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El fin de semana llegó y en la casa compartida el grupo estaba preparando un bolso en el que llevarían comida al parque de atracciones. –No podemos dejarnos el okaki. –dijo Koushiro. –¿De verdad necesitamos esto? –preguntó Mimí cogiendo pulpo seco envasado al vacío. –También los plátanos. –dijo Koushiro sin responder a Mimí. Mientras, Taichi y Sora estaban en la cocina esperando. –¡Siento haberos hecho esperar! –dijo Yoko entrando. –¡Yoko! –se levantó Sora alegremente, seguida por Taichi. Entonces entró Gennai. –¡¿Qué?! Es tu entrenador, ¿verdad? –preguntó Mimí. –Vamos a salir juntos. –dijo él. Taichi se quedó paralizado. –Entonces la persona que me dijiste que te gustaba era…, –empezó a decir Sora. –Eh, sí. –dijo Yoko sin corregirla en su error. Prefería que Sora y los demás pensaran eso antes de que supieran la verdad. –Nunca imaginé que empezarías a salir con alguien así. –dijo Mimí como si Gennai no estuviera delante. –¡Esto sí que no me lo esperaba! –¡¿Por qué te sorprende tanto?! –preguntó Yoko. –¡Bueno! Está bien tener un compañero con los mismos gustos deportivos. –dijo Mimí, que se convenció de que no era tan mala idea. Mientras, nadie se daba cuenta de que Taichi era el único al que no le hacía tanta gracia esa situación. –¡Sí, es como si lleváramos a un adulto responsable! –mencionó Koushiro por su condición de entrenador. Y también era evidente que era el mayor de todos. –Es verdad. –se sumó Sora. –¡Bueno, ya basta! No habléis más de esto. –dijo Yoko. –Venga, vámonos. –¡Espera, aún no hemos decidido que dulces llevar! –dijo Koushiro. –¿No caben todos? –preguntó Yoko. Después de haber decidido qué llevar, los seis llegaron al parque de atracciones. Hacía un día perfecto para disfrutar de esa salida. –El siguiente es la atracción 22. –dijo Yoko a su entrenador mientras miraban un plano de mano del parque. –Quiero verlo todo. –dijo Koushiro a Mimí, también con un mapa en la mano. –¿Te gustan las montañas rusas y esas cosas? –le preguntó Taichi a Sora. Ella llevaba otro plano. –¡Wow, cuánta gente! –exclamó Koushiro, dejando a pregunta de Taichi sin responder. –¡Venga, rápido Mimí, vamos a hacer la cola! Koushiro empezó a aligerar el paso, seguido de Mimí, Gennai y Yoko. Taichi se quedó un poco rezagado porque no se encontraba con el mismo ánimo que los demás. Entonces vio algo que lo dejó paralizado. Entre la multitud reconoció a su hermana Hikari. Estaba agachada con su hijo saludando a una de las mascotas del parque de atracciones. Tras saludar a la mascota, Hikari cogió en brazos a su hijo bajo la mirada sonriente de su marido. Entonces, ella giró la cabeza y vio a Taichi. Sora se paró al ver que Taichi no avanzaba. Entonces lo vio un tanto agobiado. Vio cómo el castaño se dio la vuelta y se marchaba cabizbajo. Al verlo irse parecía un niño pequeño e indefenso. No entendía qué pasaba. Taichi se alejó de esa zona tan concurrida hasta llegar a una arboleda cerca de un embarcadero. Allí, se apoyó en el tronco de un árbol. Lo que vivió en el pasado empezó a arremolinarse en su cabeza. –¿Estás bien? –preguntó Sora, que lo había seguido preocupada. –Sí. –dijo Taichi un poco pálido. –No sé qué me ha pasado. Debe de ser mi anemia. –mintió Taichi. Sabía perfectamente que se puso así por ver a su hermana, pero no le contaría eso a su amiga. Bastantes preocupaciones tenía ya como para incordiarle con sus problemas. Además, no era algo para lo que se sintiera preparado. –Hay un banco allí. Deberías descansar un poco. –dijo Sora cogiéndole del brazo, pero él no se movió. –Estoy bien, en serio. –intentó tranquilizarla él. Cerca de la noria, Mimí se percató de que Taichi y Sora no estaban por allí. –Taichi no está aquí. –dijo la castaña