Capítulo 2
14 de septiembre de 2025, 14:04
Luego de una hora y media, Brittany regresa para indicarnos que es momento de ir al restaurante donde se hizo una reserva especial para los participantes internacionales.
Todos nos dirigimos hacia el lugar caminando, ya que no está lejos del hotel. Estar en las calles de Nueva York me llena de una felicidad absurda. Me siento dentro de una película, como si en cualquier momento pudiera cruzarse una novia corriendo con su vestido o ver a un superhéroe surcando los cielos entre los edificios. Manhattan tiene una belleza distinta a todo lo que conozco. Hay caos, sí, pero también vida, arte, movimiento. No puedo evitar ir casi hipnotizada, embobada con cada vitrina, cada acento que escucho, cada rostro desconocido.
En medio de mi distracción, escucho un acento latino familiar de una voz femenina hablando. Me giro con disimulo y veo a Patrick conversando con una chica que, por sus rasgos, estoy segura de que también es latina. Morena, de cabello negro lacio, piel dorada y una figura de comercial de perfume. Tiene una seguridad desbordante y una sonrisa que claramente no le cuesta nada mostrar. Hablan de música, de lo que hacen en su tiempo libre... cosas normales, pero me llama la atención cómo ella lo mira como si ya lo tuviera ganado. Patrick, por su parte, se ve cordial, aunque no demasiado entusiasmado. Tal vez es su forma de ser... o tal vez ya está acostumbrado a ese tipo de atención.
Intento no acercarme demasiado, pero tampoco me alejo mucho. ¿Curiosa yo? Un poco.
Cuando llegamos al restaurante, nos guían a un área reservada.
—Debemos sentarnos en la parte de atrás —dice Don Mario en voz baja. Supongo que no quiere socializar mucho, tal vez por el idioma o simplemente por cansancio.
—Claro —respondo, siguiéndolo sin hacer preguntas.
Mientras nos ubicamos, no puedo evitar seguir con la mirada a Patrick y a la chica latina, que, por supuesto, se sientan juntos. Él, todo un caballero, le acomoda la silla antes de sentarse. Suspiro mentalmente. Chica afortunada. Yo me acomodo sola en mi asiento.
A mi lado, se sienta una mujer que reconozco de antes: la misma mujer elegante que vi hablando con Patrick horas atrás en el bar del hotel. Ahora que la tengo más cerca, noto que tiene ese tipo de belleza sobria y sofisticada que no necesita esfuerzo para destacar.
—Hola, mucho gusto —digo, intentando entablar una conversación cordial.
—Hola —responde con una voz firme, pero amable. Su acento también es europeo, algo similar al de Patrick, aunque más marcado. Tiene una presencia que impone.
—Soy Sofía—añado, buscando sonar amigable.
—Jana Reggin —responde, ofreciéndome la mano con elegancia.
Reggin. El apellido me resuena como una campana en el pecho. ¿Será...?
¿Estás obsesionándote, Sofía? me regaño internamente. Sácalo de tu cabeza. No te hagas películas. Concéntrate.
—Mucho gusto —digo, tragándome mis pensamientos.
—¿Vienes sola? —pregunta, mirando a su alrededor con naturalidad.
—Ah, no —respondo, señalando a Don Mario, que está concentrado en su celular nuevamente—. Vengo con mi jefe. Ahora mismo... está trabajando, supongo.
Él ni siquiera levanta la mirada. Dudo que haya escuchado algo de lo que pasa a su alrededor.
—¿De dónde son? —me pregunta Jana, tomando un sorbo de agua.
—Somos de Costa Rica. ¿Y tú?
—De Irlanda. Mi hermano y yo vinimos juntos a la conferencia —dice con una sonrisa tranquila.
Entonces sí son hermanos, pienso, como si eso resolviera un misterio que, en realidad, yo sola me inventé.
—Ah, sí, antes hablé con tu hermano —digo, intentando sonar casual... aunque no sé si "hablé" sea la palabra correcta para describir ese intercambio de cinco frases, un apretón de manos y una mirada que todavía no me puedo sacar de la cabeza.
—¿En serio? Disculpa si dijo algo tonto. Aún le cuesta interactuar con la gente — dice Jana, como si hablara de un niño tímido y no de un hombre hecho y derecho de unos veinti tantos años.
—Ah, no, no te preocupes. Todo bien —respondo rápidamente, aunque por dentro todavía siento el eco de esa mirada extraña que me lanzó su hermano.
—¿Y qué tal? ¿Te gusta Nueva York? —pregunta ella, cambiando de tema con una sonrisa amable.
—Pues... sí. La verdad es que sí —respondo, intentando sonar serena—. Es una ciudad hermosa, muy distinta a la mía.
Intento no sonar como una chica de pueblo fascinada por las luces de la gran ciudad, pero creo que mi emoción me traiciona. Jana, sin embargo, parece entenderlo.
—Sí, tiene su encanto —dice, pensativa—. Aunque no tan interesante como Costa Rica.
—¿Ah, sabes dónde está? —pregunto un poco sorprendida—. Es un país pequeño,
a veces la gente no lo ubica muy bien...
—Claro que sí. ¡Costa Rica! Me parece bastante interesante, de hecho —responde, con un brillo peculiar en los ojos. Hay algo en su tono que no logro descifrar del todo.
—Sí... interesante —repito, sin saber bien a qué se refiere.
