***
Ibrahim —Menuda carnicería —murmuró Vincent, abriéndose paso entre la multitud—. Mira cómo se retuercen. —Juventud —sonreí—. Ruido, calor, copas caras… fórmula del éxito. —Perfecto para olvidarse. O para encontrar a alguien. Dejé mi copa sobre la mesa y barrí el salón con la mirada. No lo buscaba. Solo… miraba. Cientos de rostros. Cuerpos. Movimientos. El ruido diluía los pensamientos. —¿Y tu príncipe? —Vincent me dio un codazo. —Quizá ya esté bailando con alguien. O se largó. Volví a mirar hacia la pista. Y entonces lo vi. Camiseta blanca. Vaqueros como dibujados sobre la piel. Y los ojos… Incluso desde lejos, eran sus ojos. Fríos. Hermosos. Desquiciados. Y la mirada… Directa. A mí. —Está aquí —dije. —¿Quién? —Emm. Vincent se puso de puntillas. —¿Aquel? ¿Ese es tu famoso violinista? Dios mío... estás perdido. Parece un Picasso en un bar. Ya no lo escuchaba. Sus manos estaban sobre los hombros de otro tipo. Se inclinó hacia él. Le dijo algo. Y ahí se me acabó la paciencia. Estaba borracho. Pero no era solo eso. No estaba ebrio: estaba… deshecho. Desdibujado. El cuerpo seguía ahí, pero su mente… Quién sabe dónde: entre la infancia, el dolor, y los restos de orgullo. Llegué a tiempo. Antes de que se fuera con cualquier imbécil. Antes de que se perdiera del todo. No me reconoció. O no quiso hacerlo. O no creyó que fuera yo. Ahora estaba acostado en el asiento trasero del taxi, apoyando la frente contra mi pecho. Sentía su sudor. La camiseta blanca, pegada al cuerpo, empapada de calor y baile. Temblaba. Y de pronto —lo recordé. Aquella noche. Hace un año y medio. Un concierto de cámara en Sant Pau. Tocó Chausson. Después —nuestra casa. No dijo casi nada. Solo tomó una taza de té, se metió conmigo en el sofá, bajo la manta, como un gato… Y se durmió sobre mi pecho. No pidió calor. Solo buscaba dónde apoyar la cabeza. Y yo se lo permití. Sin preguntas. Sin palabras. Como ahora. Temblaba de nuevo. Esta vez… de vacío. Lo sostuve mientras el coche cruzaba la Barcelona nocturna, exhausta en su agosto agonizante. Y por dentro, repetía solo una cosa: “Que al menos esta noche sea sin gritos. Sin manos ajenas. Sin sangre del corazón.” Solo la noche. Solo estar cerca. Aunque sea un rato.Capítulo 2 — Gloss
9 de mayo de 2025, 8:48
Música a todo volumen. La luz se clava en las pupilas. El alcohol se mete directo en el cerebro.
Todo es plano, pulsante, ajeno.
Emmanuel
Bailaba.
No porque quisiera, sino porque, de no hacerlo, me habría roto en pedazos.
El alcohol corría por mis venas, mezclado con adrenalina.
Un par de cócteles — y la presión aflojaba.
Un par de shots — y todo se volvía líquido.
El mundo se ablandaba, se volvía plástico.
Como si pudiera reescribir la realidad ahora mismo, si tan solo me movía al ritmo correcto.
Ya no sentía el cuerpo. Solo luz. Manos. Ruido.
Todo flotaba. Todo era calor, humedad, infinito.
Alguien me abrazaba por la cintura.
Alguien reía cerca.
La música latía en mis sienes, opaca y brutal — como pasos de muerte.
O de vida.
Quién sabe.
Barra.
Me sostenía con una mano.
Los dedos no respondían.
El vaso estaba ahí, cerca... pero no podía alcanzarlo.
— Guapo, ¿con quién estás? —una voz a mi espalda. Mano en mi cintura.
— ¿Contigo? —solté una risita.
— ¿Nos vamos?
Asentí. O creí hacerlo.
Qué más daba.
Solo quería dejar de pensar.
No recordar que estaba solo.
No querer...
— Está conmigo.
Una voz.
Seca. Fría.
Atravesando la densidad como cuchillo.
Me di la vuelta.
Y me congelé.
Ahí estaba.
O algo que se le parecía.
Cabello color caramelo. Ojos oscuros.
Una sombra del pasado.
Un fantasma.
— Tú... —entrecerré los ojos. El mundo se ladeó—. No eres real.
Dio un paso hacia mí.
— Emmanuel.
— No, no, no —cerré los ojos con fuerza, tambaleándome—. Tú estás muerto. Te inventé.
No podrías ser real. No hoy. No aquí.
— Vamos a casa.
— No soy tuyo. Yo... no soy un puto objeto. No me voy con cualquiera... —la lengua tropieza, el mundo desaparece—. Voy solo. Solo...
Unas manos me sostienen.
Fuertes. Firmes.
Un olor familiar.
¿Sándalo? Qué estupidez.
No puede ser...
— Suéltame —intento zafarme, pero el cuerpo no me responde—. No existes. Te inventé.
Y después —nada.
Solo oscuridad.
Algo blando bajo mi cabeza.
Calor. Movimiento.
Y nada más.
Notas:
Esta fue una de las escenas más difíciles de escribir.
Emmanuel se rompe y se deja caer. Ibrahim llega tarde, pero no demasiado.
Gracias por leer hasta aquí. Si algo te tocó — cuéntamelo, aunque sea con un emoji.
Nos vemos en el próximo capítulo.