CAPÍTULO 3
23 de septiembre de 2025, 12:56
—¿Qué vas a hacer, Potter? —siguió provocándolo Draco, con una sonrisa torcida—. Si estás pensando en golpearme, piénsalo dos veces. ¿Te has visto en un espejo últimamente? Cualquiera podría aplastarte como a una lagartija.
—Cierra la boca —masculló Harry entre dientes—. Acabas de insinuar que yo maté a Cedric y eso no es verdad.
—No lo digo solo yo —replicó Draco encogiéndose de hombros—. Muchos en Hogwarts lo creen. Y tú, escondiéndote todos estos días... es como si les dieras la razón.
—No me escondo de nadie.
—¿Ah, no? Entonces explícame por qué nadie te ha visto en días. No vas a clases, ni siquiera al comedor. ¿Cómo le llamas a eso?
Harry bajó la mirada sin responder, apretando los puños.
—Si de verdad no hiciste nada, entonces deberías salir ahí afuera, levantar la cabeza y míralos a todos a los ojos. Pero en lugar de eso... das pena. Mírate. Estás hecho polvo.
La mandíbula de Harry tembló por la rabia, pero su voz se mantuvo firme.
—Tú no sabes nada de lo que pasó. Así que no hables como si lo supieras.
—Encerrándote y llorando en tu cama no vas a cambiar nada, creo que “Él” estaría celebrando al verte así —dijo con tono ambiguo, refiriéndose a Voldemort—. No olvides que mostrar debilidad es lo peor que puedes hacer... especialmente frente a enemigos.
Harry lo miró confundido. Por un segundo, creyó que Draco intentaba... ¿animarlo?
Pero el rubio no tardó en recuperar su actitud habitual.
—Aunque claro, tú siempre fuiste débil —añadió con desprecio, como si se arrepintiera de haber dejado entrever otra cosa—. No creo que haya vuelto nadie. Solo eres un mentiroso más.
Al pasar junto a él, lo empujó hombro con hombro sin detenerse, una sonrisa altiva asomando en su rostro. No miró atrás, pero por dentro esperaba haber logrado algo: que Harry reaccionara.
Y lo hizo.
Al día siguiente, Potter volvió a clases.
~°~°~
Harry se aseó sin mucha prisa y se preparó para ir al gran comedor. Odiaba admitirlo, pero Malfoy tenía razón, no podía seguir escondiéndose. Tarde o temprano tendría que enfrentar las miradas, los susurros y las dudas de todos los que no creían en él.
Cuando entró al comedor, Ron y Hermione lo vieron de inmediato. Sus rostros se iluminaron con alivio.
Algunos estudiantes lo miraron sorprendidos, como si estuvieran viendo un fantasma. Hacía días que nadie lo veía fuera de su dormitorio. Desde la mesa de Slytherin, Draco notó su presencia y, aunque no dijo nada, ocultó una leve sonrisa detrás de su copa. Al fin había salido.
—Es bueno verte por aquí —dijo Hermione.
—No podía seguir encerrado —respondió Harry, aún con un dejo de irritación en la voz, como si su decisión de salir hubiese sido una especie de castigo autoimpuesto—. Aunque… creo que fue un error. Todos me miran como si realmente hubiera hecho algo terrible.
—Los que de verdad te conocemos sabemos que no es así —respondió Hermione.
Harry apenas probó la comida. Jugó con el plato, con la comida, algo que Draco notó sin querer desde su lugar. Ron y Hermione, sin embargo, no lo presionaron. Sabían que, después de todo, ese pequeño paso ya era un avance.
—¿Vas a ir a clases también? —preguntó Ron.
Harry asintió sin mucho entusiasmo.
—Eso es bueno —dijo su amigo, intentando sonar optimista—. Así no te atrasas con el resto.
—Te prestaré mis notas para que puedas ponerte al día —ofreció Hermione con una sonrisa comprensiva.
Harry asintió en silencio. Aunque ya no se escondía en su dormitorio ni en la sala común, seguía sintiendo el peso de las miradas clavadas en su espalda. A cada paso, los susurros y las dudas parecían perseguirlo. No se sentía listo para enfrentarlos, pero tampoco podía seguir huyendo.