deteniéndose. –Y Sora tampoco. –Es verdad. –dijo Koushiro. –¿Qué hacemos? –preguntó Mimí. –¿Por qué no los dejamos solos? Ya son mayorcitos. Quizás podría salir bien. –propuso Yoko dejando implícito que podrían emparejarse. –¡¿Qué?! ¡¿Esos dos?! –preguntó Koushiro. –¡Quiero subir allí! –dijo Yoko señalando a una atracción, zanjando así el tema. –Subamos juntos. –¡Sí, vamos! –dijeron los demás con ilusión. Tras hacer la cola, Gennai y Yoko subieron a la montaña rusa, pero la atracción se llenó, dejando esperando a Koushiro y a Mimí. –Desde niño que no subía a una montaña rusa. –dijo Koushiro. –Me siento como si fuera la primera vez. Esto hay que celebrarlo. Sacó su teléfono para sacarse un selfie con Mimí con la montaña rusa de fondo. –No te emociones tanto. –le dijo Mimí sin molestarse en salir bien en la foto. –Además, con las fotos dejarías pruebas de adulterio. –¿Qué?¿Adulterio? –preguntó Koushiro, al que le cambió la cara. –No lo había pensado. –Creo que las fotos podrían perjudicarte en caso de divorcio o reconciliación. –opinó Mimí. –¡¿Tú crees?! –preguntó Koushiro empezando a buscar las fotos para borrarlas mientras Mimí sonreía con los brazos cruzados. Después de bajar de la montaña rusa, Yoko y Gennai decidieron esperar a Mimí y a Koushiro bebiendo algo en uno de los puestos de comida del parque. –Aquí tienes. –dijo Gennai llevándole a Yoko un refresco. –Gracias. –No importa. Hoy soy tu novio, ¿no? –dijo Gennai. –Gennai, siento haber fingido que estamos saliendo. –se disculpó Yoko. –Bueno, está bien verte en lugares así de vez en cuando. –dijo Gennai sin darle importancia al hecho de que aparentara estar saliendo con él. –Como una cita.***
Sora y Taichi volvieron a casa sin los demás. Sora preparaba café mientras que Taichi había subido a su cuarto. –¿Estás bien? –preguntó Sora preocupada cuando su amigo bajó y entró en la cocina. –Sí, mucho mejor. –dijo él. –Se están retrasando, ¿no? –comentó Sora refiriéndose al resto del grupo. –Seguramente cenarán en algún sitio antes de volver. Taichi cogió su taza, miró la cafetera pero aún no estaba listo. Entonces se sentó junto a Sora a que el café se terminara de hacer. –Lo siento. –se disculpó Taichi. –Aún sabiendo que no habíamos salido nunca todos juntos, lo he estropeado. –Está bien, en serio. No te preocupes. Nadie tiene la culpa de encontrarse mal. –dijo Sora. –Además, no me gusta eso de ir arriba y abajo sin parar. Taichi, si hay algo que te preocupa o que te haga daño, dímelo ¿vale? –Sora. –le sonrió Taichi. –Me ayudaste a salir adelante. Todos me habéis ayudado y gracias a ti, estoy aquí. Por eso, si algo te preocupa, me gustaría ayudarte a ti también. –dijo Sora, que se sentía en deuda con él y que no se había creído demasiado lo de la anemia. Pero tampoco quería forzarle. –Cuando estés solo, me gustaría hacerte compañía. –Gracias. –dijo Taichi mostrándole una sonrisa de agradecimiento. –Pero hoy simplemente estaba cansado porque he estado muy liado con el trabajo últimamente. –Entiendo. –dijo Sora. El chup-chup de la cafetera empezó a hacerlo con más intensidad, avisándoles de que el café estaba listo. –El café está listo. –Ya lo saco yo. –dijo Taichi ofreciéndose. –No, déjalo, ya lo hago yo. –dijo Sora levantándose. –¡Ya estamos en casa! –gritó Mimí desde la entrada y entrando al salón. –Qué cansada estoy. –Chicos, siento haber vuelto a casa sin avisaros. –dijo Taichi quedándose entre la cocina y el salón. –No importa. –dijo Yoko. –Sí, lo más importante es…¡que tengo hambre! –exclamó Koushiro tocándose en el estómago. –¿Qué?