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A la mañana siguiente dieron el alta a Yoko. Salía con una sola muleta y una cojera bastante evidente con la ayuda de su padre, que llevaba un bolso de ropa y una bolsa. Al quejarse un poco, su padre hizo el ademán de ayudarla, pero Yoko rechazó la ayuda con un gesto haciéndole ver que estaba bien. –¿De verdad que estás bien? –preguntó su padre. –Sí. Siento haberte preocupado. –dijo Yoko mientras bajaban unos escalones despacio. Cuando llegaron abajo, se pararon en la acera, junto a un cerezo en flor. –Trabajaré duro en la rehabilitación. Tengo que volver a entrenar lo antes posible. –Está bien trabajar duro, pero ten cuidado. –dijo el hombre. –Papá, ¿te acuerdas de aquella vez que trepé al árbol del jardín de la abuela y me caí? –preguntó Yoko. –Claro que me acuerdo. Te rompiste la muñeca. –dijo su padre. –Pero al cabo de un mes estaba prácticamente recuperada y volví a trepar al árbol. –añadió Yoko. –Sí, es verdad. –dijo su padre acordándose de aquello. –Tú mirabas nervioso desde abajo, pero no me dijiste que bajara. No eres de los que dicen “es peligroso, no lo hagas”. No importa cuánto te preocupara las cosas que he querido hacer, tan sólo mirabas sin intentar detenerme. Desde siempre. –contó Yoko sin dejar de mirar el cerezo. –Es que si hubiera intentado detenerte, no lo habrías hecho. –argumentó su padre. –Tienes razón, no lo habría hecho. –dijo Yoko alegremente y haciendo reír a su padre. Tras esa conversación, siguieron caminando.***
Una vez en casa, Yoko y Taichi se pusieron a contarle a Mimí y a Koushiro lo que ocurrió en el hospital. –¿Violencia de género? –preguntó Mimí sin creérselo. Sus amigos les habían contado que pensaban que Yamato era violento con Sora. –Al principio también dudé. –admitió Yoko. –Pero es lo que vi. –Yo también lo vi. –se sumó Taichi. –¿Tú también lo viste? –preguntó Mimí. –Lo que yo vi fue a ese tío sosteniendo una silla. –dijo Taichi. –¡No me digas que se la tiró! –gritó Mimí escandalizada sobresaltando a Taichi. –¡No, no se la tiró! –gritó Taichi sobresaltado. –Pero era obvio que acababa de pegarle. –Él dijo que no la había pegado. Se excusó diciendo que sólo estaban haciendo el tonto y que la silla se cayó. –contó Yoko. –El muy descarado se inventó eso como excusa, incluso sabiendo que yo lo había visto. –¿Pero por qué pegó a Sora? ¿Qué motivo tenía? –preguntó Mimí sin acabar de creerse lo que les estaban contando sus amigos. –No lo sé. Bueno, dijo algo sobre llegar a la hora. –dijo Yoko intentando recordar. –¡¿Por eso?! –preguntó Koushiro que hasta ahora se había mantenido en silencio. –Hay hombres que son capaces de llegar demasiado lejos por cualquier tontería. Qué envidia. –¡¿Envidia?! –preguntó Mimí. –¡No, no quería que sonara así!¡Yo nunca lo haría! –dijo Koushiro intentando rectificar. –¡No podría hacerle eso a mi propia mujer! Impone con sólo pensarlo. –Detesto profundamente estas cosas. El que lo hace es consciente, pero el que lo sufre tiene secuelas de por vida. La violencia disfrazada de amor es lo peor. –opinó Taichi afectado. –Parece que hables de ti mismo. –dejó caer Mimí. –Bueno, lo di en clase. –dijo Taichi. –De todas maneras, no puedo dejar a Sora así. –dijo Yoko preocupada.***
Después de haber pasado el rato con sus amigos, Taichi se fue en su bici a su apartamento. Había una maleta y estaba lleno de cajas. Finalmente se mudaría a la casa compartida. Cuando entró a la cocina vio en la mesa un paquete que había llevado un mensajero el día anterior pero que ni miró porque debía irse a toda prisa. Vio que la persona que se lo envió era Hikari. Entonces sonó el teléfono. –¿Diga? –contestó Taichi. –¿Taichi? –dijo una voz de mujer. –¿Te llegó el paquete? Son galletas. Las he hecho con mantequilla y le he puesto aroma de naranja. Te gustaban cuando eras pequeño. –¿Es este tu plan para animarme? –preguntó Taichi con voz grave. –¿Qué? –Te lo he dicho miles de veces. Deja de llamarme y de enviarme paquetes. –dijo Taichi. –Estás casada. Tienes marido y un hijo. Eres feliz, ¿verdad? Así que, deja de buscarme. –Taichi. –se limitó a decir Hikari. –Actúas como si lo hubieras olvidado. Pero yo no lo he hecho. No tengo ninguna intención de perdonarte. –tras decir aquello, Taichi colgó, cogió el paquete y lo tiró a la basura. Después, se puso a empaquetar para poder marcharse de ese apartamento. Mientras lo hacía, cogió la cajita que contenía la taza que Yoko le regaló. Reflexiones de Taichi: Yoko, me pregunto si algún día seré capaz de contarte lo que tuve que aguantar cuando era pequeño, de hablarte de mis heridas.***
