ID de la obra: 110

Crímenes de Caramelo

Slash
NC-17
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3
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autor
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planificada Maxi, escritos 99 páginas, 9 capítulos
Descripción:
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Capítulo 2

Ajustes de texto
Butters no supo nada de Eric durante los siete días posteriores a su discusión y, aunque se sumergió en su trabajo en un vano intento por distraerse, a medida que pasaban los días comenzó a sentirse culpable. La duda sobre si había hecho bien al rechazar la invitación de su amigo no lo dejaba dormir por las noches y le causaba dolores de cabeza por las mañanas. Bostezó y se frotó los ojos, pues llevaba más de un minuto leyendo el mismo párrafo. Los documentos que revisaba no eran urgentes, pero los había pedido porque necesitaba mantener su mente ocupada si no quería seguir dándole vueltas al mismo asunto. Por un lado, sabía que su reacción había sido completamente razonable; por otro, Eric era su mejor amigo y la fiesta solo duraría un par de horas. Podía ser mínimamente cordial con Kyle e ignorar a cualquiera del pasado. Se concentraría en tener conversaciones breves y triviales con extraños y se iría lo antes posible. Intentó pasar al siguiente párrafo, pero ahora no era solo el dolor de cabeza lo que le impedía continuar con su trabajo; también tenía la vista borrosa. En ese momento, comenzó a pensar que su situación actual era una tortura más dolorosa que simplemente asistir a la estúpida fiesta de compromiso. Aun así, cada vez que reunía el valor para tomar su teléfono y enviarle un mensaje a su amigo, se detenía en seco y recordaba que Eric había confirmado que Kenny también asistiría a la fiesta. Una vez que se calmó, admitió que la principal razón por la que se negaba a aceptar la invitación era porque Kenny también estaría ahí. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando escuchó un par de golpes en la puerta y Bradley entró a la oficina. Su secretario llevaba una taza de café en las manos, que le ofreció con una sonrisa. —Está recién hecho. —Gracias —dijo Butters mientras acercaba la taza a su nariz e inhalaba el aroma del café negro recién preparado por la mañana, que tanto le gustaba. El café era justo lo que necesitaba. Sin embargo, cuando el olor se asentó en su garganta, percibió una nota de sabor que no solía estar en su bebida—. Este no es mi café habitual, ¿qué le pusiste? Tomó el primer sorbo sin esperar respuesta. Era inusual que Bradley cambiara su rutina sin su consentimiento, pero confiaba en su criterio. —Tiene un poco de canela y azúcar de caña; creo que te ayudará a tener más energía. Aunque Bradley no preguntó por qué Butters había llegado con ojeras tan marcadas en los últimos días, no pudo evitar notarlo y sentirse preocupado. El líquido negro estimuló las papilas gustativas de Butters y bajó por su esófago lentamente. Si el líquido caliente con ese sabor agradable no le levantaba el ánimo, la preocupación de su amigo ciertamente lo hacía. —¿Te gusta? —Bradley lo miró con los ojos más brillantes de lo habitual, inclinándose ligeramente hacia adelante, jugueteando las mangas de su suéter entre sus dedos. Butters dio otro sorbo. Ya había probado esa combinación en un capuchino, pero nunca en café negro. Era curioso y agradable. —Está delicioso. Ahora voy a querer uno así todos los días —bromeó. —No hay problema —respondió Bradley de inmediato y luego se mordió el labio—. De hecho, yo lo tomo en casa, con un pastel de zanahoria, la receta de mi abuela. Tal vez... ¿te gustaría probarlo? —¡Claro! —Butters no debería haberse