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Sora preparaba unos obento en la cocina. –Buenos días. –dijo Mimí, abriendo el frigorífico y sacando un botellín de agua. –¿Qué estás preparando? –Unos obento para Taichi y para mí. –dijo Sora concentrada. –Me está enseñando cosas de peluquería y maquillaje para artistas, así que, lo hago como agradecimiento. ¿Quieres tú también? –No. Estoy bien, gracias. –dijo Mimí sonriéndole. Después de coger el agua, Mimí volvió a su habitación y se quedó pensando en la noche en la que ella se insinuó a Taichi. Había algo extraño en todo aquello. –Me pregunto qué está pasando.***
En el trabajo, Taichi daba los últimos retoques a los labios de una de las modelos. –Ya está. Echa un vistazo. –le dijo Taichi a la modelo. –Muy bien. Gracias. –dijo la modelo mirándose al espejo antes de levantarse del asiento. Sora, que estaba allí, no perdía detalle del trabajo del castaño. Ya que estaba sin trabajo, lo acompañaba para poder aprender de él. Una vez que la modelo se fue, Sora fue cerca de Taichi a desenchufar un secador. Cuando acabó, estiró el brazo para recoger una de las cajitas de maquillaje que había estado usando Taichi, sin percatarse de que el castaño también estaba haciendo lo mismo, lo que hizo que sus manos se chocaran. –Lo siento. –dijo Taichi. Ese momento pareció incomodarlos a los dos un poco. Así que, para evitar sentirse así., Taichi fue a otra mesa a recoger más cosas. –Taichi. –dijo Sora tras coger el secador y un espejo de mano. –¿Sí? –Quería decirte que olvidaras lo de la otra noche. Dije cosas raras. Yo sólo quería hacerte saber que quería estar cerca de ti siempre que te sientas mal o te sientas solo. No es que esperara nada en particular. –Gracias. –le dijo Taichi tras girarse a mirarla y dedicarle una sonrisa con la que intentaba transmitirle tranquilidad a la pelirroja. Más tarde, en la casa compartida, decidieron hacer okonomiyaki en una plancha. –¡Allá voy! –avisó Taichi dispuesto a darle la vuelta con las espátulas. Al darle la vuelta exitosamente todos felicitaron al castaño. –Entonces, por ahora, ¿estás siendo la ayudante de Taichi? –preguntó Koushiro a Sora. –Sí. –contestó Taichi por ella. –Y además lo hace muy bien. Es muy educada, así que el jefe está encantado con ella. –Sí, pero me imagino que el salario es bajo, ¿verdad? –preguntó Mimí. –No está mal para ser aprendiz, así que estoy bien. –contestó ella. –Me alegro por ti, Sora. –dijo Yoko. –A partir de ahora, si te pasa cualquier cosa difícil o desagradable en el trabajo, puedes pedirle consejo a Taichi y apoyarte en él, sobretodo siendo tu jefe más directo. –Sí, es verdad. –admitió Sora. –Hablando de superiores. ¿Qué pasó con Gennai, Yoko? ¿Os va bien? –preguntó Mimí como si fuera una cotilla. –¿Qué dices? –preguntó Yoko haciéndose la despistada. –Puedes volver a traerlo cuando quieras, ya lo sabes. –dijo Koushiro. –Además, los okonomiyaki son más divertidos cuando hay mucha gente. –Intentaré invitarlo otra vez, pero no vendrá. –dijo Yoko levantándose. –Dijo que no pegaba bien entre tanta gente joven. –¿Gente joven? Pero si su edad no difiere tanto de la mía. –dijo Koushiro. –Cuando decimos “gente joven”, siento decirlo, pero tú no estás incluido. –dijo Mimí señalándole con el dedo a modo de reproche mientras Taichi y Sora reían por la ocurrencia. –No me digas eso. –le pidió Koushiro. Fue entonces cuando escucharon el timbre de la puerta. –¿Quién será? –¡Voy! –dijo Mimí levantándose para abrir. Cuando abrió la puerta, para su sorpresa se encontró a un niño rubio muy mono. Ella ignoraba que era Takeru Takaishi, el protegido de Yamato. –Buenas noches. –dijo con su voz infantil. A Mimí le inspiró mucha ternura aquel niño. –Buenas noches. –dijo Mimí acuclillándose para ponerse a su altura. –¿Qué pasa? ¿Buscas a alguien? –Esto es para Sora. –dijo el niño entregándole una carta. –¿Qué pasa? –preguntó Yoko apareciendo por detrás al ver por qué la azafata tardaba tanto en volver. –Dice que es para Sora. –dijo Mimí incorporándose y enseñándole la carta a la deportista. Yoko le dio la vuelta al sobre, donde vio una Y. –Yamato. –dijo Yoko. –Es suya. –Adiós. –dijo Takeru despidiéndose. –¡Eh, espera! –dijo Mimí para intentar obtener más información, pero el niño se fue haciendo caso omiso de la castaña. Yoko abrió el sobre y sacó la carta para leerla junto a Mimí. Sora, Estoy ingresado en el Hospital General Jaoyou. Ahora por fin puedo mover la mano y escribirte esta carta. Quiero verte. ¿Podrías venir a visitarme por lo menos una vez? –¿Está en el hospital? –preguntó Mimí extrañada. –Seguro que es una trampa. –dijo Yoko volviendo a meter la carta en el sobre y dándosela a Mimí. –No podemos darle esta carta a Sora.***
