"Aditivo para peces"
In-ho abrió la boca, estupefacto, y volvió a mirarle. Luego, lanzó su caña de pescar al suelo y se acercó hacia El Reclutador con toda la rapidez que pudo. —¡Eso es trampa! —gritó con molestia. El Reclutador dejó caer su caña y luego se agachó. Desde su posición, comenzó a salpicar el agua del lago hacia In-ho. —¡Oye! —protestó In-ho. Había alzado sus brazos, tratando de protegerse del ataque de El Reclutador quien había comenzado a reír de forma descontrolada. De pronto, el agua dejó de salpicarle. Pero, antes de que In-ho pudiera abrir los ojos, sintió un fuerte empuje lanzándole hacia atrás. Todo el aire salió de golpe de sus pulmones cuando su espalda chocó contra el suelo de madera. Y, antes de que pudiera recobrar el aliento, pudo sentir cómo algo le agarraba por ambas muñecas y se las colocaba a cada lado de la cabeza. Al abrir los ojos pudo ver una imagen tan hermosa como aterradora: El Reclutador le observaba fijamente a pocos centímetros de la cara y con la luz de brillante luna como telón de fondo. —No te enfades conmigo —le susurró éste, haciendo un pequeño puchero. Luego, se inclinó un poco más y le dio un suave beso en la punta de la nariz a In-ho. —Es que quería que me la regalaras... —susurró de nuevo, haciendo que su puchero fuera aún más profundo. In-ho se quedó observándole por unos segundos y, de pronto, se echó a reír con fuerza. Toda la molestia que hubiera podido albergar hasta el momento pareció disolverse con cada nueva carcajada. Su actitud, pronto contagió a El Reclutador quien rápidamente le soltó de su agarre y se dejó caer sobre él mientras no dejaban de reír. —Dios... —susurró In-ho entre risas—. Eres un malcriado... Aquello solo hizo que el volumen de sus risas aumentara aún más, partiendo por completo el silencio de la noche. Pero los únicos testigos de aquella felicidad que reinaba en sus corazones tan solo fueron ellos, la Luna... Y los peces.Día 3: Observando Peces
15 de octubre de 2025, 9:20
Título: Una noche de pesca
—¿Estás seguro de esto?
El Reclutador, que caminaba delante de In-ho, giró su cabeza para mirarle por encima del hombro.
—¿Desde cuándo te dan miedo los peces? —preguntó con burla.
In-ho bufó molesto.
Ambos habían estado buscando el momento adecuado en el que sus responsabilidades y el clima les brindaran la posibilidad de disfrutar de una de sus actividades preferidas: la pesca.
Habían estado tratando de buscar algún hueco en las agendas pero, al ser las semanas previas a los Juegos de aquel año, había sido una tarea imposible.
Al fin, El Reclutador, harto en exceso de la situación, propuso lo que, desde el entendimiento de ambos significaba la única solución posible si querían aprovechar los pequeños remanentes de calor del verano:
Ir de noche.
En un principio, In-ho se había negado pero, en cuanto vio la desilusión apagando el brillo de esperanza en los ojos de su pareja no tuvo más remedio que aceptar la propuesta.
Y allí estaban, atravesando de madrugada el pequeño bosque de una finca que ambos habían comprado hacía muchos años y que, en el centro, poseía un hermoso lago lleno de peces.
Cuando habían adquirido la finca, el anterior dueño les había asegurado que no había apenas animales salvajes por lo que constituía una zona segura.
Sin embargo, In-ho aún temía que por aquellas zonas hubiera osos o zorros o mapaches. Estos últimos, debido a su tamaño no suponían una amenaza significativa pero sabía que sí eran habituales portadores de la rabia, y eso le ponía nervioso.
—No te preocupes, In-ho —continuó El Reclutador, manteniendo esa actitud burlona—. Si aparece algún monstruo yo te protegeré.
In-ho le chistó con molestia y El Reclutador echó una fuerte carcajada.
Luego, ambos continuaron caminando hasta que un ligero brillo comenzó a distinguirse entre los árboles.
—¡Hemos llegado! —exclamó El Reclutador con alegría.
Atravesaron los últimos árboles y, de pronto, el lago apareció ante sus ojos. De inmediato, la belleza del lago pareció darles un golpe directo en la cara.
El reflejo de la luna, blanca y limpia, como si fuera una sábana recién lavada y tendida sobre el cielo nocturno, navegaba sobre las aguas cristalinas del lago.
—¿Se te ha pasado el miedo?
In-ho miró a El Reclutador con molestia.
—Muy gracioso —le chistó al tiempo que ponía los ojos en blanco.
El Reclutador soltó una risita y volvió a caminar, acercándose hacia el lago. In-ho le siguió de inmediato para alcanzarle. Pronto, ambos llegaron a la orilla, donde una estaca había sido clavada en la tierra y, mediante una gruesa cuerda, sujetaba una pequeña barca de madera.
Sin esperar un instante, El Reclutador colocó la mochila que llevaba y su caña de pescar dentro de la barca y, luego, se acercó a la estaca.
—Sube —dijo.