emocionado tanto por un pastel. Pero años de dedicación al trabajo significaban que las únicas fiestas a las que asistía eran las de la oficina, donde las estrellas solían ser pasteles comprados en el supermercado. Las fiestas de sus clientes, en cambio, se celebraban en restaurantes caros con comida gourmet minimalista y sin azúcar, la antítesis del pastel de cumpleaños. —¿Podría ser mañana? —Sí, solo que… —Bradley tragó saliva—. Este pastel… mi abuela lo decoraba de una forma especial. No quisiera que se arruinara en el camino de casa al trabajo. —Oh, está bien, lo entiendo. Me quedaré sin probarlo entonces. Butters no creía que unas decoraciones aplastadas cambiaran el sabor del pastel, pero tal vez el aspecto era importante para Bradley; después de todo, era una receta familiar. —¡No! Quiero que lo pruebes —dijo Bradley con un tono urgente—. Solo pensaba que podrías venir a mi casa. Podría cocinar algo para que comamos antes del postre. ¿Qué te parece? Butters ladeó ligeramente la cabeza. Él y Bradley eran buenos amigos, pero encajaban más en la categoría de amigos de trabajo, ya que nunca habían ido a las casas del otro ni se habían visto fuera de la oficina. Siempre que sus horarios lo permitían, comían juntos en la sala de descanso, y esos eran los momentos en los que hablaban. Nunca habían pasado a un ambiente menos profesional porque Butters, siendo el jefe de Bradley, no quería imponer una dinámica que pudiera incomodarlo. Imaginaba que Bradley no había sugerido acercarse más por razones similares. Butters sonrió. Debía verse realmente mal para que Bradley dejara de lado sus reservas e intentara animarlo. —Sí, claro. Me encantaría. Esta vez fue el turno de Bradley de sonreír, y estaba a punto de hablar de nuevo, probablemente para fijar fecha y hora, cuando la central telefónica sobre su escritorio comenzó a sonar. Para contestar la llamada, Bradley caminó fuera de la oficina de Butters, hasta su escritorio que se encontraba en la sala de recepción contigua. Después, Butters escuchó su armoniosa voz de atención al cliente decir, —Despacho de Leopold Stotch. Habla su asistente, ¿en qué puedo ayudarle?... ¿Podría decirme su nombre?... Sí, por favor espere un momento. Bradley presionó el botón de espera en la central y volvió al lado de Butters, apoyándose ligeramente en su escritorio. —Alguien llamado Kyle Broflovski quiere hablar contigo. Dice que te conoce. A Butters se le atoró el aire en la garganta. “¿Kyle? ¿Qué quería hablar con él?” Pensó en pánico al inicio para luego concluir que seguro quería hablar sobre Eric y la fiesta de compromiso. Vaciló unos segundos antes de estirar la mano y tomar el auricular sobre su escritorio. Sin embargo, cuando el plástico tocó su mano, en lugar de llevarlo a su oído, lo dejó caer bruscamente sobre la base, colgando la llamada. Bradley abrió ligeramente la boca y alzó las cejas. Luego, el teléfono volvió a sonar. —No contestes —pidió Butters—. Estoy muy ocupado. No tengo tiempo para llamadas. Por favor, déjame solo. No quería darle a Bradley la oportunidad de preguntar qué estaba pasando. Bradley asintió y volvió a su escritorio para ocuparse de sus tareas diarias. Sin embargo, tuvo su oportunidad de preguntar qué pasaba más tarde ese mismo día. —Broflovski dice que vendrá a la oficina a hablar contigo en persona si no respondes el teléfono —dijo Bradley, entregándole a Butters más documentos para revisar. —Deja de contestar sus llamadas. Bradley no le informó cuántas veces había llamado Kyle, pero desde su oficina, Butters había escuchado el teléfono sonar mínimo dos veces más que de costumbre. —Bueno, está llamando desde diferentes números. Tendría que dejar de contestar todas