ID de la obra: 1269

La Fuerza de una Princesa

Gen
PG-13
Finalizada
0
Fandom:
Tamaño:
114 páginas, 41.772 palabras, 12 capítulos
Descripción:
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7. Alegrías y Tristezas II

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Buenas tardes: Les dejo el capítulo 7, donde veremos más complicaciones para la pobre de Izayoi. Gracias por su tiempo y por sus comentarios, me hacen feliz. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia por gusto y diversión.

***

Capítulo 7: Alegrías y Tristezas II Cuando se tiene un hijo, se reciben muchas alegrías y bastantes disgustos. Para Izayoi, el tiempo sigue pasando y las mortificaciones van en aumento.

*~*~*~*~ Transformación ~*~*~*~*

Pasaron algunos meses, InuYasha había cumplido dos años y ahora estaba entrando a la etapa de rebeldía, como todo niño de su edad. Izayoi, Nori y Myoga ya estaban familiarizados con los cambios mensuales del chiquillo, cada luna nueva se transformaba en humano. Esto no era un inconveniente, ya que, por lo regular, siempre estaba dormido y no se percataba de su metamorfosis. Ahora, con lo que tenían que lidiar, era con los berrinches del pequeño. Se había vuelto posesivo con sus juguetes y a veces discutía con Imari para ver quién jugaba con el muñeco de trapo con forma de caballo, o si no, competían para ver quién lanzaba más lejos la pelota. Ambos niños habían estado conviviendo desde que sus madres se conocieron e iniciaron su amistad en la colina. La pequeña era tan activa e impulsiva como él, por lo que InuYasha tenía en ella a la hermanita perfecta. Sin embargo, algo extraño había comenzado a manifestarse en el mestizo, algo que provenía de su interior y que tenía relación con la herencia genética de su padre. —¡Es mío! — alzó la voz InuYasha. —¡No es cierto! — replicó Imari, enseñándole la lengua, para luego irse corriendo por el patio, arrastrando el muñeco con forma de equino. —¡No me alcanzas, no me alcanzas! — Esto provocó el enojo del niño. —¡Dámelo! — gritó, empezando a perseguir a su compañera de juegos. Corriendo de un lado a otro por el patio, la niña parecía tener más agilidad y no dejaba de mostrarle la lengua a InuYasha. De pronto, éste se agachó y, tomando impulso, saltó hacia adelante con el brazo estirado, logrando atrapar el pie de Imari. La niña cayó al suave pasto con todo y juguete, pero, en vez de ponerse a llorar, se levantó sorprendida. —¿Cómo hiciste eso?, ¿Cómo saltaste tanto? — preguntó intrigada. InuYasha estaba apenas a un metro de ella, en cuclillas. No contestó y empezó a gruñirle, al mismo tiempo que le enseñaba los pequeños dientes. Avanzó hacia ella en sus cuatro extremidades, sin dejar de hacer el sonido gutural, mientras que sus ojos cambiaban a un tono rojizo brevemente. —¿Qué te pasa InuYasha?, ¿Por qué me gruñes? — preguntó la niña, retrocediendo con miedo. De pronto, se escuchó el grito de Imari y después su llanto. De la casa salieron rápidamente las dos mujeres, corriendo hacia el patio. Entonces vieron la extraña escena: La niña estaba de rodillas, sujetándose el brazo izquierdo con una mano y llorando desconsoladamente. El niño permanecía sentado frente a ella, con cara de terror, sin comprender lo que estaba ocurriendo. El muñeco de trapo yacía en el suelo, con parte del relleno esparcido sobre la hierba. —¿Qué sucede aquí? — cuestionó Izayoi. —Imari, dime por qué lloras— solicitó la otra mujer, acercándose a su hija. La pequeña señaló al mestizo. —¡Me arañó porque no le presté el caballo! — dijo entre lágrimas. Kazumi hizo un gesto de extrañeza y volteó a ver a InuYasha, dándose cuenta que el niño tenía las uñas más largas de lo normal. Bajó