ID de la obra: 1072

Labios púrpura

Slash
NC-17
En progreso
1
Tamaño:
planificada Mini, escritos 78 páginas, 43.821 palabras, 18 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

13. Alma (Los amantes)

Ajustes de texto
—¿Y qué se supone que debía decir? —preguntó Jing Ling al joven Lan que caminaba a su lado mientras miraban tiendas. La tarde cálida se había vuelto tensa y un poco nublada mientras las calles se abarrotaban de transeúntes. —No lo sé, Jing Ling, algo como “¿Tío, hay alguien que te guste?” —indicó Lan JingYi con una mueca. —¿Sabes lo que me respondería? —preguntó de manera irónica el joven Ling haciendo que ambos jóvenes que le acompañaban suspirasen exasperados— Nunca me respondería, es demasiado orgulloso para ello. —Pero eres su sobrino, podrías sacar un poco de información— comentó Lan SiZhui con una sonrisa traviesa— Vamos, tienes que saber algo del maestro Jiang, es tu tío. —Siendo sincero no sé mucho. Es tan cerrado que es casi imposible de ver que siente— indicó el joven Ling, jugando con la decoración de su teléfono, sintiendo las miradas de quienes le acompañaban. —Eso suena exactamente a él —comentó Lan JingYi con una sonrisa burlona—. Siempre con esa expresión seria, como si cargara con todo el peso del mundo. Pero... —Lan JingYi hizo una pausa dramática— si hay alguien que podría hacer que su barrera se derrumbe, probablemente sería alguien que signifique mucho para él, ¿no crees? Jing Ling soltó un bufido mientras continuaba caminando, mirando las tiendas como si no quisiera prestar demasiada atención a lo que estaban insinuando. Pero, por dentro, sus pensamientos giraban. Desde pequeño, siempre había admirado a su tío, aunque también sabía que era difícil descifrarlo. Las emociones de Jiang Cheng eran como un misterio envuelto en capas de orgullo y deber. Sin embargo, había algo que Jing Ling había notado en los últimos meses. Algo había cambiado en su tío. Lo había visto en la forma en que su mirada se suavizaba en ciertos momentos... especialmente cuando Lan Xichen estaba cerca. —Hay algo que no entiendes de mi tío —dijo Jing Ling, deteniéndose y mirando a ambos chicos con una expresión más seria—. Él siempre ha sido así, pero últimamente... no sé, es como si algo estuviera diferente. Como si... —se detuvo, dudando en continuar. Lan SiZhui arqueó una ceja, claramente interesado. —¿Diferente cómo? ¿Crees que está escondiendo algo? Jing Ling suspiró. —No estoy seguro. Pero, si hay alguien que podría saber lo que está pasando en su cabeza... —hizo una pausa, mirando de reojo a SiZhui—. Tal vez no sea yo. Los tres quedaron en silencio por un momento, pero en el aire flotaba la idea no expresada. Sabían de quién hablaba Jing Ling, aunque ninguno de los tres lo mencionó directamente. Lan Xichen. Era evidente para todos que la relación entre Jiang Cheng y Lan Xichen había cambiado en los últimos tiempos, pero no podían estar seguros de qué significaba exactamente. —Bueno, sea lo que sea —comentó Lan JingYi, intentando romper el silencio incómodo—. Si tu tío realmente está enamorado de alguien, imagino que no lo dirá tan fácilmente. Tendrás que descubrirlo de otra manera. Jing Ling asintió lentamente, sin evitar pensar en la conexión entre su tío y Lan Xichen. ¿Podría ser que la relación que ambos compartían iba más allá de lo que cualquiera de ellos estaba dispuesto a admitir? Y si ese fuera el caso... ¿qué significaba para Jiang Cheng, siempre tan reservado, siempre tan solitario? Mientras continuaban caminando por la calle, una ligera brisa movió las nubes, dejando entrever un rayo de luz. Jing Ling no pudo evitar preguntarse si esa luz simbolizaba el cambio que todos sentían en el aire, un cambio que su tío había estado resistiendo durante demasiado tiempo. Tal vez era hora de averiguarlo. _ _ _ _ Los días se hacían tediosos. Entre las tensiones constantes con Lan Xichen y las misiones interminables que agotaban no solo su cuerpo, sino también