07: ¿Qué Hago Acá?
22 de septiembre de 2025, 10:46
Entre cuatro paredes azules, rayadas con marcador negro, pintura blanca, y cubiertas de posters de bandas y estanterías con figuritas, sonaba la guitarra de “Lick It Up”. Acompañado del tarareo de Xiang, quien estaba eligiendo remeras entre el desorden de su cama.
—Jeans corte bota… ¿o corte vaquero? —Quohno pensó en alto, sosteniendo dos jeans con manos sudorosas y temblorosas.
—Para mí es lo mismo —Xiang comentó, y se sacó los lentes luego de elegir una remera de Kiss.
—¡No son lo mismo, Xiang! El corte vaquero es más ajustado, más tubo —explicó, apretando la tela de los jeans entre sus dedos.
—Ah, entonces el corte bota.
Quohno le alcanzó el jean que había elegido, mientras que Xiang se pasaba la remera por la cabeza. La remera se le quedó atravesada por un momento, como si la remera tuviera torpeza propia. Quohno no sabía si mirar, ayudar, o bautizarse.
Finalmente, la remera se acomodó y Xiang sacudió la cabeza. Su cabello estaba peinado, parecía que no. Así les gustaba a ambos.
—Gracias —dijo, agarrando el jean de las manos de Quohno.
Quohno suspiró y se levantó de la cama. Caminó hasta el espejo, decorado de stickers y notas viejas, cada uno una insignia, una pequeña historia o anécdota detrás.
Se miró. Se arregló el cerquillo por decimocuarta vez. En los mismos 30 minutos. Se arregló el polo, blanco con rayas amarillas, como los demás chicos. No para pasar desapercibido. Para encajar.
—¿Entonces tu hermana va con sus amigas, no?
Quohno parpadeó y volteó a ver a Xiang, el que estaba con los pantalones a medio camino.
—Sí.
Apenas respondió, se dio vuelta otra vez, intentando concentrarse en el espejo.
—¿Me pongo cinto?
—Nah, muy formal, yo voy a llevar porque se me caen los pantalones —rió Xiang.
Se paró frente al espejo, de lado. Se rió otra vez, ligero, mientras los jeans se le deslizaban poco a poco.
—Es que no tengo cola como vos, amigo —dijo entre pequeñas risas, no sabía si quería burlar o halagar. Lo dejó ahí. Como tirar una moneda a una fuente.
Mientras Xiang se agachaba por un cinturón negro del piso, de ebilla plateada, ruidosa, Quohno habló.
—Te juro que no sé si me estás jodiendo o salvando.
Xiang no entendió del todo, pero aún así se rió. Se rodeó la cintura con el cinturón, y se lo abrochó.
—¿Falta algo? —Xiang preguntó, pensando. Miró por cada lugar de su cuarto, como si algo le fuera a activar la memoria.
—Perfume —sugirió, jugando con su pulsera compartida, abalorios verdes y amarillos, uno de ellos blanco con la inicial del otro —Va, yo ya me puse.
Xiang asintió y eligió una de las colonias que nunca usaba. Se echó lo que parecía ser ácido puro, una mezcla entre lima y naranja, un toque hierroso. Que parecía abrocharse más a Quohno que a Xiang.
Quohno sacó un bálsamo robado, de su hermana, del bolsillo trasero, y le sacó la tapita.
—¿Es labial? —preguntó Xiang, arqueando una ceja. No crítico, sino ignorante por distraído.
—No… —Quohno rió y sonrió. —Es bálsamo, a veces me muerdo los labios así que, me sirve, lo vengo usando hace unas semanas.
—Ah, mirá vos —entendió, y agarró el tubito como si se tratara de un artefacto antiguo, del cual sólo había un ejemplar. Aunque para él eso sí era un solo ejemplar. Irreplicable.
Lo giró con la punta de los dedos, delicado, como si leyera algo invisible. Se lo acercó a la nariz, y lo olió sin hacer ruido.
