Capítulo 1
15 de septiembre de 2025, 11:43
Luigi caminaba por el sendero con el corazón en la garganta y un pequeño cofre con gemas mágicas dentro apretado contra su pecho. Aquellas piedras eran esenciales para el velo de novia de la Princesa Peach.
Esa tarde la princesa y su hermano Mario se casarían y los Toads habían insistido en que esas gemas adornaran el velo de la novia pues era una tradición. Las gemas debían ser extraidas de una cueva en la ciudad vecina el mismo día de la boda y al amanecer, solo así la pareja sería bendecida con felicidad eterna.
Luigi, deseando quitar un peso sobre los hombros de su ya de por sí agitado hermano mayor, se ofreció a recolectar las gemas y dejar Mario se preocupara por otros asuntos.
Todo habría ido perfecto si no fuera porque el transporte que lo llevaba de vuelta al castillo se descompuso y él tuvo que volver a pie. Haciendo que su viaje tomara tres horas más de lo planeado y que llegara al reino champiñon apenas dos horas antes de que iniciara la boda. Estaba seguro de que los Toads lo reprenderían porque apenas y tendrían el tiempo justo para arreglar el velo de la novia.
Cuando vio las torres del castillo suspiró y creyó que sus penurias por fin terminaron, sin embargo, Luigi nunca tenía buena suerte, así que se tropezó con una raíz traicionera y después cayó de cabeza al río.
El agua helada le entumió el cuerpo, y la corriente, aunque mansa, se había asegurado de revolcarlo entre lodo, algas y hojas secas.
La buena noticia era que logró salir del agua aún cargando todas las gemas, la mala noticia era que ahora, mientras caminaba pesadamente por el bosque, no paraba de temblar y chorrear agua.
—Perfecto —murmuró con sarcasmo, sacudiéndose inútilmente la manga—. Todo por unas piedras brillantes.
Luigi sabía que no podía llegar a la boda por la entrada principal del castillo. Su hermano Mario ya estaba bastante nervioso con todo lo de la boda y se había mostrado muy aprensivo a dejarlo ir solo por las gemas, si lo veía llegar cubierto de barro se culparía y pensaría que Luigi vivió más penurias de las que realmente sufrió aunque él se lo negara.
Así que pefirió rodear el castillo y entrar por la puerta trasera, asegurando así menos miradas y preguntas incómodas.
Se dijo que después de que entregara las gemas a los Toads y a la Princesa Peach se ducharía, se cambiaría y se olvidaría de todo ese desastre. Se concentraría solo en ser el mejor padrino para su hermano.
Con paso decidido Luigi se dirigió hacia la entrada trasera, con la esperanza de que nadie lo detuviera antes de llegar con la novia. Porque si alguien lo veía en ese estado, seguro lo confundirían con algún monstruo de pantano en vez del orgulloso hermano del novio.
Avanzó por los pasillos del castillo, dejando tras de sí un rastro de huellas embarradas que más tarde los sirvientes seguramente odiarían limpiar. Lo que le parecía raro era lo silencioso que estaba todo. No había ni un Toad ayudante corriendo con cintas y flores, ni Toads soldados en formación. Asumia que todos debían estar ocupados en la entrada principal preparando todo, pero aún así, no podía evitar sentir que algo no andaba bien.
—Esto no me gusta nada… —murmuró, apretando el cofre de las gemas contra su pecho.
Al fin llegó al cuarto de la Princesa Peach. La puerta estaba abierta de par en par, como si alguien hubiera salido con demasiada prisa, y dentro no había ni rastro de la princesa.
—Bueno… yo cumplo con mi parte —dijo, dejando el cofre sobre una mesa. Tenía mucho frio como para esperar a que alguien se apareciera—. Que brillen mucho las piedritas y todo eso.
Estaba por salir de los aposentos de la princesa, cuando ella apareció corriendo desde la esquina. Recogía su vestido de novia para poder moverse más rápido y sus ojos tenían ese brillo de adrenalina que no presagiaba nada bueno.
—¡Dentro! —gritó ella, empujándolo a su propia habitación con más fuerza de la que uno esperaría de alguien tan elegante.
Luigi apenas estaba recuperando el equilibrio cuando ella empezó a hablar con rapidez. —Bowser está aquí. —Tomó aire, con las manos temblando mientras buscaba algo en su ropero—. Ha venido a interrumpir la boda y sus Koopas vienen detrás de mi.
