14. Piedra (La alta sacerdotisa)
7 de octubre de 2025, 22:15
El bar estaba lleno, como siempre. A esa hora de la noche, las luces bajas y la música suave que llenaba el aire hacían del lugar un refugio perfecto para aquellos que querían perderse en el bullicio. Jiang Cheng había comenzado a frecuentarlo más de lo que le gustaría admitir. Cada noche parecía más pesada que la anterior, y cada trago de licor aliviaba un poco del dolor que no lograba ahogar del todo.
Se sentó en la barra, su lugar habitual, lejos de las miradas curiosas y las conversaciones insustanciales que lo rodeaban. El barman le saludó con una ligera inclinación de cabeza y, sin que Jiang Cheng pidiera nada, le sirvió su bebida de siempre. Un trago fuerte, que ardía al bajar pero que proporcionaba el alivio momentáneo que buscaba.
El primer sorbo lo calmó. Jiang Cheng cerró los ojos por un momento, permitiéndose olvidar, aunque solo fuera por un instante, lo que había pasado con Lan Xichen. Las palabras que habían intercambiado esa noche, la confesión que había roto algo dentro de él, todavía resonaban en su mente. Pero ahí, en ese lugar lleno de desconocidos, podía pretender que nada de eso había sucedido. Solo era un hombre más, bebiendo solo en la barra de un bar.
—El licor no parece ser lo único que te consume esta noche.
La voz suave pero firme le sacó de su ensimismamiento. Jiang Cheng abrió los ojos y giró ligeramente la cabeza. Un hombre se había sentado a su lado, alguien que no había notado antes. Alto, vestido impecablemente, su cabello negro perfectamente peinado, y unos ojos oscuros que parecían observarlo con una intensidad que no encajaba con la atmósfera relajada del bar.
Jiang Cheng frunció el ceño, evaluando al hombre. No era el tipo de persona que se mezclaba con las multitudes del lugar. Había algo en su porte, en la forma en que se sentaba con una confianza tranquila, que lo hacía destacar, pero no de manera ostentosa. Parecía fuera de lugar, pero cómodo en su anonimato.
—No recuerdo haber pedido compañía —respondió Jiang Cheng, tomando otro trago sin apartar la vista del extraño.
El hombre sonrió, una sonrisa ligera que no llegaba a sus ojos, pero que de alguna manera no resultaba amenazante. Más bien, parecía estar evaluando a Jiang Cheng, como si ya lo conociera, como si hubiera estado esperando este momento.
—A veces, la compañía que necesitas no es la que pides —respondió el hombre—. Pero puedo irme si prefieres seguir hundido en tus propios pensamientos. Aunque, por la cantidad de veces que te he visto aquí, diría que no te ha ayudado mucho.
Jiang Cheng dejó el vaso sobre la barra, su ceño fruncido profundizándose. No le gustaba que lo observaran, y mucho menos que alguien hablara de él como si supiera lo que estaba pasando en su vida. Pero había algo en ese hombre que lo mantenía intrigado, algo que lo hacía difícil de ignorar.
—¿Y quién diablos eres tú para saber lo que necesito? —espetó Jiang Cheng, girándose ligeramente hacia el hombre, sin mostrar del todo su desagrado, pero sí dejando clara su incomodidad.
El extraño no pareció inmutarse por su tono. De hecho, su sonrisa se amplió un poco, como si disfrutara de la tensión que estaba creando, y Jiang Cheng no pudo evitar sentir un escalofrío recorrerle ante eso.
—Zhou Wei —dijo el hombre, extendiendo su mano de manera educada, aunque sin esperar realmente que Jiang Cheng la estrechara—. Pero en este lugar, los nombres no importan, ¿verdad?
Jiang Cheng lo miró con recelo, pero no extendió la mano. En lugar de eso, se limitó a observarlo por un momento más, su instinto diciéndole que había algo más detrás de esa presencia tranquila y calculadora.
—Entonces, Zhou Wei —dijo finalmente, probando el nombre en sus labios como si lo estuviera juzgando—. ¿Qué quieres?
Zhou Wei apoyó un codo en la barra, girándose un poco más hacia él, como si estuviera a punto de compartir un secreto.