su mente, Jiang Cheng no solía llegar a casa temprano. Cada día se alargaba más que el anterior, las horas extendiéndose como una cadena de pesadumbre que lo arrastraba más lejos de cualquier paz que alguna vez hubiera tenido. El sonido de la puerta al cerrarse detrás de él resonaba en el pequeño apartamento, casi vacío de calor humano. Jiang Cheng dejó caer su chaqueta sobre una silla cercana, demasiado agotado para colgarla en su lugar habitual. Su cuerpo dolía, y no solo por las tensiones físicas del trabajo, sino por el cansancio emocional que parecía no tener fin. Había pasado semanas sin hablar de manera decente con Lan Xichen. Lo veía en las misiones, sí, y trabajaban juntos como siempre, pero algo había cambiado entre ellos. Las miradas que compartían, antes llenas de entendimiento silencioso, ahora estaban cargadas de incomodidad. El silencio entre ambos se había vuelto frío y distante, y Jiang Cheng no sabía cómo solucionarlo. El recuerdo de la última misión le venía a la mente a menudo. Había sido un caso difícil, un asesinato brutal que había dejado tanto a los investigadores como a los oficiales en una tensión constante. Lan Xichen había sido perfecto, como siempre: calmado, calculador, haciendo lo correcto en cada paso del proceso. Y, sin embargo, Jiang Cheng no podía evitar sentirse irritado, como si la perfección de Lan Xichen solo acentuara más sus propias dudas y errores. No fue hasta que ambos discutieron en el calor de una decisión apresurada que todo había salido mal. Una palabra mal elegida, una mirada incompleta, y la tensión entre ellos había estallado. Jiang Cheng había dicho cosas que no quería decir, y aunque Lan Xichen había mantenido su compostura, estaba claro que esas palabras habían dejado una marca. Suspirando, Jiang Cheng se dejó caer en el sofá, cerrando los ojos por un momento, deseando que el cansancio lo envolviera por completo. Pero el pensamiento de Lan Xichen no se alejaba. Esa mirada vacía que el otro le había dirigido después de su última pelea lo había seguido desde entonces, como un fantasma que se negaba a desaparecer. —Soy un idiota… —murmuró, pasándose una mano por el rostro mientras trataba de despejarse. Justo en ese momento, el teléfono vibró en la mesa a su lado. Jiang Cheng lo tomó de mala gana, esperando algún mensaje de la unidad o un nuevo informe sobre el caso. Sin embargo, cuando desbloqueó la pantalla, vio un mensaje de Lan Xichen. Era algo que no había esperado, sobre todo después de lo tensos que habían estado. "¿Podemos hablar?" Jiang Cheng frunció el ceño, sus dedos vacilando sobre el teclado del teléfono. Parte de él quería ignorar el mensaje, dejarlo sin respuesta y hundirse más en su propia miseria, pero otra parte… una parte más profunda y sincera… quería arreglar lo que había roto. Finalmente, tecleó una respuesta corta: "Claro." No pasó mucho tiempo antes de que tocara la puerta. El sonido resonó en el apartamento vacío, haciendo eco en el silencio que Jiang Cheng no había notado hasta ese momento. Se levantó lentamente, su cuerpo protestando por el cansancio acumulado. Caminó hacia la puerta y la abrió, revelando a Lan Xichen en el umbral. Lan Xichen estaba tan pulcro como siempre, con su cabello recogido y su porte imperturbable. Sin embargo, en sus ojos había algo que Jiang Cheng no había visto en mucho tiempo: una especie de vulnerabilidad que lo desarmó de inmediato. —Hola —dijo Lan Xichen, su voz suave pero vacilante, como si estuviera eligiendo cada palabra con cuidado. —Hola —respondió Jiang Cheng, dando un paso hacia atrás para dejarlo entrar. El silencio que cayó entre ellos fue pesado. Lan Xichen avanzó unos pasos, pero no se sentó, quedándose en el centro de la sala, como si no supiera si tenía derecho a estar ahí. Jiang Cheng lo observó por un momento, sintiendo cómo su propio corazón latía más rápido de lo habitual. Nunca había sido bueno con estas cosas, nunca había sabido cómo manejar sus