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Ajenos a todo lo que estaba viviendo Sora en aquel momento, Taichi, Mimí y Koushiro seguían animando a Yoko. Tras hacer la carrera de su vida, la deportista cruzo la línea de meta en primera posición, haciéndose así con el Campeonato Nacional de Japón. Al cruzar la meta, la familia y los amigos de Yoko explotaron de felicidad. Tras la entrega de premios, la campeona fue requerida en una sala de prensa. Mientras esperaba a que la presentaran, Yoko esperaba en el pasillo arropada por Gennai. –Va a dar comienzo la rueda de prensa. ¡La ganadora del campeonato es la corredora con dorsal número 27, Yoko! Una vez que dijeron su nombre, Yoko entró en la sala seguida de su entrenador. Nada más aparecer, los flashes de las cámaras se pusieron en acción. No querían perderse ningún momento de la campeona. Una vez que se sentó, Yoko vio la sala llena de periodistas, cámaras de televisión y fotógrafos. A los costados de la sala, estaban sus familiares, sus amigos, organizadores y demás curiosos. Parecía que su victoria había creado bastante expectación. En una esquina, había un monitor mostrando imágenes de la carrera que había realizado la flamante ganadora. –Quien quiera preguntar algo, que levante la mano. –dijo el presentador. Nada más decirlo, todos los periodistas de todos los medios alzaron su mano. Había mucha curiosidad. –Izumu, del Departamento Editorial. Tras haber dado el turno, el periodista planteó su pregunta: –Sí, gracias. Felicidades por la victoria. –felicitó el periodista. –Gracias. –dijo Yoko. –Tan sólo tengo una pregunta. Se han esparcido unos rumores en varias publicaciones últimamente. Debe de ser duro mentalmente hablando. ¿Qué opina de lo ocurrido? –preguntó el periodista. Una vez que el periodista planteó la pregunta, en la sala reinó un silencio sepulcral. –Creo que hay muchos que desean conocer la verdad. Fue la primera pregunta y no fue por el desarrollo de la carrera, sino que tenía un carácter sensacionalista. Yoko intuyó que cualquiera de los que habían levantado la mano para preguntar habrían realizado una pregunta similar. La familia y los amigos de Yoko temieron por la situación en la que habían puesto a la campeona. Estaba sola ante un montón de periodistas sedientos de chismes y, de su respuesta, probablemente dependería su reputación. Era indignante. Acababa de proclamarse campeona nacional de motocross, pero por lo visto, lo único que interesaba era su condición y su orientación sexual. Yoko miró a su familia, los cuáles le ofrecieron un gesto de apoyo asintiendo con la cabeza, mientras la audiencia esperaba expectante. –En el motocross, si una persona tiene fuerza, aunque sea una mujer, puede tener las mismas condiciones que un hombre y ser capaz de estar en el mismo circuito para luchar. Hay pocos deportes como este. He participado en esta carrera como una corredora más y estoy orgullosa por la victoria. Lo que diga la gente a mis espaldas o lo que destapen, no me afecta. Hasta hoy, mi familia y mis amigos siempre me han apoyado no por ser una mujer o un hombre, sino por ser persona, y me quieren por eso; y me animan. Y para mí eso es lo que yo considero mi felicidad y mi orgullo. No tengo nada más que decir. Durante las palabras de Yoko, ningún fotógrafo sacó fotos debido a la expectación que ellos también sentían. Una vez que Yoko dio su respuesta, parecieron recordar que su trabajo era captar la mejor imagen de la campeona, comenzando un concierto de cámaras disparando acompañados por sus respectivos flashes. Una vez que terminó la rueda de prensa, Yoko se duchó y se cambió para ir a una recepción en honor de la campeona. –Gracias. –respondía Yoko a todo aquel que le felicitaba por su victoria. Después de recibir varias felicitaciones, Yoko decidió salir a respirar un poco. Cuando salió de la sala, en el hall se encontró a Taichi y Mimí. –Mimí. –dijo Yoko. Mimí miró a Taichi buscando su apoyo. Éste asintió con la cabeza para darle ánimo para hablar con Yoko. Se debían una pequeña charla. Aunque la azafata intuía cosas, jamás hablaron abiertamente del secreto de Yoko. Fue en la rueda de prensa donde obtuvo la confirmación. Mimí caminó para acercarse a la motorista. –Felicidades. –le dijo Mimí. –Has estado genial en la rueda de prensa. Aunque me lo podrías haber contado antes. No me hubiera sorprendido. Y tampoco me habría perturbado porque, eres Yoko, ¿no? Al decirle aquello, Yoko no pudo evitar que se le humedecieran los ojos. Que Mimí le dijera aquello fue como quitarse otro peso de encima. Le tranquilizó mucho que su amiga y compañera de casa no la juzgara. –Mimí. –dijo Yoko con la voz temblorosa por la emoción. –Lo siento. –se disculpó Mimí también con los ojos humedeciéndose. –No me di cuenta por culpa de mi insensibilidad. Te hice sentir incómoda. Debe de haber sido duro, ¿verdad? Entonces Yoko se rompió y comenzó a llorar, llevándose la mano a los ojos. Mimí se acercó más y le pasó su brazo por los hombros para mostrarle su apoyo. –Lo siento. –dijo Yoko. Un par de días después, en la casa compartida, Yoko se