ID de la obra: 1072

Labios púrpura

Slash
NC-17
En progreso
1
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planificada Mini, escritos 78 páginas, 43.821 palabras, 18 capítulos
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15. Flecha (Dos de espadas)

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Los papeles se mezclaban en su escritorio, los documentos que eran tan fáciles de leer antes ahora eran una pesadilla; la cantidad alarmante de pistas sin resolver, aquel hombre sin vinculación alguna a cosas oscuras para ser asesinado y estaba esa maldita escultura. Aunque no quisiera Jiang Cheng no dejaba de pensar en esa escultura. Habían determinado que se había colocado tras la muerte del hombre, al igual que la carta del colgado, pero no sabía por qué, nadie sabía qué clase de mensaje estaba queriendo darles el asesino. —Maldita sea, ¿qué quieres que vea? —preguntó para sí mismo, tratando de comparar los asesinatos de la torre y el colgado, pero ambas personas eran polos opuestos, no había nada en común que los uniera. Un arqueólogo y una historiadora, aparte de encontrar cosas antiguas no parecían tener nada en común; vivían lejos, de diferentes formas, con trabajos separados, ni siquiera sus negocios parecían encontrarse más allá de la historia. —Jiang-dàshū, ¿Vienes a comer? —la voz de su sobrino llenó el espacio en su estudio. Su respuesta fue un sencillo “voy” antes de seguir mirando los documentos esparcidos por la mesa. Rascó su nuca antes de resignarse a dejarlo así por el momento. Jiang Cheng dejó escapar un suspiro pesado, apartando los papeles con un movimiento frustrado. Por más que lo intentara, no lograba conectar las piezas del rompecabezas que el asesino les había dejado. La torre y el colgado... dos cartas del tarot con significados que parecían más filosóficos que prácticos. Pero algo tenía que estar ahí. Algo que no estaba viendo. Se levantó de su silla con movimientos lentos y se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más. Las palabras de su sobrino resonaban en su cabeza. “Voy”, había dicho, pero sus pies parecían reacios a abandonar el estudio. Sabía que Jing Ling estaba tratando de ser paciente con él, pero Jiang Cheng también sabía que su concentración en el caso estaba empezando a afectar su vida familiar. Había prometido que pasaría más tiempo con su sobrino, pero la intriga de las esculturas y las cartas lo estaba consumiendo. Cuando finalmente salió del estudio, encontró a Jing Ling sentado en la mesa, jugueteando con su teléfono mientras esperaba. La comida ya estaba servida, pero parecía enfriarse mientras su sobrino lo miraba con una mezcla de reproche y resignación. —Dije que venía, ¿no? —gruñó Jiang Cheng mientras se sentaba frente a él. —Sí, pero eso fue hace diez minutos —respondió Jing Ling, alzando una ceja con esa actitud que tanto le recordaba a Wei Wuxian, algo que siempre le sacaba de quicio y, al mismo tiempo, le hacía sentir un cariño involuntario. —No empieces —murmuró Jiang Cheng mientras comenzaba a comer. Pero incluso mientras llevaba la comida a su boca, su mente no dejaba de divagar. Las cartas, las esculturas... ¿qué significaban? ¿Por qué esas personas? —Dàshū, ¿estás bien? —preguntó Jing Ling, interrumpiendo sus pensamientos. Jiang Cheng levantó la mirada, encontrándose con los ojos preocupados de su sobrino. —Estoy bien —respondió rápidamente, demasiado rápido, como para convencerlo. —No lo pareces. Siempre estás mirando esos papeles y hablando contigo mismo. Es un poco aterrador, ¿sabes? —dijo Jing Ling, tratando de aligerar el ambiente con una sonrisa. Jiang Cheng dejó los palillos en la mesa y se reclinó en su silla, suspirando. —Es este caso, Jing Ling. No tiene sentido. Hay algo ahí, algo que estoy pasando por alto, y no puedo dejar de pensar en ello. Jing Ling lo observó en silencio por un momento antes de hablar. —Tal vez estás pensando demasiado. A veces, cuando no entiendo algo, dejo de pensarlo por un rato y hago otra cosa. Y luego, cuando vuelvo, lo veo más claro. Quizás deberías intentar eso. Jiang Cheng lo miró, sorprendido por la simple lógica de su sobrino. Tal vez tenía razón. Quizás necesitaba un descanso. