ID de la obra: 1010

Megaman X9: Apocalipsis - Primer Acto

Gen
G
Finalizada
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Axl, X, Zero
Tamaño:
58 páginas, 18.511 palabras, 9 capítulos
Descripción:
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Capítulo 5

Ajustes de texto
El suave zumbido de los motores envolvía la cabina de transporte, invitando a la meditación. Era un murmullo constante, casi hipnótico, que permitía a X y Zero repasar en silencio los hechos ocurridos hace menos de veinticuatro horas. Pensaban, cada uno a su manera, en lo que habían visto, en lo que habían sentido… y en lo que vendría después. Desde su asiento al fondo, Dynamo fingía dormir. Pero sus ojos, apenas entreabiertos, observaban a los dos cazadores. Sonrió levemente. Tal vez con esperanza. Tal vez… con la silenciosa determinación de proteger un futuro que aún no existía. Zero alzó la mirada, notando algo distinto. En esa calma momentánea, las palabras de Dynamo resonaron en su mente: "No eres el mismo de antes, X." Y tenía razón. Había más madurez en los ojos de su compañero. Más decisión. Más peso sobre sus hombros. —Entonces… ¿solo charló contigo? —preguntó, con una mezcla de temor y enojo mal contenido. X asintió, con los ojos clavados en el vacío. —Sí. Fue… extraño. Verlo así, como el mentor que fue antes del monstruo… fue como cerrar una pesadilla. Zero bajó la mirada, consternado. —¿No fue un sueño? ¿Un fragmento dañado de tu memoria? La duda parecía también dirigida hacia sí mismo. X lo miró, firme, y negó lentamente con la cabeza. —¿Ellos… eran los de siempre? Zero apretó los labios. Su respuesta no fue inmediata. Luego, con un suspiro, contestó: —Sí… Coronel seguía con ese porte inquebrantable de soldado. Gate… estaba nervioso. Como si cargara con algo demasiado grande para él. El silencio se instaló de nuevo, espeso, apenas interrumpido por el murmullo del motor. Dynamo, con la mirada hacia el frente, rompió la calma. —Su castigo fue recuperar la conciencia. Recordar. Aceptar sus errores… y con ello, su sufrimiento. X y Zero lo miraron, sin palabras. —Es como si los hubieran mandado al purgatorio —agregó Dynamo con voz grave—. A expiar sus culpas… Vaya infierno. Un suave pitido resonó en la cabina. —Hemos llegado al punto de descenso —anunció el copiloto—. Según las lecturas, hay un aumento inusual de temperatura en la zona… al menos diez grados. Zero se puso de pie, observando por la escotilla. —No es muy significativo, considerando que esta región suele alcanzar los cincuenta grados bajo cero… pero definitivamente indica que hay actividad ahí abajo. Dynamo sonrió con su habitual sarcasmo. —Bueno, es hora de bajar y romper el hielo —soltó antes de reír por lo bajo. X asintió. —Por primera vez… Dynamo tiene razón. La nave descendió lentamente, sus motores amortiguados por la nieve endurecida. Tocó tierra con suavidad, levantando una nube de escarcha en forma de halo blanco. X y Zero bajaron de inmediato. Dynamo, en cambio, se desvió hacia la cabina del piloto, dijo algo en voz baja y luego descendió también. X lo notó. —¿Ocurre algo? Dynamo negó con la cabeza, ocultando algo tras una expresión neutra. —Solo les dije que no se pongan en riesgo… que hay un mecaniloide loco ahí afuera que come Reploids —respondió con tono grave, como si fuera cierto, aunque sus ojos delataban la burla. X y Zero intercambiaron una mirada. La duda se apoderó de ellos por un segundo. —Siempre pueden arrancar la nave y ganar altura —añadió Dynamo con una sonrisa maliciosa antes de avanzar, tomando la delantera. Zero se giró hacia la nave. Los cazadores y oficiales que los habían acompañado lo observaban desde dentro. Con gestos rápidos, les dio una orden clara: despeguen si las cosas se