03: Sudor Y Honor
21 de septiembre de 2025, 22:48
Frío… ¡Ay! ¡Frío! ¡Viento! Ramas danzando y hojas volando, las máquinas de café sin el sueldo que se merecían, estudiantes con dos o más abrigos por encima del uniforme, chicas con tantas capas de cancanes como si fueran cebollas, ¡parecía que las polleras tenían vida! Los chicos de séptimo se asqueaban y los grandes babeaban más que las nubes a punto de llover.
El timbre apenas había tocado, a Quohno y a Xiang les tocaba educación física, un martes a las dos de la tarde. Una que parecía ser infinita.
Entonces una cortita fila había para entrar a los vestidores, tanto como en el de chicas y varones.
La fila se llenaba de risas y suspiros aburridos, algunos jugando al juego de la serpiente en el teléfono, otros apurando a los que ya estaban dentro de los vestidores.
—¿Qué mierda hacen que se tardan tanto? —Xiang cuestionó, jugando con su pulsera compartida. Suerte que quedaban diez minutos antes de que la clase empezara.
—No sé, si hoy faltó la mitad de la clase —Quohno se encogió de hombros.
Ennha interrumpió, siempre metida, siempre escuchando y mentalmente anotando todo en silencio.
—Estamos los del quinto A, nosotros también tenemos educación física, pero con la profe, no con el Sr. Ukha como ustedes, —pausó, dejando que la información les hiciera sentido. —nos cambiaron los horarios, así podemos salir una hora más temprano, como hay varias canchas, pues… —se encogió de hombros, sin apartar la vista del teléfono. —pero hoy faltó la profe.
—Ah, vale —Xiang asintió distante, cruzado de brazos. Últimamente sentía algo raro sobre esa chica, algo no cuadraba, ¿o era él?
—¡¿Qué?! —Quohno dijo, quizás un poco muy alto.
El chico detrás suyo, quien parecía una torre a comparación, retrocedió unos pasos por las dudas, mientras que algunas personas largaban risillas semi-contenidas.
—No quiero que la otra clase me vea en educación física…! —susurró gritando.
—¿Por qué no?
—¡Porque no! Me da vergüenza —con eso, bajó los ojos, y avanzó en la fila.
Xiang agitó una mano flojamente despreocupada.
—Que no te importe —aconsejó con voz de filósofo.
Finalmente, la fila avanzó más, y lograron entrar a los vestidores. Resultaba ser que se habían demorado por culpa de una pequeña discusión entre un alumno de quinto A y otro del quinto B, lo que era cotidianamente familiar.
La habitación olía a desodorante transpirado, a bóxers viejos y zapatos sin talco.
Pero allí estaban, sus queridos casilleros, pequeños pero funcionales, decorados con dibujos y pegatinas.
Quohno abrió la puerta del casillero, y agarró su ropa deportiva, una remera blanca que se manchaba fácilmente, y unos pantalones que eran muy finos para los soplidos de la primavera.
Miraba y miraba hacia los lados, esperando a que hubieran menos chicos.
Llevaba alrededor de diez años cambiándose en frente de otros para gimnasia y natación, y de todas maneras, seguía con pena. Pero pena de que los otros tuvieran que ver.
Xiang, por su parte, ya estaba casi que desnudo en sus boxers de Dragon Ball, parloteando con Hosho, uno de sus amigos. Prestándole más tiempo a un debate sobre pokemones que a cambiarse de ropa.
Cuando se aseguró que los demás no estuvieran mirando en su dirección, se bajó los pantalones de una, como si se deslizaran por un tobogán. Y se puso los de deporte, sus manos torpes y de manteca como era usual.
Levantó la mirada. Nada. Nadie. Nadie lo estaba viendo. Así que se sacó el suéter y la camisa, casi que en un flash, para intercambiar las prendas por la remera que tanto picaba.
Levantó la mirada. Algo. Alguien. Alguien lo había visto.
—Oye, ¡pero tiene más tetas que tu novia, hombre! —un chico de 5to A rió, murmurando a otro del mismo bando.
—¿Y vos qué le andás mirando a mi novia? ¡¿Eh?! —le clavó un dedo en el pecho, empujándolo.