hizo un té y salió a la terraza. Hacía un día espléndido y debía aprovecharlo. Taichi también salió y se apoyó en la baranda. –Me preguntó que estará haciendo Sora. –dijo Taichi. –¿No deberíamos llamarla? –No. –contestó Yoko. –No ha sido capaz de aceptarme. Por eso no vino a la carrera. No podemos hacer nada. Quizás no volvamos a verla nunca más. Tras decir aquello, comenzó a sonar el teléfono de casa. Taichi entró para contestar. –¿Diga? –Soy Toshiko Takenouchi, la madre de Sora. ¿Puedo hablar con ella? –No está. –dijo Taichi un poco extrañado. Había asumido que Sora se habría marchado con su madre. ¿Cómo podía ser que llamara preguntando por su hija? Por su parte, Toshiko pensó que su hija fue a refugiarse con sus amigos después de hablar con la policía. –¿Qué?¿Es que no os habéis enterado? –preguntó Toshiko. Yoko entró en la casa, y esperó allí a que Taichi acabara de hablar por teléfono. –¿Enterarnos de qué? Una vez que colgó, Taichi reunió a todos en el salón para contarles la noticia que recibió por parte de la madre de Sora. –Veréis, dice Toshiko, la madre de Sora, que Yamato ha muerto. –¿Yamato está muerto? –preguntó Koushiro sin poder creerlo. –Sí. Se ha suicidado. –dijo Taichi. –Le dije cosas horribles. –dijo Mimí como sugiriendo que fuera culpa suya. –No tiene nada que ver contigo. –le dijo Koushiro con firmeza. –Además, aunque el suicidio no arregle nada, es probable que se haya dado cuenta de todo el daño que ha causado. –¿Qué hay de Sora? –preguntó Yoko. –Supongo que la habrán interrogado. –dijo Taichi. –¿Estará bien? –preguntó Mimí. –¿No quería vivir por su cuenta? –preguntó Koushiro. –Dejémosla.***
A la mañana siguiente, Yoko salió de casa, pero antes de marcharse, vio que había correo en el buzón. Entre el correo, había una postal de Sora dirigida a todos los habitantes de la casa compartida. Siento no haber podido ir a la carrera. A partir de ahora, voy a vivir por mi cuenta. Por favor, no os preocupéis. Sora.***
Mimí entró en casa después de dar un paseo. Cuando entró en el salón, vio a Koushiro empaquetando sus cosas en cajas. –¿Qué estás haciendo? –preguntó Mimí. –Mimí. –No me digas que… –¿No te has enterado? –preguntó Koushiro metiendo unos libros en una de las cajas. –Ha habido un anuncio oficial en la aerolínea. –¿Sobre qué? –La semana que viene me voy a Milán. –informó Koushiro. –¿A Milán?¿Así, de repente? –Sí, pero antes debo ir a mi casa. Hay varios asuntos que debo atender. –dijo Koushiro. –¿Qué pasará con tu mujer? –preguntó Mimí intuyendo cuáles eran esos asuntos. Koushiro no contestó. –Así que se irá contigo. Genial, ¿no? Después de todo aún estáis casados. –¡Mimí! –la llamó él cuando la azafata se dirigía a su habitación. –Lo siento. –¡No digas que lo sientes! –gritó Mimí. Aunque había fingido alegrarse por él, lo cierto es que temió volver a quedarse sola. Pero debía seguir fingiendo que no le molestaba. –Al fin y al cabo, es una buena noticia para tu matrimonio. Todo está bien. Tras decir eso, se marchó a su cuarto. Allí podría llorar tranquila. A la hora de la cena, Mimí miraba su tazón ensimismada. Aquel tazón era la pareja del tazón de Koushiro. –Koushiro no está, ¿verdad? –preguntó Taichi poniendo un plato en la mesa mientras Yoko también se sentaba. –Es verdad. ¿Dónde se habrá metido? –preguntó Yoko que no lo había visto rondar por allí. –Koushiro se ha ido. –dijo Mimí sacándolos de dudas. –¿Por qué? –preguntó la motorista. –Lo trasladan a Milán. –dijo Mimí. –Se va con su mujer. –¿Estás bien Mimí? –preguntó Yoko preocupada. –Sí. –se limitó a decir Mimí. –Ese tío es de los que dan esperanzas. –opinó Yoko. –Eso no es cierto. Por lo que a mí respecta, es un buen hombre. –dijo Mimí.***
En un pueblo costero llamado Choshi, la ciudad más al este del área de Tokio, en la prefactura de Chiba, Sora miraba el mar desde un rompeolas. Vivió allí con su madre antes de volver a Tokio. Sora se acercó más a la orilla. Le apetecía saltar y terminar de una vez con su sufrimiento. –¡Sora! –gritó una mujer. Al escuchar su nombre de una voz que le resultaba familiar, se giró, viendo a una mujer entrada en años haciéndole señas con los brazos. Era Shizue, una amiga de su madre. –¡¿Sora, eres tú?! Tras haber ido con ella y saludarla adecuadamente después de tanto tiempo, Sora se fue con ella a la cocina del Ryokan Bunji, un hotel tradicional que la mujer regentaba. Allí le sirvió un par de onigiris para que la pelirroja comiera algo. –Toma, aquí tienes. –le sirvió la mujer amablemente. –Gracias, Shizue. –dijo Sora. –Siento que sólo tenga estos onigiris mal hechos. –se disculpó la mujer. Sora mordió el onigiri. –Está delicioso. –dijo Sora. –Hace mucho te que fuiste a Tokio. –dijo la mujer mientras trajinaba en la cocina para preparar un té. –Sí, mi madre sigue allí. –dijo Sora. –¿Toshiko está bien? –preguntó la mujer. Al no contestar en seguida, la mujer preguntó. – ¿Sabe que estás aquí? No sé qué ha pasado, pero sabes que yo no te voy a juzgar. Tras dejar la cocina, la mujer acompañó a Sora a una habitación. Nada más verle la cara la mujer intuyó que Sora había vuelto al pueblo