Tal y como decía la carta que envió a Sora a través del pequeño Takeru, Yamato estaba ingresado en el hospital ya varios días. A diferencia de él, el niño salió completamente ileso. No se arrepentía en lo más mínimo de haberle salvado la vida a Takeru. Se llevaba muy bien con él. Al fin y al cabo, ese niño veía a Yamato como un héroe. Gracias a él, podía comer decentemente de vez en cuando y no se sentía tan sólo por las ausencias de su madre. Por su parte, cuando Yamato veía a Takeru era como verse a sí mismo de niño. Él sabía muy bien lo que era sentirse solo por tener padres ausentes, y cuando estaban presentes, todo eran gritos, discusiones, golpes y negligencias, por lo que comprendía a Takeru a la perfección. Desde que pudo volver a mover la mano desde que salvó al pequeño Takeru de ser atropellado por el tren, Yamato no hacía otra cosa que escribirle cartas a Sora desde la cama del hospital. Cartas que quizá no leyera nunca, pero que a él le servían para mantener la cabeza ocupada. No podía quitársela de la cabeza. Para él, Sora era su mundo. Yamato escribía una de esas cartas cuando una enfermera abrió la puerta. –Ishida, tienes visita. –Traigo un poco de melón. –entró Mimí sonriendo y mostrando una bolsita con una pequeña caja con melón. Mimí se encontró a un Yamato con algunos apósitos en la frente, el brazo derecho vendado y la pierna derecha completamente inmovilizada por una escayola. Yamato se decepcionó de ver que no era Sora. Había albergado la esperanza de que lo visitara, pero con su condición, era fácil que los compañeros con los que cohabitaba su ex novia interceptaran sus cartas. Los dos esperaron a que la enfermera se marchara para hablar. Mimí se acercó a la cama para ponerle en la mesilla en la que el rubio había estado escribiendo la bolsa con el melón. –¿Pensabas que vendría Sora? Qué lástima. Ya que estoy aquí, te la devuelvo. –dijo Mimí sacando la carta que recibió del bolso. –Abusaste de Sora y le hiciste mucho daño y ahora que estás lisiado no puedes hacer nada. ¿No te da vergüenza tratar así a una mujer? Nos vemos. Cómete el melón. –Espera un momento. –dijo Yamato cuando Mimí se acercaba a la puerta. –Tengo un favor que pedirte. –Con dificultad, Yamato se giró y estiró el brazo para intentar abrir un cajón de un mueble, pero entre el gotero y la poca movilidad que tenía en ese momento le estaba costando. Tanto, que hasta Mimí fue a ayudarlo de la pena que daba. Al abrir el cajón, Mimí vio un montón de cartas dirigidas a Sora. –¿Podrías dárselas a Sora? –¿Más cartas? –No sé su nueva dirección. –dijo Yamato, aunque intuía que seguía viviendo con ellos. –Y si la mando a vuestra casa, alguien las volverá a interceptar. –Por supuesto. Yo tampoco se las daría. –dijo Mimí. –Seguro que sí. –dijo él mirándola a los ojos. –Porque eres una persona amable. –Detesto a los hombres como tú. –dijo Mimí. –Tan engreído e insistente. Repetías hasta la saciedad que la querías pero sólo buscas tu propio beneficio. Eres tan zalamero. Sólo eres un ejemplo de narcisismo. –Di lo que quieras. Pero amo a Sora más que nadie. –dijo él. –Siempre lo haré.***
–Estoy intentando irme de la casa compartida. –le confesó Yoko al psicólogo de la clínica de salud mental. –¿A dónde? –A un lugar donde no me conozca nadie. Me gustaría empezar una nueva vida desde cero. De todos modos, cuando las cosas se asienten, me iré al extranjero. Y entonces, si es posible, me gustaría someterme a una operación. –¿No te estás apresurando? –le preguntó el psicólogo consciente del tipo de operación a la que se refería Yoko. –Además, todavía no te hemos diagnosticado ningún trastorno de identidad sexual o de género. En la fase actual, te estamos evaluando. ¿Por qué tienes tanta prisa? –Porque estoy sufriendo. –dijo Yoko entre triste y frustrada. –Estoy sufriendo tanto que quiero gritar todo lo que me permitan mis pulmones. Pero, si abandonara ahora, significaría que todo sería inútil. –¿No serás tú la que se está poniendo límites? –preguntó el consejero. –A ti te gustaría que las personas más cercanas a ti te aceptasen tal y como eres. Ese es el deseo de cualquier persona. Si ese sentimiento estuviera satisfecho, por poco que fuera, me pregunto si aún querrías irte.***
