ID de la obra: 1065

Last Friends

Mezcla
PG-13
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 118 páginas, 59.302 palabras, 9 capítulos
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5. Una noche de conmoción

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Al ver que Sora no llegaba, Yoko decidió volver a entrar en casa. –Buenos días. –dijo Taichi dirigiéndose hacia la ventana para comprobar si Yamato estaba afuera. –Buenos días. –saludó Yoko. –¿Dónde está la basura? –preguntó Taichi al ver que no estaba allí. La había dejado preparada la noche anterior para tirarla por la mañana con la esperanza de que no lloviera para entonces. –Acabo de sacarla. –mintió Yoko. –Buenos días. –saludó Koushiro apresurado. –Necesito el lavabo. –Buenos días. –dijo Mimí apareciendo también y metiéndose a la cocina. –¿Dónde está Sora? –preguntó Taichi a Yoko mientras ésta recogía las mantas del sofá. Antes de que pudiera decir nada, empezó a sonar el teléfono móvil de Yoko. Fue hasta su habitación y lo cogió. –Yoko, soy Sora. Voy a ir a la peluquería. –le dijo Sora desde un taxi. –¿A la peluquería? –Es que… me sabe mal por mi jefa. –dijo Sora mirando a Yamato. Él tenía su cabeza sobre sus piernas. –No puedo dejarlo así. Creo que por lo menos, debería ir una vez más a despedirme. –Entiendo. –dijo Yoko. –No tardaré, así que no te preocupes. –dijo Sora. –Vale. –Nos vemos. –dijo Sora antes de colgar. No sabía por qué, Yoko presentía que su amiga no le estaba diciendo toda la verdad. –¿Era Sora? –preguntó Mimí una vez que Yoko entró en la cocina. –Sí. Dice que irá al salón de belleza a despedirse. –explicó Yoko.

***

Cuando por fin llegaron a casa, Sora ayudó a Yamato a cambiarse, le secó el pelo y lo acostó en la cama. Después preparó algo de comer y le tomó la temperatura. El termómetro marcaba 39.1 grados. –Tal y como pensaba. Tienes fiebre. Por ahora tienes medicinas, pero deberías ir al médico. –le dijo Sora metiendo el termómetro en la caja que el rubio utilizaba de botiquín. Después, lo arropó un poco más. –Te he dejado algo de comida preparada. Cómetela luego, ¿vale? Me voy. –No te vayas. –dijo Yamato débilmente, pero reteniéndola habiéndola cogido de la mano. –No te vayas, Sora. –Yamato. Tengo que ir a casa. –explicó ella. –¿Te vas? –preguntó él. –Quédate aquí. –No puedo hacer eso. –dijo Sora sin mirarle. Temía volver a caer en lo mismo si le miraba a sus ojos azules. Él seguía sosteniéndola de la mano. –No puedo estar contigo nunca más. Las palizas podrían repetirse. –No lo haré nunca más. –le dijo él. Entonces, ella le miró a los ojos. –Yamato. Aprende a controlarte. Eso de querer estar conmigo siempre, esperándome en el trabajo, esperándome delante de casa, siguiendo a mis amigos, no puede ser. Conviértete en una persona que no haga esas cosas y, entonces, algún día yo, podré volver contigo. –le dijo Sora. –Por favor.

***

Lo primero que vio Sora al llegar a la peluquería fue a Maki en el mostrador, que le echó una de esas miradas que mataban. –¿Qué quieres? –le preguntó la jefa al verla entrar. –Estamos a punto de abrir. –He tenido muchos días de baja y os he causado un gran problema. –dijo Sora reconociéndolo. Sora se inclinó para disculparse. –Lo siento mucho. –Puedes irte sin problema. –le dijo su jefa. –Vete a casa. –¡Disculpe! –¿Qué? –preguntó la jefa volviendo a girarse hacia Sora. –Me… me gustaría volver a trabajar. –le pidió Sora. –Por favor, déjeme volver a trabajar aquí otra vez. –¡¿Qué?! –¿Cómo osaba pedirle volver después de los inconvenientes que había causado? –¡Haré cualquier cosa! –dijo Sora. –No volveré a causar problemas.

***

Yoko estaba en el entrenamiento. Pronto habría otra carrera. Iba más rápido que de costumbre, pero no tenía la cabeza en el circuito. Desde que Sora se fue a sacar la basura, había algo que le inquietaba por dentro. Esa preocupación acabó convirtiéndose en una caída. Por suerte no fue nada grave y se levantó por su propio pie. –¡¿Qué estás haciendo?! –preguntó Gennai que iba hacia ella corriendo. Yoko levantó la moto para continuar. –¡Céntrate! –¡Sí, lo siento! Tendré más cuidado. –Si te lesionas todo el esfuerzo que estás haciendo será en vano. –advirtió Gennai. –Sí.