Los chicos alrededor rodaron los ojos; de verdad, nadie dentro de 5to A se llevaba bien.
Quohno suspiró y tragó saliva, más concentrado en la observación del chico que en la posible pelea. Mientras intentaba hacer que la remera no se le pegara al cuerpo.
—¿Pronto? —Xiang preguntó con una sonrisa de oreja a oreja, solo alguien como él podría estar tan feliz en un martes de relleno.
El otro asintió lento y sonrió.
Justo cuando estaban por salir, de algún lado se escuchó un pedo que nadie se animó a reclamar. Se respetó como se respeta a un soldado de guerra; en silencio, con miedo y cierto orgullo.
Xiang casi no contiene la risa, y Quohno quería estar triste, pero el ambiente no se lo permitía, como cuando escuchaba canciones tristes en la radio, y sonaba un anuncio absurdo sobre utensilios de cocina inútiles, o pasaban a transmitir Shakira de la nada.
Mientras salían, veían a chicas arreglándose a último momento. Y Ennha molestando a los chicos, echándole perfume de durazno a algunos.
Quohno vio la hora en su teléfono, y se empezó a desesperar, sus pies casi que bailando. Pues ya era hora de educación física.
—¡A mí!, ¡A mí! —Xiang exclamó, extendiendo los brazos.
La chica que estaba echando el perfume de durazno se rió con una pizca de malicia. En realidad, sí se tomó su tiempo para aplicarle el perfume a Xiang. Mientras el de lentes sonreía bobamente triunfante.
—¿Xiang? Ya es hora —Quohno interrumpió, mirando los números en su teléfono.
Mientras hacía eso, la chica anotaba rápidamente un número falso de teléfono en el brazo de Xiang. Agarrando su brazo por más tiempo de lo necesario.
Apenas perfumado, Xiang volteó y caminó hacia Quohno, animado con una sonrisa
—¿No te caía mal?
—¿Ennha? No, no —Xiang sacudió la cabeza, pícaro.
Cuando Xiang se fue, Ennha sonrió de lado, no mirándolo a él. Sino a Quohno. Como quien entiende algo que decide no decir.
Quohno rodó los ojos al ver el número en el brazo de Xiang, encogido de hombros por un momento, como si le hubieran quitado algo de las manos, y no era el teléfono.
Xiang ya estaba dos pasos adelante, aún sonriendo con el perfume todavía flotando en el aire.
—Eu... ¿no me dices que huelo bien?
Quohno alzó la mirada, desconcertado por un segundo.
—¿Qué?
—Mi nueva fragancia, durazno, tu favorita, ¿no?
El otro frunció la boca, aguantando la risa con un toque de ternura y pena.
Xiang asintió satisfecho, no necesitaba una respuesta verbal.
Pasaron a través de las grandes puertas, hacia un patio nublado y ventoso, acompañado de estudiantes que no sabían dónde dejar los termos ni las camperas. Ni donde estaba el inflador de la pelota.
—¡EL QUE NO SE CAMBIÓ NO JUEGA, EH! —alguien gritó, su tono parecido al del profe, a quien casi le da un paro cardíaco al escuchar el grito.
Era aquel chico de 5to A, quien había estudiado en la gran militar: Las Mariposas. La primera escuela militar de todo el país, la más antigua, la más honrada, la más disciplinada. Y ese alguien era Leva Tokenta… un emo que solo había sido un capullo y que duró tres años en la escuela militar.
—¡Formación 5-1! —ordenó, aplaudiendo.
Los de su clase lo miraron desconcertados, mientras Leva seguía gritando y mandoneando de aquí para allá.
—¡Para el voley, imbéciles!
—Uff, yo no quiero jugar… —una chica dijo, desatando su coleta para cubrirse el cuello del viento.
—Ni yo —otra salió.
—¡Pues hombres versus nenes! —Leva dijo, apuntando a los del 5to B con una sonrisa despreciable.
Los chicos del 5to B miraron a Leva. Todos se cruzaron de brazos, entonces, Quohno también los cruzó, casi rasguñándose a sí mismo por las manos temblorosas.