Después de ir al hospital, Mimí se dirigió directamente a su habitación, se cambió y se sentó en la cama con su espalda apoyada en el respaldo. Finalmente se llevó las cartas de Yamato, pero no con la intención de dárselas a Sora, sino de leerlas ella misma. Quería saber qué era lo que pasaba por su mente. Quería intentar comprender qué motivaba a Yamato a comportarse como lo hacía. Querida Sora, Me pregunto cuántos días llevo ya sin verte. No puedo ni ponerme en contacto contigo por teléfono, así que añoro cuando podía oír tu voz. Antes de que te mudaras conmigo, cuando no podíamos vernos todos los días siempre nos llamábamos. El día que no podía oírte, me sentía solo. Ahora cuento los días en los que no puedo oír tu voz. Sabes que puedes hablarme. Ahora mismo me siento muy solo. Te echo de menos, Sora. Te echo mucho de menos. Sora, te quiero. Te lo diré siempre. Te quiero. Yamato. Llevaba ya unas cuantas cartas. Fue leyendo una tras otra. En prácticamente todas iba diciendo más o menos lo mismo. Cualquiera que leyera esas cartas sin conocer su historia le parecerían de lo más románticas. Parecía que conforme iba leyendo, el nivel de sufrimiento del escritor iba aumentando. Cuando Mimí iba a la mitad de leer una de las tantas cartas, alguien picó en su puerta. –¿Puedo pasar? –preguntó Koushiro asomando la cabeza. –No. –dijo Mimí. –Entro. –dijo Koushiro entrando sin hacer caso a la negativa de Mimí. –¡Te he dicho que no! ¿Para qué preguntas si vas a entrar de todos modos? –dijo Mimí con una de las cartas entre sus manos. –¿Quieres que vayamos a unas aguas termales juntos? He encontrado un onsen muy bueno. –preguntó Koushiro arrodillándose junto a la cama y mostrándole la revista. Pero Mimí no le hizo ni caso, siguió concentrada en la carta que tenía entre manos. –¿Qué estás leyendo? –Oh, una carta de amor. –dijo Mimí sonriendo de forma pícara. –¿Qué?¿Cómo que una carta de amor? –preguntó él celoso. –Siempre he sido muy popular. Y suelo conservar todas las cartas de amor que me envían. No importa los años que pasen. –mintió Mimí mostrándole el montón de cartas y fingiendo que eran para ella. Le encantaba divertirse a costa de Koushiro. –¿En serio? –preguntó Koushiro. Ella sólo le sonrió. Entonces él se puso junto a ella en la cama. –Seguro que es mentira. –Pero bueno, Koushiro. No importa a quién conozca o a quién hable fuera de aquí. Tú no puedes quejarte. –dijo Mimí ocultando las cartas bajo la almohada. –¿Qué quieres decir? –El otro día te vi con tu mujer en el aeropuerto. No lo niegues. –dijo ella. –No la vi por gusto. –dijo él poniéndose nervioso. –Hay muchas parejas casadas que comparten gastos y reuniones en la comunidad de vecinos. Cosas que discutir, ya sabes. Conforme Mimí iba escuchando la perorata de Koushiro, se iba aburriendo más. Pensó que deberían ponerle un monumento a la paciencia.***
Takeru fue a visitar a su héroe al hospital. Jugaba con un tren de juguete por encima de las sábanas de la cama de Yamato. –Deberías irte a casa. –le dijo Yamato después de un rato. –Seguro que tu madre ya está allí. –Es que pareces estar muy solo. –le dijo Takeru. Yamato se sorprendía de la comprensión que Takeru tenía sobre él. –Y si me voy, te quedarás más solo todavía, ¿verdad? Yamato no contestó. Se limitó a girar la cabeza hacia la ventana mientras el niño seguía con su juego.***
Sora se acercó a una librería. Llegó a un pasillo donde había libros relacionados con su profesión. Ella estaba más especializada en peluquería, pero también quería aprender sobre maquillaje para seguir formándose para aprender y poder progresar. Después de buscar, vio un libro que podría ayudarle, ya que trataba sobre técnicas de maquillaje. Tras ojearlo, decidió llevárselo y cuando giró hacia otro pasillo para dirigirse a la caja para pagar, se detuvo al ver a Maki Himekawa dejando un libro que había estado ojeando. Fue entonces cuando la vio, y como si la hubieran pillado haciendo algo malo, dejó el libro en la estantería y se marchó de la librería. Cuando se fue, Sora vio qué clase de libros estaba consultando su ex compañera de trabajo. Todo eran libros relacionados con la violencia de género.***
–No hay manera. –dijo Mimí colgando el teléfono resignada. –Todos los sitios que queríamos están llenos. –Entonces, ¿por qué no buscamos por Internet? –preguntó Koushiro. Al final, Mimí había aceptado la propuesta de Koushiro de ir a los baños termales pero no habían tenido suerte. –¿Por Internet? Buena idea, pero el único ordenador que hay en la casa es el de Yoko. Bueno, lo utilizaré, no creo que le moleste. –dijo Mimí. Entró en la habitación de la deportista, abrió la tapa del portátil y se lo encontró encendido. Mimí se sorprendió al ver la página web que estaba abierta nada más abrir el ordenador. –¿Qué es esto? –la página estaba relacionada con procedimientos para el cambio de sexo. –¿Has encontrado algo? –preguntó Koushiro dirigiéndose a la habitación de Yoko. Mimí cerró el portátil de golpe del susto. –¡Lo siento! No sé cómo utilizar este ordenador. Estoy muy desfasada. –fingió Mimí, que no pensaba delatar a su amiga y ponerla en una situación incómoda. Al salir, con la prisa, golpeó una pila de revistas que había en la mesita, haciendo caer una de ellas. –Vamos a mirar en la guía.***