***

–Ya estoy en casa. –dijo Yoko entrando en casa. –Hola. –dijo Taichi una vez que la piloto entró en la cocina. –¿Qué estás haciendo? –Estoy limpiando los vasos y tazas. –dijo Taichi. –Todos tienen posos de té en el fondo. –Ajjj, es verdad. Gracias. –dijo Yoko cuando Taichi le mostró el vaso que tenía en la mano. –Qué pesado. En serio, para de hacer eso. –se quejó Mimí a Koushiro tras ella, llevando una toalla sobre la cabeza y haciendo alguna tontería. –Hola Yoko. –Hola. –saludó Koushiro. –Hola. ¿Y Sora? –preguntó Yoko. –Aún no ha vuelto desde que se fue esta mañana. –contestó Taichi. –Ya veo. –dijo Yoko sentándose preocupada. –Quizás su novio se la haya llevado de la peluquería. –sugirió Koushiro. –¡Hey! –dijo Mimí dándole un manotazo en el brazo por sugerir algo como eso. –¡Ya estoy en casa! –dijo Sora. –¡Hola! –la saludaron todos. –Has estado mucho tiempo en la peluquería. –dijo Yoko entrando al salón, donde estaba Sora. –Lo siento. –se disculpó Sora. –Yoko, lo he arreglado con mi jefa y me ha dejado volver a trabajar allí otra vez. –¿Qué? –preguntó Taichi, que no esperaba escuchar eso. En realidad, nadie lo esperaba. –Pero es un sitio que conoce tu novio. –intervino Mimí. –¿No es peligroso? –Mientras me mantenga firme creo que estaré bien. –dijo Sora. –No estaré bajo el mando de Yamato nunca más. –¿Qué piensas, Yoko? –preguntó Mimí todavía no demasiado convencida. –Si Sora lo cree así, estará bien, ¿no? –dijo Taichi sonriendo a Sora, mostrándole así su apoyo. –¿Estás segura de que estarás bien? –preguntó Yoko. –Sí, no te preocupes. –dijo Sora. –Está bien. –accedió Yoko. Después de todo, tampoco podía tenerla allí encerrada toda la vida, y Sora parecía estar mucho mejor, más animada y más decidida. Parecía una persona totalmente diferente a la que llegó la otra noche, desvalida y buscando protección. Mimí fue hacia una cómoda, donde cogió algo. –Sora, toma. Te damos la llave de casa. –dijo Mimí entregándosela. –A partir de hoy, eres miembro de esta casa compartida. ¿Vale? –¡Vale! –dijo Sora mostrando su llave orgullosa. Aunque en realidad, era parte de esa casa desde el momento en el que Taichi agregó su taza junto a las otras.

***

Taichi estaba en una sesión de exteriores. Estaba dentro de una caravana que hacía las veces de camerino para peinar y maquillar. Cuando recogía un poco por allí escuchó su teléfono. –¿Diga? –preguntó Taichi. –Tengo un favor que pedirte. –dijo Yoko, sentada en un banco fuera de los vestuarios, todavía ataviada de piloto de motocross. –¿Puedo?

***

Sora volvió al trabajo más motivada que nunca. No había parado en todo el día, y la verdad, es que lo prefería para mantener la mente ocupada. Una vez que cerraron al público, se quedó limpiando y preparando la peluquería para el día siguiente. Cuando fue a desenchufar un secador cerca del ventanal, no pudo evitar mirar abajo, donde la solía esperarla Yamato. Pero ese día no había nadie. El rubio parecía haber pasado toda la noche bajo la lluvia y tenía bastante fiebre cuando lo dejó. Le daba pena haberlo dejado solo, pero no podía continuar con él mientras siguiera comportándose de forma tan violenta, a pesar de amarlo. Cuando bajaba la escalera para salir de la peluquería, cogió el móvil. Pensó en llamarlo pero debía ser fuerte. Entonces, se asustó cuando vio una sombra cruzarse en su camino. Sintió alivio al ver que era Taichi en su bicicleta. – ¡Taichi. Me has asustado! –Lo siento. –se disculpó éste con una sonrisa. –¿Has venido a buscarme? –preguntó la pelirroja. –Sí. Verás, esta noche hay una fiesta en casa de los padres de Yoko, en Mitaka. Yoko me pidió que viniera a buscarte. –explicó el castaño. –¿Una fiesta?

***

Yoko fue a recibir a sus invitados a la puerta de casa de sus padres. –Buenas noches. –saludó Sora a la madre de Yoko. –¡Sora!¡Cuánto tiempo! Te has puesto muy guapa. –alabó la madre de Yoko. A pesar de que se vieron en la carrera, no pudieron cruzar ni una palabra al llegar la pelirroja tarde a la carrera y el ajetreo del accidente. –Siéntate, por favor. Estoy preparando una cena deliciosa. –Mamá, no seas engreída. –le riñó Yoko. –Buenas noches. –dijo Taichi entrando. –Buenas noches. ¿Tú eres Taichi, verdad? –preguntó la mujer. –Sí. –Vaya. Eres muy guapo. –dijo la madre sorprendida. –¿Eres el novio de Sora? –No. –negó Taichi sonriendo. –Entonces eso significa que… –Mamá, no te hagas ideas raras. –le dijo Yoko. –Venga, sentaos. –Bienvenidos. –dijo el padre de Yoko entrando. –Hola. –dijo el hermano pequeño de Yoko entrando con su padre. –Hola. –saludaron los demás. –Esto es genial. –dijo Taichi sentándose a la mesa llena de platos de comida. –¿Lo ha preparado todo usted, señora? –Sí. Tenemos tomates rellenos, pescado blanco asado con hierbas, cassoulet… –enumeraba la madre de Yoko como si estuviera en un restaurante. –Está empeñada en que todos comamos la comida francesa que recuerda de las recetas de la escuela de cultura. –interrumpió Yoko. –No puedo garantizar que esté bueno, pero…¡a comer! –dijo el padre. –Tú ya has probado mis platos y dijiste que estaba bueno. –le riñó su mujer. –También invité a Mimí y Koushiro pero dijeron que esta noche iban al cine. –explicó Yoko. –Voy a sacar el roast-beef, así que esperad un momento. –dijo la madre de Yoko entrando a una cocina, que estaba separada con una barra. –¡La ayudaré! Dígame qué puedo hacer. –se prestó Sora levantándose de la mesa, seguida de Taichi. –¿Puedes servir la cassoulet? –preguntó la mujer. –Por supuesto. –Sora, eres muy amable. –dijo la madre de la piloto. –Típico de una chica. Ojalá Yoko se pareciera un poco más a ti. –Yo también la ayudaré. –dijo Taichi mientras Sora iba repartiendo platos. –Qué bien huele. ¿Es romero? –¿Cómo lo has adivinado?¿Eres cocinillas? –preguntó ella. –Me defiendo. –dijo Taichi. –Los chicos son tan diferentes hoy en día. Yoko, sigue el ejemplo de tus amigos. –dijo la madre de Yoko mientras Taichi ponía un cuenco con ensalada en la mesa. –¡¿Qué más da?!¡Vamos a comer de una vez! –dijo la piloto. –¡Ojo por cómo hablas!¡No seas tan grosera! Si no, cuando te cases, tendrás problemas con la familia de tu marido. –riñó su madre. –¡No me casaré con la familia de nadie! –contestó Yoko. –No seas tan grosera con los invitados delante. –volvió a reñirle su madre. –¿Por qué dices las cosas tan directamente? –¡Va, empecemos de una vez! –dijo el hombre poniendo fin al debate. –Ya lo sirvo yo. –dijo Taichi. –Gracias.

