ID de la obra: 1010

Megaman X9: Apocalipsis - Primer Acto

Gen
G
Finalizada
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Axl, X, Zero
Tamaño:
58 páginas, 18.511 palabras, 9 capítulos
Descripción:
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Capítulo 3

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Alia, X y una pequeña brigada de guardias se dirigían a un edificio seguro dentro de la ciudad en construcción. Algunas cápsulas de descanso ya estaban preparadas. —Comandante X, disculpe si no le permitimos volver a la base esta noche. Usted y la señorita Alia pueden descansar aquí. Mañana a primera hora lo escoltaremos personalmente —dijo el líder de la brigada de élite, con tono formal. X suspiró, visiblemente agotado. —Está bien… supongo que la base puede sobrevivir un día sin mí. El líder de la brigada hizo el saludo marcial y se retiró de la habitación, dejándolos solos. Alia soltó un suspiro cargado de preocupación. —Zero salió en una misión al punto de colisión de la colonia Eurasia —dijo con voz baja, casi como si pensara en voz alta. X la miró, alarmado, pero sin palabras. Ella continuó, con gesto grave: —Aún sigue en misión. Aunque Layer dice que la comunicación se cortó hace tres minutos… su señal vital sigue activa y enviando datos. X cerró los ojos por un momento, en silencio. Como si, desde esa quietud, le deseara suerte a su mejor amigo. Alia rompió el silencio con un tono más relajado, incluso ligeramente cómico: —Ah, por cierto... Axl y Pallette enviaron una foto interesante. Creo que él no quiere hablar del asunto hasta que tú o Zero estén presentes. X, algo contrariado por el brusco cambio de tema, se acercó a Alia con curiosidad. Ella sonrió de lado y le mostró la imagen. Era una fotografía de Axl haciendo el gesto de “amor y paz” frente a alguien más al fondo... alguien inconfundible. —¿Dynamo? —preguntó X, sorprendido, frunciendo el ceño. Alia asintió. —Recuerdo que, durante la catástrofe de la pesadilla, se volvió una especie de científico-recolector. ¿Qué lo habrá hecho volver ahora? —Por lo general, las ratas huyen cuando el barco se hunde —respondió X con un dejo de amargura. Alia lo miró, contrariada. Se acercó, le tomó la mano con suavidad. —Hay que descansar. El sistema eléctrico no fallará esta noche. Además, tú mismo lo pensaste todo: plan B, plan C... lo tienes cubierto. X exhaló largamente, dejando que algo de tensión saliera con su aliento. —Sí, lo sé. Pero sé que, en el futuro, la energía será un problema. Quiero estar un paso adelante... antes de que sea demasiado tarde. —Y eso está bien. Pero con la mente abrumada no vas a encontrar soluciones, X —dijo Alia con firmeza, aunque con ternura—. Es mejor que descanses. X la miró. Por un instante, su expresión de preocupación se suavizó al ver la sinceridad en sus ojos. —Gracias —murmuró con su tono amable de siempre. X caminó hacia una de las cápsulas y se recostó. Alia hizo los preparativos para su descanso mientras la cápsula se cerraba lentamente. —Descansa, X. Nos veremos en la mañana —le susurró. X asintió y cerró los ojos. Alia, al verlo dormido, activó el temporizador de su propia cápsula para darse tiempo de entrar y acomodarse. Una vez lista, también cerró los ojos, dejándose llevar por el silencio de la sala. Pasaron algunas horas, y X abrió los ojos. Se veía intranquilo, abrumado. Desde el interior de la cápsula presionó un par de botones. Con un leve zumbido, la compuerta se abrió. Miró a su alrededor. Alia dormía plácidamente. Esbozó una pequeña sonrisa, y en silencio, salió de la habitación. En el pasillo exterior, aún había un par de guardias de élite. Uno observaba las cámaras de vigilancia, concentrado. El otro, más relajado, miraba algo en una pantalla—parecían noticias. —Buenas noches, comandante X. ¿No puede dormir? —preguntó el guardia que veía la pantalla, alzando la vista. X asintió con amabilidad. —Nada de qué preocuparse. Solo me gustaría caminar un poco a solas para despejar la mente. —Está bien. Si necesita algo, por favor comuníquese. Estaremos atentos —respondió el guardia, con una ligera