la vista y vio el juguete, la tela parecía cortada con algo filoso. Tomó el brazo de la niña y revisó la herida. Afortunadamente, sólo había sido un rasguño superficial, no había sangre, pero sí estaba irritada la piel. El muñeco de trapo evitó que fuera mayor el daño. —Izayoi, mira las manos de tu hijo— indicó Kazumi. La princesa observó las pequeñas garras, estaban muy crecidas. —InuYasha, ¿Tú arañaste a Imari? — cuestionó preocupada, mientras lo ayudaba a levantarse. El niño se veía agitado y asustado. —¡Mami… yo no… yo sólo quería…! — intentó contestar. Entonces comenzó a llorar también. Izayoi suspiró y lo abrazó, tendría que consultar nuevamente a Myoga. —Lo lamento Kazumi, InuYasha no tenía intención de lastimar a tu hija, perdón por esto, perdón Imari, no sé qué sucedió, voy a hablar con él— se disculpó, haciendo una reverencia. —Está bien Izayoi, yo entiendo. Nos retiramos, voy a curarle el rasguño, hasta mañana— habló Kazumi, cargando a su hija y dirigiéndose a la salida. … Momentos después. —¿Por qué lo hiciste?, dime la verdad— pidió Izayoi a su hijo. El niño tenía la mirada agachada y movía nerviosamente uno de sus pies en círculos. —Por favor InuYasha, explícame qué sucedió— insistió. Un momento de silencio, después el niño alzó levemente la cara. —Yo… quería… mi caballo— murmuró. —¿Te enojaste sólo por eso?, no entiendo el motivo, tú siempre le prestas tus juguetes a Imari y ella te presta los suyos— aclaró la princesa. —¿Dijo algo que te molestara? — El pequeño sólo movió la cabeza en gesto de negación. —¿Te agrada Imari?, ¿Te gusta jugar con ella? — interrogó nuevamente. Otra vez InuYasha movió la cabeza, ahora en afirmación. —Imari me agrada, la mamá de Imari también— reveló con voz clara. Izayoi se arrodilló frente a su hijo y con suavidad tomó su barbilla para que la mirase a los ojos. —Escucha InuYasha, ya te he dicho que tú eres un niño especial que tiene habilidades que otros no, ¿Cierto? — habló con firmeza. El niño asintió. —Bien, entonces debes entender que a veces todos nos podemos enojar. Podemos hacer gestos, gritar, patear el suelo y otras cosas. Pero lo que no debemos hacer, es agredir a otras personas sin motivo aparente y mucho menos si son nuestros amigos o amigas— explicó, sin dejar de mirar al niño. —Tú no querías lastimar a Imari, ¿Verdad? — Gesto de negación. —Ella también te aprecia y sé que no te guardará rencor por lo de hace rato. Pero tú debes prometer que no volverás a comportarte así— exhortó la mujer. —Yo quiero a Imari, me gusta jugar con ella— indicó el mestizo. —Entonces, que te parece si vamos a su casa y le llevamos unas manzanas para que te puedas disculpar— dijo Izayoi con una sonrisa. Tomó una canasta de la mesa contigua y se la entregó a su hijo para recoger la fruta. No era necesario hacer una tormenta en un vaso de agua por esta situación, la cual sólo fue un incidente involuntario. Más tarde, se dirigían al hogar de Kazumi e Imari. … Un par de días después. —La niña me dijo que, luego de que saltó para alcanzarla, le crecieron las uñas y los ojos se le pusieron rojos— explicó Izayoi. Myoga escuchaba en silencio. Apenas había regresado de visitar a un amigo e inmediatamente la princesa lo buscó para platicarle lo sucedido con InuYasha. —Vaya, suena realmente preocupante, pero es necesario que yo vea su comportamiento para tener más información— dijo el pequeño demonio. —Esto tiene que ver con su padre seguramente— mencionó la princesa con gesto de aprensión. —Tal vez tenga razón mi señora, es probable que la sangre de demonio esté despertando en él— asintió con seriedad. —Pero no debemos dar nada por hecho, esperemos un poco más y observemos— finalizó.

