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Al día siguiente, tal y como prometió, Yoko llegó a Tokio. Al salir de la estación de su antiguo barrio sonrió y se dirigió hacia la casa compartida. Al llegar a la parte de afuera tocó el timbre y se dirigió hacia la puerta. Como nadie parecía abrir, probó suerte y vio que la puerta estaba abierta. Tras descalzarse en el genkan, se dirigió hacia el salón. Al entrar, tres de sus ex compañeros de casa entraron por la cocina cantando vestidos con sobreros vaqueros. En primer lugar, apareció Taichi tocando una guitarra, seguidamente apareció Sora armada con una pandereta y por ultimó Mimí tocando unas maracas. –¡Felicidades, Yoko! –Exclamaron los tres cuando terminaron de cantar la desafinada canción de bienvenida. –¡Bienvenida a casa! –exclamó Sora. Entonces, del piso de arriba apareció Koushiro extendiendo un cartel que felicitaba a la piloto por la victoria. –¡Felicidades! –gritó Koushiro tras tirar el cartel y sacando el móvil para sacarle una foto. –¡Cuéntanos cómo te sientes ahora mismo! –¡Estáis locos! –dijo Yoko. –¿No es conmovedora esta reacción insensible? –dijo Koushiro. –¡Yoko es así! –dijo Mimí todavía riendo. –¡Oh, he olvidado abrir esto! –dijo Koushiro refiriéndose a un cono de confeti. –Ya es suficiente. –dijo Yoko. Pero Koushiro hizo caso omiso y lo abrió. –¡Bienvenida a casa Yoko! –gritó Koushiro. Una vez que dejaron de gritar y darle la bienvenida a Yoko, Taichi se marchó a la cocina a terminar de preparar la cena. –¡El pavo debe de estar ya listo! –entró Koushiro cantarín y abriendo la puerta del horno. Pero cuando lo hizo, recibió un manotazo de Taichi y un calbote de Mimí, que entró tras él. –Shhh, puede oírte. –le dijo Mimí mientras Taichi cerraba la puerta del horno. –Además, aún no está listo. –añadió Taichi. –Lo siento. –se disculpó el chico. –Idiota. –dijo Mimí. Sora, que preparaba la mesa baja en el salón no podía evitar sonreír por la pelea que tenían aquellos tres en la cocina, pero sobretodo, por la presencia de su mejor amiga. –¿En qué puedo ayudar? –preguntó Yoko, que volvía del baño. –Oh, no te preocupes. Hoy eres nuestra invitada, así que no tienes que hacer nada. –dijo Mimí sacándola de la cocina. –Hace calor, así que, ve a tomar el fresco al jardín. Unos minutos después de que prácticamente la echaran de allí, Taichi salió al jardín, donde Yoko esperaba sentada. –Yoko, felicidades. –dijo él. –Gracias. –Debiste hacerlo muy bien en la carrera. –Es gracias a ti. –¿A mí? –preguntó Taichi, que no entendía qué podría haber hecho él para que Yoko ganara la carrera. –Gracias a ti tuve confianza en mí misma. No pensé que sería tan alentador tener aunque sea sólo una persona que me entendiera. –explicó Yoko. –¿Cómo decirlo? Es como una nube que siempre estaba en mi cabeza y que se ha disuelto un poco. –La nube desaparecerá a partir de ahora. –dijo Taichi sonriéndole. –¿Tú crees? –Sí. –dijo él asintiendo con la cabeza. Entonces Taichi se sentó en la otra silla. –Yoko, vuelve a la casa compartida. Cuando no estás por aquí, no es lo mismo. No sólo para mí, sino para todos. Mientras tanto, en la cocina, Koushiro sacó el pavo del horno y lo decoró con un lazo azul indicador de la victoria de Yoko. –El pavo ya está listo. –dijo él. –Vamos a llamar a Yoko. –Espera un momento, ¿estás seguro de que ya está listo? –preguntó Mimí mientras preparaba otras cosas. –Que sí, ¿no lo ves? –respondió él. –Voy a llamarlos. –se ofreció Sora mientras aprovechaba el viaje para llevar dos platos más de comida. Cuando llegó al jardín, vio a Taichi y Yoko hablar animadamente y de forma relajada. Reflexiones de Sora: Yoko. Es la primera vez que veo esas sonrisas en vosotros. Lo que yo siempre buscaba, pero que nunca podría comprender. Sentí que esa felicidad, vosotros la teníais.***