para buscar refugio. Enseguida supo que algo le ocurría a la hija de su amiga y decidió ayudarla. –Ven, entra. –dijo la mujer. –Esta habitación está libre. Puedes usarla. –Muchas gracias. –dijo Sora mientras la mujer abría las cortinas para que entrara luz. –Estaba buscando personal para el ryokan, así que, si quieres trabajar aquí sería fantástico. –dijo la mujer. –Si necesitas cualquier cosa, dímelo. –Muchas gracias. –le agradeció Sora. Una vez que la mujer salió de la habitación, Sora se quedó arrodillada como sin fuerzas encima del tatami de la habitación. Después de haber hablado con la policía, se había ido a aquel pueblo costero para escapar de todo, pero no podía quitarse de la cabeza todo lo que había pasado. Habían pasado varios días desde que llegó. Gracias a la amiga de su madre, Sora había comenzado a trabajar en el hotel. –Sora, el arroz, por favor. –le pidió su empleadora mientras ella cortaba un poco de salmón. –Sí. –dijo Sora dirigiéndose a la arrocera. Cuando la destapó para servir, se giró llevándose la mano a la boca. No podía con ese olor insoportable. –Sora, ¿qué pasa? –le preguntó la mujer acercándose a ella. –¿Estás bien? –Sora estaba sintiendo nauseas pero aún así asintió con la cabeza. –¿Podría ser que estuvieras embarazada? Entonces Sora cayó en la cuenta. Ahora que lo decía, era algo factible. Así que, en cuanto se recuperó un poco de las nauseas, se marchó al hospital a confirmar esa posibilidad. –¡Felicidades! Estás de cinco semanas. Esta es la ecografía. –le dijo la doctora una vez que obtuvo los resultados. Sora cogió la ecografía. No entendía de medicina, pero se podía ver claramente algo con forma de alubia. –La presión sanguínea es anormalmente alta. Y eso combinado con el embarazo puede resultar en un parto complicado. Podría haber riesgo tanto para ti como para el bebé. Tras salir del hospital, volvió a casa dando un paseo por el puerto. No se quitaba la mano de su vientre. Aún no había asimilado la noticia de su embarazo y ya le habían informado de que el parto podría complicarse si los valores de los análisis seguían así de altos. Y si todo iba bien, el bebé y ella estarían solos. Esa criatura crecería sin un padre. Se preguntó cómo habría reaccionado Yamato si hubiera sabido que estaba embarazada, pero intuyó que no habría llegado tan lejos con sus maltratos, ya que siempre quiso tener hijos con ella. Más tarde, acostada en el futón de la habitación, no podía conciliar el sueño. Desde que salió del hospital no dejó de pensar en Yamato. Flashback. –¡Takenouchi! ¡Sora Takenouchi!–la llamó Yamato mirando por la sala de espera desde el mostrador. Sora había ido a las oficinas del distrito a realizar unas gestiones. –¡Sí, soy yo! –dijo Sora levantándose y yendo hacia el mostrador. No podía creer que la atendiera un chico tan guapo. –Le falta rellenar un campo. –le dijo Yamato amablemente mientras le señalaba lo que debía rellenar en el papel y pasándole el bolígrafo. –Sí. Gracias. –mientras Sora rellenaba lo que le faltaba, Yamato no dejó de mirarla. Aunque jamás se habían visto, se sintió cautivado por esa pelirroja. Fue una suerte que necesitaran refuerzos en ese departamento del distrito y lo enviaran allí temporalmente. Una vez que terminó de realizar las gestiones, Sora salió de allí, cuando de repente volvió a escuchar su nombre. –¡Señorita Takenouchi! –al escuchar su nombre, Sora se giró. Para su sorpresa, el atractivo rubio que la atendió trotaba hacia ella. –Olvidó esto. Yamato le entregó su teléfono móvil. Debió haberlo olvidado mientras rellenaba el papeleo. –¡Oh, muchas gracias! –dijo Sora tomándolo. Yamato sólo le sonreía risueño. Al rozarse con las manos, algo se removió en ellos para siempre. –Lo siento. Fin del flashback. Fue aquel día cuando lo conoció y donde comenzó a gestarse su relación. Hasta que se fueron a vivir juntos, Yamato había sido todo un caballero. Era amable y cariñoso. Siempre la trató como a una reina. Sora prefería seguir recordándolo así. Sin poder quitárselo de la cabeza, se incorporó y llevó su mano a su vientre. Yamato había muerto, pero aunque no fue de la manera en que le hubiera gustado, le dejó algo por lo que seguir viviendo. Flashback. Tras haberse conocido, Sora y Yamato comenzaron a salir. Una noche, Yamato la llevó a cenar a un buen restaurante. Desde la ventana, se podían ver las luces de la ciudad. Era un ambiente muy romántico. –¿Cómo era tu madre? –preguntó Sora. –Era amable, hasta que se echó un amante. –contestó Yamato. –¿Un amante? –Cuando tenía diez años, comenzó una relación con un cliente del supermercado en el que trabajaba y se fue de casa. No la he vuelto a ver. –explicó Yamato. –Siento haber preguntado. –se disculpó Sora consciente de que el abandono de su madre era un tema delicado para el rubio. –No importa. –dijo Yamato restándole importancia. –Es por eso que quiero casarme y crear un hogar feliz contigo y nuestros hijos. Quiero ofrecerles lo que no me ofrecieron a mí. Fin del flashback. Sora no dejaba de pensar en Yamato y en cómo pudo haber sido todo si no se hubieran torcido las cosas. Ella estaba dispuesta a darle todo lo que él deseaba y que, en el fondo, era lo mismo que ella deseaba también. Fue en ese momento que decidió intentar sacar a aquel hijo adelante.***
