ID de la obra: 1025

Demasiado Jóvenes Para Entender

Mezcla
R
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4
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planificada Maxi, escritos 78 páginas, 26.501 palabras, 9 capítulos
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04: “t veo dps d la sali xD”

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      —Te veo después de la… ¿Qué? ¿Me está amenazando? —Ennha se preguntó a sí misma, rodeada de sus amigas, quienes ya estaban ojeando la pantalla de su teléfono. Dejando el verdad o reto detrás.       —¿Quién es? —una preguntó.       —Xiang… Xiang Lang. Le di un número falso, ¿Qué hace? —dijo, desconcertada.       —Quizás estaba tan desesperado que adivinó el real.       Recibió un largo y agudo “¡Uyyy!” acompañado de golpes juguetones en sus hombros y brazos.       —¡Basta! No creo que sea eso, ¿o si? —preguntó Ennha.       —Pues tendrás que averiguarlo —pausó con una sonrisa pícara, de aquellas que cuentan todo sin decir nada. —¿Habías elegido reto? ¿Cierto?       —No te atrevas…       —Te reto a que invites al grasoso a salir —completó, cruzada de brazos mientras abrazaba una almohada peludita con estampado de zebra, a juego con media habitación.       —¡Andate a cagar!       —De todas maneras tendrás que decirle algún día si te interesa o no —se encogió de hombros, rodando los ojos.       Ennha pensó por un momento, mientras sus amigas guardaban silencio. Lo único que se escuchaba era el peine pasar por el pelo de una de ellas.       —¿Ese no había tenido novio? —una interrumpió.       —Fue un casi algo, Yima… —otra replicó desinteresada, la pera apoyada en la mano mientras hablaba.       Su nube mental de posibilidades y caminos desvaneciéndose.       Silencio de nuevo.       —Está bien, pero solo para aclararle que no me interesa —ignoró.       Se oyeron ánimos colectivos, y el sonido de las ropas rozando entre sí mientras la más alta buscaba en el ropero de Ennha.       Otra tecleaba en el teléfono de Ennha, debatiendo con Xiang el lugar de encuentro.       —¡Que te viene a buscar a la esquina de tu depa, tía! —una pelirroja exclamó, una melena ondulada y voluminosa, claramente no de este país, sino de Dyanisya, pero igual de chismosa.       —¡Qué caballero!       —¡Ojalá hubieran más así!       —Seguro ni tiene auto…       Puro barullo entre cuatro paredes mal pintadas de rosa.       —Algo casual pero mono, a ver… —la pelirroja dijo, inspeccionando el ropero de Ennha.       —¡Eso no, Liora! —insistió Ennha, mientras veía como la pelirroja elegía los atuendos más femeninos de toda la puta ciudad.       —¿Y esto? Es más Ennha —preguntó, levantando unos shorts de jean y unas cancanes negras, con botas igual de marrones que el lodo, y una remera a rayas.       —¡Más esto! —la alta agregó, una campera de cuero marrón con capucha peludita.       —Pues que más —Ennha se resignó, aunque no podía negar que no le gustaba la combinación.       Manoteó la ropa elegida, y se cambió apurada.       —¿A qué hora viene? —preguntó.       —En cinco, dice que vive a dos cuadras.       —Justo a mí… —miró hacia el cielo, tapado de techo. —¿Por qué?       —Mita, ¿Te animas a maquillar a Ennha? Que eso se te da bien —Liora preguntó.       La alta asintió con entusiasmo, quizás demasiado. Y agarró una bolsita de maquillaje propio, no la de Ennha.       Se sentaron en el borde de la cama destendida, y Mita comenzó a aplicarle un cubre ojeras que milagrosamente era de su tono también.       De fondo, las chicas pusieron en la radio a “One Less Lonely Girl” de Justin Bieber, tarareando vagamente mientras se pintaban las uñas del color que encontraran.       Mita seguía maquillando a Ennha, lo más casual que podía. Pero de a ratos, intentando aplicar la sombra de ojos bien, se inclinaba y acercaba demasiado. Lo que no parecía molestarle a Ennha.       Como toque final, los labios. Rosa clarito, casi un coral natural.       —¡Reina! —Mita exclamó orgullosa, mientras acomodaba el pelo de Ennha.       