A la mañana siguiente, todos los habitantes de la casa y Yoko se habían quedado dormidos en el salón. Koushiro y Mimí dormían por los suelos. Yoko y Sora dormían en dos sofás distintos mientras que Taichi, dormía en el suelo pero apoyando la cabeza en el sofá en el que dormía Yoko. La luz del día comenzaba a entrar y lo único que se escuchaba eran los cantos mañaneros de los pájaros. La primera en despertar fue Sora. Lo primero que vio fue cómo Yoko cambiaba un poco su posición, quedando su cabeza y la de Taichi bastante cerca. Entonces sonó el timbre. Cuando Sora salió a abrir todavía medio dormida, vio a una mujer de pelo corto castaño claro vestida con un traje negro. –Siento venir tan temprano. –dijo la mujer. –No importa. –dijo Sora restándole importancia. –¿Está Taichi Yagami aquí? –preguntó la mujer. –Sí. –dijo Sora. –Soy Hikari, su hermana mayor. –dijo Hikari sonriendo. Había conseguido encontrarlo al preguntarle a su padre dónde vivía. –¿Su hermana mayor? –preguntó Sora acercándose a ella. Fue como si se despertara de golpe. –Entra, por favor. –En realidad, venía porque hay una ceremonia en memoria de nuestro abuelo en casa de nuestros padres. –explicó Hikari. –Pensé que Taichi debería venir pero no pude ponerme en contacto con él. La familia también está preocupada porque hace tiempo que no sabemos de él. Lo último que supo mi padre es que se vino a vivir aquí. –Vaya. –dijo Sora sin saber qué decir. –¿Entonces, está dentro? –preguntó Hikari. –Sí. –respondió la pelirroja. Entonces, Hikari se adentró con prisa dentro de la casa. –Pero ahora mismo no es un buen momento. Hikari hizo caso omiso, se descalzó y entró al salón, donde lo vio dormir con expresión tranquila. –¿Quiere que lo despierte? –preguntó Sora. –No. –respondió ella. Hikari dejó una bolsita de regalo encima de la mesa baja. –Es pan de banana. Por favor, dáselo cuando despierte. Sin decir nada más, la mujer salió, se calzó y se marchó de allí. Sora salió a cerrar la puerta. Fue entonces que Taichi despertó y salió al pasillo sosteniendo la bolsita que había dejado Hikari. –Buenos días. –saludó él. –Taichi. –¿Qué es esto? –preguntó él refiriéndose a la bolsita. –Tu hermana acaba de venir. –explicó Sora. –Vino diciendo que había una ceremonia en memoria de tu abuelo en casa de tus padres. Y dijo que eso es pan de banana. Nada más escuchar eso, Taichi soltó la bolsita, desparramándose los panecillos. –¿Cómo me ha encontrado? –preguntó él. –Parece que tu padre le ha dicho dónde vives. –preguntó Sora. –No le digas a nadie que ha venido mi hermana. –dijo Taichi. –Pero… –Ni lo menciones. –dijo él. –Vale. –aceptó Sora. No entendía las razones, pero el tema de su hermana parecía un tema sensible para su amigo, así que debía respetar su decisión. Taichi recogió la bolsita con los panecillos y la tiró a la basura. Un rato después, el resto de inquilinos empezó a despertar. –Qué dolor de cabeza. –se quejó Yoko yendo a mirar el reloj que había en una de las paredes del salón. –¿Qué hora es? Mierda, tengo que coger el tren de las diez y media. –Aún hay tiempo. –dijo Koushiro. –¿Quieres café? –Para mí también. –dijo Mimí. –Vaya, no queda nada. –dijo Koushiro con la cafetera en la mano. Estaban acostumbrados a que Taichi hiciera el café todas las mañanas. Sin saber por qué, esa mañana no lo hizo. –¿Dónde está Taichi? –preguntó Yoko. –Parece que tenía que ir pronto a trabajar. –respondió Sora desde el salón. –Creo que debería irme yo también. –dijo Yoko. –¿Ya te vas? –preguntó Mimí mientras Yoko se levantaba. –Sí, también quiero visitar a mis padres. –dijo Yoko. –Vuelve cuando quieras. –le dijo Mimí. –Por supuesto. –dijo Yoko dándolo por hecho.***
