ID de la obra: 970

El Rescate del Secuestrador

Slash
NC-17
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
26 páginas, 9.874 palabras, 3 capítulos
Descripción:
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Capítulo 3

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Bowser no dijo nada. Se quedó ahí, mirándolo con una expresión que Luigi no pudo descifrar. No era furia, pero tampoco calma. Sus ojos rojos parecían arder con mil pensamientos, ninguno de ellos claros. Luigi esperó el grito, la amenaza, la ira desatada. Pero en cambio, el rey se puso de pie, le dio la espalda y caminó hacia la puerta. Luigi abrió la boca para decir algo, pero no salió nada, y Bowser salió del cuarto sin pronunciar palabra, cerrando la puerta tras de sí con un golpe seco. Luigi se quedó sentado en la cama, con el corazón golpeándole el pecho como si quisiera escapar de su cuerpo. No sabía qué significaba ese silencio. ¿Bowser estaba planeando matarlo? ¿Iba a abandonarlo o correrlo del castillo? Quería llorar, quería continuar con su huida esa misma noche, pero el tobillo aún le dolía y sabía que no tendría suerte con un segundo intento de escape. No podía irse. No podía hacer nada. Al final, exhausto, se recostó en la cama, con la mente hecha un torbellino hasta que, sin darse cuenta, se quedó dormido. A la mañana siguiente, el sonido de pasos lo despertó. Dos sirvientes, con miradas nerviosas, abrieron la puerta. —Señorita… —dudaron un instante, pero corrigieron—. Señor… eh… el Rey lo requiere para desayunar. Luigi se sentó lentamente, con el corazón encogiéndosele de nuevo. No sabía si ese desayuno iba a ser su juicio, su castigo o algo peor. Fue hasta el ropero y tomó uno de los tantos vestidos preparados para él, lo hizo sin pensar, pero aunque lo hubiera pensado, no tenía opciones como pantalones o shorts, y sinceramente a estas alturas le daba lo mismo como se vistiera. El desayuno transcurrió en un silencio casi absoluto. Cuando llegó al comedor Bowser solo reconoció la llegada de Luigi alzando una ceja cuando lo vio usando vestido pero no dijo nada. Después solo se dedicó a comer con movimientos precisos, como si cada bocado fuera un ritual, mientras Luigi apenas tocaba la comida. Cada mirada del rey lo hacía encogerse un poco más por dentro, y cada segundo de silencio se sentía como una eternidad. Finalmente, Luigi ya no pudo soportarlo. Bajó la mirada un instante, tragó saliva y respiró hondo antes de hablar. —Mi rey ¿qué vas a hacer conmigo? —preguntó, con la voz temblando un poco. Bowser dejó la cuchara a un lado y lo miró fijamente, con esos ojos rojos que parecían penetrar su alma. El tiempo pareció detenerse. Luigi sintió cómo el miedo le oprimía el pecho. —Dime —dijo Bowser por fin, en voz baja—. ¿Querías huir porque tenías miedo de que descubriera que en realidad eres un hombre? El corazón de Luigi dio un vuelco. Todo se le vino encima. El miedo, la adrenalina, el dolor del tobillo, pero sobre todo la confusión que había sentido desde que estaba atrapado en ese castillo. La verdad era más grande que su miedo a perder la vida; era su miedo a sus propios sentimientos. Luigi bajó la mirada, incapaz de sostener los ojos del rey. Su voz apenas salió. —S-sí… eso temía —admitió finalmente—. Que… que descubrirías que soy un hombre… y… y también… que… —tragó saliva, y su corazón se le aceleró— que no quería dejarte… que… quería quedarme. Bowser lo observó en silencio, con una expresión que era imposible de leer. Luigi cerró los ojos, temblando, con el miedo y esperando lo peor, pero también algo más, algo que aún no podía nombrar. Bowser se levantó de golpe, sus movimientos elegantes pero amenazantes a la vez. Caminó lentamente hasta situarse detrás de Luigi, y con una mano firme lo tomó por los hombros, ejerciendo un peso que Luigi apenas podía soportar. —Ciertamente —dijo el rey, con voz grave—, es una sorpresa que seas un hombre. Luigi se tensó cuando Bowser se inclinó ligeramente, acercando su rostro a su oído y susurró con una suavidad que contrastaba con su tamaño y fuerza. —Pero, al mismo tiempo, sigues siendo tú. Y me he enamorado de ti. Si eso