La otra sonrió y dejó escapar una risa alegre.       —¡Igual de linda que sin maquillaje! —Liora comentó, aplaudiendo suavemente.       —Pues ya no se te ven esas ojeras… —otra agregó, mientras observaba sus propias uñas, pintadas de pasteles.       Ennha arqueó la ceja levemente, pero la voz de Liora la distrajo, ese acento melódico, como un loro que no sabía pronunciar las equis.       —¡Xiang está aquí! —saltó, más emocionada que Ennha. Seguida de chillidos agudos.       —Eso, emocionate, que te pido que me lo robes, por favor —suplicó con pesadez.       —Sí, ¡que a Liora le gustan los nerds! —otra dijo y soltó una carcajada.       —¡Geeks! ¡No nerds! —Liora defendió, con el puño en el pecho.       —Pues ninguno se baña lo suficiente —Ennha comentó y rió.       —Ta, ta, que no podemos hacer esperar al galán —Mita interrumpió. Más bien queriendo que la cita se acabara pronto.       ¡Riiiiing!       El timbre sonó. Seguido de gritos suprimidos con almohadas y palmas. Ennha silenció a sus chicas, y se paró de la cama para agarrar una cartera simple.       —Si no vuelvo en una hora, considerenme secuestrada.       Cerró la puerta del cuarto, pisoteando las baldosas beige hacia la entrada del departamento mientras su padre la notó, confundido.       —¿A dónde vas, pichona? —cuestionó, alzando totalmente la mirada de su periódico. El humo de su cigarrillo escapando por la ventana de toques art déco.       —A… Con un pibe, papá —respondió sin ánimos ni emoción. —A alguna cafetería de seguro.       —¡Qué alegría, al fin! —dijo, pero Ennha ya había salido del departamento.       Xiang. Se topó con Xiang al mirar hacia arriba. Parpadeó una vez. Parpadeó dos veces. Este no podía ser Xiang, ¿o sí?       —¿Qué te hiciste?       —Me bañé dos veces este día —sonrió, sincero.       —Ah… —sus hombros volvieron a encogerse.       Los dos asintieron lentamente, reconociendo la presencia del otro, mirando hacia direcciones opuestas. De repente, la lámpara en la pared se veía más interesante que otros días.       El alto se rascó la nuca, intentando romper el silencio. Pero lo único que se escuchaba eran sus uñas contra su cuello.       —¡Tenemos la misma campera! —finalmente habló.       —En realidad no, la tuya es de corte hombre, el cierre está a la derecha.       —Ah… Bueno, a mí no me convence eso de corte hombre o corte mujer, ¿sabes? Me parece…       —¿Machista que a las mujeres nos obliguen a ser diestras y a los hombres zurdos, según por ser su puta mano derecha? —interrumpió, amarga y de brazos cruzados, como si fuera la culpa de su pretendiente.       Xiang se quedó callado por un momento, y tragó saliva.       —Pues sí.       —A mi también.       Silencio.       —¿Querés intercambiar camperas? —ofreció Xiang.       —No, me la vas a estirar.       Silencio de nuevo.       —Y… ¿A dónde querés ir? —preguntó Xiang, ignorando el intercambio de recién como si nunca hubiera pasado.       —¿Para qué traés plata, primero? —cuestionó, crítica.       —Lo que quieras —respondió, sacando su tarjeta, orgulloso, como si se la hubiera tramitado él.       Ennha pensó y pensó, dándole vueltas al asunto como una calesita. Quería ir al nuevo arcade que habían abierto en un callejón de mala muerte. Pero debía elegir algo aburrido, debía parecerse a las demás chicas para aburrir a Xiang, un jardín o alguna mierda así… ¡Una cafetería!       —Vamos a la cafetería de la esquina, esa que nunca cerró.       —¡Me parece bien! —dijo, entre dientes. Él también quería ir al nuevo arcade.       “El puto ascensor que es un dos por dos, ¿por qué?” Ennha pensó. Caminando con Xiang como si la siguiera un cachorro. Xiang se adelantó y presionó el botón, abriendo las puertas de la caja a la que presumían como ascensor.       —Pasá —dijo el alto.       Ennha pasó primero al ascensor, sin darle mucho pienso a los gestos de Xiang. Ni un “gracias”, ni un “pasa tú primero”; solo avanzó, como si entrar rápido pudiera evitar algo que ya venía colándose desde antes. Antes de que Xiang pudiera subirse, ella presionó el botón para el lobby.       