reverencia. —Gracias —dijo X, saliendo con calma. Las luces de la ciudad y las áreas verdes cercanas comenzaron a revitalizar su mente, disipando poco a poco las sombras que lo envolvían. Caminó durante algunos minutos. Escuchaba el agua fluir desde las fuentes, sentía el murmullo constante de la energía vital de la ciudad. Algunas luces titilaban a la distancia. Varios reploids de patrullaje pasaban cerca de él, saludándolo con amabilidad. X respondió con una leve sonrisa. Al ver todo aquello, sintió una pequeña chispa de orgullo: un fragmento tangible de lo que estaba construyendo. Observó a su alrededor y divisó un mirador. Con la tranquilidad de alguien que comienza a creer en sus logros, subió lentamente. Al llegar a la cima, su mirada se encontró con la postal nocturna de la ciudad: iluminada, viva, en calma. Se sentó en una banca que le ofrecía la vista perfecta. —Arcadia… —susurró con orgullo y paz. Y por un momento, todo fue silencio. Un silencio que se extendió… segundos, minutos… hasta que una voz familiar quebró la calma detrás de X. —Había olvidado que, en algún momento… hasta yo anhelaba un mundo así. X se giró lentamente, con los puños apretados. Esa voz. La conocía demasiado bien. Una voz que aún resonaba en sus pesadillas más oscuras. Y como si esas pesadillas se materializaran, allí estaba Sigma. Pero no era el Sigma de sus recuerdos recientes. No era el monstruo de la luna, ni el demonio digital que había enfrentado tantas veces. Era otra cosa. Otro Sigma. El que alguna vez fue maestro. Compañero. Mentor. El Sigma serio, imponente, pero justo. Sin cicatrices. Sin la sonrisa cruel. Sin el brillo de locura en los ojos. —Anhelaba un mundo así… incluso después de que llegaste a los Maverick Hunters —agregó, con una voz cargada de anhelo. Como si suplicara por una oportunidad… aun sabiendo que no la tendría. —Sigma… —X se levantó instintivamente, adoptando una posición defensiva. Sigma le dedicó una leve sonrisa. No una de burla… sino una cargada de orgullo. —Dime, X… ¿qué tal la vida de líder? X se quedó quieto, confundido. Aquel Sigma no parecía querer enfrentarlo, ni destruirlo. Solo… hablar. Como si fueran viejos amigos reencontrándose tras una guerra larga y cruel. —Es… difícil —respondió X finalmente, con cautela, bajando su Buster lentamente. Sigma asintió, con el rostro sereno. —Nadie dijo que sería sencillo. Sus errores son tus errores… aunque siempre antepones a los demás antes que a ti —comentó con un tono que rozaba la preocupación. Sin agresividad, Sigma caminó hacia la banca donde X se había sentado momentos antes, y tomó asiento. Alzó una mano, con un gesto tranquilo, invitándolo a acompañarlo. X dudó… pero obedeció. Se sentó a su lado. —¿Por qué volviste? —preguntó en voz baja. Sigma tardó en responder. Su mirada se perdió en el horizonte. —No lo sé —admitió al fin, con una sinceridad inusitada—. En esta ocasión… no lo sé. Por eso vine a buscarte. Tal vez tú tuvieras la respuesta. Pero al parecer… estaba equivocado. X guardó silencio. No sabía qué decir. No había respuestas fáciles. Sigma suspiró. Su tono era más humano que nunca. —He de admitir que te envidio, X. Mira lo que has logrado… incluso con mi constante interferencia. Incluso con grupos que no siguen tus ideales. Te has impuesto… unas veces con armas, otras con palabras. X se relajó un poco. La presencia de Sigma no emanaba amenaza… sino experiencia. Cruda. Dolorosa. De esas que te curten con el tiempo, que endurecen el alma más allá de la armadura. El silencio se apoderó de ambos mientras observaban el horizonte, quietos como estatuas olvidadas en el tiempo. —¿Qué te cambió? —preguntó X finalmente. Su voz era seria, pero había un dejo de vulnerabilidad. Como si buscara, en esa pregunta, la forma de apaciguar su propio miedo. Sigma no tardó en responder. Lo hizo con una calma tan desconcertante que parecía arrastrar siglos. —Tú, X. Tú lo hiciste. X giró el rostro hacia él, confundido. No esperaba eso. Sigma continuó sin mirarlo, como si hablara más para sí mismo. —Anhelaba tu poder. Tu capacidad infinita. Esa forma de ver el mundo… creí que juntos