emociones de manera que no pareciera brusco o frío. Pero ver a Lan Xichen ahí, con esa mezcla de inseguridad en su expresión, hizo que algo dentro de él se rompiera un poco más. —Quería hablar sobre lo que pasó la última vez —comenzó Lan Xichen, sin rodeos, su tono tranquilo como siempre, pero con una leve carga de ansiedad detrás—. Las cosas no han estado bien entre nosotros, y… no quiero que esta distancia siga creciendo. Jiang Cheng apretó los labios, mirando al suelo por un momento antes de levantar la vista para encontrarse con los ojos de Lan Xichen. —Lo sé. Y es culpa mía —admitió finalmente Jiang Cheng, su voz más baja de lo que esperaba—. No debería haber dicho lo que dije, o aprovecharme de ti como lo hice. Lan Xichen dio un paso más hacia él, pero esta vez, Jiang Cheng no se sintió más cerca, sino más lejano que nunca. Recordar esa noche, esa primera vez, lo envolvía de nuevo en una maraña de emociones que lo atormentaban día tras día. Habían bebido demasiado, eso estaba claro. Ninguno de los dos estaba en su mejor estado, pero en el momento, ambos lo habían querido. Jiang Cheng había esperado, había deseado ese momento con Lan Xichen desde hacía tanto tiempo que el alcohol solo le había dado el valor para finalmente acercarse más. Pero todo se había desmoronado en un solo segundo, cuando Lan Xichen, en medio de sus caricias y palabras entrecortadas, había susurrado el nombre de Meng Yao. El corazón de Jiang Cheng se había congelado entonces, como si todo lo que habían compartido hasta ese momento se hubiera desvanecido. Meng Yao. El hombre que Lan Xichen había amado, el que se había llevado su corazón, incluso en la muerte. Jiang Cheng había sentido el veneno de la inseguridad en ese momento. ¿Cómo competir con un fantasma? ¿Cómo podría algún día ser suficiente para alguien que aún llevaba los recuerdos de un amor pasado tan profundamente arraigado en su alma? Y ahora, ahí estaban. Lan Xichen probablemente ni siquiera recordaba lo que había dicho. O tal vez lo hacía, pero había decidido no mencionarlo. En cualquier caso, Jiang Cheng lo sabía, lo sentía en lo más profundo de su ser: nunca podría ser Meng Yao. El silencio se hizo más pesado cuando Jiang Cheng no continuó hablando, y Lan Xichen pareció darse cuenta de que había algo más. Sus ojos dorados lo buscaron con suavidad, como si quisiera desentrañar lo que pasaba por la mente de Jiang Cheng, pero este desvió la mirada, incapaz de sostener esa intensidad. —Jiang Cheng... —comenzó Lan Xichen con ese tono suave que siempre usaba cuando algo no estaba bien—. No es solo lo que dijiste, ¿verdad? Jiang Cheng apretó los labios, su mandíbula tensándose mientras intentaba contener las emociones que lo estaban invadiendo de nuevo. No quería sacar ese tema, no ahora. Pero las palabras se le atoraban en la garganta, incapaz de mantenerse en silencio por más tiempo. Pero ¿Cómo le explicaba lo que había pasado si ni siquiera sabía lo que él recordaba de esa noche? —Esa noche, esa que prometimos olvidar. Dijiste su nombre —soltó finalmente, sin poder ocultar el dolor en su voz—. Cuando estábamos juntos, cuando… cuando pensé que al fin… Zewu-Jun, dijiste su maldito nombre. El peso de esas palabras cayó como una losa entre los dos, haciendo que el aire de la habitación se volviera más denso. Lan Xichen parpadeó, la confusión cubriendo brevemente su rostro antes de que la comprensión llegara lentamente. Jiang Cheng pudo ver cómo los ojos del hombre que tanto amaba se ensombrecían, la culpa y el desconcierto formándose detrás de su serenidad habitual. —Yo… —Lan Xichen parecía perdido, como si tratara de recordar, pero al mismo tiempo, se daba cuenta de lo que había hecho. Tragó pesado, sus manos temblaron ligeramente, y bajó la mirada al suelo—. No sabía que había dicho… su nombre. Jiang Cheng soltó una risa amarga, su frustración burbujeando bajo la superficie. Sus manos aún permanecían apretadas en puños a ambos lados de su