***

En un taxi tan oscuro como la noche, Koushiro y Mimí le dijeron al taxista que se detuviera, mientras ellos miraban para atrás, como si estuvieran espiando a alguien. –¿Qué piensas?¿Crees que puedes ir? –preguntó Mimí a Koushiro. Estaban en el barrio donde había estado viviendo Koushiro hasta tener problemas con su mujer. Le habían dicho a Yoko que irían al cine, pero en realidad, habían quedado en ir a ver si podían arreglar la situación de Koushiro. –Sí. Iré. –contestó él. –Tengo que ir. Ambos dejaron de mirar hacia la casa. Mimí se cruzó de brazos esperando a que el chico se decidiera, mientras Koushiro cogió un gran sobre y cogió aire nervioso. –Aquí tengo los papeles del divorcio, y el sello. –se repetía él como un mantra. Sacó su teléfono, pero no marcó, mientras Mimí comenzaba a aburrirse. –Hablaré seriamente. Iré rápido. –Venga, adelante. Buena suerte. –dijo Mimí.

***

Entre la cena y el postre, Taichi fue al baño a hacer sus necesidades. Cuando salió, se encontró con el hermano pequeño de Yoko. –Oh, hola. –saludó Taichi al encontrárselo allí esperándolo. –Oye, ¿eres el novio de mi hermana? –preguntó directamente en voz baja. –¿Qué? Claro que no. –negó Taichi sonriéndole. –Es la primera vez que mi hermana trae un chico a casa. –le confesó el niño –Así que es un gran acontecimiento. –¿En serio? –dijo Taichi. Parecía que el niño quería contarle algo al oído, así que se agachó a su altura. –¿Sabes? Mi hermana es muy rara, pero aún así, cuídala, ¿vale? –le pidió el niño. –Vale, lo haré. –le prometió Taichi sin dejar de sonreírle. –Bueno, aunque ha sido breve, lo he pasado muy bien. –dijo Sora mientras terminaba el postre. –Cuando era pequeña solíais invitarme a cenar porque estudiábamos para los exámenes en la habitación de Yoko hasta que se hacía tarde. –Como ahora también se está haciendo tarde, ¿qué te parece si te quedas esta noche? –propuso la madre de Yoko. –Sí, buena idea. –la secundó el padre. –Sí, yo también creo que es buena idea. –dijo Yoko. –Pero… ¿no molestaré? –preguntó Sora. –No, qué va. ¿Por qué no te quedas tú también, Taichi? –le propuso Yoko. –¿Qué?¿Yo? –preguntó Taichi casi atragantándose con el té. –No. Me iré a casa. Mañana tengo que madrugar.

***

El taxímetro iba aumentando la tarifa mientras Mimí esperaba. Ya debían 3680 yenes. Mimí se miraba la hora desesperada. Ya hacía un rato que Koushiro salió a enfrentarse a su mujer. Entonces le sonó el teléfono. Al ver que era Koushiro pensó que seguro se había acobardado. –¿Qué pasa? –preguntó Mimí. –Lo siento. –se disculpó él desde la casa. –Esto se va a alargar. Pasaré la noche aquí. Vete a casa. Lo siento mucho. Nos vemos. Sin saber por qué, Mimí se sintió decepcionada al saber que Koushiro pasaría la noche en su casa. Se suponía que debía entrar, darle los papeles del divorcio a su mujer y salir. ¿Acaso había posibilidades de que el chico salvara su matrimonio? Después de haber estado esperando para nada, Mimí le dijo al taxista que la llevara a casa.