las llamadas de nuestros clientes. Butters reprimió un gruñido y se recostó en su silla, apoyando la cabeza en el respaldo. —Si no te molesta que te pregunte, Butters, ¿por qué estás evitando a Kyle Broflovski? ¿Sabes que recientemente ganó un caso multimillonario contra el dueño del conglomerado WHG? Todo el mundo quiere hablar con él. Butters sabía que Kyle había estado involucrado en un caso de alto perfil que se volvió una sensación mediática, pero cada vez que leía un titular relacionado con Kyle o el caso, desviaba la mirada y se alejaba. —Se va a casar y probablemente quiere que asista a su fiesta de compromiso; pero no me interesa. Bradley intentó reprimir su incredulidad, pero no pudo. —¡¿Su fiesta de compromiso?! ¿Sabes cuántas personas importantes van a estar ahí? No digo que lo necesites, pero las conexiones nunca están de más. Además, ¿no es Cartman tu mejor amigo? ¿No deberías ir a su fiesta de compromiso? Butters alzó una ceja, y Bradley tuvo la decencia de sentirse avergonzado. —Ese día vi la foto. No reconocí a Broflovski, pero sí a Cartman. —Eric sabe que no tengo una buena relación con Kyle y que no voy a ir. Butters abrió su computadora y escribió el nombre de Kyle en la sección de noticias. Aparecieron varios artículos, el más reciente era un resumen del infame asesinato de la esposa del dueño de WHG. Kyle había defendido al supuesto amante de la víctima y logró probar no solo que su cliente era inocente, sino que el verdadero asesino era el dueño de WHG. //…Con la ayuda de Cartman y Asociados, Kyle Broflovski logró contrarrestar los argumentos de la astuta e implacable fiscal Heidi Turner, quien, tras recibir el veredicto, dio las siguientes declaraciones…// Butters suspiró. Al menos ahora sabía cómo y dónde se habían reconectado Kyle y Eric. Después de la amenaza de Kyle de presentarse en su oficina, las llamadas se detuvieron. Por suerte era viernes, así que si Kyle realmente cumplía su amenaza, no se verían hasta el lunes. Butters estaba tan cansado y harto que salió de la oficina a toda prisa, esperando poder descansar los días siguientes, pero olvidó que, sin trabajo, le costaría mucho distraerse. —Nos vemos el lunes. Que tengas un buen fin de semana —le dijo a Bradley al irse. Su secretario se levantó de su escritorio y extendió la mano como si fuera a detenerlo, pero finalmente solo la agitó en el aire. —Buen fin de semana para ti también. Una vez en su apartamento —amplio, moderno, pero dolorosamente vacío—, Butters se dio cuenta de que no lograría distraerse. Todo lo que pasó en la universidad le había dejado un sabor amargo. La experiencia fue tan desagradable que desde ese momento se alejó de la posibilidad de hacer nuevos amigos o encontrar el amor. Se aferró a la creencia de que, si mantenía a todos a distancia, nadie tendría el poder de hacerle daño otra vez. Las únicas personas que consideraba cercanas eran Eric, ahora enfadado con él, Bradley y su socio Dougie. Sin embargo, ninguno estaba disponible para desahogarse. Estaba completamente solo, sin ver salida a su soledad, y sin motivación para cambiar. Solo sentía una tristeza aplastante. Su cuerpo ansiaba comida chatarra, vino y una maratón de películas de acción. Necesitaba saturar su cerebro con explosiones y escenas sin sentido. Así que se acomodó en el sofá y llenó sus papilas gustativas con el sabor de queso artificial en polvo mientras presionaba “play”. Era de madrugada, y ya estaba en su tercera película cuando por fin cerró los ojos. Pero su estómago estaba tan revuelto y su cerebro tan inflamado que terminó teniendo pesadillas, sobre aquella primera noche en que Kenny y él cruzaron la delgada línea entre ser solo amigos y