podríamos construir algo mejor. Pero los errores del Dr. Cain… nos condenaron. A mí. A Vile. A Dragoon. A tantos otros. El protocolo que se saltó al crearnos nos encadenó al virus Maverick antes siquiera de tener una oportunidad. X bajó la mirada. Sabía que esas palabras eran ciertas. Y dolían. Porque no podía desmentirlas. Sigma apretó los puños, no con furia, sino con resignación. —No nacimos rotos, X. Nos rompieron. Nos infectaron con el sueño de la perfección… y con el castigo por desearla. X bajó la mirada, melancólico. Las palabras de Lumine aún resonaban en su memoria: —Él lo llamó... evolución. Sigma asintió con una gravedad inusual, como si pudiera oír aquel eco en su propia mente. —Muchos nombres tiene —dijo—. Perfección, Evolución, Progreso… Pero todos fallan. Todos. Porque nosotros, los Reploids, fuimos creados con un error fundamental: somos inmortales en un mundo que no lo es. X lo miró en silencio. —Solo funcionará —continuó Sigma— cuando la humanidad logre la inmortalidad... y los Reploids, como nosotros, recibamos la bendición de la mortalidad. X cerró los ojos. Por primera vez, entendía lo que había detrás de tanto caos, de tantos “enemigos” a los que enfrentó. Eran víctimas del mismo dilema sin respuesta. —Nuestra inmortalidad —agregó Sigma, más para sí mismo que para su interlocutor— nos condena, con el tiempo, a convertirnos en los villanos de historias que alguna vez quisimos proteger. X apretó los puños, con la voz apenas temblorosa. Una mezcla de convicción y de esa inocencia que sobrevivía, a duras penas, en su núcleo. —Siempre estaré ahí… para detenerlos. A todos. Sigma lo miró de reojo. Y por primera vez… sonrió. No con burla, ni con malicia, sino con algo que casi parecía ternura. O resignación. —Dime, X... —su voz bajó como un susurro que arrastraba siglos de historia— cuando el Bien triunfa… Sigma giró su rostro hacia él, con los ojos cargados de una pregunta más vieja que la guerra misma: —… ¿qué ocurre con el Mal? X guardo silencio. No supo responder a aquella pregunta. Sigma cerró los ojos, y asintió con solemnidad. —X, comandante en jefe de los Maverick Hunters —pronunció con voz firme, como quien ofrece una despedida ceremonial. Se puso de pie, dándole la espalda a su antiguo camarada. —Esta será la última vez que nos veamos —añadió con gravedad, antes de girarse una última vez… y ofrecer el saludo marcial de los Maverick Hunters. X lo devolvió con lentitud. En su rostro había algo más que deber: una mezcla de tristeza, respeto y una reflexión amarga que parecía asentarse en lo más profundo de su núcleo. Sigma bajó la mano y, con la mirada hacia el firmamento nocturno, habló una vez más: —Una última petición… de alguien condenado por el destino… Abrió los brazos en cruz, con una quietud casi sagrada. —Termina con esta pesadilla de una vez por todas… te lo imploro. X dio un paso hacia adelante. Aquella súplica no era de un enemigo. Era de un alma atrapada. Y por primera vez, dudó. —No lo dudes, X… Esta vida que cargo es tan fugaz como el destello de un rayo… hazlo… mientras aún soy yo… El cañón del X-Buster se alzó lentamente. El zumbido de la energía creciendo cortó el aire con un lamento contenido. Sigma cerró los ojos. Sonrió… y susurró con gratitud: —Gra… cias… El disparo se desató como un suspiro final, silenciando todo. Cuando el humo se disipó, no quedó nada. Solo el viento suave, y un vacío donde, por un instante, existió el Sigma que alguna vez soñó con un mundo en paz. X permaneció en silencio, observando ese lugar. Y aunque sus sistemas registraban una “victoria”, su alma… marcaba otra cosa: Un adiós. El fin de la pesadilla. El final de la locura que atormentaba a X desde hace años. Todo se volvió borroso en ese momento. El viento. La banca vacía. El último destello. Y luego… oscuridad. Cuando X volvió a abrir los ojos, se encontraba dentro de su cápsula. La luz cálida del sol de la mañana entraba por la ventana, dibujando líneas doradas sobre el suelo metálico. Todo era quietud. Todo era paz. A un costado, sentada en silencio, estaba Alia. No mostraba preocupación. Su expresión