Unos días después de la carrera, Sora se encontraba trabajando en la peluquería. Tras haber acabado con una clienta, le puso un espejo detrás. –¿Qué tal se ve así?¿Le gusta? –preguntó Sora a la clienta. –Sí, me gusta. –dijo la clienta. –¿De verdad?¡Gracias! –dijo Sora, que le gustaba mucho cuando las clientas se quedaban contentas con su trabajo. –Parece que la clienta se quedó realmente satisfecha. –elogió su jefa una vez que la clienta pagó y se marchó. –Sí, estoy muy contenta. –admitió Sora. –Poner buena cara tiene sus ventajas, ¿verdad? –añadió su jefa. –Todavía tienes que mejorar un poco tu habilidad, pero eres popular entre las clientas, así que está bien. –Vaya. –dijo Sora un poco triste por sus carencias. –No te preocupes. –dijo su jefa al ver la cara de Sora. –Estoy contenta contigo. Te pondré más clientes y te dejaré hacer más cortes a partir de ahora. –¡Gracias! –agradeció Sora. Entonces se escuchó la puerta. –¡Bienvenida! –Lo que no esperaba encontrarse al girarse era a su amiga Yoko. –Yoko, ¿estás ya bien? –Sí. –dijo Yoko que ya ni siquiera llevaba las muletas. –¿Podemos hablar? –Sí, ya casi es mi hora de comer. Si te esperas un momento vamos juntas. –dijo Sora. Unos minutos después, se fueron a comer a un lugar cercano al salón de belleza. –Está buena la pasta de aquí, ¿verdad? –preguntó Sora para romper el hielo. –Es bastante popular. –Sora. –empezó a decir Yoko, que no había ido allí para hablar de la pasta, aunque no sabía muy bien cómo abordar un tema tan delicado. –Quería hablar sobre tu novio. –¿De Yamato? –Sí. ¿Han pasado cosas así antes? –preguntó Yoko refiriéndose a lo que ocurrió en el hospital. –¿Qué cosas? –preguntó Sora. –Amenazas, golpes, cosas así. –aclaró Yoko. A Sora le cambió la cara pero se quedó callada, lo cual parecía confirmar las sospechas de Yoko. –Ya lo había hecho, ¿verdad? –Al vivir juntos es normal que haya discusiones. –dijo Sora intentando justificar a Yamato y restándole importancia. –No es nada grave. –¿En serio piensas eso? –preguntó Yoko. –Tu padre era alcohólico y también pegaba a tu madre, así que tienes que saber que un hábito así no se arregla fácilmente. –Yamato no es como mi padre. –dijo Sora. –No sabes nada de él. Sólo lo has visto una vez. –¡Y con una vez ha sido suficiente para saber cómo es! –le contestó Yoko, que no entendía por qué defendía a alguien como Yamato. –De verdad que es una buena persona. –insistió Sora defendiendo a su novio. –Además, me cuida mucho, se preocupa por mí y me ama. –Eso no es amor. –insistió Yoko. –Yoko, sentirme amada es algo que nunca había experimentado antes. No lo he sentido ni con mi padre ni con mi madre. Pero cuando apareció Yamato, sentí que me quería. Sé que es extremo a veces, pero siempre me está cuidando. –dijo Sora. –Ya he tenido suficiente. No diré nada más. –dijo Yoko. Parecía bastante indignada. Sacó un billete de su bolsillo, lo dejó en la mesa de un golpe, cogió su chaqueta y su mochila y se marchó airada. Del restaurante se fue directamente al circuito para entrenar, una vez vestida con la equipación intentó arrancar su moto, pero parecía que ese día no le funcionaba nada. Reflexiones de Yoko: Dejaré de pensar en ti… Al ver que la moto no arrancaba, se quitó el casco un poco frustrada. …de preocuparme por ti. Se bajó de la moto y la arrastró para guardarla. Porque no puedo hacer nada. Tras dejar la moto, se fue a la grada a pensar, mientras otros realizaban su entrenamiento. Cuando me dijiste que nunca te habían querido… –¿Qué estás mirando? –preguntó Gennai acercándose a Yoko. –Pensaba en qué se diferencian los chicos y las chicas cuando están montando en moto. –contestó Yoko. –En la fuerza, evidentemente. –dijo su entrenador