Capítulo 9
6 de octubre de 2025, 17:38
Cambia el rostro.
Vuelve a ser tú.
¡Vuelve a ser inexpresivo!
Apenas llegó a la habitación, que desde ahora compartirá con Sanemi, se acostó y se cubrió por completo tratando de recuperar el aliento.
¿Por qué lo había seguido?
La única vez que fue imprudente y siguió su instinto fue cuando todavía iba a la escuela. Buscando la forma de ser más extrovertido, algo dentro suyo lo instó a ir a los clubes para inscribirse y hacer amigos, unos de los cuales Sabito insistía en que hiciera.
El club de natación parecía ser muy prometedor, pero usar traje de baño ajustado frente a tanta gente sería un verdadero problema para su autoestima. El club de baloncesto era alegre y lo que buscaba en realidad, pero temía que su personalidad apagada afectará a sus compañeros extrovertidos. Y por último, el club de karate, a un lado de todos los clubes casi alejado en un gimnasio lo suficientemente amplio para combatir, con mucha gente observando y quedando sorprendidos por la práctica que se hacía en aquel momento.
Ni siquiera había pasado por su cabeza inscribirse a un club donde el contacto físico fuera requisito, además de tener que alegrarse por darle un golpe a otro no entraba dentro de sus valores, aunque fuera un club. Se acercó por curiosidad ante los gritos de varias chicas y chicos presentes alentando a alguien llamado Shinazugawa. Entonces lo vio por primera vez, girando a su oponente sobre su espalda para hacerlo caer al suelo y dando por terminado el encuentro.
Su cabello blanco y largo fue lo que lo dejó sin palabras, cautivando su mirada sin dejar de observandolo por unos largos segundos.
Sanemi estaba limpiando el sudor de su boca cuando sus miradas chocaron, la indiferencia y la furia que presenció tras haber ganado su combate, fue extraña y estimulante.
Era la primera vez que veía a un hombre tan intimidante y genial.
Y lo que vió ahora, no cambió para nada su forma de ver a su rival amoroso. Si, lo amaba, pero jamás creyó que fuera mutuo.
Recordar el grito ronco y decidido a Sabito jurando amor y menos gritos casi lo hizo caer de rodillas.
Había gritado al aire libre que lo amaba.
Y le había pedido permiso a su mejor amigo.
Sentía el rostro arder y el aire bajo la manta a cada segundo era más opresivo. Estuvo a punto de liberarse cuando la puerta comenzó a sonar, la llave dio el giro suficiente para ser abierta, la puerta crujió y él entró. No prendió la luz tampoco dijo nada, pero se detuvo a mitad de su cama.
—Oye, ¿estás despierto?
¿Usó una voz calmada? ¿Dónde estaba el bastardo en aquella oración?
—Giyuu, se que lo estás.
—Entonces para qué preguntas —murmuró aún con las mejillas ardiendo.
No podía darle la cara, no aún. Esa voz grave y baja era demasiado para su corazón.
—¿Puedes salir?
Negó como un niño de cinco años.
Sería cobarde y actuaría como uno.
Lo escucho resoplar.
—Si así lo quieres, así será.
¿Qué?
Su cama resonó, indicando que una segunda persona se recostaba sobre ella. Pudo sentir el cuerpo frío de sanemi a su lado acomodarse como si aquel fuera siempre su espacio para descansar.
—¿Qué haces? —preguntó con pánico.
—Necesito hablar contigo, pero te niegas a mostrarme tu cara.
Y no lo haría, le gustaba demasiado como para plantarle cara luego de haber escuchado su confesión de manera indirecta.
Su corazón no se tranquilizaba y si no lo hacía pronto, moriría. Aunque de felicidad si lo pensaba bien.
—Giyuu, por favor, quítate la manta. Lo que voy a decir es importante.
Respiró hondo ahogándose aún más por la poca ventilación, sacó la cabeza con la piel casi azul por la falta de oxígeno y se tomó su tiempo para notar que Sanemi, recostado a su lado, miraba al techo de la habitación.
La poca iluminación sobre él dejaba ver su silueta, un poco de sus ojos y el cabello que siempre llevaba revuelto.
Esperó y esperó, pero Sanemi no parecía querer hablar.
Levantó la mano para tocar su brazo y eso fue lo que lo hizo despertar de lo que fuera que estuviera albergando su mente.