Esa noche, incapaz de dormir, decidió salir en silencio del castillo. Caminó hasta el lago negro, buscando un poco de tranquilidad. El aire fresco de la noche, el leve oleaje del agua y el silencio del entorno eran lo único que no lo juzgaba.
O eso creyó.
—¿Por qué tan solo, Potter?
La voz inconfundible de Malfoy cortó la calma como una cuchilla.
Harry suspiró con fastidio, sin siquiera voltearse.
—Lárgate, Malfoy —gruñó con tono seco, áspero.
Draco no se movió. Durante todo el día lo había observado: Harry no comía, apenas respondía en clase, por momentos, incluso parecía ausente entre sus propios amigos. Sabía que algo estaba mal, aunque jamás lo admitiría en voz alta.
—¿Y si no quiero irme? —insistió, acercándose un poco más—. Escuché que saliste corriendo del cementerio… que tuviste ayuda para escapar. Bastante patético, ¿no te parece?
Harry no aguantó más. Con el pecho ardiendo de rabia y frustración, se lanzó contra Draco y le propinó un puñetazo en la cara. El rubio apenas se tambaleó antes de devolverle el golpe, en cuestión de segundos ambos estaban enfrascados en una pelea desordenada, lanzándose puñetazos donde podían.
Harry se movía con torpeza. Cada golpe que daba le costaba el doble, su cuerpo estaba debilitado por los días sin comer bien y las noches sin dormir.
—Pobre Potter —murmuró Draco con una sonrisa ladeada al darle un golpe directo en las costillas—. Apenas puedes defenderte.
A pesar del dolor, Harry siguió luchando hasta que, agotados, ambos cayeron al suelo jadeando, con la respiración agitada y los cuerpos magullados.
Curiosamente, Harry se sentía un poco mejor. Necesitaba sacar toda la ira que había acumulado, y aunque Draco había ganado en fuerza, al menos había podido desahogarse.
—Dame un minuto para recuperar el aliento… y seguimos —bromeó Draco entre resoplidos.
Harry soltó una risa, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Hacía cuánto que no reía. A su lado, Draco sonrió también. Por fin Potter había vuelto a reír, y le gustaba pensar que él había tenido algo que ver.
—Agradece que no usé mi varita —replicó Harry con una sonrisa cansada—. Si no, esto habría terminado muy distinto.
—Lo mismo digo —respondió Draco, todavía sonriendo.
Ambos sabían que con o sin varitas el resultado habría sido el mismo.
De pronto, un crujido entre los árboles los alertó. Se incorporaron rápidamente, aún doloridos, sacando sus varitas instintivamente, preparados para cualquier amenaza. Los pasos se hacían más audibles, y una luz tenue comenzó a iluminar el sendero entre la niebla.
—¿Viste eso? —susurró Harry, tenso.
—Sí —respondió Draco, alzando su varita un poco más.
Pero no era un enemigo. Para su sorpresa, la figura que emergió del bosque era Hagrid, sosteniendo una lámpara encendida que lanzaba destellos dorados sobre su abrigo.
—¿Qué creen que están haciendo? —gruñó el semigigante al verlos apuntando—. ¡Guarden esas varitas, muchachos!
Ambos bajaron los brazos aliviados y obedecieron sin protestar.
—Podrían haberle lanzado un hechizo a alguien inocente —regañó Hagrid mientras se acercaba.
—¿Qué haces aquí, Hagrid? —preguntó Harry.
—Esa debería ser mi pregunta —replicó con el ceño fruncido—. No es hora para que anden de paseo fuera del castillo. Vamos, los acompañaré de vuelta.
Draco resopló por lo bajo, molesto por la interrupción. Sentía que Hagrid había arruinado uno de los pocos momentos sinceros que había tenido con Potter.
Hagrid y Harry caminaron en silencio unos pasos adelante mientras Draco los seguía a cierta distancia. El semigigante se inclinó un poco hacia el muchacho y le murmuró en voz baja:
—¿Qué estaban haciendo? Ambos están cubiertos de tierra y con la ropa hecha un desastre.