algo más. En ese momento, también había una fiesta, en el departamento de Stan, a la que Butters no quería ir, pero terminó yendo por insistencia de Eric. —¿Leo, quieres una cerveza? —fue lo primero que Kenny le dijo esa noche, mientras llevaba en las manos dos latas, una abierta y otra cerrada que le ofreció a Butters. Él la aceptó. Kenny vestía ropa muy informal, camiseta y pantalones, lo que contrastaba drásticamente con lo que llevaba Butters, vaqueros ajustados y una camisa abotonada que dejaba ver parte del pecho y el hombro. Su atuendo era tan inusual que Kenny no pudo evitar mirarlo de arriba abajo antes de preguntar —¿Por qué te vestiste así? —Eric dijo que me vería bien. ¿Me veo tan raro? —dijo Butters, con las mejillas encendidas. Eric había elegido su ropa, advirtiéndole contra sus habituales prendas “espantosas y poco favorecedoras”. —No —respondió Kenny, haciendo una mueca tan fugaz que Butters apenas la notó y antes de que pudiera interpretarla, Kenny ya estaba hablando de la última serie que había visto por recomendación de Butters. Esa noche, Kenny fue encantador, y Butters se deleitó con tener toda su atención, algo que nunca tenía tanto como en ese momento. Le gustaba ver a Kenny, cómo se abrían sus labios, cómo movía las manos al hablar cuando se emocionaba y cómo se balanceaba sutilmente al ritmo de la música cada vez que sonaba una de sus canciones favoritas. Pensó que nunca apartaría la vista de Kenny, pero lo hizo cuando escuchó un alboroto imposible de ignorar. Al girar hacia la fuente del ruido, vio a Kyle y Eric besándose en medio del salón, sin importarles que todos los miraban. Butters sabía que la pareja había mantenido una relación secreta los últimos dos meses, y aunque el beso no lo sorprendió tanto como al resto, sí le asombró que hubieran decidido dejar de ocultarse. Luego frunció el ceño. No es que estuviera en contra de la relación de su amigo con Kyle, aunque Kyle no le agradaba mucho, pero sabía que Eric estaba muy enamorado y Kyle solo estaba tentando el terreno. Hacer pública la relación entre ambos traería una serie de problemas que Eric podía manejar, pero Kyle probablemente no. Y el único herido sería su amigo. No lo aprobaba, pero sabía que si decía algo, Eric lo mandaría a la mierda. —¿Estás bien? —le preguntó Kenny; su voz y sus ojos reflejaban preocupación. Fue entonces cuando Butters se dio cuenta de que, para la mayoría, mirar a la nueva pareja se volvió aburrido a los diez segundos, mientras que él llevaba un minuto observándolos. Desvió la mirada bruscamente, temiendo que Kenny pensara que era un pervertido. —Quiero… ponche —necesitaba aire, así que caminó directo a la cocina, con Kenny siguiéndolo. En el fondo, Butters admiraba a Eric, pero también se sentía un poco de celos de él. Su amigo no era exactamente el más inteligente o amable, pero nunca tenía problemas para hacer amigos ni recibir elogios de los profesores, quienes reconocían su astucia y potencial. Tener a alguien tan excepcional como Eric como amigo y compañero de cuarto en la universidad a veces lo hacía sentirse inadecuado. Prueba era ahora, Butters había pasado toda la noche al lado de Kenny, pero nunca lograría nada más que una amistad, mientras que Eric había conquistado a Kyle cuyo único interés pir el momento era obtener buenas calificaciones. Butters podía pensar en mil maneras de confesarle sus sentimientos a Kenny. Desde simplemente decir “te amo” hasta sugerir casualmente que deberían ser más que amigos. Tal vez Butters no era tan atractivo y a veces incluso aburrido, pero Kenny parecía disfrutar de su compañía más de lo que disfrutaba la de sus otros amigos y compartían muchas cosas en común, así