era lo único que nos mantenía alejados, no te preocupes. Te perdono por haberme mentido. Los ojos de Luigi se abrieron como platos. No podía creer lo que escuchaba. Su corazón empezó a latir con fuerza, entre miedo y sorpresa. Se dio la vuelta para encararlo, el rostro rojo y lleno de incredulidad; y antes de que pudiera formar algún pensamiento el rey fue más rápido. Con un movimiento ágil, lo acercó a su cuerpo, presionándolo suavemente contra la mesa con una fuerza que le quitaba el aliento, y lo besó. El mundo de Luigi pareció detenerse por un instante. Sintió miedo, confusión, sorpresa y algo más que no podía negar pero que no iba a nombrar aún. Se fundió en el beso y dejó que Bowser lo sentara sobre la mesa, metiera sus manos por debajo de su falda y la levantara descubriendo sus piernas. —Quiero una boda mágnifica, como tú —dijo masajenado los muslos de Luigi hasta subir lo suficiente usar sus garras y romper la ropa interior de Luigi y tener espacio libre para atrapar la erección de su pareja entre sus dedos. Luigi ahogó un suspiro cuando Bowser lo empezó a tocar, moviendo sus dedos de arriba a abajo, atrapando la erección de Luigi en su palma y bombeando hasta hacerlo terminar. —Cuando seas mi esposo, te tomaré día y noche sin parar, serás mio por siempre —le prometio y Luigi con el cerebro casi derretido por el orgasmo no pudo hacer nada más que sonreir. Bowser no perdió tiempo. La mañana siguiente, dio órdenes al castillo entero. El banquete más grande en años, las mejores telas para el vestido —o eso decían los sirvientes, porque al rey parecía no importarle si era vestido o traje, lo importante era que se viera digno de su consorte—, la música más elegante y la ceremonia más fastuosa que el reino hubiese visto. La boda sería en tres días. Luigi lo escuchaba todo con una mezcla de felicidad y un nudo en el pecho que no lo dejaba respirar del todo. Estaba enamorado, sí… completamente enamorado de ese Koopavque a veces lo hacía temblar de miedo con su ira, pero que en los momentos tranquilos lo miraba como si fuera la cosa más preciosa del mundo. Pero también sabía que el tiempo corría. Que su cuerpo pronto volvería a ser el de siempre y que no tenía idea de cómo iba a reaccionar el rey cuando lo viera así de nuevo. Varias veces pensó en decírselo. Incluso se preparó frente al espejo, ensayando las palabras, imaginando la cara del rey pero cuando llegaba la noche y Bowser lo abrazaba con esa fuerza protectora, lo besaba con esa devoción ardiente, se acobardaba y juraba que mañana confesaría, pero no lo hacía. Así que decidió callar. Callar y exprimir cada minuto. Si solo tenía tres días antes de que todo cambiara, entonces al menos tendría el recuerdo de la boda, de su noche juntos, del único tiempo en que él, Luigi, fue amado con locura por un rey temido en todo el mundo y después huiría. Los preparativos siguieron sin contratiempos. La decoración del salón brillaba con cortinas de seda roja y dorada, las mesas estaban listas para el banquete y la orquesta practicaba una y otra vez la melodía que sonaría cuando Luigi y el rey entraran juntos. En medio de todo eso, Luigi y Bowser encontraban pequeños momentos para besarse en los pasillos, para abrazarse bajo la mirada disimulada —y a veces nerviosa— de los sirvientes. Era extraño cómo el rey, que podía lanzar fuego cuando se enfadaba, con él era tan distinto, al menos cuando estaba de buen humor. En la mañana de la boda, el rey, con una sonrisa que no se veía en él ni en los días de victoria en batalla, le tomó la mano a Luigi antes de que se separaran para vestirse. —Te amo —le dijo Bowser, grave y seguro. Y, por primera vez, Luigi contestó —Yo también te amo. El rey pareció iluminarse, le besó la frente y salió, dejándolo con los sirvientes que debían ayudarlo a arreglarse. Luigi sentía el corazón desbocado, una mezcla de felicidad y miedo, porque sabía que huir se volvía cada vez más difícil con cada beso y caricia. Abrumado, le pidió a los sirvientes que lo dejaran solo un momento para respirar y pensar y entonces, sin previo aviso, la ventana se abrió con un chirrido. —¡Luigi! —susurró alguien, entrando