—Tiene olor a… escuela privada —bromeó, apenas moviendo la boca.
Quohno rió bajo. No por el chiste.
Xiang se lo llevó a los labios y se lo aplicó, curioso. Como un gorila resolviendo un puzle. Se rascó la cabeza.
—Parece mentira pero sí suaviza —comentó, y puso una sonrisa invertida de aprobación.
El otro asintió. Se arregló el reloj y se despidió del espejo. El cuarto estaba fresco, la ventana abierta, un cielo soleado como paisaje, y el sol pasando a saludar por la ventana. Kiss todavía cantaba y tocaba desde la playlist de Xiang.
—¿Qué tan lejos queda? —Quohno preguntó, volteando para ver a Xiang.
—Podemos pedir taxi, no queda cerca pero tampoco lejos.
—Dejá que traje la… —se le apagó la voz, buscando por su billetera en los cuatro bolsillos de su pantalón. —No, no traje la billetera, ¡ni los documentos! —exclamó, gradualmente temblando.
—Ay, no pasa nada, amigo, pago yo, además… Ni que nos fuera a parar la policía para revisar documentos —rió y pausó, haciéndole un desdén con la mano. —Si no se molestan en atrapar a los criminales, imaginate si van a revisar documentos —añadió entre risas tontas.
El bajo arrastró ambas manos por la cara, y se logró escuchar un “Bueno…” triste y lento.
—No pasa nada, boludo, ni que le fuera a dar mi riñón al taxista.
Quohno rió y suspiró, sacudiendo la cabeza. —Dale, ¿vamos?
—Vamos.
La puerta se cerró detrás de ellos con un clic suave, pero suficiente como para marcar el cambio de atmósfera. Los pasos de Quohno resonaban apenas en la entrada, y el sol ya se había corrido unos centímetros hacia el oeste.
Un taxi estaba estacionado a media cuadra, uno de esos autos con rayones invisibles que sólo se ven si uno está de mal humor. Xiang levantó la mano, sin apuro, como si saludar fuera parte del ritual de llegada.
Subieron. Primero Quohno, que se acomodó en el asiento trasero. Luego Xiang, que se tiró sin aviso y golpeó una mano contra la ventana.
El taxista los miró por el retrovisor. No preguntó. Solo encendió la radio, donde sonaba algo que era música para fiestas de adultos con problemas de pareja. “La Mentira”.
Xiang apoyó una mano en la espalda del asiento del acompañante, y se acomodó los lentes.
—¿Vamos a La Colmena de Yuzu, sí? —preguntó, mirando al conductor.
—Sí —repitió Quohno, pero más bajito.
Y así arrancó el auto. Como si los chicos estuvieran yendo a una cita que no había sido pactada, a una fiesta que tal vez los exponga más de lo que estaban preparados. Pero por ahora, solo eran ellos dos.
Como siempre.
Por las ventanas, veían edificios cada vez más caros, detalles modernos y calles limpias. No era la zona más lujosa de la ciudad, pero tampoco era desconocida.
Aún había estudiantes paseando por las veredas en sus uniformes, evitando sus propias casas.
Una mujer paseaba un perro que parecía más caro que afectuoso. Dos chicos en bicicleta pasaron sin hablarse. Y un portero de edificio les lanzó una mirada que no sabía si era de sospecha o aburrimiento.
Quohno bajó ligeramente la ventanilla. No hacía calor, pero necesitaba aire que no oliera a perfume de Xiang.
—Es acá —dijo Xiang, señalando con la cabeza un edificio de vidrio negro, letras doradas y entrada sin timbre. La Colmena de Yuzu.
El taxista no opinó. Estacionó y soltó un “Suerte” que podía sonar a bendición o burla.
Xiang pagó sin contar el vuelto. Quohno bajó primero, como si pisar la vereda fuera una pista de hielo.
Las puertas del edificio eran pesadas, pero parecían abrirse solas para quien no dudaba. Xiang no dudó.
Quohno lo siguió, ajustándose el reloj. Como si el tiempo dentro de ese lugar fuera distinto, más elegante, más cruel.
