ID de la obra: 1010

Megaman X9: Apocalipsis - Primer Acto

Gen
G
Finalizada
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Axl, X, Zero
Tamaño:
58 páginas, 18.511 palabras, 9 capítulos
Descripción:
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Capítulo 6

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X y Zero se encontraban consternados ante la escena. Para ellos, una familia no era algo tangible, ni siquiera un recuerdo. Era una idea lejana, como un eco perdido en un mundo donde las conexiones se forjaban entre cables, protocolos y guerras sin fin. Claris, con los ojos brillando de emoción, se acercó a X con pasos casi ceremoniales. Él notó su presencia y la saludó con una cortesía que parecía brotar del pasado, de una época más noble. —Señor X, si no es mucha molestia… me gustaría que me llevara a Arcadia. Irina dejó escapar una risita suave, sincera. Karlotta negó con la cabeza, con ternura, como quien ya ha visto muchos sueños surgir y desvanecerse. —Ay, niña… esos detalles se ven después. Por ahora, sería bueno que vayan a ver al ingrato y comiencen a trabajar en él. Nos será de mucha ayuda en lo que está por venir. Irina sonrió, cálida, y tomó la mano de su hija con afecto. —Una disculpa, señor X. Le fascinan sus logros. Sus historias… son como cuentos para dormir para ella. Espero pueda disculparla. X se quedó inmóvil un instante. No esperaba que sus batallas, sus fracasos, el peso de tantas pérdidas… pudieran convertirse en arrullo para una niña. Algo dentro de él se tensó. Tal vez era culpa. Tal vez, cansancio. —No hay problema, señora Irina —respondió con voz calma, aunque algo rota. Claris sonrió con una mezcla de entusiasmo y timidez, como si acabara de hablar con un héroe salido de una leyenda. Irina asintió con gracia, girándose hacia Zero. Él le sostuvo la mirada y, sin palabras, asintió también. —Iremos a ver cómo está el… ingrato —murmuró Irina antes de desaparecer por el umbral, llevándose consigo un aire de propósito. X y Zero la observaron marcharse, intercambiando una mirada silenciosa, cargada de preguntas que aún no sabían cómo formular. Karlotta se recostó ligeramente en su asiento. Sus ojos, viejos pero vivos, buscaron las palabras con las que debía empezar. —Ellas… ya saben lo que se avecina. Para Claris, mudarse a Arcadia sería una forma de salvarse. Se siente protegida bajo la sombra del grandioso X y el legendario Zero. Ambos Reploids se giraron hacia ella, sorprendidos por la sinceridad que destilaban sus palabras. —Y yo… también deseo eso para ella —añadió Karlotta, con una gravedad casi maternal. Zero frunció ligeramente el ceño. En su mente resonaba una frase que no pudo evitar formular: “No es correcto pensar así.” Y parecía que X pensaba lo mismo. Lo leía en sus ojos. Karlotta inhaló con lentitud, dejando que el silencio hablara por ella unos segundos más. —Solo espero que, después de esta conversación… no me decepcionen. X, con su voz usualmente serena, ahora teñida de un matiz más firme, le respondió: —Dynamo nos comentó que ustedes sabían lo que estaba ocurriendo. Por qué ellos… regresaron. Karlotta asintió con solemnidad. —Sí. Lo que ocurre es algo oscuro… antinatural. Incluso para ustedes, los Reploids. Zero entrecerró los ojos, dejando que las palabras calaran más allá de lo inmediato. —Todo comenzó cuando Dynamo nos informó que había encontrado a alguien que no debería estar en este mundo —dijo Karlotta con voz queda—. Supongo que… usted, señor X, ya habló con él. X asintió lentamente. —Sí… fue hace apenas unas horas. Aún estoy… asimilando lo ocurrido. Karlotta inclinó la cabeza con comprensión, como si compartiera el peso de esa revelación. —Sí… —murmuró con voz queda—. Creo que me sentiría igual si mi Albert se presentara ante mí. El silencio se espesó, incómodo. Las palabras colgaban en el aire, como