***

–Ya estoy en casa. –dijo Taichi entrando en el salón. Allí sólo encontró a Mimí sentada en el suelo y apoyada en la mesa baja, con una botella de vino que casi estaba por la mitad y una copa de vino. –¡Ah, hola! –saludó Mimí de manera efusiva. –¿Quieres beber conmigo? ¡Venga, vamos a beber! Mañana no tengo que ir a trabajar, así que puedo beber sin parar. –¿Dónde está Koushiro? –preguntó Taichi quitándose la mochila de la espalda. –Va a pasar la noche con su mujer. –explicó ella. –¿En serio? –preguntó Taichi sentándose en uno de los sofás. –Sí. Eso significa que no volverá, ¿verdad? La verdad es que no lo sé. –decía Mimí arrastrando algo las palabras. Parecía que el vino comenzaba a hacerle efecto. –¿Tú crees? –Sí. Desde el principio se le veía encariñado con su mujer. –dijo ella. –¡Cuidado, que se derrama! –dijo Taichi al ver que el sorbo que le iba a dar Mimí al vino comenzó a caer fuera. El chico se levantó y cogió una caja con pañuelos. –¿No has tenido suficiente? –Sí. –dijo ella sentándose en el sofá que tenía detrás, mientras Taichi secaba la parte de la mesa donde había caído el vino. –Oye, Taichi. –¿Sí? –¿Crees que soy agradable? –preguntó Mimí. –¿Qué? –preguntó Taichi, que no sabía a qué venía esa pregunta. –Soy bastante agradable, ¿verdad? –volvió a preguntar ella y contestándose a la vez. –Soy preciosa y mi carácter también. No soy pesada. Suelen decirme que soy honesta y sencilla. –Eres guapa, Mimí. –añadió Taichi mientras seguía limpiando la mesa. –Y también muy dulce. Espera, te limpiaré aquí. Taichi se sentó junto a Mimí, cogió un pañuelo de papel y se puso a limpiarle algo de vino que le había caído a la castaña por el cuello y la barbilla. Entonces, ella, con cara triste, le agarró la mano con la que la limpiaba. –El único dulce eres tú. –dijo Mimí. Tras decir eso, pasó sus brazos alrededor de su cuello y se acercó. Taichi comenzó a sentirse incómodo. –¿Qué hay de Sora y Yoko? –Están en casa de Yoko. –dijo él con voz grave. –Así que nadie volverá a casa esta noche, ¿verdad? –dijo Mimí. –Taichi, ¿quieres que pase? Mimí acortó las distancias y besó a Taichi, pero el castaño comenzó a sentirse todavía más incómodo. Mimí dejó de besarlo, apoyó su cabeza sobre su hombro mientras empezó a desabotonarle la camisa. Sin poder más, Taichi la apartó de un empujón. Tras mirarse unos segundos, se levantó y se fue directo al baño, dejando a Mimí sorprendida por la reacción tan exagerada que había tenido el castaño. Taichi comenzó a lavarse la boca como si no hubiera un mañana. De vez en cuando también tosía. Se miró al espejo pensando que Mimí no tenía culpa de su problema. Tras tranquilizarse un poco, volvió al salón, donde Mimí parecía triste por la reacción que había tenido su amigo. –Lo siento. –se disculpó Taichi. –No es que no seas buena. –Yo también lo siento… –dijo Mimí levantándose. –Lo siento. Entonces, tal y como pensaba, tú eres… Taichi asintió con la cabeza. Era mejor que pensara eso a que supiera la verdad. Todavía no estaba preparado para afrontarla. –Pensaba que lo eras, pero… bien, entonces, –decía Mimí nerviosa al confirmar que Taichi era homosexual. –Bueno, somos amigos, ¿vale? Taichi sólo asintió con la cabeza. –¡Bien, vamos a terminarnos la botella! Taichi asintió.

***

–Siento quitarte la cama. –dijo Sora sentándose en la cama con la espalda apoyada en la pared del cuarto de Yoko. –No hay problema. También puedo dormir en futón. –decía Yoko, sentándose también en el futón. –Qué nostalgia, ¿verdad? –preguntó Sora. –Tu habitación no ha cambiado. Ni tampoco tu padre ni tu madre. Tienes una familia buena. Me gustaría tener un hogar como este. Mudarme a una casa así y ser feliz. –Es imposible con ese hombre. –dijo Yoko refiriéndose a Yamato. –Puede sonar duro, pero lo digo por tu bien. Yamato no puede darte la felicidad. ¿Qué piensas de Taichi? –¿Qué? –preguntó Sora al no esperar esa pregunta. –Alguien como Taichi sí puede hacer feliz a los demás. –dijo Yoko. –Sería genial que acabaras con alguien como él. –¿Y qué hay de ti? –preguntó Sora. –¿Nunca te ha gustado nadie? –¿Qué? –Piénsalo. Desde el instituto nunca te he escuchado que te gustara alguien. Siempre era yo la que te pedía consejo. –dijo Sora. –¿No hay nadie que te guste? –Lo hay. –confesó Yoko. –Desde hace tiempo…siempre está en mis pensamientos. –¿Desde cuándo? –preguntó Sora con interés. –Desde hace muchos años. –¿Y esa persona conoce tus sentimientos? –No se ha dado cuenta. –¿No se lo puedes decir? –preguntó Sora con curiosidad. –No puedo. Aunque lo hiciera, no podría hacer nada. –¿Por qué no? Eso no lo puedes saber porque… –¡Simplemente no se puede hacer nada! –interrumpió Yoko abruptamente. –Pero estoy bien. No me preocupan ese tipo de cosas. Yo quería que recuperaras tu energía. Quería que te recuperaras. Por eso te he traído aquí. –Ya veo. Lo siento. –se disculpó Sora. –He hecho que te preocupes. Yoko sólo negó con la cabeza, haciéndole ver que en ese momento, lo único que le importaba era su bienestar y que todo lo demás era secundario.

***

A la mañana siguiente Taichi despertó en el salón vestido con la ropa del día anterior. Lo primero que hizo fue ir a la cocina para preparar café. Mientras se hacía, volvió al salón, donde Mimí dormía sentada en el suelo y apoyada en la mesa baja haciendo las veces de almohada. El chico la cubrió con la manta que se le había escurrido hasta el suelo. Reflexiones de Taichi: La gente nunca es tan simple como los demás creen. Después se fue a la cocina a servirse el café, que empezó a tomar sentado. Taichi miró la zona del asa que reparó cuando él y Yoko chocaron la primera vez que la vio. Todos conviven con pequeños secretos y preocupaciones en sus corazones. Yoko, espero que seamos capaces de encontrar la felicidad.

***

Como cada día, Yoko fue a entrenar, mientras se ponía los guantes subida a la moto, miró el amuleto que Sora le dio para la primera carrera, colgando del manillar. Reflexiones de Yoko. Sora. No hay nada más que pueda hacer por ti. Sólo puedo esperar a que tú misma te salves.