sentándose junto a Yoko. –La fuerza física es diferente. –No digas eso tan a la ligera. –dijo Yoko. –Tu vuelta ahora mismo está en un minuto y cincuenta segundos. El promedio para los chicos es de un minuto y cuarenta y ocho segundos. –dijo Gennai argumentando su opinión. –¿Qué haces para reducir tu récord? No puedes más que entrenar y formar tu cuerpo. Ahora es una buena oportunidad. Durante los días siguientes, Yoko se machacó en el gimnasio, iba a rehabilitación y aprovechaba su trabajo en el taller para arreglar su moto. Una vez arreglada su moto y dar unas vueltas fue al vestuario para ducharse. Al quitarse la parte de arriba, se miró con tristeza en el espejo. Una vez duchada, y vestida con sus típicos vaqueros, camiseta y zapatillas, salió del vestuario, de lo que no se dio cuenta fue de que Yamato la observaba desde una esquina.***
–¡Ya volveré! –dijo una clienta de la peluquería. Tanto Sora como su jefa estaban contentas por el trabajo que estaba realizando la pelirroja. –¿No estás contenta? –le preguntó su jefa tras despedir Sora a la última clienta. Ésta sólo sonrió. –Sé que es un poco tarde, pero tienes a otra clienta esperando. –Vale. –dijo Sora sin poner pegas. Sin decir nada más, se fue hacia el lugar en el que estaba la clienta esperando. –Siento haberla hecho esperar. ¿Qué quiere que le hagamos hoy? –Me gustaría teñirlo de este color. –dijo la clienta señalando una de las muestras. –Vale, tardará unas dos horas en coger el color. –explicó Sora. –¿Le parece bien? –Sí. –Bien, iré a prepararlo. Espere, por favor. Una vez preparado el tinte, Sora se dirigió a la clienta, cuando vio a través del ventanal a Yamato esperándola en la calle. Parecía bastante serio. –Sora, ¿pasa algo? –preguntó una compañera al verla mirar por el ventanal tan quieta. –No, nada. –dijo Sora. Después de contestar, se dirigió a la clienta, removiendo el tinte en el cacharro. Maki, que presenció la escena y vio ese momento de debilidad, decidió fastidiarla. Se acercó hacia el ventanal y se chocó con ella adrede, tirando el tinte a la clienta en el proceso. –¡¿Qué estás haciendo?! –gritó la clienta. –¡Lo siento mucho! –se disculpó Sora apresurándose a limpiar a la clienta. Por suerte no manchó su ropa puesto que llevaba la bata protectora. Maki, disimulando, volvía con una bandeja, regocijándose del apuro de Sora. El reloj marcaba las 21:35 cuando Sora consiguió terminar de trabajar. Cuando bajó a toda prisa, Yamato ya no estaba allí. No podía culparlo, se le hizo demasiado tarde. Cuando llegó al apartamento, hurgó en el bolso, pero no encontró la llave, así que tocó al timbre. –Yamato, ¿puedes abrir la puerta? –preguntó Sora. –No. –contestó él desde dentro viéndola desde la pantalla del telefonillo. –¿Por qué no? Me olvidé de coger la llave. –Es tu castigo por llegar tarde. –se limitó a contestar Yamato. –Piensa en lo que has hecho. Tras negarse a abrirle la puerta, Sora se sentó junto a la puerta. Tras pasar varias horas, empezaba a temer que tendría que pasar la noche allí, cuando escuchó que se abrió la puerta. Sora se levantó, viendo a Yamato con la mano en la manija de la puerta. Se fijó que tenía tres puntos rojos en la muñeca que parecían quemaduras. –¿Qué te ha pasado? –preguntó Sora preocupada. –Cigarrillos. –explicó él. –Hoy, mientras te esperaba, me he fumado tres. Parecía que se había autoinflingido esas quemaduras de cigarro sólo para hacerla sentir culpable. –Yamato… –comenzó a decir Sora. –A partir de ahora, no llegues tarde. –dijo él interrumpiéndola y dejándole la puerta abierta.***
