ID de la obra: 1067

Mandarinas y cigarrillos

Het
NC-17
En progreso
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 25 páginas, 9.647 palabras, 6 capítulos
Descripción:
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Anillo

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One Piece y sus personajes son propiedad de Eiichiro Oda y Shueisha.

Anillo

Tras dos semanas navegando volver a pisar tierra firme era genial. Todos querían desembarcar, pero no podían dejar el barco desatendido, así que acordaron hacer turnos. Los primeros en desembarcar fueron Chopper, Robin, Sanji y Nami para encargarse de comprar suministros para los próximos días en el mar. No se dispersaron como era habitual. Sanji se preguntó si era por el fantasma de su marcha unos meses atrás, pero no se quejó porque podía compartir tiempo con su querida Nami. La primera parada les llevó al mercado. Chopper se hizo con hierbas medicinales para mejorar su farmacia de a bordo. Sanji paseó entre los puestos repletos de alimentos con el ceño fruncido analizando la calidad. Preguntó por los precios que eran ridículamente altos. Necesitaban comida, lo sabía, tendría que echar mano de su asignación personal y eso le molestaba. —Seis mil berrys por algo tan pequeño es un insulto. —Sanji dio un saltito sorprendido al escuchar la voz de Nami a su lado. A veces se le olvidaba lo silenciosa que podía llegar a ser—. El corte no es tan bueno como para valerlos. —Señorita, es carne de primera —aseguró el vendedor. —A mí no me lo parece. Sólo veo una pieza de carne mal cortada, que no parece nada jugosa y que, además es demasiado pequeña. No pagaría por ella más de mil berrys. Hubo un pequeño revuelo cuando los curiosos se acercaron atraídos por el regateo de Nami. Sanji se movió con suavidad para cubrir su espalda y evitar que alguien pudiera tocarla. El ceño del vendedor se frunció. —Puedo rebajársela a cinco mil berrys, pero nada más. —Bien, pues compraremos en otro lugar. Tenemos todo un barco que alimentar y está claro que la relación calidad-precio de este puesto está totalmente descompensada. La mano de Nami se cerró en torno a su muñeca y tiró de él para alejarlo de allí, apenas habían dado dos pasos cuando el hombre volvió a hablar: —De acuerdo, podemos llegar a un acuerdo si hacen un pedido grande. Ella le llevó de vuelta. Sanji nunca la había visto regatear antes y debía admitir que estaba impresionado por ello. —Ha intentado estafarte porque sabe que no eres de aquí —le susurró al oído poniéndose de puntillas—. Nunca aceptes el primer precio que te den en un sitio como este. —Lo tendré en cuenta. Suponía que hasta aquel momento nunca le había prestado la debida atención a los precios, sólo se preocupaba por la calidad y entendía que variasen de una isla a otra. ¿Cuántas veces habría pagado de más por ser un viajero de paso? Sanji cargó los suministros en el carro del que tiraba Chopper mientras Nami pagaba con una sonrisa triunfal. Había rebajado el precio de la compra a casi la mitad para disgusto del vendedor. —¿Volvemos ya al barco? Los demás estarán ansiosos por explorar —preguntó Chopper. —Quiero comprarme algo de abrigo —contestó Nami—. En las últimas islas no encontré nada que me sirviera. Aquí parece haber de todo. —A mí también me iría bien comprar algo de ropa —admitió Robin—. Y a lo mejor encontramos una librería para ti, Chopper. Los ojos del doctor brillaron de emoción y tiró del carro con entusiasmo. Las tiendas parecían estar aglomeradas en una sola calle. Nami y Robin se adentraron en la misma y pasearon entre los percheros repletos de ropa. Sanji las acompañó mientras que Chopper prefirió quedarse fuera donde los perfumes no podían afectar a su olfato. Sanji disfrutaba viéndolas entrar y salir de los probadores cada vez con un modelo diferente, comparándolos, cuchicheando y riendo cómplices. Sanji deseó poder ver a Nami siempre así de feliz y despreocupada, riendo libre y divirtiéndose. —¡Sanji! ¿cuál te gusta más? ¿El rojo o el azul? Nami dio una vuelta sobre sí misma enfundada en un estrecho vestido rojo, se echó sobre el hombro el mismo modelo en azul y le miró expectante. Estaba increíble, todo le quedaba increíble. —Estás tan preciosa que me he vuelto a enamorar. —Ella rió, ya no se ponía tan a la defensiva ni se mostraba tan indiferente cuando la piropeaba—. El rojo, definitivamente. Ella sonrió alegre y se perdió de nuevo tras la cortina del probador. Rojo como el vestido con el que había irrumpido en su boda. Haberla visto así vestida había despertado muchas preguntas en él, porque todo el mundo sabía que si una mujer vestía de rojo en una boda era porque tenía, había tenido o quería tener algo con el novio. Entre ellos dos nunca había llegado a ocurrir nada y hasta ese momento había estado seguro de que su amor era unidireccional. Ahora ya no lo estaba tanto, pero no se atrevía a preguntar. Nami y Robin cargaron lo que iban a comprar hasta el mostrador, el vendedor se frotó las manos ante la gran venta que estaba haciendo. Sanji se preparó para ir tomando las bolsas y llevarlas hasta el carro, entonces se percató de la mirada de Nami clavada en un anillo de los que se exponían en el mostrador, vio cómo se dibujaba una sonrisa dulce en sus labios y cómo apartaba la idea de comprarlo. Acabó de sacar las bolsas sin dejar de pensar en el anillo. Era algo infantil, era barato, pero la había hecho sonreír. —El dueño dice que hay una librería al final de la calle —dijo Robin al salir—. ¿Vamos, doctor? Chopper casi echó a correr en la dirección señalada. Robin y Nami rieron. Siguieron al doctor calle abajo. El anillo seguía en la cabeza de Sanji. ¿Y si lo comprase? Podía hacerle un regalo a Nami, algo para demostrarle que le prestaba atención y que le importaba de verdad. Podía comprar cualquier joya, pero a ella le había gustado aquella baratija en concreto y, además, era un anillo. Tal vez el que lo fuera era cosa del destino, una señal de que debía arriesgarse como le había dicho Franky. Quizás sólo era una estupidez. Sólo sería un regalo. Se detuvo en seco. Los ojos de Nami se fijaron en él llenos de curiosidad. —He olvidado una cosa, seguid sin mí, os alcanzaré en un momento. —Te esperaremos en la librería. Sanji asintió y regresó hasta la tienda de ropa en la que Nami y Robin había estado haciendo sus compras. Vio con alivio que el anillo que Nami había estado mirando seguía allí. Era una baratija, pero la había hecho sonreír. Sólo un regalo inocente, se dijo a sí mismo mientras pagaba por él. El regalo de un nakama que la aprecia se prometió guardándolo en el bolsillo de su camisa. Nami estaba de pie junto al carro con los brazos cruzados. El corazón le latía con fuerza, se preguntó cómo reaccionaría al ver el anillo, si respondería a la pregunta silenciosa o si fingiría no entender el mensaje. Nami podía ser imprevisible. Ella le vio y le sonrió, relajó su postura. Nami se sentía segura a su lado, lo sabía, era algo que se notaba y que con el tiempo se había vuelto más evidente. —Entra si quieres, yo vigilaré el carro —ofreció Sanji. —He echado un vistazo rápido, no tienen ningún libro de navegación interesante —musitó ella, se le acercó quedando tan cerca que sus brazos casi se rozaban—. Robin me prestará lo que compre. —¿Es que quieres pasar tiempo a solas conmigo, querida? —preguntó medio en broma medio en serio. Ella rió, apoyó la cabeza sobre su hombro ignorando el salto que el corazón había dado en su pecho. —Es que no hemos hablado mucho desde... bueno ya sabes. Echo un poco de menos hablar contigo. Era sincera, pero dolía, porque entreabría la puerta para cerrarla de golpe. Si sólo podía aspirar a una amistad sería el mejor amigo que pudiera desear. —Sabes dónde encontrarme. —Sí, lo sé. Pero Nami no habló más y se apartó de su lado como si estuviera envuelto en llamas cuando sus nakama salieron de la librería. El trayecto hasta el Sunny transcurrió en medio de una conversación superficial y algunos planes a corto plazo. Nami se mantenía a su lado, pero a una distancia que se sentía extraña. Sanji no quiso darle más importancia. Fueron recibidos con entusiasmo, sobre todo, porque era casi la