—¿Qué? —Luigi sintió que el estómago le daba un vuelco—. ¿Bowser?
—Sí, Bowser —replicó la princesa con firmeza, sacando al fin un bastón mágico, largo y oscuro, con gemas brillando en la punta—. Con esto voy a pararlo de una vez por todas. Se va a arrepentir de interrumpir mi boda —. La princesa se notaba sinceramente molesta.
Luigi miró el bastón, luego a la princesa, luego a su ropa todavía chorreando agua y embarrada en barro. No sé sentía en condiciones de pelear, pero no podía dejar que ella fuera sola.
—Voy contigo —dijo, con más valor que lógica.
Luigi, que no tenía para atacar o defenderse, agarró un viejo calientacamas que estaba detrás de un mueble cercano. Era de un metal grueso con un mango firme, pero era obvio que era una herramienta más para acurrucarse en la cama que para defender un castillo, pero en ese momento parecía un arma digna.
Lo enarboló como si fuera una lanza legendaria y se lanzó al pasillo junto a la princesa.
Desde lejos ya se escuchaban los pasos de los Koopas acercándose, como un rugido que se hacía más fuerte con cada segundo.
Luigi tragó saliva cuando vio al primer grupo de Koopas acercarse. Eran como unos veinte listos para atacarlos.
—¡Aaahhh! —gritó, y logró derribar a un par de Koopas con torpes golpes que más parecían caricias agresivas.
Pero antes de que pudiera seguir blandiendo su improvisada arma, la Princesa Peach avanzó con su bastón mágico y apuntó a los Koopas.
Una luz dorada emergió del bastón y, entonces, cada uno de los Koopas fueron transformado en estatuas de piedra. Pero no eran formas grises sin chiste de ellos mismos, sino esculturas que tenían flores enredadas alrededor, pétalos abriéndose en sus hombros y mariposas posándose sobre sus brazos inmóviles, como si fueran parte de un jardín encantado.
Luigi, con la boca abierta, bajó el calientacamas. —¿Qué… qué es eso? —preguntó, mirando a la princesa con cara de no entender nada.
Peach giró el bastón con elegancia y respondió con calma, como si no acabara de convertir a media docena de soldados en estatuas vivientes. —Es un bastón mágico. Toma toda la maldad de tu corazón y la transforma en algo bello. Si eres una persona buena, o al menos con un alma decente, solo te quita las pequeñas sombras que todos tenemos y tal vez te arregla el cabello, o te suavice la piel —dijo, señalando con la cabeza a uno de los pocos Koopas que no se convirtieron en piedra.
Esos Koopas se miraban las manos, el rostro y la ropa horrorizados. Les habían brotado flores en la cabeza, en los brazos, como coronas de margaritas y lirios. Se veían atónitos, como si acabaran de despertar de un mal sueño, arrepentidos de lo que habían venido a hacer.
—Entonces… —dijo Luigi, mirando a los petrificados y luego a los que quedaban de pie— si el bastón te convierte en estatua es porque…
—Porque no tienes salvación —completó la princesa con tono solemne—. Si en tu corazón solo hay odio o pensamientos oscuros, el bastón lo toma todo y te deja vacío. Y vacío no puedes seguir vivo.
Luigi tragó salivavmientras a su alrededor algunos de los villanos “floridos” caían de rodillas, llorando de arrepentimiento.
La princesa y Luigi estaban tan absortos con la explicación de los efectos del bastón que no notaron a un grupo de Koopas escalando al techo para lanzarse sobre ellos y agarrarlos desprevenidos hasta que ya era tarde.
—¡Arriba! —gritó Luigi al fin, blandiendo el calientacamas otra vez mientras la princesa levantaba el bastón para defenderse.
Hubo un caos de gritos, telas revoloteando, Koopas petrificados y otros floreados arrepentidos. Entonces, en medio del forcejeo, uno de los Koopas más ágiles logró arrebatarle el bastón a la princesa.
—¡Devuélvelo! —chilló Peanch, lanzándose sobre el Koopa para recuperar su bastón.
Luigi también trató de ayudar, y entre empujones y tirones, el bastón se activó y voló por el aire. El rayo dorado entonces golpeó a varios, incluyendo a Luigi.