¿Aún no habéis cenado? –preguntó Sora. –No cenaríamos sin ti. –dijo Yoko. –Toma, un regalo. –dijo Mimí dejando una bolsa enorme en la mesa baja. –Sora, ábrelo. –le dijo Yoko ante su sorpresa. –Venga, vamos. –dijo Koushiro animándola al ver que no se movía por lo poco esperado que era aquel regalo. Sora se arrodilló en la mesa baja y sacó una caja de la bolsa. Cuando la abrió, vio una tarta con un mensaje que ponía: Bienvenida a casa, Sora. –Bienvenida, Sora. –dijo Yoko sonriéndole. –Yoko propuso que te hiciéramos una fiesta de bienvenida. –dijo Mimí. –Sí, pasó todo tan rápido que no hicimos ninguna. –explicó Yoko. –Así que quería hacerte una fiesta decente. –Esto está bastante mejor. –dijo Koushiro al ver la sonrisa de Sora. Taichi también sonrió. –Bienvenida a casa, Sora. –dijo Mimí. –Gracias. –dijo Sora emocionada. Le hizo tanta ilusión que casi no le salían las palabras. –¿Sabéis? Siempre he tenido miedo de estar sola. Siempre he deseado ver gente a mi alrededor que me dijera que se alegra de que yo estuviera ahí. –¿De qué estás hablando? –preguntó Yoko. –¡Sí! Ahora no te disgustes con nosotros y nos abandones. –dijo Mimí en tono de broma. –Voy a traer el café. –dijo Taichi yendo a la cocina para servir el café en las tazas. –¡Ya estoy aquí! –dijo Gennai apareciendo en el salón con varias bolsas. –Seis raciones de macarrones deluxe al estilo occidental. –Gracias. –dijo Sora mientras Koushiro aplaudía. –Ahora me utilizas como chico de los recados. Y eso que soy tu superior. –le dijo Gennai a Yoko. –Aprecio el detalle. –dijo Yoko sonriéndole. –Te traeré café. –¡Qué buena pinta tiene esto! –dijo Mimí mientras Yoko se dirigía a la cocina. Cuando se dio cuenta de que Yoko iba a la cocina, Taichi fingió estar esperando al café. Yoko cogió la taza de Taichi y le echó café. –Te la cojo prestada. –dijo Yoko para servirle a Gennai. Después de cenar, Taichi prefirió irse a su cuarto pronto. Se puso unos cascos para evitar escuchar el alboroto que tenían los demás abajo. Estaba viviendo demasiadas emociones en muy poco tiempo. La conversación que tuvo con Yoko y el hecho de haber visto a su hermana en el parque de atracciones lo removió por dentro, dejándolo bastante afectado. Cuando la fiesta terminó, Gennai se marchó a su casa. Yoko, que no tenía demasiado sueño, se puso a buscar información en internet sobre alguna operación que la pudiera ayudar. Entonces, alguien tocó a la puerta. –Yoko, ¿tienes un momento? –preguntó Sora. Yoko cerró la tapa del ordenador portátil y se levantó. –Sí. –respondió Yoko. –¿Qué pasa? Sora entró y se puso frente a Yoko, que se sentó en la cama. –Voy a hablar con Yamato. –dijo Sora. –Quiero romper definitivamente con él. Necesito decírselo claramente. Creo que ya estoy preparada para hacerlo. –Pero, no has pensado ni cómo ni dónde vas a decírselo, ¿verdad? –intuyó Yoko contenta de la decisión que había tomado su amiga. –No es eso. –¿No sería mejor que Mimí o yo habláramos con él por teléfono? –propuso Yoko con temor de que le pasara algo. –Puedo hacerlo yo sola. Debo hacerlo yo sola. –dijo Sora decidida. –No puedo dejar que lo hagáis todo por mí. Tengo que cortar con él yo sola. –Entiendo. –dijo Yoko. Se alegraba mucho por el paso que había decidido dar su amiga. Comprendía lo que decía e incluso estaba de acuerdo, pero no podía evitar que hubiera una sombra de duda. Yamato había demostrado que era alguien peligroso.***