con cuidado. Luigi dio un salto cuando vio a Mario, su hermano, despeinado, con la ropa hecha un desastre y los ojos llenos de preocupación. —¿Qué haces aquí? —preguntó Luigi, corriendo a cerrar la cortina para que nadie los viera. —Vine a rescatarte, ¿qué más? —dijo Mario, bajando la voz—. ¿Qué es todo esto? Luigi tragó saliva, de pronto sintiendo que el suelo le temblaba bajo los pies. —Bueno, no importa, luego me cuentas lo que pasó. Vámonos, —insistió Mario, casi suplicante—. Es ahora o nuncam Luigi apretó los puños. Su corazón parecía dividido en dos. Una parte gritaba que corriera con su hermano, que dejara todo atrás y volviera a su vida normal y la otra dolía al pensar en Bowser, en sus palabras, en la forma en que lo había cuidado cuando enfermó, en cómo había sonreído cuando él por fin le dijo yo también te amo. —Sí—murmuró al fin, con un nudo en la garganta—. Vamos. No había opción. Su tiempo con Bowser había terminado antes de que pudiera llegar la noche de bodas. Y ese pensamiento lo atravesó como una lanza mientras salía por la ventana con Mario, trepando hacia el patio exterior. Corrieron entre los pasillos del castillo, aprovechando cada sombra. El l vestido de novia de Luigi ahora era solo un estorbo que se enredaba entre sus piernas, pero tampoco se lo quitó. —Por aquí —susurró Mario, señalando hacia una puerta lateral. Estaban a pocos metros de la muralla cuando una voz grave gritó —¡Hey! Un guardia los había visto. —¡Alarma! ¡Están escapando! —rugió, y enseguida el sonido metálico de una campana resonó por todo el castillo. Las trompetas de emergencia siguieron el llamado. En cuestión de segundos, docenas de pasos comenzaron a retumbar en los pasillos. —¡Corre, Luigi, corre! —gritó Mario, tirando de él mientras el eco de la alarma llenaba el aire. —¡Mario, no vamos a lograrlo! —gritó, con la respiración agitada—. Nos están siguiendo, están muy cerca. —Tranquilo, Luigi —dijo Mario, apretándole la mano—. Confía en mí. Tengo un plan. Luigi abrió la boca para preguntar cuál, pero no tuvo oportunidad. Mario dio un giro brusco al llegar a la muralla exterior, los empujó tras unos matorrales y entonces Luigi se quedó helado. Allí estaba la princesa Peach. Ella sostenía su bastón mágico, ahora brillante y entero otra vez. A sus lados, una docena de soldados reales los flanqueaban, con lanzas y armaduras relucientes. —¡Luigi! —exclamó la princesa, con alivio en la voz—. Lamento haber tardado tanto. Pero ya está. El bastón está arreglado. Alzó el artefacto, que parecía palpitar con una energía nueva, más intensa que antes. —Hoy acabaremos con Bowser y su tiranía —declaró la princesa, con la mirada firme—. Les prometo que no permitirá que nadie más sufra por su culpa. Luigi sintió un estremecimiento, no quería que lastimaran a Bowser, solo debían huir, pero antes de que pudiera decir nada, un rugido feroz retumbó desde el castillo, tan profundo que la tierra misma pareció temblar. El rey había oído la alarma y venía por ellos. El suelo comenzó a temblar cuando Bowser apareció entre la polvareda. Imponente, con sus ojos encendidos como fuego, avanzó con pasos que parecían hacer eco en toda la muralla. Su mirada se clavó en Luigi. —Devuélvanla —ordenó con voz grave y peligrosa, dirigiéndose a la princesa y a Mario—. ¡Ahora mismo! La princesa Peach se mantuvo firme, bastón en alto, mientras los soldados la rodeaban en formación. —No, Bowser —dijo ella con voz clara—. Esto termina aquí. El rey apretó la mandíbula. Sus ojos dejaron a los soldados y fueron directo a Luigi, quien seguía a un lado de Mario, con el corazón latiéndole tan fuerte que casi dolía. —Ven conmigo, —dijo el rey, y por primera vez su voz sonó más como una súplica que como una orden—. Tú y yo… tenemos una boda que terminar. Luigi lo miró. Durante un segundo entero, el tiempo pareció detenerse. Podía sentir la desesperación del rey, podía recordar cada noche juntos, cada sonrisa robada, cada palabra que lo había hecho temblar. Pero luego giró el rostro, en silencio. Una negación muda, pequeña pero definitiva. El aire se tensó como una cuerda a punto de romperse. Bowser frunció el