Más tarde, Sora estaba doblando ropa en el sofá del salón cuando Taichi llegó. –Hola. –saludó el castaño. –Hola. –saludó Sora. –¿Puedo ayudarte? –preguntó Taichi. –Es que…, es ropa de chica. –dijo Sora dejando implícito que había ropa interior femenina y que sería demasiado incómodo. –Entiendo. –dijo Taichi avergonzado. –Pero puedes hacerte cargo de las sábanas y los almohadones. –le dijo Sora consciente de la incomodidad del chico. De esa forma Taichi podría sentirse útil. –Claro. –dijo Taichi yendo hacia la cesta donde estaba la ropa de cama. –Sora, ¿puedo hablar contigo? –preguntó Mimí apareciendo desde su habitación. –Claro. –dijo Sora. –Parece que tenemos que enviarle los documentos para la renovación del contrato de alquiler al propietario, pero en tu caso, como no tienes un trabajo fijo, necesitamos que tengas un aval. –dijo Mimí sentándose en el otro sofá con unos papeles en la mano. –¿Un aval? –preguntó Sora. –Sí. En tu caso, sería tu madre, ¿no? –preguntó Mimí. –Hace tiempo que no la veo. –dijo Sora rascándose el brazo por el apuro. –Probablemente esté viviendo con algún hombre. Parece que lo hizo tan pronto como me fui de casa. Déjame pensar… –Ya veo. ¿Qué podemos hacer? –preguntó Mimí para sí misma, consciente de que la madre de Sora no sería un aval seguro. –¿Quieres que vayamos juntos a preguntarle? –se ofreció Taichi. –¿Contigo? –preguntó Sora. –Le explicaré lo que es la casa compartida. Así será más fácil que acceda a avalarte. –explicó Taichi. –Tienes razón. –dijo Mimí. –Podéis probar. –¿No te importa hacerme ese favor? –preguntó Sora. –Claro que no. –respondió Taichi. –Gracias. –dijo Sora con una sonrisa. Lo que los tres inquilinos no sabían era que alguien los vigilaba desde fuera viéndolos a través de la ventana.***
Taichi y Sora fueron a casa de Toshiko para ver si podían solucionar el asunto del alquiler. –Vaya, dichosos los ojos. –dijo Toshiko a su hija cuando le abrió la puerta. –Hola, mamá. Siento no haber podido venir a visitarte. –se disculpó Sora. –¿Y este chico? –Es Taichi Yagami. –presentó Sora. Su madre se mostró extrañada. –Queríamos preguntarte algo. –Pasad. –dijo Toshiko dándoles paso. Los tres se sentaron en la mesa de la cocina. –Tú dirás. –Verás, mamá. Rompí mi relación con Yamato y ahora estoy viviendo en una casa compartida y necesito que me avales para el alquiler. –dijo Sora pasándole unos documentos. –¿Una casa compartida? ¿Qué es eso? –Verá, es una casa en la que varias personas vivimos juntos compartiendo espacios comunes, pero cada uno tiene su propia habitación. –intervino Taichi mientras que la mujer ojeaba los documentos que debería firmar si accedía a avalar a su hija. –El alquiler se divide en partes iguales. –¿Y vivís chicos y chicas? –preguntó Toshiko. –Así es, pero como ya le he dicho, cada uno tiene su propia habitación, así que no tiene que preocuparse por nada. –explicó Taichi. Toshiko se levantó. –Ven un momento. –ordenó Toshiko a su hija. Sora se levantó y siguió a su madre. –¿Quién es ese? Con ese pelo tan alborotado no me parece que tenga un estilo muy respetable. Trabaja de noche, ¿verdad? –Ya te he dicho que se llama Taichi. Y es… –¿No te obligará a hacer cosas raras, no? –interrumpió Toshiko. –¡Claro que no! –exclamó Sora indignada por la ocurrencia. Taichi no podía evitar escuchar la conversación. A pesar de estar en otra estancia, las paredes de la casa parecían de papel. –El chico con el que salías antes sí era perfecto. Este es guapo pero Yamato lo era más, vestía mejor y además trabajaba para el gobierno. –opinó Toshiko. –¿Por qué no estás con alguien como él? –Mamá, ¿cuándo has visto a Yamato? –preguntó Sora intuyendo que se habían visto por esa defensa a ultranza que su madre hacía por su ex novio. Toshiko indicó a Sora que se sentara en el suelo de tatami con ella. –Simplemente estoy preocupada. Ya sabes que lo he pasado mal con los hombres y ese Taichi no me inspira confianza. –dijo Toshiko sacando un cigarro. Entonces, Taichi pidió permiso para entrar. –Disculpe. –dijo Taichi arrodillándose. –Tengo que pedirle un favor. –¿El qué? –Si Yamato Ishida la visita pidiéndole que le diga algo sobre Sora, no le diga nada, por favor. –pidió Taichi. –Eso lo decidiré yo, ¿no crees? –dijo Toshiko con una risa irónica por la petición del castaño. –Además, tengo cierta obligación con él. –¿Qué obligación? –preguntó