ID de la obra: 108

Sin ensayo previo

Slash
NC-17
En progreso
0
¡Obra promocionada! 0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Midi, escritos 6 páginas, 2 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Parte I Capítulo 1 — Ceniza

Ajustes de texto
Notas:
Emmanuel Barcelona. Finales de agosto. Noche. Terraza. Tabaco y pensamientos de los que no se puede escapar. Estaba descalzo sobre las baldosas frías, encendiendo el segundo cigarrillo de la noche, y miraba hacia la ciudad dormida. Barcelona seguía viva incluso de madrugada, pero desde el sexto piso su voz llegaba como el rumor del mar. —¿Cuándo se fue todo al carajo, Emmanuel? —me pregunté en voz alta. Sin respuesta. Como siempre. Han pasado nueve meses desde aquella noche. Dejé sus cosas fuera de la puerta. Sin gritos. Sin despedida. Solo… cansancio. Ibrahim se acercó, me miró como si no me conociera y se fue. Ni siquiera cerró la puerta de golpe. Tal vez esperaba que volviera. Que tocara. Que dijera algo que le devolviera sentido a todo. Pero no volvió. Y yo no llamé. Cuando se fue, lo borré todo. Nuevo mobiliario, nuevo olor, nueva vida. Febrero entero lo pasé en Nueva York. Huí para no ver el vacío. Volví, y ya no reconocía mi casa. Como si nunca hubiésemos vivido allí. Ni él. Ni yo. Desde entonces, fue como empezar desde cero. Ahora toco en una orquesta. Me aceptaron en la primera audición. Dijeron: “Escuchas la música con la espalda.” Gracias, academia. Gracias, veinte años de disciplina. En el escenario soy otro. Seguro. Firme. Fuera de él... solo un chico rico con rarezas. Eso dicen. Un virtuoso mantenido por sus padres americanos —según la leyenda. La verdad es más sencilla: hubo alguien que quiso darme todo. Y yo fui un idiota. Lo acepté todo. Menos a él. El cigarro se consumió hasta los dedos. Me quemó. Solté una maldición, sacudí la ceniza en el cubo y apagué la colilla en un vaso con jugo de naranja a medio beber. —Basta, Emm —me dije—. Esta noche vas al club. Nada de pensar, nada de recordar. Solo ir. Solo por una noche. No estar solo. Aunque sea con quien sea. Aunque sea por una hora. Volví al interior. Las sombras anaranjadas de los faroles jugaban en la pared. Los muebles nuevos, los cuadros nuevos —todo se sentía ajeno, aunque yo mismo lo hubiera elegido. En el baño, me incliné sobre el lavabo. El agua me caía del mentón. El cabello pegado a la frente. No reconocía mi reflejo. Ojos cansados. Pómulos demasiado afilados. Como si alguien me hubiese apretado en el puño. Y aún no me soltara. Me sequé. Crucé al dormitorio. Abrí el armario y busqué lo más provocador que tenía: vaqueros ajustados, camiseta blanca, americana negra. La tela se pegaba a la piel. Demasiado estrecha. Demasiado reveladora. Perfecto. Un poco de polvo para ocultar el cansancio. Delineé los ojos, como en los viejos tiempos. Pulsera. Anillo. Un toque de brillo en las muñecas. El perfume —Molecule 03. Casi imperceptible. Pero siempre me tranquiliza. Me senté en el borde de la cama y cerré los ojos. —No lo busques —me dije—. No va a venir. —Y si viene, no será por ti. Respiré hondo. Pausa. Dentro, todo dolía. Me abotoné la chaqueta. La tela se tensó sobre los hombros, casi me oprimió el pecho. En el espejo me miraba alguien más. Alguien que no era yo. Alguien que sabía sobrevivir, incluso cuando el corazón arañaba el cristal. Un chico que salía a la noche para olvidarse. O para perderse. La puerta se cerró de golpe. Barcelona me esperaba. Y yo estaba listo para darle todo. Todo, menos a mí.

***

Ibrahim —Ibrahim, suelta los papeles. Trabajas como un loco. Vamos esta noche a Gloss —dijo mi amigo Vincent. Un hombre que sabe usar cachemira y decir verdades duras de forma tan elegante que te dan ganas de abrazarlo. —¿A un club? —arqueé una ceja. —Sí. Tienes cara de haber vivido los últimos dos meses dentro de una hoja de Excel. Necesitas alcohol, música fuerte y un poco de flirteo. Me recosté en el sillón. —Claro. Solo me falta el príncipe azul. Vincent sonrió. —Tal vez te está esperando ahí. El príncipe caramelo. ¿Tú cómo estás, de verdad? Me encogí de hombros. —El trabajo avanza. Estoy presionando al ayuntamiento por un nuevo proyecto. Es complicado. Pero saldrá. Entrecerró los ojos. —No hablo de eso, Ibrahim. Hablo de tu cabeza. Y de tu corazón. ¿Sigue vacío? Silencio. —No del todo —respondí. —Ah. Entonces aún es él. Asentí. Eso no se podía negar. Emmanuel se me había quedado pegado a la memoria. Como un aroma. Un poco de molécula, un poco de tabaco, un poco de lágrimas en la almohada. —Lo vi —dije—. Hace un par de meses. En la orquesta. Tocaba... como poseído. Como si cada nota se le escapara de los huesos. —¿Y no te acercaste? —¿Para qué? Fue él quien se fue. Él. Sin palabras. —A veces la gente se va no porque no ama. Sino porque no sabe cómo explicar lo que duele. Sonreí de lado. —¿Eso lo dices por experiencia? —Tal vez. Guardamos silencio. Entonces Vincent aplaudió con fuerza. —Se acabó. En dos horas salimos. Paso por ti. Ponte algo decente. Nada de esas sudaderas grises tuyas. —Vale, vale, papá. —¿Y si él está allí? —añadió de repente. —¿Quién? —Él. Emmanuel. Si vive en la ciudad. Si es joven. Guapo. Soltero… ¿Dónde más estaría un viernes por la noche si no en un club gay? Me levanté. —Está bien. Si lo veo… no me iré. Pero primero, una ducha. Y a pensar cómo vestir cuarenta y ocho años como si fueran treinta y cinco. —Créeme. Sigues estando bueno, hermano. Y no es un cumplido. Es una amenaza. Reí. Pero mi mirada se deslizó hacia la ventana. Detrás del cristal, la noche de agosto se retorcía lenta y brillante. La ciudad respiraba luces. Seguía viva. ¿Y yo? Yo solo era un león viejo, que llevaba demasiado tiempo enjaulado.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)