ceño, la expresión en su rostro convirtiéndose en una máscara de furia y traición. —Entiendo… —dijo con una voz tan baja que erizó la piel de todos. Y entonces, con un rugido que retumbó como un trueno, lanzó fuego por la boca y se lanzó contra la princesa y Mario. Bowser se movía esquivando la magia dorada de Peach ybsu bastón. Mario mantenía a Luigi detrás de él, con puños cerrados lo protegía de los escombros que volaban y de los guardias que aún intentaban acercarse. Luigi miraba la escena con el corazón hecho trizas. Porque, mientras su hermano luchaba por salvarlo y la princesa peleaba por liberar todos los reinos de la tiranía de Bowser, el no quería que Bowser cayera. No después de todo lo que habían compartido. No después de haberse enamorado de él, aunque fuera un amor torcido, lleno de contradicciones y peligros. —¡Luigi, atrás! —gritó Mario cuando una llamarada del rey pasó demasiado cerca. Luigi retrocedió, pero sus ojos no podían apartarse del Koopa que estaba siendo acorralado poco a poco por la magia de la princesa. El bastón brillaba más con cada ataque, cargándose de energía para lo que parecía el golpe final. Y entonces lo vio. La princesa, firme, hermosa y terrible, apuntando directo al corazón Bowser. —¡No! —gritó Luigi, corriendo hacia adelante—. ¡Esperen! Quiso interponerse, quiso detenerla, gritar que no lo mataran, que había otra forma. Pero estaba demasiado lejos, sus pasos eran torpes, y el hechizo ya estaba liberado. Un rayo dorado salió disparado del bastón, atravesando el aire con un rugido ensordecedor e impactó directo en el pecho Bowser. El mundo pareció detenerse un segundo. La energía dorada lo envolvió, arrancándole un rugido de dolor que resonó por todo el campo de batalla. —¡No…! —la voz de Luigi se quebró mientras caía de rodillas, viendo al rey tambalearse bajo la luz mágica. —¡Bowser! —la voz de Luigi se quebró cuando lo vio caer de rodillas. La luz dorada del bastón lo cubría por completo. Primero fueron sus piernas, luego su torso. Poco a poco la piel del rey empezó a endurecerse. —¡No, no, no, no! —Luigi corrió hacia él, sin importarle los gritos de Mario ni de la princesa, que le pedían que se apartara. Se arrodilló frente al rey justo cuando la piedra avanzaba hasta su cuello. El rostro de Bowser, siempre tan fiero, parecía ahora sereno, como si ya aceptara su destino. —Perdóname —susurró Luigi, las lágrimas cayéndole por las mejillas mientras le tomaba la mano, la misma que ya estaba fría y dura como el mármol—. Perdóname por todo… El rey lo miró, apenas pudiendo mover los labios. —Yo… te amo… —logró decir, con voz ronca, antes de que el hechizo lo cubriera por completo. —¡Yo también te amo! —gritó Luigi, su voz rompiéndose—. ¡Te amo, Bowser! Pero ya era tarde. El último destello dorado se apagó, y donde había estado el rey ahora solo quedaba una estatua imponente, con la expresión congelada entre furia y tristeza. El silencio cayó sobre todos. Mario, la princesa, y los soldados de ambos bandos miraban a Luigi, arrodillado, abrazando la fría piedra como si pudiera devolverle la vida con solo desearlo. El viento sopló, llevando las palabras de Luigi que seguía repitiendo, con la voz hecha pedazos. —Lo siento… te amo… lo siento… Mario fue el primero en acercarse, poniéndole una mano en el hombro. —Luigi tenemos que irnos —dijo con suavidad—. El castillo ya no es seguro. Luigi asintió despacio, pero antes de levantarse, giró hacia su hermano y hacia la princesa Peach, que lo miraba con mezcla de asombro y compasión. —Hay algo que deben saber —dijo, con la voz ronca—. Me enamoré de él. Del rey. Mario frunció el ceño. —¿De Bowser? ¿Después de todo lo que hizo? Luigi bajó la cabeza. —Lo sé… parece una locura. Pero me cuidó, me protegió… y yo… yo también lo amé. Y ahora… —su voz se quebró— ahora no hay nada que hacer. Nunca va a volver. La princesa guardó silencio, apretando el bastón con fuerza. Incluso Mario no supo qué decir. Solo les quedó volver al reino champiñón. Con el paso de los días, Luigi volvió poco a poco a su forma real. Su cuerpo recuperó sus rasgos de siempre y su voz volvió a sentirse como la suya. Sin