ID de la obra: 1065

Last Friends

Mezcla
PG-13
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 118 páginas, 59.302 palabras, 9 capítulos
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6. El riesgo de la fuga

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–No hay nada más que hacer. –dijo Yoko. Ella, Mimí y Taichi seguían en la puerta del bar. Yoko se había quedado especialmente afectada por lo que había pasado. –Los que tengan prisa por volver a casa deberían irse. Venga, vamos a tomar algo. –¿Qué?¡Espera! –dijo Mimí. –¡Sora no debería ir sola! ¿No será peligroso? –Se ha ido porque ha querido. No hay nada que podamos hacer. –dijo Yoko cortante.

***

Cuando Sora bajó del taxi, ya tenía las llaves del apartamento preparadas para no perder tiempo. La vida de Yamato estaba en juego. Cuando llegó casi se lanzó a la puerta para abrir. Cuando lo consiguió, ni siquiera se descalzó, como de costumbre. La casa estaba en penumbras. –¡Yamato! –gritó Sora corriendo. Al encender la luz, vio a Yamato sentado en el sofá, de espaldas a ella. –Yamato. Se puso frente a él de rodillas para comprobar que estuviera bien. Lo llamó varias veces pero él no respondía. Tras llamarlo un par de veces, por fin, abrió sus ojos azules. –Bienvenida. –dijo él en voz baja. Yamato no parecía la persona que ella conoció. Se volvió taciturno y sus ojos azules lucían tristes. Desde que lo encontró bajo la lluvia estaba más delgado y hacía varios días que no se afeitaba. Pese a todo, le seguía pareciendo muy guapo y atractivo. –Dame tu móvil. –Sora buscó en su bolso y le entregó el teléfono. –Te cambiaré el número. Yamato se levantó y se fue al dormitorio. Desde donde estaba, Sora vio un cuchillo clavado en una manzana. Todo había sido una estrategia de Yamato para hacerla ir a su casa. Yamato ordenó a Sora que cogiera el álbum del instituto y le prendiera fuego en el fregadero. Allí, frente a ella, fotos de sus recuerdos con Yoko de su época de instituto, desaparecían consumidos por el fuego. –Sora. Tú eres mía. –dijo él apoyado en la encimera, viendo junto a Sora cómo los recuerdos de la pelirroja se convertían en ceniza. Yamato se incorporó y puso sus manos sobre los hombros de Sora. –Volvamos a vivir juntos. No dejaré que nadie nos cause problemas.

***

–¡Vamos a otro bar! –decía Yoko riendo sin poder mantener el equilibrio. Después de haber despachado a todos en el bar, los tres se marcharon a beber en cualquier antro que veían abierto. Taichi y Mimí sujetaban a Yoko, cada uno por un brazo, aunque todos llevaban alguna copa de más e iban demasiado “contentos”. –Ya casi estamos en casa. –dijo Taichi. –¡Pues bebamos en casa! –dijo Yoko. –Taichi, tú que eres el camarero, te encargas del sake. –dijo Mimí. –Yo me encargo. –aceptó él. –Con lo seria que es Yoko, fíjate cómo se pone cuando bebe. –dijo Mimí. –Sí, como una cría. –dijo Taichi con la risa floja. Ya en la entrada de casa, como pudieron y sin saber cómo, se descalzaron. –¡Un momento!¿Por qué están las luces encendidas? –preguntó Taichi, que no iba tan borracho como para no darse cuenta de eso. –Oh, es verdad. –dijo Mimí. Como pudieron, siguieron arrastrando a Yoko hasta el salón. –¡Koushiro! –dijo Taichi al verlo allí sentado arrodillado en la mesa baja con su traje y su tazón. –Hola. –saludó Koushiro. Mimí se puso seria. Fue como si todo el alcohol que había bebido se le hubiera bajado de repente. Antes de iniciar ninguna conversación, llevaron a Yoko hasta la cocina. –Toma un poco de agua. –le sirvió Taichi a Yoko. –Gracias. –lo tomó Yoko aún con la risa floja. –¿Y bien?¿Qué vas a hacer? –preguntó Taichi antes de beber su propio vaso de agua. –Pues…si pudiera quedarme aquí otra vez os lo agradecería. –dijo Koushiro desde el salón. –¿Te vas a separar de tu mujer? –preguntó Yoko recuperando algo de lucidez. –Pues…, aún no. –dijo Koushiro poniéndose en pie y yendo a la cocina. –Lo que quiero decir es que, lo he hablado con ella y hemos decidido que vamos a tomarnos un tiempo antes de decidir algo tan drástico. Y si vemos que no hay solución, nos separaremos legalmente. –Muy hábil. –comentó Yoko. Se levantó y puso su mano en el hombro de Koushiro. –Ahora, como estás solo, podrás apoyarte en Mimí. Y si tu mujer te pidiera que volvieras, volverías meneando la cola, ¿no? –Yoko se iba enfadando más y más y alzando la voz cada vez más. –¿Vas a vivir aquí sin ningún miramiento?¡Piensa por una vez en los sentimientos de Mimí! –le gritó empujándolo hasta el salón. –Yoko, tranquila. No te preocupes. –dijo Mimí intentando separarla de Koushiro. –¡Necesito aclarar mis sentimientos sobre el futuro y…! No sé qué será de mí. –dijo Koushiro derrumbándose. –Está bien. –dijo Mimí con los brazos cruzados. Yoko la miró sin comprender. –Estoy de acuerdo. Si el caso es que no tienes a dónde ir, puedes quedarte aquí. –Mimí volvió a la cocina y se sentó. –¿Puedo? –preguntó Koushiro como si alguien le fuera a morder. –Sí. No podemos saber qué pasará mañana. En una relación hay que usar el sentido común. –dijo Mimí. –Y…bueno, he hecho buenas migas contigo. Así que puedes quedarte. Además, me alegra más que estemos aquí juntos. –Gracias. –dijo Koushiro. La postura que tomo Yoko le hizo ver a Mimí que no estaba demasiado de acuerdo con aquella decisión. –Está bien, ¿verdad? –le preguntó Mimí a Yoko. –Si para ti está bien, entonces para mí también. –aceptó Yoko. –Gracias. –volvió a agradecer Koushiro. –Me preocupa más Sora que este tema. –dijo Taichi, que había estado callado hasta ahora. –Sí, es verdad. Oye, ¿realmente crees que está bien haberla dejado irse así? –le preguntó Mimí a Yoko. –Sí. Ella está bien. –dijo Yoko, aunque no se lo creía ni ella, ni ninguno de los presentes, pero, ¿qué más podía hacer ella?

