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19 de octubre de 2025, 7:13
Suo los hizo aparecer en el interior del templo que durante siglos fue su hogar. Sakura se dio cuenta del cambio de espacio, se vio maravillado por las luces tenues y las decoraciones japonesas tradicionales. No necesitó nada más que estar allí y mirar un poco para darse cuenta de que aquel era el templo que vio, pero por dentro.
No estaba loco, eso era un alivio. Pero Sakura tenía problemas más importantes que ese en este momento: estaba empapado por la lluvia y demasiado confuso con los acontecimientos recientes.
¡El ser era real! Bueno, estaba claro que Suo Hayato era real, la cosa era cómo explicaría que estaba cayendo en el juego de un espíritu, ser sobrenatural, qué demonios era Suo.
La risa melodiosa de Suo hizo que Sakura regresara de sus pensamientos.
— Eres tan hermoso cuando te quedas ensimismado en tus pensamientos. Adorable. — Dijo Suo dando un toquecito juguetón en la punta de la nariz de Sakura.
Y por supuesto que Sakura se sonrojó hasta las orejas. De nuevo ¿Esto era real? Porque parecía estar en un sueño febril, otra vez. Y de verdad que no tenía tiempo para bromas de mal gusto.
Que lo había estado esperando por siglos. Sonaba imposible, pero también era imposible teletransportarse y… lo habían hecho.
Suo chasqueó los dedos haciendo que la ropa mojada de Sakura fuera reemplazada en un suspiro por ropa seca, suave y muy acogedora.
Sakura abrió los ojos, asombrado por las capacidades de Suo. Debía admitir que era increíble todo lo que podía hacer.
Suo cambió su propia ropa con el mismo método y guio a Sakura hacia su habitación. Tenían mucho de lo que hablar, aunque ahora mismo Suo solo quería abrazar a su humano y estar acurrucados. Nada más.
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El tiempo pasaba lento, pero a la vez iba demasiado rápido, una incoherencia temporal que solo pasaba en el templo.
Mientras el tiempo para los humanos estaba pausado, Suo y Sakura pasaban momentos agradables en el interior del templo. Suo sabía de estas peculiaridades, de cómo con Sakura allí el tiempo iba a su favor, cómo el espíritu maligno custodiado bajo su parche dejaba de ser un incordio.
Y no era solo eso: las flores de cerezo florecían bajo temporadas que no eran la suya, las aves migratorias llegaban en épocas que no eran la usual, y Suo sabía que el mundo comenzaba a aceptar a su lord.
Porque Sakura Haruka sería el lord, el compañero de Suo por toda la eternidad. Y eso estaba escrito mucho antes de que alguno de los dos existiera.
Sakura sonreía, aunque aún fruncía el ceño ante las ocurrencias de Suo o se sonrojaba ante sus bromas, que no tenía claro que solo fueran bromas realmente.
Y Suo disfrutaba de todo lo que Sakura podía ofrecerle: su compañía, su sonrisa genuina cuando creía que Suo no miraba, la calidez de sus manos que se rozaban con las contrarias “accidentalmente”.
El tiempo no corría porque no había necesidad, porque entre ellos, en su burbuja, todo era posible y Sakura comenzaba a sentir un calor en su pecho que no entendía, pero que quería que estuviera ahí para siempre.
Se estaba sembrando la semilla del amor en ellos, no porque fuera destinado, sino porque realmente se complementaban.
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El maestro, ese hombre misterioso y que movía los hilos como quería. La vida misma iba a su antojo. Su promesa, tan bella como peligrosa. Había más de lo que cualquiera pudiera ver. Hayato no era cualquiera, era el gran Suo Hayato, guardián de un dragón malvado, aunque sonara a cuento infantil. Por lo tanto, sabía que ninguna bendición viene sin más.
Su maestro estaba de su lado, pero jugaba con las vidas.
Pero Suo lo sabía, que la llegada de Sakura no iba a sentar bien a todos, que no sería fácil y que, a pesar de que su maestro dijo que era el humano que le habían prometido a Suo, Suo no lo creía tan fácil.
Porque es su Haruka, lucharía por tenerlo a su lado todos los siglos restantes de este insípido mundo.