que eso podía significar algo. Para él, para ambos. Butters juraba que sería el mejor compañero que Kenny pudiera desear; solo necesitaba una oportunidad. Pero no tenía el valor para hablar, y probablemente nunca lo tendría. Así que, con una sonrisa triste, trató de concentrarse en el presente y prefirió beber todo el alcohol posible mientras también se embriagaba con las palabras de Kenny. Por suerte, Kenny era un bebedor tan entusiasta como él, así que no se sintió fuera de lugar al llenar su vaso de ponche una y otra vez. A medida que la fiesta se volvía más ruidosa y llegaban más invitados, Kenny y Butters, abrumados, decidieron escapar al tejado. Risas provocadas por el alcohol acompañaron su ascenso por las escaleras. El aire nocturno debió helarlos y apoyarse en la barandilla no fue la desición más responsable, pero el alcohol en sus venas los adormecía ante la temperatura, permitiéndoles simplemente disfrutar de la vista y de la compañía mutua. Eran esos pequeños momentos, cuando Kenny actuaba como si Butters fuera lo único que existía, los que mantenían a Butters enamorado de él; pero también eran esos momentos los que le hacían dudar de confesar lo que sentía. Le gustaba tanto estar con Kenny que se negaba a arruinarlo todo abriendo la boca. —¿Leo? —la voz de Kenny lo devolvió a la realidad—. ¿De verdad estás bien? —Eh, sí, claro. ¿Por qué lo preguntas? —¿Quieres volver a la fiesta? —No… o sí, si tú quieres. Kenny suspiró y miró al frente, dejando caer todo su peso sobre los codos que tenía apoyados sobre la barandilla. —Algo te molesta —declaró. Butters entrelazó los dedos, la mirada fija en el horizonte distante, sintió un leve temblor en sus manos. No se había dado cuenta de cuán transparente se había vuelto su cóctel de tristeza, celos e inseguridad. Seguramente debía culpar al alcohol por su falta de autocontrol. —No es nada. —¿Es por Eric y Kyle? Sí, quizá pensaba demasiado en Eric. Imaginándose recogiendo los pedazos cuando su amigo terminara destrozado. Pero lo más nauseabundo era esa chispa de celos retorcidos que deseaban que Eric realmente fracasara. Eso lo convertía en un amigo horrible, en una persona terrible. Odiaba eso de sí mismo. Sentirse un fracaso no debía traducirse en desear que otros también fracasaran. Tal vez. —No creí que él y Kyle llegarían a algo. Eric es un problema andante —continuó Kenny, al ver que Butters no respondía. Estaba más serio de lo habitual. —Eric no es tan malo. Solo es… diferente —dijo Butters, inmerso en la idea de que él mismo no era una mala persona y por eso debía defender a Eric. —Claro —respondió Kenny, dejando escapar una risa sarcástica que se burlaba de la ingenuidad de Butters. Era una acción que contrastaba con su actitud usual, pero concordaba con su estado embriagado actual—. Tienes una visión muy distorsiona de la realidad. Butters frunció el ceño. Kenny era amigo de Kyle y Eric por igual, aunque, ahora que lo pensaba, en los últimos meses Kenny había dejado de pasar tanto tiempo con él y Eric. Imaginaba que era por la carga académica, pero tal vez Kenny y Eric habían tenido una pelea que nunca mencionaron. —¿Pasó algo entre ustedes? A pesar de que era físicamente imposible, pareció que Kenny enterró sus codos aún más en la barandilla. —Sabes cómo es Eric —siguió hablando Butters. —Lo que sea que haya hecho, probablemente no fue intencional. No creo que siquiera sepa que estás molesto con él. Kenny dejó de mirar al frente para volverse hacia Butters, con una mirada tan penetrante que Butters no pudo evitar sonrojarse. Por suerte, podía culpar al aire frío por eso. Incluso podía culpar al frío por sus temblores cuando Kenny se enderezó y caminó hasta quedar