Xiang medio que se tropezó, entrando más rápido al ascensor, apurado.       Las puertas metálicas del ascensor se cerraron con un chirrido antiguo y empolvado. Como si el ascensor también se quejara de tener que tragarlos a los dos juntos.       Sus hombros se rozaron, pero Ennha dio un paso a la derecha, casi besándose con la pared. Ella miró hacia la derecha. Él miró hacia la izquierda. De todas maneras cruzaron miradas, gracias a las dos paredes que tenían espejo. Devolviéndoles versiones incómodas de sí mismos.              Ninguno sonrió. Ninguno sostuvo. Fue como ver a un extraño en el reflejo de un tren; existe, pero no te toca.       Ambos quitaron la mirada del otro con una rapidez que necesitaban a la hora de levantarse un lunes.       —Me gusta tu broche, ¿Hello Kitty? —reconoció, inclinándose hacia su lado.       —Es popular —replicó amarga.       Xiang se echó para atrás de nuevo, sin poder evitar que su espalda se curvara nuevamente, sobándose la nuca con un suspiro.       El ascensor paró, y abrió sus puertas nuevamente.       Salieron, y el aire afuera estaba denso, como si la humedad no se decidiera entre lluvia o sudor. Caminaron en silencio, los dos mirando al frente con demasiada atención, como si temieran que cualquier desviación de mirada pudiera interpretarse como intención.       La cafetería los esperaba encajada entre dos edificios nuevos, de vidrio celestoso y aluminio. Como un diente de leche entre coronas ortodónticas.       El cartel, todavía de neón, parpadeaba con un zumbido débil: “CAFÉ DEL BUENO”. La “A” titilaba, rendida.       —Están desde el 51, ¿viste? —dijo Ennha, sin entusiasmo, abriendo la puerta primero.       Adentro, olía a vainilla envejecida, impregnada a las paredes, a aceite de cocina de hace tres turnos y a algo nostálgico que no se podía nombrar sin ponerse triste. Y las banquetas de cuerina estaban agrietadas como la piel luego de un largo chapuzón. Había cortinas floreadas que parecían no haber sido lavadas desde la década original.       Se sentaron en una mesa con mantel de hule, de esos con dibujos de cerezas descoloridas. La camarera, una mujer con rulos color naranja artificial y un delantal de encaje que alguna vez fue blanco, les ofreció el menú sin decir una sola palabra.       —¿Querés compartir una medialuna gigante? —intentó Xiang, sin saber si eso era romántico o de tacaño.       —No me gusta lo dulce —contestó Ennha, sin levantar la vista del menú plastificado.       Una gota de condensación resbaló por el vaso de agua que la camarera dejó con un golpe seco. Afuera, se escuchaba el tráfico lejano. Adentro, los relojes no andaban, pero el tiempo igual pasaba. Y una gota de sudor se derramaba por la frente de Xiang; ¿por qué estaba tan nervioso si no tenía intención de lograr nada?       Xiang jugaba con las servilletas, doblando una especie de origami casero en formas que no tenían nombre. Mientras buscaba temas de conversación en su mente como si tuviera una enciclopedia. Finalmente, habló:       —¿Te imaginás cómo vamos a ser de grandes? Digo, ¿si vamos a terminar como esa pareja que está en la otra mesa y no se habla?       Eran simplemente dos adolescentes compartiendo una mesa que ya había sido testigo y escenario de cien rupturas, y ningún final feliz.       —¿Creés que alguien se puede quedar con su primera pareja toda una puta vida? —dijo, hostil, su voz como la de un gato defensivo.       —¡No! O sea, —tartamudeó, haciendo gestos raros con la mano, como si revolviera el aire.              —Es complicado.       —Sí, y más cuando no es correspondido —implicó.       Se quedó callado. Lo único que se movía eran sus párpados. Parpadeó una vez, y ya. Mordiendo sus cachetes por dentro como si fuera un zombie; aunque no había tanta diferencia entre él y uno.       —Y... ¿Qué te gusta hacer en los fines de semana? —el alto preguntó.       Pero fue interrumpido por la mesera.       —Su orden, jóvenes —soltó bruscamente.       —Un café común y un sandwich caliente, por favor —Ennha pidió, dejando el menú a un lado.       —Lo mismo —replicó Xiang.       La mujer anotó como receta de doctor, y se fue, desapareciendo detrás de la puerta de la cocina. De donde se oían chillidos de rata. Pero decían que era metal rozando entre sí. Xiang ya se había olvidado de su pregunta. Y saltó cuando Ennha habló.       —Leer —mintió.       —¿Y a dónde salís, por lo general?       —A esta cafetería —mintió nuevamente, una sonrisa de lado escapándose.       Xiang asintió lentamente, finalmente mirándola a los ojos. Sentía que lo escaneaba de arriba para abajo, y de derecha a izquierda.       —Quizás podemos ir al cine este fin de semana, ¿qué pelis te gustan?       —¡Las de vampiros! —se le escapó, y apretó el vaso de agua, como si se fuera a caer por no hacerlo.       —¿Viste que va a salir Crepúsculo 1? El 21 de noviembre, —pausó, más cómodo, sus hombros seguros mientras se inclinaba adelante. —Ese día cumple Quohno... —recordó, mirando por la ventana, como si esperara a que su amigo apareciera de la nada en la vereda.       —¿Ah sí? —respondió vagamente. —Lo sé, todos tenemos nuestros cumples en nuestro perfil de Confetch.       Xiang tragó saliva, como si eso fuera una poción para sentirse seguro nuevamente ¿Qué hacía hablando de un amigo en una cita? "Qué virgen" pensó, autocrítico.       —Igual, no tengo tiempo este finde, haré una pijamada con mi novia —soltó. Soltó demasiado. Sin darse cuenta hasta que fue muy tarde.       Hasta que la mesera llegó y dejó el pedido en la mesa como si los platos estuvieran en fuego.       —¿Tu qué? —Xiang preguntó, desconcertado.       Ennha ya se había puesto un poco más cómoda, sus codos en la mesa, inclinada. Pero tenía       que abrir la bocota llena de labial prestado.       —Mi novio.       —Dijiste novia.       Se quedaron callados. El viento afuera azotaba la vitrina, las hojas caídas escapaban, y las ramas crujían escandalizadas. Cruzaron miradas una vez más, ojos abiertos como si carecieran de párpados.       Esta vez, fue ella la que tragó saliva, mordiéndose los labios.       —¿Y qué? ¡Ni se te ocurra publicarlo en ese blog de mierda tuyo! ¡Que te castro con lo que venga! —gritó, cerrando sus puños en el cuello de remera de Xiang, sacudiéndolo como si tuviera un bicho encima.       Xiang alzó las manos al aire, en símbolo de paz.       —¡Ya, ya! ¡Tranquila! —imploró.       La mesa tembló ligeramente, o tal vez sólo era Xiang temblando. Los sándwiches y los cafés olvidados.       —No digo nada, no publico nada.       —Bien —respondió Ennha, exhaló fuerte por la nariz, pero sin soltar la tela de su remera de inmediato.       Soltó. Volvió a sentarse, cruzada de piernas. Se acomodó el cerquillo de lado, como si eso pudiera alisar lo otro. Cruzada de brazos.       Afuera, el viento azotó otra ráfaga primaveral. En la vitrina temblaron las letras despintadas. Ya no decía “CAFÉ DEL BUENO”, se leía “CAFÉ DEL BO”.       Intentando remar en un mar de arena movediza, a Xiang se le ocurrió un chiste, o algo parecido.       —¿Cómo hacen cuando se juntan?       —¿Qué?       —¿Tijeras?       Le costó entender. Cuando entendió, se levantó como un torbellino, sus palmas golpeando la mesa tal terremoto.       —¡¿Los chicos solo piensan en coger o qué?! —gritó, ofendida, casi incrédula. —¡Tragá mierda! —le escupió, cada letra pronunciada intencionalmente.       Se fue.       Él se quedó ahí, limpiándose la baba de la cara con su origami de servilleta.       Se aclaró la voz, pensando en lo que le había dicho Ennha. Solo quería hacer un chiste.       Dejó efectivo en la mesa y también se levantó. No podía darle la cara a la mesera luego de que le hubieran gritado eso.       Al cruzar por la puerta, escuchó a la mesera murmurar “Estos pendejos de hoy…” Respirando hondo, soltó aire, tranquilo. Y desplegó su teléfono, leyendo el nombre de su amigo, y mandándole un “No funcionó, vamos a la pastlria q t gusta?”
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