***

Tras salir por la mañana, Sora se cambió en casa y se fue a trabajar a la peluquería. En ese momento le alisaba el pelo a una clienta, hasta que llegó su jefa y le pasó el secador y el cepillo. –Ya es casi la hora de tu descanso. –le dijo la jefa. Cogió sus cosas y se marchó al restaurante que servía la pasta que tanto le gustaba. Casi acabando de comer, miró su teléfono. No tenía ninguna llamada ni mensaje de Yamato. Se sintió egoísta porque desde que lo dejó en la cama el día anterior, no se había interesado por él. Con ese sentimiento de culpa, decidió llamar a la oficina en la que trabajaba. –¿Diga? Oficina de protección del menor. –contestó una mujer. –Disculpe, ¿está Yamato Ishida? –preguntó Sora. –¿Busca a Ishida? Espere un momento, por favor. –dijo la mujer. –No hace falta que me lo pase. –se apresuró a decir Sora. –Sólo necesito saber si está ahí o no. –Lo siento. Me dicen que esta semana no viene a trabajar porque está enfermo. –le informó la mujer. –Entiendo. –dijo Sora. Preocupada porque la salud del rubio hubiera empeorado, cuando salió del trabajo se fue directa al apartamento de Yamato, no sin antes llevar una bolsa con comida por si debía prepararle algo. Tocó el timbre, pero al ver que no abría, decidió utilizar su llave. La casa estaba en penumbras. –¿Yamato? –preguntó Sora asomándose al dormitorio. Allí acostado y tapado estaba Yamato. –¿Sora? –preguntó Yamato al escucharla. Se incorporó un poco. –Lo siento. Pensaba que era algún vendedor o algo así. –Yamato empezó a toser. –¿Estás bien? –preguntó Sora acercándose a él y poniéndole la mano en la frente. –No tienes buena cara. No parece que tengas fiebre, pero estás…demasiado demacrado. –Eso es porque no estás aquí. –dijo él. –He perdido el apetito. –Eso no está bien. Tienes que comer. –dijo ella preocupada. –Voy a hacerte algo ahora mismo. Cuando terminó de preparar algo, Sora empezó a darle de comer sentada junto a la cama, como a los niños pequeños. –Sora, si con esto vuelves a estar conmigo, me gustaría estar enfermo siempre. –dijo él. Sora dejó el cuenco de arroz. –No puedo quedarme mucho rato. –dijo ella cogiendo una servilleta y limpiándole la comisura del labio. –En cuanto acabes de comer, me iré. –No voy a permitir que te vayas. –dijo él. Ella, que estaba de espaldas, le miró y él se abalanzó para abrazarla, pasándole el brazo por la parte alta del pecho y el otro por la cintura. Sora puso su mano sobre el brazo que casi le rodeaba el cuello. –Yamato, para. –dijo Sora, que empezó a asustarse y a agobiarse. –Venga, para, esto no está bien. Por favor, entiéndeme. –Entonces, Yamato aflojó el agarre y Sora consiguió levantarse, respirando agitadamente. –Lo siento. Me voy a casa. –¿Por qué te has vuelto así? –preguntó él, con la espalda apoyada en el respaldo de la cama. –Odio a las personas que te han hecho cambiar. No has podido hacerlo sola. Seguro que ha sido esa Yoko. –¡Te dije que no hablaras mal de ella! –gritó Sora defendiéndola. –¡No puedo estar con alguien que no puede mantener una promesa! –¡Eso debería decirlo yo! ¡Tú eres la única que no ha cumplido sus promesas! –del enfado, alargó el brazo hacia el cuenco de arroz y lo tiró a la pared. El cuenco se rompió, dejando restos de arroz en la pared y el suelo. –Por favor, para. –dijo Sora llevándose las manos a la cabeza mientras que las lágrimas comenzaban a asomarse por sus ojos. Yamato se levantó y la agarró de los brazos, lanzándola sobre la cama. El se subió encima de ella y la inmovilizó. –¡Para, por favor!¡Yamato! –Él comenzó a besarle el cuello. Por mucho que ella suplicó, estaba a su merced.