Tal y como le dijo a Yoko, a la mañana siguiente Sora llegó temprano al edificio de su todavía novio. Había pensado en hacerlo cara a cara, pero era lo más cerca que se atrevía a estar. Pensó que Yamato podría reaccionar violentamente, así que, allí, frente al edificio, lo llamó por teléfono. Yamato vio en la pantalla que quien llamaba era Sora. –Vuelves a casa, ¿verdad? –dijo Yamato sin ni siquiera saludar. –Sabía que volverías. Este es el único lugar al que perteneces. –Yamato. Quiero romper contigo. –dijo Sora sin rodeos. –Quiero que lo dejemos. –¿Tus compañeros te han lavado el cerebro? –preguntó Yamato. –¿Mis compañeros? –Sí, esa gente con la que compartes casa. Pueden decirte cosas muy bonitas, pero es porque todavía eres una extraña en ese grupo. Al final, acabarán abandonándote. –¿Y tú eres diferente? –preguntó Sora. –Yo no te abandonaré aunque me muera. –dijo Yamato. –¿Sabes? Cuando estoy contigo, me pierdo a mí misma. Mis sentimientos hacia ti me absorben y no puedo volver a pensar por mí misma. –¿Y eso es malo? Yo tampoco puedo dejar de pensar en ti. –Hay veces que creo que no me importa, pero no quiero que sea así. Quiero pensar por mí misma y vivir mi propia vida. –dijo Sora sin dejar de mirar a la ventana del apartamento que habitaba el rubio. –No entiendo lo que me estás diciendo. –dijo Yamato sentándose en el sofá. –Pensaba que te importaba lo que tenemos. –Yamato, me has pegado, no lo puedes negar. ¿Por qué? Quieres moldearme a tu gusto en lugar de dejarme ser yo. ¿Acaso no es a ti mismo a quien más valoras? –Te equivocas. Quiero volver a ser uno contigo. –dijo Yamato. –Yo tampoco entiendo lo que estás diciendo. Lo siento. –Espera un momento. –dijo Yamato al percibir que le iba a colgar. –Adiós. –dijo Sora antes de colgar. Yamato se quedó allí sentado, viendo su taza en la mesa, mientras la pareja estaba en otro lugar, alejada de la suya.***
En la puerta de los vestuarios del circuito, Gennai vio a muchos de sus corredores y corredoras y algún que otro entrenador arremolinados. –¿Qué pasa?¿Qué hay ahí? –preguntó Gennai acercándose y abriéndose paso hasta encontrar unos papeles allí colgados. Yoko, que acababa de dar unas vueltas en la moto también se acercó al ver la multitud. Entonces vio lo que ponía. Era el mismo mensaje que le dejaron en el buzón de sus padres. Vuestra compañera Yoko tiene un corazón de hombre encerrado en un cuerpo de mujer. Es un monstruo. Mira a las mujeres que tiene cerca con ojos de hombre y tiene pensamientos lascivos. Si piensas que es mentira, pregúntale. Yoko se puso justo delante. –¿Qué es esto? –preguntó Gennai. Yoko arrancó los papeles. –Yoko, ¿qué es? –No lo sé. –dijo ella. –¿Sabes quién lo ha hecho? –preguntó Gennai. –Probablemente, el ex novio de Sora. –respondió ella mientras hacía los papeles una bola. –Es un cabrón maltratador. Piensa que Sora no vuelve con él por mi culpa. Así que está cabreado. –Entiendo. –dijo Gennai. Cuando Yoko empezó a andar, no pudo evitar preguntar para cerciorarse. –Entonces, todo es mentira, ¿no? –¿Vas a creerte todas esas tonterías? –preguntó Yoko. –Bueno, no, pero…, –Yoko entró al vestuario. –¡Eh, Yoko! Yoko hizo caso omiso y entró al vestuario. Dejó el casco y sin ni siquiera quitarse la equipación, abrió el grifo de la ducha y se puso a llorar mientras el agua la empapaba sosteniendo todavía el mensaje en la mano. Ya fue un golpe bajo cuando envió ese mensaje a su familia. Ahora lo había intentado con sus compañeros de equipo para desprestigiarla e intentar conseguir ser una “apestada”. A pesar de negarlo ante los demás, lo cierto era que lo que decían esos anónimos era verdad. Ese Yamato era muy inteligente y sabía lo que le pasaba con apenas un par de encuentros y lo que le pudiera haber contado Sora. Era mentira que mirara con lascivia. Eso el rubio sólo lo puso para hacer daño, pero en esencia, lo que decía el mensaje era verdad.***
