Capítulo 2
15 de septiembre de 2025, 11:43
El viaje al reino de Bowser fue silencioso y tenso. Los Koopas marchaban alrededor como sombras armadas mientras Luigi caminaba con la cabeza gacha. Cuando por fin llegaron al enorme castillo oscuro del rey, este ordenó con un gesto que lo llevaran a una “prisión especial”.
No era una celda húmeda y fría como la que Luigi esperaba. Más bien, era una habitación lujosa con cama enorme, alfombras, un baño reluciente y hasta una chimenea encendida. Pero había guardias en el pasillo adjunto, ventanas selladas con magia y una reja pesada en la puerta. Podía tener todo el confort del mundo, pero salir era imposible.
—Date un baño y cambiate de ropa. Cenaremos juntos en cuanto estés lista — le dijo Bowser antes de marcharse.
Luigi asintió en silencio, sintiendo cómo el corazón le golpeaba en el pecho.
En cuanto quedó solo, hizo exactamente lo que le había dicho, se duchó. El agua caliente fue un alivio después del lodo, el sudor y el desastre en el castillo. Pero mientras se secaba con una toalla enorme y esponjosa, no pudo evitar mirarse en el gran espejo del baño.
Era él, pero no lo era. El cabello negro le caía como seda hasta la cintura, su piel estaba tan suave y brillante que parecía hecha de porcelana; y su rostro era tan bello que le daban ganas de besarse a sí mismo.
—Uf… menos mal —murmuró para sí mirando hacia su entrepierna y volviendo a confirmar que seguía siendo un chico. Después se estremeció imaginando qué pasaría si Bowser descubría ese detalle. Seguro lo mataba por mentirle.
Se vistió con la ropa que habían dejado en la habitación, un vestido largo y elegante y cuando estuvo liston se sintió cansado y con ganas de dormir, pero no pudo hacerlo porque un par de sirvientes del castillo golpearon suavemente a su puerta.
—La cena está lista, mi lady —dijo uno, con una reverencia tan seria que casi parecía burla.
Luigi suspiró y salió. Sabía que aunque quisiera dormir era mejor seguirlos.
El salón donde lo esperaba Bowser era gigantesco, con una mesa larga y velas flotando en el aire. El rey estaba en la cabecera, con una sonrisa tranquila que no combinaba para nada con todo el caos que había provocado ese mismo día.
—Siéntate —le dijo, con un gesto suave, como si fueran amigos de toda la vida—. Tenemos mucho de qué hablar.
Aunque Bowser había dicho que tenían mucho de qué hablar, parecía esperar que Luigi comenzara. Así que, nervioso, cansado y un poco afiebrado, Luigi soltó lo primero que se le vino a la mente. Que fue hablar sobre la comida.
—Eh… gracias —dijo, con la sonrisa más educada que pudo fingir—. Y… qué salón tan hermoso. Esos cuadros… el decorado… muy impresionante todo, sí…
Se interrumpió cuando notó que el rey lo estaba mirando fijamente, con una intensidad que le erizó la piel.
—No entiendo —empezó Bowser, recargándose en el respaldo de su silla— cómo es posible que Mario tuviera una prima tan hermosa. Mientras más te miro, más feliz me siento de haberte traído a mi castillo. Hacerte mi futura reina es lo mejor que he decidido en mi vida.
Luigi casi se atraganta con el vino que decidió tomar para ver si este le quitaba el sueño.
—N-no… no podemos casarnos —dijo rápido, levantando ambas manos como si pudiera detener la conversación con gestos.
El rey frunció el ceño, y en su rostro volvió a aparecer esa sombra peligrosa que había visto en el castillo.
—¿Acaso tienes a alguien que te gusta? —preguntó con voz grave, los ojos brillando con una chispa que no auguraba nada bueno—. Dime quién es y lo mataré ahora mismo.
—¡No, no! —Luigi agitó las manos, casi tirando la copa—. ¡Estoy soltera no tengo a nadie a quien ame!
Bowser lo miró con más calma, pero todavía con una sonrisa tensa. —Entonces no hay razón para que no seas mi reina.
—Sí la hay —improvisó Luigi con rapidez—. Yo… no soy alguien que simplemente se va a casar con cualquiera. Necesito… tiempo. Conocer a la persona, hablar, pensar las cosas bien.
El rey frunció el ceño, pero no dijo nada.