ponen raras. X soltó un suspiro y sin dar una palabra, siguió los pasos de Dynamo, adentrándose en la blanca inmensidad. Zero tomó la posición de retaguardia, desenfundando el Z-Saber. Caminaron durante algunos minutos. Todo era blanco y azul hasta donde la vista alcanzaba. Una ligera tormenta de nieve comenzaba a formarse cuando Dynamo se detuvo. Frente a él, una vieja estructura sobresalía del hielo: parecía un refugio olvidado por el tiempo. —Entraremos. Bajaremos unos cuantos pisos antes de llegar —explicó con inusitada honestidad. Abrió la puerta, y algunos Batton Bone salieron volando en desorden. X los miró alejarse. Zero los ignoró por completo. —Se congelarán antes de volverse una amenaza —sentenció. Dynamo les hizo un gesto teatral para que pasaran. —Ustedes primero, caballeros. X entró con desconfianza. Zero miró a Dynamo, y sin decir palabra, lo empujó suavemente para que pasara. —Está bien, está bien… voy en medio —murmuró el mercenario con resignación. Zero esbozó una sonrisa y cerró la puerta tras ellos. X comenzó a bajar por una escalera marinera, observando la profundidad del pozo. —¿Qué es esta instalación? Dynamo bajaba unos peldaños por encima. —Un refugio. Un laboratorio… una cápsula del tiempo. Zero se sumó al descenso, en silencio. —¿A quién le pertenece? —Esas respuestas llegarán en unos minutos. Solo sean pacientes. Mis benefactoras los esperan —respondió, envolviendo el aire en misterio. Pasaron varios segundos. Zero examinaba los peldaños: viejos, polvorientos, algunos corroídos. —Parece abandonado. Dynamo asintió. —Lo está. Esta entrada dejó de usarse tras la caída de Eurasia. El cambio climático la volvió inaccesible para mis benefactoras. Tras varios minutos de descenso, llegaron a un túnel enorme, tenuemente iluminado. La temperatura era notablemente más alta. —Si encontramos enemigos, encárguense ustedes —dijo Dynamo con fingida decepción—. Sigo dañado. Si puedo ser útil, lo intentaré… Avanzaron juntos. Por el camino, algunos Batton Bone flotaban como sombras erráticas; X los eliminó sin mayor esfuerzo. Las luces del túnel comenzaron a brillar con más intensidad. Manchas púrpuras empezaron a aparecer en las paredes. Dynamo las miró con incomodidad. Siguieron avanzando unos segundos más… y entonces se percató: algunas de esas manchas se movían. Lentamente, casi imperceptibles. Desenfundó una de sus espadas con sigilo. Más manchas aparecían: unas grandes, otras pequeñas. Ese tono púrpura brilloso tenía algo perturbador. —Zero… ¿ves esas manchas? —preguntó X, con la voz tensa. —Sí… creo que se mueven —respondió empuñando con firmeza el sable. De pronto, las manchas reaccionaron. Se desprendieron de muros y techo como si fueran vísceras vivas. Las que habían quedado atrás se lanzaron contra Dynamo. Él logró cortar una con su espada, pero otra fue directo hacia X. Sin pensarlo, Dynamo se interpuso, recibiendo el impacto. Su gemido de dolor puso en alerta a los cazadores. X y Zero comenzaron a esquivar las manchas, que se fusionaban rápidamente en una figura humanoide gelatinosa. Brillaba con un púrpura siniestro, y dos ojos incandescentes emergieron en su "rostro". —Te pasaste, abuela… —murmuró Dynamo, arrodillado, con una mueca de dolor. Los disparos del X-Buster resonaron por el túnel. Zero cargó contra la criatura, apuntando a uno de los ojos. Pero el cuerpo gelatinoso lo cubría, y el golpe no penetró del todo. Una mano de la masa púrpura lo golpeó con fuerza, lanzándolo varios metros hacia atrás. Dynamo se incorporó, jadeante. Arrojó un par de cuchillas giratorias, que cortaron fragmentos del cuerpo del ente. X cargó su Buster y disparó un tiro concentrado. El golpe dejó uno de los ojos expuesto. —¡Ahora! —gritó Dynamo, jalando las cuchillas