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo cuando había un asesino suelto dejando mensajes crípticos con cadáveres. —Lo intentaré —dijo finalmente, aunque no estaba seguro de si realmente lo haría. El resto de la comida transcurrió en silencio, pero el peso en el pecho de Jiang Cheng no desaparecía. Cuando terminó, volvió al estudio, pero esta vez se detuvo en el marco de la puerta. Los documentos seguían ahí, desordenados y demandantes, pero las palabras de Jing Ling resonaban en su mente. “Haz otra cosa.” Con un suspiro, se giró y decidió salir de la casa por un rato. Tal vez un paseo lo ayudaría a despejar la mente. Pero mientras caminaba por las calles iluminadas por el tenue sol invernal, no podía dejar de sentir que las cartas y las esculturas eran más que simples mensajes. Eran un rompecabezas, sí, pero también parecían estar... hablando directamente con él. Como si el asesino estuviera esperando que él descubriera algo. —Maldita sea... ¿qué quieres que vea? —murmuró para sí mismo, la frustración volviendo a llenar su pecho. La pregunta seguía sin respuesta, y Jiang Cheng sabía que no podría dejar de buscar hasta encontrarla. Esa tarde, mientras caminaba por las calles, Jiang Cheng no podía evitar sentir el peso invisible de las cartas y las esculturas sobre sus hombros. Era como si el asesino estuviera burlándose de él desde las sombras, desafiándolo a entender un mensaje que no lograba descifrar. Sus pasos lo llevaron hasta un parque cercano, uno de esos lugares tranquilos que pocas veces visitaba pero que ahora parecían ofrecerle un momento de respiro. Se sentó en un banco y dejó que el aire fresco de la tarde llenara sus pulmones, mientras sus pensamientos seguían enredados en los mismos nudos. “¿Por qué estas personas? ¿Qué tienen en común?” Se preguntó por enésima vez, llevándose una mano al rostro, masajeando sus sienes en un intento inútil de aliviar la presión. La imagen de las cartas apareció de nuevo en su mente. La Torre, una carta que representaba destrucción, cambio repentino, y ahora El Colgado, un símbolo de sacrificio, estancamiento y reflexión. Las esculturas, grotescas y detalladas, parecían encarnar esos significados de manera literal. Pero no lograba conectar los puntos. Mientras miraba fijamente el suelo, algo llamó su atención. Un niño pequeño, tal vez de unos seis años, jugaba con una cuerda colgando de un árbol. La cuerda se balanceaba suavemente, y por un instante, la visión le provocó un escalofrío. Sacudió la cabeza, alejando el pensamiento. “Es solo un niño jugando”, se dijo, pero la imagen se quedó grabada en su mente. De regreso en casa, se encerró de nuevo en su estudio. Esta vez, trató de mirar los casos desde un ángulo diferente. Abrió las carpetas de ambos asesinatos, esparció las fotos de las escenas y las cartas sobre la mesa, y se obligó a analizarlas con una mirada fresca. “La Torre... destrucción. El Colgado... sacrificio.” Su mirada se detuvo en las esculturas de ambos casos. Ambas representaban a figuras humanas, pero en posiciones claramente simbolistas. La primera, la Torre, era una figura derrumbándose, como si estuviera cayendo de un edificio en llamas. La segunda, el Colgado, representaba a un hombre suspendido de cabeza, con una expresión de calma que no encajaba con el horror de la escena. Tomó las fotos de los dos cuerpos y las puso una al lado de la otra. No tenían nada en común: uno era un arqueólogo y el otro una historiadora. Ni siquiera trabajaban en la misma área de estudio. Pero entonces, su mirada se detuvo en algo que había pasado por alto antes. Ambos cuerpos tenían algo en las manos. En la primera escena, el arqueólogo tenía un pequeño trozo de piedra tallada en sus dedos. Y en la segunda escena, la historiadora sostenía un viejo pergamino desgastado. Jiang Cheng frunció el ceño, concentrándose en esos detalles. “¿Objetos históricos?” Pensó, su mente comenzando a hilar posibilidades. Fue entonces cuando su teléfono vibró sobre la mesa, sacándolo de sus pensamientos. Al ver la pantalla, reconoció el nombre de Lan Xichen. Por un instante, sintió un nudo en el pecho. Había evitado llamarlo durante el día, sabiendo que necesitaba espacio para enfocarse en el caso. Pero ahora, al verlo en la pantalla, no pudo ignorar la llamada. —¿Zewu-Jun? —dijo, levantando el teléfono y llevándolo a su oído. —Wanyin, ¿cómo estás? —La voz de Xichen sonaba calmada, como siempre, pero había una ligera nota de preocupación que no pudo ocultar. —Estoy... trabajando —respondió Jiang Cheng, su tono más frío de lo que pretendía. Pero Xichen no pareció inmutarse. —Pensé en llamarte para saber si habías comido algo. Jing Ling me dijo que has estado encerrado todo el día. Jiang Cheng cerró los ojos, inhalando profundamente mientras mantenía el teléfono cerca de su oído. La voz de Lan Xichen siempre tenía esa habilidad de