Sus pasos resonaban y hacían eco en la tranquilidad bruta del lobby, cubierto de mármol brillante, bajo un techo de espejo. Al subirse al ascensor, se encontraron con el consejo estudiantil completo. Genial.
Las puertas se cerraron, y en cuanto Xiang tocó el botón al piso 17, una música moderna, con acentos de los setenta, sonó.
—¡Hola! ¿Cómo están? —Xiang dijo, y agarró la mano de alguien que apenas conocía su nombre. El tipo, con un atuendo básico y semiformal como los demás, excepto Mao, le sacudió la mano como si se tratara de un negocio.
—Bien, aunque llegamos un poco tarde por culpa de… —se rió suave, señalando a Kaomee, una chica juiciosa y arreglada. Tapada de un vestido que le llegaba por debajo de las rodillas y le tapaba los hombros.
Para Quohno se veía incómodo pero lindo, plateado. Pero para Xiang parecía cinta industrial.
—A ver… Mina también se demoró —Kaomee resopló, pasando los dedos por las costuras de su bolso de mano. Criticando la pollera, casi cinturón, de Mina. Aunque estaba segura que la pollera tenía un short abajo. Por lo menos.
—Y Mao… —Han agregó y sonrió burlón. Más que nada riéndose de la trenza que el otro se había hecho.
Mao era el único que tenía una camisa ligeramente distinta a la de los otros chicos, no era de rayas pasteles, era floreada como un primer amor.
Quohno solo asentía lentamente, apenas reconociendo las palabras o los nombres. Había escuchado el nombre de los miembros de ese grupo, pero apenas recordaba los apellidos… o apodos no tan lindos. Xiang continuó charlando con Mina, enredados en un coqueteo amigable y más juguetón que de verdad.
—¿Quién es Han y quién es Jan? —Quohno soltó. Lo primero que les había dicho. Su cara se coloreó de rojo.
Han y Jan lo voltearon a ver. El líder y el otro insoportable del club, uno de lentes y otro de peinado a lenguetazo de vaca.
—Yo Han, y este que descubrió el estoicismo por Internet, Jan —el sin lentes dijo. En su tono se le notaba la arrogancia como un sapo.
—¡No es verdad! Eso lo obtuve de mi mamá —Jan devolvió, sus voces chocando contra las cuatro paredes pequeñas.
Justo ahí, el elevador los dejó en el piso diecisiete, deslizando sus puertas con una caricia metálica, sofisticada.
Primero, salieron las chicas, luego los chicos, Xiang, y de último Quohno. Cada paso que daba parecía pesar más. Casi no podía mover las piernas, solo parpadeaba en busca de ayuda.
Las puertas del ascensor se cerraron detrás del grupo, y las del departamento se abrieron. Dándole paso a una música fuerte, de ritmo marcado. Sin duda era Low, de Flo Rida y T-Pain, una joya que Xiang escuchaba en secreto. Perfecto para empezar cualquier fiesta.
El grupo prácticamente corrió hacia dentro, llevando a Quohno puesto con sigo mismos.
Shawty got low, low, low, low, low…
Quohno esperaba algo mucho peor, alguien colgado de un candelabro moderno, alguien haciendo fondo con los whiskys de una vidriera, o alguna pareja ocupando el sillón. Pero no.
Para su sorpresa, la fiesta estaba relativamente cómoda, por el momento. No como en esas películas estadounidenses para adolescentes.
Los grandes se despidieron de Xiang, acumulados en la cocina abierta como de costumbre, sentados en banquillos.
Entonces, Xiang se dio vuelta con una sonrisa de oreja a oreja. Como alguien que esperaba una reacción del regalo que había dado, en una fecha equivocada.
—¿Y? —dijo, cualquier cosa le servía, una mirada, un suspiro, una palabra a medio decir. Pero Quohno estaba ahí, aturdido por la música, el volumen cada vez más alto. De reflejo, jugó con su pulsera.