El Sr. Ukha, ya sentado en una banca donde daba solcito, con un café en mano, habló. —Hagan algo entre ustedes… No se maten.
Ambos equipos se posicionaron en la cancha de voley, de un cemento bien poroso para rasparse al caer. Los chicos se arremangaban las mangas hasta los hombros, como si hubiera algún que otro músculo, creyendo que las chicas estaban viendo.
Pero las chicas estaban más concentradas en planear a qué tienda de ropa de segunda mano iban a ir luego de clases, y qué citas tenían… con la ginecóloga, pues.
Mientras Leva inflaba la pelota, uno de los chicos de su equipo hizo flexiones. Nadie se lo pidió. Nadie lo detuvo.
—Ellos tienen ventaja, tienen al hermanito de la líder del club de voley femenino —uno dijo, apuntando a Quohno.
El grupo giró la cabeza a quien apuntaba el chico, y contuvieron la risa.
—¿Quohno? Si es que se cansa apenas corre tres vueltas por la cancha —otro comentó.
Quohno simplemente escuchó, contento de que hubieran reconocido su nombre y recordado aquel detalle.
—Callate, que las flexiones no sirven para el voley, ¡genio! —Xiang defendió burlón, y ambos equipos se rieron.
—¡Ya!, ¡Ya! ¡Basta de charla! —Leva interrumpió, lanzando la pelota a las manos de Quohno. —Que el mantecas haga el primer saque.
Sudor, sudor. Ni siquiera había empezado el juego, y ya corrían gotas por sus manos, podría regar plantas con eso. Tanto que agarró la pelota, pero la dejó caer sin querer… Y volvió a agarrarla del piso.
En la esquina de la cancha, para el saque, dudó de cuál era su mano dominante ¿con cuál mano se sacaba si se es zurdo? intentó con ambas, pasando la pelota de mano en mano, hasta que una mano se sintió más correcta que la otra.
Le pegó. Al fin le pegó. Salió recta, pero para arriba… Como si le quisiera dar al Sol. Incluso tapó el brillo por unos segundos, hasta que rebotó en la cabeza de uno de su clase.
Un silencio. Luego risas y carcajadas con gallos.
Algunas risas eran ásperas, crueles. Otras más bien sorprendidas de que Quohno pudiese haber logrado un saque tan vertical y recto.
—A ver, ¡pasa la pelota! —Leva demandó, pronto para sacar desde el otro extremo de la cancha.
Al que ahora le dolía la cabeza, pasó la pelota, y Leva la agarró como si fuera un imán.
Un pie atrás, otro adelante… puño cerrado, muñeca mirando hacia arriba, mirada entre la pelota y la cancha enemiga. Pegó. El choque sonando como el trueno que pisó a no tan lejos de la institución.
Había empezado. Pases y golpes mal hechos, pero que servían. Saltos tímidos y saltos que no tenían porqué existir. Las chicas apenas prestaban atención, ojeando blogs de chicos fitness en Confetch, no tanto por las rutinas de ejercicio. Y estaban debajo de un techito con bancas por si llovía como el viernes pasado.
El juego seguía. Quohno intentaba no mirar la pelota, sino adivinar por dónde vendría. Uno de 5to B recibió un pelotazo en la ingle y, en lugar de devolverla, se quedó quieto, con los ojos desenfocados.
—¿Estás bien? —preguntó alguien.
El chico asintió, y luego se sentó en el piso lentamente, como si las piernas fueran un trámite que ya no podía hacer. Sus manos pegadas entre las piernas mientras guardaba un chillido.
—¿Querés sentarte en las bancas?
—Quiero casa… —murmuró con voz aguda y contenida. Pausó melodramático. Y alzó la mirada hacia la banca, viendo a las chicas. —Banca…
Su compañero suspiró, y le ayudó a levantarse. Guiándolo hasta la banca mientras Leva esperaba impacientemente.
—Caminá, valiente, que el amor te espera en bancas de madera mojada —le susurró su compañero, solemnemente.
Antes de que se pudiera sentar en la banca, las chicas se movieron para otra banca. Dejándolo solo mientras se quejaban del olor a sudor tapado de Axe masculino.
