02: "El Profe Buena Onda... Y Alguien"
21 de septiembre de 2025, 22:40
—Las siete menos cuarto… —refunfuñó el Sr. Ukha con los hombros encorvados.
Su estado de semidormido fue rápidamente superado por la oleada de energía de la Sra. Zhea. Sintió una mano en la nuca y se giró, sobresaltado. Solo para ver la sonrisa juguetona de la Sra. Zhea, su sonrisa que le llegaba hasta las cejas, bajo las molestas y frías luces del techo, su coleta meciéndose de un lado a otro mientras trotaba en el lugar, en el centro de la sala, como el sol.
—Si enseñamos lo mismo ¿Cómo podés ser tan… —la Sra. Zhea se quedó en silencio, buscando otras palabras para «vago». —¿Siempre cansado? —completó, mientras el Sr. Ukha se pasaba la mano por la cara arrugada. Sus bigotes manchados por el humo del tabaco.
Poco después, el Sr. Yunna interrumpió, rodeando con un brazo los hombros encorvados de la babosa. —¿Y qué hay de holgazán? —añadió y soltó una carcajada segura. Con eso, la Sra.
Kenayta levantó la vista del libro de golpe, clavándole a los tres una mirada afilada.
El Sr. Yunna rodó los ojos y se limpió las gafas con la corbata con diseño de flamencos, sorprendentemente pulcro considerando su comportamiento, como si estuviera recién graduado.
Entonces, la Sra. Zhea rió entre dientes ante el silencio que reinaba en la sala de profesores, para contener rápidamente una carcajada más fuerte.
—¡Por los mares y la Luna! Ni siquiera puedo concentrarme en lo que estoy leyendo aquí —se quejó la Sra. Kenayta, sus palabras siseando como un gato, seguidas de una carcajada que salió de los pulmones tosiendo del Sr. Yunna.
—¡No es la primera vez que leés el Naorím! Si es que te lo sabés de memoria —dijo entre risas.
—Bueno, lamentablemente, todavía no domino el Naorím al cien, y me gustaría —replicó ella, con voz tensa y distante, mientras hojeaba cuidadosamente las viejas páginas.
—¿Para qué memorizarlo? Ya no estamos en el 90, Miyayiyi —bromeó el Sr. Yunna, con unas risas suaves escapando de nuevo.
—¡¿Miyayiyi?! —se sobresaltó, frustrada y tomada por sorpresa; no le gustaba nada su nombre, le parecía infantil.
El Sr. Yunna se encogió de hombros risueñamente, recogiendo sus pertenencias y su maletín, uno que nunca realmente usaba. Y se giró para salir de la aburrida sala de profesores, el único espacio en toda la escuela que no olía a adolescentes sudorosos y no habían caras mal maquilladas.
En cuanto cruzó la puerta, fue recibido por los estudiantes que pasaban por el pasillo, desde séptimo grado hasta los que repetían el último año.
“¡Hola!”, “¡Buenos días!”, “¡Sr. Yunna!”, era lo único que oía al pasar junto a los estudiantes, somnolientos o enérgicos, caminando o corriendo a sus clases.
—¿Cómo estamos? —dijo el Sr. Yunna, chocando las manos con un grupo específico de estudiantes, llamados… “Los grandes”; simplemente la única clase de sexto. Sintiéndose como la celebridad local que era.
—¡Yendo a la sala de cómputo para terminar tus deberes, hombre! —Sora dijo entre risas relajadas y confiadas, palmeando el hombro del profe con camaradería, como padre e hijo.
—Pues al menos los haces, yo a tu edad… —empezó, literario y nostálgico.
—¡Pff! Pero si parecés más jóven que nosotros —interrumpió.
—Ah, no es que sea tan jóven, pero a comparación de la actitud que tienen los otros profes… Bueno —dejó a libre intérprete, pícaro.
—Uff, es que no sabés, tenemos a primera hora con la de religión… ¡Nos mandó a hacer otra presentación! Va de todo el puto árbol genealógico de Karanhea —resopló sin ganas, sus palabras arrastradas. El Sr. Yunna asintió comprensivo.