Harry vaciló un momento, pero finalmente respondió. Sabía que Hagrid no iría a acusarlos con ningún profesor.
—Nos peleamos… un poco.
Hagrid soltó un gruñido bajo y asintió, aunque sin disimular la desaprobación.
—Ten cuidado con ese chico, Harry. No olvides que su padre es un…
—Un mortífago —completó Harry sin pensarlo.
—Exactamente. No me sorprendería que Lucius lo usara como peón para tenderte una trampa.
Harry lo había pensado también.
—No te preocupes —respondió—. No me voy a dejar engañar otra vez.
Después de lo ocurrido con Barty Crouch Jr., que se infiltró en Hogwarts haciéndose pasar por Moody, no podía permitirse confiar tan fácilmente en nadie.
~°~°~
Hermione y Ron sonrieron al ver a Harry comiendo. Aunque todavía se notaba algo apagado, ya no parecía tan decaído como antes, y en clase volvía a prestar atención. Poco a poco, todo parecía volver a la normalidad.
—El año casi termina y Snape sigue empeñado en torturarnos más que nunca —murmuró Ron mientras tomaba apuntes con desgano.
—Baja la voz, Ron, va a escucharte —le advirtió Harry en un susurro.
—Me pregunto a quién atormenta durante las vacaciones.
—Silencio, Weasley —interrumpió Snape desde el frente, sin necesidad de girarse—. Y usted, señor Potter… está castigado.
Harry levantó la mirada, confundido.
—¿Castigado? ¿Por qué?
Snape se acercó lentamente, con esa expresión de satisfacción que solo mostraba cuando sancionaba a alguien.
—Salir del castillo sin permiso y, peor aún, durante la noche, es una infracción grave. Al finalizar la clase irá directamente a la biblioteca. Deberá ponerse al día con el material que no estudió durante su… retiro voluntario.
—Está bien, profesor —respondió Harry con resignación.
—¿Ese es un castigo? —susurró Ron, arqueando una ceja.
—Puedo soportarlo —murmuró Harry con una pequeña sonrisa.
Pero la sonrisa se borró en cuanto Snape añadió con ese tono suyo tan satisfecho:
—Y como no fue el único en infringir las reglas… su nuevo compañero Malfoy lo ayudará a estudiar.
Harry resopló, molesto. Esa parte del castigo sí que no la veía venir… y no la soportaba.
Más tarde esa tarde, ambos estaban sentados en una mesa de la biblioteca. Draco intentaba explicarle pociones, mientras Harry fruncía el ceño, completamente perdido. La tensión entre ellos crecía con cada palabra.
—No puede ser que no entiendas nada —bufó Draco, llevándose una mano a la sien como si le doliera.
—No eres bueno explicando —le devolvió Harry, molesto.
—Claro que lo soy. Soy bueno en todo. El problema es que tú eres un inepto para aprender.
Harry lo fulminó con la mirada.
—Perfecto. Lo haré solo. Anda, vete a presumir a otro lado.
—Con gusto —replicó Draco, cerrando su libro con un golpe seco antes de alejarse.
Harry siguió estudiando en silencio, concentrado en su libro, mientras Draco hojeaba distraídamente sus apuntes. Pasaron varios minutos sin decir palabra, hasta que el rubio rompió el silencio con tono molesto.
—Todo esto es culpa tuya.
Harry alzó la mirada por un segundo, dispuesto a contestar, pero se contuvo. En lugar de darle importancia, volvió la vista al libro.
—Ahora tengo que perder el tiempo en esta maldita biblioteca contigo —continuó Draco, cruzado de brazos—. ¿Me estás ignorando, Potter?
Al ver que no recibía respuesta, se levantó de su silla y se acercó hasta su mesa. Golpeó la superficie con la palma, haciendo que Harry alzara la vista con fastidio.
—No pienso discutir contigo —dijo Harry—. Vuelve a sentarte.
—¿Y tú quién te crees para darme órdenes? —espetó Draco, frunciendo el ceño.
Harry bufó con cansancio. Malfoy no sabía estar callado ni un solo minuto.
—Tú me seguiste al Lago Negro, no fue que te invitara. Estoy harto de tus juegos.