*~*~*~*~ Manto Rojo ~*~*~*~*

Una semana después. Ya atardecía, madre e hijo se encontraban en su colina favorita. Era otoño y los ocasos del sol teñían el cielo de colores cada tarde. —InuYasha, deja de correr tanto, recuerda que hay piedras filosas ocultas entre las hierbas— pidió la mujer. —Pero mamá, quiero seguir jugando— reprochó el niño. —Ya tenemos que volver. — —¡No quiero! — se expresó disgustado, al mismo tiempo que corría hacia un gran roble. Empezó a trepar con rapidez, asustando a Izayoi, quien se aproximó al árbol. —¡Baja inmediatamente de ahí, es peligroso! — alzó la voz, imperativa. El niño la ignoró y siguió escalando a través de las ramas. La mujer siguió pidiendo su atención sin éxito, hasta que se hartó. —¡InuYasha, si no obedeces, te voy a castigar! — amenazó. Entonces, gritó de pavor al ver que su hijo saltaba al vacío. No obstante, el chiquillo cayó al suelo en sus cuatro extremidades con sorprendente agilidad. Se levantó y sacudió sus manos como si nada hubiera pasado. El castigo no se hizo esperar, presentándose como un tirón en su oreja izquierda. —¡¿Qué crees que estás haciendo?, eso fue muy arriesgado! — reclamó la madre, al tiempo que lo sujetaba. —¡Nunca me dejas hacer nada! — respondió con enojo, manoteando hacia ella, berreando con más fuerza. —¡Pudiste haberte lastimado, no debes subir a los árboles así nada más, podría haber animales peligrosos! — regañó, tomándolo ahora de los hombros. —¡Eres mala! — exclamó con ira, agitándose para soltarse. De repente, algo cambió bruscamente en él. Comenzó a gruñir y su gesto se volvió feroz, mientras la sombra de dos marcas aserradas aparecía en ambas mejillas. Izayoi abrió desmesuradamente los ojos y un espasmo comprimió su estómago al ver la transformación de su hijo. —¡InuYasha, contrólate! — intentó apaciguarlo. Inmediatamente sintió un terrible dolor en los brazos, al mismo tiempo que veía como sus ojos dorados se entintaban de rojo brillante. El chiquillo estaba clavándole sus pequeñas garras y el filo era tal, que ya había cortado las capas de los kimonos que usaba. La sangre empezó a manchar la tela. —¡Basta! — gritó. El niño entró en frenesí y sus colmillos crecieron. En el momento en que trató de morderle una mano a su madre, se escuchó el sonido seco de una bofetada. InuYasha quedó con el rostro volteado, resoplando de ira y con la mirada perdida en la nada. Eso fue suficiente para hacerlo volver, no obstante, algo en su interior había despertado, un lado salvaje que intentaría someter y vencer a la parte racional. La mujer soltó al niño, sorprendida por su propia reacción. —Hijo… yo… — quiso hablar. El mestizo se apartó de ella y comenzó a correr rumbo al pueblo. La princesa fue tras él, pero era demasiado rápido y lo perdió de vista entre los matorrales colina abajo. Cayó de rodillas, llorando por el tremendo golpe emocional. —¿Qué está sucediendo?… InuTaisho, ayúdame por favor— suplicó para sí misma. Los sentimientos de culpabilidad la invadieron. Pasaron varios minutos en los que la joven madre se tranquilizó. Ansiaba encontrar una solución, aunque sabía que tal vez no existía, o al menos eso creía ella. … Sin darse cuenta, la noche la alcanzó en ese lugar, sin una respuesta todavía. —Vaya, así que finalmente despertó su lado bestial— se escuchó una gélida voz a sus espaldas. Izayoi se levantó rápido, sintiendo que el corazón se le estrujaba dolorosamente y que su respiración se paralizaba cuando volteó, encontrándose de frente con Lady Irasue. La señora del Oeste la miraba con frialdad, frunciendo el ceño por el olor del miedo que se manifestó en la humana. —¡Señora…! — quiso hablar, al tiempo que hacía una reverencia. Un escalofrío le recorrió la espalda, nunca se imaginó que volvería a encontrarse tan pronto con la demonesa. Sus temores crecieron al darse cuenta de la situación, ella había descubierto dónde vivían y no pudo evitar recordar al siniestro primogénito de InuTaisho. —¿Q-Qué hace aquí? — preguntó, intentando tragar saliva con dificultad. La elegante dama desvió por un instante su mirada hacia la tela manchada de sangre, las heridas en los brazos de la humana estaban expuestas. —He venido a concluir mi promesa y a decirte cómo podrás ayudar a tu cachorro— contestó impasible. La princesa apenas logró retener las lágrimas en sus ojos. —Señora… yo no sé qué está sucediendo, mi hijo… — —Tu hijo es un híbrido y por desgracia, tiene que lidiar con la sangre de ambos padres— la interrumpió Irasue. —Su debilidad son las noches de luna nueva, su condición humana lo vuelve frágil— dijo con ironía. Entonces comenzó a caminar por el sendero que bajaba hacia la aldea. Izayoi la siguió a prudente distancia, escuchando sus palabras. —La sangre de demonio que corre por sus venas es muy poderosa, tanto, que no podrá controlarla por sí mismo. Tu hijo tendrá muchos problemas a futuro— explicó en un tono grave. —Llegará un momento en que su lado salvaje tomará el control y dejará de razonar… te atacará a ti y a todos a su alrededor, sin distinguir entre humanos o demonios— sentenció cruelmente. Detuvo sus pasos y volteó a mirarla con frialdad. La princesa se petrificó y sus ojos nuevamente se empañaron. —¡N-No es posible! — balbuceó. —Deja de lloriquear, no es el fin del mundo— ordenó Irasue. —Me imagino que aún conservas el manto rojo que te dejó InuTaisho, ¿No es así? — dijo de pronto. La mujer asintió sin contestar, tratando de limpiar sus lágrimas. —Bien, escucha