Sora sin entender. ¿Qué obligación podría tener su madre con su ex novio? Entonces, al ver a su madre sin responder y reaccionando a su pregunta dando una calada al cigarro, Sora intuyó algo. –¡No me digas que te presta dinero! –Sólo un poco, cuando las cosas van mal. –reconoció Toshiko. –¿Podría dejar de permitir eso también? –pidió Taichi. –¿Qué? –preguntó Toshiko con indignación. ¿Quién se creía que era para atreverse a pedirle eso? –Él trataba muy mal a Sora. –le confesó Taichi. Al decirle eso, Toshiko miró a su hija, que agachó la cabeza avergonzada como si ella fuera la culpable. –Le hacía cosas muy desagradables. La golpeaba y sometía. –Un hombre no debería hacer ese tipo de cosas. –reconoció Toshiko al escuchar que Yamato maltrataba a su hija. –Nadie debería hacerlo. No es algo que se pueda perdonar como si nada. Usted es la madre de Sora, y como madre, debería protegerla de esas cosas. Avale a su hija, por favor. –pidió Taichi haciendo una inclinación.***
Mimí se acercó al hospital en el que Yamato estaba ingresado para hacerle saber que habían quemado todas sus cartas y que no se molestara en escribir más, pero cuando abrió la puerta, no había ningún paciente dentro. Era como si la habitación estuviera libre y preparada para recibir a otros pacientes. –Disculpen. –dijo Mimí al escuchar a dos enfermeras hablando por el pasillo. –Yamato Ishida estaba hospitalizado en esta habitación. ¿Le han dado el alta? –Ah, usted es la chica del otro día. –dijo la enfermera reconociéndola. –La verdad es que desapareció. Por lo visto se escapó, aunque todavía no estaba bien como para salir del hospital. –Entiendo. –dijo Mimí. La castaña caminaba por el pasillo pensando en lo que le habían dicho las enfermeras. Entonces, Mimí vio pasar a una mujer joven que le recordó a Sora porque llevaba un parche de apósito en el ojo. Esos parches solían ser casi una evidencia de que la pareja le maltrataba. Mimí confirmó su sospecha al ver que la mujer se dirigió hacia su pareja y se sentó junto a él. –Lo siento. –se disculpó el hombre. –Estoy bien. –dijo ella. –Lo siento mucho. –volvió a insistir el hombre. Mimí pensó que los maltratos hacia las mujeres parecían ser algo más habitual de lo que pensaba. Lo que Mimí ignoraba era que esa mujer era Maki Himekawa, la ex compañera de trabajo de Sora.***
Después de haber expuesto la situación de Sora, Toshiko aceptó avalar a su hija, y para celebrarlo, sacó licor. Taichi se ofreció a servírselo, como buen barman. Toshiko parecía estar demasiado alegre después de varios tragos y no dejaba de hablar de la modalidad de vivienda que le planteó Taichi. –Hombres y mujeres viviendo juntos. Parece que es un estilo de vida que se ha vuelto muy popular. –Eso parece. –dijo Taichi dándole la razón bebiendo él también. Mientras, Sora se fue a la cocina a por más bebida. –Cuando yo era joven eso también pasaba. ¿Cómo se llamaba entonces? –divagó Toshiko. –Ya me acuerdo. Eran comunas hippies. Dicen que la historia se repite. ¡Qué gran verdad! –Es bueno mirar atrás ahora y lo que fue popular vuelva. –dijo Taichi siguiéndole la corriente a Toshiko, aunque su modo de vida distara bastante al de una comuna hippie. –Pasa lo mismo con el diseño de moda y la música. –¡Rolling Stones!¡Bob Dylan! –exclamó Toshiko, aunque parecía que era el alcohol el que empezaba a habar por ella. –Aunque el mejor de todos es Mick Jagger. –Para mí es John Lennon. –opinó Taichi. Sora no sabía cómo, pero Taichi se había ganado a su madre. –Me encanta. –¡Esto no es serio! ¿Con ese cabezón? –dijo Toshiko alborotando el pelo de Taichi más aún. Una vez que el alcohol dejó a Toshiko medio durmiendo, Sora y Taichi salieron para marcharse a casa. –Lo que dice Yoko es cierto. –comentó Sora. –¿Y qué es lo que dice Yoko? –Que eres un chico que puede brindarle felicidad a la gente. –dijo Sora haciendo reír a Taichi. –Ojalá te hubiera conocido mucho antes. Antes de conocer a Yamato. De