***

A la mañana siguiente, Yoko, con algo de dolor de cabeza entró al baño a lavarse los dientes. Se detuvo antes de coger su cepillo. Allí seguía el cepillo de Sora. Reflexiones de Yoko. Sora. Si no nos hubiéramos visto aquel día, seguramente estaría viviendo la vida sin ti. Yoko siguió su vida con normalidad. Yendo al gimnasio. No hubiera sabido, ni sufrido nada a causa de tu amor y tus agonías. A los entrenos. Aunque no podía evitar recordarla al ver el amuleto de la suerte colgado en su moto. Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo. Hubiera sido mejor seguir pensando que estaba sola, tal y como había estado hasta ahora. Realmente es simple, porque es así como he vivido siempre.

***

Una noche más, los inquilinos de la casa pasaban el rato antes de ir a dormir jugando a las cartas. Mimí esa noche iba vestida con ropas chinas y unas trenzas. –¡¿Preparados?! –todos mostraron sus cartas. –¡Una pareja! Esa ronda la ganó Mimí. Taichi aprovechó que tenían que repartir para ir por más café. Al ir allí, vio la taza de Sora. Era la única taza que no estaba siendo utilizada. –¡Uhh, qué buena mano! Está claro que no voy a perder. –dijo Mimí con voz extraña al ver sus cartas. –Habla bien, que con ese tono parece que estés poseída. –le dijo Koushiro. Mientras, Taichi llegaba con una bandeja con todas las tazas llenas de café, excepto la de Sora. –Es mi estrategia. Así no hay manera de que puedas leer mi cara. –dijo la castaña. –Gracias. –dijeron todos al recibir su taza. –Me pregunto qué estará haciendo Sora. –dijo Koushiro. –No hemos sabido nada de ella en varios días. –dijo Mimí. –Yoko, ¿has probado a llamarla al móvil? –No. –respondió ésta. –Yo sí. –confesó Taichi. –¿Y? –preguntó Mimí. –No había línea. Su número está fuera de servicio. –dijo Taichi. Se creó un silencio abrumador. ¿Qué podría significar eso? Entonces Yoko, que ya no quería oír hablar del tema, rompió el silencio. –Mimí, te veo las cartas. Aunque supiéramos algo no podríamos hacer nada. –dijo Yoko zanjando el tema. Reflexiones de Taichi. Yoko. Me pregunto por qué, siempre he pensado en tus sentimientos como si fueran míos.