Mientras tanto, Luigi, por dentro, empezó a hilar un plan desesperado. Imaginaba que si podía soportar unas semanas hasta que el efecto de la magia del bastón se evaporara, él podría huir en cuanto ya no se viera así y Bowser jamás lo iba a encontrar.
Sería difícil, pero si lograba ganarse tiempo, tal vez podría escapar con vida. Y con suerte, antes de que Bowser descubriera quién era en realidad. Sonrió levemente ante la idea y entonces sintió que el mundo a su alrededor giraba. No supo qué pasó más que perdió toda su fuerza y la copa de vino se le resbaló de las manos al mismo tiempo que se sentió desvanecer.
—¡Leonora! ¿Qué te pasa? —esuchó a Bowser gritar y, dado que tenía la vista aún borrosa, lo vio acercarse como una mancha gigante hacia él.
—No me siento bien, — murmuró. —Creo que tengo fiebre.
El rey de los Koopas lo llevó en brazos y corriendo de vuelta a su habitación, gritando por un médico. Luigi sabía que se tenía que sentir asustado por estar tan cerca de Bowser, pero en cambio le tranquilizó su calor. Su alta temperatura, por siempre estar cerca de la incandecente la lava, lo convertía en un calentador natural para Luigi quien se acurrucó más contra él.
Sentía que se iba a dormir, pero se obligó a despertarse cuando Bowser le dijo a sus sirvientas, unas Koopas de caparazón rosa, que se encargaran de cambiar las ropas de Lugi para que se sintiera más cómodo.
Luigi casi gritó. —¡No! No, yo me cambio sola, me da vergüenza que me vean. Denme solo un momento. Por favor —agregó la última parte con voz lastimera cuando Bowser parecía que se negaría a irse y dejarlo sin supervición de nadie.
Se vistió como pudo ya que el mundo le giraba, el calor de la fiebre ahora le abrasaba la piel y apenas podía enfocar la vista. Bowser entró de vuelta en la habitación justo a tiempo para verlo casi caer de costado sobre la cama.
—¿Dónde está el médico? —rugió, con una voz que retumbó en todo el castillo.
Los sirvientes corrieron como si el suelo ardiera bajo sus pies. En cuestión de minutos, un médico tembloroso entró con sus instrumentos y pociones, revisando al enfermo bajo la mirada incandescente del rey, que parecía dispuesto a arrancarle la cabeza si tardaba un segundo de más.
Luigi apenas escuchaba lo que decían. Todo le parecía lejano, confuso, como si estuviera soñando. Pero podía escuchar la voz temblorosa del doctor solicitando que trajeran agua fresca, mantas, y plantas para preparar medicinas.
Cuando el médico terminó y se retiró, Bowser se quedó a su lado y no se movió en toda la noche.
Cada vez que Luigi se agitaba por la fiebre, él lo acomodaba en la cama. Cuando temblaba, le acercaba otra manta. Mojaba un paño en agua fría y lo pasaba con cuidado por su frente, su rostro, su cuello. Lo cuidaba como si fuera lo más importante del mundo.
Esto último para Luigi era muy extraño pues recién se acababan de conocer y no entendía el por qué de la diligencia de Bowser.
La confusión lo envolvía más que la fiebre misma, pero en un momento de lucidez sintió compasión por Bowser, el rey debía estar tan solo y necesitado de amor que se aferraba a la primera persona que le gustaba y llvolcaba todo su "amor" en ella.
Era obvio que la diligencia con la que Bowser lo cuidaba era producto de un amor falso, nacido de la nada más que de una ilusión y una obsesión del rey, ya que ni se conocían, pero, aún así, hizo que Luigi se sintiera aunque fuera un poco más tranquilo en su compañía.
Una vez que se recuperó de la fiebre, los días siguientes fueron como caminar sobre una cuerda floja. Bowser ordenó que Luigi cenara, comiera y cenara con él cada día.
El comedor del castillo siempre estaba impecable, con mesas enormes llenas de carnes asadas, pan caliente, frutas exóticas, vinos carísimos y postres tan dulces que casi hacían olvidar que estabas cenando con un villano que podía destruir una ciudad con un chasquido de sus dedos.
El problema era que Bowser también era peligroso. Muy peligroso.
Cuando las cosas no salían como él quería —si la comida tardaba demasiado, si un sirviente hacía ruido, si alguien le llevaba un mensaje con malas noticias— el rey de los Koopas golpeaba la mesa con tal fuerza que los candelabros temblaban, sus ojos rojos brillaban como brasas encendidasby el aire en la habitación se llenaba de tensión hasta que a Luigi le costaba incluso respirar.