—Tranquilo, Potter —replicó Draco con una sonrisa ladeada—. El sentimiento es mutuo.
—Entonces deja de hablarme e ignora mi existencia, así como yo intento ignorar la tuya —espetó Harry, sin levantar la vista.
Draco rechinó los dientes y regresó a su asiento, fingiendo concentrarse en el libro abierto frente a él. Llevaba años intentando ignorar a Potter, pero por alguna razón siempre terminaba pendiente de él. No sabía cómo evitarlo. Cada vez que lo veía, algo dentro de él exigía su atención. Y la única forma que conocía para conseguirla era provocándolo.
Del otro lado de la mesa, Harry lo observaba en silencio. Su mente volvió al cementerio, al momento en que Cedric cayó muerto. Recordó con claridad el rostro de Lucius Malfoy entre los mortífagos. Aún seguía siendo uno de ellos. Se preguntó si Draco también seguiría ese camino. Aún no tenía la Marca Tenebrosa, pero ¿y si algún día la recibía? ¿Y si terminaba intentando matarlo como todos los seguidores de Voldemort?
—¿No ibas a ignorarme? —soltó Draco de pronto, sin mirarlo—. Llevas mirándome varios minutos.
Harry suspiró con pesadez y volvió a enfocarse en su libro. Buscó en su mochila un cuaderno para tomar apuntes, pero en lugar de eso encontró una hoja doblada. Al abrirla, el aliento se le atascó en la garganta: era un dibujo. Una burla cruel. Él, de pie, con su varita alzada, y Cedric muerto a sus pies.
Arrugó la hoja con fuerza, se puso de pie de golpe y la lanzó directo a la cabeza de Malfoy. Antes de que Draco pudiera reaccionar, Harry ya lo había sujetado por el cuello de la camisa.
—¡Yo no maté a Cedric! ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?
Draco frunció el ceño y lo empujó con brusquedad para liberarse.
—Lo sé, Potter. No podrías matar ni a una mosca —replicó con desdén.
—¿Entonces por qué hiciste ese maldito dibujo?
Draco recogió el papel arrugado del suelo, lo abrió con desinterés, al ver lo que era, lo rompió en pedazos sin cambiar la expresión.
—Yo no lo hice —se defendió—. Hay varios en Hogwarts que serían capaces de algo así. ¿Y del único que sospechas es de mí?
—Es porque eres un idiota.
Draco no respondió. Simplemente guardó sus cosas con movimientos y salió de la biblioteca. No tenía sentido quedarse ahí; nadie los vigilaba realmente, y la idea de perder el tiempo con Potter comenzaba a parecerle absurda. Odiaba a Harry Potter. Claro que lo hacía. Lo odiaba porque, sin importar lo que hiciera, ese cuatro ojos siempre lo vería como el mismo imbécil arrogante de siempre.
Harry lo observó marcharse sin saber si debía ir tras él. Parte de él quería disculparse porque Draco no parecía estar mintiendo, pero ¿cómo podía estar seguro? Desde que se conocieron, el rubio no había hecho otra cosa más que provocarlo.
Esa noche, mientras todos dormían, Harry seguía despierto. Reposaba con la varita encendida a un lado y el Mapa del Merodeador desplegado sobre la cama. Era un hábito desde el regreso de Voldemort asegurarse de que todo estuviera en orden antes de dormir.
Sus ojos se detuvieron en un nombre que se movía por los pasillos: Draco Malfoy.
Frunció el ceño. Era tarde para deambular. Siguió con la vista su recorrido en el mapa hasta que, para su sorpresa, lo vio detenerse justo frente a la entrada de la sala común de Gryffindor.
Harry contuvo el aliento. Esperó. No apareció ningún otro nombre cerca, nadie salió a su encuentro. Draco simplemente permaneció ahí, inmóvil, durante casi un minuto y luego se marchó como si nunca hubiera estado.
Malfoy no tenía amigos en Gryffindor. De hecho, detestaba a casi todos. ¿Entonces por qué se acercaría a su sala común en plena noche?
Al amanecer, Harry y Ron se alistaban para ir a clase cuando, justo al cruzar la entrada de la sala común, Neville los detuvo.