***

Al día siguiente, Taichi se acercó a la peluquería en la que trabajaba Sora. –Disculpe, ¿está Sora Takenouchi? –preguntó el castaño a la encargada de la peluquería. –Takenouchi lo ha dejado. –respondió ella. –Tomándose días libres sin permiso, yéndose a casa pronto. Para nosotros era un verdadero problema. –intervino Maki que rondaba por allí. –Largándose nos ha hecho un favor. –Entiendo. –dijo el castaño. Tras lo que le dijeron en la peluquería, no tuvo más remedio que ir a casa de Yamato. Recordaba dónde era porque ya fue con Yoko a por algunas cosas de Sora cuando apareció en la casa compartida con el ojo morado. Aquel día Sora les dejó la llave, pero esta vez se vería obligado a llamar al timbre. Tocó el timbre un par de veces, pero nadie le abría. Entonces decidió probar suerte con la manija de la puerta. Para su sorpresa, el pestillo no estaba echado. La casa estaba oscura. Desde la puerta, vio un cuerpo a contraluz que parecía que se movía por inercia. Sin duda tenía que ser Sora. Taichi entró, y vio que su amiga tendía ropa dentro de casa para que se secara con la luz que entraba por la ventana. –¿Sora? Al escuchar su nombre, Sora giró la cabeza, dejando ver un parche blanco en el ojo y dejando a Taichi con la boca abierta. Tras insistirle, Taichi logró convencer a Sora para ir a una cafetería cercana. Al entrar un grupo de tres chicas por la puerta, Sora se sobresaltó por el ruido que hicieron. –No te preocupes. Está trabajando, así que no puede venir. –dijo Taichi al haber notado que Sora se sobresaltaba hasta con la puerta de la cafetería. –Me he asegurado de venir cuando él no está. ¿Has dejado la peluquería, verdad? –pero Sora no respondió, así que decidió probar con otra pregunta. –¿Qué hay de tu móvil? –Sora lo cogió de su bolso. –Te ha obligado a cambiarlo, ¿verdad?¿Qué haces cada día? –Suelo hacer la comida, lavar, planchar, ver la tele. Cada dos horas me llama a casa. Tengo que ir a casa. –dijo Sora levantándose. –Espera. –se levantó Taichi también. –¿Qué le ha pasado a tu ojo? Siéntate. ¿Puedo? Con cuidado, Taichi destapó el parche, dejando ver su ojo izquierdo morado. Cuando lo vio, Sora volvió a ponérselo. –¿Por qué te ha hecho esto? –preguntó Taichi indignado. –Tardé dos horas en llegar con la compra para la cena. –respondió Sora cabizbaja. –No la pude hacer antes de que él llegara. Fue culpa mía. Me descuidé. –Que fueras la única en querer volver con él pensé que estaba bien, pero este tipo de vida es intolerable. –dijo Taichi indignándose cada vez más. –Tienes que alejarte lo antes posible. –No. Creo que esto es para mejor. Es la mejor manera de no molestar a nadie. –¡No es verdad! –dijo Taichi con firmeza. Entonces, el móvil de Sora comenzó a sonar. –¿Diga? –contestó Sora. –¿Dónde estás? –preguntó Yamato. –¿Por qué no estás en casa? He llamado allí y no lo has cogido. –He salido un momento a tirar la basura. –mintió Sora. –Vuelve a casa rápido. Y no tienes que hacer la cena. Compraré algo de camino a casa. –dijo el rubio. –Vale. –dijo ella.

***

Yamato había mentido. Él ya había llegado a casa porque decidió presentarse de improviso. Se había encontrado con la colada a medio tender. En tirar la basura no se tarda tanto. Así que, dándose cuenta de que Sora le había mentido, salió de casa para buscarla.

***

–Sora, tienes que huir ahora. –intentó convencerla Taichi una vez que hubo colgado. –Esto ya ha durado demasiado. Nunca cambiará. Lo sabes, ¿no? –Pero… –intentó decir Sora, cabizbaja todo el tiempo. –Si no estás allí, aunque le duela, es su culpa. Tratándote así él es el único culpable. Nada es culpa tuya. –dijo Taichi. Sora lo miró. –Volvamos a la casa compartida. Todos estamos preocupados. Yoko también te espera. A Sora se le saltaron las lágrimas por primera vez desde que empezaron a hablar. Pero por fin, pareció que Taichi consiguió convencerla. Fue como si el nombre de su mejor amiga hubiera sido la palabra mágica que Sora necesitaba escuchar. Una vez que Taichi pagó sus consumiciones, salieron a la calle y esperaron a que el semáforo del paso de peatones se pusiera en verde. En cuanto se puso, Taichi, acompañando a Sora comenzaron a cruzar. Entonces, en otro paso de peatones cercano, el castaño divisó a Yamato. Al verlo, agarró a Sora del brazo, obligándola así a correr. –¡¿Qué pasa?! –preguntó Sora. –¡Sólo corre! –dijo Taichi apurado. Lo que Taichi no sabía era que con esa acción consiguió llamar la atención de Yamato. Corrieron sin que el castaño soltara a Sora. Por suerte, encontraron un taxi, al que se subieron con premura. –¡Rápido!¡Arranque! –gritó Taichi. –¡Sora, Sora! –gritaba Yamato dándole golpes a la ventana del taxi. Fue realmente rápido en llegar. Yamato intentó abrir la puerta, pero por suerte, el taxista había puesto el seguro cuando escuchó los golpes. –¡Venga, rápido, conduzca! –gritó Taichi. El taxi se puso en marcha. Yamato corría a su lado hasta que empezaron a dejarlo atrás. Sora miró por la ventana trasera, viendo como su novio corría hacia el taxi. Pero era inútil. Yamato dejó de correr cuando vio que era imposible alcanzar el vehículo. En una curva, Yamato dejó de verlo. Taichi le dio al taxista la dirección del bar en el que trabajaba. Al entrar, encendió una luz. –Hoy cerramos así que, quédate aquí por ahora. –le dijo Taichi. Fueron allí porque Yamato no conocía el local y pensó que allí estaría más segura. –Hay una manta. Si es por una noche creo que puedes quedarte. –Gracias. –dijo Sora, mientras Taichi entró en la barra para servirle un poco de agua a Sora. –Es peligroso volver inmediatamente a la casa compartida. –dijo Taichi, poniéndole el vaso en la barra. –Estarás bien. Hay una manera segura de protegerte. Mañana iremos al hospital. Si conseguimos un parte de lesiones de un médico y tenemos pruebas de que te ha estado maltratando habrá un motivo legal para mantenerlo alejado de ti. –Taichi. –¿Sí? –No se lo digas a Yoko. –le pidió Sora. –No quiero preocuparla. –Está bien. –a Taichi le impresionó que con lo que estaba viviendo Sora, lo que más le preocupara en esos momentos fuera Yoko.

