ID de la obra: 1065

Last Friends

Mezcla
PG-13
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 129 páginas, 64.909 palabras, 10 capítulos
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10. Amor y muerte

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A Yoko le dolió más que Yamato le abriera la camisa que cualquier golpe físico que le pudiera dar. Una vez que Yamato le abrió la camisa, comenzó a besarla por el cuello. Fue entonces cuando alargó la mano y consiguió alcanzar el pie de la lámpara, golpeándolo en la cabeza con toda su rabia y dejando a su contrincante aturdido, lo que aprovechó Yoko para levantarse, coger su mochila y marcharse, sin percatarse de que con los vaivenes de la pelea, a Yoko se le cayó del bolsillo el amuleto de la suerte que le regaló Sora, quedando completamente olvidado bajo la cama de Yamato. Una vez que salió del apartamento de Yamato, Yoko se fue caminando por la calle con la respiración agitada e intentando cerrar con sus dedos la camisa que quedó sin un solo botón. Al llegar a un paso de cebra en el que había varias personas, se paró en seco unos metros atrás, medio escondiéndose. No podía dejar que la vieran así. Le daba demasiada vergüenza. Odiaba demasiado lo que había debajo de aquel top. Aunque no se veía nada y no tenía demasiado pecho, lo odiaba con todas sus fuerzas. El problema es que al caminar tan agitada y alterada, conseguía llamar más la atención de los transeúntes. Una vez que llegó a una zona más comercial, entró en la primera tienda de ropa que vio, cogió la primera camisa que encontró de entre uno de los percheros y se marchó al probador. Aunque en el probador estaba sola, se puso la camisa nerviosa y a toda velocidad. Es como si quisiera ocultar su cuerpo de sí misma. De los nervios, se atoró con un botón, y comenzó a llorar en silencio de la impotencia que sentía.

***

–Bien. –dijo Taichi al comprobar que el asa de la taza que le regaló Yoko volvía a estar en su sitio, lo cual era todo un logro teniendo en cuenta que tenía uno de los brazos escayolados. –¿Se ha pegado? –preguntó Sora atenta. –Sí. –dijo Taichi. Por suerte la taza no se rompió al caer. Por lo visto el asa de la taza se debilitó. Una vez pegada, Taichi la cogió sonriendo, al igual que Sora. Fue entonces que llegó Yoko. –Hola. –saludó Yoko. –¿Qué ha pasado?¿Qué es esa herida? –preguntó Sora al ver un rasguño en la cara de Yoko. –Oh, me caí de la bici, pero no es nada. –mintió Yoko antes de entrar en la cocina. –Ah, qué sed que tengo. –Pero tenemos que desinfectar la herida. –dijo Sora yendo a por el botiquín. –No hace falta. –dijo Yoko.

***

–¡Sadaweeka! –saludó Mimí en tailandés sirviendo una sopa tailandesa. –He hecho tom yum goong. ¿Qué os parece? –A Mimí parecía gustarle dedicar algunas cenas a otros países. Esta vez le tocó a Tailandia. Y por supuesto, se vistió para la ocasión. Aunque esta vez le ayudó Sora. –Esto es ensalada de marisco y esto son rollos de primavera crudos con gambas. ¡A comer! –Genial. –dijo Taichi. –Todo lo ha hecho Sora, ¿verdad? –dijo Koushiro. Con lo que dijo, a Mimí se le borró la sonrisa de la cara provocando la risa de los demás. Koushiro simplemente disimuló. –Buen provecho. –Me alegro que hayas hecho esto Mimí, así puedo comer con una sola mano. –dijo Taichi cogiendo un rollo de primavera. –Sí, bien pensado, Sora. –dijo Yoko. –La próxima vez tú también podrías disfrazarte. –sugirió Koushiro. –¡Idiota! –le insultó Mimí harta de que todos los cumplidos fueran para Sora y provocando las risas de los demás. –Realmente eres idiota. Lo siento, Sora, te mereces los cumplidos, pero aún así no deja de ser idiota. Entonces sonó el timbre. Al escucharlo, a todos se les borró la sonrisa. En cuanto escuchaban el timbre ya se esperaban lo peor debido a los últimos acontecimientos. –¿Quién será? –preguntó Koushiro. Taichi se levantó para abrir. –Taichi, no tienes por qué ir tú. –dijo Mimí. Entonces Yoko tomó la iniciativa y fue hacia la puerta. –¿Quién es? –preguntó Yoko. –¡Traigo un paquete para Mimí Tachikawa! –contestaron desde el otro lado de la puerta. Cuando el mensajero habló, todos parecieron respirar aliviados. –Es para mí. –dijo Mimí levantándose. Una vez que le entregaron el paquete, volvieron para seguir con el festín tailandés. –Lo siento. –se disculpó Sora sintiéndose culpable de que estuvieran todos tan sensibles y en constante alerta. –Debería mudarme. Irme a algún sitio yo sola. –No digas tonterías. –dijo Yoko. –Si me voy dejaréis de vivir con miedo. –argumentó Sora. –Sora, no puedo dejar que hagas eso. –dijo Yoko. –Ese desgraciado es insistente. No importa lo que hagas, probablemente te acabará encontrando. Y si eso ocurre, estar sola es peligroso.