En esos momentos, Luigi sonreía nervioso, con el corazón acelerado, fingiendo calma mientras por dentro solo quería salir corriendo. Se repetía que la obsesión de Bowser por una reina lo mantendría a salvo siempre y cuando le siguiera el juego.
Pero lo más inquietante era que, cuando Bowser se calmaba, pasaba de la furia al encanto con una facilidad desconcertante.
—No solo eres hermosa por fuera —le decía, con esa voz grave que retumbaba en todo el salón—. Eres hermosa por dentro. Lo siento cuando hablas, cuando sonríes. Tenerte aquí es lo mejor que me ha pasado. ¿Cuánto tiempo debe pasar para que aceptes ser mi esposa?
Luigi, por supuesto, sonreía y hablaba con voz calmada mientras por dentro gritaba de desesperación. —Al menos seis meses... tres...dos, un mes mi rey para conocernos, por favor — Luigi tuvo que corregirse porque Bowser echando humo por su boca y sin decir palabras le hizo saber que se negaba a esperar más de un mes para su boda.
Lugi por su parte sabía que mentir era el único modo de sobrevivir, hasta que encontrara cómo escapar.
Días después el atardecer teñía el cielo de rojo cuando Luigi y Bowser caminaban juntos por el sendero que rodeaba el río de lava del castillo. El calor era intenso, las burbujas del magma se elevaban y explotaban como si la tierra misma respirara con furia.
Luigi apenas escuchaba lo que el rey decía, su mente estaba ocupada trazando en secreto la ruta de escape que algún día usaría. Observaba los puentes, las torres de vigilancia y las grietas en los muros. Calculaba mentalmente en qué momento podría huir, cuánto tardaría en llegar al bosque que había visto a lo lejos, pero su concentración fue su perdición.
No vio el hoyo en el camino hasta que su pie derecho cayó en él. Luigi perdió el equilibrio y gritó cuando un dolor agudo recorrió su tobillo al torcerse.
Bowser se giró con una furia tan repentina que hizo temblar el suelo.
—¡¿Quién dejó ese maldito agujero aquí?! —rugió, con una voz que retumbó en las montañas cercanas.
Uno de los guardias tragó saliva y contestó. —Mi señor… usted mandó a poner esas trampas para intrusos.
—¡¿Yo?! —Bowser parecía a punto de matar al guardia—. ¡Me estas diciendo idiota!
Sin esperar más, se agachó y tomó a Luigi en brazos como si no pesara nada. El joven protestó débilmente, más por la vergüenza que por el dolor, pero el rey lo llevó directo a sus aposentos, ignorando a todos los sirvientes que se apartaban del camino como si él fuera una tormenta viviente.
En la habitación, Bowser lo sentó con cuidado en la cama. Su expresión cambió de la furia a la preocupación en segundos.
—Permíteme revisar tu pie —dijo, con una voz mucho más suave.
Luigi, algo nervioso, asintió. Recordando que Bowser mostró la misma preocupación cuando tuvo fiebre.
El rey tomó una venda del kit de primeros auxilios en la cómoda junto a la cama y se arrodilló frente a él. Con manos sorprendentemente delicadas para alguien tan grande y con garras en lugar de uñas, le quitó el zapato y revisó el tobillo torcido. La piel estaba roja e hinchada y Luigi sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando el rey empezó a vendarlo con cuidado.
—Perdóname —murmuró Bowser, sin mirarlo a los ojos—. Nunca dejaré que te hagan daño. Yo siempre… siempre te protegeré.
Terminó de vendarle el pie, pero su mano se quedó ahí, acariciando suavemente la pierna de Luigi, subiendo apenas unos centímetros.
—Eres… tan frágil, tan… —empezó a decir, con un tono extraño.
Luigi sintió el corazón acelerársele y miró al rey con una mezcla de confusión y adoración en sus ojos. Si no fuera por los arranques de furia, que jamás fueron dirigidos hacia él pero aún así lo ponian incómodo, todos esos días compartiendo con Bowser le hacían sentir que el rey no era tan malo. Solo necesitaba guía y pisar la tierra más seguido.
Si arreglara solo unos pequeños detalles de su personalidad explosiva, Luigi lo podría considerar un amigo, incluso una pareja. Su ultimo pensamiento lo hizo sentir horror y calor subirsele a la cara. Su mente empezó a gritar ¡no, no, no, esto no puede estar pasando! y sin pensarlo empujó a Bowser para que se alejara de él.