***

–Comed mientras esté caliente. –dijo Taichi poniendo una paella en la mesa baja del salón. –Lo haremos aunque no lo digas. –dijo Yoko. –¡Buen provecho! –dijeron Yoko y Mimí a la vez. –Servíos vosotras solas. –dijo Taichi, mientras daba la vuelta para sentarse él también a comer. –Qué ganas tengo de probarla. –dijo Yoko. –¡Está deliciosa!¡Auténtico sabor español! –exclamó Mimí. –¿De verdad? –preguntó Yoko, que todavía no la había probado. –Eres increíble, Taichi. –elogió Mimí. –¿A que quieres un chico como él en casa? –Sí. –respondió Yoko mientras Taichi sonreía. –Está delicioso. –Un momento, Sora todavía no ha llegado. Se le está haciendo muy tarde. –comentó Taichi. –Sí, es verdad. Pero cuando se trata de una comida tan rica, el primero es quien se la come. –dijo Yoko. –¡Ya estoy en casa! –exclamó Sora entrando en casa. –¡Hola! –dijeron todos. –La última clienta tenía muchas dudas y entre unas cosas y otras he llegado súper tarde. –dijo Sora quitándose la chaqueta. Sora ocultó lo que realmente había pasado y tampoco quería preocuparlos. De todas formas, la cosa no había pasado a mayores y prefería seguir ocultando que había estado viendo a su novio. –Date prisa. Se va a enfriar la paella. –dijo Yoko. –¡Oh, qué buena pinta! –dijo Sora sentándose junto a Yoko. –¿La has hecho tú, Taichi? –Sí. Espera, que te traigo un plato. –dijo él tan atento como siempre. –Oh, tranquilo, ya lo cojo yo. –dijo Sora levantándose también. –No me importa. –dijo Taichi entrando ya en la cocina. –Pero estás comiendo. –dijo ella siguiéndolo. Taichi ya había llegado al armario de los platos y Sora se colocó tras él. –Lo siento. –Aquí tienes. –dijo él pasándole un plato. –Gracias. –dijo ella. Al pasarle el plato, Taichi vio que de las mangas, le asomaban unas marcas rojas en la muñeca, como si alguien la hubiera asido fuertemente. Al ver que Taichi miraba su muñeca, Sora lo miró y se sintió incómoda. Sabía que el castaño se había dado cuenta de las marcas, aunque ella intentó disimular yendo al salón y evitar fastidiar la comida. –Hey, ¿sabéis si Koushiro va a volver? –Parece que no. –respondió Mimí. –Seguramente habrá querido volver con su mujer. –Qué tío más irresponsable. A pesar de contar con Mimí continuamente. –opinó Yoko, mientras Taichi volvió preocupado a su sitio. –No importa. De todas formas yo ya sabía que esto tenía fecha de caducidad. –dijo Mimí. Tras decir aquello, el móvil de Sora comenzó a sonar. Sora cogió el teléfono del bolso. –Perdonad. –se disculpó ella saliendo al pasillo, no sin dejarlos a todos preocupados. –Hola, soy Takenouchi. Bien, de acuerdo. Estaré allí media hora antes. Sí, adiós. –¿Del trabajo? –preguntó Mimí. –Sí. Mañana tenemos una clienta más temprano así que me han pedido que vaya antes. –explicó Sora. –Sora, ¿por qué utilizas todavía ese móvil? –preguntó Yoko. –Tíralo. Cada vez que suena me pone los pelos de punta. Ese tío podría llamarte en cualquier momento. –Vale. –dijo Sora tras un silencio largo en el que todas las miradas se posaron sobre ella. De hecho, al sonar ese teléfono, no sólo a Yoko se le ponían los pelos de punta. A todos les generaba tensión oírlo. Sora se levantó con el teléfono. –Lo tiraré. –¡Espera! –dijo Yoko corriendo tras ella, que estaba a punto de tirarlo a la basura de la cocina. –Da igual, no hace falta que lo tires. ¡Lo odio! Pero si lo hicieras no habría diferencia entre tu novio y nosotros. –Yoko. –dijo Sora viendo cómo volvía al salón. –Me voy a dar una vuelta. –dijo Yoko. –Pero Yoko… –dijo Mimí. Pero no hizo caso. Yoko cogió su bicicleta y se marchó pedaleando rápido, como si así descargara toda la tensión y la frustración acumulada. Le aborrecía parecerse al novio de Sora en algo. Y seguía pensando que Sora no les estaba contando toda la verdad.

***

–¿Lo sabes, no? Sabes que estoy mintiendo a Yoko. –le preguntó Sora a Taichi una vez que recogieron y Mimí se retiró a su habitación y se prepararon un té. –Sé que lo sabes. –¿Le has visto? –preguntó Taichi. –Sí. Yoko me dijo que aunque estuviera con él, no podría ser feliz. Y creo que tiene razón. Poco a poco, todo se va enfriando. Pero…todavía me siento atraída por él. Yamato cree que quiero dejar de amarle, pero no puedo. –No puedes hacer nada por él. Salvo esperar que cambie o dejar de lado tu corazón sin esperar nada. Quienes necesitan decidirse no son los otros. Sólo tú debes decidir. –Eres muy amable, Taichi. –le dijo Sora con una sonrisa triste. –Yoko me dijo que hubiera sido mucho mejor si me hubiera enamorado de alguien como tú. –¿Eso dijo? –preguntó Taichi sorprendido. –Sí. ¿Sabes? Al parecer ella también está enamorada desde hace años. –le confesó Sora. –Nunca ha confesado sus sentimientos. Se lo ha guardado todo para ella. –Entiendo. –La vida no es fácil, ¿verdad? Intentamos ser felices rápidamente… y todo es en vano.

***

–Es la primera vez que vienes, ¿verdad? –Sí. –contestó Yoko. Se encontraba en la consulta de un psicólogo de una clínica de salud mental. –Y piensas que tienes un desorden de identidad de género, pero los síntomas pueden variar de una persona a otra. –dijo el psicólogo. –Te puedes convencer de tu propia condición después de leer unos cuantos libros, pero hay muchos casos diferentes. Para evitar llegar a una conclusión errónea vamos a tomárnoslo con calma y tranquilidad. –De acuerdo. –contestó Yoko. –¿Qué te hace pensar que tienes un desorden de identidad de género? –preguntó el terapeuta. –Odio mi cuerpo. –contestó ella. –¿Hasta qué punto? –Desde que era pequeña. Odio llevar ropa de chica. Me cabrea. Incluso en la guardería no quería llevar faldas, si no pantalones. –¿Y ahora sigues sintiéndote así? –Sí. Mirar mi propio pecho me parece desagradable. Y cuando me ducho miro hacia otro lado. –¿Hay alguien con quien puedas hablar de todo lo que te preocupa?¿Alguien que te guste? Un chico, ¿por ejemplo? –Hay un chico. Nos une un sentimiento de amistad y compañerismo, pero nunca he sentido amor por él. –dijo Yoko refiriéndose a Taichi. –¿Qué tipo de cosas son las que te hacen estar triste? –Que no pueda mostrarle a la gente más cercana a mí cómo soy en realidad. A la persona que quiero, a mi familia. Me siento sola mintiéndoles. Eso es muy triste. A veces se vuelve insufrible.