Cuando Sora llegó al día siguiente a la habitación después de uno de sus paseos no esperaba encontrarse allí a su madre. –Mamá. –Shizue me ha llamado. –dijo Toshiko. –Ya veo. –Dice que estás embarazada. Es hijo del chico que murió, ¿verdad? –Sora sólo asintió con la cabeza. –Aborta. –Siempre me decías que me pariste y que te ocupaste tú sola de mí. –le recordó Sora. –Y por eso sé que los niños son una carga. –dijo Toshiko sacando un cigarro de la cajetilla. –No puedes parirlos y dejarlos a un lado. Lloran, gritan y se necesita dinero para sacarlos adelante. Y además requieren mucho tiempo. –Mamá, ¿eso es lo que pensabas de mí? –preguntó Sora deprimida mientras Toshiko se encendía el cigarro. –Sora… –De alguna manera siempre lo he sentido. Siempre me he preguntado si era eso lo que pensabas de mí. Por eso quería ser adulta rápidamente. Quería irme de casa lo antes posible para no ser una carga para ti. –¿Qué estás diciendo? –¡No me convertiré en alguien como tú! –gritó Sora. Después se llevó la mano al vientre. –¡Le daré a este bebé todo el afecto que tengo y cuidaré de él! Tras decir aquello, Sora se llevó la mano a la boca y salió corriendo a vomitar. Su madre apagó el cigarro y se dirigió a ella. Sora tosió después del vómito y empezó a lavarse la boca. –¿Vas a hacerlo aunque sea duro? –preguntó Toshiko poniéndole una mano en la espalda mientras la subía y bajaba. –¿Por qué quieres tenerlo en estas condiciones? –Si somos dos podré hacerlo. Podré salir adelante si estoy con mi hijo. –dijo Sora mientras el agua seguía cayendo. –¿Sabes? Yo pensaba lo mismo. –le confesó Toshiko. –Después de que tu padre desapareciera, yo también pensaba que podría hacerlo mientras estuviera contigo. –Sora se incorporó para mirar a su madre a los ojos. Ésta le dedicó una cariñosa caricia en la cara. –Haz lo que quieras. Y Sora así lo hizo. Decidió continuar con su embarazo mientras trabajaba en el hotel. Acudía a sus revisiones médicas periódicamente e iba a tiendas buscando ropita de bebé que le haría falta para cuando naciera. Reflexiones de Sora: Yoko. ¿Cómo estás? Estoy sola, saliendo adelante de alguna manera. No es la primera vez que estoy sola, así que ya estoy acostumbrada. No podremos vernos más, ¿verdad? Con el paso de las semanas, su vientre iba aumentando más y más. Pero no puede ser de otra manera. Te traicioné. Así que lo considero como un castigo. En el tatami de la habitación, sobre la mesa, Sora miraba las fotos de sus amigos. No sabía nada de ti. De tus sueños. De tus agonías. De los sentimientos que guardabas en tu corazón. ¿Pero sabes qué, Yoko? Siempre estuviste a mi lado. Aunque no nos volvamos a ver, siento como si me reconfortaras.***
Mimí caminaba por el tradicional camino que realizaba cada día en el aeropuerto tras un vuelo. En aquel momento, escuchó por megafonía que el vuelo hacia Milán iba a comenzar a embarcar. Cuál fue su sorpresa al encontrarse a Koushiro frente a ella con un ramo de rosas. –Koushiro. –He tomado la decisión más importante de mi vida. ¡No puedo olvidarte! –gritó él. Mimí no pudo hacer más que sonreír.***
Unos meses después, una novia apareció tras las puertas de la iglesia mientras las campanas repicaban alegremente. Cuando la novia realizaba el paseíllo hacia el altar, los invitados no dejaron de aplaudir. –Mimí. Felicidades. –dijo un trajeado Taichi no muy fuerte para que no resonara su voz por el eco de la iglesia mientras seguía aplaudiendo. –Estás preciosa, Mimí. –dijo Yoko vestida también con un traje de pantalón, camisa y chaqueta oscuras. Ya en el altar, con Koushiro recién divorciado de su ex mujer, el sacerdote comenzó el rito con las sonrisas cómplices de los novios. –Estamos aquí reunidos para unir en matrimonio a este hombre y a esta mujer. Tras una ceremonia sin sobresaltos, los recién casados y sus invitados tuvieron una recepción. –Felicidades. –dijo Yoko después de que unas compañeras azafatas hubieran felicitado a los novios. –Estás preciosa, Mimí. –Gracias. –dijo Mimí. –Ha sido toda una sorpresa que os casarais tan pronto. –dijo Taichi. –¡Lo conseguiste, Koushiro! –Cuando se tiene que hacer, lo hago. –dijo Koushiro orgulloso de sí mismo. –¿Eso crees? –preguntó Taichi antes de beber de su copa. Yoko llevó a Mimí a solas mientras Taichi le gastaba bromas al novio. –Dijiste que no creías en el amor eterno. –dijo Yoko recordándole aquella conversación. –¿Estás segura de que Koushiro es el adecuado? –Eso creo. Aunque sea un bueno para nada debo admitir que lo amo. No podía fingir más. –respondió Mimí. –Entiendo. –dijo Yoko. –Oye, ¿de qué estáis hablando vosotras dos? –preguntó Koushiro apareciendo por detrás. –De nada. –le contestó su ahora mujer. –Oye, el anillo es precioso. –comentó Taichi. –Sí, ¿verdad? Tras la recepción, Taichi y Yoko volvían a casa dando un paseo por el parque. –Ahora ya sólo quedamos nosotros dos en casa. –dijo Yoko. –No lo digas con ese tono de aburrimiento