***

Como Taichi se sentía más recuperado, se dirigió al plató fotográfico acompañado de Sora para hablar con su jefe. Tras explicarle la situación, Taichi le pidió que lo dejaran participar en la película, tal y como estaba previsto. –Por favor, ¿podréis dejarme hacerlo? –preguntó Taichi. –Trabajaré duro. –Sé que trabajas duro, pero teniendo el brazo tal y como lo tienes es inútil. –dijo su jefe. –Lo siento, ya se ha decidido tu sustituto. –Lo siento, Taichi. Es… –No es tu culpa, Sora. –le interrumpió Taichi con rostro serio y sabiendo que su amiga iba a disculparse de nuevo. Entonces se giró para mirarla. –No debemos abandonar por estas cosas. No importa lo que pase, no debes abandonar y volver atrás. Eso significaría que traicionarías a Yoko, porque ella está dedicando su vida a protegerte.

***

En el parque cercano a su casa, Takeru Takaishi jugaba feliz en el arenero del parque haciendo un castillo. Yamato entró en el parque y vio al niño ir en busca de su madre para enseñarle su gran obra. –¡Mira, mamá, ven a ver lo que he hecho! –dijo Takeru. –¡Vaya, es fantástico Takeru! –le elogió su madre. Entonces, Natsuko, la madre del pequeño vio a Yamato. Natsuko inclinó su cabeza en señal de respeto. Sabía lo que aquel rubio había hecho por su hijo. No sólo ayudó a mejorar la situación del niño, sino que también le salvó la vida de una muerte segura arriesgando la suya propia siendo arrollado por un tren. Aquel hecho pareció haber impactado tanto en ella que la mujer comenzó a esforzarse por atender a su hijo como era debido. Cuando el pequeño se dio cuenta de quién estaba allí, salió corriendo hacia él. –¡Yamato! –gritó el niño. –¿Quieres jugar conmigo? –Tu madre ha vuelto, así que ya no estarás solo nunca más. –le dijo Yamato sonriéndole. –Pero también quiero jugar contigo. –dijo Takeru. Yamato se agachó para estar a la altura del pequeño. –¿Sabes? Voy a esforzarme para conseguir a la persona que quiero. –le dijo Yamato. –Así que, cuida de tu madre y quédate con ella. –Vale. –dijo el niño. Y se marchó corriendo hacia su madre. Yamato se alegró de que las cosas volvieran a la normalidad para el niño. Una vez que se aseguró que volvía con su madre, Yamato se giró para marcharse.

***

Mimí fue a comprar unas cosas que necesitaba de un combini. Al pasar por la sección de las revistas, vio algo que le llamó la atención. En la portada, entre varios titulares se percató del nombre de Yoko. Entonces cogió la revista y fue directamente a la página en cuestión. Allí vio una foto de Yoko alzando su casco por una victoria conseguida. El titular rezaba así: ¿Tiene la popular promesa del motocross un desorden de identidad sexual? Finalmente, compró la revista y se marchó a casa. Jamás le mencionó a Yoko aquello que encontró en su ordenador. Prefería que fuera Yoko la que se lo contara cuando estuviera preparada. No quería forzar nada y que se enfadara con ella. En la cocina, se encontró con Taichi y le enseñó la revista. Si había alguien empático en aquella casa ese era el castaño. –¿Por qué hacen estas cosas? Incluso si es por envidia, me parece demasiado. –dijo Mimí sosteniendo su tazón apoyada en la encimera de la cocina. –Ya estoy aquí. –dijo Yoko al llegar a casa. Al escucharla, Mimí se asustó. No podía dejar que viera la revista. Así que, la cogió de la mesa y la tiró al cubo del papel. –Hola. –dijo poniendo sus manos sobre la espada como si no hubiera hecho nada. –¿Qué hacéis? –preguntó Yoko. –Nada. –contestó Mimí. Pero Yoko la había visto tirar la revista con prisa, así que abrió el cubo y la sacó. Cuando vio su nombre, buscó la página y leyó el artículo. –Yoko… –Todo es mentira. –dijo Yoko. –Claro. –dijo Mimí. Yoko se giró y se marchó a su habitación. Una vez allí, rompió la revista. Estaba segura que Yamato había filtrado eso a la prensa. Era la forma en la que intentaba destruirla.

