ID de la obra: 1025

Demasiado Jóvenes Para Entender

Mezcla
R
En progreso
4
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 78 páginas, 26.501 palabras, 9 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
4 Me gusta 0 Comentarios 1 Para la colección Descargar

05: Los Grandes

Ajustes de texto
      El lazo fucsia alrededor del cuello, atado. Mocasines lustrados, atados. Camisa a botones, abotonada. Pantalones planchados, siguiendo el pliegue central. Chaqueta turquesa como el interior de un vidrio afilado, bonito. Lentes, acomodados. Cabello, gel. Barba y bigotes, desaparecidos. Rolex, ajustado.              Se inclinó sobre el lavamanos, sus propios ojos coqueteando con él mismo a través del espejo, rayado con frases y amenazas entre niños de séptimo año.       No era cualquier tipo; era un hombre. El hombre.       Se paró derecho, tronándose los nudillos y las muñecas. Las luces del baño tintineando en un blanco frío. Luego, de su bolso escolar, discreto y de cuero negro, sacó un Tabacco Odori, y se reafirmó la fragancia. Aquella que no pedía permiso para quedarse.       Él había llegado a este mundo para quedarse.       Caminó hacia la puerta, y dio la coincidencia de que un chico la abrió primero, del otro lado. Este, sin palabras, le dejó paso.       Salió, mirando al frente con el mentón alto, como si la puerta se hubiera abierto solamente para él, por arte de magia. Él no caminaba por el pasillo, marcaba el camino de los demás, de los que sobraban.       De reojo vio a unas chicas compartiendo un paquete de chicle. De menta. Lo arrebató. Agarró un chicle para sí mismo, y después tiró el paquete al piso.       —De nada —él dijo.       Siguió su camino, y pasó por la puerta del salón… 6to… El salón de los grandes.       —¡Bienvenido, te estábamos esperando para comenzar la clase! —dijo la señorita Amawha, su voz cálida como siempre. Tan fácil de quebrar con solo rodear su cuello de mis manos.       El salón olía a desinfectante con ambición: limpio, pero no sincero. Algunas miradas cayeron sobre él, otras bajaron como defensas mal programadas. Me senté en mi sitio, el sitio del medio.       La fracasada sin anillo, llamada señorita, continuó hablando, con esa voz de terciopelo barato que las maestras usan cuando quieren sonar maternal.       —Hoy trabajaremos individualmente para un debate, ¡pueden hacer equipo si sus ideas se alinean! —anunció, con un entusiasmo generoso que alegraba el día de cualquiera. Pero yo no era cualquiera.       —¿De qué tema el debate? —preguntó alguien, que aprendió a leer sin aprender a pensar.       —Los derechos de los no nativos en Xexa —respondió melosa, como si se tratara de un tema bonito.       —¿Qué derechos? —interrumpí.       Un silencio inundó. Sólo se escuchaban las manijas del reloj, la suave brisa de afuera, serena, mientras los árboles florecían en un mundo donde los talaban por comodidad humana. Olorosamente humana.       La señorita Amawha parpadeó. Parcialmente por susto, parcialmente por protocolo. Parecía un perro mojado. Como quien piensa cómo responder sin perder el control frente a un niño que ya no juega a ser niño.       —Es un espacio para reflexionar sobre inclusión, tolerancia, convivencia… —intentó. Palabras suaves, como un menú vegano para carnívoros.       —¿Por qué deberían de tener derechos? Ya parece que nos invaden —preguntó, cruzando una pierna sobre la otra con elegancia quirúrgica.       —Miyanokaro… —dijo mi apellido, desde siempre mi nombre.       Un compañero suyo se volteó a verlo, el más alto de la clase, moreno y de pelo negro, imposible de enredarse; su familia era inmigrante de Kappane.       —¿Y tú? —no le preguntó, le invitó.       —¿Yo qué? —respondió Mao.       —¿De qué derecho estás hecho?       El salón entero sintió el golpe como uno físico. La profesora acomodó unos papeles, como si el sonido del papel pudiera tapar el de una humillación que recién comenzaba.       —Mi familia vino a trabajar —respondió él.       —¿Y eso te parece suficiente?       No esperé respuesta. No porque no me importara. Sino porque ya la conocía. Uno no pregunta para obtener datos. Uno pregunta para que los demás escuchen la pregunta.       —Mi madre tiene una fundación que ayuda a los más necesitados, a aquellos que perdieron trabajo —Blah. Blah. Blah. Ah…       —¿Y por culpa de quién? Exacto, los inmigrantes como tú —pausé, permitiendo que llegara el agua al tanque. —La mayoría de trabajos brutos y de fuerza están ocupados por kapnes —me paré del asiento y sonreí. —Aunque prefiero que se lleven el trabajo que nadie quiere, como ratas comiendo de la basura.       —Miyanokaro… Los debates son objetivos, no subjetivos, por favor —intervino la profe.       —Sólo interviene porque es del consejo estudiantil.       La señorita Amawha se aclaró la garganta, sentada en su escritorio mientras bebía té.       —Prosigamos… —anunció, sin mirar a nadie en particular.       En ese momento, los diálogos entre estudiantes comenzaron a flotar como burbujas sin dirección, importándole poco, mientras la profe se mordía la uña del pulgar, y su rodilla agitaba.       Miyanokaro escribió en un retazo de papel, con lapicera roja. Enrolló el papel. Y se lo disparó a Mao con un chasquido de sus dedos.       Aterrizó en su pupitre. Miró hacia atrás, hacia Miyanokaro, quien le sonreía pícaro. Como quien ya vio el final de la película y no piensa avisar. Como un niño que había abierto los regalos antes de navidad.       Desdobló el papel. Leyó.       “No seas nena.”       No sabía cómo sentirse ¿debía sentir algo? El papel quedó doblado dentro de su bolso escolar, sin saber por qué. Las voces alrededor se convirtieron en ruido blanco.       La señorita Amawha sorbía de su té, los demás debatían, pero él sólo escuchaba las sílabas, sin significado.       Observó sus manos, bronceadas al nacer. La cascada negra que caía por su cabeza agachada. Los colmillos que todavía prevalecían con fuerza. Por un momento sintió que ya no atraía, que ya nadie lo deseaba allí, pero que era una atracción. Un circo.       Le dejó de prestar atención al reloj. Y de pronto, el timbre del almuerzo sonó. Cortante. Veloz. Como un grito en la oreja. Mao parpadeó.       Se levantó, y la silla debajo de él crujió como si también estuviera esperando el receso. Suspiró. Parecía haber soltado una pesadez al hacerlo, como estornudar o toser.       Apenas la profesora se fue, Ian cerró la puerta de un portazo, apoyado en ella. Hana, la repetidora con maquillaje dramático y bronceado mal logrado, se sentó en el escritorio al frente del salón, como si de un trono se tratara.       —Ésta noche en mi depa, de las ocho de la noche hasta que nos despertemos, —pausó. —¡Todos están invitados al desastre como siempre! Ya saben, pueden traer gente, etcétera, etcétera… —agitó una mano con garras fucsias en el aire.       Miyanokaro se aclaró la garganta, cortando por el aire como una navaja.       —Yo también tengo planeado una fiesta.       —Tenías.       —Pues dejaremos lo mejor para el final.       Hana entrecerró los párpados plateados, cruzadas de piernas, y de cables. Como una bomba por explotar. En ese momento, Sora se sentó a su lado, rodeándole los hombros con un brazo, con un brazo de un tipo que basaba su personalidad en ir al gimnasio todos los días.       Nanami se acercó a Hana, mientras Miyanokaro ya iba de salida.       —¿Puede ir mi hermanito? Porfa… —preguntó, juntando las manos en una súplica a la reina.       