—¡AY! —gritó él, cubriéndose el rostro con las manos.
Unos segundos después, cuando Luigi, confundido, bajó las manos, lo primero que notó fue que su piel se sentía diferente.
—¿Por qué mis manos son tan… suaves? —murmuró, mirándolas. Eran más delgadas, delicadas, como las de una dama noble.
Al girarse hacia uno de los grandes espejos del pasillo, vio que en lugar de su reflejo estaba la imagen de una chica. Una chica joven, hermosa, de cabello negro larguísimo que caía como una cascada hasta la cintura. Incluso con la ropa empapada, holgada y manchada de barro, su rostro era perfecto, con ojos grandes y brillantes y labios tan rojos que parecían pintados.
Luigi se quedó boquiabierto.
—¿Pero qué demonios…? —murmuró con una voz mucho más suave que antes y, sin importarle que la princesa lo viera, se llevó inmediatamente la mano a la entrepierna para asegurarse de que todo aún estuviera ahí.
Suspiró aliviado cuando se dio cuenta que no era una chica en realidad, solo se veía más delicado y con una belleza "androgina", pero seguía siendo un chico.
Los Koopas que no terminaron convertidos en pidra empezaron a huir, así que solo la princesa fue testigo la tranformación de Luigi y su reacción.
—Olvidé mencionar —dijo la princesa, recuperando el bastón al fin y dándose cuenta de que estaba roto—, a veces el bastón exagera un poquito cuando cree que tienes cosas por “arreglar”.
Luigi que no creía que fuera feo, tanto como para que el bastón lo cambiara tanto, se sintió insultado y miró a la princesa con horror.
—¡¿Cómo vuelvo a la normalidad?! —gritó Luigi, con la voz más dulce que había salido de su boca en toda su vida. Se tomó un mechón del cabello empapado con expresión de horror—. ¡No puedo quedarme así para siempre, Princesa, esto no es gracioso!
La Princesa Peach, con la calma de alguien que ya había visto demasiada magia rara en su vida, le contestó con seriedad. —Los que se convierten en piedra no tienen salvación, pero los que sufren cambios, tarde o temprano vuelven a la normalidad. Solo que en tu caso… —la miró de arriba abajo, evaluando su nuevo aspecto— es muy probable que pases unos meses así.
—¡¿MESES?! —Luigi sintió que se le venía el mundo abajo.
—No te preocupes —continuó Peach con una tranquilidad casi irritante—. El efecto se desvanecerá. Un día despertarás y te verás como siempre. Pero ahora debemos preocuparnos por el bastón, sin él no podremos detener definitivamente a Bowser.
Luigi iba a protestar cuando un estruendo sacudió el pasillo. La pared a su lado explotó en mil pedazos, lanzando escombros y polvo por todas partes. La princesa fue arrojada por el impacto y rodó hasta chocar contra el suelo. No quedó aplastada, ni parecía gravemente herida, pero estaba inconsciente.
—¡Princesa! —gritó Luigi, corriendo hacia ella, pero antes de llegar, escuchó un pasos pesados acercarse.
Entonces del agujero en la pared emergió el mismísimo Bowser. Alto, imponente y emitiendo humo negro de su boca. —¿Dónde está la princesa? —rugió. —He vencido a su prometido, ahora la reclamo como mía.
Luigi tragó saliva. Le temblaban las piernas. Apretó el calientacamas con ambas manos como si fuera una espada legendaria, pero se sabía tan ridículo como si enfrentará a un león con una cuchara.
Bowser alzó la mirada hacia Luigi. Sus ojos, primero furiosos, llenos de fuego y odio de pronto se suavizaron. Frunció el ceño, inclinó un poco la cabeza y lo observó con más atención.
—¿Y tú? —preguntó, con una voz grave que llenó todo el pasillo—. ¿Quién eres?
Luigi parpadeó, atónito. Bowser no la estaba mirando como a un enemigo. Lo estaba mirando como si acabara de encontrar a alguien digno de una canción épica o peor aún, de un poema romántico.
Luigi apretó con fuerza el calientacamas, respirando hondo para que no se le quebrara la voz.
—¿Qué hiciste con Mario? —preguntó, firme pero con un temblor que no podía disimular.
Bowser lo observó con una media sonrisa y dijo con un tono extraño, casi meloso. —No te preocupes. Alguien tan bonita como tú no debería atormentarse con trivialidades como esa.