–¿Trastorno de identidad sexual? –preguntó Taichi mientras secaba unas copas en el bar. Si había alguien con quien podría hablar de ello era Taichi. Por eso decidió ir al bar algo más tarde para compartir lo que había pasado con él. –Cuando abrí el portátil de Yoko estaba esa página abierta. –dijo Mimí. –Es como si hubiera estado viendo eso y se hubiera olvidado de cerrarlo. –¿Y? –preguntó Taichi para darle el pie a que siguiera. –¿No te da la sensación de que esconde algo importante? –preguntó Mimí. –No. Nunca. –dijo Taichi. –Ya veo. –¿Y tú? Tú la conoces desde hace más tiempo, ¿no? –preguntó Taichi. –Nunca había pensado en eso. –dijo Mimí refiriéndose al tema de la página web. –Pero quizás no sea su caso. Después de todo, está saliendo con Gennai. Además, aunque tenga mujeres guapas a su alrededor, nunca he visto que las mirara…, ya sabes…, con deseo. –Entiendo. –Por cierto, Taichi. –¿Qué? –Me gustaría asegurarme de una cosa. ¿Qué sientes por Sora? –Es una amiga. Y Sora también me ve sólo como amigo. –le aclaró Taichi. –Pues no lo parece. –dijo Mimí, que ya no estaba segura de nada. –Pues es así. –dijo él zanjando el tema. –De algún modo me da la impresión de que os ha pasado lo mismo que lo que nos pasó a nosotros aquella noche. –dijo Mimí refiriéndose al día en el que ella se le abalanzó y lo besó. –Personalmente, si fuera bien con Sora, como mujer me quedaría bastante sorprendida. –Eso no es así. –dijo él. –¿El qué?¿Qué quieres decir con eso?¿Me estás diciendo que Sora no es tu tipo? ¿O que no eres gay? ¿O que quizás aquel día no te encontrabas bien? –Mmmmm. –entonces Taichi sonrió. Le hacía gracia el interrogatorio de ella y era demasiado ambiguo como para aclararle nada. –¡No me engañes con esa risa! –dijo para darle un calbote que él detuvo fácilmente con su mano y riendo aún más. –Sabía que lo harías. –dijo él riendo mientras ella también reía. –¿Cómo? –riendo ella también. –Lo he visto venir.***
Yoko entró en casa bastante cansada emocionalmente después de haber acudido ese día a la consulta del psicólogo. Cuando entró en su habitación a dejar la mochila, percibió algo extraño. Se dio cuenta de que una de sus revistas estaba por los suelos, cuando ella recordaba perfectamente que debía estar en la mesita. Después miró al ordenador e intuyó algo. Dejó la revista que había cogido del suelo, la tiró sobre la mesilla y salió al salón, pero no había nadie allí. Fue entonces cuando se escuchó cómo se cerraba la puerta del baño. Yoko se dirigió hacia la cocina, y por la otra puerta, entró Koushiro con un pantalón de pijama y una toalla sobre la cabeza. –¡Oh, lo siento! –se disculpó él por salir con esas pintas por casa y poniéndose la toalla por la cintura, lo cual era una tontería porque llevaba los pantalones puestos. –Voy a coger una cerveza. –Hey. –dijo Yoko. –¿Sí? –Mi portátil…–entonces, Yoko se lo pensó mejor. –No importa. –¡Ah, tu ordenador! –dijo Koushiro siguiendo a Yoko hacia el salón adivinando lo que quería preguntarle. –Mimí lo utilizó, lo siento. Con lo que dijo, Yoko se giró hacia él asustada. Si lo utilizó, eso quería decir que la azafata podría haber descubierto su secreto. –¿Y? –preguntó Yoko para obtener más información. –Dijo que no sabía cómo funcionaba y salió inmediatamente de la habitación. –explicó Koushiro. Aquella respuesta podía ser interpretada de varias formas. Yoko no sabía si era cierto y la castaña no vio nada o si salió inmediatamente al reaccionar con lo que podría haber visto en el ordenador. –Lo siento, te ha molestado, ¿no? No deberíamos entrar en las habitaciones de los demás sin permiso. Una vez que Koushiro se subió a su habitación, Yoko volvió a la cocina a beber agua y a prepararse una infusión que le templara los nervios. No dejaba de darle vueltas a lo que le había dicho Koushiro. Seguidamente, Taichi y Mimí llegaron juntos desde el bar. –Voy a ver si hay correo. –dijo Taichi antes de entrar. –Vale. –respondió la castaña entrando en casa. –¡Ya estoy en casa! Yoko, sin pensarlo dos veces, salió de la cocina y fue a su encuentro. –Hola. –dijo Yoko antes de abordarla. –Voy a cambiarme. –dijo Mimí. Para Yoko, su comportamiento era como el de cualquier otro día y al final se desinfló y no se atrevió a preguntarle. No sabía si abordar el tema o dejar que ella lo sacara a relucir. –Hola. –saludó Taichi entrando con el correo que acababa de recoger del buzón. –Hola. –saludó Yoko sentándose en uno de los sofás y dejando su taza sobre la mesa baja. Fue entonces cuando Taichi vio que Yoko tenía correo de una agencia inmobiliaria de Mitaka, en Inokashira, dentro del área metropolitana de Tokio. –Yoko, ¿qué es esto de Agencia Inmobiliaria Koumei? –preguntó Taichi leyendo el sobre. ¿Acaso era el día de conocer todos los secretos de Yoko? –Gracias. –dijo levantándose y cogiendo el sobre y fingiendo que