total. –le riñó Taichi. –Es peor que eso. Es un tono de soledad. –dijo Yoko. –¿Quieres que busquemos otros compañeros de casa? –Claro. Pero no encontraremos a nadie tan vital y franca como Mimí. –Y tampoco encontraremos a alguien tan agradable como Koushiro. Yoko se paró al ver aquel lugar del parque que le traía tantos recuerdos. Era el lugar donde Sora y ella se sentaban en su época de estudiantes. –Aquí es donde encontré a Sora bajo la lluvia. –mencionó Yoko. –No tenía paraguas. Estaba ahí sentada completamente empapada. Una vez que volvieron a casa, se cambiaron a una ropa más cómoda. Se hicieron un té que se tomaron en completo silencio en la comida. –Me voy a la cama. –dijo Yoko levantándose. –Ya la lavaré yo. –se ofreció Taichi cuando Yoko se dirigía a fregar su taza. Taichi se percató de que a pesar de ser campeona de motocross y de la boda de Mimí, Yoko se encontraba tristona. –Gracias. Buenas noches. –se despidió ella. –Buenas noches. A la mañana siguiente, Yoko abrió el frigorífico para sacar algo y cuando cerró, vio el horario de la basura. –Hoy toca la que se incinera. –se dijo a sí misma. Entonces fue a vestirse y se fue a sacar la basura. Nada más salir de la propiedad, se detuvo al ver a Taichi llegando en una moto estilo chopper. –¡Buenos días! –saludó Taichi como si llegara así todos los días. –¿Dónde vas así tan temprano?¿Y de dónde has sacado esa moto? –preguntó Yoko. –Me la ha prestado Gennai. –contestó Taichi bajándose de la moto y quitándose el casco con una sonrisa. –Me ha dicho que tenga cuidado. Es bastante cara. Toma, sube. –dijo Taichi pasándole un casco a Yoko. –No tienes permiso para conducir esto, ¿verdad? Nos vamos a por Sora. Vivir contigo es muy divertido, pero es muy duro ver ese agujero en tu corazón. Vamos juntos, y llenemos ese agujero. Como solía ocurrir con el castaño, dio en el clavo. Así que, después de tirar la basura y coger algunas cosas de casa, se montaron en la moto y se marcharon. Al primer lugar que fueron fue al apartamento de la madre de Sora. Taichi picó en la puerta. –¡¿Hay alguien en casa?! –preguntó Taichi. Pero nadie abría la puerta. –Parece que no hay nadie. –Si estáis buscando a Takenouchi, se ha mudado. –dijo una vecina que estaba limpiando la puerta de su casa. –¿A dónde? –preguntó Yoko. –A Kyushu, la ciudad de donde era su marido. –contestó la vecina. –¿Y sabe algo de su hija? –preguntó Yoko. –Lo siento, pero de ella no sé nada. –contestó la vecina. Una vez que le agradecieron la información a la vecina, bajaron hacia la moto. Fueron caminando unos metros mientras Taichi arrastraba la moto. –¿Sabes dónde podría haber ido Sora? –preguntó Taichi. La isla de Kyushu estaba al sur del país y era bastante grande. Sería necesario coger un barco. –Ni idea. Pero…, quizá en Choshi. –dijo Yoko pensando. No creía que Sora se marchara a Kyushu, la ciudad de su padre, así que a Yoko no se le ocurrió otro lugar excepto el pueblo en el que vivió Sora antes de trasladarse a Tokio. –¿En Choshi? –Sí, vivió allí durante un tiempo con su madre. –Bien, vamos a intentarlo allí. –propuso Taichi. Tras ponerse los cascos, se montaron en la moto en dirección a Choshi. Cuando llegaron, pararon por la zona del faro y el puerto, donde había varias tiendas, para poder preguntar a la gente que andaba por allí. Ambos fueron preguntando con la foto en la que aparecían todos delante de la casa. También fueron a preguntar a la lonja de pescado y a la estación de tren pero nadie la había visto, y si lo habían hecho, no la recordaban. Después de buscar sin ninguna suerte durante todo el día, decidieron ir a cenar a algún restaurante. –Va a ser difícil encontrarla. –dijo Taichi mientras comían. –Sí, no tenemos muchas pistas. –admitió Yoko. –Si Sora es feliz, entonces me parece perfecto. Aunque encontrara un novio nuevo, se olvide de nosotros y viviera feliz en alguna parte. –Pero esa no es la situación. –dijo Taichi dejando el bol de arroz y cruzando los brazos sobre la mesa. –Puede estar en cualquier sitio ella sola, resistiendo y esperándonos. Después de la cena, prepararon una tienda de campaña en la playa, donde pasarían la noche. Mientras Taichi terminaba de ajustarla, Yoko estaba sentada en la arena viendo el oscuro mar. –Toma. –dijo Taichi pasándole algo de abrigo, sentándose junto a ella y dejando un farolillo sobre la arena. –Gracias. Esto es muy agradable. –dijo Yoko. –¿El qué? –Viajar contigo, comer cosas que están buenísimas, dormir fuera juntos. Quizás es así como debe ser un matrimonio. Al estar casados mucho tiempo, el ser hombre o mujer desaparece, y al final, las dos personas se convierten en amigos, ¿no? –Supongo. –Amigos que se dicen todo el uno al otro. –al decir esto último, Taichi se quedó pensando. Quizás había llegado la hora de contarle su secreto y librarse de esa losa. –Yoko. –¿Sí? –¿Te he dicho alguna vez que tengo una hermana mayor? Una hermana que es casi diez años mayor que yo. Aunque no llevamos la misma sangre. Para ambos era el segundo matrimonio de nuestros padres. Nuestro padre, era mi padre. Y su madre también pasó a ser mi madre. Mi padre