Tras romper con Yamato, Sora sintió que se había quitado un peso de encima. A pesar de haber sido una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida, lo había hecho. Le hubiera gustado hacerlo cara a cara, pero Yamato podía ser impredecible y prefirió prevenir a lamentar otra paliza. Sora paseaba dándole vueltas a todo esto cuando en unas escaleras se encontró con Maki Himekawa bajando, la ex compañera de trabajo de la peluquería que le hacía la puñeta en cada ocasión que tenía oportunidad. A pesar de ello, en un descanso de los escalones, Sora se detuvo y le hizo una inclinación respetuosa. –Vives con un hombre, ¿no? –preguntó Maki sin ni siquiera saludar y pasando de largo. –Qué adorable. A ver si puedes vivir así. Sora no entendía a qué vino eso. Estaba claro que no tenía ni idea. Sí era cierto que había vivido con un hombre y era cierto que no podía vivir así por cómo la trataba Yamato. ¿Qué sabía Maki de lo que había estado viviendo? Lo que Maki ignoraba era que Sora ya hacía un tiempo que no vivía con Yamato y que había dado el paso de romper la relación.***
–¡Izumi! –llamó Mimí a su compañero de casa en la terminal del aeropuerto. Acababa de aterrizar de un vuelo e iba caminando por la terminal con una pequeña maleta cuando lo vio. –Me preguntaba quién era. –dijo Koushiro mientras llevaba unas carpetas en la mano. –He pensado que deberíamos hablarnos con formalidad mientras estemos en el trabajo. Tengo entradas para un concierto para mañana. ¿Qué dices, te apuntas? –Oh, lo siento, pero mañana me toca trabajar hasta tarde. –dijo Koushiro. –¡Mimí! –la llamó una compañera azafata que le tocaba embarcarse en un vuelo. –Me reclaman. –dijo Mimí dirigiéndose hacia la otra azafata. –¿Estás libre esta noche?¿Quieres que cenemos juntas? –le preguntó la azafata. –Vale. –contestó Mimí.***
Yamato estaba en el parque del barrio de Takeru Takaishi. Se sentó en el columpio con la mirada perdida. Se suponía que debía de estar valorando la situación del pequeño, pero aquella llamada de Sora rompiendo con él lo había dejado muy afectado. Entonces, Takeru se acercó a él. –¿Hoy no tienes un bocadillo? –preguntó el niño. Debido a las constantes ausencias de su madre, el niño parecía estar pasando hambre. –No. –le respondió Yamato. El niño se puso triste. –¿Dónde está tu madre? –Todavía no ha vuelto. –dijo el niño. –¿Cuándo se fue? –No me acuerdo. Yamato se fue con Takeru a la casa del niño. Tras descalzarse, vio que el apartamento estaba hecho un desastre. Estaba todo lleno de basura y desperdicios, el fregadero lleno de cacharros hasta los topes y los futones deshechos y por en medio de la habitación. –Nos hemos comido todo lo que había. –dijo Takeru. –Ya veo. –dijo Yamato. Al ver a ese niño, no podía evitar recordarse a sí mismo. Así que, decidió llevarse al niño a su apartamento, donde preparó un arroz al curry. –¡Buen provecho! –dijo el niño feliz porque por fin podría tener una comida decente en un apartamento muy ordenado. –¿Está bueno? –preguntó Yamato a Takeru. –¡Sí! –dijo el niño feliz. Ver el ímpetu con el que comía el niño hizo sonreír a Yamato. –¿Dónde está tu mamá? –preguntó Takeru. –Se fue hace mucho tiempo. –contestó Yamato. –¿Estás casado? –volvió a preguntar el niño. –No, pero…, tenía novia. –respondió Yamato. –¿Y ya no está contigo? –Exacto. –¿Estás solo? –No. –mintió Yamato. –¿Por qué no? –preguntó el niño. Si no estaba ni su madre ni su novia, no entendía que no estuviera solo. –Porque ella, volverá a mí. –respondió Yamato.***
En el bar, Taichi intentaba picar un poco de hielo para ponerle a las bebidas. Mientras lo hacía, no podía evitar recordar lo que ocurrió en el parque cuando le confesó sus sentimientos en el parque. Yoko quería contarle su secreto, pero al final no lo hizo porque él se declaro antes. Fue entonces cuando intuyó que lo que le pidió después de la confesión no era lo que realmente quería contarle. Tras acabar su turno en el bar, volvió a casa, pero el salón estaba vacío y a oscuras. Entonces llegó Yoko. Sin ni siquiera un saludo ni una mirada, la motorista entró en su habitación. Yoko se quedó allí sentada a los pies de la cama sin ni siquiera