***

Sora y Koushiro habían ido a la tintorería a recoger ropa que habían dejado allí. –Señorita Takenouchi, el suyo es este, ¿verdad? –preguntó la dependienta. –Sí, muchas gracias. –dijo Sora cogiendo su bolsa. –Y esto es de Yoko. –dijo la dependienta llevando otra percha. –Y estos calzoncillos estaban mezclados. Koushiro, al ver unos calzoncillos de pata que formaban la bandera norteamericana se apresuró a cogerlos y meterlos arrugados de cualquier manera en el bolsillo de su chaqueta. –Esto es mío. –dijo él mientras Sora se reía. –Son mis calzoncillos de la suerte.

***

Taichi picó en la puerta de Yoko. –¿Sí? –¿Tienes un minuto? –preguntó Taichi. –Entra. –dijo Yoko. Cuando Taichi entró, Yoko colocaba sus cosas. A pesar de haberse mudado completamente, todavía no había tenido tiempo de sacar sus cosas de las cajas y colocarlas en su lugar. –Quería hablar sobre lo que ha pasado antes. –dijo Taichi, refiriéndose al artículo de la revista. Taichi terminó de entrar y cerró la puerta. –¿Crees que debes ocultárselo a Sora? –¿Ocultarle qué? –preguntó Yoko intentando eludir lo que para ambos era evidente. –Lo tuyo; tus sentimientos; lo que has estado sintiendo hasta ahora. Lo cierto es que la persona que más deseas que te comprenda es Sora, ¿verdad?

***

–¡Hemos comprado un montón! –dijo Koushiro llegando a casa con Sora cargado de bolsas. –Sí, es verdad. –dijo Sora, también cargada con bolsas. –Oye, mantén lo de los calzoncillos en secreto. –le pidió Koushiro. Sora se llevó el dedo índice a los labios haciendo la señal del silencio y haciéndole ver que su secreto estaba a salvo con ella. Sora se dirigía a su cuarto, cuando escuchó hablar a Yoko y Taichi. Pero lo que le llamó la atención fue que mencionaran su nombre. –No puedo contárselo a Sora. –dijo Yoko. Sora se preguntó qué era aquello que no le podía contar. Al escuchar su nombre, no pudo evitar quedarse tras la puerta. Al fin y al cabo estaban hablando de ella. –Sora no debe enterarse jamás. –Entonces Yoko se sentó en la cama y se quedó mirando al vacío. –Sora y yo nos conocimos en la escuela. Desde entonces hemos tenido muchos buenos recuerdos. Justo antes de la graduación, desapareció. Pensé que no la volvería a ver. Perdí la esperanza. Me puse realmente feliz cuando la volví a ver. Pensé que era un sueño. Pero…, tenía miedo. –¿Miedo? –preguntó Taichi. –Sora sólo me ve como a una amiga. Pero para mí…, es diferente. Desde el principio, mis sentimientos de amistad, no eran sólo de amistad. Si Sora supiera esto, creo que le haría daño. Los recuerdos puros dentro de su corazón se volverían grises. De la impresión al escuchar aquella confesión, a Sora se le cayeron las bolsas que llevaba. El ruido que hizo la bolsa alertó a Yoko y a Taichi. Después escucharon cómo se cerraba la puerta de la calle. Hasta ese momento, ignoraban que Sora lo había estado escuchando todo, justo lo que Yoko quería evitar. Sin saber por qué, Sora se marchó de allí corriendo. Sus pasos la llevaron hasta el parque, justo al lugar que frecuentaban cuando eran estudiantes y donde Yoko la encontró en mitad de la lluvia. En ese momento, dos alumnas con sus uniformes de secundaria se sentaron en el mismo lugar donde solían sentarse ellas. Era como verse a ellas mismas hace unos años. Después recordó el día que se reencontraron después de tanto tiempo y muchos otros momentos. No podía quitarse de la cabeza lo que dijo. –Desde el principio, mis sentimientos de amistad, no eran sólo de amistad. Al final Yamato tenía razón con lo que le dijo. Era verdad que le miraba con ojos de hombre, pero ella no le dio importancia porque no sólo le parecía imposible, sino que parecía una estrategia de su ex novio para desacreditar a Yoko. ¿Cómo había podido estar tan ciega?