tenía un temperamento bastante irritante. Creo que por eso mi hermana estaba estresada. Nuestra madre era una persona muy dócil. No importa qué dijera mi padre, ella siempre estaba de acuerdo en todo y presionaba a mi hermana. Por eso, ella me hizo su aliado. Un pequeño aliado que nunca la traicionaba. En resumen, mi hermana me… –No tienes por qué decirlo. –le dijo Yoko intuyendo cómo acaba la frase. No quería que su amigo se sintiera mal. –Al principio pensaba que no debía traicionarla. Y no quería entristecer a mis padres. Me convencí de que todo era mi culpa, y no le dije nada a nadie. Por eso, le tengo miedo al cuerpo de las mujeres en situaciones sexuales o eróticas. Soy lo peor, ¿verdad? En toda mi vida no he podido tener una emoción honesta parecida al amor. Ni siquiera puedo hacer feliz a una mujer. –Sí puedes. –dijo Yoko mirándole tras un silencio. Cundo dijo eso, Taichi la miró a ella. –Sí eres capaz. Y nadie mejor que yo puede saberlo. Cuando Yoko le dijo aquello, a Taichi se le humedecieron los ojos. Yoko se juntó un poco más a él y le pasó un brazo por los hombros. A la mañana siguiente, Taichi y Yoko dormían en la tienda de campaña. Los dos estaban en posición fetal como si se miraran y Yoko tenía un brazo sobre el brazo de Taichi. La primera en despertar fue Yoko. Se incorporó y miró a Taichi dormir. Pensó que no debió ser fácil ocultar aquel secreto durante tanto tiempo. Lo que vivió en su infancia le había repercutido durante toda su vida, Por eso evitaba relacionarse con mujeres que se le habían insinuado. Todo aquello dio pie a rumores sobre su orientación sexual y la gente del trabajo pensaba que era homosexual. Incluso Mimí llegó a pensarlo. Mientras lo miraba, Taichi empezó a despertar. –Buenos días. –saludó él. –Buenos días. Los dos amigos salieron de la tienda de campaña y se estiraron para desentumecer los músculos. Tras recoger la tienda de campaña, se montaron en la moto y continuaron con su búsqueda por la ciudad. Después de preguntar en un par de sitios, llegaron a una tienda. –Perdone, ¿ha visto a esta chica? –preguntó Yoko. –Esta chica…mmm, creo que trabaja en el Ryokan Bunji. –dijo el tendero. Taichi y Yoko se miraron.***
Sora recogía unos cuencos de un desayuno que había habido en una estancia para reuniones desde la que se podía ver un bonito jardín. Los llevó a la cocina y comenzó a fregarlos. Mientras lo hacía, ignoraba que Taichi y Yoko la buscaban por la ciudad.***
–Vamos, deprisa. –dijo Yoko mientras se ponían los cascos. –Sí. –dijo Taichi. Taichi arrancó la moto y se dirigieron hacia la dirección que el tendero les indicó.***
Taichi y Yoko iban todo lo deprisa que les permitía las señales de la carretera. El ryokan no quedaba muy lejos del puerto. Fue entonces, cuando de repente, desde una curva muy cerrada, apareció un camión que al dar la curva, se abrió tanto que invadió el carril por el que circulaban Taichi y Yoko.***
A Sora se le resbaló un cuenco que cayó al suelo y se rompió, captando la atención de todo el personal de cocina. –Lo siento. –se disculpó Sora. –¿Estás bien? –preguntó Shizue. –Sí. –Sora, pese a estar con un vientre muy abultado, se agachó a recoger los restos del bol. Dejaría todo listo antes de ir a la revisión en el hospital.***
No muy lejos de allí, una moto permanecía volcada. Unos metros más adelante, el camionero detuvo su camión y se bajó. Al intentar esquivar el choque, los ocupantes de la moto habían caído. –¡¿Estáis bien?! –Ouch. –se quejó Taichi. Estaba boca abajo, pero a pesar del golpe no se había hecho nada. Entonces se giró rápidamente buscando a Yoko. Ella estaba cara arriba, con una de las piernas doblada y se le veía algo de sangre asomar por el casco. Taichi se levantó con urgencia y corrió hacia ella. –¡Yoko!¡Yoko!¡¿Estás bien?!¡Llame a una ambulancia, por favor!¡Una ambulancia! El camionero, presuroso, volvió al camión para pedir ayuda por teléfono. Taichi la siguió llamando, pero Yoko no contestaba.***
Taichi esperaba en la sala de espera del hospital de Choshi. Fue entonces cuando de la consulta salió Yoko con un apósito en la frente. Taichi se levantó y se dirigió a ella. –¿Estás bien? –preguntó él. –Sí, sólo es un rasguño. –dijo ella tranquilizándolo. Había perdido la consciencia por el golpe, pero tras realizarle algunas pruebas, todo había quedado en un susto. Taichi respiró aliviado. –Te preocupas demasiado. Venga, vamos. –¿Estás bien, de verdad? –preguntó él. –Que sí. –dijo ella mientras se dirigían a la salida. –¿Y qué han dicho de la pierna? –Han dicho que todo está bien. –dijo Yoko. Giraron una esquina para dirigirse a la salida, sin percatarse de que Sora salía de forma pausada de la consulta de maternidad, que estaba en ese mismo pasillo. Ya en el aparcamiento, volvieron a ponerse el casco, pero cuando Taichi fue a arrancar la moto, parecía que había algún problema porque no arrancaba. –Lo que nos faltaba. –se quejó Taichi. Con el accidente habían perdido buena parte de la mañana. –Quizás no arranque por la caída. Al traer la moto puede ser que haya terminado de romperse. –dijo Yoko quitándose el casco. Taichi se bajó de la moto y también se quitó el casco. Yoko se agachó para ver qué fallaba. Mientras lo hacía, Sora salía del hospital y se dirigía a coger el autobús que había en la parada. Mientras Yoko se encargaba de la moto, Taichi se giró y vio algo que le impactó. Era Sora embarazada. –¿Sora? –preguntó Taichi, sin saber si estaba viendo bien. –¿Qué? –preguntó Yoko mirando a Taichi. Entonces, se levantó y se giró hacia donde estaba mirando Taichi. Allí, haciendo cola para subir al autobús, con un vestido premamá y una chaqueta de punto rosa, vieron a Sora, con una mano en su enorme vientre. –¡Sora! Al escuchar su nombre, giró la cabeza y vio a Taichi y a Yoko. El autobús se fue sin ella.***
