ID de la obra: 1076

Inkwell Wonderland

Gen
G
En progreso
2
Tamaño:
planificada Midi, escritos 14 páginas, 5.749 palabras, 4 capítulos
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Capítulo 3: El descenso al sinsentido

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      — ¡Señor King Dice! — Gritaba la pequeña Chalice mientras corría detrás de él en el frondoso bosque de Inkwell — ¿Cuál es su emergencia? ¿Necesita ayuda? El señor King Dice era más veloz de lo que ella hubiera imaginado. Saltaba rocas y raíces con una elegancia espectacular, como si realizara una de sus tantas presentaciones en su club; mientras que la pequeña Chalice lo seguía torpemente, evitando tropezar y arruinar su atuendo. Ella continuaba lanzando un millón de preguntas para llamar la atención del mayor, pero sin éxito. El dado era como un disco rayado, repitiendo una y otra vez que era tarde. El mayor llegó a una pequeña colina de la cual había un pequeño agujero en sus paredes y sin pensarlo dos veces entró a dicha madriguera. Chalice se detuvo unos pasos atrás, sosteniendo sus rodillas para recuperar el aliento, a la vez que su mente trataba de procesar que el dado entró a dicho lugar.       — Pero…a King Dice le daría un infarto si su traje tiene una pequeña mancha — dijo muy confundida. Ella se arrodilló en el césped y entró a la pequeña madriguera. Grande fue su sorpresa al ver que era más amplia por dentro, lo suficiente para ponerse de pie y caminar con cautela. En el interior colgaban raíces de árboles y plantas, el suelo estaba cubierto de hojas secas y pétalos de flores marchitas y apenas se filtraban débiles rayos de luz. La pequeña, daba vueltas nerviosas mientras caminaba hasta que decidió caminar de espaldas mientras jugaba con sus manos para intentar regular sus temores.       — Estoy segura que estoy alucinando, King Dice ni muerto entraría aquí. Pero la pequeña, no se dió cuenta que el camino se había terminado. Frente a ella, yacía un gran y oscuro agujero. Cuando se dió cuenta, ya era muy tarde. Se hallaba muy cerca del borde, mientras un fuerte escalofrío recorría todo su ser. Torpemente, agitaba sus brazos tratando de mantener el equilibrio pero la gravedad fue más fuerte y terminó cayendo. Lo único que ella pudo hacer fue soltar un grito desgarrador, perdido en la oscuridad. La caída era veloz y sentía como el viento chocaba en su rostro mientras giraba en el aire. Pero gracias a una fuerza singular, su falda se convirtió en un pequeño paracaídas, ralentizando su descenso.       — Está bien, Chalice…tranquila… todo estará bien… ¿verdad? — susurro muy asustada mientras veía bajo sus pies la oscuridad de la madriguera. De la nada, aparecieron unas linternas que mágicamente iluminaron el lugar, revelando como era en realidad. Las paredes de la madriguera eran como un tablero de ajedrez, llena de patrones negros y blancos. Las paredes estaban llenas de estantes llenos de objetos muy singulares, desde figuras de porcelana con vida hasta un frasco lleno de ojos. A su alrededor colgaban relojes de todas las formas y tamaños, cada uno una hora distinta en incluso yendo en reversa. Y no hay que olvidar a los miles de objetos flotando como tazas llenas de té, flores arco iris que desprendían sus pétalos alrededor de la pequeña, naipes que se barajaban solos y libros que volaban como si fueran mariposas.       — Pero… ¿Dónde estoy? — Fue lo único que pido pronunciar Chalice al ver como un gran espejo pasaba junto a ella pero su reflejo estaba en reversa. Estaba maravillada, pero sentía un hormigueo en sus manos por la curiosidad. Lo primero que hizo fue extender sus manos al libro más cercano y al abrirlo sus ojos se iluminaron al ver que estaba lleno de dibujos. Quería seguir leyendo pero su vista fue dirigida a un estante. Soltó el libro, sin notar que este se esfumó detrás de ella, y del mueble tomó un frasco de mermelada de frambuesa, su favorita, pero se desilusionó al ver que estaba vacía y lo devolvió al aparador más cercano. Luego, unos naipes pasaron volando cerca de ella. Trató de agarrarlos, pero estos se alejaron rápidamente y empezaron a hacer una casita de naipes, sacando una risa de los labios de la pequeña.       — Que profunda es esta madriguera…tal vez…¡YA HABRÉ PASADO POR EL CENTRO DE LA TIERRA! — Expresó la pequeña muy emocionada extendiendo sus brazos — Mmm.. ¿Me pregunto en qué país terminaré? ¿La gente del otro lado del mundo caminará de cabeza? — El cáliz se hacía un millón de preguntas mientras soltaba unas risas inocentes Tristemente, ese lindo momento se vió interrumpido cuando de la nada, todos los objetos de la madriguera desaparecieron en una pequeña explosión de confeti junto con las luces, dejando el lugar en total oscuridad. La pequeña Chalice sentía como su corazón estaba a punto de salir de su pecho, pero su terror aumentó al ver cómo su falta empezaba a volver a la normalidad.       — ¿Eh? ¡No, no, no, no! — exclamó con desesperación. Lamentablemente, no había nada que hacer. Su falda regresó a la normalidad y su cuerpo comenzó a caer en picada, bruscamente y sin control.       — ¡Auxiliooooooo! — Gritaba con lágrimas en sus ojos mientras giraba en el aire sin control, como si fuera una muñeca de trapo. Intentó estirar los brazos, como si pudiera agarrarse de algo, pero no había nada, solo un vacío interminable. De pronto, vio como una luz blanca en el fondo de la madriguera, pero su velocidad era cada vez mayor. Y entonces, llegó al final. Fue recibida por un gran montículo de hojas secas y pétalos de flores. Aunque, la velocidad de la caída fue tal que rebotó en las hojas y rodó sobre ellas quedando recostada en el frío suelo, jadeando y con el rostro cubierto de sudor y lágrimas. “Sobreviví” era lo único que podía murmurar mientras torpemente se ponía de pié y se disponía a quitar las hojas y pétalos de su ropa y acomodaba el listón de su cabeza. Cuando terminó, su rostro pasó de uno aturdido a uno asombrado. Se encontraba en medio de un salón donde el piso y las paredes eran iguales a un tablero de ajedrez. En las paredes había cuadros de personas que ella nunca había visto pero sentía cómo la miraban directamente. El techo tenía un dibujo de constelaciones pero en medio había un gran arcoiris. Alrededor del lugar yacían burbujas que en su interior tenían velas, haciendo que la niña se rompiera la cabeza tratando de hallar la lógica. Pero lo que más llamaba su atención eran las miles de escaleras que rondaban por el lugar, yendo hacía arriba, abajo e incluso de cabeza. Entonces, de una de las escaleras bajó King Dice acomodando apresuradamente su traje.       — ¡SOMBREROS Y RELOJES! ¡YA SE ME HIZO TARDE! — Gritó el dado, y su voz retumbó por todo el salón como si fuera un teatro. Acto seguido, corrió hacia una de las escaleras en dirección hacia abajo sin detenerse ni un segundo.       — ¡Señor King Dice, espere! — Pronunció Chalice. Y con el corazón latiendo a mil por hora, Chalice lo siguió, ignorando que aquel pasillo era solo el inicio de un viaje sin retorno.
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