Tras lo ocurrido, Sora decidió a hablar con su jefa. –¿Quieres salir siempre a la misma hora? –preguntó su jefa con incredulidad. –¿Crees que puedo aceptar algo tan egoísta? –Es imposible, ¿verdad? –preguntó Sora. Ya se temía la respuesta y se sentía frustrada. Justo cuando más contenta estaba su jefa, todo empezó a torcerse por las exigencias de Yamato. Aún así, decidió insistir. –Pero mientras sea posible, podría… –Llevas seis meses trabajando aquí. –la interrumpió su jefa. –Ya deberías saber que no tenemos hora si tenemos clientes que atender. –Sí. –dijo Sora. –Tu técnica aún tiene que mejorar, pero te he dado una oportunidad porque pensaba que no eras una persona vaga. Te mimo un poco y me vienes con esas. –se quejó su jefa. Tras haber aguantado estoicamente el chaparrón por parte de su jefa, Sora se fue a asistir a Maki con una clienta que se alisaba el pelo. Sora le alisaba el pelo con una plancha por un lado, mientras que Maki lo hacía por el otro. –Sora, tienes a alguien esperando. –avisó otra compañera para que dejara lo que estaba haciendo y fuera a atender a quien esperaba. –Enseguida voy. –le dijo Sora. Maki le echó una mirada fulminante, como si fuera culpa suya que tuviera que atender a otros clientes. Sora fue a recibir a la persona que esperaba, pero se paró en seco al ver que su próximo cliente era un hombre. ¿Qué podía hacer? Le prometió a Yamato que no le volvería a cortar el pelo a ningún otro hombre. Por suerte, Yamato seguía en el trabajo y no tendría por qué enterarse de que atendería a un hombre, así que, cogió aire y se dirigió al cliente. –Siento haberle hecho esperar. ¿Qué quiere hacerse? –preguntó Sora.***
Más tarde, Sora y Yamato cenaban en casa en silencio, hasta que el rubio lo rompió. –¿Cómo está?¿Está malo? –preguntó Yamato con un poco de inseguridad. –No, está delicioso. –contestó Sora. –Siento que siempre tengas que hacer tú la cena. Si te molesta está bien que empieces a cenar sin mí, ya que tu trabajo te permite llegar siempre a la misma hora. –Está delicioso si lo como contigo. –dijo Yamato. –¿Qué tal te ha ido hoy? ¿Ha pasado algo raro en el trabajo? –Nada en particular. –contestó Sora. –¿Sigues manteniendo tu promesa? –preguntó Yamato. –¿Te refieres a no cortarle el pelo a los hombres? –preguntó Sora. –Sí. –contestó él. –No le he cortado el pelo a nadie. –mintió Sora. –¿De verdad? –insistió él. –Claro. Generalmente los hombres no suelen ir a nuestra peluquería. –dijo ella. Yamato siguió con su cena, pero Sora comenzó a sentirse fatal por mentirle. –Pero, ¿qué pasaría si lo hubiera hecho? Tras decir aquello, Yamato dejó los cubiertos. –¿Lo has hecho? –preguntó él. Sora tan sólo se le quedó mirando ¿Por qué parecía que le leyera la mente? Al no obtener respuesta, Yamato se levantó y la cogió del pelo. –¡Habla!¡¿Lo hiciste?! –¿Por qué te molesta tanto que lo haga? –preguntó Sora con dolor y agarrando a Yamato de la muñeca de la mano que le sujetaba el cabello. Yamato usó la otra mano para cogerla del brazo, la levantó de la silla y la empujó al suelo. ¿Cómo osaba a preguntar tal cosa? –¡Trabajo en una peluquería!¡Es inevitable que a veces vengan clientes hombres y si eso pasa no puedo negarme a atenderles!¡Es mi trabajo! –Pero me prometiste que no le cortarías el pelo a ningún hombre. –dijo Yamato que no atendía a razones. –¿Quiénes son más importantes, tus clientes o yo? –¡Tú, por supuesto! –contestó Sora desde el suelo. Sora comenzó a llorar. –¿Por qué no quieres entenderlo? –Sora logró ponerse de rodillas y se abrazó a la cintura de Yamato, que seguía de pie. –¡Por supuesto que tú eres lo más importante! Yamato colocó sus manos por la parte trasera del cuello del jersey de Sora. Parecía que iba a aceptar el abrazo, pero entonces, apretó con fuerza y la volvió a tirar al suelo. –¡Entonces no vuelvas a hacerlo! –le ordenó él. –¿Entendido? No vuelvas a cortarle el pelo a ningún tío nunca más. Yamato se volvió a la mesa a terminar de cenar, mientras a Sora le salían lágrimas de los ojos.***
Por fin Taichi había terminado de empaquetar todo y comenzó su mudanza a la casa compartida. Bajó de una pequeña camioneta blanca donde llevaba todas sus cosas y tocó a la puerta de la casa compartida. –¡Adelante, está abierto! –se escuchó la voz de Mimí. Taichi entró. –¡Buenas tardes! –saludó Taichi. Al entrar, se descalzó, como es costumbre en el país, pero reinaba el silencio. Pero era evidente que al menos Mimí estaba en casa. Caminó por el pasillo y abrió la puerta del salón, que estaba a oscuras. Cuando encendió la luz, se escuchó el sonido de la explosión de conos de confeti. Al parecer, sus nuevos compañeros de casa le habían preparado una pequeña fiesta de bienvenida. –¡Buenas noches! –dijo Mimí alegremente en español mientras daba una vuelta como si bailara flamenco. Llevaba un vestido rojo y una chaqueta torera negra. –¡Bienvenido a casa! –Te estábamos esperando. –dijo Koushiro. –Venga, siéntate, es tu fiesta de bienvenida. –dijo Yoko acercándose para dirigirle hacia la zona de los sofás, donde la mesa baja llena de platos de comida presidía el salón. –¡Tadaa! –presentó Mimí la comida. –¡Guau!