con atención, porque no voy a repetirlo. InuTaisho dejó una herencia muy valiosa para sus hijos, las katanas conocidas como Colmillo Sagrado y Colmillo de Acero. A tu cachorro le corresponde Colmillo de Acero, la cual le ayudará a controlar su naturaleza demoníaca, evitando que se convierta en una bestia irracional— explicó la demonesa. —¿Dónde… está esa espada? — inquirió tímidamente la princesa. —El arma está oculta y solamente tu hijo podrá encontrarla y usarla. Para ello, deberás preguntarle a Myoga, él tiene la obligación de explicarte todo, dado que fue el amigo más cercano del antiguo Lord. Yo sólo cumplo con decirte lo necesario, aunque esto no es mi obligación— reprochó con algo de fastidio. —Pero… mi hijo necesita esa katana… no quiero que se transforme en un monstruo… — habló con miedo Izayoi. —Todavía no es tiempo, es sólo un cachorro inútil que apenas está aprendiendo a correr. Así que, la única manera de contener su lado irracional, es a través del lienzo de Rata de Fuego que te regaló InuTaisho— reveló Irasue. —¿Qué debo hacer con esa tela?, por favor dígame, estoy desesperada— suplicó la joven. —Confecciona una prenda y haz que tu vástago la use siempre. Ese manto conserva el olor de su padre, lo que le será familiar inconscientemente, facilitando su autocontrol— explicó la elegante dama. —Gracias señora— respondió con otra inclinación de cabeza y una última pregunta. —Lord Sesshomaru… ¿Nos buscará de nuevo? — Irasue sonrió con burla antes de contestar. —Escucha humana, hasta aquí llega la promesa hecha a mi difunto marido. Lo que haga mi hijo, me tiene sin cuidado, algún día te encontrará a ti y a tu cría, tal vez los asesine a ambos, o tal vez no lo haga. No lo sé, eso lo decidirá él— finalizó. La demonesa reinició su marcha, alejándose sin decir nada más. La joven madre apenas pudo digerir la oscura sentencia. Se quedó en silencio, mirando su partida hasta que desapareció en la penumbra del bosque. Se abrazó a sí misma, tratando de consolarse y preguntándose por qué el destino seguía siendo tan cruel con ella y con su hijo. … Izayoi llegó a su casa con gesto triste y sombrío. Sabía que su hijo se encontraba en el hogar, posiblemente ya estaba durmiendo. No tenía que preocuparse de nada, porque contaba con Nori, quien se encargaría de darle la cena y acostarlo. Probablemente el enojo del cachorro ya había desaparecido y no sería capaz de encararla. Era mejor así, ella no podría mirarlo a la cara sin estallar en lágrimas. No porque la hubiese arañado o tratado de morder, sino porque ahora conocía el oscuro futuro que su sangre demoníaca le deparaba. Suspiró cansada, el estresante dolor de sus sienes no cedía, sin embargo, no le importó. Caminó hasta llegar a un cuarto que hacía la función de bodega. Buscó entre las cajas hasta encontrar el manto rojo que le entregara InuTaisho. Lo miró a contra luz y éste parecía brillar ligeramente con una tonalidad escarlata. Abrazó la tela con todas sus fuerzas y una lágrima corrió por su mejilla de nuevo. —Hijo, haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte— susurró. … Nori caminaba por el pasillo, bostezando de cansancio. Apenas había conseguido que InuYasha se quedara dormido. Había llegado muy agitado y parecía estar enojado. Aunque se tranquilizó después de cenar, no le dijo absolutamente nada. De pronto, vio luz en la sala. Era extraño, porque había dejado apagada la pequeña fogata. —Princesa, no la escuché llegar, pensé que estaba en la casa de Kazumi— dijo la nana. —¿Qué está haciendo? — —Nori… yo debo hacer una prenda para InuYasha… es necesario… porque él… él… — quiso hablar, pero sentía que el pecho le dolía. La mujer mayor se aproximó a ella después de notar las manchas rojas en su kimono. Se asustó al verla más de cerca, tenía los ojos irritados de tanto llorar, su cara lucía una expresión de dolor y los dedos de sus manos estaban cubiertos de sangre. —Mi señora, sus manos… ¿Qué ha pasado? — cuestionó preocupada. La princesa soltó la tela, estremeciéndose por el dolor. Ella jamás había tocado hilo y aguja en su vida, ahora lo estaba pagando con las heridas de sus dedos. —InuYasha… ha sufrido un nuevo cambio… — explicó despacio, con el nudo creciendo en su garganta. —Él se transformó… en un monstruo… — —¿Se refiere a lo que pasó la otra vez con Imari? — preguntó Nori. —Fue peor… mi hijo me arañó y trató de morderme… hubieras visto su rostro… sus ojos… — ya no pudo continuar. Apretó los párpados con fuerza y se llevó una mano a la boca, tratando de contener el terrible sentimiento de impotencia. La nana se acercó y la abrazó, consolándola como cuando era niña. La princesa se desahogó por largo rato, hasta que finalmente pudo respirar con más calma. Nori la miró con serenidad en un intento de tranquilizarla. Ella jamás tuvo hijos, pero con Izayoi, el lazo familiar era tan fuerte, que casi podía sentir su dolor como propio. Observó la tela esparcida en el piso, el lienzo de Rata de Fuego no estaba bien cortado, había hilo roto por todos lados y la aguja estaba manchada de sangre. —Yo le ayudaré. — —Debo hacer esto sola… tengo que hacerlo por mi hijo— contestó la joven. —Me queda muy claro eso, pero, aun así, le apoyaré— insistió Nori y después sonrió. —Tiene que aprender a utilizar una aguja y saber cómo cortar las piezas de la prenda, que usted misma va a coser para InuYasha. — Izayoi suspiró con alivio, agradeciendo infinitamente por tener el apoyo y la amistad de Nori.

