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Capítulo 8: Alegrías y Tristezas III Sesshomaru terminó de subir los peldaños de la gran escalera. Al final de ésta, vio a su madre sentada en el diván de colores magenta y dorado. —Madre, ¿Era necesario que te mudaras a éste lugar? — inquirió. La demonesa se encontraba leyendo un viejo papiro al mismo tiempo que hacía algunas anotaciones. —Hijo, no te cuesta nada hacer un poco de esfuerzo y volar hasta acá, deja de ser tan comodino— contestó. Sabía que a Sesshomaru no le convenció del todo la idea de que ella se mudara a su propia mansión. Ahora tenía que recorrer media región del Oeste para ir a consultarla. —¿Qué deseas?, ¿Todavía no entiendes cómo debes negociar el tránsito de comercio por el territorio? — —No es eso madre, quiero saber si tienes idea de dónde pueda estar la humana y su bastardo— dijo con seriedad. —¿De nuevo con eso? — suspiró aburrida. —Ya deja ese tema por la paz, tu padre así lo quiso y no hay nada que puedas hacer— habló sin mirarlo. —Entonces Colmillo de Acero fue heredada a ese maldito híbrido, ¿Verdad? — gruñó molesto. Ella alzó la vista y dejó a un lado el pergamino. —Sí hijo, así fue y no hay manera de que puedas conseguir esa katana, no hasta que el cachorro la encuentre. Así que, prepara toda tu paciencia, porque faltan varias décadas. — El Lord no contestó, sólo hizo una mueca de disgusto y luego giró sobre sus talones para marcharse. Entonces, su madre pronunció una última advertencia. —Si matas a la cría o algo le sucede, nunca tendrás a Colmillo de Acero en tus manos— sentenció. Su vástago entornó la mirada, a la vez que apretaba los dientes. —¿Y eso te alegra, madre? — reprochó frustrado y sin voltear. —Sesshomaru, aún eres muy joven para comprender la decisión de tu padre. Tu juicio sigue nublado por el ansia de poder, así que sólo te puedo decir que InuTaisho lo hizo por tu bien y por el del mestizo— explicó Irasue. —¡No lo entiendo! — respondió secamente, para después iniciar el vuelo. Irasue lo miró perderse entre la bruma. Suspiró, haciendo una negación con la cabeza, su hijo no entendería razones por ahora.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Ha pasado un lustro desde la muerte de InuTaisho. Territorio del Norte, aldea del anciano Kenji. —¡Felicidades InuYasha! — corearon todos a la vez. —¡Yuju, quiero postre de frutas! — gritó el niño con alegría. El pequeño mestizo había cumplido cinco años de edad y su familia lo celebraba alegremente. Hicieron una fiesta muy animada donde los más allegados acompañaron al infante y a su madre. Abrazos, comida y regalos fue lo que recibió InuYasha. La vida había transcurrido tranquila hasta cierto punto después de aprender a lidiar con las transformaciones del chiquillo. El uso del manto rojo facilitó las cosas, sin embargo, no siempre se podía controlar. Aunque no cambiaba físicamente, se enojaba bastante y sus colmillos y garras siempre estaban presentes. Era necesario que Izayoi estuviera al tanto la mayor parte del tiempo, haciendo hincapié en las lecciones de comportamiento y tolerancia. InuYasha seguía fortaleciéndose a pesar de su edad, era muy rápido y hábil físicamente gracias a su herencia sobrenatural, no obstante, también era consciente de su conversión a humano. Hace un año lo había descubierto por casualidad, cuando vio su reflejo en un pequeño espejo de la recámara de su madre. Se había despertado en la noche por una pesadilla y fue a buscar a Izayoi, quien aún estaba despierta, cepillando su largo cabello. En esa ocasión, la princesa le explicó de forma sencilla que se trataba de otra característica que formaba parte de él, así como sus orejitas y sus garras. En cuanto a la convivencia cotidiana, InuYasha jugaba