embargo, algo dentro de él no había cambiado. Cada vez que podía, se escabullía del reino de la princesa Peach y viajaba hasta el castillo Bowser. Allí, frente a la imponente estatua, Luigi se sentaba, acariciaba la fría superficie y hablaba. —Te mentí… —decía con un hilo de voz—. Me enamoré de ti, y lo sigo haciendo… aunque sé que no puedes escucharme. A veces se quedaba en silencio, contemplando los ojos tallados en piedra, imaginando que de alguna manera Bowser podía entenderlo, que de alguna manera lo sentía cerca. El recuerdo del rey, del amor imposible y de todo lo vivido, se convirtió en un secreto que sólo él compartía con la estatua. Un ritual silencioso que lo mantenía cerca de alguien que había marcado su corazón para siempre. Durante semanas, Luigi hizo del viaje al castillo Bowser casi un ritual diario. Caminaba hasta donde la estatua se alzaba, imponente y silenciosa. Hablaba, reía, lloraba y le contaba todo lo que sentía, aunque sabía que no recibiría respuesta. Pero un día, cuando llegó con el corazón latiendo acelerado y la esperanza de ver nuevamente esa figura pétrea, el lugar estaba vacío. —¿Dónde… estás? —susurró, con la voz temblando—. ¿Bowser? Solo había polvo en el suelo, esparcido por el viento, y el silencio más absoluto. Luigi cayó de rodillas, las manos temblando mientras recogía un poco del polvo entre sus dedos. Su corazón se encogió de dolor, y las lágrimas comenzaron a correr sin control por su rostro. —¡No… no puede ser! —sollozó—. ¡No puede haberse desintegrado…! Se abrazó a sí mismo, deseando que la estatua estuviera allí, que su amado rey no se hubiera ido de manera tan definitiva. Cada palabra que había pronunciado, cada secreto, cada confesión de amor parecía haberse perdido junto con la piedra que lo contenía. El viento soplaba y Luigi lloraba, dejando que su tristeza llenara el patio cuando de repente escuchó un susurro detrás de él. —¿Luigi…? Se sobresaltó y giró rápidamente. Allí estaba Bowser, vivo, de pie, con los ojos fijos en él. —Me mentiste —dijo el rey, con voz grave pero temblorosa, pronunciando su nombre real con una mezcla de reproche y alivio. Luigi no pudo contener más las lágrimas. Corrió hacia él, sollozando y abrazándolo con fuerza. —¡Bowser… yo…! —balbuceó, entre lágrimas—. No quería… no quería, de verdad. Lo juro. El rey lo abrazó de vuelta, con esa fuerza y calidez que solo él podía dar, y Luigi sintió cómo todo su dolor y miedo se mezclaban con una felicidad inesperada. —Shh… ya está bien —susurró el rey—. Solo desperté. Todo esto… todo lo que pasó… es gracias a ti. A tu amor. Luigi se separó un poco, entre sollozos, para mirarlo a los ojos. —¿De verdad… despertaste? Bowser asintió, una pequeña sonrisa curvando sus labios por primera vez en mucho tiempo. —Sí. Gracias a ti. Luigi sintió cómo un peso enorme se levantaba de sus hombros. Todo el miedo, la culpa, la tristeza desapareció en un instante mientras lo abrazaba nuevamente, sin querer dejarlo ir. El tiempo se detuvo, y por primera vez en mucho tiempo, ambos pudieron simplemente estar juntos, sin miedo a nada. Luigi y Bowser se miraron por un largo instante, con el corazón aún latiendo desbocado. Y luego, sin pensarlo más, se besaron. Un beso lleno de alivio, de pasión contenida durante tantos días, de amor verdadero que había resistido todo. Cuando se separaron, Luigi respiró profundamente, pero la preocupación volvió a nublarle la mente. —Bowser… ¿y ahora qué le voy a decir a mi hermano? ¿Y a la princesa? —preguntó, con un hilo de voz—. ¿Sigues siendo malo? El rey lo miró con calma, rodeándole los hombros con un brazo fuerte y seguro. —No lo soy, pero podemos huir si quieres —dijo con serenidad—. Podemos escondernos y nadie tendría por qué enterarse. Luigi lo miró, con el corazón lleno y decidido. —No. No voy a huir. No voy a ocultarte. No quiero esconderme nunca más. Bowser sonrió, como solo él sabía hacerlo, con ese brillo feroz en los ojos que a la vez era cálido y protector. —Entonces, estaremos juntos. Por siempre. Luigi asintió, dejando que la calma y la felicidad lo envolvieran. FIN
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