esa forma me hubieras gustado cada vez más. –No soy bueno. –dijo Taichi. –¿Pero qué dices? Eso no es verdad. –dijo Sora sorprendida por el bajo concepto que tenía Taichi de sí mismo. –Soy un ser humano defectuoso. –dijo él. –¿Defectuoso? –preguntó Sora ante esa descripción. –No me digas que eres un electrodoméstico. –La verdad es que mi corazón es más pequeño que el del resto de las personas. Casi tan pequeño como el de un ratón. –dijo Taichi mostrándole con los dedos el tamaño del corazón de un ratón. Al ver la cara que puso Sora, Taichi empezó a reír. –¡Estoy bromeando! Aunque la mitad es verdad. –Idiota, me has asustado. –se quejó Sora. Entonces comenzó a llover. –Vaya, está lloviendo. –Tengo un paraguas. –dijo Taichi abriendo su mochila. –El hombre del tiempo dijo que llovería. –¡Por eso me gustas! –dijo Sora sorprendida de lo precavido que había sido el castaño. –Ni lo menciones. –dijo Taichi abriendo el paraguas y compartiéndolo. –Gracias. –dijo Sora. Tras dar unos pasos, Taichi notó que el semblante de Sora cambió. –¿Ocurre algo? –preguntó Taichi. –¿Por qué no vuelves a casa? –le sugirió a Taichi. –Ya casi hemos llegado. –dijo él sin entender. –Es que, he olvidado que tenía que comprar algo. Nos vemos después. –dijo Sora empezando a correr y alejándose de Taichi ante su atónita mirada. Después de correr unos metros, entró a una zona de tiendas. Yamato, con una muleta y una gran cojera, se ocultaba entre las estanterías. Había estado merodeando por la zona para poder ver a Sora, pero cuando empezó a llover, se había refugiado en esa tienda. Para su fortuna, Sora entró allí, y la vio debatirse entre dos productos. Fue entonces cuando a Sora se le heló la sangre al escuchar una voz grave que le resultó muy familiar. –¿Sora? –Sora se dio la vuelta y frente a ella vio a Yamato con una muleta y una aparatosa escayola. –Cuánto tiempo. ¿Cuándo vas a volver a casa? –¿A casa? –preguntó Sora. No podía creerse que él todavía tuviera esperanzas de que volviera con él. –Todavía no estoy bien del todo, –comenzó a decir señalándose la pierna, –así que, me serías muy útil si pudieras venir a ayudarme con la limpieza y la comida. Por supuesto, yo haré todo lo que pueda. –Yamato, rompí contigo. –dijo ella. –¿Has leído mis cartas? –preguntó él. Ella no dijo nada. Ni siquiera sabía de qué cartas estaba hablando, cosa que él captó. –No, ¿verdad? Quería saber por qué no venías a visitarme. Bueno, veo que no puedes ayudarme. Entonces, Sora dejó los productos que había estado mirando y empezó a encaminarse hacia fuera. –¡Sora! –gritó Yamato que fue tras ella a pesar de su gran cojera. Sora se detuvo en la entrada de la tienda, pero no lo miró. Por suerte era una zona cubierta en la que no se mojaban. Yamato llegó hasta ella. –Volvamos juntos a casa. Al no recibir respuesta, Yamato la cogió de la mano, mientras Sora opuso algo de resistencia. –Yamato. Suéltame. –dijo ella sin mirar. Quería evitar su mirada azul. Si había algo que temía era volver a caer en su red. –Déjame ser libre. He encontrado a alguien que me gusta. Al escuchar eso, Yamato la soltó suavemente. Sora percibió cómo Yamato tragó saliva al ver su nuez ir de arriba a abajo, mostrándole que no esperaba aquello. –Será mentira, ¿no? –preguntó él, que no quería creérselo. Él le sostuvo la mirada. –No te creo. –Es verdad. –dijo Sora, y se marchó corriendo, dejando a Yamato solo, apoyado en su muleta. Sora siguió corriendo cuando por el cruce al que llegaba Sora pasaba Taichi con el paraguas. La fuerza de la lluvia se intensificó. –¡Sora! ¿Qué ha pasado? –preguntó Taichi mientras Sora se refugiaba bajo su paraguas. –No he encontrado lo que buscaba, así que pensé que podría alcanzarte. –se limitó a decir Sora. No quería preocupar a su amigo por el inesperado encuentro con Yamato. –Estás empapada. Vamos rápido a casa. –dijo Taichi. –Sí, vamos. Está lloviendo mucho.***