Como era evidente, Sora no podía montar en moto, así que se fue en el siguiente autobús. Yoko consiguió arreglar la moto. Simplemente era una pieza que se había desajustado con la caída. Los tres se encontraron en el ryokan, en la habitación de Sora. –¿Estás bien? –preguntó Taichi mientras Sora se acercaba a la mesa con una bandeja con té. –Sí. –Gracias. –dijeron ellos mientras Sora se acomodaba. Seguían alucinados de ver a Sora embarazada. –Trabajo sirviendo las comidas a los clientes del ryokan. Antes podía hacer más cosas, pero en mi estado he bajado el ritmo. –explicó Sora. –La jefa de esto, Shizue, es una antigua amiga de mi madre y es muy amable conmigo. –Entiendo. –dijo Taichi. –Me ha dicho que no tiene ningún inconveniente en que siga aquí cuando nazca el bebé. –dijo Sora. –Así que me quedaré aquí una buena temporada. –Sora. Vuelve a Tokio. –le pidió Yoko. –Cuando vuelvas, viviremos juntos otra vez. –No puedo. –dijo Sora posando una mano sobre su vientre. –Porque este bebé es de Yamato. Yamato pensaba en mí. Murió por mí. No puedo volver y ser feliz. Creo que volver con vosotros y buscar consuelo sería… diferente. Pero, cuando estaba completamente sola me enteré que estaba embarazada y pensé que no volvería a estar sola nunca más. En ese momento fui tan feliz que me puse a llorar. Sentí que Yamato me había perdonado. Que a partir de ese momento, podría vivir. Yoko estiró su brazo y cogió la mano de Sora. –Yamato no te tenía que perdonar nada porque no hiciste nada, pero tienes razón en algo. Tu vida no le pertenece a nadie. Es completamente tuya. Yo no puedo perdonar a tu novio todo lo que te hizo y todo el sufrimiento que te causó. Cómo murió y cómo te hizo partícipe de ello es muy injusto. Pero el bebé que tienes ahí dentro es tuyo. Eres libre de decidir cómo o con quién quieres vivir a partir de ahora. Pero yo quiero vivir contigo. Aunque no pueda ser el padre de tu hijo, me gustaría ser alguien que estuviera siempre a tu lado, apoyándote, y apoyando a tu hijo. –dijo Yoko. –Suscribo cada una de sus palabras. Yo también quiero estar ahí y ayudarte con tu hijo. –dijo Taichi. Yoko la miró sonriendo. –Dos mejor que uno. Y tres mejor que dos, ¿no? –Y con el bebé, seremos cuatro. –añadió Yoko. Sora empezó a llorar. Entre lo sensible que era y la sensibilidad que le producía el embarazo, no pudo evitar romper en llanto. Podrían estar enfadados por cómo se marchó de la casa compartida y por cómo actuó cuando conoció el secreto de Yoko, pero en lugar de eso, la buscaron y se presentaron voluntarios para formar una extraña, pero bonita familia. –Gracias. –entonces, Sora notó algo raro. Taichi también se percató del gesto que puso Sora. –¿Qué pasa? –preguntó él. Entonces Sora se quejó de dolor. Yoko se levantó para apoyarla. –¡Voy a pedir un taxi! –dijo Taichi. Una vez que llegó el taxi, Sora y Yoko se sentaron detrás mientras que Taichi lo hizo junto al conductor. –Sora, resiste. –dijo Yoko. –Por favor, señor, dese prisa. –le apremió Taichi. –Ya casi hemos llegado. –intentó tranquilizarla Yoko. Una vez que llegaron al hospital, pusieron a Sora en una camilla que dirigieron a los paritorios. Taichi y Yoko no soltaban las manos de Sora mientras la camilla circulaba por los pasillos del hospital. –¡Resiste, Sora, ya estamos! –dijo Taichi. Cuando llegaron a las puertas del paritorio, salió la doctora que había llevado el control del embarazo de la futura madre. –Va a ser un parto prematuro pero intentaremos salvar al bebé. –dijo la doctora. –Ustedes dos deben esperar aquí. –dijo una de las enfermeras. –¡Sora, resiste! –le gritó Taichi. –¡Puedes hacerlo! –dijo Yoko mientras se perdía tras las puerta que daba acceso al paritorio. La luz que había sobre la puerta se puso roja, indicando así que nadie podía entrar. Dentro del paritorio, la doctora daba órdenes a las enfermeras mientras Sora gemía de dolor. El personal sanitario preparó los monitores, los sueros, las gasas y el instrumental que necesitarían para asistir el parto. –¡Por favor, salven a mi bebé! –les pidió Sora. Sora había comenzado a sudar mucho por el dolor que estaba sintiendo. –Todo irá bien. Seguro que el bebé se esfuerza mucho para nacer, así que usted debe hacer lo mismo, ¿de acuerdo? –dijo la enfermera mientras Sora asentía.***