todo el tiempo con Imari, quien también tenía su misma edad. Ambos niños habían desarrollado un fuerte lazo fraternal y se la pasaban conviviendo todo el día cuando sus madres se visitaban para conversar. Respecto a los demás infantes de la aldea, la relación con ellos era esporádica: Corretear con la pelota por el campo, un juego de escondidas en el huerto de árboles frutales o alguna plática infantil sobre las orejas de InuYasha. Hasta el momento, no había existido rechazo para el mestizo. A pesar de que los demás habitantes del pueblo lo veían con cierto recelo, los niños eran muy tolerantes con él. … Arroyo en los límites del pueblo. —¡Mira, un pez! — gritó Imari. —¡Ya lo tengo! — contestó InuYasha, saltando al agua. Ambos niños estaban jugando a la orilla del riachuelo, mientras sus madres recogían algunas plantas curativas. La zona era de poca profundidad, así que era el lugar preferido de ellos para chapotear en la época de calor. —¡Lo atrapé! — presumió el niño, sujetando al animal por la cola, pero su compañera no le contestó. —¿Qué estás viendo Imari? — Se acercó intrigado, puesto que la niña observaba hacia el otro lado del río. Una pareja formada por un hombre y su hijo caminaban alegremente por la orilla, llevaban un cesto cada quien y unas rudimentarias cañas para pescar. Ambos se dirigían río arriba y su conversación parecía muy animada, ya que el niño reía sin parar, colgándose del brazo de su padre. Acto seguido, éste lo tomó en brazos y lo colocó sobre sus hombros. La marcha continuó con algunos saltos alegres hasta perderse en la lejanía. —InuYasha, ¿No extrañas a tu papá? — preguntó Imari con melancolía. —Yo no conocí a mi papá— contestó sin mucho ánimo. —Mi mamá me contó que mi padre murió por culpa de unos hombres malos y que ahora nos cuida desde el cielo— explicó la niña. —¿Desde el cielo?, ¿Cómo es eso? — cuestionó InuYasha, mirando hacia arriba. —¿Tu papá también está muerto? — —Sí, mi mamá dice que murió hace mucho tiempo — confirmó él. —¿Y también los cuida a ustedes desde el cielo? — El mestizo dudó por un segundo. —Yo… no lo sé… tendré que preguntarle a mi mamá… — … La noche llegó y una ligera lluvia comenzó a caer, arrullando el sueño de los pueblerinos. La joven madre estaba arropando al chiquillo para que durmiera. —Mamá, ¿Por qué murió mi papá? — soltó InuYasha la pregunta sin el menor tacto. Izayoi se quedó muda por unos segundos, no pensó que su hijo le preguntaría algo así tan de repente. Pero era lógico, la curiosidad infantil no se podía controlar y era imposible evitar esas cuestiones si todo el tiempo veía a las demás familias del pueblo. Anteriormente, la princesa le explicó que su padre había muerto hace algunos años, pero no entró en detalles, porque le era doloroso recordar aquella noche. —¿Por qué quieres saber eso? — El niño se encogió de hombros y su gesto sólo indicó curiosidad. —Está bien, te voy a contar un pequeño secreto— dijo ella, pensando en una idea de cómo fomentar un agradable recuerdo paterno para InuYasha. —Tu papá fue un gran “hombre”, muy valiente y honorable. Pero, lamentablemente, tuvo que pelear contra una persona mala que quería hacernos daño a ti y a mí— explicó, usando la entonación más serena que podía. —¿Un hombre malo? — interrumpió el chiquillo. —Sí pequeño, en éste mundo, no todas las personas son buenas. Ese hombre quiso lastimarnos y tu papá se sacrificó para protegernos. Pero yo sé que nos cuida desde algún lugar— afirmó la princesa. —¿Está en el cielo? — —Pues… sí, supongo que es una manera de decirlo— respondió Izayoi, era mejor dar una respuesta sencilla para saciar la curiosidad infantil. —¿Y quieres saber otra cosa? — sonrió, al tiempo que le acariciaba la mejilla. InuYasha asintió, moviendo