si recordaran que algunos fantasmas regresaban no para consolar, sino para reclamar lo que creían suyo. —¿Qué los trajo de vuelta? —preguntó Zero con tono duro, cargado de un rencor que no se había extinguido del todo. Karlotta lo miró con una calma maternal, casi indulgente. A través de sus ojos, no vio al guerrero legendario, sino al niño herido bajo su armadura: un niño forjado para la batalla, en conflicto con su origen. Él ya había hecho las paces con su pasado… pero en su mirada también ardía una determinación renovada: la voluntad de corregir aquello que su creador había dejado torcido. —Una combinación del Soul Eraser y la tecnología de resurrección que usaba Metal Shark Player… solo que ahora, aplicada en cuerpos plenamente funcionales. Y peligrosos —explicó con frialdad quirúrgica, como una científica consciente del peso de cada palabra. Zero la observó con detenimiento, escudriñando no solo lo que decía, sino lo que callaba. —No es la primera vez que regresan —dijo finalmente—. Sigma, Vile… siempre encuentran una forma. Karlotta negó con la cabeza, con firmeza. —La diferencia ahora… es que no hablamos de réplicas o reconstrucciones. Ellos, en su momento, copiaron su ser… y se volvieron entidades digitales. Si encuentran un cuerpo compatible, se adhieren a él como parásitos… pero el último cuerpo de Sigma… su chip de memoria final… fue destruido en la batalla en la Luna. Los ojos de X se abrieron, alertas. —Entonces, si los revivieron… ¿por qué no nos atacaron? ¿Por qué pedían que los destruyéramos antes de perder el control? Karlotta lo miró fijamente. Su expresión ya no era la de una abuela ni una científica, sino la de una centinela que había observado demasiado tiempo el abismo. —Porque aún no han sido completados del todo —respondió con gravedad—. Lo que encontraron fueron fantasmas del pasado. Fragmentos con una voluntad poderosa y una inteligencia intacta. Son los más difíciles de manipular… pero si logran someterlos, si consiguen volverlos armas… Hizo una pausa. Sus labios temblaron apenas. —Entonces no sabremos cuál será su finalidad. Ni cuán irreparable será el daño que causen. El silencio volvió a asentarse en el ambiente. Denso, casi tangible. X y Zero bajaron la mirada, inmóviles, sumidos en un repaso mental de viejos rostros… nombres que nunca olvidaron. Mavericks que no solo amenazaron al mundo, sino que los marcaron en cuerpo y alma. Karlotta los observó con atención, reconociendo ese gesto: la memoria como campo de batalla. —Sí… eso imaginé —dijo con calma—. Ustedes conocen bien a aquellos que podrían convertirse en los enemigos más temibles. Estos “fantasmas” no son más que la antesala. Solo los están preparando para lo que viene. X y Zero se pusieron de pie al unísono. Algo en su interior, una maquinaria emocional adormecida, comenzaba a despertar con el eco de la urgencia. —Debemos volver… y comenzar a prepararnos —expresó X con un tono resuelto, aunque sus palabras estaban teñidas de un falso deseo de combate. Lo último que quería era luchar otra vez… pero no tenía elección. Zero asintió, su voz más firme, más directa. —Si van a volver… entonces debemos estar listos para erradicarlos. Como antes. Karlotta también se incorporó, con un movimiento lento, pero lleno de dignidad. Ya no hablaba solo como científica o como abuela. En su voz resonaba el compromiso de toda una generación. —X, Zero… la familia Cossack está lista para unirse a esta guerra. Nosotros, y todos los que trabajan aquí, estamos preparados para ayudarles a terminar con esta locura. Los dos Reploids la miraron con una mezcla de asombro y duda. Eran humanos… y querían luchar. ¿No era su deber protegerlos? ¿Cómo permitirles cargar con ese peligro? Karlotta captó la mirada de ambos y, con una sonrisa serena, abrió los brazos, como si revelara un templo. —Todo lo que hay aquí