La repetidora hizo una mueca, apretando los labios.       —Es de quinto, este año cumple 17 —dijo la deportista. —Y además, no tiene con quién pasar el finde. Mis padres van a lo de la bisabuela.       Suspiró. —Bueno… si lo cuidás. Y si no me pone música rara.       —Le gusta el pop triste y Avril Lavigne, no hay problema.       Sora miró a Hana, pensando sobre su decisión de meter a uno de quinto. Era solo un año menor, pero era otra etapa. Todavía no tenía permiso de beber, trabajar o conducir, todavía era un niño para ellos.       Miyanokaro, en el marco de la puerta, asintió silencioso, como si anotara algo mentalmente mientras se iba a almorzar.       —¿Qué me miran así? —Hana se quejó.       —Nada, bebé, es que… —Sora empezó, mirando a sus amigos, buscando ayuda.       —Ese viene mirando a Ian, desde que se hizo el buzz cut, cada que se lo cruza —Shomka dijo, una escolta sin filtro.       —Ustedes se quejan más que yo —Ian resopló. —Es sólo un introvertido más que adopté —sonrió fraterno, mientras pasaba una mano halagada por la cabeza, se sentía como si fuera piel de duraznito.       Fuera del salón, en la poblada azotea, Quohno y Xiang estaban aprovechando la hora para comer como todos los demás.       Nanami fue directo a ellos, a su hermano, más bien. Y le tocó el hombro, queriendo llamar su atención.       —Éste viernes te llevo a una fiesta —dijo, sin esperar una respuesta.       —¿Qué? —Quohno parpadeó, y se giró.       —Eso.       —¿Con los grandes? —preguntó, con las manos sudadas.       —Pues sí —se encogió de brazos, despreocupada.       —Sólo si puedo llevar a Xiang.       —¿Eh? —Xiang volteó, sorbiendo de un juguito de coco sintético.       —Dale, dale, llevalo, así no estás solito, gordi —su hermana dijo con cariño, su voz casi empalagosa. Y su mano formando un enjambre en el cabello del bajito.       —¡Ta! ¡Ta! —se quejó, riendo para no llorar ahí mismo.       Después de que Nanami revolvió su pelo como si aún tuviera diez años, Quohno bajó la mirada. Un tupper medio vacío.       Cerró el tupper aunque tuviera hambre. Mientras que su hermana se iba con sus amigas.       —¿No tenías un torneo de Magic ese día? —Quohno recordó.       Xiang parpadeó, y se encogió de hombros, como alguien que quería verse casual.       —Me dijiste que no ibas a ir, sería aburrido.       Quohno se rascó el cuello, sin saber si reír o agradecer.       Xiang seguía mirando a la pajita de su juguito, como si tuviera algo importante que decirle.       Pero el rayo de sol que se escapó entre las nubes, habló por ellos.       Un piso abajo, la voz de Rihanna sonaba dentro del baño de chicas, saliendo de una pequeña radio portátil. Que tapaba los gritos de guerra viniendo del baño de al lado, el de los chicos. Flores de tiza pintadas en la puerta de entrada. Spray corporal de vainilla llenando los cubículos de puertas semi-funcionales.       Now that's raining more than ever       Las chicas se pintaban las uñas o se ponían postizas, mientras otras jugaban a la peluquería mientras las clientas comían su almuerzo.       Know that we'll still have each other       Una se miraba al espejo con la boca entreabierta, buscando algo que no era labial ni aprobación.       You can stand under my umbrella       —¿Eso es un pedazo de torta de zanahoria, sin gluten? —una peluquera preguntó.       —¡Hmm! —la clienta respondió con la boca llena, y levantó el tenedor de plástico.       La peluquera mordió y asintió lentamente, una mueca formándose en su cara, como quien tomaba agua en casa ajena y el vaso olía a ajo.       —¡Qué rico..! —se medio rió, se medio vomitó.       No era amargo, era ese dulce de medicina que parecía ser amargo.       