sus orejitas. —Tu papá te dejó éste manto rojo, el cual te protegerá y deberás portarlo con orgullo siempre, ya que nadie más tiene un traje como el tuyo, es único. — La sonrisa en el rostro del niño no se hizo esperar. —¿De verdad? — —Así es, te protegerá de amenazas externas— reveló ella. —Y también contendrá la amenaza de tu interior— pensó fugazmente, ya que no podía darle esa información, no por ahora. —También hay algo más. — —¿Qué cosa? — cuestionó ansioso. —En tu ojo derecho está guardada una perla negra, que es muy especial. Cuando seas grande, podrás utilizarla para buscar un obsequio que te dejó tu padre. — El mestizo se llevó una mano al ojo derecho, completamente intrigado. —¿Cómo voy a usarla si está dentro de mi ojo?, ¿Y qué cosa es ese regalo? — —Por el momento no lo sé, pero cuando seas mayor, yo te ayudaré a descubrirlo— prometió, al tiempo que lo abrigaba con las mantas. —Ahora duerme, mañana será otro día— le dio un beso en la frente. InuYasha sonrió, satisfecho con las respuestas. Poco después, se quedó dormido. … Un mes después. Cierto día, algunos aldeanos miraban con atención la entrada del pueblo, ya que una pequeña caravana estaba arribando. Eran tres carretas y un grupo de sirvientes con equipaje y víveres. Los estandartes que portaban, dejaban ver que se trataba de una comitiva de nobles. Iban de paso, así que pedirían posada para descansar y abastecerse. El señor Kenji los recibió, escuchó sus razones y después de algunos acuerdos, se instalaron en una casa adyacente a la suya. Esta situación pasó casi indiferente para la mayoría de los habitantes, excepto para Izayoi. Ella se sintió preocupada de que unos extraños anduvieran observando y juzgando el estilo de vida del pueblo. La princesa conocía la forma de pensar de aquellos círculos sociales, dado que creció en uno, y sabía que esa gente miraba a los demás por encima del hombro. Así que decidió permanecer en su casa sin salir, no quería arriesgarse a que alguno de ellos la reconociera. Desgraciadamente, quiso el destino que esa tarde InuYasha se enfrentase a la primera muestra de hostilidad hacia su persona, debido a su naturaleza híbrida. El niño estaba aburrido, Imari y Kazumi se encontraban fuera, ya que habían ido a visitar a la abuela materna por unos días. Y como no tenía nada que hacer, decidió ir a recorrer la orilla del río para distraerse. No prestó atención a la advertencia de su madre acerca de no salir mientras estuviera la caravana en el pueblo. InuYasha caminó rumbo a la salida de la aldea, justamente al lado del riachuelo que pasaba cerca de la casa del señor Kenji. En ese momento, algo llamó su atención: Un grupo de personas con elegantes vestimentas, quienes jugaban con una pelota. El niño no los reconoció como habitantes del lugar, pero eso no le importó, ya que, dentro de su inocencia, pensó que podría jugar con ellos. Corrió hacia el patio de la casa y se adentró en medio del grupo de hombres y mujeres que se turnaban para hacer rebotar el pequeño balón. El chiquillo solamente sonrió y levantó las manos para intentar atrapar la pelota que un hombre ya sostenía entre sus manos. —¿Puedo jugar?, por favor, quiero jugar— pidió con ingenuidad. Una mirada de extrañeza fue lo primero que hizo el noble antes de contestar. —¿Qué eres tú? — De repente, todas las miradas estaban sobre el pequeño, juzgándolo con crueldad. Aquellas personas rápidamente identificaron que el niño era un mestizo y fue inevitable que sus lenguas destilaran veneno. —¡Miren, ese niño tiene orejas de perro! — dijo una mujer. —¡Que extraño color de pelo y esos ojos! — habló otro hombre. —¡Ya viste sus manos, tiene garras, santo cielo, qué clase de aberración es esta! — pronunció una mujer madura. —Es un niño