4: Primer amor
13 de octubre de 2025, 23:10
Estaba en la azotea del edificio de la discográfica. Biel estaba con los nervios a flor de piel. Como si su cuerpo le avisara de que no podía seguir así.
Otro ensayo había ido mal. Kaori, con su sonrisa sarcástica y sus comentarios hostiles otra vez. Solo que Biel está vez la insultó, la dejó a la altura de una alfombra.
“Solo eres un oportunista con voz mediocre y cara bonita”.Fue la frase dicha por la teclista que lo llevó al límite.
Ares tuvo que intervenir y sacarlo de ahí antes de que la discusión escalara más.
La odiaba. O solo eran sus sentimientos desbocándose en un sentido erróneo.
El silencio de la azotea, el viento despeinando su cabello gris, el sol tenue acariciando su piel. Era algo que le otorgaba un poco de paz, aunque su corazón aún hervía en ira.
Los pasos de alguien acercándose resonaron sobre el suelo de cemento.
Su agente se quedó de pie a su lado. Unos minutos que se sintieron eternos en silencio.
— Eres un mocoso problemático. ¿Sabes?— Dijo el agente con cansancio, cómo quién está luchando contra un niño que no aprende.
Biel resopló fastidiado. — ¿Algo que no sepa, Mitt?— dijo con sarcasmo.
Le importaba una mierda ser respetuoso en ese momento. Le da igual estar jugándose su futuro porque era lo de siempre.
— Debes tener autocontrol. Ya no eres un niño, eres un adulto. — Dijo Mitt, el hombre con traje y mirada severa con un tono resignado.
Biel le devolvió la mirada, sus ojos grises brillando con diversión. Porque no era la primera vez que se enfrentaba a una de estas charlas de su agente, y le resultaban de todo menos útiles.
— Lo sé. — Dijo con tono aburrido.
— Biel, hablo en serio. La discográfica está harta de tus conflictos tontos con Kaori, de tus escándalos cuando solo acabas de hacer tu debut. — El tono de Mitt se volvió aún más serio.
— Y otra vez: lo sé.— Dijo sin emoción Biel.
El hombre suspiró y sacó un cigarro de su cajetilla, comenzando a fumar con elegancia que Biel no sabía de dónde sacaba el tipo.
— Tienes que mejorar tu actitud. — Dijo finalmente como una sentencia, aunque ambos sabían que eso no sería fácil, ni siquiera posible.
— Como sea. Todos veis que el problema soy yo, pero nadie para a Kaori cuando dice comentarios que no debería, y mis conductas solo me afectan a mí. — replicó Biel con molestia.
Mitt dio otra calada deliberadamente despacio. — Deja de quejarte, no eres la víctima aquí. Eres el líder de una banda de rock que busca triunfar, y tu actitud puede ser su palo en las ruedas. — Dijo con severidad pisando la colilla.
Biel soltó todo el aire que no sabía que estaba reteniendo. Quería vaciar su cabeza como vaciaba sus pulmones.
Mitt le dedicó una última mirada antes de irse y dejando a Biel solo en la azotea.
Biel quería gritar, pero no lo hizo. No tenía sentido hacer una escena que nadie vería y que nadie entendería. Porque si alguien está roto no sirve con ponerle tiritas que no resolverán nada.
Su cabello se enredaba movido por el viento. Comenzaba a anochecer, otro día perdido en algo que no estaba seguro de que fuera lo correcto.
Amaba la música. Amaba escribir y componer. ¿Entonces por qué era tan difícil sentirse completo? ¿Por qué no podía sentirse satisfecho y encontraba un motivo para discrepar todo el tiempo?
Suspiró. Con cansancio. Con decepción sobre sí mismo. Se sentía tan aplastado con esa colilla solitaria y abandonada, él era un desastre y no sabía cómo hacer que no se le fuera de las manos.
La manera en que eligió sacar su frustración se le anudaba en las cuerdas vocales, le presionaba el diafragma y le obligaba a seguir cantando, seguir escribiendo, seguir vomitando sus sentimientos con tinta sobre el papel.