***

Yoko acudió a otra sesión con el psicólogo de la clínica mental. La primera sesión le vino bien para expresar cómo se sentía, aunque fuera con un completo desconocido. Precisamente, quizá fuera por eso el que le resultara tan fácil expresarse la primera vez. A ella lo que más le importaba eran sus seres más allegados. –¿Qué te dice tu familia sobre esto? –le preguntó el psicólogo. –Mi padre espera que por ser mujer me case y encuentre la felicidad. –respondió Yoko. –Puedo verlo aunque no me lo haya dicho. Si le contara la verdad le haría daño. Estoy segura. –Pero, dentro de ti, estás guardando mucho sufrimiento, ¿o me equivoco? Si hubiera al menos una persona con la que pudieras abrirte. No tiene que ser necesariamente un familiar. Un amigo cercano también estaría bien. Alguien que conociera la verdad, y aún así te aceptara sin sorprenderse. Te quitarías un peso de encima.

***

Taichi estaba tomando un té en la mesa baja mientras leía unas cosas, cuando sonó el teléfono. –¿Diga? –pero al otro lado del teléfono nadie decía nada. –¿Hola?¿Quién es? –Mamá. –Taichi escuchó cómo la voz de un niño pequeño llamaba a su madre. Gracias a eso, Taichi reconoció a la persona que estaba al otro lado del teléfono. –Hermana. –dijo Taichi. Entonces, el castaño colgó sin darle la menor oportunidad de hablar. Eso no impidió que siguiera nervioso por la llamada. –Hola. –saludó Yoko, que acaba de entrar. Taichi aún seguía nervioso pero intentó disimularlo como pudo. –Voy a hacer café. –dijo como excusa para poder desaparecer y que la piloto no notara su estado de nerviosismo. –Taichi. –dijo Yoko siguiéndolo hasta la cocina. –¿Sí? –preguntó él girándose hacia ella. Él comenzó a temerse que había notado su agobio. –No me apetece, gracias. Tras decir eso, Yoko se marchó a su habitación, dejando a un todavía nervioso Taichi.

***

A pesar de haber pasado la noche en el bar en el que trabajaba su amigo, Sora no pudo conciliar el sueño en toda la noche. A la mañana siguiente, Taichi le llevó algo de ropa que seguía teniendo en la casa compartida y se marcharon al hospital, donde un médico la revisó. Decidieron que al menos debería quedarse una noche más refugiada en el bar, ya que Yamato sabía dónde vivían todos. Cuando Taichi volvió a casa, mientras aparcaba la bicicleta, se alegró de la decisión, puesto que Yamato se dejó caer por allí. –¿Dónde está Sora? –le preguntó Yamato seriamente. Taichi echó una mirada a la casa. –No está aquí. –respondió el castaño. –¿Dónde la has escondido? –preguntó Yamato mientras se acercaba amenazadoramente hacia Taichi. De alguna manera, el rubio intuyó que su interlocutor le estaba diciendo la verdad. No serían tan idiotas de haberla escondido en esa casa sabiendo él la dirección. Taichi, sin amedrentarse, también se acercó a él para estar cara a cara. –Has utilizado la violencia con ella, has estado vigilando sus movimientos y la has encerrado en casa. Todo eso es ilegal. –le reprochó Taichi. –Si vuelves a acercarte o la obligas a algo llamaré a la policía. También llamaré a tu trabajo. Me quejaré. Nunca te diré dónde está. Vete, por favor. Sin replicar nada, Yamato se marchó de allí. Lo que el castaño no sabía es que mientras se marchaba, se prometió a sí mismo que los amigos de su novia lo lamentarían.