frente a él. —¿Entonces, haga lo que haga, Eric está perdonado? —preguntó Kenny con sarcasmo. —Lo siento —susurró Butters, dándose cuenta de que había cometido un error—. No debí haber dicho nada. No sé cuál es el problema. Pero Kenny no respondió. En lugar de eso, acortó la distancia entre ellos hasta que Butters quedó presionado entre la barandilla y el pecho de Kenny. Estaban en la azotea, pero aún se escuchaba a lo lejos la música de la fiesta. Butters no conocía la canción que sonaba, imaginaba que era de uno de esos artistas indie que tanto le gustaban a Stan, ya que no reconocía la letra ni la voz del cantante, pero estaba seguro de que, a partir de ese momento, la recordaría para siempre. Porque esa canción desconocida se había convertido en la banda sonora de la primera vez que él y Kenny se besaron. Sintió un roce cálido de labios y un sabor a cerveza cítrica mezclada con brandy. Butters estaba seguro de que fue Kenny quien cerró la distancia entre sus bocas, pero aun así dudó en rodearle el cuello con los brazos, temiendo ser rechazado. Entonces oyó su nombre, seguido de un leve mordisco en sus labios. En ese momento, Butters simplemente se dejó llevar. Se besaron sin preocuparse por el mundo y Butters no se dio cuenta de que frotaba su pelvis contra la de Kenny, hasta que sintió cómo sus erecciones despertaban. —¿De verdad puedo tenerte? —preguntó Kenny mientras empezaba a desabotonarle la camisa. Al oír esto, Butters volvió a la realidad. Tomó plena conciencia de sí mismo y de cómo sus manos habían pasado del cuello de Kenny a debajo de su camisa. Sus dedos ansiosos querían tocarlo todo y no detenerse jamás. —Sí —respondió, desviando la mirada, avergonzado por mostrar tanta desesperación. Sin embargo, Kenny no le permitió recuperar ni un poco de dignidad. Le sostuvo la barbilla, obligando a que se miraran a los ojos. —¿Todo de ti, por completo? —Sí —repitió Butters, con las mejillas aún más rojas y sin aliento. Entonces volvieron a besarse, un segundo beso más intenso que hizo que Butters se derritiera y gimiera audiblemente. Si Kenny no lo hubiese sostenido, se habría caído al suelo. Butters sintió cómo Kenny le desabotonaba el pantalón y luego su mano cálida acariciando su erección. Separó las piernas y arqueó el cuerpo, empujando las caderas hacia adelante, ofreciéndole a Kenny acceso y una vista deliciosa de su piel enrojecida y su cabello rubio cayendo a los lados de su frente. Continuó jadeando incluso cuando Kenny dejó de tocarlo, porque escuchó otra cremallera abrirse y supo lo que significaba. De hecho, cuando sintió la piel aterciopelada de la otra erección presionándose contra la suya, soltó un pequeño grito. La humedad de sus líquidos preseminales fue suficiente para que Kenny bombease sus erecciones con facilidad, frotándolas entre sí, y apretando con la intensidad justa para provocar el mayor placer. La boca de Kenny presionada contra la suya fue la única barrera que evitó, aunque precariamente, que los gemidos de Butters se escucharan mientras se corría entre contracciones placenteras. Kenny solo necesitó unas pocas sacudidas más para acabar también. Gimió suavemente al correrse, y después lo único que se oyó fue su respiración agitada. Volvieron a besarse. Esta vez con paciencia; una vez saciada la pasión, solo quedaba la calma. Poco a poco, Kenny pareció volver a la realidad. Vacilante, soltó a Butters y se abrochó los pantalones. Butters tuvo la lucidez para hacer lo mismo y notó que Kenny tenía una expresión extraña en el rostro. Sus cejas estaban arqueadas de una manera curiosa, una expresión que Butters no solía verle. Entonces, la puerta de la azotea se abrió de golpe, revelando a