Y sentía que eso era una mierda. Porque ya no se sentía dueño de sus sentimientos. Se adueñaba de él la sensación de que todo era un producto, un objeto que el marketing y las masas decidirían si era bueno y, aunque por ahora iba bien, no tenía ni idea de cómo sería mañana.
Ya no reconocía lo que era hacerlo bien o hacerlo mal. Había una línea muy delgada entre ser intenso y estar vendiendo su corazón. Y lo odiaba. Odiaba tanto sentir que estaba más cerca de la segunda opción.
…
Ares dejaba besos desenfrenados en la piel pálida de Biel. Ambos compartían este momento, entre caricias urgentes y mordiscos que revelaban una necesidad impaciente.
Biel se dejaba marcar, besar y poseer. Era la única manera en que podía olvidar la avalancha de pensamientos en su cabeza. El único momento en que se permitía perderse entre besos que saben a cigarro y caramelo.
Su cabello gris despeinado se enredaba en los dedos de Ares, tirando levemente de una manera placentera. Biel no lo pensaba, no lo cuestionaba en ese momento, la manera en que Ares llenaba parcialmente su vacío en momentos como ese. Solo se dejaba llevar.
Los ojos carmesíes de Ares lo miraban con adoración, con algo parecido al amor mientras lo poseía en su más carnal forma.
Biel se dejaba hacer, era como si realmente no estuviera en su cuerpo, y quizá no lo estaba, demasiado nublado por el alcohol y el embriagador sabor de los labios ajenos.
Danzaban juntos hasta el final. Ares lo tomaba todo de Biel mientras pudiera, era su egoísmo de quererlo solo para él durante el tiempo que le quedara, sabiendo que esto no sería eterno.
Biel acababa, como siempre, enredado en una neblina que no le permitía ver con claridad y que le hacía sentir más vivo que la claridad. Aferrado al cuerpo de Ares, a quien no debería estar usando como un escudo del mundo, pero que daba igual, a ambos les daba absolutamente igual.
Ares otorgaba caricias al cuerpo tembloroso de Biel, sabiendo que el peligris se abrumaba cada vez que se entregaba así.
Algunos lo llamarían trauma, otros lo llamarían no superar a tu ex. Biel solo sabía que cada vez que se entregaba a alguien que no fuera Kota Sako, se sentía un miserable traidor.
¿Pero quién iba a culparle? Todos los primeros pasos los dio con él, con Kota de su mano, alentándolo y sonriendo. Hasta que todo se volvió caos, dolor, algo que ya no se podía llamar amor.
Y Biel se odiaba a sí mismo porque el mayor culpable fue él. De alguna manera su indiferencia, su miedo al abandono, su forma hostil de reaccionar, la forma en que no apagaba el fuego, sino que lo avivaba más.
Ares dejó un beso en la frente de Biel, sabiendo exactamente lo que este pensaba. No podía borrar la marca que dejó Kota. No podía dar marcha atrás en el tiempo y ser él la persona importante para Biel. Las cosas no funcionaban así, pero quería ser ese compañero cómplice siempre que Biel lo necesitara.
El camino que habían elegido no era el más fácil. Probablemente no existía en este mundo un camino completamente fácil, y de existir, sería aburrido para ellos.
Ares tarareó una canción mientras Biel se relajaba con la cabeza apoyada en el pecho contrario escuchando los latidos de su compañero. Y por un momento solo fueron ellos dos, aunque sabían que no sería así siempre y que ni siquiera eran lo que necesitaban.
Biel cerró los ojos, intentando evadir el dolor que amenazaba con regresar. No podía evitarlo para siempre, era consciente, pero no quería ver la realidad de que ya no tenía a Kota Sako consigo, que ya no podía verlo que, aunque quisiera, no tenía el valor.
Era un cobarde. Escondiéndose en las palabras de alguien más, en los brazos de alguien más, en los besos que anhelaba que fueran de Kota, pero nunca podrían volver a serlo, aferrándose a una vida que no era la que realmente quería.