¡Gracias!¡Estoy emocionado! –dijo Taichi contento mientras tomaba asiento. –¡Gracias, de verdad, no puedo decir otra cosa! –Deja ya de dar las gracias. –dijo Koushiro. –¡Vamos con la primera ronda! –dijo Mimí con una botella de cerveza en la mano. –Oh, Yoko, ¿dónde está el vaso de Taichi? –Oh, usaré esta taza. –dijo Taichi hurgando en uno de los bolsos que se había bajado de la camioneta. –Esta es mi taza. Taichi dejó en la mesa la taza morada que le cedió Yoko, lo cual sorprendió a Mimí, porque conocía esa taza. –¿Todavía tienes eso? –preguntó Yoko recordándola bien. –¡Ni hablar, hace pareja con la mía! –Tiene razón. Yoko se compró otra. –explicó Mimí. –¿La ves? –dijo cogiendo una taza idéntica y dejándola una al lado de la otra, pero las zonas de color, en lugar de ser moradas eran azules. –Es verdad. Pero se diferencian por el color. –añadió Koushiro. –No tenían otro color. –dijo Yoko. –¡Lo odio, de verdad que lo odio! –Vamos, está bien. Es el destino. –dijo Taichi dándole una palmada en la pierna. Aquella situación le hacía gracia. –Sí, la verdad es que está bien. –dijo Koushiro. –Estoy un poco celoso. Oye, Mimí. –¿Sí? –dijo Mimí mientras llenaba las tazas de cerveza. –Vamos a comprarnos un par de tazas. –planteó Koushiro. –¡¿Qué?!¡No te oigo! –dijo Mimí haciéndose la despistada. –¡Venga, vamos a brindar!¡KANPAI! –¡KANPAI! –Gritaron todos haciendo chocar sus vasos y tazas. –Espero que nos llevemos bien. –dijo Taichi. –Claro. –dijo Yoko. –Seguro. –se sumó Koushiro. –Por supuesto. –dijo Mimí. –Toma esta es la llave de la casa. Taichi la recibió contento. –¡Venga, a comer! –dijo Mimí. –Espera, estaba pensando… –empezó a decir Koushiro levantándose. –¿Por qué le habéis hecho esta fiesta de bienvenida cuando a mí no me hicisteis ninguna? Me siento tan solo. –Pues porque tú volvías a casa, ¿verdad?¿Dónde está tu mujer? –argumentó Mimí mientras Koushiro se volvía a sentar. –Estoy pensando en quedarme aquí. –dijo Koushiro triste. Los demás lo miraron. –Será divertido, ¿no? Es la primera vez que me siento así de bien, haciendo cosas todos juntos. He vivido solo mucho tiempo y he sido un poco idiota con mi mujer. Desde que nos casamos hemos estado pasando del otro sin hablarnos. Es bueno no estar solo, ¿verdad? –Está bien si te quedas aquí. –opinó Taichi sonriendo. –A decir verdad, puedes disfrutar más las cosas divertidas, aún cuando pasen cosas tristes. Si eso ayuda a mantener tu mente ocupada en otras cosas creo que está bien que te quedes aquí. –Todos se quedaron mirando a Taichi sin decir nada. –Es raro que tanta amabilidad salga de mí, ¿verdad? –¡Sí! –contestaron Mimí y Yoko a la vez mientras reían. –¡Venga, ahora sí, todos a comer! –dijo Mimí. –Hoy tenemos la especialidad de Koushiro, todo hecho artesanalmente. Después de ponerse las botas con el festín, y beberse alguna copa de más, pusieron un karaoke en la tele. Koushiro y Mimí cantaban desafinados una canción haciendo reír a Taichi y Yoko. Cuando Yoko decidió que no aguantaba más los berridos de esos dos, cogió su taza y se salió al jardín a tomar un poco el aire. Una vez en el jardín, sacó su teléfono y buscó el contacto de Sora, pero lo dejó cuando vio que Taichi salió y dejó el teléfono en la barandilla que daba al jardín. –¿Estás bebiendo té de Oolong? –preguntó Taichi, que se había fijado que Yoko no había probado el alcohol. –Sí, hasta que no me recupere del todo me abstengo de beber alcohol. –explicó Yoko. –¿Has vuelto a ver a Sora desde lo que pasó en el hospital? –preguntó Taichi. –Sí, pero, no sé por qué, no he podido hacer nada. Estaba distante. –le contó Yoko. –Era como si me rechazara. Ya le dije lo que pensaba. Y una vez que lo dices, no hay nada que puedas hacer.***