Su compañero evitó una risa, y le palmeó el hombro para luego volver a la cancha.
—Scary Movie tuvo menos presupuesto… —el Sr. Ukha comentó, mirando el partido y la escenita como si estuviera en el cine.
Apenas volvió a la cancha, Leva sacó a un chico de su propio equipo, autoritario. —Si vamos a jugar… juguemos justo —dijo. Ahora eran cinco en cada equipo.
Y ahí, el Sr. Yunna entró en acción como el fotógrafo escolar, pero no en el marco de su cámara.
Nunca dejó de pasar por las canchas, aunque nadie lo llamara. Queriendo capturar los momentos más épicos, o bobos, para el álbum escolar.
Se detenía en los mismos lugares: al borde del campo, detrás de una banca, cerca del árbol que parecía inclinarse por el viento y no por el peso de los años.
Fue el único que registró lo que nadie pensaba que merecía ser guardado; la caída del saque, la risa que vino después, el chico que murmuró “banca” con el alma en la garganta.
Quohno agarró la pelota, e hizo otro saque, más rápido que el otro. Leva, invadiendo el espacio del líbero de su grupo, les regresó la pelota con fuerza. Del otro lado de la red, dos chicos que estaban adelante se tropezaron entre sí.
¡Pum! ¡Punto para 5to A! La pelota había tocado el piso con una caída seca, casi proyectil. La clase celebró brevemente, llamando a los otros quién sabe qué insultos.
—¡Así se hace, aprendan, maricas! —Leva gritó, alzando un puño como si hubiera conquistado un pueblo.
—Cerrá el culo… —alguien de su propio equipo dijo sin esfuerzo, apoyado en el palo de la red.
—Pero si eso es físicamente imposible para él —alguien más bromeó. Lo suficientemente alto como para que Leva escuchara.
¡Pum! De nuevo. Esta vez contra la cabeza del bromista.
—¡Callate!
Luego de la escena, Leva volvió a sostener la pelota. Y esta vez, hizo un saque demasiado fuerte para el tamaño de la cancha. Xiang iba a darle a la pelota, pero pensó que se iría fuera de la cancha.
Cayó justo antes del borde. Un punto más para los del 5to A.
—¡Pero! ¡Yo juraba que caía fuera!
—Pues ya viste que no, ¡cuatro-ojos!
—¡Pija-corta! —se le escapó.
Silencio. Otro trueno de fondo. El relámpago haciéndose ver en el horizonte. Como un quiebre en el cielo.
El profe al fin alzó la mirada, observando entre Leva y Xiang, quienes parecían participar de un concurso de miradas. El concurso continuó, el aire pesado, mientras las primeras gotas de lluvia cayeron.
—No se vale jugar a las miradas, que como eres mitad chinito no sé si estás parpadeando o no —soltó, sonriendo cínicamente de lado.
Xiang quedó ahí y tragó saliva, parado, sus hombros tensos, como si le fuera a caer un rayo arriba. Entrecerró sus ojos, y entonces, habló:
—No sabía que ser pelotudo ahora también era asignatura oficial… —dijo, sin alzar la voz. —…aunque claramente hay quienes la cursan con honores.
El aire parecía tensarse. No fue un grito, no fue un chiste. Fue como si Xiang hubiera usado algo que en esa cancha nadie manejaba bien todavía: el tono exacto entre burla y verdad.
Un trueno rugió lejos. El profe no dijo nada.
Quohno lo miró distinto. No porque Xiang hubiese ganado la discusión; sino porque por primera vez en toda la mañana, alguien había hablado como si el partido sí importara, además de Leva. Como si ese lugar, esa pelota, ese martes de humedad, ese insulto mal disfrazado de broma, de pronto valiera la pena responder en serio.
Xiang hizo rodar la pelota hacia Leva, por debajo de la red, a paso tortuga.
—Dale, que va a tocar el timbre y tu mamá tendrá la desgracia de verte —agregó.
Leva se mantuvo callado, apretando los dientes como si intentara triturar su ira, su fastidio. Aquella verdad que pesaba como mancuernas.
