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La cafetería de la universidad se encontraba bastante vacía, pero la poca gente que había estaba acompañada, excepto Shaoran, que comía solo en una de las mesas. Entonces apareció la chica del paso de cebra. –¿Está este sitio vacío? –preguntó la castaña. Shaoran la miró con incredulidad por lo evidente. Casi toda la cafetería estaba vacía. –Sí. Entonces la castaña se sentó junto a Shaoran. –¿Por qué me sacaste una foto en el paso de peatones? –preguntó la castaña sin rodeos. –¿Lo notaste? –preguntó Shaoran mientras comía. –Normalmente se nota. ¿En qué departamento estás? –preguntó la castaña cambiando de tema radicalmente. –En el de inglés. –contestó Shaoran. –Soy Sakura Kinomoto, del departamento de francés. Creo que compartimos alguna asignatura. –Shaoran Li. –Tengo rinitis crónica. –dijo Sakura sorbiendo un poco por la nariz mientras sacaba un pañuelo para doblarlo. –¿Qué? –preguntó Shaoran, que no estaba acostumbrado a los giros que daba Sakura en la conversación. –Mi sentido del olfato está más o menos al uno por ciento del promedio de la gente. –contestó Sakura como quien dice su edad. –Ya. –dijo Shaoran incómodo. Ahora entendía por qué se le había acercado. Era incapaz de oler el mejunje que llevaba puesto en el costado. –¿Has hecho algún amigo? –preguntó Sakura con otro giro en la conversación. –No. Lo cierto es que no. –dijo Shaoran algo cabizbajo. –Yo tampoco. –dijo Sakura. –A esta edad no es fácil hacer amigos. Sakura sacó una bolsa de galletitas en forma de donut de su mochila para empezar a comer. –¿Esa es toda tu comida? –preguntó Shaoran con curiosidad. –Sí, ¿quieres? –ofreció Sakura. –No, gracias. –dijo Shaoran. –Pues están deliciosas. Las galletas donut son mi comida básica. –dijo Sakura mientras Shaoran pensaba que basar su nutrición en galletas no debía ser sano. –¿En las galletas? –Sí. –afirmó Sakura con orgullo. –El trigo les da un sabor maravilloso, y además tienen un agujerito en el centro. Bueno, entonces, podríamos ser amigos. –¿Qué? –preguntó Shaoran con la boca llena. Sakura parecía especialista en realizar quiebres en la conversación. –¿Podemos? –No entiendo como hemos llegado a este punto. –dijo Shaoran confuso. –Supongo que un hombre y una mujer no pueden ser amigos. –dijo Sakura con decepción. Shaoran le echó un ojo a Sakura. No sabía si se le podría llamar mujer con ese aspecto tan aniñado. –¿Por qué me has mirado así? –¿Qué? –preguntó Shaoran incómodo. Evidentemente fue demasiado obvio a la hora de mirarla. –Acabas de pensar que no se me podría llamar “mujer”, ¿verdad? –adivinó Sakura. –No es cierto. –mintió Shaoran. Pero Sakura se giró del asiento para darle la espalda, tal y como haría una niña pequeña. Al darse cuenta de que metió la pata, Shaoran intentó cambiar de tema. –Por cierto… –¿Qué? –preguntó Sakura todavía girada mientras daba mordisquitos a una de sus galletas con un mohín en la cara. –¿Conseguiste cruzar el paso de peatones? –preguntó Shaoran con curiosidad. –No. –se lamentó Sakura con pesar mientras volvía a la posición inicial. –Parece que no hay demasiados buenos samaritanos. Pero antes de graduarme, lo cruzaré cueste lo que cueste. ¿Un paso de cebra que nadie cruza? No tiene sentido. Sólo un elefante podría cruzar un paso como ese. –En realidad es bastante sencillo. Puedes cruzarlo. –dijo Shaoran después de darle un sorbo a su sopa de miso. –¿Lo dices en serio? –preguntó Sakura. –Sí. Yo sé cómo cruzarlo. –dijo Shaoran mientras cogía su bol de arroz y comía con sus palillos. –¿Cómo? –preguntó Sakura con interés. Cuando la tarde había caído y el cielo empezó a oscurecer, Shaoran acompaño a Sakura hasta el paso de cebra. –¡Genial! –celebró contenta. A esa hora prácticamente no había tráfico. De hecho, en ese momento no pasaba ningún coche. Era como si todos se hubieran esfumado de la faz de la Tierra. –¡Puedo cruzarlo todas las veces que quiera! Sakura cruzó una vez y volvió y se puso a girar alrededor de Shaoran contentísima, para después volver a cruzar. Era como si se hubiera liberado de algo. Parecía una niña pequeña a la que le hubieran regalado lo que quería por su cumpleaños. –Bueno, me marcho. –dijo Shaoran después de haberle cumplido el sueño de cruzar el paso de cebra. Sakura se giró. –Adiós. Sakura, simplemente, se quedó mirando cómo se marchaba. Continuará…2. La chica del paso de cebra
28 de septiembre de 2025, 6:00
–Después de que Putin asumiera la presidencia de su país, el presidente de los Estados Unidos, en aquel entonces, Bill Clinton, que tenía una relación más estrecha con el anterior presidente Yeltsin… –decía el profesor de política internacional mientras escribía en la pizarra.