estará a su servicio. Planos, armamento, tecnología. Con la eficiencia de este centro… en unas cuantas horas tendrán lo que necesitan. X bajó la mirada por un instante. Agradecía su entrega, pero el peso de su juramento le atravesaba el pecho. —Agradecemos su ayuda —dijo finalmente—. Pero no puedo permitir que humanos se involucren en esta guerra. Juramos protegerlos. Zero se mantuvo en silencio. Su razón de luchar no era exactamente la misma… pero su fin, sí: un mundo en paz. Uno que quizás nunca verían, pero que seguían intentando construir. Karlotta se acercó a X y le dedicó una mirada maternal, sabia… como si hablara a un hijo cansado de cargar con el mundo. —Aquel que carga con el peso del mundo… no se lo desea a nadie más. Lo entiendo. Pero, señor X… la humanidad los creó. Y la humanidad también les ayudará a defender este mundo. Porque este… también es nuestro mundo. Karlotta se giró en silencio. Sus pasos la llevaron hasta la pared más lejana del santuario, donde colgaban, como testigos eternos, los retratos de los tres grandes pilares de la robótica: Thomas Light, Albert Wily… y Mikhail Cossack. Sus figuras estaban allí, inmóviles, pero vivas en la memoria de quienes aún resistían. —Sabemos más de lo que imaginan —dijo, sin mirar atrás, con la voz impregnada de siglos de historia—. Conocemos sus planos, sus debilidades… sus fortalezas. También los del muchacho que dejaron en la base. Podemos ayudarles a suplir sus carencias, a fortalecer lo que ya existe… y a evitar errores del pasado. X y Zero intercambiaron una mirada fugaz. El nombre de Axl no se había dicho, pero ambos sabían que era a él a quien se refería. —Piénsenlo —continuó Karlotta, volviéndose hacia ellos con una firmeza que desmentía su edad—. Si esto es verdaderamente una guerra… necesitarán más Hunters. Más que nunca. Entonces, con un gesto casi teatral, pero lleno de verdad, señaló hacia la puerta detrás de ellos. —Y aquí… aquí hay uno. Uno que ha trabajado desde las sombras en los últimos años. Silencioso, invisible… pero presente. Zero bajó ligeramente la cabeza, en un gesto de introspección. Sus pensamientos pesaban tanto como su espada. —Es cierto que Dynamo ha demostrado una gran capacidad de combate. Nos lo dejó claro en eventos pasados… —murmuró—. Pero… ¿será confiable? Karlotta asintió con serenidad, sin titubeos. —Con el incentivo adecuado… será más que confiable. Será un gran guerrero —respondió, mientras sus ojos se deslizaban con suavidad hacia una fotografía antigua. En ella, Irina y Claris sonreían bajo la luz de un atardecer. La esperanza, pensó, puede surgir incluso en medio de las ruinas. X ya había tomado una decisión. —¿Qué necesitan? —preguntó, sin titubeos. Karlotta lo miró complacida, como una profesora satisfecha con la respuesta de su mejor alumno. —Que esta instalación se una oficialmente a los Maverick Hunters —declaró con sencillez, pero con todo el peso de una alianza histórica. X asintió. —Bien. Entonces podemos establecer un punto de avanzada aquí y usarlo para teletransportarnos. Karlotta negó suavemente con la cabeza mientras soltaba una risa contenida, casi divertida. —Oh, no, señor X… el frío de esta zona ya es insoportable para alguien de mi edad. Se volvió hacia su escritorio y presionó un botón. Luego, acercó los labios a un micrófono empotrado en la superficie de metal pulido. —Hasta las estrellas —pronunció con tono ceremonioso. De inmediato, alarmas comenzaron a sonar en toda la instalación. Se escucharon pasos apresurados, tanto de humanos como de Reploids, y una vibración extraña sacudió levemente el suelo. No era un temblor… era un despegue. Zero observó el plano digital proyectado a su izquierda y sonrió levemente. —Es una nave… y este es su plano. Karlotta asintió, sin perder la compostura. —Si pueden proporcionarnos las coordenadas de la base