—¿Querés agua, o algo? —le ofreció, y señaló un dispensador de agua que parecía más de spa que de cocina.
Quohno negó con la cabeza, sus pies pegados al piso como si llevara championes de cemento.
Mientras tanto, los demás ya estaban sacándose fotos, ajustando pestañas, y riéndose de algo que él no había escuchado.
La canción seguía, y el beat vibraba dentro de su pecho. Deseaba que el piso fuera de alfombra, para que sus pasos no se escucharan. Quohno escuchaba de todo menos la letra de la canción o las conversaciones alrededor, dentro de su cabeza.
Muchas cosas habían pasado ese día; Xiang había usado su bálsamo, no sabía si se había burlado o qué con aquel comentario sobre por qué usaba cinturón y Quohno no, ¿había escondido la revista Playboy donde su mamá no ordenaba? ¿o debajo del colchón? No había traído paraguas, ¿iba a cenar ahí? ¿qué hacía ahí?
—¿Estás bien? —Xiang preguntó, con una sonrisa que no sabía si era por cortesía o de cariño.
El otro, como cable que no entra en la zapatilla, parpadeó y asintió lento.
—Sí, me quedé pensando en algo nomás —se encogió de hombros.
Al dar un paso e intentar analizar sus alrededores, como una selva bruta, vio a Hana de lejos, con otras chicas. Sus miradas, llenas de brillantina, se tatuaban por todo su cuerpo como calificaciones de juezas en una pasarela. Sus labios empapados de gloss con sabor a frutas químicas. Riéndose de nombres que él no conocía.
Alguien le pechó por al lado, y otro por el otro lado. No miraron hacia atrás. Y Xiang rodó los ojos por Quohno.
—No sé si me quiero quedar hasta mañana… —Quohno resopló.
Xiang, parecía que flotaba entre las notas musicales, agitando la cabeza al ritmo de Baby Got Back. No lo había escuchado, la música no sólo le invadía los oídos, sino también los pensamientos.
Cuando se dio cuenta que Quohno estaba gesticulando palabras, y no de la canción, gritó un poco muy fuerte. —¡¿Eh?! —exclamó, confundido.
Quohno se echó para atrás por el grito, e Ian se cruzó con él por detrás sin querer. Se dio vuelta, Ian lo esperaba con una mano muy alta para él.
Lo saludó, llegó a tocar el pulgar. Y a rozar panza con panza, incómodo.
Entonces, Xiang entrecerró los ojos. —¿Ian es tu amigo? —preguntó, no de celos, no de crueldad, pero sorpresa.
Quohno bajó los ojos, pretendiendo contar cuántas bolitas blancas había en su pulsera. Ah, cierto, sólo había una con la inicial de Xiang. Entonces se puso a contar las verdes. —Sí… Hace unas semanas, —pausó, su tono inseguro como camino que se ramifica en dos. —perdón por no contarte antes.
El de lentes chasqueó la lengua, y agitó la mano con desdén ¿Estaba despreocupado o fingía estarlo? Quohno seguía formulando preguntas en su cabeza, pero no armaba ni cazaba ninguna respuesta.
Alzó la mirada y vio de lado a Ian de nuevo, tenían la misma camisa. No lo mencionó. Solo se fijó como le quedaba a Ian, el talle perfecto, ni tan apretado como para que se le marque el abdomen, pero lo suficiente para que flexione los bíceps. Quohno se estiró la camisa.
Algo de fondo se cayó, nadie le prestó atención, solo Quohno se estremeció. Y la alfombra acunó los pedazos de vidrio debajo de ella. Y entonces, al fin escucharon la voz de Hana:
—¡¿Quién juega dos mentiras una verdad?!
Un bullicio de plegarias invadió los oídos de Quohno. Xiang e Ian celebraron, yendo a donde se estaba juntando toda la gente, como moscas en una torta.
—¿Jugás? —Ian preguntó, girando apenas la cabeza, sin dejar de caminar.
Quohno dudó. No por el juego. Por el público.