encender la luz. No tenía ganas de ver ni hablar con nadie después de lo que había pasado en los entrenos. –¡Yoko! –la llamó Taichi desde fuera. Intuía que algo le pasaba a Yoko. No era normal que llegara y desapareciera con esos modales. –¿Qué ha pasado? Cuando hablamos el otro día, no me lo dijiste todo, ¿verdad? Sora estaba en su habitación, que quedaba al lado de la habitación de Yoko. Estaba tomándose un té cuando empezó a escuchar a Taichi hablando a Yoko desde el pasillo. –Si tienes algún problema, me gustaría que me lo contaras. –dijo Taichi. –¿No dijiste que me podías contar cualquier cosa? Soy tu amigo, ¿no? Yoko, que todavía no se había quitado la mochila de la espalda, se levantó y la lanzó a la puerta enfadada. Sora se levantó y se puso junto a su puerta. –¡Cállate! –dijo una frustrada Yoko. –¡Deja de meterte en los problemas de la gente! ¡Hay cosas que no quiero decirle a nadie aunque me muera! Taichi cogió su mochila, que había dejado en el suelo, cuando se dio cuenta de que Sora podría haber escuchado todo eso desde su habitación. No obstante, se subió a su cuarto y se acostó en la cama boca abajo, agarrándose la cabeza. Entonces, recuerdos de su infancia volvieron a acudir a su cabeza. Flashback. –5…,6…,7…,8…,9…¡10! –Un Taichi de no más de siete años terminó de contar. Estaba jugando al escondite con Hikari, varios años mayor que él. Jugaban en un amplio campo cerca de casa. Taichi escuchaba que lo llamaba. –¡Taichi, Taichi! –¡¿Hermana?! ¡¿Dónde estás?! –preguntaba él, ya que el juego se estaba alargando demasiado. –¡Taichi, por aquí! –oía decir a Hikari. Taichi no dejaba de buscar, cuando por detrás, una pre-adolescente Hikari lo abrazó. –¿Quieres que te haga algo bueno? –¡Sí! –contestó él con inocencia. –¡Vale! Pero no se lo digas a papá. Será un secreto. –dijo Hikari. Fue en ese momento en el que su pesadilla comenzó. Pero cuando acabaría, Taichi no lo sabía. Fin del flashback. Tras despertar de la pesadilla, Taichi decidió bajar para tomar algo que le templara los nervios. Cuál fue su sorpresa de encontrar a Sora allí también, sentada a la mesa, de espaldas a él, sollozando. En condiciones normales iría a consolar a Sora, pero el castaño tampoco estaba en su mejor momento y prefirió volver a su habitación. A la mañana siguiente, todos desayunaban en la cocina en completo silencio. Lo cual era raro en esa casa. El silencio llegaba a ser incómodo. Parecían completos desconocidos. Yoko fue la primera en levantarse para dejar su cuenco y su plato en el fregador. –¿Ya has terminado? –preguntó Taichi ante la rapidez con la que desayunó Yoko. –¿Qué pasa? –preguntó Sora ante la falta de respuesta de la deportista. Sabía que algo le ocurría, especialmente después de escucharla cuando llegó anoche. –Yoko, si te ha pasado algo deberías decírnoslo. Podemos pensar en cómo ayudarte. –Sólo estoy un poco deprimida. No he hecho buenos tiempos en los entrenamientos. –mintió Yoko sin ahondar en las verdaderas razones. –¿De verdad? –preguntó Sora, que no se acabó de creer esa explicación. Taichi tampoco la creyó demasiado. Conociendo a Yoko, si fuera eso se lo plantearía como un reto. Y si era cierto que estaba haciendo malos tiempos debía ser porque algo le preocupaba. –Sí. –Eso ya ha pasado más de una vez. –dijo Mimí. –Ya volverás a hacer buenos tiempos. –¡Mira qué hora es! Mimí, tenemos que irnos. –dijo Koushiro. –Gracias por el desayuno. Nos vamos. –dijo Mimí. –¡Cuidaos! –dijeron Taichi y Sora. –Voy a echarme un poco. Todavía tengo tiempo antes de ir a entrenar. –dijo Yoko yendo hacia el salón para echarse en el sofá. –Ayer entrené mucho y estoy cansada. –He roto con Yamato. –le dijo Sora a Taichi. Desde donde estaba, Yoko podía escucharlo, ya que el salón y la cocina estaban prácticamente conectados al no estar separados por ninguna puerta. –¿Pudiste hacerlo como tocaba, entonces? –preguntó Taichi. –Sí. Rompí con él definitivamente. –dijo Sora. –Esperemos que te deje en paz. –deseó Taichi. –¡Yoko!