—Solo hablar. No es común encontrar a alguien como tú en un lugar como este —respondió, su tono medido, como si cada palabra fuera cuidadosamente elegida—. Alguien que, claramente, está luchando con más de lo que cualquiera aquí podría entender.
Jiang Cheng lo miró, sus ojos fríos, pero algo en su interior le decía que este hombre sabía más de lo que estaba dejando ver. Esa intriga, esa ligera tensión en el aire, lo mantenía anclado en la conversación a pesar de su incomodidad.
—Todos aquí están luchando con algo —respondió Jiang Cheng, alzando su vaso hacia la multitud detrás de ellos—. No soy diferente.
Zhou Wei inclinó la cabeza, como si estuviera considerando esa respuesta, pero su sonrisa no desapareció.
—Tal vez —dijo en un tono suave—. Pero hay algo en ti, Jiang Cheng, que te separa del resto. Algo que te consume de una manera que ellos no entenderían. Algo que tiene que ver con ese hombre que no puedes sacar de tu mente.
El estómago de Jiang Cheng se tensó al escuchar esas palabras, y por un momento, sintió como si el aire hubiera sido succionado del bar. Sus manos se apretaron alrededor del vaso, su mente dando vueltas ante la insinuación tan precisa de Zhou Wei.
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó con voz baja, la amenaza implícita en sus palabras.
Zhou Wei soltó una risa suave, nada alarmada por la reacción de Jiang Cheng.
—Este es un lugar pequeño. Las personas hablan. Y tú, Jiang Cheng, no pasas desapercibido. —Se inclinó un poco más hacia él, sus ojos oscuros brillando con algo que Jiang Cheng no pudo identificar de inmediato—. Pero no te preocupes, no estoy aquí para hacer preguntas difíciles. Solo pensé que podrías necesitar a alguien que te entendiera.
El corazón de Jiang Cheng latía con fuerza en su pecho, su mente procesando cada palabra con cuidado. No sabía quién era realmente Zhou Wei, pero había algo en su tono, en su mirada, que le decía que este encuentro no era una simple coincidencia.
—No necesito nada de ti —respondió con frialdad, aunque en el fondo, algo en él sentía lo contrario. Había algo en este hombre que lo perturbaba y lo atraía al mismo tiempo, como si hubiera más detrás de esa sonrisa educada.
Zhou Wei asintió, como si aceptara esa respuesta sin ofenderse.
—Tal vez no. Por ahora —dijo con una tranquilidad desconcertante—. Pero si alguna vez cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme.
Zhou Wei se levantó de la barra, ajustando su chaqueta con una elegancia casual. Jiang Cheng lo siguió con la mirada mientras el hombre comenzaba a alejarse, pero antes de irse, Zhou Wei se giró ligeramente y lo miró por encima del hombro.
—Ah, y Jiang Cheng… —su voz era suave, pero cargada de significado—. A veces, lo que más buscamos ya está frente a nosotros. Solo hay que estar dispuestos a verlo.
Con esas palabras crípticas, Zhou Wei desapareció entre la multitud, dejándolo solo una vez más en la barra. Pero ahora, algo dentro de Jiang Cheng se removía inquieto. Ese encuentro no había sido casual. Zhou Wei sabía más de lo que había dicho, y aunque no lo admitiría, Jiang Cheng sabía que esa no sería la última vez que lo vería.
El licor en su vaso ya no le ofrecía consuelo. Algo mucho más inquietante se había plantado en su mente, y la sensación de que había algo más detrás de Zhou Wei lo atormentaba.
Y por primera vez en mucho tiempo, Jiang Cheng sintió que estaba siendo observado.
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Lan Xichen estornudó, sintiendo el frío en su rostro y el leve hormigueo en su nariz. El día estaba especialmente frío, y su alergia no ayudaba. Se había despertado con una extraña presión en el pecho, algo a lo que ya se había acostumbrado. Esa ansiedad matutina era como una vieja compañera, a veces significaba que algo malo estaba por suceder, y otras veces solo era un reflejo de su estado mental.
Sus ojos recorrían la escena frente a él. Los oficiales y el forense trabajaban en silencio, concentrados en buscar pistas alrededor del cadáver del hombre que yacía sobre la acera. El ambiente se sentía denso, pesado, como si la misma muerte hubiera impregnado el aire.