hora de cenar. Sanji se metió en la cocina y permitió que las chicas y Chopper se encargasen de guardar las compras en el almacén. El anillo en el bolsillo de su camisa parecía pesar una tonelada. No había pensado en cuándo ni cómo dárselo, pero tenía que hacerlo pronto. «La retendré con alguna excusa» pensó, pero no necesitó hacerlo. Al acabar de comer todos abandonaron el lugar a excepción de Nami que se quedó un rato más sentada. Había un silencio sepulcral hasta que Luffy rompió el primer vaso. Nami se puso en pie, como si acabase de darse cuenta de que seguía allí sentada. Sanji la siguió, no se atrevió a sujetar su muñeca para retenerla. —Nami, espera. —¿Sí? ¿Qué pasa? —Yo… Cierra los ojos. Le miró con sospecha, pero obedeció decidiendo que podía confiar en él, que no haría ninguna estupidez. La mano cálida de Sanji tomó su derecha, ella no se resistió ni se tensó. Tampoco lo hizo cuando algo frío y metálico se deslizó por su dedo anular. —Ya puedes abrirlos. Observó sorprendida el anillo en su dedo. Era una baratija infantil con un gato negro que llevaba una mandarina sobre la cabeza. Lo había visto en la tienda y le había hecho pensar en su hogar, en Cocoyashi, en Bell-mère, Nojiko y Genzo. —Ah, Sanji... —Te he visto mirarlo en la tienda —declaró algo avergonzado—. Sólo es un pequeño regalo. —Gracias, me gusta mucho, Sanji. Le besó en la mejilla y siguió con su camino mirando el anillo con una sonrisa infantil estampada en los labios. Era toda una sorpresa, no creía haber mirado aquel anillo más de cinco segundos y no esperaba que nadie lo hubiese notado. Había estado a punto de comprarlo, pero era una tontería y habría sido malgastar el dinero. Ahora que lo tenía en el dedo se sentía feliz y agradecía que Sanji se hubiera dado cuenta y lo hubiese comprado para ella. Entró en el cuarto que compartía con Robin y se sentó en la cama. No pensaba admitirlo, pero pasarse el día caminando la había dejado agotada. —¿Y ese anillo? —Es un regalo de Sanji, me lo ha puesto al salir de la cocina. Robin le sonrió divertida. —¿Y qué le has contestado? —¿Contestarle? —Se sintió confundida. Sanji no le había preguntado nada, le había sorprendido poniéndoselo y después le había dicho que era un regalo—. No entiendo a qué te refieres. —Navegante, tú no eres una muchachita inocente con la cabeza llena de pájaros. Sabes perfectamente lo que significa que un hombre te ponga un anillo en el anular de la mano derecha. Nami soltó una carcajada. —¡Venga ya! Estamos hablando de Sanji, es un mujeriego, nunca haría algo así. —Se encogió de hombros—. No siente nada especial por mí sólo le gusta... —Tampoco eres tonta, Nami, aunque se te dé bien fingirlo cuando te conviene. Un par de manos surgieron del colchón y le atraparon las muñecas para que no huyese, era una mala costumbre que poseía, cuando Nami no quería escuchar algo se daba a la fuga. —Sabes perfectamente que el cocinero te trata de un modo muy diferente a como nos trata a las demás —continuó sin importarle si quería o no escuchar la verdad—. También te has dado cuenta de que lleva una temporada en la que la única mujer a la que le presta atención es a ti. Desde que llegué a esta tripulación he visto a ese hombre quererte incondicionalmente, soportar las burlas de los demás y luchar por mantenerte a salvo. »No importa cuánto miedo te dé admitir que es así, tu miedo no cambia las cosas. —Sanji no puede quererme —susurró. —Eso no es algo que esté en tus manos decidir. Las manos que la retenían desaparecieron. Robin se puso en pie. —Tampoco puedes decidir sobre tus propios sentimientos, puedes ocultarlos o mostrarlos, pero no desaparecerán —declaró abandonando el tono serio y recuperando el divertido—. Te dejo pensar a solas, hoy tengo guardia. —Robin... Su nakama se esfumó cerrando la puerta tras ella. Maldita Robin, ¿cómo podía soltarle todo aquello así sin más? ¿Cómo se atrevía a insuflarle realismo diciéndolo en voz alta? Las cosas de las que no se habla no existen y ahora, por su culpa, el fantasma que la asediaba existía. Aún y así prefería creer que Sanji no