Taichi se sentó en los sillones que había para esperar, mientras Yoko miraba preocupada cómo la luz roja seguía encendida. Después de mirar la luz, miró el reloj que había en la pared. Marcaba las cinco menos cuarto de la tarde. Yoko se apoyó en la pared y se agachó con la cabeza escondida en los brazos.***
Había pasado una hora eterna desde que entró al paritorio y Sora seguía sufriendo unos dolores insoportables. Cuando recibió la noticia del embarazo, la doctora ya le avisó de que sería un parto complicado, pero no se imaginaba cuánto. Estaba siendo tan complicado que hasta pusieron a una sola enfermera para sujetar la mano de Sora e ir secándole el sudor.***
A las siete menos cuarto, en la sala de espera, Taichi y Yoko intercambiaron posiciones. Ahora era la motorista la que estaba sentada y Taichi el que estaba de pie. Estaban siendo las dos horas más largas de toda su vida. Parecía que se había detenido el tiempo. Los dos esperaban nerviosos cuando de repente, se escuchó el llanto de un bebé. Yoko se levantó de donde estaba. Los dos esperaban noticias impacientes, pero no pudieron evitar mirarse y sonreír. Entonces, se abrió la puerta, pero salió una enfermera corriendo. –¡Rápido, hay mucha sangre! –escucharon como decían eso desde el paritorio. –¿Sora? –dijo Yoko. Cuando pensaban que había acabado todo, pareció complicarse, preocupándolos todavía más.***
–Señorita Takenouchi. –la llamó una enfermera. Sora abrió los ojos estando aún en el paritorio. Estaba agotada por el parto, pero consiguió girar la cabeza para ver a la doctora y la enfermera que sostenía un pequeño bulto. –Es una niña. Al verla, a Sora se le escapó una lágrima. Había sido difícil, pero al ver a su hija, pensó que mereció la pena todo el esfuerzo y el dolor.***
Ya en la habitación, Sora estaba acostada en la cama con su hija al lado suyo. Tocaba con su mano la diminuta mano de su hija. Taichi y Yoko estaban sentados al lado de la cama sin quitarle ojo a la pequeña. El poco pelo que tenía era rubio, aunque más que pelo parecía pelusilla. –Yoko. –dijo Sora llamando la atención de su amiga. –Cógela. Yoko se levantó y se acercó a la cama para coger a la pequeña. –Menuda entrada triunfal has tenido en este mundo, ¿eh? –le dijo Yoko a la pequeña con voz suave. –No es un mal sitio, después de todo. A partir de ahora conocerás un montón de cosas buenas. –Déjame cogerla a mí también. –le pidió Taichi. Con cuidado, Yoko le pasó la niña a Taichi. –Soy papá. Es adorable. –Sí, y tan pequeña. –añadió Yoko. Sora no les quitaba ojo. Entonces supo que su hija no podría tener mejor familia que la formada por ella, Yoko y Taichi. –Yoko, Taichi. –dijo Sora llamando su atención. –Gracias. Habían tenido un día de lo más movido. Por la mañana tuvieron el accidente de moto, luego se reencontraron con Sora, que para sorpresa de todos, estaba embarazada. Después se puso de parto y mientras Sora daba a luz, ellos esperaron preocupados durante horas. Pero al final, todo tuvo su recompensa y no pudo acabar mejor. Unos días después, cuando a Sora le dieron el alta, se fueron los cuatro a dar un paseo por la playa. Sora llevaba a su pequeña en brazos. Hasta que a Taichi le entró la abstinencia de coger a la niña y Sora se la pasó a él. Después de haberle puesto alguna cara a la niña, la dejaron con Sora, y Taichi y Yoko fueron a jugar un poco en el agua. Luego se sentaron los tres juntos. A los tres les encantaba sostener a la niña. En cuanto la soltaban, ya les parecía demasiado el tiempo que no la tenían entre los brazos. Mimí, Koushiro, ¿Cómo estáis? Hemos decidido el nombre de la niña. Sochiko Takenouchi. Tiene el’So’ de Sora, el ‘chi’ de Taichi y el ‘ko’ de Yoko. Vivimos los cuatro juntos en la casa que compartíamos antes. Familia, amigos, marido y mujer, amantes. Parece que seamos alguna de esas cosas, aunque en realidad no somos nada de eso. Atesoraremos esta felicidad tan frágil y viviremos plenamente. A partir de ahora, seremos amigos para siempre. Si es posible, no nos separaremos nunca. Y aunque pasara algo y tuviéramos que separarnos, algún día volveríamos a reunirnos y reiríamos juntos. Mis queridos amigos. Vosotros sois mis viejos amigos.***
Todos los que habitaron la casa compartida salieron fuera para sacarse una foto conjunta. –Ya nos hemos sacado una foto como la que nos vamos a sacar ahora, ¿verdad? –dijo Mimí. –Sí, es cierto. –dijo Koushiro. –¡¿Preparados?! –preguntó Taichi, que estaba preparando una cámara en un trípode con el temporizador. Una vez lo tuvo preparado, se colocó él también. –Hey, Sochiko, vamos a sacarnos una foto. –dijo Mimí al bebé que tenía Sora en brazos poniéndole voz infantil. Koushiro puso una pose que pretendía ser sexy pero que más bien era ridícula, por lo que Mimí le dio un manotazo. –¿Qué haces? ¡Posa normal! –¡Estoy posando normal! –se defendió Koushiro mientras Taichi, Yoko y Sora reían por las peleas que tenían esos dos. –¡Es una pose ridícula! –volvió a atacar Mimí. –¡Va, mirad a cámara! –avisó Taichi. Una vez que lo dijo, la cámara disparó. En la foto, aparecía la casa de fondo. En la parte izquierda estaba Koushiro y Mimí, a la derecha, Yoko y Taichi, y en el centro, Sora con Sochiko en brazos. Continuará…