Yamato y Sora dormían en la cama. O al menos Yamato dormía, porque Sora no podía dormir. Fue entonces cuando recordó las palabras que le dijo Yoko en el restaurante. Mientras recordaba, sintió su teléfono móvil vibrar en la mesita de noche, viendo que quien la llamaba era Yoko.***
–¡Devuélveme eso! –le dijo Yoko a Taichi quitándole el teléfono de las manos. Le había cogido el teléfono de la barandilla y había marcado a Sora a traición. –¿Qué estás haciendo? –Está claro, llamarla. –dijo Taichi como si fuera lo más obvio del mundo. –Ni hablar. –dijo Yoko colgando. –Si estás preocupada no está bien que esperes sin más. –Te he dicho que no. –se reafirmó ella. Yoko consideraba que ya le había dicho todo lo que le tenía que decir. Pero entonces, empezó a sonar el teléfono. Era Sora. –Yoko, ¿acabas de llamarme? –preguntó Sora, que se había levantado y se fue a hablar con voz baja fuera de la habitación para no despertar a Yamato. –Sí, lo siento. El idiota de Taichi me ha cogido el móvil y te ha llamado sin mi permiso. –explicó Yoko. –No importa. –dijo Sora. –De todas formas, quería hablar contigo. –¿En serio? –Yoko, yo… –comenzó a decir Sora, que miraba a un durmiente Yamato. –¿Sora? –preguntó Yoko, al notar que su amiga se había quedado callada. –¿Sabes qué? Quiero verte. –reconoció Sora con apuro. –Sora. Vamos a vernos ahora mismo. –le dijo Yoko. Su amiga parecía no estar bien, por eso le dijo eso. Tras quedar y colgar, Sora se vistió y se bajó a la calle, hasta que la camioneta con la que Taichi hizo la mudanza se paró junto a ella. Subió y se marcharon. –Taichi se ha mudado hoy a nuestra casa, así que un amigo le ha prestado esta camioneta. ¿No es así? –Sí. –reconoció Taichi mientras conducía. Iban prácticamente solos por la carretera, ya que era bastante tarde. –¿Dónde vamos? –preguntó Sora. –Tú déjanoslo a nosotros. –dijo Yoko sonriendo. Tras conducir varios minutos más, llegaron al muelle del puerto. –Ya hemos llegado. –dijo Taichi poniendo el freno de mano. Los tres se bajaron y se pusieron a mirar el horizonte. Desde allí, se podía ver el distrito de Odaiba iluminado. Lo más llamativo era una iluminada noria. –Es un paisaje precioso, ¿verdad? –dijo Yoko. –Sí. –dijo Sora. –Taichi quería traerte aquí. –le explicó Yoko. Yoko miró a Taichi y éste entendió perfectamente que prefería hablar asolas con Sora. –Ahh, hace fresquito, creo que voy a meterme en la camioneta. Allí os espero. –dijo Taichi para dejarlas a las dos. –Era él el que quería venir aquí y ahora dice que tiene frío. Y no hace tanto frío. No vale para nada. –dijo Yoko sonriendo por la excusa que se había inventado para dejarlas asolas. –¿Cómo va todo?¿Va todo mejor con tu novio? –Sí. –contestó Sora. –¿Os habéis vuelto a pelear? –No. –dijo Sora con una sonrisa nerviosa. –Entiendo. Eso es bueno. Después de todo, no conoces a alguien de verdad hasta que no lo tratas. –dijo Yoko. –La felicidad es algo subjetivo. Yo soy extremadamente feliz cuando conduzco mi moto, aunque a veces me caiga. Si me hago daño o tengo problemas, puedo hacerme más fuerte. Mi padre lo entiende, por eso, aunque tenga un accidente con la moto no se queja ni intenta que lo deje. Más bien me vigila. Creo que eso es amor, ¿y tú? –Yo también. –dijo Sora. –Sora, a ti también te pasa eso, ¿verdad? Cuando estás con tu novio, aunque lo pases mal, eres feliz. Por eso mismo no voy a oponerme. –dijo la de pelo corto. –Gracias, Yoko. –dijo Sora, sonriendo, pero corriendo una lágrima por su cara de lo emocionada que estaba. –Yoko, yo no tengo muchas cualidades, pero de ahora en adelante, y por mucho tiempo, ¿serás mi amiga? –¿Pero qué estás diciendo?¿Por mucho tiempo?¡Qué idiotez! –dijo Yoko abrazándola de lado para reconfortarla. Con eso le estaba diciendo que lo sería siempre. –Venga, no llores. Desde la camioneta, Taichi veía el vínculo tan fuerte que había entre las dos. Después de la charla que hizo a Sora sentirse mejor, la dejaron en la puerta del edificio. Cuando Sora entró en la habitación, Yamato parecía profundamente dormido. Se cambió y entró cuidadosamente para meterse en la cama, pero antes de acostarse, miró a su novio dormir. –Lo siento, Yamato. –dijo en voz baja. Reflexiones de Sora. En mi vida hay dos personas a las que adoro. Yamato y Yoko. Quería a los dos.***