*~*~*~*~ Perla Negra ~*~*~*~*

Myoga se encontraba recostado en el techo de la casa, durmiendo profundamente. De repente, comenzó a sudar y parecía agitarse entre sueños.

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—Pequeño idiota, ¿Acaso deseas morir? — amenazó el demonio plateado. La pulga trataba de respirar desesperadamente, la garra de Sesshomaru lo tenía apresado. Por desgracia, se había confiado esta vez, al cruzar por un valle que colindaba con el territorio del Oeste, en busca de un informante. Pensó que podría pasar desapercibido si viajaba sobre el lomo de un ave perteneciente a una parvada migrante. No imaginó que el Lord estaría inspeccionando los límites de su territorio en ese momento. Detectó su presencia e inmediatamente lo capturó en el aire, destrozando a varios pájaros en el proceso. —¡Por favor… señor Sesshomaru… tenga piedad de éste… humilde sirviente…! — imploró con dificultad. —¡Dime lo que dijo mi padre acerca de las katanas, ¿Dónde está Colmillo de Acero?! — exigió el Lord, al tiempo que aflojaba un poco su agarre. —¡No lo sé mi Lord, por favor no me mate! — contestó Myoga. —¡Deja de mentir o te arrancaré la cabeza en éste mismo instante! — gritó de nuevo el demonio. Su afilada garra presionó sobre la garganta de la pulga. —¡Señor… su padre no me reveló dónde ocultó a Colmillo de Acero!, ¡Solamente dijo que InuYasha tenía la respuesta y que sólo él podría encontrar y usar esa katana! — confesó la pulga con el alma en un hilo. —¡Maldita sea, no puede ser! — masculló con rabia, estrujando de nuevo al pequeño demonio. —¡¿Dónde se oculta la humana y su bastardo?, habla si no quieres morir! — pronunció con fiereza. —Mi Lord… aunque lo supiera… y se lo dijera… no tendría caso… que los buscara… — respondió débilmente. —¡Estúpido insecto, ¿Te atreves a burlarte de mí?! — gruñó. —No… señor… pero no puede hacer nada… InuYasha es el único… que tiene la llave para… encontrar esa espada— el inicio del desmayo comenzó. Sesshomaru lo liberó, dejándolo tendido sobre la palma de su mano para que terminase de hablar. —Si asesina al cachorro… jamás… encontrará a Colmillo de Acero… — musitó con el último aliento que le quedaba antes de perder la conciencia por completo. Cuando despertó, se dio cuenta de que estaba sobre hojas secas y que le dolía todo el cuerpo. Sesshomaru lo había dejado caer al vacío. Afortunadamente, el follaje de un árbol frenó la caída y evitó su muerte.