era tan normal recibir documentación de una agencia inmobiliaria como si fueran folletos del supermercado. Yoko se encaminó a su habitación pero Taichi la interrumpió con una pregunta. –¿Qué es eso? –Estoy pensando en trasladarme a Fussa. –confesó Yoko, que sabía que era inútil evitar el tema. –¿Trasladarte? ¿Estás diciendo que te vas? –Sí. –¿Por qué? –preguntó Taichi, que todavía no podía creer la noticia. –Por el motocross. Es más fácil ir al circuito desde allí. –dijo Yoko. –Pero… –comenzó a decir Taichi. –Siempre me ha gustado estar sola. Vivir en un sitio como este en el que tengo que estar pendiente de las necesidades de cada uno no acaba de gustarme. Me pone de los nervios. Y ya he tenido suficiente.***
–¡Va Taichi!¡¿A qué esperas?!¡Muévete! –le ordenó el fotógrafo a Taichi, que estaba ensimismado en su mundo. Estaban en el plató fotográfico, donde se estaba llevando a cabo una sesión con una modelo, pero Taichi no se quitaba de la cabeza el hecho de que Yoko estuviera considerando marcharse de la casa compartida. Cuando el fotógrafo lo despertó, fue presuroso a darle unos toques en el maquillaje, ya que con el calor que emanaba de los focos había que hacerlo con frecuencia. Cuando la sesión terminó, Taichi fue a sentarse solo fuera del plató para que le diera un poco el aire. Sora, que seguía ejerciendo de asistente de Taichi, fue con él. –Taichi, ¿puedo sentarme contigo? –preguntó sentándose sin darle tiempo a contestar. Como ya se sentó, Taichi ni se molestó en contestar. De su bolso, Sora sacó uno de los obentos que había estado preparando por la mañana. Había tomado por costumbre preparar la comida para los dos cada mañana. –Toma, tu comida. –Gracias. –dijo Taichi cogiendo el recipiente. –Cuando estás ocupado casi te olvidas hasta de comer, ¿verdad? –preguntó Sora sacando su propia comida. –Pero, si no comes algo nutritivo podrías enfermar. –Comeré más tarde. –dijo Taichi cerrando el recipiente y dejándolo a su lado. Apreciaba el detalle de su amiga, pero con lo que le dijo Yoko, tenía el estómago cerrado. –Por hoy puedes irte a casa. Aunque te quedes, creo que hoy no hay mucho que hacer. –¿No puedo hacer nada? –preguntó Sora con los palillos en la mano. –Llevas todo el día muy raro. Si he hecho algo mal me gustaría que me lo dijeras. –Yoko se muda. –confesó Taichi, compartiendo así lo que le rondaba por la cabeza desde la noche anterior. –¿Cómo? –Me ha dicho que se va a vivir sola a Fussa. –Pero, no puede ser, ¿por qué? –No soy yo quien se va. –dijo Taichi para zanjar el tema, haciéndole ver a Sora que si quería saberlo, debería ser ella misma la que se lo preguntara a Yoko. No le apetecía hablar del tema.***
–Sí, ¿a las cuatro? –preguntó Yoko hablando por teléfono desde su habitación. –Vale, lo tendré todo preparado. Gracias. Entonces, Mimí tocó a su puerta antes de entrar. –Yoko, ¿tienes un momento? –Sí. Mimí le contó a Yoko que a fue al hospital y trajo las cartas que escribió Yamato para Sora. Al final, decidieron salir a la terraza, prepararon un cubo metálico y fueron echándolas dentro para quemarlas. –Esto es lo mejor, ¿no? –dijo Mimí, ojeando una de las cartas. –No debemos enseñarle esto a Sora. –dijo Yoko echando unas cuantas cartas más. –Creo que tienes razón, pero ¿sabes?, yo ya no creo en el amor incondicional. He salido con muchos chicos diferentes y, aunque estuviera muy emocionada durante un tiempo, cuando terminaba herida toda esa emoción se esfumaba. Por eso nunca digo “siempre te querré” y cosas así. Creo que desear esas cosas de una pareja es inútil. Pero cuando he leído estas cartas de alguna forma me ha hecho dudar. Si de verdad existiera el amor incondicional, me maravillaría. Me gustaría saberlo. –dijo Mimí. –Eres tonta, Mimí. –¿Tonta?¿Piensas eso de verdad? –Dices que te han herido, por eso lo que sientes cuando te enamoras es así. Todo gritos y distintos amantes. ¿Eso crees que es el amor? Yo creo que el amor a veces es contener tus propios sentimientos y mirar más por tu pareja que por ti. Venga, vamos a quemarlas. Mimí le pasó la carta a Yoko, que empezó a quemarla por una esquina con un mechero y, a continuación, las echó al cubo con el resto de cartas, donde los “te quiero” de Yamato fueron desapareciendo.***
Yamato seguía en el hospital. Por fin pudo levantarse de la cama y moverse por la habitación con la ayuda de una muleta. –Señor Ishida. –dijo una enfermera entrando a la habitación. –¿Qué está haciendo? No puede irse todavía. La maldita enfermera le vio las intenciones. Tendría que esperar.***
