ID de la obra: 1183

Ahogaré mis penas en rock | Sako Kota

Slash
NC-17
En progreso
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 21 páginas, 7.601 palabras, 6 capítulos
Descripción:
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3: Amar, en pasado

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La música sonaba, pero era como si Sako no la escuchara. Su mente volaba a mil kilómetros de allí, y en ese momento solo podía concentrarse en los recuerdos. La voz de Biel llenaba el ambiente, la melodía nostálgica invitaba a perderse en un bucle de sentimientos hace tiempo sellados. Y Sako era débil ante esa voz, ante esos acordes, no podía con la sensación de tener a Biel cerca y en realidad tan lejos. Podría decir que se arrepentía de haberle dejado hace años, pero lo cierto es que Sako estaba seguro de que fue la mejor decisión en ese momento, aunque sí se arrepiente de las formas en que lo hizo, en medio de una discusión y sin meditarlo bien. No obstante, decir que fue un error terminar con la decisión sería mentir porque Sako era consciente de que solo se autodestruían. Y Sako nunca quiso destruir a quien amaba, pero las circunstancias fueron así. Los celos, la inseguridad, todo el miedo con el que cargaba… todo eso convirtió lo que alguna vez fue bonito en algo tóxico. Porque ni él ni Biel estaban preparados para afrontar la relación de forma madura, porque eran dos adolescentes que a penas entendían sus sentimientos. Así con la única compañía de una bebida energética de sabor a cereza, Sako meditaba sobre su relación pasada y con eso su corazón comenzaba a sentirse agrietado, amenazando con romperse otra vez. Se arrepentía de abandonar a Biel, porque en cierto modo es lo que hizo. Pero siendo honesto consigo mismo: no sabía cómo mantener la relación, no sabía cómo arreglar el caos. Y sobre todo temía que el amor se convirtiera en odio o algo peor. Por eso se fue, por eso tomó esa decisión que, si bien no pensó correctamente, era lo que tenía que hacer. Sako no puede negar que el mundo dejó de tener sabor en el momento que dejó de tener a Biel a su lado. Amar a Biel dolía, pero ese dolor era vida. Y ahora estaba vacío, dividido entre un sentimiento del pasado y un presente que lo ahoga. En ese momento Sako sintió una patita peluda golpear su hombro. Era Queso, su gato gris, el mejor compañero que podría tener. Queso con sus suaves maullidos tenía el poder de hacer a Sako olvidar todo. Y el chico lo agradecía porque a veces odiaba su mente. … Después de dar la comida a Queso y asegurarse de que tuviera agua, además de darle una dosis generosa de caricias, Sako decidió que era momento de salir un poco, de despejar la mente fuera de las cuatro paredes que conforman su piso. La vida adulta era algo que te engullía las entrañas. Llenándote de estrés y expectativas que casi nunca se alcanzan. Era casi más difícil vivir ahora que cuando era adolescente o niño. Aunque Sako le daba puntos a la adultez por ser una etapa de más estabilidad emocional, a medias. Seguía sintiéndose como un adolescente muchas veces. Solo tenía 23 años, era lógico que no entendiera cómo funciona realmente la vida. Pero al menos tenía un trabajo a media jornada y estudiaba química en la universidad. No es que ser científico químico fuera su pasión, probablemente acabaría dando clases de química en el mejor de los casos. Solo era algo que se le daba bien. Sako no solía complicarse demasiado. Excepto con los sentimientos, ahí sí se complicaba. Cerró la puerta del piso con llave y se fue rumbo a la casa de Hiragi, donde sabía que encontraría también a Kaji e Inugami. Era increíble cómo Hiragi parecía adoptar discípulos allá donde fuera. Alguna vez Sako fue también de los que seguía a Hiragi, aún lo era. Incluso si en sus días de pandillero eligió un camino diferente, nunca dejó de seguir los ideales de Hiragi. Sako tarareó distraídamente una canción, no una cualquiera, la que cantaba Biel con ese corazón roto que poseía. “The last night, I never knew it was the last. It burns in my chest like lava that corrodes everything good. What we were, you and I, burns inside”. (La última noche, nunca supe que era la última. Arde en el pecho como lava que corroe todo lo bueno. Lo que éramos tú y yo quema dentro). El corazón de Sako latió con fuerza desmedida al darse cuenta de lo que estaba cantando. ¿Qué