—¡Vete! —gritó, con la voz un poco más aguda de lo que quería—. ¡Sal de aquí!
El rey lo miró confundido, sorprendido por la reacción.
—Pero yo solo…
—¡Fuera! —insistió Luigi, temiendo que el rey notara el efecto que toda esa situación había tenido en él.
Bowser, desconcertado pero obediente, salió sin decir nada más, dejando a Luigi con el corazón latiéndole a mil por hora y la mente hecha un desastre.
El corazón de Luigi latía tan fuerte que sentía que todo el castillo podía escucharlo. Sabía que no podía esperar más a que su cuerpo volviera a la normalidad para escapar; si seguía allí una noche más, Luigi iba a terminar sintiendo cosas que no podía evitar.
Cada vez que Bowser lo llamaba bello, le decía que lo amaba o alababa su personalidad Luigi se sentía caer en su encanto, creía en sus palabras y eso era terrible.
Se movió con torpeza, el tobillo aún le dolía, pero preparó rápidamente una maleta para huir. Llevaba una capa oscura para cubrirse y otra de repuesto, y una cuerda que encontró en un armario. Tenía que aprovechar la noche para huir del castillo.
—Necesito ayuda —dijo al guardia que vigilaba su habitación, con voz débil, llevándose la mano al tobillo—. Me duele mucho… si no me ayudas ahora, el rey se va a enojar contigo cuando vea que me dejaste sufriendo.
El guardia vaciló. Se suponía que debía esperar órdenes del rey, pero el miedo a la ira de Bowser era mayor que la desconfianza. Así que abrió la puerta y se acercó.
Tan pronto como tuvo oportunidad, Luigi golpeó al Koopa con la lampara de mesa de su escritorio, dejándolo inconsciente. El corazón le dio un brinco de adrenalina. Estaba libre.
Avanzó por los pasillos del castillo, cojeando, pero cada vez más cerca de la salida.
Mientras tanto, Bowser caminaba también por los pasillos, con las manos entrelazadas detrás de la espalda, pensando en cómo disculparse por haberse quedado demasiado tiempo en la habitación de Luigi y por haberlo asustado. Tal vez flores. Tal vez joyas. Sí, joyas siempre funcionaban.
Pero entonces, doblando un pasillo, vio a Luigi, envuelto en una capa oscura, avanzando hacia la salida con paso apresurado.
El mundo se le volvió rojo.
En tres zancadas enormes lo alcanzó, y antes de que Luigi pudiera siquiera gritar, el rey lo sujetó con fuerza por la muñeca, sus ojos brillando como fuego.
—¿A dónde vas? —preguntó, con una voz tan baja y peligrosa que hizo que la sangre de Luigi se helara.
—Y-yo… —balbuceó, sin poder inventar ninguna mentira creíble.
Bowser no esperó respuesta. Su respiración era tan pesada que parecía que podía escupir humo y fuego en cualquier momento. Lo arrastró de vuelta por los pasillos, ignorando las súplicas y el dolor evidente en el tobillo torcido de Luigi.
Bowser abrió la puerta de la habitación y arrojó a Luigi sobre la cama con tanta fuerza que rebotó en el colchón.
Luigi, temblando, miró hacia arriba con los ojos muy abiertos. Jamás había visto a Bowser tan furioso.
—¿Tienes idea de lo que acabas de hacer? —dijo el rey, acercándose lentamente, con cada paso sonando como un golpe de martillo.
Luigi no pudo responder. Estaba muy, muy asustado.
Bowser cerró la puerta de un golpe tan fuerte que las paredes retumbaron. Caminó hasta la cama, cada paso como un martillazo en el corazón de Luigi.
—Yo… estaba dispuesto a esperar —dijo con voz rota, pero cargada de furia—. Iba a darte tiempo, a cortejarte, a convertirte en mi reina… ¡porque te amo!
Se inclinó sobre Luigi, sus ojos ardiendo como brasas encendidas.
—¿Y qué obtengo a cambio? —rugió—. ¡Que quieras huir! Traidora… traicionera… con la sangre de Mario en tus venas. Claro que tenía que ser así…
Luigi no podía hablar; temblaba bajo la sombra enorme del rey.
—Te voy a matar —susurró Bowser, con un tono tan bajo que parecía más peligroso que cuando gritaba. Y en un movimiento rápido, lo aprisionó contra la cama, atrapándolo con todo su peso.