Los testigos habían dado relatos confusos. Algunos dijeron haber escuchado dos disparos, otros mencionaron tres, y algunos ni siquiera recordaban haber oído algo. Las inconsistencias en sus testimonios solo complicaban el trabajo. Habían solicitado las grabaciones de las cámaras del porche de los vecinos, con la esperanza de encontrar algo útil, pero eso tomaría tiempo.
Lan Xichen se movió lentamente por la escena, observando el cuerpo con cautela, cada detalle. Su mano descansaba instintivamente sobre el cinturón, donde su arma permanecía segura. Era un gesto automático, de pura costumbre, como si necesitara asegurarse de que aún estaba allí, lista para ser usada si fuera necesario. Por órdenes de los directivos había tenido que dejar su siempre fiel espada en casa, las nuevas órdenes eran que debía cargar su arma de fuego sea donde sea, para acción inmediata, aunque a Xichen le molestaba esta desde aquel incidente. No había mucho que pudiera hacer en ese momento, el forense ya había revisado la mayor parte de la escena. Pero la verdadera razón por la que permanecía fuera era otra: Jiang Cheng estaba dentro de la casa, y Xichen no quería cruzar ese umbral sin motivo, no con la tensión que colgaba entre ellos como una nube espesa.
—Zewu-Jun —llamó Jiang Cheng desde el marco de la puerta. Su tono era serio, casi frío. Con un gesto de su cabeza, indicó que lo siguiera. Xichen asintió en silencio, entrando en la casa con pasos medidos. A su alrededor, el silencio del lugar contrastaba con el bullicio exterior.
—Ahí —señaló Jiang Cheng, su rostro imperturbable, pero sus ojos siempre llenos de una intensidad que no podía ocultar. Xichen siguió su mirada y vio la pequeña estatua: un hombre colgado en miniatura. La expresión del cadáver de piedra era retorcida, casi grotesca.
—¿Un fetiche? —murmuró Xichen, intrigado.
Jiang Cheng dio un paso más hacia la estatua, cuidando no pisar las manchas de sangre que se extendían en la alfombra. Su mirada era analítica, fría, como si estuviera calculando cada pequeño detalle.
—No estaba en las fotos que tomamos de la casa —comentó Jiang Cheng, sus palabras secas mientras se acercaba a la figura. Había algo perturbador en esa escultura, pero Jiang Cheng no parecía desconcertado, solo tenso.
—Podría ser solo un fetiche, Wanyin —Xichen pronunció su nombre con suavidad, pero el efecto fue inmediato. Los hombros de Jiang Cheng se tensaron visiblemente, su mandíbula se apretó. Xichen se arrepintió casi al instante de haber utilizado ese nombre, pero mantuvo su rostro sereno, intentando que el momento no lo sobrepasara— O tal vez signifique algo.
El silencio que siguió fue incómodo, cargado de emociones no dichas. La tensión entre ellos no era nueva, pero en ese momento, en esa habitación teñida de muerte, se sentía casi insoportable. Jiang Cheng lo miró durante un segundo, sus ojos oscuros y cargados de algo que Xichen no pudo leer del todo. Luego, con un chasquido de su lengua, desvió la mirada, como si hubiera decidido no seguir por ese camino.
Jiang Cheng siguió examinando la escena, pero Xichen no pudo evitar notar cómo la distancia entre ellos se sentía más grande que nunca. Apartó la vista de la estatua, su rostro aún cargado con esa expresión de impaciencia que había aprendido a identificar en los momentos de tensión. Dio unos pasos hacia el escritorio que estaba en el rincón de la sala, moviendo con cuidado un par de papeles apilados que habían sido dejados allí. En medio del desorden, algo brilló tenuemente bajo la luz fría de la lámpara del techo.
Una carta.
Al principio, Jiang Cheng frunció el ceño, pensando que era solo una tarjeta o una nota. Pero al levantarla, sintió el familiar cosquilleo en la piel, el mismo que había experimentado antes cuando había encontrado otras señales. La sostuvo entre sus dedos, dándole la vuelta, y ahí estaba: una carta del tarot, elegantemente detallada. Su corazón dio un vuelco al reconocer la imagen que se mostraba en la carta: El Colgado.