—Después —dijo, aunque no sabía si ese “después” existía.
Xiang ya estaba en el centro del living, rodeado de chicos y chicas con vasos de colores, apretados en el colchón del sillón de cuero, no era la mejor opción para el futuro verano o esta fiesta. Hana lo miraba como si supiera algo que él no. Como si ya hubiera leído sus tres frases antes de que las dijera.
—A ver, Xiang —dijo Hana, cruzando los brazos. —Dos mentiras, una verdad. Y que no sea aburrido.
Xiang parpadeó, Hana nunca le hablaba, él tenía que hablarle primero para poder tener una conversación. Y sonrió seguro.
—A ver… Nunca vi una peli entera, me gusta alguien de esta fiesta, y por último, tengo un lunar en la nalga izquierda.
Entre risas y murmullos, alguien gritó “¡la tres es verdad!”, y otro “la dos, ¡obvio!”
Hana entrecerró los ojos. Quohno intentaba recordar de qué lado estaba el lunar.
—La verdad es la uno —dijo, sin mirar a nadie en particular. Como si estuviera adivinando. O recordando.
Xiang se rió. No fuerte. No débil. Como quien se ríe para no responder.
Y no miró a nadie. O quizás miró a todos, pero sin detenerse en ninguno. Ni en Hana, ni en Quohno, ni en Enha, ni en la tipa en bikini que salía por la tele de fondo, ni en sí mismo.
—¿Puedo preguntarle a alguien? —Xiang dijo.
—No, ¡yo hago el dos mentiras una verdad! —Hana rezongó, y Xiang puso los ojos en blanco.
La mal decolorada escaneó el living como un gato buscando por algún pajarito, o dos, para matarlos de un rasguño a ambos. Sonó Poison.
Entrecerró los ojos nuevamente, y frunció el ceño. —¿Quién es ese que anda excluido? —rió. Quohno tragó saliva que no tenía, estaba sudando sin haber bailado, pero tenía la garganta seca, como las chicas que tenían la desgracia de verlo.
—Vení, dale —Hana no invitó.
El forzado se desplazó, no caminó. Como si tuviera los zapatos mojados, y las medias también. Sentía que estaba bajo agua, pero los demás estaban riendo entre nubes.
—Sentate —encogió los hombros, no cortesía.
Alguien lo empujó, y le hizo sentarse en el reposabrazos del sillón acolchado.
—Dos mentiras, una verdad.
—Eh… —pensó, no mucho. —me gusta esta música, le robé algo a mi hermana, nunca me enamoré.
Silencio. La radio, ofendida, tardó en darle play a la siguiente canción, y una chica le dio una palmada. Se arregló. No hubo silencio por respeto, sino por incomodidad.
—La segunda, pues —Hana soltó y rió. Su mirada se detuvo mucho en los jeans de Quohno. Quohno se revisó como si hubiera perdido la billetera, y vio que el bálsamo “prestado” sobresalía del bolsillo al sentarse. Lo escondió en el de atrás, con manos de manteca.
Unos momentos después, Nanami volvió del baño, más arreglada que antes, pero sin bálsamo.
—¿De qué me perdí?
Todos se miraron como cómplices de un crimen, y no prestaron mucha atención.
—Nada, recién empezamos a jugar dos mentiras una verdad —Hana sonrió. —aunque se me ocurre que le subamos un poco el nivel, ¿o no?
—¿Cómo? —Xawn preguntó, arreglándose el pelo en una colita, mientras unos boludos mal pensaban entre ellos y se reían.
—Una verdad, una mentira, y una herida —se cruzó de brazos, tal político esperando votos y rezos. —Empezá vos.
Xawn parpadeó, y entrecerró los ojos. —me gusta cómo te queda el bronceado, tu novio no te pone los cuernos con las de 15, y me devolviste la base que te presté —también se cruzó de brazos.
Algunas risas se apagaron, otras siguieron, más suave, esperando a que la caja de Pandora se abriera.