***

Tras salir de la clínica se marchó hacia un aparcamiento de bicicletas cercano y se marchó al parque. Allí, se sentó en un banco a mirar el estanque y a pensar hasta que llegara Taichi. Cuando llegó, los dos cogieron sus bicicletas y fueron caminando arrastrándolas dando un paseo tranquilamente. –¿De qué querías hablar? –preguntó Taichi. –De nada en particular. –contestó Yoko. –Me apetecía verte. –¿Qué? Pero si nos vemos todos los días. –dijo Taichi riendo. –Hasta vivimos en la misma casa. –Me gusta cuando estamos solos. –confesó ella. Llegaron a otra zona donde había un par de bancos. Pusieron el pie de la bicicleta y Yoko se apoyó en la baranda de madera, mientras que Taichi se quedó atrás, apoyado en el respaldo de uno de los bancos. –Me gustaría saber por qué, pero cuando estoy contigo, todo es paz. Siento que puedo ser yo misma, sin necesidad de actuar. –tras decir eso, hubo un silencio largo. –Qué buen tiempo hace. Dicen que los rayos ultravioleta no son buenos, pero sientes como tu piel desnuda se da un baño con el sol cuando ves el cielo así. –Yoko. –la llamó Taichi después de que se quedaran en silencio, con el único sonido del canto de los pájaros. –¿Sí? –Me he enterado de que te gusta alguien. Me lo dijo Sora. –Oh. Pero más que eso, para mí, ahora, la moto lo es todo. Tengo que ganar como sea la próxima carrera. Así podré entrar en el campeonato de Japón. Quiero volverme más fuerte. Quiero volverme tan fuerte que no pierda ante nadie. Y algún día, estar en confianza frente a la persona que amo. Reflexiones de Taichi: Yoko. Amo tu sonrisa. Al salir del parque, los dos se fueron montando en bicicleta hacia casa. Como de costumbre, Taichi apenas podía seguir el ritmo de Yoko. –¡Espera!¡No corras tanto! –le gritaba Taichi mientras Yoko aguantaba la risa mientras pedaleaba. –¡No sirves para nada!¡No te acojones por esta minucia! –le dijo ella mirando hacia atrás y aumentando la velocidad, haciéndolo sonreír a él también. No me importa a quién ames. Yo protegeré tu sonrisa.