—Harry, tengo algo para ti —dijo, entregándole una hoja de papel doblada con su nombre escrito—. La encontré afuera. No sé qué es, ni quién la dejó.
—Gracias, Neville —respondió Harry con una sonrisa.
Neville asintió rápidamente y se alejó con paso nervioso.
Ron se inclinó un poco para mirar mientras Harry desdoblaba la hoja. Era un dibujo. En él, Harry volaba sobre su escoba sosteniendo el trofeo de Los Tres Magos, con una gran palabra escrita arriba: “HÉROE”. Detrás de él, dos figuras sombrías eran atravesadas por un rayo que salía de su varita. Ambas tenían escritos en el pecho: enemigos de Potter.
—¿Y esto? —preguntó Ron, frunciendo el ceño—. ¿Quién dibujó algo así?
—No tengo idea —murmuró Harry, desconcertado, observando los detalles del dibujo.
—Mira esto —dijo Ron, señalando la esquina inferior del dibujo—. ¿Quién firma como U.D.H.P.?
—No conozco a nadie con esas iniciales —respondió Harry, frunciendo el ceño.
—Vamos al Gran Comedor, quizá Hermione sepa —propuso Ron.
Al llegar, le contaron lo sucedido. Hermione examinó la hoja con atención, pero tampoco reconoció la firma. Los tres estaban intrigados; querían saber quién lo había hecho.
—Es evidente que “H.P.” se refiere a Harry Potter —dedujo Hermione—. Pero “U.D.”... puede ser el nombre de quien lo hizo, tal vez un seudónimo.
—¿Pero quién usaría eso? —murmuró Harry, aún más confundido.
En ese momento, Fred apareció junto a ellos con una sonrisa pícara.
—Escuchamos que tienes una admiradora, Potter.
—O un admirador —añadió George, uniéndose.
—Vamos a ayudarte a descubrir quién es —dijeron al unísono.
Hermione los miró sorprendida.
—¿Cómo se enteraron?
—Lo sabemos todo de todos —dijo Fred con una sonrisa confiada—. Somos los indicados para esta misión.
—Déjalo en nuestras manos —añadió George con una reverencia exagerada.
—Solo es un dibujo, no tiene importancia —respondió Harry, restándole peso.
—Como quieras, pero si vuelves a recibir otro... —empezó George.
—O incluso una carta de amor —completó Fred—, descubriremos quién está detrás.
La mañana transcurrió con calma. Más tarde, Harry se dirigió a la torre de Astronomía. Allí estaba Cho, sola, mirando por el ventanal. No habían hablado desde la muerte de Cedric.
—Hola, Cho.
Ella se volvió y le dedicó una pequeña sonrisa.
—¿Cómo estás, Harry?
—Depende del día —respondió él con sinceridad—. ¿Y tú?
—Más o menos igual —contestó, bajando la mirada—. No puedo dejar de pensar en Cedric. Lo extraño mucho.
Como un reflejo involuntario, los recuerdos del cementerio regresaron con fuerza a la mente de Harry.
—Lo siento —murmuró—. No pude hacer nada.
—No fue tu culpa, —dijo Cho rápidamente—. No sabías lo que iba a pasar. Nadie lo sabía.
Harry desvió la mirada. Ya había escuchado esas palabras antes, de Ron, de Hermione, incluso de Dumbledore. Pero por más que se las repitieran, no conseguían aliviar el peso que cargaba.
Draco los vio. Harry y Cho bajaban juntos de la torre de Astronomía. Iban riendo, hablando con una cercanía que le revolvió el estómago. Apretó los dientes, sintiendo cómo la rabia se mezclaba con algo más difícil de nombrar: celos.
Le molestaba pensar que pudieran estar comenzando una relación, lo peor era saber que no podía hacer nada. El año escolar estaba por terminar, en unos días todos abandonarían Hogwarts, y no volvería a ver a Harry hasta septiembre. Había dejado pasar demasiado tiempo. Todo el año observándolo, tratando de acercarse, sin atreverse realmente. Ahora, cuando por fin sentía que debía hacer algo, el reloj estaba en su contra.