bestia— sentenció fríamente otra voz. Todos lo secundaron con murmullos de burla. InuYasha escuchó todas y cada una de las palabras, sin entender el verdadero significado de esa plática. Él miraba a su alrededor y sólo veía a un grupo de adultos que hacían extrañas muecas de repulsión hacia su persona. Entonces, el hombre que sostenía el juguete, le dio una orden. —Ve tras la pelota, pequeña bestia. — El objeto fue arrojado con fuerza hacia el puente que cruzaba el riachuelo. El pequeño lo persiguió, ajeno al entendimiento de las burlas. Sin embargo, tuvo la sensación de que algo no estaba bien. Atrapó el balón y volteó, sólo para darse cuenta de que el grupo ya se dispersaba. Todavía los escuchó susurrar, sin comprender sus palabras. —¿Niño bestia? — preguntó para sí mismo. … Izayoi no se dio cuenta de que InuYasha abandonó el patio. Lo oyó decir que quería ir al arroyo, sin embargo, ella se lo había prohibido y pensó que el niño la habría escuchado y entendido. Se equivocó. Cuando salió a buscarlo, ya era demasiado tarde, su hijo iba pasando junto a la casa del señor Kenji. Trató de alcanzarlo, pero solamente llegó para presenciar la cruel escena. Ve tras la pelota, pequeña bestia. Esas palabras fueron una agresión, una ofensa hacia su hijo. Caminó hasta InuYasha, quien aún miraba a los individuos alejarse, mientras sostenía la pelota que le habían arrojado. Entonces el niño volteó a mirarla, soltó el juguete y corrió a sus brazos. —Mami, ¿Qué significa bestia? — preguntó sin dudar. Izayoi no contestó, quedándose en silencio. Su gesto se volvió triste y gruesas lágrimas cayeron por sus mejillas. De nueva cuenta, la certeza del cruel futuro que le esperaba a su hijo, le estrujó el alma sin contemplación. Lo único que pudo hacer, fue abrazarlo con fuerza. … Tres días después. La princesa observaba fijamente hacia la salida del pueblo. En ese momento, sintió que por fin podía estar tranquila, el grupo de prejuiciosos nobles por fin se había marchado. Su presencia fue un dolor de cabeza y una preocupación constante para ella. Y fue peor cuando InuYasha se encontró con ellos. No supo cómo reaccionar cuando su hijo le preguntó el significado de bestia. El llanto la traicionó y en ese instante, comprendió que le había provocado, sin querer, un daño a su pequeño. Ella pudo ver el desconcierto y la preocupación en sus ojos dorados. El chiquillo entendió que esa palabra significaba algo malo, algún tipo de insulto para él, y ni siquiera tuvo que explicárselo. El resto del día, InuYasha se quedó en silencio, jugando en el patio con sus juguetes. No volvió a interrogarla acerca de esa palabra. Sin embargo, Izayoi sabía que tarde o temprano, tendrían una conversación más profunda respecto a su significado. También sería necesario explicarle lo que era la intolerancia y el riesgo que conllevaba interactuar con otros humanos ajenos al pueblo. La joven madre suspiró con resignación y empezó a caminar de regreso a casa. … —¡No hagas eso, InuYasha! — se escuchó a Nori reclamar. —¿Qué sucede? — preguntó, ingresando a la estancia. —Princesa, lo que pasa, es que el niño está arañando la madera del pasillo y no quiere detenerse. — Izayoi caminó hacia el porche y vio a InuYasha en cuclillas con las manos estiradas, dejando surcos en el suelo con sus pequeñas, pero afiladas garras. Se aproximó con calma hasta quedar frente a él y después se agachó a su altura. —¿Por qué estás haciendo esto, hijo? — cuestionó tranquilamente. El niño no contestó y siguió en su actividad. Ella volvió a interrogar, sin obtener respuesta. —InuYasha, te hice una pregunta— dijo ella, en un tono más serio, sujetándole una mano. El pequeño mestizo tenía agachada la mirada y se quedó quieto, sin decir palabra alguna. Su