A la mañana siguiente, Taichi se levaba las manos en el plató fotográfico después de haber terminado su trabajo. –Buen trabajo Yagami. –dijo uno de los ejecutivos de la empresa. –Gracias, señor. –dijo Taichi mientras se secaba las manos. –Por cierto, el próximo proyecto comenzará la semana que viene y durará unos dos meses. –le informó el ejecutivo. –El director que hizo el anuncio va a hacer una película. Le gustó mucho cómo maquillas y me dijo que te avisara por si estás interesado en el trabajo. ¿Qué te parece? –¡Por supuesto! –exclamó Taichi emocionado. –Confío en ti, entonces. –le dijo su jefe. Como una noticia así no se daba todos los días, Taichi llamó a Yoko, que en ese momento estaba cambiando los neumáticos de su moto. –¿Diga? –contestó Yoko después de limpiarse un poco las manos. –¿Sabes qué? Parece que van a contratarme para una película. –¡Genial! –dijo Yoko. –Voy a esforzarme un montón. –le dijo Taichi ilusionado por el nuevo proyecto.***
Más tarde Taichi servía café en las tazas tras comentarle a sus compañeros de casa la nueva noticia. –Pues, ¿sabes? Yo preferiría no perderte como camarero. –dijo Mimí. –Todavía no puedo dejar mi trabajo en el bar, así que no te preocupes. –dijo Taichi. –Tengo que empezar pronto el turno. –Me alegro, Taichi. No deja de ser un paso más en tu carrera. –le reconoció Koushiro. Mientras hablaban de la vida profesional de Taichi, Sora estaba sumida en sus pensamientos tras el encuentro que tuvo con Yamato la tarde anterior. –Parece que os va bien: Taichi en una película y Yoko en el Campeonato Nacional de Japón. –Estoy pensando en pedirte que seas mi ayudante, Sora. –dijo Taichi apoyado en la encimera de la cocina y sosteniendo su taza. –Oh, sí, claro. –dijo Sora un tanto despistada. Taichi notó que Sora parecía estar en otra parte. –Bueno, en ese caso, vamos a celebrarlo. –dijo Mimí sacando una botella de la nevera. –¿Otra celebración? –preguntó Koushiro, que tenía la sensación de celebrar cada cosa en esa casa. –¡¿Y qué?! –dijo Mimí agitando la botella. –¡Deja de agitar la botella o se desperdiciará todo! –se quejó Koushiro intentando detener a la castaña.***
Tal y como dijo Taichi, esa noche le tocaba turno en el bar. –Sentimos irnos tan tarde. –se disculparon unos clientes. –No se preocupen. Gracias por venir. Buenas noches. –dijo Taichi mientras despedía a los últimos clientes del bar. Una vez que se fueron, Taichi apagó el cartel que indicaba que el bar estaba abierto. Al final, cerró tan tarde que prefirió dormir en el bar, ya que si se marchaba a casa perdería tiempo de sueño. Por la mañana temprano, Taichi cogió su bicicleta y se encaminó para casa. En uno de los tramos, se bajó de la bicicleta porque debía subir una pronunciada escalera. Cogió la bicicleta y empezó a subir a buen ritmo, pero cuando llegaba al final, algo contundente lo golpeó en la cara, haciéndole caer rodando escaleras abajo. Milagrosamente, el manillar de la bicicleta se quedó encajado en el posa brazos y no cayó tras él. Taichi comenzó a quejarse del golpe y la caída. Entonces, desde allí abajo, vio aparecer el pie de una muleta y a continuación, el portador de aquella muleta. Yamato Ishida le había golpeado con ella. Con una cojera más que evidente, Yamato empezó a bajar los escalones hasta llegar al magullado castaño. Cuando Taichi hizo el ademán de levantarse, Yamato lo frenó usando la muleta como barrera poniéndola a la altura de su cara. De la frente de Taichi comenzó a emanar sangre por una brecha que se había hecho con la caída. –No toques a Sora. –dijo Yamato fríamente. –¿Lo has entendido? Taichi lo miró con una mirada desafiante. Yamato pudo leer en sus ojos ese desafío, así que golpeó a Taichi con la muleta. –¡Ahhhh! –gritó Taichi, que cayó a su merced. Yamato volvió a golpearlo por la espalda un par de veces más. Estaba totalmente sometido. Y sin importarle su pierna herida, Yamato le pisó la mano.***