***

Taichi se fue a trabajar al bar. Todavía estaba cerrado y Sora estaba allí comprobando el estado de su ojo. Lo llevaba mucho mejor, por lo que decidió quitarse el parche. –Taichi. –dijo Sora levantándose de donde estaba y dirigiéndose a la barra, donde él sacaba algunas cosas de una caja. –Dime. –Te ayudaré. –le dijo Sora, cansada de estar allí sin hacer nada. Ya que la estaba protegiendo, quería ayudar siendo útil en algo. –Parece que has recuperado un poco tus fuerzas. –comentó Taichi. Cuando la liberó del encierro, Sora había estado muy apagada, lo cual era bastante normal con todo lo que había estado pasando en la casa de su carcelero. –El golpe ya no se nota tanto, tampoco. Creo que ya podemos volver a casa. –¿Estás seguro? –preguntó Sora. Tenía sus dudas de que la dejaran volver después de cómo se fue tras la celebración de la victoria de Yoko. No obstante, después de haberse encarado con Yamato, no creía que fuera a aparecerse por allí. –Estoy seguro de que todo el mundo se alegrará. –le dijo Taichi para reconfortarla. Después de trabajar, Taichi y Sora fueron a la casa. Allí encontraron a Koushiro haciendo un crucigrama en el periódico, a Yoko recostada en uno de los sofás leyendo una revista y a Mimí viendo la tele. Los tres con sus respectivas tazas. –Ya estoy en casa. –dijo Taichi. –Hola. –saludaron los tres sin mirar a Taichi. –Chicos, me gustaría que mirarais aquí un momento… –dijo Taichi. Una vez que captó la atención de todos, prosiguió –para dar la bienvenida a alguien más. Entonces, Sora hizo aparición. –¡Sora! –exclamó Mimí sonriendo. –¡Has vuelto! –exclamó Koushiro. Yoko, por su parte, no dijo nada. –Fui al salón de belleza y me dijeron que ya no trabajaba allí. Luego, cuando fui a verla al apartamento de Ishida, vi que estaba vigilada las veinticuatro horas del día y no la dejaba ni salir. Fue realmente horrible. No podía ver eso. Fui un poco pesado, pero al final he conseguido traerla aquí. –explicó Taichi. –No eres del todo pesado. –dijo Mimí. –Es natural. Bien hecho, Taichi. –Sí, pero…¿no será peligroso que esté aquí? –preguntó Koushiro levantándose. –Él conoce este sitio. Puede que venga como hizo la otra vez y se la lleve. –Si eso pasa, todos tendremos que proteger a Sora. –dijo Taichi. Sora no dejaba de mirar a Yoko, que no había abierto la boca y no se mostraba demasiado cómoda con la situación. –¡Taichi tiene razón! –secundó Mimí. –Si Sora está sola puede sentirse indefensa. Si viene lo repeleremos todos juntos. –¡Sí, lo conseguiremos de algún modo! –dijo Koushiro contagiado por el entusiasmo de Mimí. –Yoko. –dijo Sora, que le dolía que intentara evitarle la mirada. –Yoko, ¿te parece bien, verdad? –preguntó Taichi al ver la reacción de la deportista. –Sí, está bien. –dijo Yoko. –Gracias. –dijo Sora con cierto alivio. –Chicos, gracias por cuidarme una vez más. –¡Para ya!¡No hay necesidad de formalidades! –dijo Mimí. –¡Es verdad! –dijo Koushiro. –Hemos esperado tanto que estés bien que lo celebraremos descorchando una botella de vino. –¡Buena idea!¡Vamos a abrir la botella que compramos el otro día! –sugirió Mimí. –¡Venga, sí. A celebrar! –dijo Taichi mientras Koushiro y Mimí iban en busca de la botella. –Siéntate, Sora. Yoko le hizo un hueco y Sora se sentó junto a ella, pero Yoko parecía incómoda. –Me voy a dormir. –dijo Yoko levantándose. –¿Qué? –preguntó Mimí apareciendo de nuevo. –Mañana tengo que levantarme pronto. Buenas noches. De repente, a todos se les quitaron las ganas de celebrar nada. Sentían que algo se había roto entre Yoko y Sora. Cuando Yoko entró en su habitación, suspiró para descargar la tensión que estaba acumulando.

***

–Buenos días. –dijo Yoko entrando a la cocina a la mañana siguiente. Allí ya estaban los demás. –Buenos días. –dijeron los demás. –¿Tienes que ir hoy a trabajar? –le preguntó Sora. –Tengo que ir a entrenar al gimnasio. –respondió Yoko. –Paso del desayuno. –¿Qué?¿Ni siquiera vas a tomarte un café? –preguntó Taichi viéndola desaparecer. –¡No! –dijo Yoko. Era como si no soportara estar en el mismo lugar que Sora. –Yo también me voy. Gracias por el desayuno. –dijo Mimí levantándose rápido para salir con Yoko. Cuando Yoko estaba cogiendo su bicicleta, Mimí salió por la puerta. –¡Yoko, espera! Hablemos mientras vamos a la estación de metro. ¿Vale? Venga, acompáñame hasta la estación. –Está bien. –accedió Yoko bajándose de la bicicleta. –¿Por qué estás enfadada? –le preguntó Mimí nada más empezar a caminar. –No estoy enfadada. –dijo Yoko. –¿Estás enfadada por la indecisión de Sora? –preguntó la azafata. –Primero rompe y luego vuelve con ese tío. –Ya te he dicho que no estoy enfadada. –Entiendo cómo te sientes. Con las personas no vale lo de “blanco o negro”. Incluso los tíos inútiles tienen cosas buenas. –reflexionó Mimí. –Mimí, ¿has dejado que Koushiro duerma otra vez en tu cuarto? –preguntó Yoko, intuyendo que lo de “inútil” fuera por él. –Bueno, a veces. –admitió ella. –En serio, no entiendo esa indulgencia tuya. No sabes cuándo se largará de nuevo, pero le perdonas fácilmente. La única que va a acabar herida eres tú, ¿o no?¿No te da miedo? –No soy tan débil. Y de todas formas, no espero mucho más de Koushiro. –Entiendo. –¡Oye, ahora que lo pienso!¡Por eso no puedes perdonar a Sora! –dijo Mimí. –Es tu amiga y la quieres, ¿verdad? Yoko se limitó a fruncir el ceño, sin saber si la castaña hablaba en serio o en broma.