Stan, Wendy, Nicole, Tolkien, Tweek y Craig. Las chicas reían audiblemente. Stan sostenía una caja de fuegos artificiales que Tolkien examinaba con ojo crítico y Tweek y Craig conversaban detrás de ellos. Los seis recién llegados miraron a Butters y Kenny con la boca entreabierta. —¡Ah, hola! —saludó Wendy con una sonrisa nerviosa. Butters y Kenny se separaron. Era obvio para los recién llegados lo que había estado ocurriendo, pero nadie comentó nada. En cambio, dijeron que iban a encender fuegos artificiales hasta que se acabara la caja. No era una ocasión especial, solo querían festejar que eran jóvenes y felices. —Kenny, ayúdame con esto —dijo Stan y él y Wendy llevaron a Kenny a un rincón; mientras que Tolkien y Nicole empezaron a despejar la azotea. Aunque estaban algo ebrios, todavía eran lo suficientemente sensatos como para asegurarse de quitar cualquier objeto inflamable. Aún apoyado en la barandilla y con las mejillas encendidas, Butters observó a Wendy y Stan susurrándole algo a Kenny. Fuera lo que fuese, parecía importante, pero la distancia, la oscuridad y lo rápido que hablaba Stan hicieron imposible que Butters los escuchara o siquiera pudiera leerles los labios. —¿Estás bien? —Tweek también se apoyó en la barandilla y le sonrió con un gesto amable, aunque con un toque de lástima. Butters ladeó la cabeza. Era la tercera vez que escuchaba esa pregunta, y se preguntó si tal vez se había perdido de algo y en realidad no debería sentirse bien. Aun así, asintió y bajó la mirada. El suelo de la azotea estaba sucio de tierra y la pintura impermeable estaba cuarteada. Craig chasqueó la lengua. —Déjalo, Tweek. No veo por qué debería sentirse mal. Es más, seguro está muy orgulloso de sí mismo. —¡Craig! —lo reprendió Tweek. Butters miró a Craig solo para ver su ceño fruncido y los labios ligeramente apretados. Butters había estado tan preocupado por Kenny que apenas ahora se daba cuenta de que su cabello estaba desordenado y su ropa hecha un desastre. La mirada juzgadora de Craig resultaba particularmente atrevida. Después de todo, él y Butters apenas eran conocidos; su único amigo real era Tweek. Aun así, Butters no lo enfrentó. Solo se encogió, lo que hizo que Craig entrecerrara los ojos, aunque, como Tweek le pidió, no volvió a abrir la boca. Todos sabían que Tweek y Craig eran novios desde cuarto grado y que prácticamente eran almas gemelas. Sus padres eran tan comprensivos, que probablemente nunca tuvieron que recurrir a tener sexo en una azotea sucia, pero no todos podían permitirse ese lujo. Butters necesitaba aprovechar cualquier oportunidad que tuviera, sin importar lo poco romántico o vergonzoso que resultara. —¡Chicos! ¡Vengan, ya estamos listos! —Nicole llamó la atención de todos porque ella y Tolkien por fin habían terminado de preparar todo y estaban listos para encender el primer fuego artificial. Después de ver la reacción de Craig, Butters notó que Nicole y Tolkien también le dedicaban sonrisas forzadas. Incluso Stan y Wendy le lanzaban miradas de reojo, haciéndolo sentir cada vez más incómodo. Aunque creía que Craig estaba equivocado, parecía que todos pensaban que tener un encuentro rápido en una azotea era algo vergonzoso y Butters no estaba tan avergonzado como supuestamente debía estarlo. Quería hablar con Kenny, pero abrumado por todos, decidió que era mejor ir a la puerta y las escaleras. Solo había bajado un par de peldaños cuando la voz de Kenny lo detuvo. —Leo. ¿A dónde vas? Se volvió para mirar a Kenny. Sus ojos brillaban intensamente, como dos pedazos de cristal reflejando la poca luz que había en esas escaleras. —Abajo —señaló en esa dirección—. Tengo algo de frío; creo que dejé mi abrigo en la