cuerpo, como si así pudiera contener la ira que salía a la superficie. —Por supuesto que no lo sabías. Estabas tan borracho como yo —respondió con sarcasmo, pero debajo de esa ironía había un dolor palpable—. Pero lo dijiste. En el momento en que pensé que finalmente me habías elegido, en el momento en que por fin pensé que esto —señaló entre ellos— era real… me di cuenta de que nunca podría ser suficiente para ti. Lan Xichen levantó la vista rápidamente, sus ojos llenos de remordimiento, pero no de negación. No podía negar lo que había hecho, porque, aunque no recordaba haberlo dicho, sabía que lo había sentido. El amor que había tenido por Meng Yao era algo que nunca había desaparecido del todo, y ese nombre, el nombre de un hombre muerto, aún lo perseguía. —Eso no es cierto —Lan Xichen dio un paso hacia él, pero Jiang Cheng levantó una mano, deteniéndolo en seco. —¿De verdad? —preguntó Jiang Cheng, su voz temblando por la emoción contenida—. ¿Cómo puedo competir con él, Lan Xichen? Ni siquiera está vivo, y aun así… aun así, siento que lo amas más que a mí. Siempre será él, incluso en la muerte. Lan Xichen cerró los ojos con fuerza, como si el dolor de escuchar esas palabras fuera insoportable. La culpa lo consumía, un sentimiento que nunca había podido sacudirse desde la muerte de Meng Yao. Sabía que, de alguna manera, Jiang Cheng tenía razón. Había una parte de él que siempre estaría con Meng Yao, una parte que había muerto con él ese día. —No lo sé —admitió finalmente Lan Xichen, su voz rota—. No sé cómo olvidarlo. No sé cómo dejarlo atrás, Jiang Cheng. Lo he intentado… —su voz se quebró, y Jiang Cheng vio el dolor en su rostro, un dolor que lo atravesó de maneras que no esperaba. Jiang Cheng sintió un nudo en su garganta al ver a Lan Xichen tan roto frente a él. Nunca había visto a Lan Xichen de esa manera, tan abrumado por sus propios demonios. Y aunque el resentimiento seguía presente, algo dentro de él también se rompió al ver cuán profundo era el peso que Lan Xichen llevaba consigo. —Pero no puedo dejarlo ir —susurró Lan Xichen, su mirada perdida en el vacío, como si reviviera todos esos momentos dolorosos en su mente—. No puedo… y no es justo para ti. No te merezco, Jiang Cheng. No puedo darte lo que necesitas. Jiang Cheng lo observó en silencio, sus propias emociones luchando entre el dolor, la compasión y el enojo. Lan Xichen no solo estaba pidiendo perdón, estaba confesando su incapacidad para sanar. Y eso… eso era lo que más lo devastaba. El silencio que cayó entre ellos después de la confesión de Lan Xichen era más que sofocante. Jiang Cheng lo observó con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. Su mente estaba a la deriva, atrapada entre el dolor que lo consumía y la rabia contenida que luchaba por salir. Las palabras de Lan Xichen, aunque dichas con ternura y sinceridad, eran un golpe directo a todo lo que Jiang Cheng había construido en su interior. —Entonces dime —dijo finalmente Jiang Cheng, su voz baja, pero llena de una emoción que casi no podía contener—. ¿Realmente puedes amarme, Zewu-Jun? El silencio que siguió a esa pregunta fue aún más pesado que el anterior. Lan Xichen tragó duro, sus ojos buscando algo en el rostro de Jiang Cheng, pero sin encontrar las palabras correctas. Su corazón latía con fuerza, y la culpa que ya había sentido durante tanto tiempo lo apretaba más y más. No podía escapar de ello. No podía mentirle, no ahora. Jiang Cheng no se movió, su mirada fija en Lan Xichen, esperando una respuesta, pero temiendo escuchar lo que ya sabía en lo más profundo de su ser. —No —murmuró finalmente Lan Xichen, su voz apenas audible, quebrada por la emoción—. No puedo… No sé cómo. Fue como si todo el aire hubiera sido succionado de la habitación. El mundo de Jiang Cheng se detuvo en ese instante. Había imaginado este escenario una y otra vez en su cabeza, había temido esta confesión, pero escucharlo en voz alta era como una puñalada directa