***

Yamato estaba en el parque observando cómo evolucionaba el caso de Takeru Takaishi. Mientras el niño jugaba en el arenero, aprovechó para llamar a Sora, pero la pelirroja no contestó al teléfono. Tras colgar, fue a sentarse en uno de los bancos del parque y cogió un bocadillo que había comprado de camino a ese barrio. Entonces sintió la presencia de alguien. Al alzar la mirada, se encontró con Takeru Takaishi mirándolo. –¿Tu madre ha salido otra vez? –preguntó Yamato. El niño solo asintió con la cabeza. –¿Quieres un trozo? El niño asintió y se sentó junto a Yamato mientras éste desenvolvía el bocadillo. De fondo, se escuchaba el ruido del paso a nivel que había cerca de allí. Sonriéndole, Yamato le dio un trozo de su almuerzo. –¿Está bueno? –preguntó Yamato sonriéndole. El niño asintió sonriéndole con la boca llena.

***

A Yoko le sonó el teléfono en mitad de su rutina del gimnasio. –¿Diga? –Ahora mismo estoy junto a la zona arbolada del parque y se me ha roto la bici. –le dijo Taichi sentado en la bicicleta y apoyado en una baranda. –¿Podrías venir a ayudarme a arreglarla, por favor? –¿Por qué? Está muy lejos. –dijo Yoko. –No puedo llevarla a cuestas hasta el taller. Está muy lejos. –dijo Taichi. –Si vienes te daré un premio. –¡Qué fastidio! –dijo Yoko, aunque en realidad le hacía gracia la situación. Después de ducharse, Yoko acudió al parque con una caja de herramientas. –¡Yoko, estoy aquí! –dijo Taichi haciéndose ver levantando la mano. Cuando fue hacia donde le indicaba Taichi, también vio que allí estaba Sora, un tándem amarillo con una cesta de picnic y la bicicleta de Taichi. –¿Qué es esto? –preguntó Yoko. –Creo que chirria por aquí. –dijo Taichi sin contestar y señalando la zona del sillín trasero. –Creo que necesita aceite. –Siento que hayas tenido que venir hasta aquí. –dijo Sora mientras Yoko sacaba la botella del aceite de engrasar de la caja de herramientas. –¿Qué hacéis vosotros dos aquí? –preguntó Yoko. –¿Y qué hacéis con este tándem? –Lo hemos alquilado para ir de paseo con el buen tiempo que hace. –dijo Taichi mientras Yoko comprobaba que las ruedas giraran bien. Tras hacerlo, guardó el aceite en la caja de herramientas. –Ah, y esta rueda creo que también está un poco floja. ¿Podrías echarle un ojo? Yoko se montó en la parte delantera para comprobarlo desde ahí, ya que con peso se podía comprobar mejor si a la rueda le faltaba aire o no. Mientras tanto, Sora, con la señal que le hizo Taichi para que se diera prisa se subió en la parte de atrás. –Pues yo la noto normal. –dijo Yoko. –Oh, es verdad. –dijo Taichi que comenzó a empujar el tándem desde abajo del sillín trasero. –¡Vamos Sora, pedalea! –¡Espera!¡¿Qué estás haciendo?! –gritó Yoko, pero ya era demasiado tarde. Taichi empujando y Sora pedaleando habían puesto en marcha el tándem, por lo que a Yoko no le quedó otra que pedalear también. Fue entonces que se dio cuenta de que todo era una encerrona planeada por Taichi para que se desenfadara con Sora. Taichi también cogió su bicicleta y se puso a la misma altura que ellas. –¡La corredora Yoko ha sido alcanzada! –dijo Taichi adelantándolas. –¡Y cada vez hay más distancia! –¡¿Qué?!¡¿Será imbécil?!¡Ni lo sueñes!¡No voy a perder contra alguien como tú! –dijo Yoko, que era demasiado competitiva como para dejarse ganar por alguien a quien consideraba tan lento. Así que empezó a darle mucho más rápido a los pedales. Sora no podía evitar reír con esos dos. –¡Voy a alcanzarte y te adelantaré! Tras realizar esa carrera que en realidad no tenía ni meta ni ganador, llegaron a un banco cubierto con un techado, donde se sentaron los tres a descansar mientras disfrutaban del parque. –¿Esto era el premio?¿Un sándwich? –preguntó Yoko mientras masticaba. –Sí, ¿a que está bueno? –preguntó Taichi. –Es lo mejor del mundo. –Yo lo encuentro delicioso. –dijo Sora. Era como si la comida, aunque no fuera gran cosa, la disfrutara más en presencia de Taichi y Yoko. –Echaba esto de menos. Muchas veces nos escapábamos las dos de clase y nos íbamos a almorzar a un parque. –Sí, es verdad. –dijo Yoko rememorando aquellos días. –Odiaba las clases, el uniforme, …todo. –Siempre has preferido los pantalones, ¿a que sí? –dijo Sora. –Sí, pero me obligaban a llevar falda. –dijo Yoko. –Yoko, lo siento. –se disculpó Sora. –¿Por qué? –preguntó Yoko. –Porque te enfadas cuando me ves. Tiemblas y estás desconcertada. –respondió Sora. –Eso no es verdad. –dijo Yoko. Las dos chicas se sonrieron. Tras el pequeño picnic que se montaron, volvieron dando un paseo arrastrando las bicis mientras hablaban de cosas triviales, hasta que Yoko se decidió a preguntar. Reflexiones de Yoko: Sora. ¿Sabías la razón por la que evito mirarte? Quiero observarte toda la vida. La razón por la que no puedo ser amable contigo es esa. Tengo miedo de perderte. Me gustaría que esta tranquilidad durara para siempre. –Sé honesta, ¿cómo está la situación?¿Has roto con él? A Sora le cambió el semblante. Tanto, que detuvo su andar, haciendo que sus amigos también se detuvieran y se quedaran mirándola. –Cuando estaba con Yamato, sentía como si me fuera perdiendo a mí misma poco a poco. Siempre he dado prioridad a sus sentimientos sobre los míos. Haciendo eso, sólo he conseguido hacer cosas poco inteligentes y que no me gustan. Me he acostumbrado y hasta lo considero normal. Pero…, hay algo que nunca he consentido, incluso al final. –¿El qué? –preguntó Taichi. –Que hablara mal de Yoko. –respondió Sora. –¿En serio? ¿Y qué decía? –preguntó Yoko. –Que no eres una mujer. –respondió Sora. Taichi notó que esa respuesta incomodó a Yoko. Se hizo un silencio incómodo que Taichi decidió romper riendo, solo para que la piloto se relajara. –Bueno, como si fuera mentira. –dijo Taichi bromeando y riendo mientras empujaba la bici. –¡Oye!¡¿De qué lado estás tú?! –preguntó Yoko. –¡Nos vemos! –dijo Taichi montándose en la bicicleta y adelantándose. –¡Eh, espera un momento! –le pidió Yoko mientras Taichi se reía.