era serena, casi maternal. Como si hubiera estado allí durante horas, asegurándose de que él descansara lo suficiente para sanar… en cuerpo y alma. Al notar que despertaba, sonrió suavemente. —Buenos días, comandante. Has dormido más que de costumbre. X parpadeó un par de veces. Aún podía sentir el eco del disparo, la brisa del mirador… la última mirada de Sigma. Pero no dijo nada de inmediato. Solo respiró hondo. Sintió que, por primera vez en mucho tiempo, algo dentro de él se había apagado. Y no era miedo… era una herida que por fin comenzaba a cicatrizar. —Gracias, Alia —respondió con voz ronca pero sincera. Ella se limitó a asentir, comprendiéndolo sin necesidad de más palabras. No preguntó. No hizo conjeturas. Solo estuvo allí. X se sentó lentamente dentro de la cápsula y miró por la ventana. La ciudad seguía allí. Arcadia seguía allí. El sueño… aún estaba vivo. X salió de la cápsula y le tendió la mano a Alia con una cortesía casi solemne, el tono más caballeroso y amable que ella recordaba. —Alia… ¿me acompañas en un último recorrido antes de partir? Alia se sorprendió. Se sonrojó levemente y, sin decir palabra, tomó su mano. —Sí, claro… me encantaría. Juntos abandonaron el edificio, caminando por las mismas calles que X había recorrido durante la madrugada. El sol ya asomaba, iluminando una Arcadia que comenzaba a despertar: humanos y Reploids convivían como iguales, hombro a hombro, en armonía. Al llegar al mirador, Alia se detuvo, fascinada por la vista. La ciudad se extendía bajo un cielo limpio, prometedor. X, sin embargo, tenía la mirada fija en un punto concreto. Buscaba una señal, una huella, algo que le confirmara que lo vivido no fue un sueño. Que fue real. Entonces la vio. Una quemadura leve, discreta. No era profunda ni extensa, apenas un trazo carbonizado sobre el suelo, como si el tiempo mismo hubiera dudado en borrarla. La forma era ambigua, pero X sabía lo que representaba. Y lo que confirmaba. Alia notó su silencio. Lo observó con atención, preocupada. —X… ¿estás bien? Él asintió con serenidad. —Sí. Solo que este lugar… creo que se convertirá en mi rincón favorito. Ella sonrió. Había en X una calma nueva, una paz que no le había visto en años. Como si algo dentro de él, finalmente, se hubiera reconciliado. Permanecieron en silencio unos segundos. Luego, Alia se acercó y se acomodó a su lado, cruzando los brazos con naturalidad. —¿Sabes? Creo que, en el fondo… él también quería eso. Paz. Aunque no supo cómo alcanzarla por sí mismo. X giró levemente la cabeza, sorprendido. Alia parecía comprender más de lo que decía. —Puede ser —murmuró—. Esta vez… no lo sentí como un enemigo. Ella lo miró con ternura. En sus ojos vio algo distinto. Una madurez profunda. Una sombra menos. —¿Y ahora qué harás? —preguntó, suave. X esbozó una sonrisa apenas visible. —Seguir. Por Arcadia. Por Zero. Por todos. Y allí se quedaron, juntos, contemplando la ciudad. Una nueva mañana ascendía sobre el mundo… y con ella, una nueva oportunidad de hacer las cosas bien. Después de un momento, la voz de X rompió el silencio: —Alia… ¿sabes qué ocurrió anoche? Preguntó con un dejo de temor, como si aún dudara de la realidad. Ella negó con calma. —Cuando desperté, murmurabas el nombre de Sigma entre sueños. No con miedo… lo hacías con admiración. Con gratitud. X bajó la mirada. —Los guardias dijeron que saliste de madrugada a despejar la mente. Regresaste casi dormido, en un estado entre la vigilia y el letargo. Supusieron que la caminata fue tan relajante que te venció el sueño antes de llegar —añadió Alia, con cierta inquietud. X la miró. Le sonrió con una honestidad desarmante. —Fue él… una versión de él que alguna vez llamé mentor. Antes de que comenzaran nuestras pesadillas. Y aunque el pasado aún dolía, X sentía, por primera vez en mucho tiempo, que el futuro no le pesaba. Lo invitaba. Lo llamaba. Soltó un suspiro contenido, como si dejara atrás siglos de guerra. —Debemos volver. Tenemos un invitado inesperado en la base. Alia asintió. Le sonrió con la misma complicidad de siempre.
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