—¿Cómo te sientes?
—Rengoku me ordenó que te mantuviera alejado de Tanjiro —soltó queriendo saber a mayor profundidad los sentimientos de Sanemi con el chico.
Aunque escuchara su declaración, hubo un momento en que estuvo interesado en él y debía explicar lo que realmente pensaba.
No le gustaría ser la segunda opción del hombre que amaba.
Para su sorpresa él rió.
—¿Dijo eso? —asintió. No parecía molesto o tener ganas de golpear, o insultar a alguien.
—Creé que somos amigos.
—¿Qué le dijiste?
—Que no tenemos ese tiempo de relación y se rió.
—Claro que lo haría, paso más tiempo contigo que con otra persona.
Era verdad, incluso con Sabito que ahora trabajaba a tiempo completo su tiempo se redujo a combatir con Sanemi por la atención de Tanjiro.
Todo giraba alrededor de él.
—Giyuu, me interesa una mierda la ciencia.
—Lo sé.
—No fui al museo porque quisiera aprender.
Asintió al mismo tiempo que le daba la espalda cubriéndose con la manta hasta el hombro.
Fue porque Tanjiro estaría ahí.
—Tampoco fue por Tanjiro así que deja de pensar en eso.
¿Tan transparente era?
—Sanemi, qué estás…
—Fue por ti.
Se giró nuevamente para tratar de buscar alguna duda en sus claros ojos grises. Sanemi lo miraba directamente entre la oscuridad del cuarto.
Se embriagó de la duda y el miedo que esos ojos nunca sintieron antes, al menos desde que se conocieron.
—Tanjiro… —susurró, pero fue interrumpido.
—Me importa una mierda Tanjiro —revela con absoluta sinceridad—. Lo quería para alejarlo de ti. Al principio pensé que me gustaba, no puedo negar eso, lo encontraba entre la multitud no porque quisiera era porque tú estaba ahí parado a su lado, Giyuu. Siempre fuiste tú.
Apretó los labios tan nervioso y ansioso al no saber qué responder.
—Hay otra cosa que también debo confesar —continuó con la misma seguridad del inicio como si lo que acabara de soltar fuera algo tan común para digerir.
—¿Hay algo más importante que decir? —su voz salió extraña, avergonzada de que el gran peleador de karate Shinazugawa Sanemi le declarara sus sentimientos de una manera bastante convencional. Aunque debía admitir que el que antes buscara a su amigo y pedir su aprobación fue bastante tierno para alguien como Sanemi.
—Fui tu acosador en la escuela —soltó de pronto sin inmutarse ante tal revelación.
—¿Acosador?
—Te seguía en la escuela —reafirmó como si aquello fuera lo que le preguntaba—. Llevo años observándote, Giyuu.
Se quedó en silencio buscando las palabras, unas de las cuáles no aparecían o no parecían existir para aclarar la situación.
¿También habría hablado de esto con Sabito? La distancia que guardó solo pudo escuchar sus gritos, no la conversación completa.
En la escuela fue un total don nadie, apenas tenía amigos. ¿Cómo era posible que el gran Sanemi lo mirara desde lejos? Debía estar mintiendo.
—Y te odiaba.
Ahí estaba, la verdad que esperaba.
Pegó la mirada al techo confundido y dolido.
—Jamás me regalaste esa sonrisa tuya que a lo lejos notaba y me desarmada por completo—explicó girando para mirarlo directamente—. Fuiste el único en no notarlo. Hasta Sabito lo sabía.
—¿Sabito sabía?
—Me mantuvo vigilado todos esos años para que no hiciera una estupidez.
Armándose de valor también se giró. Odio de inmediato la oscuridad que los rodeaba por no poder ver si las mejillas pálidas de Sanemi estaban sonrojadas.
Esperaba que así fuera.
—Y esa misma estupidez me hizo dudar sobre tu relación profesional con Kibutsuji.
—¿Disculpa?
Él respiró hondo antes de soltar mucha verborrea.
—No fue mi culpa, o tal vez si fue. Ellos comenzaron a hablar en el comedor sobre tus impresionantes notas, me sentí orgulloso de lo que habías logrado, Giyuu, pero ellos la cagaron al decir que tal vez aquel mérito no fue sólo tu inteligencia, sino algo más, ya sabes, algo más ilegal y sucio. Cuando fui a buscarte esa tarde no fue para pedirte que me invitaras a ir al museo, fue para verificar que no tuvieras… nada con él.