***

Yamato estaba en la puerta de la casa de los padres de Yoko mirándola fijamente. Gracias al trabajo que tenía, podía acceder fácilmente a cierta información. Cuando comenzaba a irse, el hermano de Yoko, andando despistado con un videojuego se topó con él, pero quizás el choque no fuera tan fortuito. –¿Estás bien? –preguntó Yamato. El niño no respondió. Sin más, entró en casa sin quitar la vista de su videojuego.

***

Al día siguiente, la madre de Yoko abrió la puerta al escuchar el timbre. –¡Vaya, bienvenida! –dijo la madre de Yoko. –Toma, por el día de la madre. –dijo Yoko entregándole una rosa. –Gracias, es preciosa. –dijo su madre. Tras recibir el regalo, invitó a pasar a su hija. Mientras ella ponía la rosa en agua, Yoko hablaba con su hermano. –Oye hermanito, ¿no sales a jugar con tus amigos? –Justo hoy no me apetece salir. Voy a quedarme en casa a jugar a la videoconsola. –respondió él. –Oh, estás aquí. –dijo el padre de Yoko haciendo aparición. –Bien, ponte cómoda. –Cariño. –dijo la mujer siguiendo a su marido. –¿Sí? –¿Tienes un momento? –preguntó ella. Los dos se fueron a hablar en privado. –¿Qué les pasa? –le preguntó Yoko a su hermano, que había percibido un comportamiento raro por parte de sus padres. –Encontramos un papel rarísimo en el buzón. –explicó el niño. –¿Un papel? –preguntó Yoko extrañada. –Han tratado de escondérmelo, pero lo he visto, porque uno de los papeles se quedó en el fondo del buzón. ¿Quieres verlo? –Sí. –respondió Yoko. El niño se sacó el papel doblado del bolsillo y se lo entregó a su hermana. Tu hija Yoko tiene un corazón de hombre encerrado en un cuerpo de mujer. Es un monstruo. Mira a las mujeres que tiene cerca con ojos de hombre y tiene pensamientos lascivos. Si piensas que es mentira, pregúntale. Al leerlo, a Yoko le cambió el semblante. –Hay gente rara en el mundo, ¿verdad? –dijo el niño. –Ya me imaginaba que despertarías envidias cuando te clasificaste para el campeonato. –Sí. –dijo Yoko. Sin saberlo, su hermano le acababa de proporcionar un argumento perfecto cuando sus padres le pidieran explicaciones. Mientras tanto, los padres de Yoko discutían en privado. –Pregúntale. –le pidió la mujer. Pero en seguida fueron interrumpidos por su propia hija. –Papá. –¿Sí? –¿Tenéis un momento? –preguntó Yoko. Sus padres volvieron al salón. –Sé que os ha llegado un papel extraño. Él me lo ha enseñado. –¡Pero…! –el niño se escapó para no ser reprendido. –Yoko, ¿te han estado enviando cosas así? –preguntó su madre con preocupación. –Sí. –mintió Yoko. –Seguro que es porque soy una mujer y no aceptan que me haya clasificado para el campeonato haciendo tan buenos tiempos. Seguro que es alguien que se ha picado. Los celos de mis compañeros son terribles. –Así que es eso. –dijo su padre. –¿Os lo habíais tomado en serio porque soy una marimacho? –preguntó Yoko. –¡Claro que no! –dijo su padre. –Te lo digo siempre. –dijo su madre poniéndose a recoger las tazas de té que habían estado tomando antes. –Siempre estás comportándote como un chico y esas cosas también despiertan la ira de la gente. –Vale, entendido. –dijo Yoko cogiendo el papel y tirándolo a la basura. Su padre, mientras tanto, se sentó en el sofá a mirar el periódico. Yoko miró a su padre porque vio la decepción en ellos. Estaba claro que su familia todavía no estaba preparada para la verdad. Un rato después, Yoko llegó a