La radio seguía cantando desde el lavamanos, como si Rihanna también hubiera pasado por esa escuela.       You can stand under my umbrella       La chica del espejo, Hinaka, se retocó el delineador, pero la línea quedó temblando, como una grieta recién trazada.       -Ella, -ella, eh, eh       Ennha, desde el fondo, dijo algo entre risa y verdad. Jugando con su gameboy, pintada con esmalte brillante translúcido.       —A mi me encantaba la torta de zanahoria, cuando tenía gluten.       —El gluten empacha mucho, nena —Hinaka dijo, desde la otra esquina del baño, peinando sus mechas rubias en el espejo.       La de pelo corto puso una sonrisa invertida, ni triste ni feliz. Solo absorbiendo la opinión.       Under my umbrella       Entonces, alguien de dentro de los cubículos habló.       —¿Pueden hablar y poner la música más alta? Me da vergüenza que se escuche cuando abra la… —pausó, todas entendieron.       —¿Nadie tiene chisme nuevo? No hay nada en Confetch… —alguna dijo, seguida de cabezas caídas o sacudidas a los lados, aburridas.       Justo cuando Lala abrió la toallita, las chicas se habían quedado calladas. Sonó como velcro industrial. Tapando a Rihanna.       Serpenteo. Se escuchó un serpenteo. La puerta se abrió. Xawn y Hana. El sonido de las botas vaquero, que apenas pasaban por los parámetros escolares, no eran fuertes, pero hacían espacio. Caminaban como si las baldosas las eligieran. El aire cambió de temperatura, la vainilla se opacó por la frutilla embotellada de Victoria's Secret.       Labiales tres tonos más claros que sus pieles mal bronceadas, uniformes desacomodados y faldas que parecían cinturones. Los aros de acrílico brillaban bajo la luz fría. Xawn llevaba dorados. Hana llevaba plateados. Brillaban por igual aunque fueran de Claire's, no por presupuesto, sino por actitud.       Xawn saludó a Hinaka de pasada, la otra del trío. Hana ya se encontraba en el fondo, bajo la alta ventanilla rectangular, alargada horizontalmente.       —¿Alguien tiene encendedor? —preguntó Hana. No sólo para prender algo, pero para ver quién lo tenía.       Rihanna seguía.       When the sun shine we shine together       Ennha apartó la vista de su gameboy, deslizando los ojos por la figura de Hana al lado, parada como una víbora.       Del bolsillo de su campera escolar, sacó un encendedor, y se lo dio a Hana. Sus garras rozaron contra la mano de Ennha como las de un reptil.       Hana sacó un cigarrillo armado, y lo prendió.       —Abrí la ventana.       Ennha se subió a un banquito rosa. Al fin a la altura de Hana. Y deslizó la ventana a un lado.       La mal bronceada besó el cigarrillo, y soltó una nube de humo que se arrastraba en la pared, hasta escabullirse por la ventana.       —Escuchamos… Escuchamos sobre tu fiesta, Hana —una tartamudeó, jugando con sus uñas cortas.       —No vine a hablar de eso, pero bueno, —pausó, rodando los ojos, el plateado de sus párpados brillando en desastre. —Todas están invitadas, menos las que dudan si lo están —sonrió, dándole otra calada al cigarrillo.       —Pero si hay algunas de quinto, ¿qué decís? —Xawn cuestionó, mirando a Hana por el espejo.       —A ver, Xawnamazu, —rió su nombre completo. —Ya dejé que Nanami lleve a su hermanito, y bien se sabe que ese marica no llega ni a la esquina sin Xiang. Le lame la sombra y se cree el guía, el razonable.       Algunas rieron, otras asintieron, y Ennha contuvo una risa, pensando sobre la cita improvisada que había tenido con Xiang. Que de mal la tuvo que haber pasado Quohno en esos treinta minutos.       —¿Qué más da que invite a las chiquillas? Así no tendrán que divertirse con chicos mayores —dijo, no para cuidarlas, más bien para proteger a su novio.       