Lanzó. Otro trueno se escuchó. Pero esta vez, Xiang regresó la pelota, ágil, en un flash, tan fluido como el agua. Como la gota que le cayó al ojo a un chico del equipo contrario.
La pelota tocó la cancha, seguida de un gruñido apenas contenido de Leva, quien se estaba por arrancar las mechas rubias.
—¡Saca Ihana! —anunció Xiang, ignorando el hecho de que Quohno y los demás debían rotar.
Quohno se posicionó en la esquina nuevamente, extremidades temblorosas por el frío, y la incertidumbre de no saber si las gotas deslizándose por su rostro eran de sudor, lágrimas o de lluvia. Agarró la pelota, nervioso ¿qué tal si fallaba de nuevo? no tenía muchas opciones, debía sacar.
Cuando apenas estaba por sacar, le dio un cosquilleo por todo el brazo. Y de un calambre, le pegó a la pelota por reflejo. Haciendo que cayera en la cancha, del otro lado de la red.
El equipo de 5to B finalmente celebró y brincó, mientras Quohno agitaba su brazo, intentando que las hormiguillas invisibles se bajaran. Por otro lado, Leva, estaba por erupcionar tal volcán. Cerrando sus puños, hasta que sus uñas se clavaron en su piel.
Estaba a punto de gritar, de demandar justicia, de excusar. Pero el timbre sonó, y las chicas fueron las primeras en irse.
Al cabo de un rato, el Sr. Ukha y el Sr. Yunna se largaron, charlando de cuestiones adultas, aburridas.
Ningún chico se atrevió a jugar en la lluvia, pues todavía se veían caer algunos rayos distantes.
El compañero del que estaba indispuestamente avergonzado en la banca, se dignó a llevarlo hasta la enfermería, algo malo y bueno, pues el turno de tarde, de doce a seis, lo tenía un nuevo enfermero, con cara de culo y palabras dulcemente agrias, como esos enfermeros que pinchaban muy rápido las vacunas, o apretaban mucho el brazo.
Xiang y Quohno, junto a otros compañeros, y los seis que habían venido hoy del 5to A, entraron a los vestidores de nuevo. Mientras las duchas los esperaban con agua más fría que la lluvia.
—Yo no sé para qué nos duchamos aquí, si solo hay miserias —Leva dijo, interrumpiendo la charla colectiva y quejas del agua helada. Regresándole el insulto de antes a Xiang.
—¿De qué te quejás? ¿Venís con la intención de mirar o qué, maricón? —Xiang devolvió, mirando de reojo a Leva.
Leva se le quedó viendo, los ojos abiertos como los de un pez. Un pez con delineado difuminado.
—¡Calla, que pareces un puto poste!
—¡Poste tu madre!
—Ella mide uno sesenta y seis, —respondió Leva. Su voz silenciada brevemente por la remera que se sacaba. —así que poste no es, pero gracias por la preocupación.
Xiang hizo una mueca confusa. No sabía si lo estaban ignorando, o ganando.
—Hey… —dijo otro del A, guardando la ropa sucia en su casillero. —¿Cuándo salieron las opciones sin gluten en la cantina?
—Pues desde que las gurisas andan con esa bobada de bajar de peso —otro replicó.
Todos se voltearon. Incluso Xiang. Incluso Leva. Y por un instante, la tensión y el vapor se disolvió en la confusión compartida.
Aunque Quohno fue el único que demostró un interés genuino sobre la comida sin gluten. El gluten engordaba, había leído en un blog fitness de Confetch.
—¿Tenés jabón? ¿Al menos en barra? —Xiang le preguntó a Quohno, la discusión olvidada entre las gotas frías de las duchas prendidas.
—Sí —asintió, para luego inclinar la cabeza a un lado, incrédulo. —¿De verdad te vas a duchar aquí? Yo me helo —cuestionó, dándole la barra de jabón a Xiang con familiaridad, quien ya había pisado debajo de una de las regaderas.
—Como el agua es fría, me apuro más en ducharme para no tener que soportarla tanto. Estrategia —dijo con una sonrisa despreocupada, pasándose el jabón vagamente, para decir que se duchó.