casa. –Hola. –saludó Sora, que tomaba café en la mesa baja del salón. –Hola. –saludó Yoko. –Voy a hacer café. –dijo Sora levantándose para servirle a Yoko. –¿Te apetece ver una película conmigo? –Lo siento, pero hoy estoy muy cansada. –rechazó Yoko. Lo cierto es que más que un cansancio físico lo que sentía era un cansancio mental, debido a lo que había pasado en su casa y consideraba que no sería una buena compañía esa noche. –Entiendo. –dijo Sora. –Buenas noches. –se despidió Yoko. –Hola. –saludó Taichi llegando a casa. Allí solo vio a Sora, que parecía triste. –Sora, ¿ocurre algo? –Lo siento. –dijo Sora secándose alguna lágrima y levantándose. –Voy a hacer té, ¿o prefieres café? Taichi, que vio que la pelirroja no estaba bien la siguió a la cocina. –¿Qué ha pasado? –No lo sé. –respondió Sora de espaldas. –No he hecho nada. Pero, por alguna razón, me siento sola. Creo que sería mejor que no estuviera aquí. –dijo Sora tras girarse para mirar a Taichi. –¿Por qué? –Me parece que Yoko no me ha perdonado. –dijo Sora. Yoko salió de su cuarto hacia la cocina, pero se detuvo al escuchar a Taichi y Sora hablar. –Eso no es verdad. –dijo Taichi. Tanto él como Sora ignoraban que Yoko estaba escuchando la conversación. –Si te vas, Yoko se pondrá triste. Extremadamente triste. –Taichi, tú entiendes a Yoko muy bien. En cambio yo, hay veces que no la entiendo. A veces siento como una barrera. –¿Una barrera? –Somos amigas desde hace mucho tiempo, y me valora. Pero…, en alguna parte de su corazón hay una barrera que no puedo romper. Lo siento, buenas noches. –dijo Sora que salió por una puerta que conducía directamente a las habitaciones. Cuando Taichi se giró para volver al salón, se encontró con Yoko. Por su expresión supo que la motorista había escuchado buena parte de la conversación. Aún así, decidió preguntar para cerciorarse. –¿Has escuchado? –Me voy a dar una vuelta. –se limitó a contestar Yoko antes de salir de la casa. Con aquella reacción, Taichi confirmó sus sospechas. Yoko se fue directamente al parque que había cerca de la casa a sentarse en los columpios. Taichi, preocupado, la siguió y se sentó en el columpio de al lado. Tras unos segundos, Taichi comenzó a columpiarse mientras sonreía a Yoko, lo que hizo que ella sonriera pensando que el castaño no tenía remedio. –Taichi. –dijo Yoko. El tono en el que lo dijo hizo que Taichi decidiera parar de columpiarse para escuchar de forma más activa. –Lo que te ha dicho Sora es verdad. He creado una barrera en mi corazón y no quiero que la gente entre. Y el motivo es que…, si mi verdadero yo saliera a la superficie, haría que me aborrecieran. Y me da miedo. Hasta ahora, tengo algo que he escondido a todo el mundo. Tengo un secreto que no puedo contarle a nadie. Pero…, me gustaría que lo escucharas. ¿Puedes escucharlo? –Lo siento. –se disculpó Taichi. –Antes de que digas nada, hay algo que quiero decirte. ¿Puedo? –¿Qué es? –preguntó Yoko. Taichi se levantó y se puso frente a Yoko. –Cuando te veo, pienso que te pareces a mí. –dijo Taichi. Entonces, se agachó para ponerse a la misma altura a la que estaba sentada Yoko. –A mí me pasó algo cuando era pequeño y…, he vivido sufriéndolo desde entonces sin decírselo a nadie. Pero lo que quiero decirte ahora no es eso. Es algo mucho más importante. Yoko…, yo…, te quiero. Continuará…
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