In-ho se quedó quieto por unos segundos, como si dudara en hacerle caso, pero al final obedeció. Al subir a la barca, esta se tambaleó un poco y, por un momento, temió perder el equilibrio.
Caminó con cuidado, tratando de calcular los lugares perfectos donde pisar para que la barca no volcara, mientras esquivaba las pertenencias de El Reclutador. Al llegar al otro extremo, dejó su propia mochila y la caña de pescar en el suelo y se sentó en uno de los pequeños banquitos que poseía.
Desde allí, pudo ver como El Reclutador terminaba de desatar la cuerda de la estaca. Luego, este se acercó a la barca y se inclinó para poder empujarla hacia el agua.
La tierra húmeda crujió bajo la fuerza de su empuje hasta que, finalmente, el sonido desapareció. En ese preciso instante, El Reclutador saltó sobre la barca haciendo que esta se balanceara bruscamente.
In-ho se agarró con temor a los lados de la barca, como si tratara de estabilizarla con el peso de su cuerpo.
—¡Ten más cuidado! —le regañó.
El Reclutador esbozó una sonrisa divertida pero no se dignó a responder. En cambio, se limitó a sentarse en el otro banquito de la barca, que le ponía de frente con In-ho y de espaldas a la orilla.
Luego, tomó los remos que se encontraban tirados en el suelo de la barca y los dispuso uno en cada lado de la barca.
—Relájate, In-ho —susurró con una expresión calmada—. Hemos venido a pasarlo bien, ¿no?
El rostro de In-ho se relajó de forma casi inmediata. Seguía nervioso por el hecho de que fuera de noche pero, a fin de cuentas, él había accedido a hacer aquello.
Y no había sido solo porque eso era lo que El Reclutador quería, sino porque también deseaba compartir unos instantes de soledad con él.
Por ello, no tenía derecho, ni sentido, desperdiciar aquellos momentos con nerviosismo. Al menos, ahora que la orilla quedaba más lejana, podía estar más tranquilo.
Poco a poco, gracias a la fuerza de El Reclutador, la barca logró llegar al centro del lago.
Una vez allí, El Reclutador volvió a colocar los remos dentro de la barca para asegurarse de que no cayeran al agua y se inclinó para tomar su caña de pescar.
—¿Hacemos una competición? —propuso juguetonamente—. Quien logre pescar seis peces primero gana.
In-ho esbozó una media sonrisa y se apresuró a tomar su propia caña.
—Apuesto cinco millones de wones por mi —respondió al incorporarse.
—¿Solo? —se burló El Reclutador, alzando una ceja con arrogancia—. Parece que no confías mucho en ti...
—¿De cuánto quieres que sea la apuesta? —le interrumpió In-ho, poniendo sus ojos en blanco.
La sonrisa de El Reclutador se ensanchó.
—Duplícala —dijo simplemente.
In-ho le miró sorprendido.
—¿Para qué quieres diez millones?
—He encontrado un artesano que fabrica pistolas a medida y recubiertas de oro —explicó.
—¿Te vas a comprar otra pistola? —cuestionó con tono divertido In-ho.
—¿Aceptas o no? —preguntó a su vez con un tono ofendido.
In-ho esbozó una sonrisa y asintió.
De inmediato, El Reclutador se lanzó hacia la caja que contenía las lombrices e In-ho hizo lo mismo. Ambos colocaron el cebo en los ganchos de sus cañas de pescar y los lanzaron.
A través del agua, pudieron ver a decenas de peces escapando a toda velocidad, asustados ante el chapoteo.
Pasaron pocos segundos hasta que la caña de El Reclutador se tensó.
—¡Tengo uno! —exclamó eufórico, mientras hacía girar el carrete con el hilo.
Pronto, alzó su caña para mostrar un hermoso pez de tonos anaranjados. El Reclutador tomó el hilo y mostró con orgullo su pesca.
In-ho apretó los dientes y comenzó a recoger su propio hilo. Al sacarlo del agua, pudo comprobar que el cebo ya no se encontraba en el gancho.
—Se te ha caído la lombriz —se burló El Reclutador.
Ya había desenganchado al pez y se encontraba inclinado sobre el lateral de la barca y se disponía a liberarlo.
—¿Necesitas que te ayude? —continuó hablando, al tiempo que veía alejarse al pez recién pescado.
—No te lo creas tanto —bufó In-ho—. Solo has tenido suerte —añadió, lanzando su caña al agua.
Sin embargo, la suerte acompañó de nuevo a El Reclutador quien, pocos minutos después, había logrado pescar dos peces más
—Esa pistola va a ser mía —se pavoneó, soltando al último pez que había conseguido.
In-ho, hirviendo de rabia y vergüenza, se giró para mirarle.
—Cámbiame el sitio —exigió—. Es imposible que hayas pescado tres peces tan rápido.
El Reclutador soltó una pequeña carcajada. Luego, metió la mano en el bolsillo de su abrigo y extrajo una pequeña cajita de plástico.
—Tal vez tenga algo que ver con esto —dijo pícaramente.
In-ho observó la cajita. En la parte delantera había una pequeña etiqueta que rezaba: