa—. Como podrás imaginar, yo seré el representante que asistirá... —asiento, sin interrumpir—, pero lamentablemente, mi inglés no es lo suficientemente fluido como para desenvolverme solo en ese entorno. Y sé que tú tienes buen nivel, que ya has viajado antes y sabes cómo moverte entre aeropuertos. —Ah... ¿y qué necesita de mí? —pregunto, sintiendo cómo la emoción me empieza a subir al pecho. —Me gustaría saber si estarías dispuesta a acompañarme a la conferencia. No solo podrías beneficiarte de la capacitación, sino que también podrías hacer networking con agentes, managers y empresarios de distintos países. Eso te abriría puertas, tanto aquí dentro como a nivel profesional. —¿Es en serio? —pregunto, con una mezcla de sorpresa y entusiasmo. Claro que me gusta la idea. Reuniones en otro país, gente de diferentes partes del mundo, la posibilidad de representar a mi equipo... Es algo que no esperaba, pero que me llena de ilusión. Además, viajar siempre me ha encantado, y esto no es turismo, es crecimiento. Es una oportunidad real. Tal vez esto me ayude a subir de puesto, a ganar mejor salario, y ¿quién sabe? Tal vez hasta poder mudarme por fin. Aunque, bueno... creo que la falta de desayuno ya me está haciendo alucinar un poco. —¡Claro que acepto! —Perfecto —dice con una pequeña sonrisa—. Entonces te voy a enviar el itinerario y la información oficial por correo. Apenas puedas, mándame los datos de tu pasaporte para poder gestionar los vuelos, la reserva del hotel y todo lo demás. Eso sería todo por ahora. —Muchas gracias, de verdad —digo poniéndome de pie, intentando contener mi emoción. Me devuelvo a mi cubículo con una sonrisa tonta en los labios. Karol me ve llegar y levanta una ceja con curiosidad, pero no me da tiempo de contarle nada. Mi mente ya está en Nueva York. Cinco días después, ahí estoy: de pie en el aeropuerto a las cuatro de la mañana, arrastrando mi maleta mientras lucho por mantener los ojos abiertos. —¿Lista? —pregunta Don Mario a mi lado, tan despierto como si fueran las tres de la tarde. —Lista —respondo, aunque lo único que quiero en este momento es una cama y dos cafés seguidos. ¿En qué momento pensamos que un vuelo tan temprano era una buena idea? Una vez en el avión, por supuesto me toca el asiento del medio. El peor de todos. Sin espacio para estirar las piernas ni poder recostarme bien, atrapada entre dos desconocidos que no parecen entender lo que significa respetar el espacio personal. Pero bueno, el vuelo lo paga la empresa, así que no puedo quejarme demasiado. Son cinco horas de viaje, lo que me da el tiempo perfecto para intentar descansar un poco... o al menos fingir que duermo. Al llegar a Nueva York, pasamos por migración sin contratiempos. Ahí es cuando aprovecho para lucirme un poco con el idioma, después de todo, para eso estoy aquí. Hago las gestiones con soltura, ayudando también a Don Mario con su parte. Luego tomamos nuestras maletas y nos dirigimos al hotel. Lo único que quiero en este punto es darme una ducha y quitarme de encima el aire seco del avión. —¿Puedes ir buscando un taxi? —dice Don Mario, sin despegar la mirada de su celular. Aparentemente ya está de vuelta al trabajo. Supongo que está respondiendo todos los correos y mensajes acumulados durante las cinco horas de vuelo. Consigo el taxi sin problema. El trayecto hasta el hotel se siente eterno por el tráfico, pero al fin llegamos. Nos dirigimos directamente a la recepción. —Bienvenidos —dice una recepcionista con una sonrisa exageradamente alegre, típica de los hoteles cinco estrellas. —Hola. Tenemos una reservación a nombre de Altura Global Solutions —le digo, entregando nuestros pasaportes. Ella revisa en el sistema y, tras confirmar, nos entrega amablemente las llaves. Nuestras maletas ya han sido enviadas a las habitaciones. —Listo —digo, girándome hacia Don Mario, que sigue hipnotizado con su pantalla. —Gracias —responde, toma su llave y se dirige al elevador. —¿Qué número de cuarto tiene? —me pregunta sin mucho interés. —2207, ¿y usted? —2037 —dice simplemente. —Perfecto. Subimos en silencio. Imagino que estamos ambos cansados por el viaje, y a mí en lo personal, no me molesta. Prefiero el silencio antes que tener que socializar de forma forzada. —La cena de bienvenida es a las cinco. Tenemos un par de horas para descansar, ducharnos o tomar una siesta. Te espero en el lobby a las 4:50 p.m. —me dice justo cuando el ascensor se detiene en mi piso. —Claro, nos