Shaoran estaba sentado en la última fila, donde había más sitios vacíos mientras tomaba apuntes. Era una clase escalonada, por lo que al estar arriba del todo, podía tener una visión más panorámica, un mayor control y no se sentirse tan agobiado. Por suerte en esa clase no se llenaba el aula. Entonces, miró algo más abajo, donde una chica morena muy guapa que se había girado hacia la fila de atrás parecía reír por algún comentario que sus acompañantes habían dicho y le devolvía el comentario. No parecían demasiado interesados en Putin, Clinton o Yeltsin.
–…sin embargo, el presidente Clinton debía afrontar una elección al año siguiente. –continuaba el profesor.
Entonces, Shaoran también se fijó que la chica del paso de cebra se encontraba una fila más abajo a su izquierda dando cabezadas con el lápiz en la mano. Se preguntaba si había conseguido cruzar el paso de peatones o si cruzó por otro lado. Cuando la conoció le sorprendió que fuera a la universidad. Pensaba que no tendría más de quince años, pero por lo visto ya habría alcanzado los dieciocho. ¿Quién lo diría?
–…si el próximo gobierno era liderado por Al Gore o George Bush, las políticas del gobierno estadounidense…
La chica del paso de cebra dio tal cabezada que acabó despertándose, lo que hizo que Shaoran no pudiera evitar que se le escapara la risa, aunque por suerte nadie se dio cuenta ni de su existencia. La clase por fin acabó y los alumnos fueron saliendo al pasillo para marcharse.
–La clase de política internacional va a ser mi perdición. –comentaba un chico del grupo de amigos que estaban hablando en clase.
Después de ese grupito, salió la chica del paso de cebra estirando los brazos como si acabara de levantarse de la cama, seguido de Shaoran. La chica se dirigió hacia la derecha, como prácticamente todos los alumnos, por lo que Shaoran, volviendo la vista de vez en cuando emprendió el camino hacia su izquierda al estar el pasillo menos concurrido.
Entre la multitud de estudiantes en el pasillo, Tomoyo Daidouji, una bonita chica de pelo negro se giró y vio como Shaoran se iba en dirección contraria. Se había dado cuenta que durante la clase, el castaño la había observado durante un rato.
Una vez alejado de la multitud, a Shaoran empezó a picarle el costado y se dirigió rápidamente al baño. Por lo visto no tenía suficiente con su fobia a las multitudes. También debía lidiar con su dermatitis atópica crónica. No era agradable de ver, pero por suerte sólo la sufría en el costado derecho y no era visible, pero sí molesta al producirle eccemas, inflamación cutánea, escozor y acumulación de líquidos.
Se metió en uno de los retretes, se sentó sobre la tapa y sacó un pequeño tarro, se subió la camiseta y se aplicó la crema. Al aplicarse el ungüento, el brote se le calmó significativamente.
–Tengo sueño. –se quejó algún alumno que entró a los aseos. –¡Hey, aquí apesta! ¿Te has tirado un pedo?
–Por supuesto que no. –se defendió el compañero –Huele como a algún tipo de mejunje.
–Sí, seguramente sea la fábrica que hay al lado de la universidad. –dijo otro. –Dicen que en verano huele incluso peor.
No obstante, con esa conversación, Shaoran sospechaba que quien apestaba era él. Cerró el tarrito y lo guardó. Preocupado, se fue directamente a su farmacia habitual.
–¿Inodora? –preguntó Clow Reed, el farmacéutico, un hombre moreno de pelo largo y gafas redondas. Shaoran lo conocía desde pequeño. Ese hombre vendía sobretodo remedios naturales.
–Sí. ¿Hay algún tratamiento que no huela tanto? –preguntó Shaoran.
–¿Dices qué tu medicina huele? –preguntó Clow extrañado. Clow abrió un tarro más grande de la pomada de Shaoran y la olió, y después se la presentó a Shaoran. –No huele.
–Por supuesto que huele. –dijo Shaoran.
–La has utilizado desde que eras un niño pequeño. Sólo es tu imaginación. –insistió Clow.
Shaoran no había sido consciente del olor hasta ese momento. Quizás fuera veneno. Debía distanciarse de todo el mundo.