a su corazón. Lan Xichen, el hombre que había deseado amar, el hombre por el que había estado dispuesto a todo… acababa de admitir que no podía hacerlo. Jiang Cheng sintió cómo algo dentro de él se rompía por completo. Se apartó un paso, su cuerpo tenso mientras intentaba mantener el control, pero su respiración era irregular y sus manos temblaban. —Entonces… ¿qué estamos haciendo aquí? —preguntó con amargura, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y frustración—. Si no puedes amarme, si no puedes dejarlo atrás… ¿qué demonios estamos haciendo? Lan Xichen cerró los ojos, incapaz de soportar la mirada de Jiang Cheng por más tiempo. Sabía que no había una respuesta fácil, y no había justificación suficiente para el daño que estaba causando. Sabía que era injusto, pero también sabía que era la verdad. —No sé —admitió con la voz quebrada—. No sé qué estamos haciendo. Lo único que sé es que no puedo amarte de la manera que mereces. Y no quiero seguir lastimándote. Jiang Cheng dejó escapar una risa amarga, esa que solo aparece cuando el dolor es tan abrumador que no hay otra forma de lidiar con él. —Entonces vete —dijo, su voz más fría de lo que él mismo esperaba—. Si no puedes amarme, si solo estás aquí para recordarme lo que no puedo tener… entonces vete. Ya no puedo soportarlo más. Lan Xichen abrió los ojos de golpe, sorprendido por la dureza en la voz de Jiang Cheng, pero no dijo nada. Sabía que lo que había dicho había roto algo dentro de Jiang Cheng. Algo que tal vez no podría repararse jamás. —Jiang Cheng, yo… —Vete, Zewu-Jun —interrumpió, su mirada fija en el suelo, incapaz de mirarlo a los ojos—. Solo… déjame en paz. No puedo hacer esto. No puedo seguir fingiendo que no duele. El silencio volvió a caer sobre ellos. Lan Xichen dio un paso atrás, su corazón latiendo con fuerza mientras las lágrimas amenazaban con salir. Nunca había querido esto. Nunca había querido hacerle tanto daño a Jiang Cheng, pero sabía que ya no había vuelta atrás. Había tomado su decisión. —Lo siento —susurró Lan Xichen, con la voz apenas audible—. Siento no poder ser lo que necesitas. Jiang Cheng no respondió. Su cuerpo permaneció inmóvil, su respiración pesada mientras luchaba por mantener el control de sí mismo. Sentía que, si hablaba, si decía algo más, se derrumbaría por completo. Así que permaneció en silencio. Finalmente, después de lo que pareció un momento eterno, Lan Xichen dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él con suavidad. El eco de la puerta resonó en el apartamento, dejando a Jiang Cheng solo en el vacío que ahora se extendía ante él. Tan pronto como Lan Xichen se fue, Jiang Cheng sintió cómo el peso de todo lo que acababa de suceder lo aplastaba. Se dejó caer en el sofá, su cuerpo temblando mientras las lágrimas que había intentado contener finalmente comenzaron a caer. Apoyó la cabeza entre las manos, su respiración errática mientras el dolor lo envolvía por completo. Había pensado que, después de todo, tal vez Lan Xichen podría amarlo. Que tal vez había una oportunidad para ellos. Pero ahora, todo se había desmoronado, y Jiang Cheng se dio cuenta de que estaba solo, una vez más. Después de lo que parecieron horas, se obligó a levantarse. Su mente estaba nublada por el dolor, pero sabía que no podía seguir así. Tenía que hacer algo. Tenía que salir de ese ciclo interminable de dolor y resentimiento. Tenía que alejarse de todo lo que lo ataba a Lan Xichen. Con manos temblorosas, buscó su teléfono y marcó el número de la oficina central. Sabía que había tomado una decisión impulsiva, pero en ese momento, era lo único que le quedaba por hacer. Cuando finalmente alguien respondió al otro lado de la línea, Jiang Cheng habló con firmeza, aunque su voz estaba rota. —Quiero solicitar un cambio de unidad —dijo, su tono frío y decidido—. Necesito una transferencia… lo antes posible. Había hecho su elección.
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)