madre se enderezó por completo, obligándolo a ponerse de pie. —¡Suéltame! — gritó el niño. —¿Qué sucede?, ¿Por qué estás enojado? — interrogó ella, sorprendida por la reacción. Silencio otra vez. El chiquillo jaló su mano hasta soltarse. —¿Soy una bestia? — preguntó de la nada. Izayoi se quedó perpleja, tardando un par de segundos en contestar. —No… no eres una bestia— contestó con lentitud, intentando serenarse, pues sabía que el niño estaba teniendo un conflicto emocional. —Escuché a alguien decir que yo era mitad bestia por culpa de mi padre— expresó irritado, mirando directo a los ojos de su madre. La joven tragó saliva y mantuvo la calma lo mejor que podía. —¿Quién te dijo eso, InuYasha?, ¿Fueron las personas que estuvieron aquí? — —¡¿Mi padre era una bestia?! — interrogó aún más enojado. —Hijo… ese es un tema que debemos hablar con más calma… primero debes tranquilizarte y… — trató de responder. —¡Entonces es cierto, mi padre fue una bestia! — gritó, interrumpiendo a su madre. De inmediato comenzó a correr hacia el patio, hasta llegar a un árbol ubicado en los límites de la casa. Saltó con gran agilidad y después se perdió en el exterior. —¡InuYasha, espera por favor! — suplicó Izayoi. Las dos mujeres salieron tras él, pero no lograron alcanzarlo, el niño ya se alejaba rápidamente rumbo a la colina. … InuYasha corría lo más rápido que le permitían sus piernas, sin detenerse y sin voltear. Estaba confundido, sentía tristeza y enojo al mismo tiempo. El día anterior había escuchado platicar a un par de hombres sobre sus penurias al salir a cazar. Ellos hablaban de criaturas que a veces los atacaban y se expresaban de ellas con odio y desprecio. “Esas malditas bestias casi nos atrapan, alguien debería matarlas” “Esos monstruos asesinaron a unos viajeros y los devoraron por completo” “Los demonios son peligrosos, debemos mantenernos alejados de ellos” “Esperemos que el hijo de Izayoi no resulte peligroso cuando crezca, no olvides que su padre fue un demonio” Esas palabras finales hablaban de él, y en ese momento, le quedó en claro el significado de “niño bestia”. A su corta edad ya razonaba y comprendía que él no era como los demás, ¿Acaso su madre le había mentido? Su agitada carrera lo alejó más y más del valle sin darse cuenta. Estuvo corriendo por más de media hora y no se percató de ello por su sobrenatural resistencia. Sumado a esto, su gran velocidad le permitió cubrir muchos kilómetros sin apenas notarlo. Después de un tiempo, por fin comenzó a disminuir su celeridad. Ahora recorría un bosque compuesto por enormes árboles de espeso follaje, cuyos caminos eran sinuosos, cubiertos de hojarasca y maleza muerta. InuYasha siguió andando sin rumbo, ensimismado en sus pensamientos. De pronto, se detuvo y comenzó a olfatear el aire, su instinto lo puso en alerta. —¿Qué tenemos aquí? — se escuchó una voz gutural y profunda. El chiquillo volteó hacia su derecha, lo que emergió de entre los arbustos, fue un enorme ogro café, con cuernos puntiagudos, ojos brillantes y una sonrisa hambrienta. —Huele a comida— siseó una nueva voz a espaldas del niño. Una gran criatura de escuálida figura, ojos amarillos y piel azulada le cerró el paso. El mestizo agachó las orejas con temor y se llevó las manos al pecho. —¿Qué eres, pequeño?, hueles a humano, pero también a demonio— dijo el ogro. —Tienes razón, su sangre está mezclada, pero eso no importa, yo tengo hambre— habló el monstruo azulado, relamiéndose el hocico. De inmediato, InuYasha comenzó a correr hacia un sendero lateral en un intento por escapar. Tenía un mal presentimiento respecto a esas criaturas. Ambas bestias dieron inicio a la persecución, al tiempo que empezaban a salivar con avidez. El chiquillo brincó sobre unos