Draco frunció el ceño con una mueca de disgusto cuando vio cómo Cho se despedía de Harry y se alejaba sonriendo. En cuanto estuvo lo suficientemente lejos, Draco salió de detrás de una columna.
—¿Ahora qué quieres, Malfoy? —dijo Harry, girándose al escucharlo—. ¿Nos estabas espiando?
—Sí —admitió Draco sin rodeos—. Me molesta verte tan... cercano con otras personas.
Por primera vez decidió hablar con honestidad. Estaba cansado de las discusiones, de los empujones, de esconder lo que sentía detrás de provocaciones inútiles. Si quería algo de Potter, tenía que dejar de esperar y decirlo. Los años se iban volando, cuando terminaran Hogwarts... quién sabía si lo volvería a ver.
—¿Qué te pasa? —preguntó Harry, desconcertado—. ¿Te golpeaste la cabeza o tomaste algo raro?
—Solo pensé que, ya que el año está por terminar, podríamos intentar llevarnos mejor —dijo Draco, más serio de lo que pretendía.
Harry lo miró con desconfianza. Durante años, Malfoy solo había sido una molestia, un problema constante. ¿Y ahora esto?
—Vete a dormir, Malfoy. Tal vez mañana se te pase el hechizo y vuelvas a ser tú mismo.
—¿Tanto te cuesta creer en lo que te estoy diciendo?
—Tengo mis razones, Malfoy —replicó—. Eres un dolor de cabeza desde el primer día que te conocí.
Draco soltó un bufido, molesto. Claro que no iba a ser fácil.
—Olvídalo, Potter —gruñó antes de darse media vuelta y marcharse.
Harry se quedó en silencio un momento, confuso. Luego se dirigió al Gran Comedor, cuando encontró a Ron y Hermione, les contó lo sucedido. Ambos lo escucharon con atención, tan desconcertados como él lo había estado en el momento.
—Tal vez alguien usó una poción multijugos y se hizo pasar por Malfoy —sugirió Ron con una ceja alzada—. Eso tendría más sentido que Malfoy queriendo “llevarse mejor contigo”.
—¿Tú qué piensas, Harry? —preguntó Hermione, claramente intrigada.
Harry bajó un poco la voz, como si tuviera miedo de que alguien los escuchara.
—No lo sé... pero podría ser parte de un plan de Voldemort. Ya saben que el padre de Malfoy es un mortífago. Quizá Draco solo está siguiendo órdenes.
—Pero Malfoy no tiene la Marca Tenebrosa —señaló Hermione—. Si estuviera involucrado directamente, tendría una.
—Puede que su padre le haya pedido que haga algo —dijo Ron con el ceño fruncido—. Algo que venga de ya sabes quién. Tal vez están planeando algo para acabar contigo.
Harry lo observó desde su lugar en la mesa. Al otro lado del gran comedor, Draco Malfoy hablaba con Crabbe y Goyle como si nada, con su típica sonrisa arrogante. Era difícil imaginar que alguien como él pudiera cambiar. Harry recordó todas las veces en que lo había insultado, atacado o humillado a él y a sus amigos. No podía confiar en él, algo estaba tramando. Lo sentía.
—Voy a hacerme su amigo —dijo de repente, mirando a Ron y Hermione.
Ambos lo miraron como si hubiera perdido la razón.
—¿Qué? —cuestionó Ron—. ¿Estás hablando en serio?
—No sé qué está planeando, pero es mejor tenerlo cerca que fuera de mi vista —explicó Harry, con el ceño fruncido.
—Esto podría ser una trampa —advirtió Hermione, preocupada—. Si te acercas demasiado, Malfoy o Voldemort, podrían aprovechar cualquier descuido. No estarás solo en riesgo tú, también podrías arrastrar a otros.
—Lo sé —respondió Harry con seguridad—. Pero tendré cuidado. No pondré a nadie en peligro, lo prometo.
Estar cerca de Malfoy podía ser su mejor oportunidad para descubrir algo. Las vacaciones se acercaban, si Draco sabía más sobre los movimientos de Voldemort o sus planes, Harry tenía que encontrar la forma de averiguarlo. Aunque eso implicara fingir que confiaba en alguien que nunca le había dado razones para hacerlo...