Luigi frunció el ceño. —Más vale que no lo hayas dañado —insistió, con la voz subiendo un poco de tono.
El rey sonrió entonces, una sonrisa amplia y casi burlona. Se giró con un gesto dramático y señaló hacia sus Koopas. Detrás de ellos, enjaulado pero vivo, Mario estaba inconsciente, respirando pero claramente sin poder luchar.
—Ahí lo tienes —dijo Bowser—. Está dormido. Mi regalo para la princesa fue precisamente ese, no matar a su prometido. Pero ahora —dio un paso más cerca de Luigi— ahora ella debe irse conmigo. Ella pertenece a mi lado, no al de ese hombre patético.
Luigi sintió una punzada de rabia y miedo. —Debes dejar en paz a la princesa y a Mario. ¿No ves que la princesa no está interesada en ti? Deberías buscar a alguien que sí te quiera y dejar de arruinar bodas.
El rostro Bowser se endureció, sus ojos brillaron con furia. —La princesa es mía —gruñó, con una voz que hizo eco en todo el pasillo.
Luigi intentó atacarlo para distraerlo y salvar a Mario, pero Bowser lo detuvo con una mano, como si no pesara nada, y lo empujó hacia atrás con tanta facilidad que quedó claro que el rey de los Koopas era muchísimo más fuerte.
—La princesa debe ser mía —repitió, acercándose—. Nadie me va a detener.
Luigi, todavía con el calientacamas temblando en sus manos, sintió un nudo en la garganta. Las lágrimas de impotencia comenzaron a hacer sus ojos brillar.
Bowser lo miró fijamente y frunció el ceño. —¿Por qué te importa tanto? —preguntó, acercándose aún más—. Dime quién eres.
Luigi se quedó paralizado. Si decía la verdad, que era Luigi, el hermano de Mario, Bowser iba a atacarlo y probablemente matarlo sin ceremonia. Así que tragó saliva y dijo lo primero que se le ocurrió.
—Soy… soy una prima de Mario —respondió, intentando sonar convincente—. Por favor, por favor, déjalo ir. Deja a la princesa y al reino. Vete.
Bowser se quedó mirandolo con el ceño fruncido. Sus ojos rojos parecían brillar como brasas, pero de pronto su voz perdió parte de aquella furia.
—No llores —dijo suvizando la voz—. No me gusta ver a chicas bonitas llorar. Me vuelvo débil cuando eso pasa.
Luigi aprovechó eso y le puso la cara más triste que pudo, con los ojos brillando de lágrimas y el labio temblando apenas lo suficiente para que pareciera auténtico.
—Por favor… —rogó con una voz tan suave que hasta los Koopas que custodiaban a Mario parecieron mirarse entre sí, incómodos—. Déjalos ir. A todos. No merecen esto.
Bowser desvió la mirada, como si no supiera qué hacer. —No llores —repitió, casi con desesperación—. Está bien, los dejaré ir…
Los Koopas lo miraron incrédulos. Bowser, el terror del reino, estaba cediendo.
Pero entonces la expresión de Bowser cambió. Su sonrisa volvió, fría y calculadora. Los dejaré ir… —dijo con una calma peligrosa— pero solo si tú vienes conmigo.
Luigi sintió que el corazón se le detenía. Miró a su hermano Mario, todavía inconsciente y encadenado. Miró a la Princesa Peach, tendida en el suelo, sin poder pelear a los Koopas y finalmente al bastón que estaba roto e inservible como para usarlo para defenderse.
Él solo no iba a detener al Bowser. No había manera.
—Si los dejas libres… —dijo al fin, con la voz temblando— yo iré contigo.
El Rey sonrió, satisfecho, como si hubiera ganado una batalla sin siquiera pelearla.
—Trato hecho.
Con un movimiento de su mano, ordenó a sus minions que liberaran a Mario quien cayó al suelo, inconsciente pero ileso.
—Todos retírense —ordenó, con voz de trueno—. Ya acabamos aquí.
Y entonces, con cuidado pero con firmeza, tomó a Luigi del brazo.
—Tú vienes conmigo. Pequeña...
-Lu-Leonora —dijo Luigi recuperando la voz.
Entonces, Luigi, con el corazón en la garganta, se dejó guiar por Bowser a dónde quisiera llevarlo.