vemos —respondo, aliviada de finalmente tener un momento para mí. Cuando se cierran las puertas del ascensor, exhalo profundamente. Por fin. Sola. Nada me da más paz después de un vuelo largo que poder tener mi propio espacio, sin tener que hablar con nadie ni fingir entusiasmo. Nunca me ha molestado estar sola. De hecho, lo disfruto. Tal vez esa sea una de las razones por las que todavía me cuesta tener una relación estable. Siento que la persona que esté conmigo tiene que entender lo importante que es para mí tener mi tiempo y mi lugar. Mi libertad no se negocia. Me da paz. Me da claridad. Y en este momento, es exactamente lo que necesito. Una vez en el cuarto, me encuentro con mis maletas ya acomodadas. Nada se compara con una buena ducha después de un vuelo largo. Aprovecho el tiempo que me queda para darme un baño caliente, avisarle a mi familia que llegué bien, y tomarme una siesta rápida. No sé si fue el viaje, la emoción, o el aire acondicionado del avión, pero siento que el cuerpo me pesa. La reunión de esta noche es una especie de bienvenida informal, primero en el bar del hotel, y luego una pequeña cena con todos los participantes de la conferencia. Quiero arreglarme bien, pero sin parecer que voy a una gala. Solo algo que me haga ver presentable, segura y despierta. Me pongo un vestido rojo —ni muy elegante ni demasiado simple— con un corte moderno y casual. Lo suficiente para sentirme bien en mi propia piel. Antes de salir, le escribo a Don Mario: Sofía : Estaré en la recepción, nos vemos ahí.- 4:40 pm Don Mario:Bueno-4:41pm Cuando llego al lobby, ya hay varias personas acercándose al área designada. Veo rostros de todo tipo, tonos de piel diferentes, idiomas mezclándose en murmullos, acentos, sonrisas. Me encanta. Poder estar aquí, abriéndome a nuevas culturas y personas, me hace sentir... libre. Capaz. Pero entonces lo veo. Un hombre, alto, de espalda ancha, con un traje azul perfectamente entallado que parece hecho a la medida. Desde donde estoy, y con la luz cálida del vestíbulo, noto que su cabello es pelirrojo, aunque tiende al castaño. Su mandíbula marcada le da ese aire de ejecutivo sexy que solo se ve en las películas... o en los sueños. Literalmente. Hay algo en él que me resulta familiar, y eso me descoloca. Lo reconozco sin haberlo visto nunca antes. Gracias, Don Mario—pienso— por no hablar inglés. Si eso fue lo que me trajo hasta aquí, ya valió la pena. —¡Hola! —escucho a mi lado, sacándome abruptamente del trance. Giro la cabeza y me encuentro con una mujer bajita, de rostro amable y sonrisa amplia. Su energía es contagiosa, y lleva colgado un gafete de la empresa anfitriona, así que deduzco que es parte del equipo organizador. —¿Vienes al evento de Aurean Group? —pregunta con entusiasmo. —Sí, así es —respondo con una sonrisa, dejándome contagiar por su ánimo. —Soy Brittany, una de las encargadas del evento de esta semana —extiende la mano y se la estrecho—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal el vuelo? ¿Todo bien con el hotel? —dispara las preguntas con tal rapidez que solo puedo asentir mientras sonrío. —¿Me podrías dar tu nombre para buscar tu gafete? —añade, ahora revisando algo en la tablet que lleva colgada del brazo. —Claro. Sofía Rodríguez. —Perfecto —dice mientras busca—. ¿País? —Costa Rica. Sus dedos se mueven rápido por la pantalla, y yo aprovecho para echar otro vistazo. Busco al hombre del traje azul. Quiero creer que es pura curiosidad... pero en el fondo, sé que es más que eso. —Muy bien, sígueme —dice Brittany con esa energía incansable mientras me guía por el vestíbulo. Justo en ese momento veo que Don Mario está llegando. Le hago una señal con la mano para que se acerque. —Él es Don Mario, mi jefe —le digo a Brittany, que de inmediato le ofrece la misma sonrisa profesional y cálida. —Encantada —responde ella mientras busca su nombre en la tablet—. Aquí está su gafete, señor. Después del registro, Brittany nos indica que ya podemos pasar al bar, donde se están tomando algunas fotos y donde el ambiente es más relajado, al menos por ahora. La cena vendrá más tarde. Don Mario y yo nos ubicamos en una esquina del bar desde donde se puede ver claramente la entrada. Yo, por supuesto, tengo la mirada puesta, esperando... buscándolo. El chico pelirrojo de traje azul. Aún no puedo creer lo guapo que era. Estoy cruzando los dedos para que, con un poco de suerte, sea parte del evento. —¿Ya hablaste con alguien? —pregunta