Hunter, al llegar podremos hacer todos los trámites y el aburrido papeleo. X estaba impresionado. No había imaginado que ese lugar tan remoto y aparentemente anclado a la tierra… fuera, en realidad, una gigantesca nave. Zero recordó entonces a los Hunters que habían llegado con él. —Señora Karlotta, hay… Fue interrumpido con elegancia. —Lo sabemos —dijo Karlotta, señalando con discreción su oído derecho, donde llevaba un pequeño audífono—. Llegaron hace unos cinco minutos. Dynamo nos dio su ubicación. Ya enviamos a unos Reploids por ellos… y por su nave de transporte. Zero asintió, sorprendido, pero también tranquilizado. Karlotta volvió a tomar asiento con calma mientras X le compartía las coordenadas de la base. —Gracias, X. Pueden quedarse aquí, en el santuario, para hacerme compañía… o si lo prefieren, son libres de explorar un poco la nave. Llegaremos a la base Hunter en aproximadamente una hora y media. X y Zero asintieron. —Gracias —respondió X—. Veremos si podemos ayudar en algo. Karlotta negó suavemente con la cabeza, esbozando una sonrisa genuina. —Son nuestros invitados. Dudo mucho que los dejen hacer algo de trabajo —añadió con un dejo de humor, mientras señalaba la puerta con cortesía. Al salir, observaron que aquel lugar se había llenado de vida. Reploids caminaban por los pasillos, revisando que nada estuviera fuera de lugar, mientras humanos supervisaban la estabilidad del invernadero. X contempló la armonía del lugar: Reploids y humanos, trabajando juntos, sin miedo ni jerarquías. —X… ¿es así como te imaginas Arcadia? —preguntó Zero, sin mirarlo directamente. X asintió en silencio. —Sí… Ambos caminaron unos pasos más, pasando cerca del laboratorio de reparaciones. Dynamo seguía allí, aunque ahora se veía más entero. Al verlos, les sonrió. —¡Socorro, me están despiezando! Claris, que soldaba componentes electrónicos con total concentración, lo miró frunciendo el ceño. Irina, con un gesto frío pero una sonrisa traviesa, tomó lo que parecía ser un martillo y le dio un golpe en el casco. Dynamo, con una actuación digna de un niño, se dejó caer simulando estar muerto. Claris soltó una risita alegre. Zero y X se miraron, desconcertados ante aquella extraña y, de algún modo, entrañable dinámica familiar. Siguieron caminando por la instalación. Llegaron a una zona de descanso: una sala amplia con un gran vitral que permitía ver el paisaje por el que se desplazaban. El blanco gélido de la nieve comenzaba a disolverse en un horizonte verde y fresco, señal de que se acercaban a tierras más templadas. —X… Zero… La voz de Alia se escuchó entrecortada en el intercomunicador. X respondió de inmediato: —Aquí X. Ya entramos en rango de comunicación. Se percibió un leve alivio en la voz de Alia, aunque sus palabras se mantenían firmes. —Axl salió en misión de emergencia hacia la región tropical. Una instalación de reciclaje de Reploids está siendo evacuada. Algo —o alguien— está destruyendo todo a su paso. Parece una Ride Armor, pero no tenemos imágenes claras. Hay interferencias en los datos y las comunicaciones de esa zona. Zero respondió sin dudar: —Tardaremos una hora en llegar. Díganle a Axl que no se arriesgue. Su prioridad es evacuar. Pelear solo no es opción. Alia suspiró, su preocupación era evidente. —Pallette y Layer hablaron con él hace menos de veinte minutos. Desde entonces no hemos vuelto a tener respuesta. —Entendido —dijo X con calma—. Por favor, avísennos si hay novedades. Ah, lo olvidaba… preparen el hangar más grande que tengan. Encontramos… aliados. —Entendido, X. Prepararé todo. Pallette y Layer seguirán intentando contactar a Axl. La comunicación se cerró con un leve zumbido. Zero miró a X, en silencio. Su expresión era dura. —Vile… X asintió, con resignación y un temor silencioso en la mirada.
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