Entonces, otro de los grandes se unió, de esos que parecían tener 40 años y ser parrilleros, pero al afeitarse la barba, eran recién nacidos.
—¡Y que tuvo un hijo tras otro la hija de puta! —se quejó Haro.
—Eh, que sin ella no estarías aquí, es nuestra abuela lejana digamos, —Sr. Yunna pausó serio, para luego reír. —Al menos eso dice ese libro que Miyayiyi se la pasa leyendo.
Los grandes rieron en conjunto con el Sr. Yunna, el hombre no era particularmente creyente, y ni a Sora o Haro les molestaba, pensaban que los que no creían eran más relajados, lo que en parte era cierto; no estaban preocupados por si serían considerados malos o buenos al morir.
Finalmente, bajando de la nube de risas, Sora habló.
—Bueno, nos tenemos que ir a la sala de computadoras, —recordó. —¡Nos vemos luego, amigo!
Y con eso, ambos volvieron a su camino por el atormentado pasillo, un mar de zapatos sucios y uniformes desajustados. Desapareciendo entre los estudiantes apurados o lentos.
Se fijó en su reloj de agujas. Un clásico rolex a juego con su anillo plateado del meñique, discretos. Reanudó su marcha hacia el salón de clases, en la primera hora le tocaba darle clase a quinto año, 5to B, su clase favorita.
En su camino, los estudiantes se apartaban, no por miedo, sino por respeto. Todavía recibía los buenos días, el buena jornada, el simple hola, que le llenaba el pecho con seguridad y confianza.
Al acercarse a la puerta cerrada del salón, las risas y el caos de adentro no cesaron, continuaron tranquilamente. Apenas giró el pestillo plateado y empujó la puerta, se escuchó un “¡Buenos días!” grupal, acompañado de manos saludando vigorosamente.
—¡Buen día! —respondió alegre, directo a sentarse encima del escritorio y dejando su maletín al lado.
Parecía que con la mirada escaneaba cada par de ojos contando una historia diferente; algunos dormidos, enojados, melancólicos recién despertados, risueños, serios, y tranquilos. Y entonces, habló.
—¿Se acuerdan de la presentación y el afiche? —comenzó, y recibió unos “Uff” y “Puaj”. —Lo pueden hacer en duplas.
Los callados asintieron, y los más extrovertidos aplaudían y le chiflaban a su profe favorito. Los dúos se formaron naturalmente rápido, la parejita del grupo, los músicos, los inteligentes del salón, y los tres holgazanes que sobraban.
Uno de los últimos equipos en formarse fue el de Xiang y Quohno, ya que habían tres chicos y una chica que estaban discutiendo y debatiendo sobre quién debía hacer dupla con Xiang.
—¡Yo he estado desde primaria con él, somos amigos!
—Que no, ¡yo debería de hacer equipo con Lang! —la chica dijo, una más de los que llaman a Xiang por su apellido.
Por más que no pareciera, era alguien bastante popular y amiguero.
—¡Yo siempre voy a su casa a jugar! —otro chico dijo.
—Yo lo he acompañado a hacer las compras en el super, ¡toma! —presumió otro.
El Sr. Yunna simplemente miraba, casi estupefacto por el hecho de que se estuvieran peleando por Xiang como si fuera la última rebanada de pizza.
Eventualmente, su mejor amigo interrumpió con nervios antisociales.
—Pues yo y mi familia hemos viajado con él y la suya… —Quohno murmuró, intentando hacerse ver por encima del hombro de Xiang. Aquella, aquella era la señal de un amigo supremo, era el pico de la amistad.
Los cuatro lo miraron y rodaron los ojos, soltando frases como “¿Y este?”. Intercambiaron miradas confusas. Claro, eran 25 estudiantes en una sola clase, fácil de acordarse de cada uno con memoria de joven, pero de Quohno… ¿Quién era?