de regreso, atravesando el ojo y destruyéndolo. Zero se recuperó, mirando el órgano deshecho. —Vaya recibimiento —dijo, cambiando el Z-Saber por el mango de su otra arma: la temida Sigma Blade. Pero el momento de victoria fue breve. El ojo destruido comenzó a regenerarse. —Genial… hay que destruirlos al mismo tiempo —dijo X, disparando sin cesar para debilitar el cuerpo gelatinoso. La criatura rugió y lanzó bolas de gel púrpura. X y Zero esquivaron con facilidad, pero Dynamo apenas logró eludirlas, visiblemente agotado. La criatura se movió, colocándose tras ellos en un rápido deslizamiento. X giró y volvió a disparar. Zero analizaba su movimiento, esperando una abertura. Dynamo, jadeante, levantó su mano. Un fulgor magenta la envolvió. —¡Ahora! —exclamó, golpeando el suelo. Una descarga de rayos cayó desde el techo, atravesando a la criatura y abriendo su cuerpo por completo. X cargó su Buster. Zero, con la Sigma Blade, se abalanzó y cortó uno de los ojos en una estocada certera. X disparó inmediatamente, destruyendo el otro ojo con una explosión de luz. Lo que quedaba del cuerpo gelatinoso comenzó a derretirse lentamente, evaporándose en una densa niebla violácea. Había perdido sus unidades centrales. La criatura ya no podía mantenerse cohesionada. Dynamo se apoyó contra la pared del túnel, jadeante. Una sonrisa amarga cruzó su rostro mientras murmuraba: —Así que Iri lo mejoró… pero no pensó que tendría que enfrentar a los Cazadores Legendarios. Zero se acercó a él con el sable aún encendido. —¿Estás bien? Dynamo lo miró con calma y asintió. —Era mi último as bajo la manga. No pensé que tendría que usarlo... Espero que mis benefactoras ya tengan la cápsula lista. X, aún con el cañón del X-Buster humeando, se aproximó también. Lo miró con curiosidad. —Hace unos momentos, dijiste "abuela"... e "Iri". Dynamo giró apenas el rostro, y esa sonrisa maliciosa que tanto lo caracterizaba regresó. —Sus dudas serán respondidas... en unos minutos. El túnel vibró suavemente. La gran compuerta al fondo, la que protegía a la criatura, emitió un chasquido metálico y comenzó a abrirse. Detrás, una luz blanca, casi cálida, los esperaba. Una mujer de edad avanzada los esperaba al otro lado de la compuerta. Vestía una bata de laboratorio blanca, se apoyaba en un bastón de metal y su brazo izquierdo, completamente mecánico, relucía con un diseño antiguo pero funcional. Su mirada era firme, orgullosa; irradiaba la seguridad de alguien que había visto y entendido demasiado. X y Zero avanzaron con cautela, sin bajar la guardia. Detrás de ellos, Dynamo hacía su mejor esfuerzo por mantener el ritmo, aún adolorido por el combate. Mientras se acercaban, ambos Cazadores sintieron que eran escaneados. No por sensores, sino por la mirada de aquella mujer. Era como si sus ojos diseccionaran sus recuerdos, sus decisiones, sus cicatrices. A su lado, una figura más joven, más baja de estatura, los observaba con nerviosismo contenido. También llevaba bata de laboratorio, su cabello rubio recogido en una coleta apretada, una tableta informática en brazos y gafas ligeras sobre el puente de la nariz. A pesar de su intento por mantener la compostura, sus ojos brillaban con emoción. —Bienvenidos, señor X, señor Zero. —La voz de la anciana sonaba seca, pero con un dejo de respeto sincero—. Veo que siguen tan hábiles... incluso después de tanto tiempo. Se detuvo un momento, fijando la vista en X. —Está claro que ese doctor bonachón detestaba la guerra… y, sin embargo, se le daba endemoniadamente bien crear armas. X frunció el ceño. Zero se detuvo a su lado. Ambos comprendieron de inmediato de quién hablaba. La mujer giró entonces hacia Zero, sin perder esa expresión incisiva. —El ejemplo más claro de