16. Cortesía (El Ermitaño)
7 de octubre de 2025, 22:27
Las cuestiones emocionales nunca habían sido su fuerte. Lan Xichen no había aprendido a manejar sus emociones, no de verdad. Siempre las había ordenado, reprimido, contenido detrás de una sonrisa serena y una voz pausada. Tal vez ahí residía el verdadero problema. Tal vez por eso sentía todo con tanta intensidad cuando las compuertas finalmente cedían. Tal vez por eso la pérdida de Meng Yao le había calado tan hondo, tanto que durante años vivió entre la culpa y el silencio.
Y tal vez… solo tal vez, por eso le dolía tanto ver a Jiang Cheng alejarse.
Porque cuando Wanyin comenzó a cerrar su corazón, a levantar esas murallas tan suyas, tan llenas de orgullo y heridas antiguas, Lan Xichen no supo cómo alcanzarlo. Lo había intentado, torpemente, con palabras que no eran suficientes, con silencios que solo ensanchaban la brecha entre ellos. Y ahora, solo podía observar cómo se alejaba un poco más cada día, como si estuviera cruzando un puente que Xichen ya no podía seguir.
Se sentó en el sofá del apartamento vacío, con el diario abierto sobre las piernas, aunque no había escrito nada en horas. La pluma temblaba entre sus dedos, pero la tinta no encontraba forma de plasmar lo que sentía. ¿Cómo escribir algo que ni siquiera entendía? ¿Cómo expresar la angustia de ver al único hombre que había logrado despertar algo nuevo en él… alejarse poco a poco?
Volvió a mirar la foto sobre la repisa. Jiang Cheng le miraba de reojo, capturado en ese instante donde la admiración se disfrazaba de indiferencia, y Lan Xichen sonreía sin saber aún que ese hombre sería quien reconstruiría su mundo… y quien también podría volver a romperlo.
—¿Qué hice mal? —murmuró en voz baja, como si el retrato pudiera responderle.
Pero no hubo respuesta, solo el eco de sus propias dudas.
Un mensaje llegó a su teléfono. Lo tomó con manos temblorosas.
"Tu transferencia fue aprobada. Mañana se hará efectiva."
Lan Xichen sintió que el aire le abandonaba los pulmones. No necesitaba leer el remitente para saber que era de recursos humanos. Cerró los ojos, apretando el teléfono contra su pecho mientras la punzada de vacío se hacía más fuerte.
Mañana Jiang Cheng se iría. Y él no había hecho nada por detenerlo.
Pero entonces algo cambió en su mirada. Dejó el teléfono sobre la mesa, se puso de pie, y se dirigió hacia la puerta con determinación. Tal vez era tarde. Tal vez no merecía otra oportunidad. Pero si algo había aprendido en todos esos años de esconder emociones era que el silencio, por sí solo, no salvaba a nadie.
Esta vez, al menos, no quería quedarse callado. No quería perderlo sin luchar, aunque no sabía cómo hacerlo. Se colocó el abrigo aún con manos temblorosas, pero no por miedo; temblaba por determinación, por la necesidad urgente de hacer algo antes de que fuera irreversible. Había pasado toda su vida conteniéndose, postergando, ¿y si era demasiado tarde para arrepentirse ahora? ¿Qué debía decirle? ¿Realmente estaba dispuesto a rendirse tan fácil? No quería que lo poco de normalidad en su vida se rompiera. Su mundo se derrumbaba poco a poco y no sabía cómo sostener las piezas entre sus manos.
Salió al frío de la noche, sabía que Wanyin estaría en la estación, estaba tomando ese turno complicado del que siempre se había quejado solo por evitarlo, ¿Cuánto más podría seguir así?
______
No tardó en llegar a la estación. El pasillo estaba en penumbra, casi vacío. Algunos agentes lo saludaron con respeto, pero Lan Xichen apenas inclinó la cabeza. Su mirada ya estaba fija en un punto al fondo del corredor: el escritorio de Jiang Cheng.
Estaba ahí, concentrado en unos informes con el ceño fruncido, mientras Wei Wuxian le hablaba, animado, sobre los mejores licores que había probado en su vida. La escena habría sido cotidiana, casi divertida, de no ser por el nudo que se le formó en el pecho.
—Wanyin —llamó, apenas alzando la voz.
Jiang Cheng levantó la mirada con rapidez, sorprendido. Sus ojos mostraron un destello de miedo —no por él, sino por lo que su aparición significaba—.
—Zewu-Jun, casi me matas del susto —dijo, recuperando rápidamente su fachada—. ¿Qué sucede?
Lan Xichen aclaró su garganta y desvió brevemente la mirada al papeleo sobre el escritorio, intentando ordenar sus pensamientos.
—Vamos a mi oficina. Por favor. —No fue una orden, pero tampoco una sugerencia.
Jiang Cheng parpadeó. Le lanzó una mirada a Wei Wuxian, que alzó una ceja con curiosidad, pero no dijo nada. El joven Jiang se levantó sin protestar y siguió al mayor por el pasillo. Sus pasos eran firmes. Su expresión, hermética.