Era solo la vida que le tocaba vivir, a la que se había acostumbrado. Biel era las ruinas, aquello que quedaba de algo que alguna vez relució y a ahora es opaco.
…
Sako, asomado a la ventana de su habitación con Queso dando vueltas por allí, se sentía inquieto.
Miraba el cielo pensando que ese era el mismo cielo que Biel estaría mirando, si es que él estaba en algún lado haciendo la misma tontería melancólica que él. Lo dudaba, pero la esperanza era lo último que moría.
Echaba de menos cómo Biel pronunciaba su nombre “Kota” con un acento que sin duda no era de Japón. Echaba de menos cuando Biel tenía esos “ataques de amor” y dejaba múltiples besos en sus mejillas. La manera en que compartían gusto por el dulce, en que enredaba sus manos con la suya, la manera en que le temblaban los dedos como si cada momento fuera el primero. Echaba de menos su sonrisa y que su voz solo le cantara a él.
Lo necesitaba.
Creía haberlo superado. Creyó que era más fuerte que el primer amor.Pero no lo fue, no cuando Biel seguía clavado en su piel, en su memoria y en la canción que no sale de su mente.
A veces deseaba buscarlo. Encarar al que alguna vez fue su todo. El motivo de sus alegrías, pero también de su llanto, de su molestia, de la ira y la tristeza.
¿Qué haría? Sentía que el tiempo se le escapaba de las manos, que se iba y la oportunidad ya no regresaría.
Pura ingenuidad pensar que tenía una oportunidad. Probablemente ya había sido enterrado en la memoria de Biel. Quizá no importaba y sus canciones solo eran un modo de venganza. No lo sabía y Kota no quería saberlo.
Tenía tanto miedo.
El primer amor es ese que te exprime, que te descoloca y que te deja la vida hecha un lío cuando se va.
Biel no se fue. O sí. No lo sabría decir. Kota decidió acabar con la relación, pero fue Biel quien eligió cortar todo contacto, quien huyó sin decir más, sin un “adiós”.
Así que el primer amor era un ruido sordo que le taladraba los tímpanos. Eso que aprieta y sí ahoga. Eso que cuando se va deja el peso de su ausencia y regresa cuando menos lo esperas para poner todo patas arriba.
Sako lo odiaba. Odiaba la sensación de necesitar a Biel, de necesitar a un recuerdo, a un fantasma.
Hiragi alimentaba la esperanza, diciendo que si lo hubiera superado Biel no escribiría ese tipo de canciones. Y Hiragi conocía bien a ambos, o al menos alguna vez lo hizo en lo que a Biel se refiere.
Pero para Kota Sako todo eso eran suposiciones, hipótesis que probablemente serían erróneas.
Porque pensar en Biel regresando era una tortura por la esperanza que le creaba, pero también porque no sabría qué decirle si eso pasaba. Kota no sabría afrontar la situación, se moriría en un instante.
Se moriría por un beso de Biel. Por una caricia, por una mirada. Se moriría en cada sonido, en su voz llamándolo. Se moriría por él. Y también elegiría vivir por Biel, y no sobrevivir en una vida monótona como hasta ahora.
Sako sabía que se agarraba a un sueño, a una idea. Sabía que seguramente nada era posible ya. Y aún así, se permitió soñar mientras el líquido de su bebida pasaba por su garganta y seguía mirando el cielo nocturno con sus ojos avellana.
Podría no tener la fortaleza para ir por Biel. No tenía la valentía que se necesitaba, tenía demasiado miedo de perder su última esperanza. Porque si Biel se reía en su cara, si lo rechazaba, no podría volver a levantarse.
Lo amaba tanto. Aún lo amaba demasiado. Y eso le asustaba porque Biel se colaba en sus entrañas y hacía temblar su interior, su mundo por completo temblaba con la sola idea de volverlo a encontrar.
El corazón quiere lo que quiere y eso Sako lo tenía más que claro.