—Mi hermano y yo estamos intentando abrir una compañía allá. O tal vez adquirir algunas ya existentes. Aunque... hemos tenido ciertos... tropiezos. —Hace una pausa breve, como si hubiera dicho más de la cuenta—. Pero bueno, lo estamos intentando.
Lo dice con un aire despreocupado, pero su mirada se pierde un segundo, y sé que hay mucho más debajo de esa frase.
—Entiendo —respondo, queriendo sonar empática aunque no tenga la menor idea de cómo funciona el mundo empresarial—. Supongo que los negocios siempre tienen su grado de complicación, ¿no?
—Exactamente —dice con una media sonrisa, dejando la copa de vino sobre la mesa—. Estamos buscando otras alternativas para expandirnos en el mercado.
—Entonces... ¿se encargan de alguna empresa en específico? —pregunto con curiosidad.
—Sí, somos dueños de varias empresas, de hecho —dice Jana con naturalidad—. Y también ayudamos a nuestro padre con esta en particular. Por eso estamos aquí esta semana. Lo cual, por cierto, me atrasa con mis otras compañías... pero bueno, la familia primero, ¿no? —Lo dice como si nos conociéramos de toda la vida.
—La familia —repito, sin saber muy bien qué más decir.
Me parece curioso. Siempre imaginé que los europeos, especialmente los irlandeses, eran más distantes con sus padres, más fríos... pero al parecer, en el mundo empresarial, todo se mezcla. O tal vez sea justo al revés: en ese mundo, la familia se vuelve parte de la estrategia. No lo sé. Es interesante ver cómo ambos, Jana y Patrick, tienen una presencia que llena el espacio. Imponentes. Elegantes.
—¿Y tú? ¿Tienes novio? —pregunta de pronto, sacándome bruscamente de mis pensamientos.
—Uhh... no, no tengo —respondo, algo confundida por la pregunta, pero siendo sincera.
—Mmm, ya veo... entonces eres feliz —afirma riendo como si acabara de contar un chiste privado.
—Pues... supongo que sí —digo, sin saber muy bien a dónde va todo esto.
—No me malinterpretes, amo a mi novio —añade enseguida, como si yo supiera quién es—. Lo que quiero decir es que puedes hacer lo que te dé la gana. Bueno, aunque... —se queda pensando un momento— tampoco es que con novio no puedas —me guiña un ojo, divertida, y vuelve a reír.
No tengo idea de en qué dirección va esta conversación, pero intento seguirle el ritmo. Jana es un torbellino encantador y desconcertante al mismo tiempo.
—Entonces... por lo visto, tú sí tienes pareja.
—Sí, llevo ocho años saliendo con Nico.
—Ah, qué lindo nombre —digo con una sonrisa amable.
Saca su móvil sin dudarlo y me muestra una foto de ambos. Él es guapísimo, con un aire mediterráneo, probablemente italiano o griego, y están abrazados en lo que parece una gala o un evento de lujo. Ella está radiante.
—Se ven muy bien juntos —le digo con sinceridad.
—Gracias —responde con una sonrisa amplia—. Nos llevamos muy bien. Y creo que eso es lo más importante: que tu pareja te dé paz, tranquilidad.
—Totalmente de acuerdo —asiento—. Es algo que todos deberíamos buscar en una relación.
—Sí... muchas veces la vida te pasa por encima, y lo único que quieres es que esa
persona esté ahí para ti. O incluso que te dé tu espacio, tu tiempo.
—Sí, es complicado... —murmuro, más para mí misma que para ella.
Jana se queda en silencio unos segundos, mirando su copa medio vacía como si de pronto algo la hubiese dejado pensando. Yo también me pierdo en mis propios pensamientos, sintiendo que esta cena esta siendo mucho más reveladora de lo que esperaba. No sé si fue su comentario sobre la paz que debe dar una pareja, su mirada cuando habló de los "altercados" con la empresa en Costa Rica, o simplemente el hecho de que estoy cenando a metros del hombre más atractivo que he visto en mi vida... pero algo en el ambiente me hace sentir que esta semana va a cambiar muchas cosas.
—Bueno, creo que iré al baño antes de que empiecen a repartir el postre —dice Jana poniéndose de pie con elegancia—.Vuelvo en un momento. Por cierto, fue un gusto hablar contigo, Sofía. De verdad.
—Igualmente —respondo, y lo digo en serio.
La veo alejarse, moviéndose entre las mesas como si flotara. Respiro hondo. Miro hacia donde está Patrick. La chica latina sigue hablando con él, aunque él no parece tan interesado. Aun así, se mantiene ahí, educado, con esa postura firme que parece que todo lo ve y nada lo perturba.
¿Y yo? Yo solo estoy aquí, sentada en una mesa del otro lado del mundo, rodeada de empresarios y gente que, sin duda, está a años luz de mi realidad. Y, sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, siento que estoy justo donde tengo que estar.
Quizá no tenga dinero, ni poder, ni una empresa a mi nombre. Pero tengo algo más: determinación. Y sé que esta semana será el inicio de algo importante. Aunque no sepa exactamente qué.
Justo cuando el mesero pone mi plato del postre enfrente, Patrick levanta la vista hacia donde estoy. Nuestros ojos se encuentran por un instante.
Solo un segundo.
Pero suficiente para que se me olvide cómo se respira.