Una vez dentro, Lan Xichen cerró la puerta con cuidado… y se giró, como si temiera que cualquier distracción pudiera hacerlo perder el momento.
—¿Por qué te vas a cambiar de unidad? —Lo soltó de golpe. Sin filtro. Su voz tembló. Sus ojos estaban abiertos de par en par, como si ya no supiera si tenía derecho a llorar.
El silencio se extendió, denso y cortante, pero no por mucho. Jiang Cheng suspiró, cruzándose de brazos. Su postura era rígida, como un soldado esperando órdenes, e la tensión en sus hombros era visible.
—Sí, pedí el traslado hace poco. Parece que lo aprobaron rápido.
—¿A homicidios?
—Sí. Necesito un cambio de ambiente —respondió con tono firme, sin mirarlo directamente—. Lo que pasa entre tú y yo… esta… situación —añadió, haciendo un gesto con la mano entre ellos— está afectando todo. El caso, mi trabajo, nuestra relación profesional… y lo que sea que haya entre nosotros.
Lan Xichen sintió un leve temblor en el pecho, como si esas palabras hubieran abierto una fisura que ya no podía ignorar.
—Está en otro estado —la voz de Xichen decayó un tono, apenas un susurro ahogado, mientras veía la expresión de Jiang Cheng endurecerse, el ceño fruncido con más fuerza que antes.
—La distancia es buena, Zewu-Jun —replicó Jiang Cheng, con un tono firme y molesto. Pero Xichen, que lo conocía mejor que a nadie, detectó el leve temblor escondido tras sus palabras. Ese temblor que no venía del enojo, sino del dolor.
Y él... él no podía soportarlo.
Quería hablar. Decirle que no quería que se fuera, que no podía imaginar los días sin su presencia terca, sin la manera en que desordenaba su mundo con solo mirarlo. Jiang Cheng era caos, sí, pero también era verdad, era vida, y perderlo… sería como regresar a ese vacío donde ni el nombre de su hermano ni los silencios más puros podían salvarlo.
Pero ¿qué derecho tenía de aferrarse a él? ¿Qué derecho después de haberle fallado sin siquiera entender cómo? Entonces tragó saliva y bajó la mirada. Por primera vez frente a él, no alzó la voz ni la cabeza.
—¿Esto es… por lo que pasó entre nosotros? —preguntó, la voz apenas temblando, rompiéndose por las aristas de lo no dicho—. Si es así, vuelvo a disculparme, Wanyin. Realmente no fue mi intención...
—Zewu-Jun. —La interrupción fue tajante, como un filo cortando el aire— Tú y yo sabemos que, en nuestra profesión, las disculpas no sirven sin hechos.
El tono era firme, seco, pero sus ojos… sus ojos estaban llenos de un dolor que ni el orgullo podía esconder.
Xichen cerró los ojos un instante, respirando por la herida. Quiso decir que cambiaría, que haría lo que fuera para reparar el daño. Pero sabía que esas palabras, tan fáciles, tan vacías si no eran acompañadas de acción, no serían suficientes para él.
—Wanyin, si quieres—
—Solo quiero que firmes mi traslado, Zewu-Jun. Es todo.
La frialdad en sus palabras le golpeó como un viento helado. Jamás le había hablado así. Ni siquiera en las discusiones más acaloradas. Ese tono... ese tono no era rabia. Era resignación.
Lan Xichen se quedó quieto por un segundo, los ojos clavados en los papeles sobre su escritorio. Ahí estaban, en la pila de “pendientes por aprobar”: Solicitud de traslado del Oficial Jiang Cheng, Unidad de Homicidios Prioritarios.
Frías letras que significaban una despedida.
—Si es lo que quieres… lo haré —murmuró al fin, la voz tan suave que apenas se escuchaba. —Esta unidad te extrañará, Wanyin.
Un silencio denso se instaló entre ambos. Largo. Insoportable. Cuando Lan Xichen alzó la mirada, Jiang Cheng ya se dirigía a la puerta, pero antes de abrirla, se giró apenas para dejar caer unas palabras como una daga.
—No. No me extrañarán. Y tú tampoco deberías.
Y con eso, se fue.
_____
El día siguiente vino como una rutina incompleta. El sonido del reloj era insoportable esa mañana. Cada segundo era una cuenta regresiva que Lan Xichen no quería aceptar.
Los papeles estaban ahí. Ya firmados. Ya sellados. Pero la tinta… aún estaba fresca. Como si no pudiera secarse porque su decisión aún ardía en su pecho. La estación estaba más silenciosa de lo habitual. Wei Wuxian evitaba su mirada. Nadie preguntaba nada. Nadie decía nada. Y eso era lo que más dolía. Jiang Cheng ya no estaba. Ni en la oficina. Ni en el pasillo. Ni en la taza de té que acostumbraba a dejar junto a su escritorio.
Ni en sus días.
Lan Xichen bajó la mirada. Su mundo se había vuelto ordenado de nuevo. Callado. Impecable. Y absolutamente insoportable.