Una vez que quemaron las cartas, Mimí y Yoko entraron en la cocina. Mimí cogió su tazón para beber agua, mientras que Yoko se sentó a la mesa. Entonces, Sora llegó a casa algo apurada. –Hola. –saludó Yoko con una sonrisa al oírla llegar. –Hola. –saludó Mimí. –Yoko, ¿es verdad que te mudas? –preguntó Sora. –¿Cómo? –preguntó Mimí, que ignoraba esa información. –¿Es eso cierto? –Sí, ya he firmado el contrato. Me voy pasado mañana. –confirmó Yoko. –¿Y te vas así, tan de repente? ¿Por qué? –preguntó Mimí. –Por varias razones. –Pero si todos nos llevamos bien. ¿Por qué? –preguntó Sora. –Aunque sea así, ya he tenido suficiente. Es muy molesto tener que amoldarse a tanta gente. –dijo Yoko. –Pero, yo no puedo seguir sin ti. –dijo una agobiada Sora que parecía estar a punto de ponerse a llorar. –Estaría desvalida. –Taichi está aquí. –le dijo Yoko. –Y también Mimí. Estarás bien. –¡Te equivocas! –dijo Sora alzando un poco la voz. –¡No puedo cuidarte para siempre! –exclamó Yoko, que tras decir aquello, se levantó y se marchó a su habitación.***
Cuando Sora se puso el pijama y se fue a su habitación, se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared. Desde que se reencontró con Yoko después de varios años, había sido muy importante para desligarse de Yamato. Pero todavía era todo muy reciente y no sabía si Yamato volvería a las andadas. Yoko había sido un pilar muy importante para ella, por eso, al ver que ese pilar se resquebrajaba, se sentía tan desvalida e insegura como una niña pequeña. Sin aguantar más esa angustia, salió de su cuarto y se dirigió a la cocina, donde encontró a Taichi de espaldas. Secaba la taza de Yoko con la mirada perdida. A él también le estaba afectando la marcha de la motorista. Sora pensó en marcharse, pero al hacerlo, Taichi escuchó sus pasos y se dio la vuelta. –Sora. –dijo el castaño. –No puedo dormir. –dijo Sora justificando su presencia allí a esas horas. –¿Quieres té de hierbas? –preguntó él. –Te ayudará a dormir. –Sí, gracias. –aceptó ella. Entonces, Sora vio encima de la mesa la comida que le preparó a Taichi. –No has comido. –Lo siento. No tenía hambre. –se disculpó el estilista. –Estás preocupado por Yoko. –dijo Sora dando en el clavo. Entonces, la pelirroja se percató de algo. –Así que es eso. Entonces no debería de haber dicho aquello. –¿El qué? –Lo de enamorarme de ti. Te dejé como si fueras un pendenciero. Lo siento. –No lo hiciste. Entendí lo que querías decirme con tanto afecto. Además, en cuanto a los sentimientos de Yoko, ella no siente nada por mí. –dijo Taichi, girándose para prepararle el té a Sora. –Me pregunto por qué se muda. Por qué habrá decidido vivir sola.***
A la mañana siguiente, Mimí, Taichi, Sora y Koushiro miraban desde la entrada del cuarto de Yoko cómo ésta metía sus cosas en cajas, preparándose para la mudanza. –Así que es verdad que te mudas. –comentó Koushiro, que se no se lo creía hasta verla recoger sus cosas. –Te vas mañana, ¿no? Ya no volveremos a verte nunca más. –dijo Mimí de forma trágica mientras se sentaba en la cama de Yoko para acercarse a ella. –De alguna manera siento que esto no es real. –No exageres. –dijo Yoko. –No es que no vayamos a vernos más. –¿Pero qué dices? Si Fussa está como a una hora en tren. –dijo Mimí. –Está muy lejos. –Esta noche haremos una fiesta de despedida, ¿de acuerdo? –sugirió Koushiro. –Llegaré a casa lo antes posible. –Yo también. –se sumó Mimí. –¿vosotros podréis volver temprano? –Sí. –dijo Sora, que hasta ahora había permanecido en silencio. Taichi, que ni quería oír hablar del tema, se marchó de allí. –Venga, ¿no tenéis que ir a trabajar? –preguntó Yoko incorporándose y poniendo fin a ese momento tan incómodo. –Sí, tienes razón. Si llegamos tarde tendremos problemas. –dijo Koushiro. –Sí, adiós. –dijo Mimí saliendo de la habitación. Una vez que salieron, Yoko cerró la puerta de su cuarto y suspiró.***
Taichi y Sora se encontraban en el plató fotográfico. Estaban recogiendo el material puesto que su labor ya casi había terminado. –Voy a ir a casa a preparar la fiesta. –dijo Sora. –Y también quiero ayudar a Yoko a terminar de empaquetar todo. ¿Quieres que volvamos juntos? –Lo siento. Hoy tengo cosas que hacer e iré a casa más tarde. –dijo Taichi. –Vale, entonces me voy. –dijo Sora. Cuando Sora se marchó y Taichi terminó de recoger todo, se fue directo al circuito donde solía entrenar su amiga. Gennai estaba con uno de sus pilotos hablando de su moto. –Te lo dejo a ti. –dijo el piloto. –Tranquilo. Tendré preparada la inspección. –le dijo Gennai al piloto. Cuando el piloto se marchó, Gennai vio a Taichi allí parado. –Gennai. –dijo Taichi acercándose al entrenador. –¿Le pidió Yoko consejo para trasladarse a Fussa? –No, es la primera noticia que tengo. –dijo Gennai. –¿Qué?