Hubo un silencio acompañado de Britney Spears, canciones con glitter mal aplicado y pasión. It's Britney, bitch       —¿De qué venían a hablar, nenas? —Hinaka le preguntó a Xawn, para luego mirar a Hana.       Hana se aclaró la voz con el cigarrillo, y suspiró.       We keep on rockin’ (we keep on rockin’)       —¿Qué hacemos con este de 5to A?       —¿Tokentakaro? —Hinaka sugirió a Leva.       —No.       Camaras are flashin’ while we're dirty dancing       —¿Ikánekaro? He visto que tu hermanita está babeando 24/7 por Tado Ikáne —Xawn comentó pícara.       —No, Lajikaro.       Feels like the crowd is saying       Las grandes se miraron entre sí, las chiquillas (sólo un año menor) también se miraron entre sí. La radio falló un poco.       Explotaron de risa. No por la radio, sino por el apellido mencionado.       —¿No será Lajikara? Reina, ¿qué tienes Alzheimer ahora? Si es una chiquilla más, no un mono —Shomka dijo, mientras dibujaba con corrector en las baldosas rosas de la pared.       —Es trans.       Hubo un silencio de nuevo, y la radio volvió a sonar. Como si un foco se hubiera prendido.       Gimme, gimme (more) gimme (more) gimme, gimme (more)       Se escuchó un “Ahh…” colectivo.       —O sea… que sea trans no hace que le gusten las chicas, ¿o sí? —Lala preguntó.       —No, boba —Ennha respondió, conocedora.       —Pues a él sí le gustan las mujeres —Hana agregó. —No podemos dejar que use nuestro baño, y también, ¿qué pasará a la hora de ir a los vestidores?       —Pues que use el de monos, si se cree tan hombre —Xawn dijo.       Sus palabras incomodaron a Manara Hanho, una que no se atrevía a salir del cubículo. Una que era hija del profe de biología.       —¿Y si le hacen algo? —soltó Hinaka, sus ojos abiertos como su paleta de sombras, su labial rosa corrido. Su corazón latía más rápido que el ritmo de la música.       Todas las presentes voltearon a ver a Hinaka. Le cortó la calada a Hana, haciendo que tosa.       —No son capaces.       —¿Tú crees? —Ennha preguntó genuina.       Lo único que se escuchaba era la letra que la radio transmitía. Las brochas y los peines habían quedado paralizados en el aire, en medio de una acción. Ennha perdió en el juego que jugaba en su gameboy. Y el cigarro de Hana se apagó.       ¿Por qué dudaban tanto de sus compañeros?       Duele.       La duda duele más que la verdad o la mentira.       Hana se quedó particularmente callada. Sus pensamientos invadidos por una persona sola. Por un hombre, el suyo. Tragó saliva. Se acomodó el cerquillo cortado en casa, y se desató las dos colitas que los chicos tanto miraban.       Xawn se abrochó todos los botones de la camisa. Y Hinaka se puso el suéter turquesa, asegurándose de que su brasier bombshell fucsia de Victoria's Secret no traspasara la tela de su camisa.       Lala no prestó atención. Ennha se dobló la pollera una vez más, frunciendo el ceño. Si la iban a ver, ella decidía cómo.       Hana se aclaró la voz una vez más.       —Entonces, ¿qué opinan?       —Que sea pibe no significa que sea un pervertido, ¿no? —Lala tiró. —Me da igual, Itako es un caballero quieran o no, más caballero que todos sus novios juntos, chicas.       Hana entrecerró los ojos. Pensando en su novio nuevamente.       —No lo podemos dejar entrar al baño y a los vestidores, punto final.       —¿Se llama Itako ahora? —alguien preguntó.       —Pues sí.       —Que lindo.       Del otro lado de la pared, en el baño de varones, estaban colocando un colchón viejo en uno de los cubículos… uno que no tenía puerta.       Generaciones de golpes en el espejo los habían dejado con la mitad de él. La papelera tirada en la esquina, y las moscas en su hábitat, ese mismo baño. Aunque abrieran la ventana, no se iba nada. Ni el sudor de quién sabe qué momentos, ni las lágrimas de cuernudos, ni la sangre con mocos que surgió de peleas se iba.       