sala. Kenny apretó los labios y entonces se oyó la voz de Stan. —¡Kenny! ¡Kenny, ven aquí! Kenny miró hacia donde venía la voz y luego a Butters. —¿Vas a volver? —Ah —Butters se mordió la parte interna de la mejilla. No quería decirle a Kenny cómo las reacciones de todos lo hacían sentir incómodo. Eso significaría reconocer su momento en la azotea, el cual, gracias al juicio de los demás, ahora lo hacía sentir avergonzado. Necesitaba algo de tiempo para procesarlo todo—. No, no creo. Le prometí a Eric que nos iríamos juntos. Tengo que encontrarlo, ya es tarde. —Claro, está bien —Kenny se enderezó, y cuando volvió a hablar, su voz sonó tensa—. Nos vemos luego. —Sí, luego —Butters bajó otro escalón, sintiendo un frío repentino en el pecho que no tenía nada que ver con la temperatura exterior, pero se detuvo de nuevo. Esta vez porque Kenny le agarró del brazo. —Ken, ¿qué…? —Lo siento —soltó Kenny de repente—. No debí besarte. Quiero que sepas que eres mi amigo, uno de mis mejores, y no quiero que nuestra relación cambie por un error mío. Butters oyó lo que decía Kenny, pero no lo entendía. Las palabras entraban por sus oidos como una espiral, creando un torbellino en todo su ser, que le revolvía el estómago, el cerebro y el alma. Error. Kenny dijo que fue un error. Su error. Besar a Butters. Hacerlo acabar en medio de gemidos placer, fue un error. —De verdad, lo siento. Leo. La voz de Kenny sonaba desesperada, y al oírlo así, Butters se dio cuenta de que Kenny necesitaba que no se hiciera ilusiones. Kenny necesitaba dejar claro que lo ocurrido fue un hecho aislado y que, como un desliz, debía ser perdonado y olvidado. —Está bien. Entiendo. Entiendo. Butters no entendía nada; realmente creyó que Kenny correspondía a sus sentimientos. Había amor en sus besos. —Tengo que irme. Butters bajó otro escalón, obligando a Kenny a soltarlo. Necesitaba salir de ahí. Si se quedaba un segundo más, probablemente se echaría a llorar en las escaleras. —Leo, ¿nada va a cambiar entre nosotros? Había tanta esperanza en la voz de Kenny que Butters tuvo que apretar los labios para no soltar un sollozo. Si eso hubiera ocurrido unos diez años después, Butters probablemente le habría dado un puñetazo con el puño cerrado. Pero en ese momento, solo se concentró en asegurarse de que sus labios no temblaran. ¿Qué clase de petición era esa? Tenía los boxers empapados de semen, y Kenny le decía que nada tenía que cambiar. —Nada tiene que cambiar, sí. Está bien. Lo entiendo. Butters no tenía idea de cómo logró articular esas palabras, pero le sonaron ajenas, y entonces, terminó de bajar las escaleras. Butters se despertó con la respiración entrecortada, las mejillas empapadas de lágrimas. La realización lo golpeó con fuerza: eso realmente había ocurrido años atrás. Fue algo que simplemente aceptó y por lo que nunca fue consolado. Lloró hasta que sus ojos hinchados le ardieron, incapaz de soltar otra lágrima. El vacío de la casa lo ahogaba, el silencio amplificaba la oscuridad. Habían pasado horas… no, años. Doce años, para ser exactos, y aún nadie había venido a consolarlo. Tomó su teléfono, y sin importarle que eran las cuatro de la madrugada, le escribió a Eric.                   [Lo siento ]>                   [No estés enojado conmigo]>                   [Iré a tu fiesta]> Pero no era que simplemente se hubiera rendido. ¿Por qué tenía que ser él quien aún se sintiera así? Kenny, Kyle, Stan, todos en la universidad lo habían herido tanto que lo convirtieron en esta bola patética de emociones y autodesprecio. Él no había hecho nada malo; no merecía que lo trataran así. Él no merecía este futuro. Los demás sí.
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