Quohno pensó por un momento, y frunció la boca con aceptación, encogiéndose de hombros.
—Tiene sentido.
Lo que no tenía sentido era la vergüenza que sentía. Ya estaba desnudo bajo gotas frías ¿qué más daba? los demás estaban jugando con el agua, o saliendo lo más pronto posible de las duchas para no morir de hipotermia. Nadie lo estaba mirando. Pero sentía que sí.
Pronto, la voz de Xiang le cortó sus pensamientos como una tijera afilada.
—¿Vas por el subte o el bus hoy?
—Tengo dinero para el subte.
—Te acompaño.
—Siempre lo haces.
Xiang paró la regadera. Le sonrió con camaradería, como con un “¿qué le vamos a hacer?”. Pisadas mojadas de fondo en las baldosas que según tenían antideslizantes. Y el sonido de la tormenta cediendo.
Salieron de la escuela, esta vez a tiempo. Extendieron dos paraguas, uno con un diseño estúpido de palmera de baja calidad, y el otro amarillo patito con puntos blancos. No hacía falta mencionar cuál era de quién.
Bajando las escaleras al subte, volvieron a cerrar sus paraguas, mientras Xiang parecía estar pensando de más.
—¿Creés que Ennha me dio su número de verdad? —Xiang preguntó, casi casual.
—¿Ennha? —Quohno intentó recordar; era pésimo para los nombres.
—La de pelo cortito y negro, ya sabés, la de puntas moradas y tal, la que siempre lleva una remera de manga larga bajo el uniforme, —detalló de memoria. —como yo —sonrió risueño por un segundo.
Quohno se encogió de hombros.
—No sé. Capaz sí.
—Qué respuesta.
Xiang sacó el celular y lo desplegó, escribiendo sin prestar mucha atención mientras esperaban al subte, fijándose en la pantalla grande de horarios y la de su teléfono.
—Mierda.
—¿Qué hiciste?
—Que este sí creo que es su número real, ¡y le mandé un mensaje! —pausó, y le dio el teléfono a Quohno para que leyera.
—¿Qué es esto, Xiang? “t veo dps d la sali xD”
—¡Ay! Como si supieras mucho de ligues. —defendió con cara roja, agarrando el teléfono de las manos de su amigo.
Quohno no respondió de inmediato. Solo se le quedó viendo, arqueando una ceja. Con una mueca que parecía oscilar entre burla y ternura.
—No sé si fue romanticismo o una amenaza mal escrita —dijo finalmente.
El alto se rió entre dientes. Envolviendo a Quohno en un brazo, y con la otra mano alborotando su cabello como si fueran dos perros jugando.
—Callate, callate…
—¡Ay! ¡Mi pelo!
Ambos se rieron.
Al cabo de unos segundos, cuando el pelo de Quohno se asemejaba a un nido, lo soltó.
—Además, no es que me importe tanto si responde o no. Solo… no quería dejar que se me escape la oportunidad —hizo un gesto con los hombros, como quien sacude el agua de la duda.
Y guardó las manos en los bolsillos.
—¿Y qué hacés si sí responde? —cuestionó Quohno.
Xiang giró un poco, viéndolo de costado.
—No sé. Tal vez salga con ella. Tal vez me de cuenta de que no tengo idea de por qué quería hacerlo.
Y ahí fue cuando Quohno sonrió. Apenas. De esa forma que no se ve si uno no se la espera.
La pantalla marcó que el tren vendría en tres minutos.
—Y… ¿Si no te responde? ¿O si lo hace con un emoji de vómito?
—Entonces es arte contemporáneo, y me voy contigo a la panadería esa que te gusta, a ahogar las penas en limonada y bizcochos.
Y ahí quedó la promesa, suspendida como el vapor sobre las vías. Una línea tenue entre la espera y lo que parece nunca llegar. Mientras tanto, allí estaban los dos, bolsos pesados y mojados, paraguas cerrados. Junto a un mensaje que ya había salido, pero no se sabía si iba a llegar; y ese no era el mensaje que le había mandado Xiang a Ennha.