A la mañana siguiente Taichi se servía algo de café para desayunar, cuando Yoko apareció en la cocina. –Buenos días. –dijo Yoko sentándose. –Buenos días. –saludó Taichi. –El café ya está listo. –Oye, ¿por qué haces de camarero también en casa? –preguntó Yoko mientras Taichi le servía café. Después miró para atrás hacia el salón. –Y… todo está limpio. No esperaba encontrarme el salón tan limpio después de la que liamos ayer. –Me he levantado pronto y lo he limpiado. –explicó el castaño. Entonces Koushiro salió de la habitación que había frente a la cocina y entró en ella bostezando. –Buenos días Izumi. –Buenos días. –dijo Yoko. –Buenos… días. –saludó Koushiro, que seguía bostezando. –Puedes llamarme Koushiro. –Aquí tienes café. –le sirvió Taichi. –Gracias. –dijo Koushiro. Por último, entró la última miembro de la casa, después de haber salido de la habitación de enfrente con cara de sueño y bostezando. –Buenos días. –saludó Taichi. –Buenos días. –dijo Mimí. –¡Qué bien huele!¿Has hecho café? Al final vas a ser útil y todo, Taichi. Gracias. –Espera. –dijo Yoko percatándose de algo. Entonces se dirigió a Koushiro. –Hace un momento, ¿has salido de la habitación de Mimí? –Ehh, no. –dijo Koushiro tratando de disimular, aunque ese no era más bien un sí mientras Mimí se hacía la tonta. –¿Qué?¿Por qué?¿Cómo ha pasado? –preguntó Yoko. –Si te digo la verdad, no me acuerdo de nada. –dijo Mimí. –Anoche, cuando nos bebimos hasta el agua de los floreros estábamos de buen humor y hay veces en las que te apetece apoyarte en el chico que tienes al lado. Y ocurre, ¿no? –No, no, no, no. –decía Yoko con media sonrisa sin terminar de creérselo. –Sé que es difícil de creer porque tenemos personalidades muy diferentes. –añadió Mimí. –¿Tú estás de acuerdo con esto? –preguntó Yoko a Mimí. –Vamos a hacernos nosotros también con un par de tazas. –propuso Koushiro. –Déjame pensarlo un momento. –dijo Mimí como si no quisiera oír de hablar del tema. –Estás pensándotelo. –dijo Yoko. –¡Venga! –insistió Koushiro mientras Yoko y Taichi se miraban sonriendo por la situación. –Pensaré en ello cuando acabe de trabajar. –dijo Mimí. –Entonces iré a comprarlas y después cuando las veas sólo tendrás que elegir. –dijo Kosuhiro como si la castaña ya hubiera aceptado.***
–¡Cuídate! –dijo Sora despidiéndose de Yamato cuando éste salía por la puerta de su apartamento. –Sora. ¿Cumplirás tu promesa, verdad? –preguntó Yamato. –Sí. –dijo ella. Al escuchar eso, Yamato le dedicó una sonrisa cálida antes de marcharse.***
La jefa de Sora dio un golpe en el puesto de recepción ante la incredulidad por lo que acababa de pedirle. –¿Que no quieres ocuparte de clientes que sean hombres?¿Pero cómo se te ocurre pedirme esto? Sora, tenía muchas expectativas puestas en ti, pero si quieres que se te consientan cosas así, está claro que estaba equivocada. No tendrás que seguir atendiendo clientes. –dijo la jefa de Sora ante la mirada de satisfacción de Maki, que no se perdió la escena unos metros más atrás. Tras otro rapapolvo de su jefa, Sora entró en la zona de personal y cogió una cabeza de muñeca y un trípode para ponerla para ponerse a practicar, justo al lado de otra compañera que ya había empezado a practicar. Solían hacerlo en las horas en las que la gente prácticamente no entraba al salón. –Sora. –dijo su jefa. –No hace falta que practiques los cortes. Limpia los estantes y vuelve a casa, por favor. Por la noche, en la cama, Yamato dormía profundamente pero ella no podía dormir nada. Todo lo que había avanzado en su trabajo se fue al garete por las condiciones que prácticamente le impuso Yamato. Al final, acabó levantándose.***
En la casa compartida, sus ocupantes jugaban a cartas alegremente. –Yo reparto. –dijo Yoko. –Esta vez ganaré yo. –dijo Koushiro. –Eso es imposible. –dijo Mimí. –Oh, ahí van unas parejas. –dijo Yoko.***