***

Yoko estaba en el salón con Taichi. Los dos tomaban un té un poco nerviosos por lo que había pasado. Koushiro y Mimí estaban sentados en la cocina también con sus tazones delante. –Me preguntó dónde habrá ido Sora. –dijo Koushiro, que ignoraba todo lo que aconteció. Ya hacía un rato que Sora desapareció de la casa. –Estará bien. No te preocupes. –dijo Mimí intentando creer su propias palabras. Justo al decir eso, se escuchó la puerta de la entrada. –¿Lo ves? Lo siento, hemos cenado sin ti. ¿Has cenado ya o quieres que te prepare algo? –No hace falta. Estoy bien. –sin decir nada, se refugió en su habitación ante la atónita mirada de todos.

***

A la mañana siguiente temprano, Sora preparó un bolso con un poco de ropa. Después fue a la cocina y, tras ver las cinco tazas en la bandeja, cogió la suya y la metió en el bolso para marcharse. –¿Sora? –Al escuchar la voz de Taichi, se detuvo. Lo vio bajar de su habitación. –No te preocupes. No voy a ir a su casa. –le dijo Sora antes de que el castaño le preguntara nada. Sabía que con Taichi no podía fingir. –Iré a casa de mi madre durante un tiempo. –Sora, Yoko realmente se preocupa por ti. –le dijo Taichi. –¿No puedes aceptar eso? –No es eso. Es que no sé qué tengo que hacer. –dijo Sora con impotencia. –No sé con qué expresión debo mirarla. No importa lo que haga, no puedo corresponder a sus sentimientos. Yoko, que ya se había levantado y debido a la cercanía de su habitación con el salón, estaba escuchando la conversación que Sora estaba manteniendo con Taichi. –Te entiendo pero… –Nos vemos. –se despidió Sora sin dejarlo terminar la frase. Sora se dirigió a la casa de su madre. Cuando llegó, tocó el timbre, pero su madre no pareció darse cuenta de que alguien había tocado. Probó a abrir la puerta y, en efecto, estaba sin el cerrojo. Lo primero que escuchó fue las risas de su madre y del que, por lo visto, era su pareja viendo la tele. –Ese es idiota. –dijo el hombre comentando el programa. –Sí que lo es. –dijo Toshiko. –Mamá. –dijo Sora. –Ah, hola, hija. –saludó Toshiko. –¿Qué pasa? –¿Te importa que pase aquí la noche? –preguntó Sora. –Claro. Adelante. –dijo su madre. Sin más, Sora se encaminó a la que era su habitación.

***

El padre de Yoko pasó por una librería y al llegar a la zona de revistas, le ocurrió lo mismo que le ocurrió a Mimí. Vio el nombre de su hija. Una vez que leyó el artículo, dejó la revista en su sitio y cerró los ojos.