Al terminar de acomodar el colchón, Sora sonrió orgulloso, de él y sus orangutanes pelados llamados colegas.       —Que suerte que tenemos que nos dejen la limpieza a los alumnos porque no quieren gastar plata en un conserje, —comentó. —Así tenemos los baños para nosotros.       —Sí, ¿Te acordás aquella vez que nos vimos una peli con el proyector en el baño? —Ian recordó y rió risueño.       —¡Sí! Amigo, que buenos tiempos… —le palmeó la espalda muy fuerte, como si intentara sacar un VHS trancado del reproductor.       Después, entre carcajadas, baños atorados, golpes amistosos, un chico sentado sobre el borde de la puerta de un cubículo, y otro sacando la cabeza por la ventana, se acordaron de la fiesta, uniendo sus neuronas colectivamente.       —¿Llevan a alguna dama?       —¿Qué damas? Si en esta escuela son todas putas —Sora dijo. Pero no quedó en claro si lo decía de broma o no.       Los demás se rieron por complicidad, o por crianza similar. Ian se rascó el brazo, asintiendo.       —Ah… es que no sabés donde buscar.       Sora hizo un gesto de desdén con la mano.       —¿Creen que el marica termina yendo? —preguntó pesado, recostándose sobre la encimera del lavamanos.       Ian parpadeó por el cambio de tema, y encogió los hombros.       —Siempre está con Xiang, depende si el también va o no.       —¿Es en serio? Pff —rió sin gracia. —Ya hasta parecen novios.       —Pues se pelean menos que Hana y vos —Leva dijo, sacando la cabeza de la ventana. Luego, se sentó en el banquito que estaba parado.       —Leva defendiendo al chino y al marica, ¿estaré soñando? —Sora dijo meloso, juntando las manos mientras se acercaba.       —No los defiendo, te digo lo que veo, y yo no le pongo filtros a la verdad —se cruzó de brazos.       Sora no respondió. Pero tampoco tragó saliva, ni se aclaró la garganta.       Se dio vuelta, mirando al espejo. Ese espejo partido, el que siempre deformada las caras por costumbre.       Se miró, o a su padre. No sabía.       —Ya basta del marica y el chino, me ponen de malas —Leva dijo, largando un gran suspiro.       —Yo tengo algo de qué hablar —Qano levantó la mano sutilmente.       La mayoría lo volteó a ver, mientras que Sora seguía esperando una traducción del espejo. Y              Leva permanecía sentado en el banquito, infiltrado entre los grandes, escuchando sus problemas de grandes.       —¿Se enteraron de lo de Lajikara?       —No.       —Es trava.       Algunos contuvieron la risa. Antes de que pudieran estallar, Ian habló.       —Es un chico más, no se rían —defendió. —Además, es mi amigo, se unió al club de natación hace poco, ¿recuerdas, Sora?       Luego de un transe, respondió. —Recuerdo —se volteó nuevamente, dándole la espalda al reflejo.       —Ahora es Itako Laji, Lajikaro, no Lajikara ¿escucharon? —informó, su ceño un poco fruncido.       —Me da igual, yo no entiendo de esas cosas… Mientras no use nuestro baño —Qano dijo.       Una mosca le zumbó al oído a Leva, y gruñó irritado.       —¿Lo dejamos entrar al baño? —alguien preguntó.       —Puede ser divertido —Sora opinó, al fin soltando una sonrisa de lado, cruzado de brazos.       —¿A qué te referís? —Ian preguntó.       —Nada, —pausó, buscando ideas. —Podríamos cortarle el pelo y de más.       —No como el pelo de Justin, porfa.       “¡No!” era lo que retumbaba entre las cuatro paredes azules al pensar sobre Justin Bieber, en las esquinas pintadas de moho, y en el suelo fluido que ya ni eran humanos, donde probablemente albergaban virus.
4 Me gusta 0 Comentarios 1 Para la colección Descargar
Comentarios (0)