derecho tenía Biel a clavarse en su piel? Se metía entre los pliegues y en su mente, envenenando todo con un dulce elíxir. Le gustaba. Mierda. Era imposible de superar algo a lo que no se le dio reposo. Biel se clavaba en Sako sin siquiera estar presente, solo con su voz y el eco que dejaba después, ese rastro invisible, pero sintiente. Llegó al piso de Hiragi como quien llega de librar una gran batalla. Insultándose a sí mismo en su interior por ser tan débil ante alguien que no volverá a ver nunca, alguien que jamás le daría una oportunidad nuevamente. Tocó el timbre y esperó a que su amigo abriera. — Hola Sako. — Saludó Hiragi al abrir la puerta, se hizo a un lado dejando que el otro entrara. Sako saludó con un gesto de cabeza. No quería ser descortés, pero su mente estaba en otra realidad donde solo existía Biel. El recuerdo de un joven herido que lo miraba con esos ojos grises casi plateados cargados de dolor. La bilis subió por su garganta, pero se obligó a mantenerse firme y fuerte. No haría un espectáculo por sentir nostalgia. No se permitiría caer. Hiragi le dio una palmada en la espalda, una forma de brindarle algo de ánimo a su amigo. Llegaron al salón, allí estaban Kaji, Inugami, Kusumi y Enomoto jugando a las cartas. Sako se sentó a mirar cómo jugaban, aunque no estaba prestando realmente atención. — Te ves como si te hubiera atropellado un tren. — Dijo Inugami sin malicia, solo observando el estado lamentable de su amigo. Sako chasqueó la lengua. Odiaba que fuera tan evidente que estaba mal. — Sí, pareces un cachorro al que han quitado su juguete favorito. — Añadió Kaji. Los hombros de Sako cayeron. Se sentía derrotado y ni siquiera podía negar que se sentía mal, que se veía mal, que todo estaba mal cuando hace días todo estaba normal. Pero que estuviera normal, que siguiera con su vida, no significaba que antes estuviera bien. Biel es un capítulo de su vida que nunca superó. — Lo que sea, no negaré que no estoy del todo bien. — Murmuró Sako. Hiragi tomó asiento a su lado, ofreciéndole una bebida importada de sabor caramelo y chocolate. A Sako le encantaba el dulce así que era un modo de animarlo. — Si es por lo que creo… es evidente que él tampoco te ha superado. — Dijo Hiragi con voz suave, como si le hablara a un niño herido. Sako levantó la vista hacia Hiragi. — ¿Por qué crees eso? Es obvio que Biel siguió adelante, ahora es exitoso y puede tener a quien quiera. — La voz de Sako sonaba rota. —¿Y qué? Siguió adelante, pero cada una de sus canciones es como si hablara de ti, como si le cantara a lo que tuvisteis. — Dijo Hiragi. — Que hayan pasado cinco años y que él haya avanzado en sus sueños, no significa que te haya superado. Y, de todos modos, si aún lo quieres, tal vez deberías buscarlo. — Añadió. Sako sintió un dolor punzante en la sien. — No puedo hacer eso. Sería absurdo. — Murmuró, no queriendo escucharse a sí mismo. Sus amigos siguieron hablando, jugando, riendo. Mientras Sako se sentía en aguas turbias, sin saber cómo deshacerse de sus sentimientos. Su error fue creer que lo había superado cuando realmente nunca afrontó la ruptura. Solo cerró el capítulo como quien quiere ignorarlo, hacer como que nunca existió. … El mundo al borde del abismo podría resultar abrumador, incluso dar pánico. Biel lo veía todo como un esquema diferente, como si lo aterrador le diera vida. Las emociones intensas era lo que le daban sentido a existir. Su primer concierto se acercaba. La fecha que decidiría su carrera. Sus canciones sonaban en todas partes, se estaba convirtiendo en alguien que muchos admiraban por su talento. La banda estaba feliz incluso si Biel aún no se sentía a gusto con Kaori. Ares era el ancla para Biel. Pero se sentía vacío y ya no sabía cómo llenarse. Sabía exactamente lo que le faltaba, pero ni podía ni quería reconocerlo. No se puede volver hacia atrás. Nunca se puede. Y Biel no es de esos que aprendieron a olvidar. No. Él seguía mirando a las estrellas pidiendo deseos inútiles. ¿De qué le servía la esperanza? Era obvio que no era suficiente cuánto avanzara, nunca podría olvidar que una vez amó a alguien, y que, en algún modo, lo sigue amando. Se sentía como cristales clavados en sus vísceras. Pero esa noche se durmió otra vez solo, con lágrimas secándose en sus mejillas y una canción a medio escribir.
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