Los miembros de la casa compartida seguían durmiendo cuando escucharon el timbre de la puerta. Sora, que estaba en la cama, despertó y miró por la ventana. En la parte de fuera no había nadie, así que quien hubiera tocado al timbre o se había marchado o estaba en el porche esperando que le abrieran. Así que se dirigió sin prisa hacia la puerta. Tras el encuentro con Yamato, temía que fuera él. Con precaución, abrió la puerta, encontrándose a un herido Taichi cayendo allí mismo. Había sacado fuerzas de flaqueza para poder llegar a casa. Por suerte no estaba demasiado lejos, aunque en la condición que estaba, Taichi sintió que la casa estaba más lejos que nunca. –¡Taichi! –gritó Sora al ver a su amigo caer malherido.***
Yoko acababa de llegar al entrenamiento y se puso la equipación cuando sonó su teléfono. –¿Diga? A Yoko se le heló la sangre cuando Sora la llamó agobiada explicándole cómo llegó Taichi a casa. Así que, sin pensarlo ni un minuto, volvió a cambiarse, se disculpó con su entrenador y se fue lo más rápido que pudo hacia la casa compartida. Cuando Yoko llegó, vio que le dejaron la puerta abierta. Sus amigos estaban en la habitación de Taichi con semblante preocupado. Prácticamente acababan de volver del hospital. Por suerte, no hizo falta ingresarlo, pero necesitaba mucho descanso. Taichi estaba tendido en la cama con algunas curas hechas, su brazo en cabestrillo y su rostro parecía estar en shock. Yoko entró y se agachó para ponerse a la altura del castaño. Entonces, Taichi le sonrió. –Taichi. –dijo Yoko sorprendida por cómo habían dejado al castaño. –Bienvenida a casa. –dijo Taichi. Yoko puso su mano encima de la de Taichi para mostrarle su apoyo. –Es culpa mía. –dijo Sora angustiada. Cuando dijo aquello, los demás la miraron, pero Sora se marchó a su habitación. Con lo que dijo, Yoko se quedó preocupada, así que fue al cuarto de Sora. Cuando entró, la encontró casi a oscuras sentada en la cama. Yoko cerró la puerta. –Sora, no es culpa tuya. –dijo Yoko. –Sólo es culpa de ese desgraciado. –Pero lo que le ha pasado a Taichi es culpa mía. –insistió Sora. –Es culpa mía porque le dije a Yamato que había encontrado a otra persona. Si no le hubiera dicho eso Yamato no lo hubiera dejado así. Se lo dije para que me dejara en paz. Pero no es mentira. –¿Te gusta Taichi? –preguntó Yoko. –Pero a Taichi le gustas tú. –dijo Sora afectada. Yoko se sentó junto a ella y le pasó un brazo por los hombros para consolarla. –Taichi y yo somos amigos. –dijo Yoko. –No es lo que piensas.***
–Qué tonta he sido. –dijo Mimí sentada en uno de los sofás del salón con los brazos cruzados. Y pensar que había ido a verlo. Ahora sabía para qué se había fugado del hospital. –Aunque pensándolo bien, puede que no pase nada más. –¿Por qué ha atacado a Taichi? –preguntó Koushiro. –Es como si quisiera atacar a todos los que estamos protegiendo a Sora. ¿Vamos a tener que vivir asustados a partir de ahora? –Koushiro. –dijo Yoko levantándose de la silla de la cocina y dirigiéndose hacia ellos. –Hablando así parece que quieras que Sora se fuera. –¡Yo no he dicho eso! –se levantó Koushiro defendiéndose. –Pero piensas que si ella no estuviera todo sería más seguro y tranquilo, ¿o me equivoco? –insistió Yoko. –Si estás tan preocupado, vuelve a tu casa. Yo voy a dejar mi apartamento y voy a volver aquí. Protegeré a Sora en esta casa.***
Después de haber permanecido en cama todo un día, Taichi por fin pudo levantarse, aunque seguía convaleciente. Sora le hizo un caldito y se lo llevó al salón. –Aquí tienes. –dijo Sora. –Gracias. –dijo Taichi. Ahora se tenía que apañar con la mano izquierda, ya que la derecha la llevaba con una escayola. –Taichi, ¿te encuentras bien? –Sí. Si descanso me curaré en seguida. –dijo Taichi restándole importancia.***