que Dios no es tan bueno… ni el Diablo tan malo. Dynamo, jadeando aún, soltó una risa suave. —Abuela… los asustas. Por eso nunca los traigo. La muchacha apenas logró contener una risa, sus mejillas se encendieron. La anciana soltó una carcajada seca y genuina. —Muchacho… nada de lo que yo diga podría asustarlos. —Hizo una pausa y su voz se volvió grave—. Ellos ya han visto el infierno… y el pecado de sus creadores. La joven corrió hacia Dynamo, sus ojos brillando primero con emoción… y enseguida con preocupación. —¡Hermano…! Dynamo le sonrió con una ternura que desentonaba con su usual cinismo. —Hola, Claris… No estoy en mi mejor forma. Mamá reforzó al guardián… y bueno, tuve que proteger a X. Claris, que apenas le llegaba a la cintura, le ofreció la mano con decisión. —Tenemos que repararte. Mamá va a enojarse otra vez si llegas hecho chatarra. Dynamo tomó su pequeña mano con suavidad. Ese gesto sencillo, íntimo, hablaba más que cualquier palabra. —Llévalo de inmediato —ordenó la anciana sin perder su tono burlón—. Se ve más dañado que de costumbre. Supongo que el enemigo dio guerra. X y Zero intercambiaron una mirada. Más que sorpresa, había en sus rostros algo más profundo: una mezcla de desconcierto… y reconocimiento. Había una calidez en ese laboratorio que no esperaban encontrar. —No exactamente —respondió X, con esa honestidad transparente que lo definía—. Fue Axl quien lo capturó y daño en primera instancia, tuvo una reparación ligera en le base hunter. La anciana soltó una carcajada ronca, observando cómo Claris ayudaba a Dynamo a internarse en el laboratorio. —Bajaste de categoría, muchacho… pero no es ninguna novedad. Dynamo apenas levantó la mano en señal de despedida, dejando que su hermana lo guiara hacia el interior. —Bueno, vamos. —La anciana se giró hacia X y Zero con un aire de mando—. Dentro haremos las presentaciones formales. La anciana comenzó a caminar hacia el interior del recinto. X y Zero la siguieron en silencio, mientras la compuerta a sus espaldas se cerraba con un zumbido suave y definitivo. El pasillo que se abría ante ellos era largo, pero no estéril como las bases militares a las que estaban acostumbrados. A cada lado, distintas instalaciones revelaban la autosuficiencia del lugar: un invernadero funcional con vegetación viva, una planta de potabilización y reciclaje de agua, y más adelante, un taller mecánico completamente equipado. Todo estaba cuidadosamente organizado, como si cada rincón tuviera un propósito vital. Al llegar a una sección más amplia, distinguieron una zona de recuperación. A través de una gran ventana interna, vieron a Claris ayudando a Dynamo a recostarse en una camilla. Junto a ella, una mujer alta y delgada, una versión más joven de la anciana, aunque con rasgos más suaves y una expresión serena, preparaba instrumentos electrónicos. Con destreza conectaba a Dynamo a una fuente de energía externa, estabilizando su núcleo para mantenerlo consciente. La anciana se acercó a un panel junto a la ventana. Pulsó un botón discreto y habló con firmeza: —Estabilícenlo. Luego vengan a la sala de reuniones. Es hora de presentarnos como es debido. Claris levantó la vista y asintió con energía. La mujer, sin girarse, alzó el pulgar en señal de conformidad. —Vamos, muchachos —dijo la anciana mientras retomaba su andar, su voz cargada de seguridad y cierta picardía—. Les agradará el lugar al que vamos. Siguieron caminando por unos segundos más, hasta que la anciana giró repentinamente y entró por una puerta a la izquierda. X y Zero la siguieron sin decir palabra. Al cruzar el umbral, se detuvieron. Lo que encontraron dentro no era simplemente una sala… era un santuario. El espacio era largo, cálido, iluminado por luces tenues. En