***

Yoko estaba entrenando y cuando terminó de dar la vuelta, se dirigió a su entrenador. –¡Muy bien, 46,2! Muy buen tiempo. Mantén ese ritmo. –dijo Gennai. –¡Sí! –Por fin hemos llegado. Sólo te queda un paso para cumplir tu sueño. Haz todo lo que puedas para cumplirlo. Lo que tienes que hacer es creer en ti misma e ir sin ninguna duda. Elimina todos los malos pensamientos y concéntrate en la carrera. –le aconsejó Gennai. –¡Sí! Una vez que terminó de entrenar, se duchó y al salir del vestuario se encontró con su padre, que lucía con semblante preocupado. –Papá. –Hola. Sólo me apetecía verte. –dijo el hombre. Los dos se marcharon al bar en el que trabajaba Taichi. A pesar de seguir escayolado, siguió trabajando cuando se encontró más recuperado. –Aquí tenéis. Que lo disfrutéis. –dijo Taichi sirviéndoles la bebida. Yoko le miró y Taichi supo con su mirada que necesitaban hablar a solas, así que el castaño se fue a la trastienda, aunque desde allí se podía escuchar prácticamente todo, y más estando ellos solos en el bar. –Finalmente, pasado mañana es el campeonato. ¿Cómo vas de ánimos? –preguntó el hombre. –Estoy tranquila. He hecho todo lo que tenía que hacer. Me siento como si delante de mí hubiera un enorme y tranquilo océano y sólo me quedara saltar hacia él. –respondió Yoko. –Ya veo. –Gracias, papá. –¿Gracias, por qué? –Gracias a ti he sido capaz de llegar tan lejos. Desde que era pequeña me has apoyado. Nunca me has forzado a hacer cosas que no me gustaban, y las cosas que quería hacer me animabas a hacerlas con todas tus fuerzas. –dijo Yoko. –¿Estás contenta? –Sí. Estoy haciendo carrera de lo que me gusta. Claro que estoy contenta. –respondió Yoko. –Entonces, si es así, todo está bien. –dijo su padre. –¿A qué viene eso? –preguntó Yoko extrañada. Su padre parecía más pensativo que de costumbre. –Tienes algo que decirme, ¿verdad? –dijo su padre. –Lo siento, papá, pero…, soy diferente a las otras chicas. –se sinceró Yoko tras una pausa. –Por eso no puedo mostrarte la felicidad que deseas para mí. No me casaré ni tendré hijos. –Pero no sabes lo que pasará en el futuro. –dijo el hombre. –Lo sé. Yo no quiero enamorarme de un hombre. No puedo. Pero no te preocupes. Seguiré mi propio camino y seré feliz yo sola. Por lo menos puedo prometerte eso. –Yoko. –Lo siento. Sólo quería que lo supieras. –dijo Yoko sin poder contener las lágrimas por más tiempo. –Porque este es mi verdadero yo. –Lo entiendo. Y tienes mi apoyo, porque eso es todo lo que puede hacer un padre. –Gracias, papá. Una vez que se despidió de su padre, ya había anochecido. Yoko se fue caminando dando un paseo hacia casa. Había hecho una de las cosas más difíciles para ella. Era como si se hubiera quitado una losa de encima. A pesar de no ser el futuro que esperaba para su hija, a Yoko le dio mucha tranquilidad escuchar decir a su padre que la seguiría apoyando, tal y como venía haciendo desde que nació.

***

Cuando Taichi cerró el bar se dirigió caminando hacia casa. No podía ir en bici debido a su brazo, pero dar un paseo tampoco le venía mal, aunque le llevaría algo más de tiempo llegar. Al pasar por un parque, vio al padre de Yoko sentado en un banco mirando al estanque. –Tome. –dijo Taichi ofreciéndole una botella de té. –Le sentará bien después de haber bebido alcohol. –Oh, gracias. Eres muy amable. –dijo el padre de Yoko tomando la botella. –Pensaba que estabas saliendo con mi hija. –Lo siento. Siento no haber sido lo suficientemente fuerte. –se disculpó Taichi. El hombre sólo se rió. –Ya de pequeña prefería los pantalones a las faldas. Llevaba pantalones cortos cuando hacía calor, cazaba renacuajos en el río y cigarras en la montaña. Cuando encontraba un barrizal, jugaba en él con los chicos. Era una niña muy querida por su vitalidad. Y yo también la quiero mucho. –dijo el padre de Yoko sin poder contener más las lágrimas. Le prometió a Yoko que la apoyaría, pero eso no quería decir que él no tuviera que pasar una fase de aceptación.

***

–Os veré mañana en el circuito, ¿de acuerdo? –dijo Mimí saliendo a la mañana siguiente junto a Koushiro. –Sí. –dijo Yoko. –Vale. –la secundó Taichi. –Sora no parece que vaya a volver. –le dijo Koushiro a Mimí nada más salir de la propiedad. –No seas agorero, Koushiro. –le riñó Mimí. –Pero seguro que va a la carrera. –dijo Taichi, que habían escuchado perfectamente el comentario de Koushiro. –¿Eso crees? –preguntó Yoko. –Irá. –se reafirmó Taichi. –Bueno, me voy. –dijo Yoko. –Cuídate. –le despidió Taichi. Mientras tanto, Mimí y Koushiro continuaban calle abajo en dirección a la estación, cuando Koushiro agarró a Mimí del brazo deteniéndola. –Mimí, mira. –dijo Koushiro señalándole el pequeño parque con la cabeza. Cuando Mimí miró, vio a Yamato. Estaba de espaldas sentado en un banco. Entonces, el rubio giró la cabeza y los vio. Al verlos, cogió el maletín que solía llevar para trabajar y comenzó a marcharse, pero Mimí se armó de valor y se dirigió a él. –¡Espera! –le gritó la castaña. Yamato le hizo caso y se detuvo, pero no se giró en ningún momento. –Crees que vas a conseguir presionarnos porque nos aceches y actúes con violencia, pero eso no te funcionará conmigo. Sólo te hace parecer más patético. Entérate, haciendo todo esto lo único que consigues es que los sentimientos de Sora vayan menguando poco a poco. ¡Aprende a retirarte cuando debes! –Ya vale, Mimí. –le dijo Koushiro. –Si eres hombre, retírate. –le dijo Mimí. –Retírate y deja en paz a Sora. ¿Por qué no puedes entenderlo? Tras decirle todo eso a Yamato, se marchó airada seguida por Koushiro. –Mimí. –dijo Koushiro tras él. –Koushiro, ¿por qué no vuelves con tu esposa? –dijo Mimí, que seguía enfadada.

