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13 de octubre de 2025, 23:02
Fuegos artificiales.
Tan hermosos y brillantes en el cielo nocturno. Eran la obsesión de Takiishi. Qué brillaran más, que destacaran más, que los colores se mezclaran en lo alto. Más alto.
Pero nunca era suficiente. Porque Takiishi sentía vacío. Nada captaba su atención. Se dejaba cuidar por Endo aunque no dudaba en golpearlo si se entrometía en sus planes.
Y luego estaba Arin. Ese chico que volvía loco a Takiishi sin siquiera proponérselo. Y era irritante. Porque Takiishi no necesitaba a nadie y, sin embargo, anhelaba a Arin.
Quería verlo retorcerse bajo su dominio. Y quería doblegar su voluntad. Quería convertir a Arin en su juguete. Tal vez en algo más.
Era un sentimiento insano. Un sentimiento que se apoderaba de Takiishi y le hacía imposible controlarse. Y aún así, no era capaz de tomar lo que consideraba suyo.
No era capaz de verbalizar lo que quiere.
Siempre en ese silencio tenso. Siempre en ese secreto, en esa verdad velada.
Notaba el deseo de Arin. Lo notaba en esos ojos oscuros. Lo notaba en las pupilas dilatadas. Lo notaba al ver a Arin contenerse. Al verlo morder su labio inferior. Takiishi era consciente del sentimiento reprimido en Arin, porque lo sentía en carne propia.
Arin era una tentación y ni siquiera se daba cuenta. No era consciente del efecto que causaba en Takiishi. Y para Takiishi todo era parte de una enredadera de sentimientos que no lograba comprender del todo.
Chika Takiishi no se dejaba deslumbrar por nadie. ¿Pero qué pasa cuando alguien brilla sin siquiera intentarlo? ¿Qué ocurre cuando en medio de la oscuridad Arin brilla como un faro? Takiishi quiere consumirlo, apagarlo y moldearlo.
Si juegas con fuego te puedes quemar y el problema es que a Chika Takiishi nunca le dio miedo el fuego, que él es el mismo fuego.
— Parece que te has divertido, Chika. — La voz de Endo tras de él lo hizo regresar a la realidad aplastante.
Los fuegos artificiales aun explotaban en el cielo. Endo, como siempre, veía maravillado a Chika, casi con ojos de amor: un amor febril y desmesurado. Una obviedad para todos menos para Chika Takiishi.
O tal vez solo no le importaba.
Y a Endo Yamato no le importaba no importarle.
…
Un rey siempre va a necesitar a alguien que mantenga la cordura, alguien que sea su fortaleza. Y en esta historia hay dos reyes: Chika y Endo.
Arin es solo un peón: uno fuerte, que no se doblega, que entrega su voluntad a propósito. También uno obsesivo, enamorado y dispuesto a aceptar cualquier migaja, porque su fuerza y cordura se escapan en el momento que sus dos reyes están frente a él.
Podría decir que Arin les entregaría el corazón en bandeja de oro, que les mostraría todos sus secretos y mataría por ellos; y no sería exagerar. Sería una verdad absoluta, una sentencia velada, una condena que pagar.
Endo era el cerebro, el complaciente, siempre siguiendo los deseos de Takiishi sin siquiera cuestionárselo.
Takiishi era el rey absoluto, el fuego impredecible, la fuerza natural que arrasa con todo sin contemplaciones. ¿Quieres piedad? Suplica, no te la dará.
Y Arin encajaba ahí de una manera que nadie entendía. Desde fuera podría verse como que el peliazul era solo un esclavo a voluntad propia, un sirviente fiel. Era mucho más en realidad. Era algo que los otros dos necesitaban, incluso si no eran conscientes.
Y ahora, desde la azotea del edificio de apartamentos, Arin observaba los fuegos artificiales que sin duda eran obra de Takiishi. Y podía fantasear con ser esa chispa, esa explosión de colores causada por Chika.
…
La noche había caído completamente en la ciudad. Arin seguía en la azotea, disfrutando de la vista o pensando en mil cosas que nunca dirá. En cualquier caso, estaba allí.
Escuchó los pasos de dos personas acercándose detrás de él. No le dio importancia, no se inmutó: sabía quiénes eran.
— ¿Disfrutando la vista? — Dijo la voz que reconocía como la de Endo.
Arin se giró, levemente, solo para ver a Endo y Chika. Takiishi guardaba silencio, pero su mirada parecía hablar, casi gritar palabras encerradas, encadenadas.
Y las piernas de Arin parecían flaquear. Tuvo que tragar saliva con fuerza porque esa mirada era una jodida tentación. Porque Chika Takiishi era peligroso, una amenaza a su cordura.
— Solo necesitaba un momento entre la noche y yo. — Dijo Arin.
Regresó su vista al cielo. En parte era cierto, le gustaba la violencia y también los momentos de tranquilidad. Aunque, por sobretodo, le gustaba tener a estos dos hombres cerca, y nadie podía culparlo.
Chika se apoyó en el barandal de la azotea. Los músculos de sus brazos flexionándose al cruzarlos, gesto que no pasó desapercibido para Arin. Y, oh mierda, necesitaba que lo ahorcase con esas manos.
Su mente volaba rápidamente a pensamientos inapropiados, pero demasiado tarde para revocarlos.
Y a Endo, que no se le escapa nada, le parecía una situación divertida. Ver cómo Arin luchaba por controlar sus instintos y fracasaba de forma rotunda.
— Yo creo que necesitas algo más…carnal. No algo tan poético y etéreo. — Dijo Endo con una sonrisa maliciosa en su rostro.
Y Arin, acostumbrado a ese tipo de comentarios, lo ignoró. Aunque no pudo evitar esa sensación en sus entrañas, esa sensación que le pide, que exige, que se deje llevar, que rompa el juicio a sus emociones y se entregue de maneras dolorosas y satisfactorias al mismo tiempo.
Takiishi se mantenía en su silencio, expectante, haciendo una cuenta atrás en su mente.
¿Cuánto aguantaría Arin antes de ceder? Eso es lo que se preguntaban ambos hombres.