—¡Ya sé quien es! —uno de los amigos de Xiang exclamó. Una sonrisa picarona, ligeramente maliciosa curvándose en su cara. Antes de que pudiera continuar, Xiang habló primero.
—¡Eh! Eh… Cuidado con lo que decís, ¡que te conozco! —defendió. Él sabía que iba a hacer algún comentario sobre la madre o la hermana de Quohno.
Relajado, el Sr. Yunna se acercó, apoyado sobre uno de los pupitres rayados, con corazones, iniciales, estrellas, hasta… Bueno, dibujos bobos que obviamente hacían los chicos, tanto de anatomía masculina como femenina.
—Quohno siempre hace equipo con Xiang, trabajan bien. —dijo, y se encogió de hombros.
Los demás se quedaron callados y rodaron los ojos, murmurando cosas sobre Quohno, mientras él le lanzó una sonrisa agradecida pero vacilante.
El docente estiró los brazos cómodamente, mientras alumnos reposaban sus pies en los pupitres desordenados, pequeños grupos de pupitres acomodados para el trabajo en dupla.
Caminando hacia el escritorio al frente de la clase, cayó desplomado en la silla con un gran suspiro, entre sus manos una lapicera inquieta y ruidosa.
—Son las siete de la mañana… nadie tiene ganas de hacer nada, ¿no? —anunció, desinteresado.
Y recibió un “¡Noo!” colectivo y pesado, el cual probablemente traspasó las paredes de los salones. Se rieron entre ellos como una pequeña comunidad, un pequeño pueblo.
—Vamos a la sala de computación a jugar algo, ¿les copa?
“¡Sí!” fue lo único que escuchó, aturdiendo sus oídos mientras reía intrigado con gracia.
Al pararse y hacer un gesto con la mano, como si corriera el aire, todos se desprendieron de sus pupitres. Eran como pequeños patitos siguiendo a la mamá pato, uno detrás del otro en filita, siguiendo los pasos del Sr. Yunna, quien los guiaba a la sala llena, llena de computadoras.
La sala con mejor WIFI en toda la escuela.
Siguieron y siguieron, paso tras paso, al Sr. Yunna, entre los pasillos vacíos y puertas que daban a salones dormidos. Hasta llegar a la sala tan esperada, la puerta abriéndose lentamente, mientras el profe daba paso a lo que parecía ser el cielo.
—¡Quohno! Que te me pierdes, ¡hormiga! —Xiang llamó cotidiano, entre la ola de estudiantes, pequeños grupos formándose y amontonándose nuevamente en distintas computadoras.
—Voy, voy… —resopló, chocando los hombros con media clase.
Ambos se sentaron en la computadora de siempre, aquella que habían tallado con un compás sus iniciales, donde los profesores no veían.
Un coro de las notas iniciales del Windows XP se escuchó, las computadoras demorando en prender más de lo normal, pues ya eran compus viejitas. Mientras la computadora encendía, Quohno miraba su reflejo en la oscuridad de la pantalla. Pero de pronto, un electrónico “¡ta-ram!” le hizo parpadear y soltar la respiración, una que no sabía que estaba conteniendo.
Xiang agarró el mouse y esperó unos segundos a que la computadora despertara por completo, mientras pensaba en qué jugar.
—¡Profe! ¿Se puede jugar al CP?
—¿Al Club Penguin? ¡Obvio! Espera que inicio sesión —dijo el Sr. Yunna con una sonrisa que cruzó demasiado lento su rostro.
Varios chicos gritaron emocionados, tecleando con dedos torpes mientras se creaban cuentas nuevas con nombres tontos y sombreros de payaso. Al fondo, el Sr. Yunna también se sentó en una de las terminales.
El Profe miró a sus lados, y casi que gruñó.
—¡Puta madre! No me traje la Polaroid… —refunfuñó y puso los ojos en blanco, sacando su celular plegable en cambio.
Los estudiantes comenzaron a acomodarse para entrar en el marco de la foto, acumulados como una pila de ropa, mientras el profe enfocaba la pixelada cámara.