***

Sora recogía de la mesa baja toda la basura acumulada por su madre y su pareja, mientras ésta se abanicaba con un paipái en la cocina. –Hola. –dijo el hombre entrando en casa con una bolsa. –Vengo de tomar un trago con unos amigos cerca del trabajo. Toma un regalo. –Gracias. –dijo Toshiko recibiendo la bolsa. –¿Bonito relleno chino? –Sí. –contestó él. El teléfono de la casa comenzó a sonar, por lo que Sora se incorporó para atender la llamada mientras que su madre comenzaba a comer. –¿Diga? –contestó Sora. –¿Sora? –dijo Yamato al escuchar la voz de su ex novia. –Yamato. –Sora no se esperaba que el rubio llamara allí. –¿Necesitas tu ropa y tus cosas? –preguntó Yamato. Lo cierto es que entre las idas y venidas del apartamento de Yamato a la casa compartida, Sora tenía todas sus cosas desperdigadas en diferentes viviendas. –He juntado todas tus cosas en tu maleta para devolvértelas. ¿Puedes venir a llevártelas? Y de paso, me devuelves la copia de la llave de mi apartamento. Tu amiga me ha dicho hoy que si soy hombre me retirara. Quiero ponerle fin a todo esto.

***

Tras colgar y terminar de recoger un poco en la casa de su madre, Sora se dirigió al complejo en el que vivía su ex novio. No veía la hora en que todo terminara. Recuperaría sus cosas, le devolvería la llave, se marcharía de allí para siempre y Yamato se convertiría en un mal recuerdo. Eran las seis y media de la tarde. Sora cogió aire y entró en el edificio. A pesar de tener llave, dada la situación, prefirió tocar el timbre. Cuando Yamato abrió la puerta, le sonrió y la invitó a pasar. Como siempre, vestía de forma impoluta, con el pantalón oscuro del traje del trabajo, una camisa blanca, una corbata perfectamente anudada y un jersey tipo chaleco de color azul marino. Sora se descalzó y se puso las zapatillas que solía utilizar en aquel apartamento. Cuando entró, vio en un lado de la habitación de él su maleta, un bolso y una bolsa con todas sus cosas. –Tus cosas están ahí. –le indicó Yamato. –Gracias. –se limitó a decir Sora. Ella abrió un bolsillo externo de su bolso y dejó su llave encima de la barra de la cocina. Tras hacerlo, se apresuró a ir hacia donde estaban sus cosas para marcharse. –Espera. He hecho un poco de café. –Yamato fue hacia la cafetera y sirvió café en la taza que le regaló a Sora por su cumpleaños el día que le pidió que se fuera a vivir con él. Mientras él servía el café, Sora vio desde donde estaba el amuleto de la suerte que le regaló a Yoko para sus carreras bajo la cama. Se agachó y lo recogió. ¿Cómo llegó a parar allí ese amuleto? Entonces recordó el rasguño con el que apareció Yoko unos días antes cuando llegó a casa. –Yamato. ¿Ha venido Yoko por aquí? –preguntó Sora con el amuleto en la mano. Yamato dejó la cafetera y la miró. –Sí. –le confirmó él. –¿Sabes que está enamorada de ti? Lo supe la primera vez que la vi. Desde el principio supe que si había alguien que pudiera separarnos, sería ella. –Yamato