¿Estás escuchando? –Sí, ya lo he oído. –respondió ésta con uno de sus brazos tapándole la cara. Entonces se levantó y cogió su mochila. –Es hora de irme. –Voy a lavar los platos. –dijo Sora después de que Yoko se marchara. –Te ayudo. –dijo Taichi recogiendo la mesa. Mientras recogía, vio que a Yoko se le cayó el teléfono en el sofá, dejándolo olvidado. Tras pensarlo unos segundos, se acercó al fregadero donde estaba Sora. –Anoche estabas llorando, ¿verdad? ¿Era porque te acordabas de él? –Lo entiendes todo, ¿verdad, Taichi? –dijo Sora, haciéndole ver que había dado en el clavo. –Cuando pienso en Yamato es como recordar un lugar muy bonito y nostálgico al que no voy a poder volver nunca. Eso me entristece. Es extraño, ¿no? Cuando en realidad era un infierno. –Lo entiendo. –dijo Taichi comprensivo. –¿Si? –Es que…, tuve una experiencia parecida. –dijo Taichi. –¿Qué quieres decir? –preguntó Sora, que no se esperaba que alguien en aquella casa hubiera vivido algo así. –Una persona a la que quería de verdad se convirtió en quien más odio. –dijo Taichi. Al ver que eso impactó a Sora, decidió no preocuparla más. –Pero no importa. El tiempo lo cura todo. –dijo él, aunque en su caso, estaba durando demasiado. –Encontrarás a alguien a quien amar. Aunque las heridas se queden en tu corazón, cicatrizarán y, poco a poco, se harán más pequeñas. Tras decir aquellas palabras, Sora se apoyó en el hombro de Taichi, para sorpresa del castaño. –¿Te parece bien que me enamore? –preguntó Sora, todavía apoyada en el hombro de Taichi. –¿Te parece bien que me enamore de ti? Yoko, que volvió a por su teléfono olvidado, vio aquella escena desde el salón. Taichi no contestó, tan sólo la acomodó un poco más pasándole su brazo por el hombro. Cuando salió, Yoko volcó una maceta que había en el porche sin darse cuenta. El sonido de la maceta al caer puso fin a aquel momento. Taichi entró al salón para ver si había alguien, pero de lo único que se dio cuenta, es que el teléfono de Yoko ya no estaba allí. Seguramente, había sido testigo de lo que había pasado en la cocina. Reflexiones de Sora: Lo que une a dos personas es realmente inconstante. El amor es frágil y puede romperse fácilmente con una simple nevada. Yoko, mirando atrás todo el tiempo que podría haber estado contigo, esos momentos de felicidad que dejé atrás, eran menos de los que pensaba.***
En la terminal del aeropuerto, mientras Mimí se dirigía a uno de sus vuelos, vio a Koushiro hablando animadamente con su mujer en una mesa de la cafetería, lo que hizo que detuviera su paso. Tras unos segundos, decidió continuar su camino.***
En el barrio de Takeru Takaishi, Yamato acompañaba al niño tras hacer unas compras para que el pequeño tuviera algo de comer en la despensa mientras su madre llegaba a casa. En ese momento, las vallas del paso a nivel bajaron y el ruido indicaba que el tren estaba a punto de pasar. Al otro lado, el pequeño Takeru vio a su madre del brazo de un hombre. –¡Mamá! –gritó Takeru, echando a correr. El niño pasó por debajo de la valla del paso a nivel, pero tropezó en la vía y se cayó. Yamato al darse cuenta, tiró la bolsa que llevaba en la mano y echó a correr tras él. –¡TAKERU! –gritó Yamato. Cuando pasó la valla, cogió al niño. Tenía el tren prácticamente encima y apartó al niño como pudo. El tren pasó inexorablemente.***
Sora salió al porche de la casa a tomar un poco de aire, cuando vio la maceta de la entrada volcada, sintió un escalofrío. Fue como si tuviera el presentimiento de que había pasado algo. Continuará…