Xiang simplemente miró a la cámara, dejando caer un brazo sobre los hombros de Quohno, quien estaba buscando mil y un ángulos distintos, intentando encontrar el mejor.
Al cabo de unos segundos, la cámara sonó, y todos regresaron a jugar al Club Penguin.
Quohno le lanzaba cada tanto miradas al profe, casi pidiendo que le mostrara la foto de una vez, no curioso, sino preocupado de cómo habría salido. El Sr. Yunna se rió brevemente y se acercó a Quohno, las ruedas de su silla rodando.
—¡No saliste tan pixelado! —comentó, mostrándole la foto con entusiasmo.
El bajo analizó la foto con detalle, notando lo despreocupado y flojito que había salido Xiang.
Mientras que él estaba tieso como estatua, sonriendo forzosamente, ¿desde cuando tenía papada?
—¿Qué? —el Sr. Yunna preguntó, arqueando una ceja.
—Nada —Quohno soltó seco, y su mirada volvió a la pantalla, mientras Xiang insultaba a alguien por el chat del juego.
El profe lo miró con una sonrisa conocedora por un momento, y volvió a rodar en su silla hasta su computadora.
Al lado de Quohno y Xiang, estaban dos chicas bien arregladas, cotorreando sobre chicos con más chicos, con los grandes, que se habían saltado religión con la excusa de ir a la sala de computación a hacer un trabajo.
Quohno podía oír los murmullos y sus risillas apenas contenidas. Susurrando en las orejas de otros.
—Y no, nunca tuvo novia el pobre —la de pelo negro lacio y una bincha con glitter, Keyara, susurró sin malicia, pero tampoco con empatía.
—¿No? Y eso que hay chicas a las que les gustan los chicos rellenitos, —Haro respondió con crueldad, una sonrisa en su cara sin afeitar. —como yo, pues, ¡sí soy un galán! —presumió, flexionando sus brazos.
—Pero, amigo, mirale la cara al marica, ¡puaj! ¡si es que parece chica! —Sora dijo, una risa burlona escapando mientras se agarraba del hombro de Haro, quien trataba de contener la risa junto a las chicas.
—¿Y esa pelusilla que tiene de bigote? ¡Uff! —Jaen dijo, una de las chicas más insoportables y criticonas de la escuela. Por alguna razón… ¿popular? Quizás sea por esas uñas y mechitas color lima que eran más caras que el uniforme.
Los cuatro se rieron bajito, como una brisa fría pasando por debajo de la puerta, resonando en la mente de Quohno.
De pronto, una voz se alzó, grave y relajada, de esas que solían sonar simpáticas… hasta que dejaban de serlo, desde el fondo de la sala:
—Ya, ya… déjenlo en paz al caballero, que hasta yo tengo que admitir que se pasaron.
Las risas se apagaron. El zumbido incómodo de las máquinas se escuchaba más fuerte.
Algunos dudaron de si debían seguir riéndose. Haro se sobó la nuca, una pizca de pena en sus ojos. Pero Sora se encogió de hombros, rodando los suyos.
El Sr. Yunna no miraba a nadie en particular. Solo había hecho su comentario como quien deja caer una piedra en un estanque.
—No te preocupes, no es para tanto —el Sr. Yunna le dijo a Quohno, apoyándole una mano en el hombro.
Quohno bajó los ojos. No sabía si había sido una defensa… o qué.
Por suerte, Xiang se giró justo en ese momento, analizando la escena que había ignorado completamente por estar cotilleando con otros amigos, sintiendo una pesadez en el pecho al ver la expresión de su amigo. Rompiendo la tensión como quien abre la cortina y entra el sol.
—¡Eh, viste que maté a cinco con un solo combo! Soy invencible, amigo. —anunció, ahora jugando a un juego de zombies.
Y ahí estaba. Quohno lo miró y le salió una sonrisa automática, chiquita, pero suficiente para que su mundo se tiñera otra vez de rosa chicle. Esa sonrisa que decía “estoy bien”, aunque en realidad significaba “sigue hablando, no me dejes pensar”.