Luigi se retorció, no podía escapar. Era tan pequeño, tan frágil comparado con ese koopa gigantesco, que en un segundo Bowser lo levantó con un solo brazo, como si no pesara nada, y lo acercó a su rostro.
—Dime… —dijo con un hilo de voz, ahora tembloroso, con la rabia mezclada con algo más oscuro—. Dime por qué me quieres dejar… Si yo te amo…
Luigi lo miró con lágrimas cayéndole por las mejillas. No podía decir nada. No era amor lo que Luigi sentía por Bowser; era miedo, confusión, un torbellino de emociones que no podía nombrar. Y sin embargo… ese calor en el pecho cuando Bowser lo miraba, cuando le hablaba así… era real. Sí era amor. Aunque no lo sintiera o ¿Sí lo sentía? Tal vez solo era atracción.
Negó con la cabeza, incapaz de explicar nada.
Bowser bajó la voz y con una delicadeza imposible para alguien como él, le acarició la cara mojada por las lágrimas.
—No me dejes —susurró.
Luigi cerró los ojos cuando esos dedos ásperos le rozaron la piel. Su corazón latía tan rápido que sentía que iba a romperle el pecho.
—Dime, ¿por qué no soy suficiente? ¿por qué me quieres dejar?
Luigi negó vehementemente y cuando abrió los ojos, teniendo al rey tan cerca y sin saber qué decir, lo unico que se le ocurrió hacer fue cerrar el espacio entre ellos y besarlo. Hacer cualquier cosa para desvanecer esa ira que si no paraba se convertiría en flamas que lo consumirían.
Fue un beso torpe, desesperado, pero evaporó la rabia de Bowser quién al principio no respondió, sorprendido por la reacción de Luigi, pero al final terminó profundizando. Sus colmillos rozando la delicada boca de su presa, quien gimió también de la sorpresa.
Luigi sintió que el corazón se le iba a salir del pecho cuando Bowser volvió a besarlo, esta vez con más fuerza, con una desesperación que lo dejaba sin aire. Él, temblando, se encontró respondiendo al beso, casi sin quererlo hasta que pudo separarse apenas lo suficiente para hablar.
—Déjame ir… —susurró, con la voz quebrada—. Por favor…
El Rey lo miró con ojos encendidos, negando con la cabeza.
—No. Me amas, igual que yo te amo a ti. Y si no es así… dímelo. Dime que me odias, dime por qué.
Luigi abrió la boca, pero no pudo decirlo. No pudo mentirle, ni siquiera pudo encontrar palabras para explicarle ese miedo y esa confusión. El silencio lo dijo todo.
—Nos casaremos esta semana — sentenció el rey y al hacerlo una de sus manos asperas tomó la barbilla de Luigi mientras que con la otra empezó a rasgar su vestido, desde el cuello hasta su ombligo. Era obvio que quería tocar y tener a Luigi ahora, sin importarle nada.
Luigi tembló pero se dejó hacer, el corazón la palpitaba con rapidez y no sabía que quería. No fue sino hasta que el frio del aire golpeó su pecho que recordó que no era la chica que todos creían. Que, si el rey llegaba a descubrir la verdad, su ira sería terrible.
—Espera… —dijo, con un tono suplicante cubriendo su pecho plano y estructura que aunque delicada aún podía distinguirse como la de un hombre.
Bowser se negó y empezó a besarle el cuello y lamerle las orejas haciendolo estremecer. —Tranquila, todo va a estar bien, —le susurró mientras terminaba de destrozarle el vestido dejandolo solo en ropa interior, calcetines y zapatos.
Luigi gimió cuando Bowser lo obligó a apartar las manos de su pecho y recorrió su piel suave con su dedo pulgar de arriba a abajo hasta que llegó a su abdomen y, entonces, cuando iba a deslizar sus dedos en el elastico de sus calzoncillos por fin lo notó, que en la entrepierna de Luigi en lugar de humedad producto de la exitación, lo que había ahí era una dura erección.
El Rey se quedó inmóvil. —¿Qué es esto? —preguntó con voz baja, cargada de peligro. Él sabía perfectamente qué era lo que ahora estaba casi entre sus garras, solo preguntaba por preguntar.
Luigi apartó la vista, temblando. —Soy… un chico —murmuró, la voz tan baja que apenas se escuchó—. Siempre lo he sido… No te enojes… por favor, no me mates.
El silencio que siguió fue peor que cualquier grito.