Don Mario, acercándose un poco para que pueda oírlo por encima de la música y las voces que inundan el lugar. —No, acabo de llegar. Aún no conozco a nadie —respondo, prácticamente gritando para que me escuche. Don Mario asiente y señala con disimulo hacia un grupo de personas. —Allá está Mitchell Hueseen, el CEO de la empresa anfitriona. Deberíamos presentarnos. Es importante causar una buena primera impresión. —Claro, suena bien —digo, alistándome mentalmente para activar mi modo "profesional". Nos dirigimos hacia donde está Mitchell, quien destaca por sí solo. Es un hombre grande en todos los sentidos: alto, corpulento, calvo, y con una sonrisa amplísima que lo haría pasar por un Santa Claus fuera de temporada. Pero lo que me roba el aliento es ver quién está a su lado. El chico pelirrojo. Ahora que lo veo de cerca, es incluso más guapo. El corte del traje resalta su porte, su mandíbula esculpida parece sacada de una portada de revista financiera, y su mirada... su mirada es tan intensa que por un momento olvido cómo caminar. Respira, Sofía. Profesional. Recuerda que estás aquí para trabajar. Don Mario se aclara la garganta justo cuando llegamos, intentando anunciar nuestra presencia. Puedo notar que está un poco nervioso. Yo también... aunque mis motivos son otros. —Hola, Don Hueseen —dice Don Mario con respeto. Mitchell gira la cabeza y sonríe al reconocerlo. —¡ Don Mario! ¿Cómo estás? —responde con un entusiasmo casi entrañable, como si acabara de reencontrarse con un viejo amigo. Yo, mientras tanto, traduzco en simultáneo, manteniendo la sonrisa y el profesionalismo. —Hace tanto que no te veía en estas reuniones, es un gusto volver a verte —dice Mitchell, estrechándole la mano con fuerza. —El gusto es mío —responde Don Mario —. Muchas gracias por volvernos a invitar. Este año vine mejor preparado... traje a mi propia traductora. Hace un gesto hacia mí, aunque no hace falta: soy la que acaba de repetir todo lo que dijo. Reprimo una sonrisa. Es adorable, en su estilo. —Hola —digo mientras extiendo la mano—. Soy Sofía, trabajo con Don Mario en Altura Global Solutions. Un placer. Mitchell toma mi mano con una sonrisa. El chico pelirrojo —el mismísimo Adonis de traje azul— sigue ahí, completamente inexpresivo, como si fuera una escultura renacentista tallada en mármol, la más bella y distante estatua que he visto en mi vida. —Déjenme presentarles al señor Patrick Reggin —dice Mitchell, girándose hacia él—. Patrick Reggin dueño y cofundador de Nexora Business Group. Patrick nos acompaña desde Irlanda, como ya escuchaste, Patrick ellos son el señor Don Mario y la señorita?... —me mira, esperando que termine la frase. —Señorita sí —aclaro con una sonrisa leve. —La señorita Sofía, de Altura Global Solitions. Vienen desde Costa Rica para la conferencia. Patrick finalmente extiende su mano. Grande, hermosa. La tomo sin pensar demasiado. Es cálida, fuerte, con esa textura de alguien que va al gimnasio más por gusto que por vanidad. Tiene algo en las palmas, como una historia que no se cuenta a simple vista. —¿Costa Rica? —pregunta con ese acento extranjero que convierte cualquier palabra en algo que suena mucho más interesante de lo que es. —Sí, Costa Rica —repito. Sus ojos, un azul profundo, me estudian. Y no como lo hacen los hombres en los bares, sino como si mi presencia hubiera activado algo en su memoria. Como si intentara resolver un acertijo que no sabía que estaba ahí. Le sostengo la mirada con firmeza, pero no puedo evitar sentir que estoy bajo un microscopio emocional. Cuando por fin me suelta la mano, siento el calor de su piel todavía atrapado entre mis dedos. —Muchas gracias, de verdad, por habernos invitado —empieza Don Mario a decir, pero justo en ese momento siento el leve codazo de Don Mario en mis costillas, que me saca de mi trance visual con Patrick. —¿Perdón? ¿Qué dijiste? —le pregunto, sacudiéndome mentalmente. Me repite su comentario y retomo la conversación como si nada. Hablan de logística, agradecimientos formales, y lo que se espera de la semana, mientras yo hago mi mejor esfuerzo por parecer una profesional concentrada. Pero no puedo dejar de mirar de reojo a Patrick, que, tras unos minutos, le da una palmada en el hombro a Mitchell y se despide sin decir una sola palabra más. Se aleja directo hacia una mujer alta, elegante, de cabello claro y sonrisa perfecta.
Notas:
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar
Comentarios (4)