—¿De qué me estás hablando, Sanemi? ¿Creíste por unos minutos que dormía con mi profesor?
—Soy un hijo de puta, lo sé —gruñó por lo bajo—. Traté de arreglarlo los siguientes días, pero estaba ocupado estudiando para tu siguiente examen y yo había sido castigado por haber noqueado a un bastardo que se lo merecia… me sentía avergonzado. Esperé a arreglarlo el día del viaje al museo, pero te sentaste con Tanjiro y me ignoraste durante horas.
—No te ignore.
—Lo hiciste, incluso le regalaste algo a Tanjiro.
—No traía dinero para llevarse un recuerdo, así que yo lo compre, ¿cuál es el problema?
—No deberías comprarle regalos tan a la ligera, Giyuu. El podría malinterpretarlo y recuerdo que ya te habías dado por vencido, ¿recuerdas?
Se giró anonadado con la información entregada, dándole la espalda su habitación quedó en silencio, aunque la respiración de Sanemi parecía ser más fuerte llenado sus pensamientos de por sí embriagados de él.
Su corazón dio un vuelco cuando él se giró y lo abrazó, escondiendo el rostro en su nuca. Su tibia respiración tocando su piel transformándola en una más sensible, casi lo destruyó.
—Sanemi.
—Por favor —suplicó aferrándose a él. Podía sentir su miedo—. Por favor no me alejes.
¿Cómo podría hacerlo? Siempre había soñado con ser sostenido de aquella forma, pero en sus miles de pensamientos el rechazó de Sanemi abundaba con naturalidad.
No podía rechazarlo por el miedo que su pecho sentía.
Debía ser un hombre fuerte y correr el riesgo, saber que la posibilidad de ser rechazado por Sanemi en el futuro era constante era mejor aceptarla a no poder disfrutar un poco de su cariño.
Entregaría su futura felicidad para vivir el momento.
—Te necesito, Giyuu —le susurró.
También lo necesitaba.
—También me gustas.
Pudo escucharlo reír y el agarre fue aún más poderoso, casi cortándole el aire.
—Viviremos aquí juntos un año más, Giyuu —sonrió dejando los labios al lado de su oreja—. Y cuando nos graduamos, seguiremos viviendo juntos.
—¿Crees que duraremos tanto?
Para su ya agitado corazón, el sorpresivo movimientos de Sanemi colocandose sobre sus caderas fue casi descomunal que lo hizo reír.
En serio estaba sucediendo.
—Te he estado observando por casi ocho años, Giyuu, ¿y tú realmente crees que me cansaré de tu monotonía y tranquilidad? —sonrió para juntar sus labios en un corto y decepcionante beso—. Son las cosas que me enamoraron, por favor, no olvides eso. Te amo tal como eres, Giyuu, frustrante y depresivo.
—Será difícil poder lidiar con tu personalidad —bufó escondiendo su sonrisa—. Tendré que pensarlo mejor.
—Lo siento, ya firmaste el contrato.
—¿Qué contrato?
—¿Acaso mi beso no fue evidente?
—Eso pareció más un poder simple.
Él cerró los ojos conteniendo la risa, entonces lo vio. Por un rayo de luz de luna que entraba por la ventana sobre su cabeza pudo ver sus mejillas, el cuello y sus orejas casi rojos.
—El contrato es algo más elaborado y profesional —explicó con los ojos fijos en su piel, extasiado de poder notar su vergüenza—. Tendrás que hacer algo más.
—Maldita sea, Giyuu, vas a matarme.
Él lo había asesinado varias veces con sus palabras y ni siquiera lo sabía. En una noche todo había cambiado y debería trabajar en ello para no perderlo.
Podía ser un cascarrabias y un gritón, pero Sanemi Shinazugawa lo valía, sabía que no lo abandonaría a su suerte, él hablaría las cosas era un explosivo, pero responsable, Sabito siempre destacó eso.
—¿Estás seguro de esto? —le susurró en su oído cuando se dejó caer sobre su cuerpo.
—No tienes idea de nada, Giyuu —sonrió besando su mejilla—. Haré que Sabito me ruegue ser su cuñado.