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Myoga despertó sobresaltado y respirando agitadamente. Ya llevaba varios días con la misma pesadilla, aunque había sobrevivido al primogénito de InuTaisho, el temor de que éste llegara a la aldea para asesinarlos, estaba presente todo el tiempo. Sabía que no tenía perdón del cielo por revelar semejante secreto, no obstante, esa información había colocado una barrera protectora para InuYasha, al menos por un tiempo. Sesshomaru tendría que contener sus ansias asesinas si quería apropiarse de la katana Colmillo de Acero. Sin lugar a dudas, esperaría el tiempo necesario para reencontrarse con el mestizo. —Myoga, ven por favor— una voz lo llamó. —¿Qué se le ofrece, princesa? — contestó, ya más tranquilo. —Tenemos que hablar de las katanas que dejó InuTaisho— dijo Izayoi con gesto serio. La pulga exhaló pesadamente, debía decirle la verdad a ella, pero no pensó que sería tan pronto. En ese momento, intuyó que algo había ocurrido en su ausencia. … Izayoi le explicó todo lo acontecido y la revelación de Irasue. El pequeño demonio tenía un gesto de preocupación ahora, InuTaisho nunca le dijo que la sangre demoníaca se manifestaría en InuYasha siendo un niño todavía. Pensó que semejante escenario se presentaría cuando el mestizo fuera mayor, no antes. —Jamás imaginé que Lady Irasue estuviera al tanto de esta situación— dijo Myoga con reserva. —Ella solamente cumplió con una promesa hecha a InuTaisho, nosotros no le importamos realmente. Pero, a pesar de todo, me explicó qué hacer con el manto rojo para ayudar a InuYasha— indicó la joven. —Y me dijo que tú sabías dónde está esa katana. — —Mi señora, lo único que sé acerca de eso, es que su hijo tiene la llave para encontrar el lugar dónde está oculta la espada— respondió Myoga. —¿Recuerda que cuando mi amo InuTaisho fue por usted, también le entregó una pequeña perla negra a InuYasha? — preguntó, mirándola a los ojos. —Una perla negra… ¡Sí, ya lo recuerdo! — asintió la princesa. —La depositó en el ojo derecho de InuYasha… pero no tuvo tiempo para decirme qué era. — —Esa joya es la clave para llegar a dónde está la katana, sin embargo, no podemos hacer nada en éste momento. InuYasha debe crecer, hacerse fuerte y buscar la forma de utilizar dicha perla— explicó la pulga. —¡Entonces el peligro de que mi hijo se convierta en un monstruo estará latente todo el tiempo! — se expresó angustiada. El pequeño demonio negó con la cabeza. —No princesa, InuYasha todavía es muy joven. Aunque su sangre demoníaca haya despertado, el lienzo de Rata de Fuego será suficiente para contenerla— dijo con calma. —Lady Irasue tiene razón, el manto conserva el olor y la esencia de InuTaisho, eso será suficiente para dominar el lado salvaje del niño, al menos hasta que sea adulto y pueda buscar la katana que le dejó su padre— finalizó. —Confío en ti, Myoga, y en lo que dijo la señora Irasue— habló Izayoi, ya más tranquila. —Mami, tengo hambre— se oyó una voz infantil en la entrada de la estancia. El niño venía caminando con algo de modorra después de la siesta vespertina. Su vestimenta era diferente a la yukata infantil que antes usaba. Ahora portaba un Hakama y un Hitoe de color rojo, elaborados con la tela de Rata de Fuego. —Sí hijo, ya vamos a comer— sonrió la princesa. —¿Nos acompañas, Myoga? — El sirviente asintió con la cabeza. Las explicaciones habían quedado claras, ahora sólo debían esperar el avance del tiempo y rezar para que Sesshomaru no fuera a buscarlos antes.

***

Continuará… Algo estresante si me lo preguntan, no puedo imaginarme el dolor de Izayoi por lo de su hijo.
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