trataba de transmitir ningún mensaje con ello, le había dicho que sólo era un regalo y eso esperaba ella. Se dejó caer en la cama maldiciendo. En la cocina, Sanji, estaba acabando de limpiar los fogones. No soportaba que otro lo hiciera, especialmente cuando el turno de limpieza era de Luffy, ya tenía suficiente con verle destrozar platos y vasos por distraerse con demasiada facilidad. Había pasado un día fantástico con Nami, sin importar que Chopper y Robin les acompañasen, había podido verla en su elemento regateando sin piedad en el mercado. También había podido hacerle un regalo, de haber sido más valiente le habría dicho que podía tomárselo como una pregunta, pero no lo fue. Se la tomaba en serio y tenía muy claro lo que quería, pero le daba miedo descubrir que sus días de mujeriego había dinamitado todos los puentes hacia el corazón de Nami. Sanji se sobresaltó cuando un objeto frío y rígido le empujó contra la encimera interrumpiendo el hilo de sus pensamientos. Pensó en Zoro, en una de sus malditas espadas, hasta que percibió el aroma de mandarinas. De nuevo se le había acercado con tanto sigilo que le había pillado totalmente por sorpresa. —Ni se te ocurra girarte. —De acuerdo, pero no hace falta el arma —musitó entendiendo que lo que presionaba contra sus riñones era su Clima-tact. —¿Por qué un anillo? Sanji suspiró. —Porque te ha gustado. —¿Sólo por eso? «Por favor, di que sí» pensó agobiada. Era la repuesta que quería escuchar, era la respuesta que le permitiría quedarse en el lugar seguro que tanto cuidaba. —No —respondió tras lo que pareció una eternidad. Entendió que no blandía el arma porque le considerase peligroso de repente, lo hacía porque necesitaba sentir que tenía el control de la situación—. Es cierto que lo he comprado porque he visto cómo lo mirabas, te ha gustado y he querido regalártelo. »El hecho de que sea un anillo me ha parecido cosa del destino. No es caro, ni es lujoso, no tiene una piedra preciosa ni es de oro, sólo es un pedazo metal pintado. Podría comprar algo así, pero no significaría nada especial para ti. Y, algo como esto, tiene que ser especial, Nami. «No lo digas, no lo digas» suplicó. Le temblaban las manos, bajó el arma para que no lo notase. —Desde el primer instante supe que, fuera lo que fuese que me deparaba este viaje, quería estar contigo. Y está bien si lo ves como el simple regalo de un nakama o si quieres contestar a la pregunta que implica —soltó atreviéndose a decirlo en voz alta, apostándolo todo a una única carta, porque si Nami había ido hasta allí para hacerle aquella pregunta es porque había algo más, algo que le daba miedo. Al menos eso creía—. Decidas lo que decidas está bien para mí. No lo estaría y Nami lo sabía. Su decisión, la que fuera, cambiaría de manera irremediable su relación y eso le daba demasiado miedo. Porque aquel idiota mujeriego y pervertido se había hecho un hueco en su corazón. —Pretendes correr antes de caminar —susurró ella. —Podemos caminar, si quieres —contestó dejando escapar una risita—. No quiero forzarte a hacer nada que no quieras... —Camina —le cortó ella—. Muéstrame lo que tienes. —¿Me estás dando una oportunidad? No hubo respuesta, se giró despacio preparado para recibir otro empujón con el Clima-tact. Sin embargo, ella ya no estaba allí. Tan sigilosa como siempre. —Gatita —susurró y rió. Desde luego, quien fuera que le había puesto el apodo de gata ladrona, había acertado de pleno. A todas luces le estaba dando una oportunidad y él no iba a desaprovecharla.

Fin

Notas de la autora: ¡Hola! Como Oda es muy de insinuar cosas y jugar con dobles sentidos he querido hacer lo mismo. El vestido rojo de Nami ha sido respondido por Sanji con un anillo en el dedo anular derecho. Lo del vestido rojo no es algo que me haya inventado, siempre se ha dicho que si una mujer viste de rojo en una boda es porque mantiene o ha mantenido una relación íntima y apasionada con el novio. Para sugerencias y amenazas de muerte la ventanita de comentarios está a vuestra disposición.
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