Durante los siguientes días, Sora se ocupó de que Taichi estuviera bien y cómodo. De hecho, ese día fue a acompañar al castaño a la revisión en el hospital. Durante esos días, Yoko había vuelto a trasladarse a la casa compartida. En uno de esos días, Yoko volvió del apartamento de traerse algunas cosas que todavía le quedaban allí, cuando sonó el teléfono de casa. –¿Diga? –contestó Yoko después de mucho pensar si cogerlo o no. Estaba claro que aquel tipo podía conseguir información fácilmente gracias a su puesto de trabajo.***
Yoko tocó al timbre. Por el portero automático, Yamato vio que Yoko esperaba fuera. Cuando abrió la puerta, se encontraron cara a cara. –Pasa. –dijo Yamato. El rubio entró en la cocina y puso la tetera. Yamato estaba prácticamente recuperado. Ya ni siquiera necesitaba la muleta para caminar. –Te está yendo bien, ¿verdad? En la encimera vio una revista especializada en motocross abierta en una página con un artículo y una foto sobre Yoko. Yamato la cogió y la echó a la papelera delante de ella. Era toda una declaración de intenciones. –He decidido escribirle una carta a tu familia explicándoles todo acerca de tu atención psiquiátrica, pero de forma que se entienda bien. –dijo Yamato sin ocultar sus intenciones. –Seguro que tus padres lo comprenden de una vez. Si no quieres que lo haga… –Haz lo que te dé la gana. –lo interrumpió Yoko. –No voy a asustarme por nada. Nunca más. –¿Y Sora?¿Está con ese chico? –preguntó Yamato intentando indagar en la relación que tenía Sora con el castaño. –¿Y qué si lo estuviese? –preguntó Yoko. –Sora ya no es tu novia, ni nada por el estilo. –Lo habías planeado, ¿verdad? –acusó Yamato. –No. –dijo Yoko. –Es Sora la que ha cambiado. Se mantiene en pie ella sola y vive dependiendo solo de su fuerza. Ahora se está interesando por un buen chico que es muchísimo mejor que tú. Es generoso y puede amar de verdad a una persona. Sora puede ser realmente feliz, y no voy a dejar que te metas en su felicidad. –¿Cómo puedes decir todo eso? –preguntó Yamato con una sonrisa irónica. –Porque la única persona que ama a Sora de verdad, soy yo. –sentenció Yoko. –Tu amor no puedo considerarlo verdadero. Aunque al principio parecía que Yamato podía mantener la calma, lo que dijo Yoko lo enfureció y se abalanzó sobre ella para golpearla, pero Yoko, que lo vio venir, consiguió detenerlo, comenzando así a forcejear. Entonces, Yoko, con ayuda de su cabeza y su cuerpo consiguió empujar a Yamato haciéndolo caer hacia atrás. Yoko intentó patearle, pero Yamato, muy hábil consiguió cogerle de la pierna cuando fue a golpearle y la hizo caer. Yamato la cogió de la pechera y le dio un puñetazo en la cara. A continuación la cogió del cuello, dejando a Yoko sin aire. Pero con sus brazos y el impulso de sus piernas, Yoko consiguió repeler al rubio hacia atrás, golpeando en su caída la lámpara naranja que una vez repuso Yamato cuando se rompió uno de los días en los que golpeó a Sora. Tal y como ocurrió aquel día, la lámpara se rompió en pedazos otra vez. Los dos oponentes consiguieron levantarse y cuando Yamato iba a su encuentro, Yoko golpeó al rubio con su mochila. Él consiguió parar uno de esos golpes y empujó a Yoko hacia la cama. Yoko volvió a intentar golpear a Yamato con la mochila pero él esquivó el golpe. El rubio cogió a Yoko de la pechera de la camisa y la lanzó al suelo. Con la caída, casi se golpea el ojo contra uno de los cristales rotos de la lámpara que quedó en punta. Yamato se colocó encima de ella y empezó a presionarla hacia abajo para que su ojo llegara al cristal, mientras Yoko intentaba hacer fuerza para evitarlo. Entonces, sin esperarlo, Yamato la giró, quedando totalmente a su merced. Tras darle un puñetazo en el estómago, le abrió la camisa, dejando ver un top negro que Yoko solía utilizar para ocultar lo más posible los pechos que tanto odiaba.***
Mientras esa pelea tenía lugar en el apartamento del rubio, Taichi cogió su taza. La taza se despegó del asa que un día arregló. Al ocurrir aquello, Taichi sintió la rotura de la taza como si fuera un mal presagio. Al escuchar el ruido, Sora fue hasta la cocina encontrándose a Taichi mirando el asa que tenía en la mano. Continuará...