cogió las tazas y las puso sobre la mesa. –Y tal y como pensaba, comenzó a interferir. –¿Qué quieres decir? –preguntó Sora. –Es una idiota. Cree que puede protegerte, cuando en realidad, es una endeble. Entonces, a Sora le vinieron a la mente lo que le dijo Taichi. …ella está dedicando su vida a protegerte. –¿Puedo saber qué te dijo Yoko? –preguntó Sora. –Que ella es la única que te ama de verdad. –contestó Yamato. –Y que nunca te abandonaría. Tras decirle eso, Yamato recordó las palabras de Yoko cuando fue a su casa justo antes de la pelea. Sora puede ser realmente feliz, y no voy a dejar que te metas en su felicidad. Al escuchar todo aquello, Sora apretó el amuleto en su mano, sosteniéndolo a la altura del pecho. Comenzó a recordar muchos momentos, como cuando la encontró en el parque bajo la lluvia, cuando pese a su condición, la defendió de Yamato en el hospital o cuando la acogió tras una de las palizas de Yamato. –Ella piensa que es un hombre y no paraba de hablar de protegerte, pero no deja de ser una mujer. –dijo Yamato con una sonrisa irónica. –Cuando la tiré al suelo y la reduje, no pudo resistirse mucho. –¿Qué le hiciste? –preguntó preocupada mientras una lágrima se deslizaba por su rostro. Yamato se sentó en la silla sonriendo. –¡¿Qué le hiciste?! –No hice nada. Tan sólo rompí su orgullo. –dijo Yamato recordando cuando le abrió la camisa y comenzó a besarla en el cuello. Sora se dirigió a Yamato y le dio un bofetón. Después fue a por su equipaje. –¡¿Dónde vas?! –¡A casa! –dijo Sora alterada. –¡¿Qué casa?! –preguntó Yamato levantándose. –¡Con Yoko! –respondió ella. –¡Vuelvo a casa con Yoko y los demás! Cuando Sora comenzó a encaminarse con sus cosas hacia la salida, Yamato la detuvo cogiéndola del brazo. –¡No te lo voy a permitir! –dijo él. –¡¿Por qué no?! –preguntó ella. –¡¿Acaso no has sido tú el que ha preparado mis cosas para que me las llevara?!¡¿Acaso no me has pedido que te devolviera la llave?! –¡Pero eso es porque si no lo hubiera hecho, no habrías venido! –dijo él. –¿Me has mentido? Otra vez. –dijo ella. Yamato soltó la mano de Sora de la maleta y la tiró al suelo. Después, la incorporó un poco tirando de su brazo para darle un bofetón. Después la cogió de la ropa. –¡Para! –Sora lo empujó con todas sus fuerzas y consiguió tirarlo al suelo. Sora comenzó a levantarse. –¡No seré tuya nunca más! Sora comenzó a correr hacia sus cosas para marcharse. –¡¿No te importa lo que pueda pasarles?! –preguntó Yamato desde el suelo. Aquella pregunta hizo que Sora se detuviera. Mientras tanto, Yamato se levantó y fue de nuevo a por ella, llevándola hasta la cama. –Sora, no quiero entregarte a nadie. –Yamato fue hacia la cama y se puso sobre ella inmovilizándola cogiéndola de las muñecas. –¡Para! –gritó Sora. Tras librarse un momento del agarre, Sora volvió a empujarle pero él volvió a someterla con un puñetazo. Yamato comenzó a desnudarla. Lo último que se escuchó, fue un grito desgarrador de Sora.