matorrales sin dejar de huir, volteando hacia atrás de vez en cuando. De repente, una forma ondulada se interpuso en su camino y lo golpeó con la cola. La fuerza lo aventó contra un viejo tronco, provocándole heridas en la cara. El monstruo que lo interceptó poseía la forma de un gusano enorme y corpulento de color rojo oscuro. Su único ojo lo miró con burla y malicia a la vez. —Que mocoso tan extraño, es un mestizo de razas— soltó una risita. —No importa, seguramente su carne es blanda— secundó el ogro, que llegaba en ese momento. Entonces, el niño se vio rodeado por tres monstruos con terribles intenciones. El demonio azul se aproximó y con un rápido movimiento, lo sujetó de su melena plateada, levantándolo en el aire. —¡Suéltame! — gritó InuYasha, al mismo tiempo que sus pequeñas garras se incrustaban en la piel de su captor. La bestia gruñó de dolor, liberándolo al mismo tiempo. Rápidamente esquivó la cola del gusano rojo y emprendió una loca carrera por su vida. —¡Que no escape! — rugió el ogro. La persecución se reanudó. Metro tras metro, el niño sorteaba árboles y piedras, mientras su respiración se desbocaba. Llegó a un riachuelo y lo cruzó ágilmente, a pesar de que su ropa pesase por instantes debido al agua. Un poco más adelante, no vio la gruesa raíz en el suelo y cayó de bruces. Apenas tuvo tiempo de reaccionar, poniéndose de pie y continuando con su escape. Los rugidos de las tres bestias estaban casi encima de él. Parecía que la suerte no estaba de su lado, ya que el borde de un desfiladero se presentó ante sus ojos, dejándolo sin salida. —¡¿Qué hago?, ¿Qué hago?!, ¡Que alguien me ayude!… ¡Mamá! — pensó fugazmente, al tiempo que veía para todos lados. El ogro y sus compañeros salieron de entre los arbustos, olfateando el aire en busca de su presa. Se acercaron a la orilla del abismo y no vieron nada. —¿Dónde estás, pequeño?, no tiene caso que trates de huir— dijo la criatura azul. —Puedo olerlo, está cerca— confirmó el gusano rojo, acercándose al borde. InuYasha había descubierto, por mera suerte, una formación que descendía a la parte inferior de las rocas, la hendidura formaba un escondite natural. Sin pensarlo dos veces, saltó ágilmente y se repegó contra el muro, aguantando la respiración. Con la mirada fija hacia arriba, vio la silueta del monstruo ir de un lado a otro, a punto de encontrarlo. Su corazón no parecía querer ayudarlo, los latidos retumbaban en su cabeza y las sienes le punzaban dolorosamente. —Sabemos que estás ahí abajo— habló el ogro. —Será más fácil si cooperas, prometo romperte el cuello de un sólo movimiento para que no sufras. — El chiquillo sintió un terrible dolor en el estómago al escuchar esas palabras, en cualquier momento, uno de esos demonios bajaría por él. Entonces, el pánico lo invadió por completo cuando el gusano rojizo agachó la cabeza y su horrible ojo lo miró con gula. —¡Ya te vi! — siseó. InuYasha intentó ahogar un grito desesperado cuando la bestia comenzó a serpentear hacia él. Súbitamente, una fría voz se dejó escuchar. —Apártense, me estorban… — Las tres criaturas voltearon hacia sus espaldas y comenzaron a gruñir nerviosamente. El niño también escuchó y una extraña sensación lo invadió. De pronto, empezaron los chillidos de dolor y los rugidos de terror. El mestizo seguía mirando hacia arriba y su fino oído pudo identificar con claridad el sonido de huesos crujiendo y vísceras rasgándose. El olor de la sangre se esparció por todo el lugar y pedazos de carne ensangrentada cayeron frente a sus ojos. El corazón se le detuvo por completo.***
Continuará… Seguramente a muchos les es familiar el capítulo donde InuYasha recuerda una persecución cuando era niño. Próximamente, les contaré mi versión de lo que yo pienso, sucedió.