—¿Otra más? —murmuró para sí mismo, su ceño fruncido mientras acercaba la carta a la luz.
Xichen, quien aún estaba observando la pequeña estatua con cautela, levantó la vista cuando escuchó el murmullo de Jiang Cheng. Al ver la carta en sus manos, la expresión de su rostro cambió, tornándose más seria de lo que ya era.
—¿El Colgado? —preguntó Xichen en voz baja, acercándose lentamente a él. Sus pasos resonaban apenas en la habitación silenciosa, y sus ojos se fijaron en la ilustración de la carta. Sabía lo que significaba. El Colgado era un símbolo de sacrificio, de estancamiento, de estar atrapado en una situación sin escapatoria. No era una carta que se dejara al azar, mucho menos en una escena de un crimen.
Jiang Cheng asintió con una expresión tensa. Había encontrado varias cartas en los últimos meses, todas relacionadas con escenas similares. La primera había sido La Torre, y ahora El Colgado. Una secuencia que no podía ignorar. El asesino estaba jugando con ellos, dejándoles mensajes crípticos que debían descifrar.
—Este bastardo está enviando un mensaje —dijo Jiang Cheng, con un tono grave que reflejaba la frustración que lo carcomía—. Esta no es solo una coincidencia.
Xichen estudió la carta en silencio durante unos segundos, luego su mirada se dirigió hacia la estatua. Su mente estaba trabajando rápidamente, conectando los puntos, tratando de entender el patrón. No podía ser solo una pista más. Había algo más grande detrás de todo esto. Algo más personal.
—¿Crees que es el mismo que dejó la carta anteriormente? —preguntó Xichen, aún sin despegar los ojos de la carta. Sabía que Jiang Cheng compartía la misma sospecha, pero necesitaba escuchar su respuesta. Necesitaba confirmar lo que ambos temían.
Jiang Cheng asintió, apretando la mandíbula. La tensión en su cuerpo era palpable. Esa carta no solo era una pista, era un desafío. Y no podía evitar sentir que esa representación del Colgado no solo era un símbolo del estancamiento del caso, sino que estaba dirigida a él, de una manera más personal.
—Esto va más allá de un simple asesino. Nos está... observando.
Xichen desvió la mirada hacia la ventana. Fuera, el día frío continuaba, pero el verdadero escalofrío estaba dentro de la casa. La sensación de ser observado, de ser manipulado, comenzaba a cobrar más fuerza.
—Tal vez solo es una coincidencia— comentó mientras miraba de reojo a su compañero quien parecía escéptico, incluso dedicándole una mirada fría, como reprimiendo esas palabras —Pero… si lo que dices es cierto, entonces está cerca —susurró Xichen, más para sí mismo que para su compañero. Sabía que el asesino no estaba lejos, que de alguna manera estaba moviendo las piezas del tablero, pero no podían ver su rostro todavía. El Colgado era una advertencia, y cada vez que encontraban una nueva carta, significaba que estaban a un paso más cerca de algo, pero también al borde de algo peligroso.
—Debemos movernos rápido —añadió Jiang Cheng, guardando la carta con cuidado en una bolsa de pruebas—. No podemos permitir que siga jugando con nosotros.
El silencio se instaló entre ellos por un momento, cargado de algo más que la tensión del caso. A pesar de la incomodidad que todavía flotaba entre ellos por las palabras no dichas, ambos sabían que debían enfocarse. El enemigo estaba cerca, y el próximo movimiento podría ser letal si no actuaban con rapidez.
Jiang Cheng se volvió hacia la puerta, su mente ya planeando los próximos pasos. Pero antes de salir, se detuvo y lanzó una mirada de reojo a Xichen, quien permanecía quieto frente a la estatua. Hubo tensión entre algo, como si quisiera decir algo, pero solo se quedó en silencio, decidiendo que sería inútil decir algo más.
Xichen, casi instintivamente asintió, aceptando que no habría palabras entre ellos más allá de las profesionales. Sabía que ambos estaban caminando en terreno peligroso, pero no sabía qué tanto, y no quería meter la pata.