***

Era de noche. La ropa de Sora estaba esparcida por la habitación. Ella permanecía acostada en la cama con la mirada perdida hacia el techo. Lo único que cubría su desnudez eran las sábanas de la cama. Yamato estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en los pies de la cama. La corbata y el jersey quedaron olvidados por alguna parte de la habitación. Tras haberla hecho suya, se había vestido con el pantalón y la camisa por fuera. –Yamato. –dijo Sora con voz débil. –Prométeme solo una cosa. No vuelvas a tocar a mis amigos jamás. No hagas daño a Yoko, ni a Taichi. Si lo juras, me quedaré aquí, contigo. Pase lo que pase. Te lo prometo. Yamato giró la cabeza para mirarla. Después, se levantó y se apoyó con una rodilla en la cama, mirando a Sora. Con una caricia, le secó una lágrima a Sora. –¿Por qué lloras, Sora? –preguntó Yamato con voz suave. –Deja de llorar. ¡Deja de llorar! –gritó Yamato apretando el puño. Al verla así, los ojos de Yamato también comenzaron a expulsar lágrimas. Después, se puso en pie y salió del cuarto, cerrando la puerta corredera. Tras cerrarla, se apoyó con la cabeza sobre ella. Después, en el suelo vio el amuleto y unas fotos que debieron caer del bolso de Sora con la pelea. Se agachó y cogió el amuleto. Se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la puerta y comenzó a ver las fotos. La primera era de la fiesta de bienvenida a Yoko, en la que iban vestidos con sombreros vaqueros. La cara de los cinco irradiaba felicidad. La siguiente, también era de la misma fiesta. Esta vez era de Yoko y Sora ataviada con el sombrero y chaleco vaquero mientras comían. Yamato seguía llorando. En la siguiente foto posaban los cinco detrás de la moto de Yoko tras una de sus victorias en el motocross. La que vino a continuación era de una barbacoa. Taichi se lanzaba a morder el pincho de Sora con las risas de Yoko y la pelirroja. La siguiente, también era de la barbacoa, era un selfie de Yoko y Sora mordiendo el mismo pincho. La última foto, era de los cinco, con la casa compartida de fondo. Yamato dejó las fotos y llevó sus manos a su cara mientras seguía llorando. Aquellas fotos le habían mostrado a una Sora henchida de felicidad. Una felicidad, que él fue incapaz de ofrecerle porque se había convirtido en un monstruo. Se odiaba a sí mismo. ¿Cómo pudo ser tan mezquino y miserable con una persona tan bella como Sora? Él jamás había conocido la felicidad, y cuando la tenía frente a él desde que la conoció, lo estropeó de la peor manera posible. Tenía tanto miedo de perderla que comenzó a desconfiar de todo el mundo y empezó a actuar de forma egoísta por sus malditas inseguridades. ¿Por qué lo comprendió tan tarde? Lo único que consiguió fue alejarla y provocar el efecto contrario al que quería conseguir.

***

Por la mañana, Sora seguía en la cama en la misma posición. Pese a todo lo que ocurrió, el sueño la había vencido producto del cansancio, hasta que la luz comenzó a colarse en la habitación. Entonces decidió que debería levantarse. Al hacerlo, se encontró la ropa desperdigada por la habitación y la puerta cerrada.

***

El día de la final del Campeonato Nacional de Japón de motocross llegó. Los corredores arrastraban sus motos hacia la salida. Mientras ella hacía lo propio, Yoko miró a la grada, donde vio a su familia. Su madre parecía preocupada. Era evidente que su padre le había explicado la condición de su hija y aún le costaba asimilarlo. Su padre puso sus manos sobre las de su madre y ella sonrió haciéndole ver que todo estaba bien. Yoko sabía que estaba siendo duro para ellos, pero tal y como dijo su padre, su deber era apoyar a sus hijos en cualquier situación y, tarde o temprano, lo asimilarían y lo aceptarían con naturalidad. Sus padres y su hermano le asintieron con la cabeza en señal de apoyo, dejando a Yoko mucho más tranquila. Fue entonces que su padre animó a su hermano para que le enseñara una pancarta que habían preparado. –¡Hermanita!¡Ánimo! –dijo el niño mostrándole la pancarta. Yoko les sonrió y siguió arrastrando la moto hacia la salida.

***

Sora recogió la ropa esparcida y se vistió con ella. Todo estaba en completo silencio. Cuando abrió la puerta corredera que daba acceso al salón, vio la coronilla de la cabeza de Yamato asomando por el sofá. Por lo visto seguía dormido.

***

En el circuito, la voz de la megafonía iba presentando uno a uno a todos los participantes de la carrera. Los aspirantes al campeonato ya se habían puesto las gafas protectoras y el casco. –¡Yoko! –gritó Mimí. –¡Ánimo Yoko! –gritó también Koushiro. Al escuchar su nombre, Yoko miró y vio a Taichi, Mimí y Koushiro entre el público. Cuando Yoko fue a tocar el amuleto que solía poner en el manillar de la moto casi como acto reflejo, recordó que lo había perdido. No recordaba dónde podía estar. La cuenta atrás para la carrera comenzó. Reflexiones de Yoko: Sora. Allá voy. Cuando la cuenta atrás llegó a cero, los corredores salieron en busca del campeonato.

***

Cuando Sora dio la vuelta al sofá, no imaginaba encontrarse con aquella imagen. Yamato, con un vestido de novia encima de él, abrazándolo amoroso con uno de sus brazos, como si la novia durmiera vestida tranquilamente entre sus brazos. La pureza del blanco del vestido estaba rota por una gran mancha de sangre que acababa goteando en el suelo. Cuando Sora vio aquello, no pudo evitar llevarse las manos a la cara del impacto. Yamato estaba muerto. Continuará…
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