las paredes, bocetos de ingeniería y prototipos cubrían pizarras y tablones. Sobre estantes flotaban pequeños robots de asistencia, piezas de mecaniloides antiguos, planos de armaduras y mecanismos olvidados por el tiempo. Imágenes antiguas, algunas impresas, otras digitales, mostraban escenas de laboratorios pasados y retratos familiares. Era un altar, no solo a la robótica, sino a la esperanza de un mundo donde ciencia y paz convivieran. La anciana tomó asiento detrás de un escritorio de madera maciza, decorado con herramientas, libros y partes cuidadosamente organizadas. A sus espaldas, tres retratos dominaban la pared. Debajo de ellos, una simple pero firme tablilla metálica leía: “Dr. Thomas Light” “Dr. Mikhail Sergeyevich Cossack” “Dr. Albert Wily” X miró los retratos con reverencia. Zero, sin embargo, se tensó sutilmente ante el rostro del último. La anciana lo notó, y habló con calma, como si conociera ese silencio desde hace décadas: —Sí… Albert Wily. Tal vez haya causado más mal que bien, pero ignorar su genio sería otro tipo de error. Alguna vez, fue una de las mentes más brillantes de esta tierra. Lo que hizo… no lo justifica, pero explica por qué aún lo recordamos. X y Zero no respondieron de inmediato. Permanecieron en pie, cautelosos, como si el aire mismo los forzara a respetar ese legado. La mujer alzó la mano con un leve gesto de hospitalidad. —Vamos, no se queden así. Las sillas están diseñadas tanto para humanos como para ustedes. No es la primera vez que recibimos visitantes con historia. Ambos reploids tomaron asiento. Desde su lugar, observaron cómo la anciana giraba suavemente en su silla, e inclinaba la cabeza con una reverencia solemne al retrato del Dr. Mikhail Cossack. Aquel gesto, cargado de respeto, decía más que cualquier palabra. La puerta detrás de ellos se abrió con un leve susurro. Claris entró con paso sereno, la emoción nuevamente brillando en sus ojos. Tras ella, la mujer alta de antes, con un rostro sereno, casi inexpresivo, pero cuyos ojos delataban una calidez silenciosa, ingresó con firmeza. —¿Cómo se encuentra el muchacho? —preguntó Karlotta girando apenas la silla, sin perder la compostura. La mujer alta fue quien respondió, con una voz suave, pausada y firme: —Estable y consciente. Sigue siendo el mismo descarado… aunque esta vez le atravesaron el blindaje con un par de balas perforadoras. Claris asintió, cruzando los brazos con una mezcla de alivio y fastidio: —Estará bien… aunque tendremos trabajo extra con su circuito nervioso. Mamá dice que es como reparar una carcacha con actitud. Karlotta asintió lentamente. El tono en su voz era de una madre, no de una científica: —Bien. Entonces se puso de pie con tranquilidad, extendiendo las manos hacia los presentes como quien abre las puertas de su hogar. Su voz adquirió una solemnidad cálida: —Sean bienvenidos al Centro de Investigación y Desarrollo Cossack – Unidad Nórdica. Soy la directora, Karlotta Cossack. Hizo un gesto hacia la mujer a la espalda de los cazadores: —A su lado está mi hija, Irina Cossack. Ingeniera en electrónica, robótica y desarrollo armamentístico. Fría por fuera, fuego por dentro. Irina asintió con un gesto mínimo, su sonrisa apenas visible pero auténtica. Karlotta giró ahora hacia la más joven, que saludó con una pequeña inclinación y ojos brillantes: —Y junto a ella, mi nieta. La dulce Claris Cossack. Experta en electrónica, informática… y, sin duda alguna, su más grande fan. Claris bajó la mirada apenas, sonrojada por la presentación, pero no negó la afirmación. X y Zero intercambiaron una breve mirada. Habían venido esperando respuestas… y encontraron algo más raro aún en su mundo: una familia.
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