Sora, en su noche de insomnio, decidió prepararse un vaso de leche. Tras prepararlo, se fue al sofá a tomársela. Entonces en la mesa vio que debajo del mando a distancia estaba su álbum del instituto. Apartó el mando y lo cogió. Vio algunas fotos suyas con Yoko, y en la parte de las fotos individuales, la foto de Yoko estaba con la cara completamente rayada con rotulador negro. Yamato no sólo le había borrado el nombre, esta vez también había convertido su cara en un borrón. Entonces Yamato salió del dormitorio. –Yamato. –dijo girándose al escuchar la puerta corredera abrirse. –¿Qué estás haciendo? –preguntó él. –La cara de Yoko…¿Por qué le has hecho esto a su cara? –preguntó ella. –Esa Yoko es una persona que no debería estar cerca de ti. –dijo él después de situarse frente a ella. –Pero…¿qué estás diciendo? –Lo sé. Sé que os encontrasteis en mitad de la noche, a pesar de que te dije que no volvieras a verla nunca más. –dijo él. Por lo visto se dio cuenta de todo y no dormía tan profundamente como ella pensaba. –¿Por qué?¿Por qué no puedo verla?¿Me estás diciendo que no puedo quedar con una amiga? –preguntó Sora, que no entendía qué motivos podría tener Yamato para prohibir ver a Yoko. –Si fuera un chico hasta lo entendería, pero es una mujer. –Esa persona no es una mujer. –inquirió el rubio. –Te mira con ojos de hombre. –¿Qué estás diciendo? No sé a qué viene eso. –dijo Sora. –Es ridículo, Yamato. Tienes una actitud extraña. –Ella es la única extraña aquí. Es peligrosa. –insistió él. –¡Eso no es verdad! –Eso era lo último que esperaba oír. ¿Cómo podía tildarla de peligrosa? –Conozco a Yoko desde hace mucho tiempo. –Ella ha ido detrás de ti desde entonces. –siguió él con su argumento. –¡Para ya! –dijo Sora levantándose y apartándose de él, todavía con el álbum abierto sobre el pecho y sujetado con la mano. –Yamato, ¿me estás diciendo que no vuelva a ver a mi mejor amiga?¿Es eso? Yo…¡no soy tu esclava! Yamato giró la cabeza hacia ella. Si las miradas matasen ella ya estaría bajo tierra. –¡He soportado muchas cosas por ti! –continuó Sora muerta de miedo, pero decidida a decirle lo que tenía que decir. –¡Pensaba que podría darte cualquier cosa que me pidieras, pero esto es lo único a lo que no estoy dispuesta a renunciar! ¡Deja de hablar mal de mi Yoko! –le gritó Sora.***
Ajenos a la discusión, en la casa compartida seguían con la partida de cartas. –Es una lucha cara a cara entre Yoko y Koushiro. –dijo Taichi comentando la partida. A Yoko le quedaba una carta y debía cogerle una a Koushiro, un Jocker o el as de corazones. Finalmente, cogió el as.***
–¿Tu…Yoko? –preguntó Yamato, que le sentó como si le hubiese clavado un puñal. –¿Has dicho “Mi Yoko”, verdad? Yamato la agarró y le dio una gran bofetada.***
–¡Gané! –dijo Yoko tras dejar el as en la mesa mientras era aplaudida por Mimí. –¡Ahhhh, he vuelto a perder! –se quejó Koushiro. –Ahhh, mañana por la mañana tengo que coger un vuelo a las ocho. Tengo un problemón. –dijo Mimí por lo temprano de su vuelo y la cara que llevaría. –No te preocupes. Te maquillaré la cara y te pintaré los ojos. –dijo Taichi interpretando perfectamente la queja de Mimí. –Así, aunque no duermas nada, nadie se dará cuenta. –¡Hey!¿Podrías hacer eso por mí también? –preguntó Koushiro. Entonces, se escuchó el timbre de la puerta. –¿Quién será a estas horas? –preguntó Mimí. –Ya voy yo. –se ofreció Yoko levantándose. –Yo iré repartiendo. –dijo Mimí preparando la siguiente ronda. Cuando Yoko abrió la puerta, lo que vio la dejó sin palabras. Sora estaba allí, con un ojo morado, una pequeña herida en el otro párpado y su cara llena de lágrimas. –Yoko. –dijo Sora débilmente. –Sálvame. –dijo cayendo en los brazos de Yoko, que la abrazó para que no cayera al suelo. –Sálvame. Yoko la arrastró un poco hacia dentro y allí se quedó arrodillada con ella sin dejar de abrazarla mientras la pelirroja lloraba. Taichi se asomó para ver qué pasaba. Él también se quedó helado al ver a Sora tan indefensa y en seguida fue hacia ella. –¿Qué ha pasado? –preguntó poniéndose a su altura. –¿Qué ha pasado? –dijo Mimí apareciendo con Koushiro detrás. No se esperaban ver a Sora llorando desconsolada con un ojo morado. Reflexiones de Taichi: Yoko. Desde ese mismo momento, tomaste una decisión, ¿verdad? Que desde entonces no importa lo que pasase, aunque fuera tu vida la que estaba en juego, protegerías a Sora. Continuará…