calmarlo y atormentarlo al mismo tiempo. Se sentía un tonto por haber dejado que sus emociones se desbordaran aquella noche, por haber intentado confesar algo que, claramente, no debía decir. Y ahora estaban así, distantes, caminando en círculos alrededor de un abismo que ninguno de los dos quería reconocer. —Estoy bien, no te preocupes —respondió con un tono cortante, aunque en el fondo deseaba poder hablar con él como antes, sin reservas, sin ese muro que los separaba ahora—. Solo estoy ocupado con el caso. El silencio del otro lado de la línea fue breve, pero Jiang Cheng lo sintió eterno. Podía imaginar a Xichen buscando las palabras correctas, siempre tan cuidadoso, siempre tan medido. Pero esta vez, la distancia entre ellos hacía que sus intentos de conversación fueran dolorosamente incómodos. —Entiendo —dijo finalmente Xichen, con un tono que parecía cargado de algo que Jiang Cheng no podía identificar del todo. ¿Arrepentimiento? ¿Culpa? No quería leer demasiado entre líneas. Se había prometido no volver a caer en ese juego. —¿Algo más? —preguntó Jiang Cheng, casi deseando que Xichen tuviera algo importante que decir, algo que justificara esta llamada. Algo que pudiera llenar el vacío que sentía entre ellos. —Solo... quería asegurarme de que estabas bien —respondió Xichen, su voz más suave ahora, como si temiera que Jiang Cheng fuera a colgar en cualquier momento—. Pero no te molestaré más. Cuida de ti, Wanyin. Antes de que pudiera responder, la llamada terminó. Jiang Cheng bajó el teléfono, mirándolo por un momento antes de dejarlo sobre la mesa con más fuerza de la necesaria. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa y enterrando el rostro en sus manos. Era absurdo cuánto poder tenía Xichen sobre él, incluso cuando no estaba presente. El sonido de un golpe en la puerta del estudio lo sacó de su ensimismamiento. Era Jing Ling, con los brazos cruzados y una expresión que Jiang Cheng reconocía bien: la mezcla perfecta de curiosidad y reproche. —¿Quién era? —preguntó su sobrino, aunque probablemente ya sabía la respuesta. —Nadie importante —respondió Jiang Cheng, en un tono que dejaba claro que no quería hablar del tema. —¿Era Lan Xichen? —insistió Jing Ling, acercándose un poco más y tomando asiento frente al escritorio de su tío. Al ver que Jiang Cheng no respondía, continuó—. Sabes, no entiendo por qué no simplemente hablan de lo que pasó. Parecen dos niños que no saben cómo resolver sus problemas. —No te metas en esto, Jing Ling —gruñó Jiang Cheng, enderezándose en su silla y mirando a su sobrino con el ceño fruncido. —No me meto, pero es que es frustrante verte así —replicó Jing Ling, cruzando los brazos—. Desde que pasó lo que pasó con él, estás más insoportable de lo habitual. Y ahora con lo de la transferencia... —¡Ya basta! —interrumpió Jiang Cheng, golpeando la mesa con suficiente fuerza para hacer que los papeles se movieran. Jing Ling lo miró con sorpresa, pero no dijo nada más. Después de un momento, Jiang Cheng suspiró y se pasó una mano por el cabello, tratando de calmarse—. No es asunto tuyo, Jing Ling. No tienes idea de lo complicado que es esto. —Tal vez no —admitió el joven, levantándose de su silla—. Pero sé que, si no hablas con él antes de que te vayas, lo vas a lamentar. Ambos lo harán. Jiang Cheng no respondió, y Jing Ling salió de la habitación con un encogimiento de hombros. Una vez solo, Jiang Cheng volvió a mirar los papeles en su escritorio, pero ya no podía concentrarse. Las palabras de su sobrino resonaban en su mente. “Si no hablas con él antes de que te vayas, lo vas a lamentar.” Sabía que tenía razón, pero eso no hacía las cosas más fáciles. Su transferencia ya estaba prácticamente aprobada. En unos días, estaría trabajando en una unidad diferente, lejos de Xichen, lejos de esa tensión que lo estaba consumiendo. Pero la idea de irse sin decir nada, sin siquiera intentar arreglar las cosas, lo inquietaba más de lo que quería admitir. Esa noche, mientras miraba su teléfono, contempló la idea de llamar a Xichen. Solo para explicarle, solo para despedirse. Pero cuando su dedo se detuvo sobre el nombre de Xichen en su lista de contactos, no tuvo el valor de presionar. Guardó el teléfono y se fue a la cama, con el pecho más pesado que nunca. En algún lugar de su mente, sabía que Jing Ling tenía razón. Pero también sabía que enfrentarse a Xichen de nuevo significaba abrir heridas que todavía no habían sanado. Y no estaba seguro de poder soportarlo.
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