¿No le ha dicho nada? –Nada. –dijo Gennai girándose para inspeccionar los frenos de la moto. –Nos dijo que estaba un poco deprimida por los tiempos que estaba haciendo. –dijo Taichi. –Eso no es cierto. Hace buenas marcas. –dijo Gennai utilizando un destornillador sobre el manillar. –¿En serio? –preguntó Taichi, dándose cuenta de que la deportista les mintió. –Si está preocupada debe ser por lo otro. –dijo Gennai dejando de desatornillar. –¿Qué quiere decir con lo otro? –preguntó Taichi. –¿No te lo ha dicho? Hubo unos anónimos difamándola corriendo por ahí. –dijo Gennai volviendo a mirar al castaño. –¿Con qué tipo de cosas? –No sé realmente qué está pasando. –dijo Gennai continuando la inspección de la moto. –No sé quién lo hizo y Yoko es el tipo de persona que no duda en soportar las cosas ella sola. De hecho, antes de una carrera se presiona mucho a sí misma, aunque cuando la miras bien, es compasiva. Si se divirtiera más con los chicos como hacen sus compañeras estaría mucho más tranquila. Pero no es su caso. –Pero, ¿usted no estaba saliendo con ella? –preguntó Taichi, que hasta donde él tenía entendido, la piloto y su entrenador eran pareja. –¿Qué? –preguntó Gennai con sorpresa. Entonces el entrenador se dio cuenta de que Yoko seguía fingiendo ser la novia de Gennai y decidió no delatarla. –Oh, sí. Tras hablar con Gennai, Taichi se encaminó hacia la salida del circuito casi con más dudas que con las que llegó. Fue entonces, cuando entre dos cubos grandes de basura que estaban fuera de los vestuarios, vio en el suelo una bola de papel que le llamó la atención porque se podía leer perfectamente el nombre de Yoko. Taichi se agachó para cogerlo y desenrolló el papel. Allí vio el anónimo del que le había hablado Gennai. Vuestra compañera Yoko tiene un corazón de hombre encerrado en un cuerpo de mujer. Es un monstruo. Mira a las mujeres que tiene cerca con ojos de hombre y tiene pensamientos lascivos. Si piensas que es mentira, pregúntale. Tras leer el anónimo, Taichi lo volvió a arrugar con rabia.***
Yoko seguía ocupada recogiendo sus cosas, cuando de un cajón sacó una foto enmarcada de ella y Sora en su etapa estudiantil. Yoko vestía ropa deportiva mientras que Sora, vestida con su uniforme la agarraba del brazo mientras sonreía a cámara. Lo que vio a continuación fue un pequeño álbum con unas fotos de una barbacoa que hicieron en el jardín de la casa compartida. Yoko, a la izquierda de la foto, con un pincho moruno y una cerveza miraba a su izquierda, donde Taichi se lanzaba a morder el pincho moruno que sostenía Sora. Ésta, miraba al castaño divertida por la situación. En otra foto, se mostraba una instantánea del cumpleaños de Mimí. Ella mostraba un regalo. Llevaba una banda que cruzaba su cuerpo homenajeándola y posaba sonriente cogida del brazo de un desubicado Koushiro con un gorro de fiesta. En otra foto, volvían a salir Taichi, Sora y Yoko en el cumpleaños de Mimí. Taichi y Sora posaban sonrientes poniendo sus dedos en uve, mientras que con la otra mano sostenían una copa de vino. Taichi llevaba una pajarita azul de broma y Sora un gorro de fiesta. La única que parecía no encajar era Yoko, no tan contagiada por la alegría de los demás. La siguiente foto era un selfie que sacó Yoko en la barbacoa. Unas sonrientes Yoko y Sora hacían el ademán de morder el mismo pincho moruno. La última foto del álbum también era del día de la barbacoa. Era una foto en la que salían los cinco con la casa de fondo. No podía negar que lo había pasado muy bien en aquella casa y con esas personas. Con nostalgia, metió el pequeño álbum en la caja y se fue a la cocina, donde cogió su taza, pero antes de volver a su habitación, miró la bandeja donde estaban todas las tazas, una por habitante de la casa. Ella acababa de dejar un hueco en esa bandeja, y no porque fuera a utilizarla, sino porque se marchaba. Por fin, la empresa de mudanzas llegó y en una pequeña camioneta, dos empleados de la empresa de mudanzas se dedicaban a meter cajas. Yoko se quedó mirando la casa, cuando por la esquina de la calle apareció Sora con un par de bolsas. Se frenó en seco al ver la camioneta de las mudanzas. Según tenía entendido, la deportista se mudaría al día siguiente. –¿Se llevan hoy tus cosas? –preguntó Sora acercándose a Yoko. –Sí. Yo también me voy hoy. –dijo Yoko. –¿Qué?¿Por qué?¿Qué pasa con la fiesta de despedida? –preguntó Sora mostrándole las bolsas. –Creo que una fiesta de despedida no es lo más apropiado. –dijo Yoko. –¿Por eso dijiste que te ibas mañana? –preguntó Sora. –Quiero irme sin que nadie se entere. –admitió Yoko. A Sora no le quedaba otra que respetar su deseo. Eso sí, una vez que los de la mudanza se marcharon, Sora y Yoko, llevando un bolso de equipaje, fueron caminando dando un último paseo por el parque, hasta que llegaran a la zona de la estación. –En este parque fue donde me encontraste completamente empapada por la lluvia. –recordó Sora. –Si no me hubieras encontrado aquel día, ahora estaría totalmente desvalida. No habría encontrado la determinación ni el valor de dejar a Yamato. Tal y como dijiste, debo empezar a valerme por mí misma. –No debes volver nunca con él. –dijo Yoko acomodándose un poco el bolso. –Lo sé. –dijo Sora. –Cuando él te busque, debes recordar que siempre habrá alguien más apropiado para ti. Y bueno, Taichi está ahí. –Hay un puesto allí. ¿Quieres tomar algo? –preguntó Sora. –Claro.***