—Te devolví la base.
—Y yo amo mucho a mi novia —Sora interrumpió, dejando caer un brazo por los hombros de Hana.
—Y te encanta como me queda el bronceado, me queda divino, —pausó, su cara un puzzle. —¿Estás segura que entendiste como jugar?
Xawn chasqueó la lengua, conocedora. Sus brazos aún cruzados como los cables de Hana.
Ambas parpadearon a la misma vez, sin quitarse la mirada de encima ni un segundo. Se veían como gatas desconocidas en el techo. Sora apretó el brazo, los hombros de Hana dolían, pero más dolía lo que le había dicho su amiga.
—¿Y si pasamos a Nana? Delen, que le haga la pregunta a alguien —Sora sugirió entredientes.
—¿Yo? Bueno —respondió la florista, sí… al fin. Aquella voz se asemejaba al roce de una mariposa, al olor de un tulipán. Que aquella chica estuviera allí en esa fiesta, era como encontrar una carta de amor en un campo minado.
Que pena que el papel se rompa fácil y las minas exploten igual de fácil.
—Emm… Hinaka, una verdad, una mentira, y una herida —dijo de memoria, como un ave maria.
La cara de la teñida se tornó pálida. Primero Xawn y Hana, ahora ella. El trío no serviría ni de composta al terminar el juego.
—Este… —la alargó, mordiéndose las uñas rosas. Todos la miraban, incluso Quohno.
Cada quien con cierta intención; un chico no sabía a qué estaban jugando, pero sabía a qué chica quería besar, Xiang quería grabar todo, Hana esperaba a que no fuera como Xawn, y Xawn que no fuera como Hana, otra chica contaba las calorías de la comida de Hinaka. Y el reflejo de su bebida decía todo lo que ella no era capaz de largar.
—¿No podemos jugar otra cosa?
—¿Por qué? —Hana cuestionó.
La rubia tragó saliva, se llevó bebida y labial nude. Vacilante, se decidió a hablar. Pero no se quemó sus propias manos.
—A Mina le gusta Kaomee, —inclinó la cabeza, sus ojos plantados en las dos chicas. —Jan babea por Miyanokaro, —el último mencionado se arregló la chaqueta, sonriendo, mientras Jan pretendía mandar mensajes por el celular. —y… Hana conoció a Mía —sonrió. Tragando un pedazo de torta como si fuera una delicadeza culinaria.
Hana no respondió. No negó, pero tampoco admitió. Mina no se sonrojó, solo arqueó la ceja, pero Kaomee si se puso roja, más roja que el labial bruto de Mina. Se peinó el cabello. Miyanokaro se encogió de hombros, y Jan se sentó lejos.
—¿Sos o te hacés? ¡No tenés que decir verdades! —a Hana se le escapó. —O sea, ¡no tenés que decir dos verdades y una mentira! —pausó, y Xawn se metió como cómplice de dos caras. O más.
—Todos sabemos que detrás de ese título de presidente del club estudiantil, blah, blah, ¡bien que es capaz de lamerle los zapatos al narcisista este! —Xawn dijo, desviando la atención. —¡Y quién sabe qué más! —rió cruel.
—¿De dónde te sacás que soy narcisista? —Miyanokaro confrontó. —No lo soy.
—¡Y a mí no me gustás! —Jan soltó, agarrado del pelo.
—¡A mí tampoco me gusta Kaomee! ¿Qué son esas confesiones? —Mina dijo, pero Kaomee no abrió la boca, miró a otro lado.
—Y yo no conozco a ninguna Mía, eh… No te entiendo. —Hana defendió.
Quohno y Xiang se miraron, ninguno se levantó, solo se acomodaron en el sillón, como para mirar una peli larga y aburrida, como niños en una boda. Gritos acá, lloriqueos por ahí, risas atrás, gemidos en el baño, shots en el piso, pizza barata con ananá, sudor tapado de perfume, una canción que nadie conocía en la radio, y una orquesta de chismes. Allí estaban, con los grandes…