***

El día de la carrera llegó. Si Yoko conseguía ganar, tendría posibilidades de clasificación para el campeonato más importante de Japón, con todo lo que aquello conllevaba, como más prestigio, sponsors, mejoras en su moto, más dinero y en definitiva, mejoras en sus condiciones. –Yoko. –le dijo Gennai mientras ella realizaba la puesta a punto en la moto. –Intenta no sobrepasar el minuto y cuarenta y ocho segundos por vuelta. Si lo haces, te reconoceré no como mujer, sino como una corredora a tener en cuenta. Y luego, nos iremos a tomar algo como compañeros de equipo. ¿De acuerdo? –¡Sí! –asintió Yoko con decisión. Aunque ella lo intentaría de igual forma, ese reto propuesto de la boca de su entrenador le motivaba más si cabe para cumplir su sueño. –¡Hermana!¡Ánimo! –gritaba el hermano de Yoko extendiendo una pancarta desde las gradas. Allí también estaban sus padres, Mimí y Sora animando con banderines. Taichi no había podido ir porque le tocaba turno en el bar. Las motos ya estaban dispuestas y preparadas para la salida. En nada, comenzaría la cuenta atrás, y cuando se bajaran las vallas que impedían salir a las motos, comenzaría la carrera. Los diferentes corredores daban acelerones para calentar las motos. Yoko miró un momento a las gradas, viendo allí a su familia y a sus amigas. Al igual que en la anterior carrera, le hacía especial ilusión que Sora la viera haciendo lo que más le gustaba. Esperaba que esta vez acabara viéndola ganar, y no en un hospital con un par de muletas como en la última carrera. Cuando comenzó la cuenta atrás, los corredores se pusieron en posición de salida. La cuenta atrás llegó a cero, las vallas desaparecieron y un pelotón de motos salieron intentando buscar una buena posición, dejando una gran nube de polvo atrás. Mientras, en las gradas animaban con fuerza. Entonces, Sora escuchó que la llamaban por teléfono. Cuando miró el teléfono y vio que se trataba de Yamato volvió a meter el teléfono en el bolso, como si así pareciera que no la estaba llamando. El teléfono seguía insistiendo. Estuvo a punto de cogerlo pero sus amigos comenzaron a gritar más fuerte porque Yoko pasaba por delante. En cuanto pasó, Sora cogió el teléfono y se bajó de la grada para poder hablar sin tanto bullicio. –¿Diga? –Sora, ¿dónde estás? –preguntó Yamato. –En el circuito de motocross. –respondió ella, después de dudar entre si se lo decía o no. –Quiero verte. –dijo Yamato, que estaba sentado en la cama con la espalda en el respaldo. –Me gustaría que vinieras ahora. –Yamato… –No me encuentro bien. –le interrumpió él. –Lo siento, pero no puedo. –dijo ella. –Estamos en medio de una carrera muy importante para Yoko. –Entonces, si no es a mí, es a Yoko a quien eliges. –dijo él. –No es eso. –se apresuró a decir Sora. –Simplemente, no quiero que me vuelvas a atar con tu egoísmo. –Lo lamentarás si no vienes ahora mismo. –le advirtió él. –Iré más tarde. Lo siento. –dijo Sora antes de colgarle. –¿Qué pasa? –le preguntó Mimí al ver a Sora volver a subir a la grada. Cuando se dio cuenta de que Sora no estaba a su lado se había asustado. –Nada. –dijo Sora tranquilizando a Mimí. –¿Segura? –insistió Mimí. –Sí. –tras contestar, las dos siguieron animando. Al contestar al teléfono debía de haberse perdido al menos una vuelta. Sora localizó la moto de Yoko a lo lejos dando saltos. Iba tercera y tenía posibilidades de hacer podio. En una recta sobrepasó al segundo, aunque no debía descuidarse, ya que le pisaba los talones. En la siguiente curva, consiguió entrar por dentro adelantando así al que iba primero. Cada vez, la meta estaba más cerca. El comisario con la bandera de cuadros ya empezaba a agitarla, haciendo saber que era el final de la carrera. Yoko puso tanto ímpetu que consiguió cruzar la meta en primera posición. Tras ganar, salió de la zona de carreras y se quitó las gafas y el casco. –¡Bien hecho, Yoko! –gritó su entrenador dándole la mano a Yoko. –¡En serio, ha estado genial! –Después de ser felicitada por su entrenador, vio a su padre abrazando a su hermano y a su madre y sus amigas gritando emocionadas. Yoko levantó el casco celebrando la victoria como si se la brindara a los presentes. –¡Lo consiguió! –gritó Mimí dando saltos de alegría con Sora Más tarde, la familia, amigos y el equipo de Yoko fueron a celebrarlo al bar en el que trabajaba Taichi. Ya que el castaño no pudo acudir por trabajo, le llevarían la fiesta al bar para que pudiera celebrarlo con ellos. Además, así le harían gasto, lo que pondría contento al dueño del bar con unos ingresos extra. Después de que todos tuvieran al menos un vaso o una copa en la mano, brindaron. –¡Kanpai! –brindaron todos a la salud de la campeona. Sora, que estaba sentada en la barra, miraba lo contenta que estaba Yoko. La corredora casi no había soltado el trofeo desde que subió al podio. A pesar de los gritos y los placajes de Mimí, Yoko consiguió salir de la melé que casi le había formado la castaña con los miembros del equipo para poder brindar un momento solo con su familia. –¡Kanpai! –dijeron los cuatro miembros que formaban esa familia. –¡Felicidades, hija! –felicitó la de madre de Yoko. –Gracias. –dijo ella. Tras brindar se sentaron. –Bien hecho. Felicidades. –le felicitó su padre. –Gracias, papá. Pero todavía tengo mucho que lograr. –dijo Yoko, que ya estaba pensando en su próximo objetivo. –¿Todavía? –Sí. Quiero conseguir el máximo número de puntos en las cinco carreras que quedan para poder entrar en el campeonato de Japón. –explicó Yoko. –Y entonces, algún día conseguiré entrar en el campeonato americano. –¡Tú puedes! –le animó su hermano. –Y después de eso, me gustaría hacer algo. Me gustaría hablar de ello contigo algún día, papá. –le dijo. –Cuando quieras. –le dijo él. –¿Qué?¿Y por qué no me lo cuentas a mí también? –preguntó su madre con celos. –Tranquila, lo haré. –le dijo Yoko. –¿Queréis comer algo? Después de estar con su familia, fue a la mesa en la que estaba su entrenador y algunos miembros del equipo. –Yoko es la mejor en los saltos. –dijo Gennai. –¡Eso no es verdad! –dijo la aludida. –Eso es porque pone todo su corazón en ello. –continuó Gennai haciendo caso omiso a Yoko. –¿Pero qué dices? –Yoko es fantástica, ¿a que sí? –le dijo Sora a Taichi y a Mimí, que estaba junto a Sora. –Sí. –dijo Taichi detrás de la barra. –Sigue manteniendo un récord de Japón, ¿a que es genial? –dijo Mimí. –Pero suena como si se fuera a ir muy lejos cuando consiga sus objetivos aquí. –dijo Sora con tristeza. –¿Pero qué dices? Eso no va a pasar nunca. –dijo Mimí. –¿Verdad que no, Taichi? –Claro. –la secundó Taichi. Entonces, Sora sintió su móvil vibrar. –Perdonad. –Sora se levantó y se fue a hablar a un rincón con menos bullicio. Yoko, desde el otro lado del bar, se dio cuenta de que se apartó para hablar por teléfono, sin apartar su mirada de ella. –¿Diga? –¿Sora? –era Yamato. –Siento lo de antes. –se disculpó Sora. –En seguida estoy allí, así que espérame. –No hace falta que vengas nunca más. –dijo Yamato. –¿Por qué no? –preguntó Sora extrañada. –Porque he decidido suicidarme. –dijo él. –¿Qué? –preguntó casi sin salirle la voz. –Voy a morir ahora mismo. –dijo Yamato cogiendo un cuchillo de la cocina. –Adiós. Cuando Yamato colgó, se escuchó una copa que cayó en el bar. Al principio Sora no pudo reaccionar. Estaba impactada. De repente, mientras Taichi recogía la copa que había caído con una escoba, Sora pasó por su lado a toda prisa hacia la salida. Cuando Sora salió del local, Yoko la detuvo. Mientras hablaba por teléfono, había decidido salir a tomar el aire un poco. –¡Sora! –dijo Yoko. –¿Dónde vas?¿Vas a casa de ese tío? Taichi y Mimí salieron del bar preocupados por cómo salió su amiga, pero se detuvieron al ver que Yoko estaba con ella. –No. –mintió Sora. –Sólo me voy a casa temprano. –¡No me mientas! –le dijo Yoko. Mimí quería intervenir y empezó a andar hacia ellas, siendo detenida por Taichi. –Sé que estás mintiéndome y que le estás viendo. Pero me lo he callado pensando en que me lo contarías algún día. ¡Sé fuerte, Sora!¡Estoy segura de que puedes volverte mucho más fuerte!¿Por qué te rindes? –Yo… soy débil. –dijo Sora a punto de llorar. –Tú puedes hacerlo. Eres fuerte. Tu familia te quiere y tienes talento. Por eso brillas. Pero yo soy débil. Es por eso que entiendo la debilidad de Yamato. Ahora mismo, quiero estar a su lado. Lo siento. Sora salió corriendo. Taichi se acercó para consolar a Yoko, que se quedó muy afectada con lo que le dijo Sora. –¡No me toques! –le dijo Yoko apartando la mano que el castaño iba a posar en el hombro. Tras salir corriendo, Sora cogió un taxi. Estaba muy preocupada por Yamato. Iba a cometer una locura, si es que no la había cometido ya. Continuará…
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