Después de haber hablado con Gennai y haber visto aquel anónimo difamando a Yoko, Taichi llegó a casa. Se extrañó de que no hubiera nadie y de que estuviera todo en completo silencio. Se suponía que iban a celebrar una fiesta de despedida. Cuando se dirigió a la cocina a por su taza, vio que faltaba la de Yoko. Taichi sintió una extraña sensación de vacío. Fue entonces cuando fue hacia el cuarto de la corredora. Al entrar vio que ya no quedaba nada de sus cosas. Tan sólo quedaba la cama, el armario y el escritorio. Entonces comprendió que Yoko había mentido a todo el mundo. Les había hecho creer que se iría al día siguiente, pero lo cierto es que se había mudado antes para evitar la parafernalia y la tristeza de la despedida. –Debe ser una broma. –dijo para sí mismo. Entonces vio la llave de la casa junto a un sobre dirigido a él en el escritorio. Taichi lo abrió y leyó la carta. Querido Taichi, Después de vivir seis meses en Fussa pretendo irme al extranjero y me someteré a un tipo de operación que sólo fuera de Japón me pueden realizar. Sólo voy a decirte a ti la verdad. La verdad sobre mi verdadero yo. Tras leer, Taichi soltó la carta y salió corriendo de la casa para buscarla. No sabía por dónde ir, pero al menos lo intentaría. Gracias Taichi. Me hiciste muy feliz cuando me dijiste que me querías. Mientras Taichi corría, Yoko cogió dos cafés para llevar del parque, dándole uno de ellos a Sora y continuaron dando su paseo por el parque hasta llegar al lugar donde Yoko encontró a Sora aquella oscura tarde de lluvia, y donde tantas otras veces estuvieron durante su etapa escolar. Allí se sentaron y estuvieron en silencio, tan sólo disfrutando de la compañía mutua. Debería haberte abierto mi corazón en aquel momento, pero no encontré el coraje y no fui capaz de decírtelo. Taichi seguía corriendo por el barrio, sin dar con Yoko. Me sorprendí cuando te declaraste. Pero apareció mi orgullo. Me daba miedo decirlo cara a cara. Por eso he decidido decírtelo en esta carta. Hasta ahora he estado con gente a la que siempre he decepcionado. Pero tú eres la primera persona que me ha dicho que me quería. Eres alguien que me ha abierto su corazón. Por eso no puedo mentirte. Después de pasar por la estación, siguió corriendo sin parar hasta llegar al parque. Taichi, mi verdadero yo… –Es hora de irme. –le dijo Yoko a Sora. Ésta asintió con la cabeza y se levantaron. –Oye, sé que me estoy mudando, pero si me acompañas hasta la estación será más duro todavía. –Vale. –entendió Sora. Para ella también lo sería, aunque daba igual dónde fuera, la despedida sería dura igualmente, pero respetó su deseo. –Nos vemos, Sora. –dijo Yoko acomodándose el bolso. –Buena suerte. –dijo Sora extendiéndole la mano. Yoko se cambió el bolso de mano y se la aceptó. Sora también extendió su otra mano posándola encima, como muestra de que no quería dejarla ir, pero Yoko deshizo el apretón de manos. Tras sonreírle, Yoko comenzó a alejarse, dejando a una desolada Sora allí de pie, viendo cómo se alejaba. –¡Yoko! –gritó Taichi que llegaba corriendo. Al escuchar su nombre, Yoko se giró hacia un Taichi que parecía que le faltaba el aliento. Ni Yoko, ni Sora, que miraba a lo lejos esperaban aquella aparición del castaño. –¡No te vayas, Yoko! He leído la carta. Entiendo cómo te sientes y por qué me dijiste que no podías corresponder mis sentimientos. Pero aún así, ¡te quiero! ¡Te quiero como ser humano! Me da igual que seas hombre o mujer. No voy a callarme a mí mismo. Quiero apoyarte. ¡No importa cuánto cambies!¡Tan sólo quiero estar a tu lado!¡No quiero perderte! Mientras que Taichi le decía todo aquello, Yoko no podía evitar emocionarse. Estaba haciendo grandes esfuerzos por contener las lágrimas. Pero Taichi, que estaba parado a varios metros de ella, se acercó y la abrazó. Yoko, cerrando los ojos, correspondió el abrazo, con una confundida Sora como testigo de todo aquello. Yoko no pudo aguantar más y comenzó a llorar. Reflexiones de Sora: Cada vez que lo pienso, creo que fui testigo del nacimiento de un gran amor. Yoko, no sabía nada de ti. No sabía lo más importante.***
–Señor Ishida, es hora de comer. –dijo la enfermera entrando a la habitación en la que estaba ingresado Yamato, pero para sorpresa de la enfermera, Yamato no estaba allí. La enfermera salió para informar de la desaparición del paciente. Continuará…